OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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— Entiendo. — el murmullo en su cabeza, no fruto de una locura sino más bien de una batalla interna en decidir si ultimar pequeños detalles al cacharro que tenía delante o si dar por finalizado el proceso arduo que durante semanas había estado realizando, seguía azotándole internamente.
La vida en el distrito catorce había seguido su curso natural desde que había regresado de un emprisionamiento en el que la enajenación duró varios meses de su vida. Aún no se acostumbraba a la multitud y la soledad parecía sentarle mejor que cualquier otra cosa. Pecaba de austero, quizás de demasiado simple y casi que podía verse en su rostro demacrado por el paso de los años cómo los acontecimientos no habían ayudado en lo más mínimo a propiciar una festividad en la que se demostrara plenamente que Elioh Franco ya estaba recuperado. La muerte de su padre había sido un duro golpe pese a que la edad, desgraciadamente, se sabía que pasaba por todas las personas. Si tan sólo una pequeña parte de la población creciese y envejeciera, ¿qué tan justo sería el mundo? El mundo nunca sería justo.
Así pues, ataviado con su manojo de llaves inglesas, varias herramientas propias que todavía conservaba de su taller en el cuatro — el cuál extrañaba en demasía y se había visto a olvidar para centrarse en las tareas de pesca del catorce — y un mono de trabajo lo suficientemente sucio como para dar por entendido que no pasaba horas muertas frente a un montón de piezas metálicas todas las tardes en uno de los pequeños almacenes del distrito, su obra maestra que distaba de ser espectacular pero que serviría para dar una sorpresa estaba ya casi finalizada — Esperaba menos de lo que al final ha resultado ser. — decía en su cabeza, se repetía a sí mismo, esbozando una sonrisa extraviada que se escapó de la comisura de sus labios. Apartó su pelo canoso hacia un lado, herencia de su padre a su edad, y envolvió el pequeño vehículo que había estado armando para Zenda desde que esta había mostrado su interés por la mecánica de su padre. Se le hacía la boca agua y se le llenaba el corazón de orgullo al pensar que había sido capaz de sacar adelante, nuevamente, una familia. Una familia que no se había sentido fracturada en ningún momento pese a las incesantes idas y venidas de Benedict en su odisea hacia la madurez. Todavía se sentía culpable por tantas cosas que había perdido la cuenta. Y eso, en el fondo, seguía doliendo. El mundo nunca sería justo.
Con todo en su sitio, herramientas guardadas y una satisfacción general en el proceso que había llevado a cabo, puso rumbo a la casa compartida donde esperaba, no con total seguridad, que Arleth y Zenda todavía siguieran tras esta haber pasado toda la noche amenazando con hacer flotar la casa. El gusto por la magia estaba presente en el cuerpo de la niña y Elioh, aunque no estaba plenamente convencido, no entendía muy bien por qué. El bramar de varias voces en el interior de la casa lo despertó de su ensoñación y una nueva sonrisa volvió a perderse en su rostro — Estoy completamente convencido de que serás capaz de eso y más, pequeña. — interrumpió a ambas, tomándolas por sorpresa y, dejando un leve beso en la frente de Arleth, se agachó para quedar posteriormente a la altura de su pequeña — no tan pequeña — criatura, aquella que había estado cubriendo el vacío que tantos años se había visto deteriorado tras la perdida de dos ángeles que todavía seguían mirándole desde el cielo — Si te digo que tengo una sorpresa para ti, ¿prometes no gritar? — indicó, severo, para terminar riéndose y restando importancia ante la inquisitiva de Arleth con un gesto de su mano — Tonterías, seguro que Zenda correrá a enseñarte lo que le he hecho cuando lo vea. — encogido de hombros extendió la mano, mirándola a los ojos con el cariño perdido entre sus pupilas.
El mundo nunca sería justo.
