The Mighty Fall
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OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Me estremezo ligeramente en sueños y cuando abro los ojos solamente puedo ver el color verde oscuro del interior de las mantas, iluminadas por la luz de sol que logra colarse entre la tela de las mismas. No tengo idea de la hora que es y tampoco me interesa porque se supone que hoy no tengo absolutamente nada para hacer, excepto tomar mi ya preparado bolso y marcharme al atardecer en dirección a la soledad de las montañas. Como todavía no han empezado a tratar de crear la matalobos, no tengo otra opción que seguir con mi plan de todos los meses y pedirle a mi mejor amigo que me haga aparecer en uno de los refugios que he marcado en uno de los mapas. La luna llena será esta noche y luego de la última vez, decidimos que es más seguro de que me lleve y ya luego encontraré el modo de regresar en moto.Es un excelente plan.

Mi cuerpo siente perfectamente la cercanía del ciclo lunar y moverme es una tortura, no porque duela sino porque me agota el sentirme débil. Sé que si me viera a un espejo me encontraría pálido, ojeroso y posiblemente con un aspecto enfermo, pero creo que no tengo que impresionar a nadie y todos en el catorce están acostumbrados a mi humor previo a la transformación como para preocuparme. Me demoro más de lo normal en moverme y acabo empujando las sábanas para ponerme de pie, pateando algunas que se enroscaron en mis pies. Hace algunas semanas que llevo durmiendo en el suelo por culpa del incendio que me llenó la casa de gente, pero no puedo decir que no estoy acostumbrado.

El sillón y la pila de mantas a mi lado, ambos vacíos, me indican que tanto Derian como Ava ya han salido de la casa y a juzgar por la luz de la mañana, Murphy debe estar en la escuela así que asumo que Alice se ha marchado con ella. Me levanto con un gruñido suave que indica mi gusto por poder estirar las piernas y me rasco el estómago en un bostezo mientras camino hasta el baño, donde el balde de agua fría me recibe para mojarme la cara y la nuca. Sin más vueltas, regreso a la sala, chequeo el termo con café y decido que primero debería vestirme antes de desayunar, por lo que dejo la mesa lista con algo de pan y una taza antes de ir y correr la cortina que separa el dormitorio de la sala.

Para mí desgracia y sorpresa, he asumido mal y puedo encontrarme a Alice en pleno proceso de preparación durante la mañana. Mi primer impulso es echarme hacia atrás por la sorpresa y suelto un "¡lo siento!" mientras vuelvo a correr la cortina, girándome en mi sitio con rapidez para apoyar la espalda contra la pared. Cierro los ojos con fuerza, sintiendo mi corazón latir con rapidez mientras mascullo insultos hacia mí mismo entre dientes y acabo abriendo los párpados con un suspiro de resignación, mirando al techo — Juro que no he visto nada — ya sé que no tiene nada que no haya visto pero tampoco puedo ir por la vida viéndola desnuda considerando que no somos básicamente nada — ¿Puedes pasarme al menos una remera? Las guardo en el primer estante de la izquierda del armario.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Para cuando abro los ojos, por alguna razón espero encontrarme con la melena morena de Murphy rozándome la nariz. Pero en cambio, siento el peso de la cama ligeramente desplazado hacia mí, lo que me indica que su presencia hace mucho que ha desaparecido. La repentina claridad que aparece tras la ventana me ciega durante unos segundos cuando tengo la intención de levantarme, por lo que asumo que llevo durmiendo más tiempo del que debería. El crujido de los muelles es lo único que alcanzo a escuchar dentro del silencio que inunda el resto de habitaciones, lo que me sugiere que o bien todavía no estoy lo suficientemente despierta o bien no hay nadie. Por la forma en la que mis pies se dirigen hacia el armario con torpeza, seguidos de un pequeño bostezo, acabo por decantarme por la primera opción.

Tras el incendio, nada que no tuviéramos puesto o hubiéramos llevado con nosotras se quemó, razón por la que en las últimas semanas nos hemos dedicado a heredar la ropa que otros no se ponían e incluso de personas que ofrecieron parte de su armario. Es por eso que no tardo mucho en agarrar lo primero que encuentro y deshacerme de la vieja camiseta que llevo utilizando como pijama días por la comodidad que me proporciona el hecho de que sea tres veces mi tamaño. Con la calma de una persona que no está esperando que alguien interrumpa, paso una camiseta por mi cabeza justo en el momento en el que escucho la voz de Ben demasiado cerca.

El escaso milisegundo que transcurre entre que bajo la prenda por mis hombros y tengo la oportunidad de mirar hacia su figura, él ya no está. El efecto que no ha tenido el café que estaba pensando en tomarme lo tiene la incomodidad de su interrupción en un tiempo tan oportuno. Todas las neuronas de mi cerebro se activan, así como los movimientos que hago para ponerme unos pantalones a la velocidad de la luz. Si no fuera por la poca comunicación que ha habido entre nosotros desde aquella noche, su comentario habría tenido un resultado completamente distinto, y es que la blancura de mi piel se torna del color de los tomates recién recolectados. No porque pueda haber visto algo, sino porque ya tuvo la oportunidad de hacerlo en otra ocasión.

Intento que no se note lo ruborizada que me siento incluso cuando no puede verme lanzando un pequeño suspiro que por mi suerte es incapaz de escuchar. Me acerco a donde me indica para segundos después, susurrar un oh, mierda cuando me doy cuenta de lo dormida que debía estar como para confundir la parte de su armario con la que comparto con Muprhy. Inconscientemente bajo la mirada hacia mi tronco, debatiendo si debería cambiarme ahora que tengo la oportunidad o no. Opto por lo segundo basándome en que los hombres no se fijan ni en lo que hacen como para saber la ropa que usan, cuando en realidad no es más que una excusa para tapar el hecho de que estoy tomándome demasiado tiempo en escoger una simple camiseta.

Acabo por agarrar una cualquiera después de esos minutos de indecisión y se la tiendo en cuanto dejo asomar mi cuerpo tras la cortina. Me quedo de piedra cuando encuentro su torso completamente desnudo, como si de alguna manera me esperara que llevara algo más puesto, pasando mi mirada de su cuerpo a su cara y rápidamente al suelo antes de volver a ponerme colorada. Intento pensar en algo ocurrente como buenos días o ¿has desayunado?, lo típico que se dicen dos personas que se conocen. Espera, ¿nos conocemos? - Quizás sería buena idea poner una puerta. - Porque está claro que ese comentario es mucho mejor que un ¿qué tal has dormido?. En ocasiones me estamparía contra una pared.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Tengo que estar sumamente agradecido porque anoche se me haya metido en la cabeza el dormir con el pantalón largo que utilizo en las noches de frío invierno, el cual es cómodo como pijama gracias a su soltura y que a su vez, ayuda a combatir el frío del suelo desde que es mi lugar predilecto para dormir porque no tenemos otro disponible. No es que me sienta pudoroso por andar desnudo porque es algo a lo que ya estoy acostumbrado, sino porque todavía no se me borra de la memoria el hecho de que la última vez que ella me vio sin ropa fue cuando estuvimos juntos en su cama. Todavía me acuerdo muy bien la confusión del despertar con ella entre mis brazos y mi nariz hundida en su pelo, lo cual no ayudó al momento de querer moverme sin despertarla porque obviamente sus ojos se abrieron en cuanto intenté empujarla con cuidado para ser libre de irme. Y de ahí la vergüenza de tener que vernos las caras.

Cuando Alice sale del dormitorio todavía sigo apoyado en la pared con las manos entrelazadas entre sí al frente como un niño que espera a entrar a la dirección de la escuela y me percato de inmediato de sus ojos sobre mí, por lo que miro hacia la ventana más cercana con un carraspeo que ruego suene más disimulado de lo que creo que lo ha hecho. Acabo tomando la remera sin mirarla y me despego de la pared como si repentinamente ésta estuviese en llamas — Gracias — murmuro. Me separo de la misma y me encamino hacia la mesa pasando la remera por mi cabeza, y estoy estirándola sobre mi torso cuando su comentario me arrebata una sonrisa honesta pero tímida, apenas levantando la vista en su dirección — Nunca tuve la necesidad de hacerlo, pero creo que ahora es la mejor opción que tenemos — confieso.

Intento ser natural porque la incomodidad siempre lleva a charlas que de seguro ninguno de los dos quiere tener, así que me siento frente a la mesa dispuesto a desayunar, aunque de inmediato me doy cuenta de que preparé todo para una sola persona. Por inercia me pongo de pie, pongo otra taza y saco algunas galletas antes de regresar a mi sitio, un poco confundido y dudoso de hacia donde mover mis manos. Al final, me doy cuenta del detalle — No sé que te gusta desayunar — admito y para evitar mirarla, me froto uno de los ojos cansados con los nudillos — Aquí tengo algo de café, debe haber jugo y... Bueno, algo de leche — intento recordar lo que tengo en la encantada nevera portátil, pero por alguna razón no puedo pensar con claridad. ¿Cómo puede ser que nos conozcamos hace tanto y no sepa qué le gusta? Bueno, nos conocemos a medias, pero considerando que me acosté con ella... el recuerdo me obliga a meterme un bizcocho forzadamente en la boca.

Al final me doy cuenta que ni tengo memoria de qué le servía cuando era el esclavo de su entonces novio así que me doy por vencido y le hago un gesto para que se siente donde quiera. Rendido, alzo la mirada en su dirección, paseando los ojos por el contorno de su cabello aún despeinado  — Lo siento. La próxima vez prometo golpear la pared antes de entrar. ¿Te gustan las galletas con chocolate? — Arleth había hecho una bandeja enorme hace unos días con algunos ingredientes de los que traje y me había robado algunas, así que le empujo la bolsita en su dirección.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
No sé si es por el hecho de que es la primera vez que estamos solos desde que nos acostamos o porque el recuerdo está grabado en mi cabeza, pero no puedo mirarle a los ojos - o a él en general - sin recordar esa noche al detalle. Después de haber tomado semejante cantidad de alcohol, pensaba que parte de lo que ocurrió pasaría desapercibido en mi cerebro, dado que no sería la primera vez. Por el contrario, solo hizo falta despertarme acurrucada entre sus brazos para que al instante, todo lo que dije e hice horas antes de caer dormida se quedara guardado en mi retina. Le sigo a la cocina rodando los ojos por todos lados en parte por lo que acabo de mencionar en parte porque me obligo a mí misma a hacerlo. - Bueno, supongo que tiene sus ventajas si alguna vez vas demasiado borracho como para saber donde está la puerta. Dormido. Quise decir dormido. - Tengo que culpar al nerviosismo por esa cagada monumental, poniendo cara extraña al escucharme a mí misma hablar y aprovechando que está delante de mí y no puede verme.

Me fijo en la taza de la mesa segundos después de que a su lado aparezca otra, además de las galletas. - Cualquier cosa que sea dulce está bien. No soporto el sabor salado por las mañanas. - Nunca he sido una persona de desayunos desde hace tiempo por varios motivos. El primero porque de normal acostumbro a levantarme temprano y mis ganas de ponerme a preparar algo son nulas. Lo que lleva al motivo número dos: a esas horas lo único que me apetece es meterme un tanque de café en el cuerpo para deshacerme de la sensación fastidiosa que deja el despertarse pronto. Lo cual puede resultar hipócrita si tenemos en cuenta que me paso las mañana diciéndole a Murph que es la comida más importante del día. La diferencia es que ella está en proceso de crecimiento y podría quedarse enana, mientras que en mi caso por mucha leche que tome o yogures que me zampe no voy a variar de estatura. Para mi desgracia.

Sin embargo, el haberme despertado más tarde de lo habitual provoca que mi estómago ruja ante la falta de nutrientes y no pueda evitar llevarme algo a la boca si no quiero morirme de hambre el resto del día. - No te molestes, con café me basta. ¿Hay azúcar? Por regla general tiendo a echar una cucharada. O tres cuando nadie mira. - Desconozco la razón por la que le digo lo último, al fin y al cabo se trata de algo que nadie debería de saber, ahí la gracia. Intento dejarme caer sobre la silla con suma tranquilidad, pero acabo por descargar todo mi peso en ella con la intención de hacerme una bola y desaparecer de la escena ante tanta ridiculez junta. El repentino recuerdo de su oportuna interrupción me hace estirar la mano y coger una galleta de la bolsa, tratando de actuar con normalidad y mordiendo una esquina para después tragar con dificultad. - Mmm... Gracias. - No es como si fuera a ver nada que no haya visto ya, pero me siento mejor sabiendo que la próxima vez esperará hasta que esté vestida. - No me mires así, no me diste tiempo a peinarme. - Murmuro cuando veo sus ojos sobre mí. Por alguna razón su mirada hace que me pase la mano libre por mi pelo tratando de arreglarlo, aunque sin un espejo es ligeramente más complicado.

Saboreo el trozo de galleta en mi boca y le pego otro mordisco mientras ruedo mis ojos de la comida a su figura. - ¿Las has hecho tú? - Dijo que sabía cocinar, no me sorprendería que con eso abarcara también la repostería, lo cual me hace plantearme mi inutilidad en la cocina. Se me escapa una sonrisa ante la posibilidad de ver a Ben con un mandil de gatitos y lleno de harina. Me apresuro a llevarme el resto de la galleta a la boca antes de que pueda ver mi reacción, tosiendo levemente al tragar demasiado deprisa.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Intento no mirarla cuando habla de borracheras porque no tengo idea de con qué intención lo dice, aunque su modo de corregirse luego me obliga a alzar las cejas una fracción de segundo aunque me ahorro cualquier tipo de comentario. Creo que Alice a partir de ahora va a entrar en el grupo de personas con quienes no voy a sentirme cómodo hablando de alcohol, aunque es un grupo muy reducido que incluye a mi padre, Arleth por consecuencia y ella. Realmente, no puedo estar siendo más infantil.

Dulce, no salado, anotado — Lo puedo entender porque casi nadie desayuna salado, aunque un buen sándwich es algo que siempre me pone de buen humor, no importa la hora que sea — es una confesión tan simple que se me hace tontamente íntimo contársela, a pesar de que sé que no debería ser así. Nuestras manías es algo que podríamos descubrir por nosotros mismos si nos prestásemos atención,  pero creo que hemos estado evitando el contacto visual hace exactamente un mes. No sé por qué esto es tan diferente que con las otras mujeres con las que he estado (que no son muchas pero bueno, algo es algo) considerando que a Seth aparentemente no le molesta, aunque quizá se debe a que fue un patético acto de debilidad ebria. Tal vez mi vergüenza corre más por haberle mostrado ese lado de mi personalidad a alguien como Alice que el hecho de haberme acostado con ella en sí.

¿Azúcar? Agradezco lo pequeño de mi casa y lo largo de mis brazos para girarme y estirarme hasta conseguir la azucarera, la cual abro para chequear cuánto nos queda — Tendré que ver si quedó algo guardado en alguna otra casa pero... creo que para unas tazas sirve — admito, dejándola a su alcance. Hago un gesto con la mano ante su agradecimiento para indicar que no es ningún problema hasta que su queja me hace reír, lo que me obliga a toser un poco por culpa del bizcocho que logro tragar con dificultad — No te estaba juzgando. Hasta te queda bien y todo — bromeo, aunque casi de inmediato me arrepiento. ¿Por qué dije eso? ¿Por qué no soy capaz de actuar como el adulto que se supone que soy?

Le doy un mordisco a una galleta a ver si eso me mantiene callado y me pongo a servir el café, llenando las tazas de forma considerable hasta que me hago con una botella pequeña de leche y le echo un poco al mío, dejándola cerca de Alice en caso de que quiera usarla. Azúcar y revuelvo, hasta que su pregunta me hace alzar los ojos hacia ella entre divertido y sorprendido por que crea que tengo esas habilidades — No — admito con gracia al tragar — Las traje de la casa de Arleth. ¿De verdad me ves horneando galletas? — acabo preguntando con expresión divertida, ladeando mi cabeza y alzando una ceja con ligera ironía ante la situación —  Bueno. Cociné una vez hace muchos años solo porque a Seth se le antojaron. Ya sabes... — por inercia abro y cierro mis dedos de mi mano y la muevo para ocultar la M que se luce en mi muñeca, esa que queda al descubierto con esta camiseta. No suelo hablar de mis épocas de esclavitud, menos con Alice —  Pero no he vuelto a hacerlas. En esa ocasión tenía un libro de cocina y más paciencia — era un niño resentido con lo que le había tocado y no tenía nada mejor que hacer.

Bebo un sorbo de mi café y me acomodo en mi silla, sabiendo que de mirarla de más quizá ella no se sienta cómoda pero sin ser capaz de evitar hacerlo — ¿Te sienta cómoda mi ropa? — acabo soltando. Lo que debería ser una broma tranquila me hace notar lo incómodo que puede sonar y me mordisqueo el labio inferior, ocultándome detrás de la taza con rapidez — quizá podamos traer algo de ropa la próxima vez que nos metamos en Neopanem. Aunque no estoy seguro de cuando será eso — el aumento de seguridad en los alrededores del norte me tiene la cabeza inflada, en especial porque la necesidad de ser más cautelosos es ahora una obligación. Dejo la taza de muy mala gana sobre la mesa y me estiro para agarrar un cacho de pan, aunque no me lo llevo a la boca. Le doy vueltas entre los dedos y quito algo de la miga para hacer pequeñas bolitas entre las yemas, hasta que decido hablar — Nunca te pregunté como te encuentras luego de lo que pasó. Ya sabes, en la cueva — ella no terminó demasiado herida que digamos,pero todavía me acuerdo lo difícil que fue sacarle esa araña de encima  — No tuve... bueno. No tuvimos la oportunidad de hablar — y le sonrío vagamente, porque los dos sabemos que chances hubo, lo que no estuvo fue el valor.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Con una cuchara vierto un poco de azúcar en mi café, tentada a volcar algo más pero reprimiéndome en el último segundo por aprecio al resto de personas que viven aquí y que probablemente también necesiten de algo dulce para alegrarse el día. Mis cejas se alzan cuando escucho su comentario acerca de mi pelo y no puedo dominar la pequeña sonrisa que se escapa de mis labios más por su risa que por la broma en sí. - No trates de arreglarlo. - Respondo ante lo que se supone que debo tomarme como un cumplido, y que en el fondo lo hago, pero para Ben no es más que una forma de desviar la atención de la deplorable imagen que debo tener vestida con una camiseta de hombre y el pelo completamente revuelto.

Me encojo levemente de hombros al verme poco capacitada para responder a esa pregunta, siguiendo la línea de sus labios cuando habla. - Hay muchas cosas que no sé sobre ti. - Entre ellas que es un hombre lobo y especialmente bueno en la cama. Ese pensamiento imprevisto hace que me lleve la taza de café a la boca y pegue un sorbo lo suficientemente largo como para sacármelo de la cabeza, sin saber muy bien si se debe a que me avergüenzo de que sea lo poco que conozco de él o por la veracidad de esa repentina reflexión. - Aparte de que te gustan los sándwiches y se te da de pena bailar. - Si obviamos la parte en la que es algo que él mismo acaba de decir hace unos minutos y que no debería contar como dato importante que sé sobre él, hasta hubiera sonado convincente. Quizás lo último no debería haberlo dicho tan a la ligera, pero realmente ha sido lo primero que se me ha ocurrido para intentar demostrar que conozco a un tercio de la población del distrito. Cuando para ser sinceros, no me conozco ni a mí misma.

Me siento ligeramente culpable cuando saca a lucir su pasado con Seth siendo esclavo, no necesito saber mucho de él para darme cuenta de que no es un tema de conversación agradable. Ni siquiera lo es para mí que no me vi afectada de forma directa, no puedo imaginarme lo que debe ser tener que cargar con ese peso bajo los hombros, principalmente porque yo soy la primera que trata de olvidar el pasado a toda costa. Hago un intento de llevar la conversación hacia otros temas de menos seriedad. - No tiene pinta de ser muy complicado, incluso sin un libro de recetas. - Ahora la paciencia... Llevo muy mal todo lo que se escapa de mi control como para depender de que unas galletas no se quemen por pasar más minutos de la cuenta en el horno. - Cuando se terminen deberías intentar hacerlas, aunque solo sea por hacerle la competencia a Arleth. De esa forma desayunaría más a menudo. - Y no, no me malentendáis, no es por poder ver a Ben cocinando pasteles, sino porque es de lo poco que he probado estos últimos días que está realmente bueno.

Mi mirada baja inconscientemente hacia mi torso, pudiendo notar como los mechones de pelo a ambos lados de mis mejillas logran esconder el pudor que siento en ese instante. - Lo siento. - Es lo primero que se me ocurre murmurar antes de elevar la cabeza y mirarle con la culpabilidad reflejada en mi rostro. - No fue a propósito, estaba dormida. Puedo cambiarme si quieres. - En mi defensa he de decir que los hombres tienen la manía de no ser nada originales a la hora de vestirse. Todas las prendas que llevo poniéndome estos días tienen la misma tonalidad oscura como para no saber diferenciar entre lo que es de Ben y lo que me han prestado. - No me importa llevar ropa tres veces más grande que yo siempre que traigas lo de primera urgencia. - En realidad es un alivio. No me creo capaz de poder llevar las faldas de Eowyn por más de dos horas seguidas y la ropa ancha es mucho más cómoda que los vaqueros ajustados a los que estaba acostumbrada. - ¿Avisarás cuando te marches? - Aunque mi pregunta está dirigida más hacia mi interés en que traiga de vuelta ciertas cajas de medicamentos que hemos agotado en las últimas semanas, hay una parte de mí que está interesada en otra cosa.

Repaso la superficie de la taza con uno de mis dedos mientras le observo pensativa hasta que me doy cuenta de lo que estoy haciendo y paso a mirar el color amargo del café justo cuando vuelve a hablar. Su interés me desconcierta durante unos segundos en los que me permito fruncir el ceño aún mirando el líquido oscuro. - Me preocupa más el significado de lo que encontramos allí abajo. - No es más que una excusa barata, lo sé, pero nunca he sido buena a la hora de hablar de mis sentimientos básicamente porque en los últimos años me he dedicado de forma exclusiva a encerrar en un puño todo lo que siento y dejar que se acumule en forma de bola. No puedo negar que lo que tuvo lugar en la cueva no me atormenta a veces por las noches, pero es algo que no consigo admitir en voz alta y no porque el hecho de hacerlo me haga sentir débil, sino porque exista la remota posibilidad de alguien muestre interés en saber lo que me perturba. - Yo... ¿de verdad quieres hablarlo? - Pregunto finalmente ante su acusación por la poca comunicación. La verdad es que no sé si esa pregunta hace referencia a lo que ocurrió en la exploración o a lo que pasó entre nosotros. Y tampoco estoy segura de si quiero averiguarlo.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Le sonrió casi tímidamente cuando me acusa de querer arreglar lo que he dicho aunque en verdad, poco me importa que se peine o no porque jamás me he fijado en esas cosas. Estoy por tratar de dar algún ejemplo de lo que creo que sabe de mí además de mis relaciones familiares, cuando ella lo hace por mí y suelto una risa extrañamente nerviosa porque trae a colación el baile que tristemente, le he mostrado borracho y justo antes de besarla. Sí, es un poco idiota ponerme incómodo al recordar que yo he sido el que empezó lo que pasó entre nosotros esa noche y jamás me puse a pensar si a ella le había molestado o no. Bueno, sí, me correspondió y terminamos en su cama, pero quizá en el momento ella no supo cómo decirme que no. O quizá lo odió y por eso me evitó como yo a ella, aunque yo tengo, tristemente, buenas memorias de esa noche — No soy tan malo al bailar sobrio — intento defenderme, pero acabo riendo para mí mismo y sacudo la cabeza — Olvídalo. Se me da del asco.

Su sugerencia de hacer galletas se me hace entre graciosa y extrañamente tierna, a pesar de que no suelo usar ese término dentro de mi cabeza y acabo olvidando el factor de la esclavitud en cuanto se me viene la imagen mental. Cocinar en invierno me gusta porque significa tener el fuego prendido lo que ayuda a combatir el frío, pero no me creo capaz de hacer galletas tan buenas como las de Arleth, que tiene años de práctica aunque no recuerdo que sea muy difícil — Eso depende. ¿Tú vas a ayudarme a hacerlas? — y de inmediato me doy cuenta de cómo puede sonar, así que me aclaro la garganta y busco algo que agregar — Al fin de cuentas fue tu idea — ahí está, creo que ahí no se presta a malentendidos.

¡No, no!... No me molesta... — expresarme me obliga a moverme en el asiento un poco hacia delante moviendo una mano de forma negativa para que no se preocupe — Sé lo que es no tener tus cosas a mano así que era solo una pregunta. Puedes usar lo que quieras hasta que podamos conseguir prendas nuevas — creo que es la primera vez en toda la mañana que le sonrío con sincera calma, aunque la miro con cierta curiosidad ante la pregunta final. ¿Desde cuándo a Alice le importan mis avisos? Creo que de entre todas las personas del distrito, ella es una que particularmente jamás me ha hecho esa pregunta, al menos que necesitase algo muy específico que tuviese que buscar — Lo haré si es lo que quieres. Aunque estoy um... evitando ir a Neopanem por el momento. Los aurores están bastante activos — y que me atrapen no está en mis prioridades — aunque trataré de tenerlo. Como regalo de Navidad.

Comprendo muy bien lo que dice y no puedo evitar sufrir de un estremecimiento que me pone el vello de punta al recordar las profundidades de esa cueva. Hace mucho tiempo que odio los lugares como esos, donde no puedes ver más allá de tus narices y el agua se mete por todos lados; no puedo decir que me traiga buenos recuerdos — Seth está tratando de descifrarlo — y sin embargo, frunzo el ceño porque quien sea que lo haya metido ahí, ha tratado de evitar que alguien llegue a él por alguna razón.

Me bebo la taza en un silencioso aire de sospecha hasta que las palabras de Alice me hacen mirarla, no muy seguro de lo que quiere decir. Hay algo en el tono de su voz que me hace pensar que no se refiere solamente a lo que pasó en la expedición y por un instante, me pregunto si deberíamos aclarar lo que ha ocurrido para eliminar cualquier rastro de incomodidad entre nosotros. Acabo dejando la ahora vacía cerámica y mastico una galleta con aire pensativo, recargándome contra el respaldar del asiento hasta que me doy por vencido — ¿Te arrepientes de esa noche? — acabo soltando de forma repentina, clavando mis ojos en los suyos después de tanto tiempo sin atreverme a hacerlo — He pensado que quizá me detestabas y que era mejor dejarlo morir ahí pero... bueno. Estamos viviendo en la misma casa y no podemos decir que sea un lugar muy grande para evitarnos. ¿No? — acabo forzando una sonrisa en un intento de demostrarle que no estoy molesto, pero cuando me meto lo que queda de la galleta en la boca lo hago masticando más fuerte de lo normal — Prometo no enojarme con lo que me tengas que decir.
Benedict D. Franco
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Before I dive right into you ✘ Alice 9QTJW19
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Su reproche me provoca una risa torpe que sale directamente de mi garganta y que camuflo metiéndome lo primero comestible que pillo en la mesa. - Me gustaría ver eso. - Vuelvo a atacarle sin darme cuenta de que estoy insinuando ligeramente el volver a bailar con él, aunque luego me percato de que no tiene que ser estrictamente conmigo porque para comprobar que no tiene ni idea de moverse siguiendo el ritmo de la música no me necesita. - Aunque esta vez con música, quedaría muy ridículo que bailaras sin ella. A no ser que prefieras cantar. - No tan ridículo como bailar borrachos sin música alguna, pero en nuestra defensa nadie estaba mirando de entonces y tenía mejores cosas de las que preocuparme, como de no caerme de bruces contra el suelo.

- No sé cocinar. - Suelto en cuanto veo sus intenciones venir. Eso no es del todo verdad, sé hacer algo, las cosas más simples, vale, pero al menos puedo hacer un huevo sin prender la cocina. Lo gracioso es que lo más probable es que Murph sea capaz de cocinar más platos que yo, lo que me deja en una posición terrible. Ese comentario me hace reflexionar sobre la cantidad de veces que me niego a los ofrecimientos que me hacen, planteándome por unos segundos si ese es el verdadero problema que me lleva a no entablar una relación con alguien más allá del trato cordial. - Está bien, haré galletas contigo si tú prometes no hacerte mierda esta noche. - Sé que es algo que no puede prometer una vez se ha transformado, aunque por mi bien solo espero que si se hiere acuda a Seth, seguro que él aporta más resistencia que yo estando casado.

Inconscientemente acaricio la tela de la camiseta por la parte inferior, levantando levemente la cabeza ante su reacción. No me he percatado hasta ahora, probablemente por el olor de las galletas junto con el café, pero cuando muevo mi cuerpo para posar la taza y echar más leche, siento como su propio olor impregnado en la camiseta llega hasta mis fosas nasales. - En ese caso, para contestar a tu pregunta, sí, es cómoda, no echo en falta la ropa ajustada. - Ni siquiera sé a que viene tanta sinceridad de repente si contamos que estamos hablando de su ropa. - Entiendo. No me corre prisa de todas formas. - Evito tener que decir nada más porque no estoy al tanto de la situación en NeoPanem y tampoco controlo a la perfección cada cuanto tiempo hace una visita. Me llevo el vaso a los labios con ambas manos para contemplar el interior durante unos segundos de meditación antes de inclinar la cabeza y tragar el sabor amargo del café.

Mi primer impulso es soltar la taza de mis manos provocando que el líquido restante se tambalee pero sin llegar a salirse y caer sobre la mesa. - ¿Qué? ¡No! - Mi reacción podría considerarse exagerada, sorprendida  por su pregunta aunque sin saber realmente porqué. - Quiero decir... - Intento disimular relajando el tono de mi voz pero todo lo que aparentemente tenía que decir se me olvida en el momento en el que sus ojos se posan sobre los míos y me es imposible apartar la mirada de ellos. - No, no... No te detesto, no podría odiarte, menos después de lo que pasó. - No puedo creer como malinterpretó todo. Estábamos borrachos sí, pero eso no quita que recuerde lo bien que se sintió. - Fue... el poco afecto que he sentido en años. Estuvo, bueno, estuviste bien. - Acabo por confesar de una vez por todas, lo que provoca que mis piernas se noten temblorosas al quitarme semejante peso de encima después de haber cargado con él durante semanas. - Solo me arrepiento de que tuviera que ocurrir de esa manera. - Murmuro sin estar segura de si lo digo por lo poco que conocemos el uno del otro, por el hecho de haber estado ebria o por haberme aprovechado de él incluso cuando fue él quien me besó primero. - Si te evité fue porque no tenía ni idea de como reaccionar después de tanto tiempo y no ver tu cara era más fácil que tratar de entenderme. - Semanas después sigo sin saber del todo lo que eso significó para mí o si de verdad significó algo. Claro que si no me hubiera importado no me habría pasado días escapando de tener que encontrarme con él.

- Tú también me ignoraste. - Le acuso finalmente de forma seria ante el silencio, pero acabo sonriendo ligeramente de lado porque al fin y al cabo, ahora ya da igual quién ignoró a quien y durante cuando tiempo. - Y además se lo contaste a Seth, lo que lo hacía cien veces más incómodo. - No porque él fuera a opinar sobre el tema, lo que piense de mí me entra por un oído y me sale por el otro - como he dejado claro en varias ocasiones -, sino por el simple hecho de que estuvieran hablando de mí estando borrachos. - ¿Alguien más que debería saber? - Por alguna razón mis cejas se alzan con aire divertido, cuando para ser realistas no me haría mucha gracia que Eowyn o cualquier otro lo supiera solo por el espectáculo que podría montar la primera, y mucho menos mi hija que, por mucho que quiera creer lo contrario, a sus trece años ya debe conocer los distintos significados de la palabra sexo. Aunque de donde lo sacaría ya es otra cuestión, yo jamás se lo expliqué.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Créeme que no quieres verlo — digo casi de inmediato con la risa a punto de asomarse entre mis labios, a pesar de que la contengo lo mejor que puedo — y tampoco me quieres escuchar cantar — Nunca he sido bueno con muestras artísticas. No se me da bien ni el canto, ni el baile, ni el dibujo, ni siquiera los instrumentos. Intenté tocar la guitarra durante una época y se me da lo suficientemente aceptable como sucede cuando pasas horas practicando, pero es lo único que puedo señalar. Jamás me he considerado una persona talentosa para absolutamente nada.

La miro con desconfianza cuando afirma no saber cocinar lo que me lleva rápidamente a la resolución de que me está mintiendo; quizá no es una chef, pero todos sabemos hacer al menos fideos — ¿Y cómo ha sobrevivido Murph hasta ahora? — bromeo, en especial porque jamás la vi desnutrida, aunque tengo que admitir que desde que viven conmigo me he dado cuenta que estoy totalmente desacostumbrado a esto de tener que cocinar para muchos, más allá de que nos turnemos. Solía tener un montón de bocadillos que sobraban que ahora mismo ya no existen y me llenan de desilusión cada vez que quiero picar algo. Levanto mi taza en su dirección como si estuviera brindando y alzo un hombro — Haré lo que pueda en mis pocas capacidades mentales — que son básicamente nulas, pero yo no me voy a quedar sin galletas. Ignoro por un momento que eso significa pasar tiempo juntos haciendo alguna actividad.

Me alegra que se sienta cómoda con algo, en verdad lo hace, así que le sonrío con un movimiento positivo de la cabeza sin importarme mucho por el uso de mi ropa. Ni hablemos de que Ava lleva quitándome chaquetas y camisas hace años, así que estoy básicamente acostumbrado — Te traeré lo que quieras, excepto bombachas — y ahí va, otra broma que no debería tener lugar, aunque lo disimulo riéndome como si de verdad estuviese cómodo a pesar de que ahogo mi risa con un cacho de pan que me meto en la boca. Creo que acabo de parecer bipolar.

Sé que es un tema delicado pero no me esperaba esa reacción, así que dejo caer el pan casi del susto cuando ella exclama como si la hubiese acusado de brujería durante el año 1600. Por algún motivo me quedo estático, con los ojos abiertos de par en par mientras ella se explica, aunque confieso que el que no me odie me hace respirar con cierta tranquilidad. No sé por qué me importa lo que ella piense de mí cuando jamás hemos sido cercados, pero llevarme mal con Alice jamás ha sido algo de mi interés. Sin embargo, el pequeño factor de que prácticamente elogia mis acciones de esa noche me produce un nerviosismo anormal, haciéndome sentir un ligero calor que se trepa por mi cuello hasta mi rostro, cosa que intento disimular removiéndome en mi sitio y dedicándole una rápida sonrisita de lado — Conociéndome, estando borracho fue la única manera — intento bromear — Jamás se me ha dado bien... ya sabes. Todo el asunto — quizá en el acto pierdo toda la posible timidez, pero no soy un experto en llevarme mujeres a la cama. Quizá he recibido burlas por ello si consideramos la poca actividad que hay en el distrito, pero la única persona con la cual he tenido una relación sexual propiamente dicha es Eowyn en todos mis años de vida. Por un momento pienso en Ava y mis ojos se van directamente al sofá,  aunque un extraño retorcijón en el estómago me hace bajar la mirada; lo que ha pasado hace unos pocos días todavía me deja incómodo, en especial por lo débil que he sido.

Su acusación me hace mirarla con cierta confusión hasta que me río por lo bajo, encogiendo un poco mi tamaño entre mis hombros como si me hubiese atrapado en medio de algo sumamente incorrecto e infantil — No quise contárselo. Solo se me escapó. Ya sabes como soy ebrio — le agrego con divertido sarcasmo. Es increíble como el ver que sonríe, ya no tan tensa, produce que yo mismo pueda relajarme y vuelvo a desparramarme en la silla, estirando mis pies bajo la mesa y tocando accidentalmente los suyos, por lo que los aparto — Perdón — digo nomás, aunque su pregunta me hace reír — Depende. ¿Te interesa que alguien más lo sepa? — le pregunto con gracia, jugando con mis pulgares entre sí con ligeros golpeteos en mi pecho, demasiado cómodo en el apoyo de la silla — No tengo que darle explicaciones a nadie. Soy un adulto libre y tú también... ¿O no? — quizá en el momento fue algo que consideramos incorrecto y accidental, pero si ella no me detesta... ¿Fue realmente malo? Lo disfrutamos. ¿O no?

El pensarlo me trae de inmediato el recuerdo del sabor de su boca y automáticamente mis ojos bajan hacia ella una fracción de segundo, tratando de borrarme de la cabeza los recuerdos de esa noche. Son recuerdos torpes, pero tengo gravado el contacto de piel contra piel, el roce de las sábanas de su cama y los suspiros que parecían aturdirme, lo cual hace que me frote el mentón  en un intento de contener la inquietud que me provoca. Al final, hago un ruidito con la lengua que parece ser un chasquido — Dijiste que tratabas de entenderte. ¿Lograste hacerlo? — acabo preguntando, no muy seguro de querer saber la respuesta — Podemos simplemente fingir que nunca pasó, Al. Quizá así es más fácil para ambos continuar con nuestras rutinas — y me encojo de hombros como si fuese la solución más fácil. Tal vez estoy demasiado acostumbrado a personas como Eowyn, pero siempre ha sido el modo más fácil de evitar cualquier fastidio sentimental. Desde que Amelie no regresó por mi culpa, jamás me he fijado en una persona más de dos veces.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
El tema del baile queda olvidado en lo que suelto una risa y dejo de insistir, ahogado en parte por su pregunta. Provoca que vuelva a reírme, esta vez entre dientes, sin pensar realmente la respuesta, segura de que si me pongo a analizar como he conseguido criar a una hija puedo llegar a la conclusión de que la mayor parte del trabajo la ha hecho ella sola. La independencia fue algo que dejé claro que quería que tuviera, probablemente por el recelo que tengo hacia las personas y su incapacidad de permanecer en un sitio durante un tiempo prolongado. Al fin y al cabo, depender de alguien siempre te hace más débil, crees que van a estar ahí para siempre, dispuestos a hacer lo que sea por ti, cuando en realidad no es más que una mentira que todos quieren creer. - Eso mismo me pregunto yo todos los días. - Bromeo porque es la única forma que tengo de no ponerme a pensar en otras razones. - A base de pasta, verduras, los bocadillos de mermelada son mi especialidad. - Hago un gesto con mi mano como si estuviera untando con un cuchillo y luego hago chocar ambas palmas para demostrarle que es la cosa más fácil del mundo y que por eso se me da bien, encogiéndome de hombros segundos después.

Mis mejillas se alzan levemente cuando sonrío hacia abajo con la mirada agachada, en parte por su comentario en parte por la forma en la que se ríe de seguido. - Nada de eso... - Murmuro mientras uno de mis dedos acaricia la superficie de la mesa, pensativa. - En realidad, estaba pensando si... La próxima vez que vayas, puedes llevarme contigo. - Hablo de forma pausada, lo que puede llegar a producir confusión, por lo que termino de aclararme. - No es por antojo, necesito comprobar una cosa y prefiero hacerlo en persona. - Mis ojos vuelven a posarse en su figura tras un tiempo de observar el movimiento de mis dedos e inmediatamente dejo de moverlos. - Nadie me reconocerá. - Por la forma en la que lo digo y muevo mis cejas parezco una niña pidiéndole un caramelo, cuando en realidad no puede decirme que no, han pasado quince años. Jamás he pisado Neopanem desde que llegué aquí, no sé si por miedo o por cualquier otra cosa, pero estoy segura de que muchas cosas cambiaron, y con eso también incluyo personas. - Entendería que te negases. - Acabo por soltar apartando la vista de él y volviéndola a posar sobre mis manos, que han pasado a rodear la taza.

Tengo la necesidad de morderme el labio inferior cuando escucho el sonido del pan chocar contra la mesa, que puedo oír a causa del silencio que se forma en la habitación de un momento para otro. Su triste confesión me sirve como excusa para soltar una risa nerviosa y cargada de vergüenza ante su reacción. - Todo el asunto. - Repito con un ligero retintín en la voz provocado por la gracia que me hace que considere tener esas facultades solo cuando está ebrio. Aunque no es como si yo pudiera juzgarle, de los dos creo ser la menos indicada para hablar de relaciones, que vienen siendo prácticamente nulas. Me siento entre alagada y avergonzada cuando afirma que conozco como se comporta borracho, a pesar de que soy la primera que opina que el lado más honesto de alguien se saca cuando bebe demasiado. - No creo que a nadie le importe lo que ando haciendo con mi vida personal, así que no. - Tan triste como pueda sonar lo mejor de eso es que nadie te da problemas. El choque de sus pies con los míos hace que los lleve debajo de la silla, para segundos más tarde elevar una pierna por encima de ella de forma que la rodilla queda a la altura de mi torso y pueda abrazarla con el brazo derecho. - Somos adultos, sí, aunque a veces no nos comportemos como tales. - Reconozco. Muchas veces pienso que Murphy es mucho más responsable que yo en todos los aspectos.

Entrelazo los dedos de ambas manos y las coloco sobre mi rodilla para posar mi barbilla sobre estas una vez encuentro la posición más cómoda de mi cabeza y acabo por ladearla ligeramente. Abro los ojos junto con un pequeño movimiento hacia arriba de mis hombros ante su repentina curiosidad. - Intentar comprenderme es como tratar de entender por qué el mundo da vueltas mientras que nosotros estamos parados. - Suelto en forma de chiste a la par que se me escapa una risa sorda. - Todo lo que hago tiene sentido en mi cabeza pero nunca llego a encontrar una explicación lógica. ¿Entiendes? - Ni siquiera sé de donde sale la confianza para hablar de mis sentimientos con Ben. - Qué sé yo. Se me da fatal esto. - Problema colateral de no contar lo que siento con regularidad. Realizo un largo suspiro que termina en mis dientes apretando la parte interna de mis mejillas.

Me relamo los labios para evitar continuar ejerciendo presión sobre mi propia carne antes de pararme a pensar en lo que dice. - Pero pasó. - Murmuro simplemente posando mis ojos claros sobre los suyos, que desde la perspectiva en la que estoy puedo observar hasta el más mínimo movimiento de su rostro, lo que me ayuda a la hora de tratar de averiguar lo que piensa. Soy una experta en fingir que nada pasa o en olvidar cosas que no quiero recordar, pero eso conlleva no volver a ver lo afectado por el resto de mi vida. No puede pedir sin más que finja que lo que pasó entre nosotros no fue nada porque como ha dicho él, vivimos en la misma casa y tenemos que vernos las caras todos los días. Y es que ese es el problema, que no puedo mirarle sin que se me venga a la cabeza el recuerdo de sus manos sobre mi cuerpo o la sensación de su respiración juntarse con la mía. Es extraño porque no tengo la menor idea de lo que significa y me odio por ello, al fin y al cabo los dos estábamos borrachos y nuestras acciones bajo los efectos del alcohol. ¿Pero eso lo hace menos real?
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Se me escapa una risa fuerte, alta y sincera ante la mímima del bocadillo y la mermelada, echando un momento la cabeza hacia atrás por impulso y acabo haciendo un gesto de "ok" con los dedos pulgar e índice. Pero entonces la charla toma un camino que no me esperaba, en parte porque por un momento estoy distraido viendo como juega a acariciar la mesa y por otro lado porque cuando tira de la nada que quiere venir conmigo, creo que la miro como si acabase de decirme que la Tierra gira alrededor de Marte. Silbo largo y tendido hasta que me doy cuenta del tirón en mi frente que me obliga a relajar las cejas — Se te pegó la venita del riesgo... ¿No? — digo solo para molestarla, ladeando mi cabeza hacia un costado mientras mis cejas se arquean como si estuviera asombrado por su decisión, hasta que entorno la mirada con una sonrisa buscona y torcida, casi retándola a que se vuelva una cobarde y se eche para atrás — Si soportas el peligro que conlleva ir a Neopanem con el doble de seguridad, te llevaré conmigo. Solo si me haces caso en todo lo que te diga y no sales de abajo de la capa de invisibilidad — más manos, por lo tanto más rapidez para buscar cosas útiles, pero más difícil de meter dentro del país. Es un riesgo, pero si lo hacemos bien, no veo por qué negarme a su petición.

Intento ignorar que le causa gracia mi definición de mi vida amorosa y sexual y le quito importancia con un gesto de la mano, sabiendo de primera mano que tenía razón sobre que a nadie le importa si nos acostamos o no. Suelto un "pff" que me hace temblar los labios como un caballo cuando se burla de nuestra poca capacidad de adultez, chequeando su nueva postura que me sorprende que consiga meter del todo en la silla; con mi tamaño subo las piernas y ya me caigo.  — No lo veo tan complicado. Las mujeres son jodidas pero creo que todos tenemos eso de encontrar cosas lógicas en nuestra cabeza y que salen para la mierda cuando intentamos expresarlas — a mí por lo menos se me da fatal. Siempre he sido de esas personas que no pueden hablar de sus sentimientos y terminan explotando en el momento más inoportuno posible. Al final, acabo sonriendo con cierta complicidad vergonzosa — Bueno, ya sabemos dos cosas que se nos dan mal. Algo más que agregar a la lista.

Pero pasó. Que remarque eso borra cualquier sonrisa que pueda tener en los labios y me obligo a observar su rostro con un detalle que no utilicé esa noche, hace prácticamente un mes atrás. Alice no se parece en lo absoluto a las otras mujeres con las que he estado, no solo porque ella es castaña sino también porque tiene aspecto de muñeca frágil a pesar de que posiblemente no lo sea. Al final, me doy cuenta de que estoy guardando demasiado silencio y acabo hablando en voz bastante baja — ¿Y es tan malo que haya pasado? — pregunto. Sé que ha dicho que no estuvo mal y que no me odia, pero quitando eso, no comprendo del todo por qué no podemos seguir siendo nosotros mismos. Una noche de sexo no te cambia la vida, al menos que desemboque en un hijo no deseado. O quizá sí. No lo sé. Jamás lo había visto de esa manera.

Sé que voy a odiarme por esto, pero termino colocando mis brazos sobre la mesa y me inclino hacia delante para verla mejor, decidido a que me preste toda la atención de la que es capaz a esta hora de la mañana — ¿Qué es lo que te incomoda exactamente? — le pregunto con voz pausada, tratando de leerle las expresiones a pesar de que dudo conseguirlo — ¿Haberte acostado conmigo o que alguien se haya metido en tu cama? — y le sonrío, porque entre nos, creo que los dos podemos decir que es obvio que no recuerdo haberla visto con alguien más que Seth desde que nos conocemos. Y poco tiempo no ha pasado.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Se me revuelve el estómago en cuanto sale a luz el tema de la cueva de nuevo, recordando por un momento la angustiosa sensación de estar atrapada bajo las patas de una araña gigante y de sus ojos posados sobre mí como si fuera la cena más apetitosa que ha tenido en semanas. Aunque lo más probable es que fuera así. Cruzo dos de mis dedos en señal de promesa ante sus indicaciones a pesar de que sabe que no tengo diez años ni las ganas de meterme en un lío. Hay demasiadas cosas en juego como para ponerme a hacer lo que se me antoja como acostumbro a hacer.

Suelto un suspiro cansado cuando dice que las mujeres somos complicadas, ¡como si ellos no lo fueran! No quiero hacerme la entendida en el tema, de hecho, mi experiencia con los hombres puede rebajarse a dos o tres como mucho, lo cual no me proporciona una buena base informativa, pero tampoco hace falta conocerles mucho para saber que lo tienen igual de difícil para expresarse que nosotras. Ellos por esconder sus sentimientos y nosotras por gritarlos de golpe, aunque en mi caso puedo ser ambas dependiendo de la situación. Me hace gracia que mencione lo de la lista a pesar de que sé que no lo dice de manera literal, pero de alguna forma ese detalle provoca una sonrisa tímida ante la extraña posibilidad de poder conocer más sobre él. ¿Desde cuando me ha preocupado a mí eso?

Aprieto mis labios ligeramente unido con la sensación de que si arrugo más la frente mis cejas van a pasar a formar una sola. Que no sepa responder a su pregunta me desconcierta por dentro  y por fuera. - No he dicho eso. - Murmuro sin ser consciente de si en verdad lo mencioné y me he olvidado, o de si jamás dije nada parecido. - Solo digo que... - Me callo inmediatamente después de darme cuenta de que he abierto la boca más para no dejar que la conversación termine en silencio que por tener algo que decir en realidad. - Estábamos ebrios. - Suelto por fin como si eso fuera excusa suficiente para dejar de hablar de sentimientos porque está claro que a ambos se nos da tremendamente mal y no deseo ver a donde va a parar la conversación si nos ponemos a sincerarnos los dos.

Su pregunta me trae de sorpresa aunque muy en el fondo puedo admitir que me la esperaba y todos los músculos de mi cuerpo se tensan por unos segundos. Lo que no me esperaba es la forma en la que me dice lo siguiente, con esa sonrisa socarrona que puedo observar a la perfección gracias a su cambio de postura. Evito que mi rostro cambie de expresión a pesar de que tengo la manía de expresarme más con los gestos de mi cara que con palabras. Bajo la rodilla de la mesa y apoyo mis brazos en la mesa imitando su posición tras un tiempo de estar petrificada en mi sitio mirándole. - ¿Y a ti qué te incomoda? - Acerco ligeramente mi cuerpo hacia el suyo justo como ha hecho él. - ¿El haberte acostado con las dos mujeres de esta casa o que una de ellas sea tu hermanastra? - Le sonrío con suficiencia imitando su gesto. No soy cotilla, pero que no lo sea no significa que no oiga los chismes cuando los van gritando por el distrito como si de un anuncio se tratara.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Que recalque el hecho de que estábamos ebrios me hace estallar en risas que, a juzgar por el movimiento que persivo en uno de los rincones de la casa, han despertado a la anciana Gigi. Mi mascota lanza un quejido al desperezarse y se levanta para meterse dentro del dormitorio, como si allí pudiese encontrar la paz que ninguno de nosotros le está entregando, pero la ignoro para poder centrarme en Alice y su obviedad — Si no hubiésemos estado ebrios, no estaríamos teniendo esta conversación — remarco como si dijese la verdad absoluta. Ella jamás se había fijado en mí y yo jamás me había fijado en ella hasta esa noche. ¿No? Todo se basaba en un trato cordial, a pesar de que alguna que otra vez le había admitido a Seth que Alice me parecía bonita, aunque era en el contexto de "eres mi amigo y confieso que estuviste con una mujer linda" y no el de "quiero tirármela".

El cambio de postura de Alice es algo que me toma por sorpresa pero intento no demostrarlo en mi cara, aunque bajo un poco la mirada al chequear como su cuerpo se adapta casi en espejo al mío. No sé por qué eso me causa una extraña sensación en el pecho que ignoro para escuchar lo que tiene que decir, soltando algo que no me esperaba pero que, por una fracción de segundo, me hace mover las cejas hasta acentuar la sonrisa burlona — Touché —murmuro al final con cierta pizca de gracia en la calma voz, más divertido con su respuesta que con la idea de que los chismes de Eowyn han llegado hasta sus oídos. No me molesta que Alice lo sepa, pero sí lo hace la falta de privacidad sobre asuntos que deberían ser solamente de a dos — ¿Te importa? — pregunto, entornando los ojos como si quisiera estar completamente atento a lo que tenga para decirme — Si te interesa saber, Ava y yo nos acostamos una sola noche hace años. Lo que Eowyn vio fue un pequeño momento de debilidad — no hubo orgías ni tríos ni siquiera sexo como Eowyn hizo que sonara, lamentablemente para mí — Ya sabes como es. Dale una vaca manchada de pasto y ella dirá que encontró un dragón.

No sé como lo hago, pero puedo decir que me mantengo sereno al explicar lo que ha ocurrido con mi hermanastra porque creo que, como adulto, no he hecho absolutamente nada malo. Que las dos hubiesen terminado viviendo bajo mi techo fue una ironía estúpida del destino y no me siento orgulloso de decir que he estado con ambas — No me enorgullece la idea de haber estado con mi hermanastra. Lo que pasó fue algo que en su momento me cuestioné y por eso no volví a estar con ella, aunque bueno... — me encojo de hombros y por primera vez, bajo la vista hacia uno de sus codos, a pesar de que no me alejo de ella ni cambio de posición — No tengo excusa para lo que pasó el otro día.

¿Quise acostarme con ella? Claro. ¿Me arrepiento de lo que estuvo a punto de pasar? No, solo de que Eowyn lo descubriera. ¿Cómo me siento con haber estado con las dos mujeres de esta casa? No lo había pensado hasta ahora, pero no puedo decir que es algo que voy a estar gritando a los cuatro vientos — Son dos personas diferentes y fueron dos sensaciones diferentes. No me arrepiento de estar con ella y tampoco me arrepiento de estar contigo — y triste, pero pronto me doy cuenta de lo honesto que estoy siendo, así que levanto los ojos para toparme con los suyos mucho más cerca de lo que hubiese esperado — ¿Ahora vas a ser sincera conmigo o voy a tener que sacarte la verdad con más alcohol? Eso se me da bien, otra cosa que puedes anotar.
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Su risa me desconcierta al nivel de alzar ambas cejas sin saber si debería reírme con él o dejar que lo haga por sí mismo ante la obviedad de mis palabras. Sigo sus ojos en cuanto percibo que algo ajeno a nosotros se está movimiendo a escasos metros de la mesa para comprobar la presencia de Gigi, de quien no me había percatado hasta que ha decidido cambiar de sala. No me paro a observarle hasta que decide alzar la voz, analizando su simple aclaración como si fuera algo que no puedo llegar a comprender del todo. Sí, estábamos ebrios. Para mí es suficiente excusa como para justificar mis acciones, ¿aunque realmente lo es? Quiero decir, he estado borracha más veces de las que me gustaría admitir, pero de todas esas veces puedo asegurar que siempre he sido consciente de lo que hacía y si hubiera querido no hacer algo, no lo habría hecho. Puede que el beber de más me proporcione ese impulso que necesito para hacer las cosas que estando sobria soy incapaz de llevar a cabo. Esa conclusión me hace pensar en si de verdad el haber estado borracha justifica lo que hice.

Mis labios definen una sonrisa de victoria cuando él mismo admite no encontrar ninguna respuesta a mi pregunta, lo que por una parte me produce curiosidad y por otra nada más que satisfacción. Cuando se turnan los puestos y soy yo la que no sabe como responder, acudo al único recurso que conozco. - ¿Por qué debería hacerlo? - Pregunto elevando la mirada para observar sus ojos claros con detenimiento. - No somos pareja, ni estamos casados, puedes hacer lo que quieras. - Declaro con un ligero retintín en la voz, lo cual me hace dudar entre si de verdad no me importa tanto como quiero hacerle creer. Dejo que mis palabras también se apliquen a su confesión sobre su relación íntima con Ava y que, por alguna razón inexplicable para mí, hace que aparezca una ligera molestia en mis ojos pero que disimulo con un simple pf aprovechando el comentario sobre Eowyn.

- No tienes que dar explicaciones, Ben, mucho menos a mí. - Es lo único que consigo decir cuando comienza a hablar de su 'pequeño acto de debilidad'. Entendería que tratara de explicarse con alguien de su familia o  Seth, mismamente, personas que le conocen lo suficiente como para entender por qué lo hizo, ¿pero conmigo? No tiene la necesidad de justificarse con alguien a la que apenas conoce y yo no soy nadie para juzgarle, por lo que dejo que mis hombros se eleven para reaccionar ante lo que no puedo describir con palabras. Sin embargo, a pesar de la indiferencia que intento plasmar, que se explique conmigo me deja una sensación extraña en el cuerpo que no sabría distinguir entre buena o simplemente rara.

No puedo decir que su sinceridad no me toma por sorpresa porque creía que habíamos dejado claro que a ninguno de los dos se nos daba bien todo ese rollo de hablar de sentimientos, por lo que no puedo evitar morderme el labio inferior debido en parte a la curiosidad repentina que siento ante lo que tiene que decir en parte porque detrás de una confesión viene otra. - Ya te dije que yo tampoco me arrepentía. - Murmuro agachando la mirada hacia mis manos ante la imposibilidad de pensar con claridad si le miro a los ojos. Con eso pretendo ser lo más sincera posible, pero su silencio me indica lo contrario y tengo la necesidad de volver a levantar la vista hacia él. Por desgracia para mí, no pienso cuando hago que la poca distancia que existe entre nosotros se acorte un poco más hasta el punto de casi rozar sus labios, pero en el último segundo mi respiración se corta y tengo que cerrar los ojos. A esto me refiero cuando hablo del impulso que da el alcohol. Y lo peor de todo es que no puedo explicar lo que pasa por mi cabeza mejor que esto.
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Consejo 9 ¾
Obvio que puedo hacer lo que quiera, es básicamente lo que llevo haciendo desde que tengo trece años, pero es obvio que su curiosidad sobre el asunto me obliga a hacer preguntas. Hago una mueca de esas que mueven las cejas y tuercen los labios para indicar un perezoso "ni idea", tratando de no reírme de la obvia actitud defensiva que está teniendo, por no decir que me anda esquivando con descaro — Tú preguntaste, quería saber el motivo — le digo al final. Creo que ha quedado más que claro antes que no somos pareja bajo ningún aspecto.

No creo estar dándote explicaciones, es más bien contarte como han pasado las cosas. No quiero que creas que soy un... — no se me viene la palabra a la boca porque no la encuentro, así que hago gestos con las manos de forma circular y chasqueo los dedos mientras trato de encontrar el modo de explicarme — Bueno, básicamente no quiero que pienses que me ando acostando con todo el mundo por diversión o algo así — si podemos considerar "todo el mundo" a tres personas, de las cuales una es ella, la otra solo se ha acostado conmigo una vez y la restante es Eowyn, que básicamente fue mi único rumbo seguro desde que perdí mi virginidad. Tengo treinta años, hay gente que a los veinte tiene el triple de historial que yo; no puedo alardear de absolutamente nada si algo así me interesara en lo absoluto.

Sí, ya dijo que no se arrepentía, lo que me hace mirarla de forma examinadora por un segundo — eso no responde a mi pregunta —le digo lo más tranquilo posible. Alice se ha esforzado por crear una barrera a su alrededor los últimos años y jamás entendí precisamente el motivo, pero siempre he creído que se está perdiendo de mucho y ahora me doy cuenta que también yo no he tenido la oportunidad de pasar tiempo con alguien que, curiosamente, me agrada. Hubiera dicho algo al respecto si no fuese porque se mueve y repentinamente sus labios están demasiado cerca de los míos.

Se detiene y yo me quedo de piedra, algo aturdido por una acción que no esperaba pero que si hubiese prestado atención a la postura de nuestros torsos lo hubiese visto venir. Ella cierra los ojos como si se arrepintiera de ese momento de debilidad y yo aprovecho la cercanía para ver tanto sus mejillas, demasiado rosadas en contraste con su piel pálida, la curva de su nariz y lo carnoso de su labio inferior. Debería ponerme de pie y marcharme para no complicar más las cosas pero no lo hago, sino que me siento aferrado a la silla y a la mesa, dejando pasar los segundos que parecen siglos en completo silencio. Entonces parece que la gravedad me gana y me inclino hacia ella, ladeando un poco la cabeza para poder besar con suavidad sus labios.

Tiene sabor a café, pero no sé si es por su culpa o la mía, y mis labios se mueven contra los suyos con una parsimonia que hace mucho tiempo no percibo en un beso. Ni me doy cuenta de que mi mano derecha va hasta su mejilla y rozo el pulgar alrededor de su pómulo, bajando las caricias de dedos extendidos por el contorno de su mandíbula y algunos mechones de su pelo, hasta llegar a su cuello. Es allí donde me detengo, frenando el contacto de nuestras bocas con un suave suspiro que muere en sus labios a causa de la cercanía y sin poder contenerme, sonrío vagamente, abriendo un poco los párpados para encontrarme con ella en poca distancia. No sé exactamente qué fue eso, pero no voy a decir que no lo haya disfrutado — Eres una de las personas más raras que he conocido, Al — aseguro en un murmullo bajo, grave pero con cierto cantar que indica que estoy bromeando, bajando la mirada al modo en el cual mis nudillos remarcan su clavícula y pasean hasta su brazo — Pero no quiero hacerte la vida imposible mientras tengamos que convivir. Esto puede morir aquí, como gustes, solo que... — no tengo idea qué es lo que voy a decir a continuación así que lo dejo en el aire y hago una mueca que deja bien en claro que básicamente, yo no lo quiero dejar morir. ¿Por qué? No tengo idea, pero quizá tenga que ver con esa extraña sensación de que se siente prácticamente bien. Demasiado bien.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
- Mera curiosidad. - Respondo ante la incomodidad que me hizo tener que hacerle la pregunta sobre Ava, a pesar de que a estas alturas de la conversación esa incomodidad de la que hablo apenas tiene hueco en mi actitud. Mi propia respuesta me da rabia porque de no haberme acostado con él, jamás habría mostrado el más mínimo acto de curiosidad. O quizás sí, pero no hubiera sido por el mismo motivo y desde luego no habría tenido el mismo efecto en mí que en estos momentos. Pero ahora no puedo evitar que en mi cabeza se formen preguntas acerca de porqué pasó lo que pasó, a pesar de que no merezco la explicación que me da.

Observo sus gestos con ligero interés hacia como trata de mover las manos para explicarse, sin encontrar nada más que blanco y mi propio silencio. Permanezco callada porque es la única forma que tengo de mostrar mi duda. No es que no le crea cuando dice que no se acuesta con todo el mundo, tampoco hay mucho donde escoger si tenemos en cuenta que la mayor parte de los que viven en este distrito ya están casados, sino que me molesta el hecho de que quiera hacerme creer que lo de Ava, o mismamente lo que pasó conmigo, no fue más que un desliz. Y sí, hasta ahora no me había dado cuenta de que me molestaba. ¿Por qué me molesta? No lo sé, en teoría no debería, pero por alguna razón ajena a todo lo que quiero creer que soy, lo hace de una manera que no puedo explicar con palabras.

Mantengo los ojos cerrados durante el tiempo que transcurre entre el silencio y el sonido de nuestros labios pegarse, por alguna razón esperando esa reacción. Me vuelve a invadir la misma sensación de flaqueza en el cuerpo que cuando me besó la primera vez, sorprendida ante el propio recuerdo después de tanto tiempo y alcohol. El tiempo a nuestro alrededor permanece frío al movimiento de sus labios contra los míos, lo que me hace ser incapaz de despegarme de él ante sus caricias. Incluso segundos después de que aparezca una ligera separación entre nuestros rostros, mi respiración aún busca que se mezcle con la suya de manera torpe. - Vas a hacer que pierda la cabeza. - Reconozco en un leve murmullo, sin saber si me refiero a que el hecho de apenas conocerle provoca que quiera saber más de él o si es su tacto lo que me obliga a reaccionar de esa forma.

Se me escapa una sonrisa boba ante el uso de esa palabra, a lo que solo puedo responder con un pequeño suspiro lento sobre su boca. Jamás se me habría ocurrido definirme a mí misma como extraña, sino más bien reservada o simplemente cerrada a este tipo de trato que llevo esquivando por un tiempo que ahora reconozco como demasiado largo. Su voz llega a mis oídos como si estos estuvieran taponados, sin llegar a escuchar bien lo que dice. Sin embargo, a mi cabeza llega suficiente información como para hacerle callar con la proximidad de mis labios. Me tomo mi tiempo en saborear el dulce sabor de sus labios, ese que hasta ese insante no me he dado cuenta de que quería, antes de separarme de su boca pero no de su frente, la cual permanece pegada a la mía junto con el roce de su nariz. - ¿Qué significa esto para ti, Ben? - Consigo susurrar en una respiración entrecortada. Con esa simple pregunta pretendo averiguar si lo que pasó con Ava no fue más que un momento de debilidad como lo podría haber sido esto mismo o si de verdad siente algo diferente. - Porque yo sé lo que significa para mí, y no tiene nada que ver con dejarlo morir. Solo necesito que seas sincero en cuanto a lo que va a pasar, incluso si yo no lo he sido hasta ahora. - Añado sin moverme de esa posición pero pasando a analizar el movimiento de sus ojos. Porque sí, me ha contado cómo ocurrió lo de Ava, pero no si eso también quiere dejarlo morir o si todo lo contrario.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
¿Perder la cabeza? Me río entre dientes de una manera que me hace vibrar el pecho, aprovechando ese instante para recuperar el aire perdido — ¿Recién ahora? — bromeo, enroscando un momento uno de mis dedos en un mechón de su pelo hasta envolver una de mis yemas y soltarlo como si estuviese buscando formarle un bucle. No sé ella, pero ser víctima de este tipo de situaciones es algo completamente nuevo para mí. Jamás he tenido problemas de mujeres, a excepción de esa vez donde Zyanelle y Amelie se me mezclaron cuando era solamente un niño y no cuenta. Eowyn fue demasiado simple y Ava… bueno, no tuvimos contacto después de lo que pasó porque ambos sabíamos que había sido un error. Sí, como adulto es la primera vez que intento ponerle un nombre a una situación de este estilo y no estoy seguro de querer hacerlo.

Ese segundo beso me toma por sorpresa y lo regreso con una torpeza propia del desconcierto, como si nuestros labios chocasen en un apresurado encuentro que me roba una risa ligera, la misma que se apaga suavemente hasta resumirse en una suave mueca ante su repentina pregunta. ¿Sinceridad? He estado siendo honesto hasta ahora, pero parece que no es suficiente. Dejo caer la mano que se encargaba de acariciarla y la deslizo por la mesa hacia mí, hasta terminar escondiéndola debajo de la mesa — No lo sé — confieso. Me pongo de pie con una rapidez que no hubiese creído propia para la situación y aprovecho a abrir las ventanas con la idea de ventilar la casa, como si esa tarea tuviese que ser realizada en este momento y no luego, aunque el caminar me sirve para pensar mejor. Quedarme quieto es algo que jamás se me ha dado bien — No creo que pueda saber qué significa con solo una noche. ¿No crees? Las cosas no se definen tras una noche de borrachera — intento hablar lo más tranquilo y suave posible para que me entienda y me giro en su dirección tras abrir la última ventana, dejando entrar el sonido de las aves que pueblan el árbol más cercano — Me agradas, Al. Me siento cómodo. No sé que espero de esto, pero me gustaría poder averiguarlo. ¿No?

Siempre he creído que así suceden las cosas. Pasan, las dejas fluir y luego ya ves lo que nace de ahí. Somos grandes, ya dejamos atrás hace mucho tiempo la etapa de “¿Quieres salir conmigo?” y tomarse las manos. Las cosas se desarrollan o no, creo que esa es la clave de crecer; si tiene que suceder, lo hará por su cuenta y no hay que pensarlo tanto. ¿Cuándo fue la última vez que me puse a analizar una de estas cosas? Ni con Ava fue tan difícil; nos mandamos la cagada y ahora solo queda afrontar las consecuencias. ¿Por qué parece tan diferente con Alice? ¿Y por qué?

Me froto las manos como si quisiera sacarme el polvo de las ventanas a pesar de que no estoy seguro de que hubiese alguno y camino con lentitud hacia ella, hasta apoyarme en la mesa justo a su lado, dándole golpecitos con los dedos en el borde del mueble. Me relamo los labios, esos que todavía saben a ella, hasta que le doy un suave toque en los nudillos con mis dedos — Dijiste que sabes lo que significa para ti. ¿Me iluminarías las cosas?
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Me quedo con las ganas de darle un leve codazo cuando bromea de esa manera, pero debe de ser el movimiento circular de su dedo sobre mi pelo lo que me hace no dejar de observar ese gesto como si fuera algo que jamás hubiera visto. Aunque no puedo decir que no me saque una pequeña sonrisa cómplice. No sé si el trato con Ben es lo que me ha hecho querer cambiar mi forma de ser, o si simplemente he pasado demasiado tiempo con los ojos cerrados como para percatarme de lo que me he estado perdiendo, pero está claro que ahora no es momento de arrepentirse por las acciones que tomé hace tiempo. Más que nada porque si me pongo a pensar en ello, probablemente acabe dándome cuenta de la poca experiencia que tengo con los hombres como para meterles a todos en el mismo saco de culpabilidad.

No sé si me sorprende más que no sepa como responder a mi pregunta o que se levante de forma tan brusca, provocando que permanezca aturdida por el cambio de postura durante unos segundos. Le observo moverse por la habitación y abrir ventanas con un interrogante marcado en el rostro, apoyándome ligeramente sobre el respaldo de la silla. - No me refiero a eso exactamente, sino a todo esto. - Digo alzando las manos para definir una esfera en el aire como forma de abarcar en un mismo grupo a lo que significa tener que abrirse a una persona. - Porque yo solo sé que me aterra el tener que cambiar lo que soy, o lo que he sido durante estos últimos años. - Puedo asegurar que es la primera vez que admito en voz alta que hay algo que me produce terror y que no tiene nada que ver con lo físico. - Pero quiero hacerlo. - No pretendo desinflar de golpe la burbuja que he estado construyendo durante un largo período de tiempo, pero no veo factible que podamos seguir conociéndonos sin que yo haga desaparecer ese obstáculo. Lo que por conexión me da a pensar en el trabajo que eso conllevará y  que, de no ser por lo que dice a continuación, estaría dispuesta a aceptar que nadie tiene tanta paciencia como para esperar a que se desvanezca.

Por alguna razón mi figura se encoge en lo que mi torso se inclina levemente hacia atrás cuando veo su cuerpo acercarse. Mis ojos siguen sus movimientos incluso antes de que sus dedos rocen mi mano, posándose en los suyos en cuanto su voz llega a mis oídos. Retiro un mechón de pelo detrás de mi oreja a la vez que suelto un pequeño suspiro que hace que baje la mirada inconscientemente a mis manos. - Hace tiempo que no hago esto, Ben, todo el rollo de abrirse a una persona, llegar a conocerla, no es lo mío. No entiendo por qué ahora es algo que no quiero rechazar, y que incluso estoy dispuesta a intentar. Pero sé que soy complicada y que puedo estallar en cualquier momento, por eso no espero que todo vaya sobre ruedas. No funciona así. - Toda esta sinceridad me viene demasiado grande, lo que se puede comprobar por la forma en la que mis palabras salen disparadas de mi boca, en desorden y a carrerilla.  - No sé por qué, ni cómo, pero siempre acabo fastidiando las cosas de una manera o de otra. - Con el tiempo he llegado a la conclusión de que todo lo que me pasa no es por culpa de las personas a mi alrededor, sino por mi propia existencia. Aunque también existe la posibilidad de que los astros se alineen solo para reírse de mí, lo cual puede ser una opción bastante acertada. Me muerdo la parte interior de mi mejilla para evitar sincerarme más de la cuenta, levantando la mirada hacia él después de haber estado observando los movimientos nerviosos de mis manos mientras hablaba.
Alice D. Whiteley
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Intento pensarlo desde su punto de vista cuando señala la habitación en general y me pregunto como será el catorce visto desde sus ojos. Cuando me encontré con Alice hace todos estos años allá en el bosque yo ya había aceptado, abrazado y adoptado nuestro modo de vida, pero creo que nunca la he visto hacerlo.  — ¿Te refieres a ser simplemente la médica?  — pregunto, sonriendo con desgano. Sé que Seth más de una vez la ha llamado así y es hasta tonto, porque no es nuestro problema, pero creo que ya era hora  — ¿Alguna vez fuiste al lago oculto?  — le pregunto casi de repente  — Está en los bosques exteriores. Es como un pequeño manantial donde Seth y yo íbamos a comer o fumar cuando éramos más jóvenes para que nadie nos moleste  — lo habíamos descubierto por accidente y algunos de nuestra generación adoraban ir allá, pero creo que nunca vi a Alice en ese lugar, así que no estoy seguro  — Si quieres, algún día puedo llevarte. Así vas conociendo cosas que te has perdido.

No me pasa por alto que cambia de postura cuando me acerco y ruego que no haya creído que me voy a lanzar sobre ella, aunque su nuevo aire me tranquiliza y me permite quedarme en mi lugar en una postura pacífica, escuchando lo que me dice hasta que dejo salir una risita  — No te he pedido casamiento, Al  — le digo con gracia. Yo tampoco espero nada específico, solamente que podamos estar cómodos y tranquilos con nosotros mismos y ser capaces de disfrutar una compañía que no pensé que podríamos encontrar en el otro. Muevo la cabeza insistente y negativo, agachándome hasta quedar de cuclillas frente a ella en un intento de buscar su mirada para que me escuche y ver si, de una vez por todas, deja de preocuparse  — No espero que fastidies nada. No hay mucho que fastidiar  — le explico con suavidad  — No tienes promesas que cumplir porque no quiero que me hagas ninguna y no hay que tener miedo de nada porque no hay ninguna amenaza. Solo somos dos personas que disfrutan de su compañía. ¿Y qué hay de malo en eso? Si hay algo que aprendí con todo lo que me ha pasado, que la vida hay que vivirla y ver qué pasa antes de que se acabe y te la pierdas  — siempre me he sorprendido en situaciones donde no me imaginaba, así que aprendí a no esperar nada específico. Costó, pero hasta aquí he llegado.

Por alguna razón relacionada a mi incidente el otro día con la rubia chismosa del distrito, miro sobre mi hombro por un momento a la puerta y paro la oreja en un intento de chequear que nadie va a interrumpir esta situación y le doy un pique cariñoso y ligero en la rodilla que tengo más cercana, solo para aflojar las cosas  — No quiero complicaciones. Ya hay muchas cosas por las cuales preocuparse como para eso  — mi tiempo será su tiempo si necesita un modo de conectarse con las personas de este lugar y no voy a sentirme culpable por hacer algo que yo quiero  — ¿Sabes? Cuando me mordieron, me creí un monstruo. Lo sigo creyendo la mayor parte del tiempo  — confieso, haciendo un enorme esfuerzo por no desviar la mirada  — Y en parte por eso me he mudado solo. Aislarme fue la ruta fácil mucho tiempo, pero siempre me termino dando cuenta de que necesito a mis amigos y a mi familia. La soledad nunca ha llevado a nada bueno  — como si fuese un método para convencerla, le regalo una sonrisa ladina y me pongo lentamente de pie hasta quedar completamente erguido frente a ella  — Contigo siento esa comodidad. Y espero que algún día tú también puedas hacerlo.  — al menos, deseo ayudarla a conseguirla. Sin mucho más que decir, tomo una galleta y le doy un mordisco, tendiéndole la mitad que queda, moviéndola frente a sus ojos como si fuese un animal al que quiero tentar.
Benedict D. Franco
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Alice D. Whiteley
Consejo 9 ¾
Transformo el gruñido que está por salir de mi boca en una pequeña mueca. Creo que jamás me molestó que alguien me dijera médica de esa forma porque al fin y al cabo, no he llegado a hacer nada más productivo con mi vida que estudiar medicina. O al menos lo que pude estudiar de ella teniendo en mente las escasas oportunidades que brinda el catorce a la hora de plantearse un futuro dentro de él. - Sí, algo así. - Digo simplemente, seguido de un ligero elevamiento de hombros. - Nunca tuve la necesidad de hacerlo. - Y si la tuve no lo recuerdo lo suficiente como para siquiera contarlo. Sé que está ahí porque rara es la vez que Murph no llegue a casa con el pelo misteriosamente mojado o con un pez enano dentro de una bolsa de plástico, pero no estoy segura de si yo misma podría encontrar el camino hasta el lago sin ayuda de nadie. Aunque algo me dice que no tardaré en descubrirlo. Mi confirmación a su propuesta se resume en un pequeño movimiento de mi cabeza y una sonrisa sincera sin llegar a enseñar del todo los dientes.

De mi garganta sale una risa que camuflo cerrando la boca e impidiendo que salga alguna clase de sonido más allá de un ligero ronquido, en parte por su comentario en parte por la gracia que me provoca su posición después de haberlo dicho. - Cualquiera lo diría. - Bromeo, esta vez dejando que una risa se abra paso entre mis labios. Agradezco interiormente que se agache solo por lo pequeña que me hace sentir el que yo esté sentada, y porque desde esa perspectiva puedo fijarme en detalles que habría pasado por alto de estar los dos de pie. De alguna manera el que hable con la voz tan calmada y con la suavidad que utiliza alguien para explicarle lo más simple a un niño me reconforta, lo cual me hace sentir débil por momentos. - ¿Incluso si no dejas de pegarte piñazos contra ella? - Murmuro con una pequeña sonrisa nostálgica ante la mínima idea de poder disfrutar de algo. Aunque mi voz intenta hacer de ese comentario una broma, el suspiro que lanzo después lo dirige hacia zona dudosa.

La concentración que ha pasado de su figura a mis manos se rompe con el roce de sus dedos sobre mi rodilla, gesto que hace que vuelva a prestar atención a sus palabras después de ese pequeño momento utilizado para asimilar su punto de vista hacia como tomarse las cosas. Me apresuro a cerrar la boca en lo referente a como se siente por ser un hombre lobo porque en ese instante me viene el recuerdo de lo que dije acerca de lo mismo en nuestra noche de borrachera. - Aislarse siempre es más fácil que lidiar con los problemas. - Admito. Hasta ese momento no se me habría ocurrido sentir vergüenza ante tal hecho, pero ahora, con su mirada penetrante, no puedo evitar encogerme en mi sitio. Me aguanto de decir nada más al respecto, sabiendo que si lo hago probablemente acabe sacando a luz todo lo que me he estado guardando durante años. Me limito a asomar una sonrisa tímida pero sincera, dejando que el simple acto de agarrar la galleta que me ofrece y que posteriormente me llevo a la boca, indique que yo también ansío poder encontrar esa comodidad.
Alice D. Whiteley
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