La vida en el distrito catorce había seguido su curso natural desde que había regresado de un emprisionamiento en el que la enajenación duró varios meses de su vida. Aún no se acostumbraba a la multitud y la soledad parecía sentarle mejor que cualquier otra cosa. Pecaba de austero, quizás de demasiado simple y casi que podía verse en su rostro demacrado por el paso de los años cómo los acontecimientos no habían ayudado en lo más mínimo a propiciar una festividad en la que se demostrara plenamente que Elioh Franco ya estaba recuperado. La muerte de su padre había sido un duro golpe pese a que la edad, desgraciadamente, se sabía que pasaba por todas las personas. Si tan sólo una pequeña parte de la población creciese y envejeciera, ¿qué tan justo sería el mundo? El mundo nunca sería justo.
Así pues, ataviado con su manojo de llaves inglesas, varias herramientas propias que todavía conservaba de su taller en el cuatro — el cuál extrañaba en demasía y se había visto a olvidar para centrarse en las tareas de pesca del catorce — y un mono de trabajo lo suficientemente sucio como para dar por entendido que no pasaba horas muertas frente a un montón de piezas metálicas todas las tardes en uno de los pequeños almacenes del distrito, su obra maestra que distaba de ser espectacular pero que serviría para dar una sorpresa estaba ya casi finalizada — Esperaba menos de lo que al final ha resultado ser. — decía en su cabeza, se repetía a sí mismo, esbozando una sonrisa extraviada que se escapó de la comisura de sus labios. Apartó su pelo canoso hacia un lado, herencia de su padre a su edad, y envolvió el pequeño vehículo que había estado armando para Zenda desde que esta había mostrado su interés por la mecánica de su padre. Se le hacía la boca agua y se le llenaba el corazón de orgullo al pensar que había sido capaz de sacar adelante, nuevamente, una familia. Una familia que no se había sentido fracturada en ningún momento pese a las incesantes idas y venidas de Benedict en su odisea hacia la madurez. Todavía se sentía culpable por tantas cosas que había perdido la cuenta. Y eso, en el fondo, seguía doliendo. El mundo nunca sería justo.
Con todo en su sitio, herramientas guardadas y una satisfacción general en el proceso que había llevado a cabo, puso rumbo a la casa compartida donde esperaba, no con total seguridad, que Arleth y Zenda todavía siguieran tras esta haber pasado toda la noche amenazando con hacer flotar la casa. El gusto por la magia estaba presente en el cuerpo de la niña y Elioh, aunque no estaba plenamente convencido, no entendía muy bien por qué. El bramar de varias voces en el interior de la casa lo despertó de su ensoñación y una nueva sonrisa volvió a perderse en su rostro — Estoy completamente convencido de que serás capaz de eso y más, pequeña. — interrumpió a ambas, tomándolas por sorpresa y, dejando un leve beso en la frente de Arleth, se agachó para quedar posteriormente a la altura de su pequeña — no tan pequeña — criatura, aquella que había estado cubriendo el vacío que tantos años se había visto deteriorado tras la perdida de dos ángeles que todavía seguían mirándole desde el cielo — Si te digo que tengo una sorpresa para ti, ¿prometes no gritar? — indicó, severo, para terminar riéndose y restando importancia ante la inquisitiva de Arleth con un gesto de su mano — Tonterías, seguro que Zenda correrá a enseñarte lo que le he hecho cuando lo vea. — encogido de hombros extendió la mano, mirándola a los ojos con el cariño perdido entre sus pupilas.
El mundo nunca sería justo.
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Por fin podía respirar y hacer travesuras con tranquilidad, los exploradores habían regresado, heridos, pero había vuelto al distrito y eso era lo importante. No los suministros, no la comida, ni siquiera las plantas medicinales, lo único que le interesaba a Zenda era ver a sus hermanos con vida.
Durante la mañana se la había pasado ayudando a los demás niños con los cultivos y el poco ganado que quedaba luego de la feroz tormenta, sin embargo por la tarde, dedicó varias horas a la lectura del libro que Seth le había prestado para empezar a estudiar la anatomía de los animales. El medico del distrito, le había comentado acerca de lo que podía llegar a hacer si entrenaba y prometió enseñarle a controlar su habilidad si ella ponía empeño y responsabilidad.
Cuando su cerebro no podía interpretar una oración más, recordó que se había saltado el almuerzo culpa de la enorme tarea que supuso recolectar cada una de las pequeñas judías verdes que estaban aptas para el consumo, por suerte se habían salvado de la lluvia, del fuego y ya estaban en el tamaño adecuado.
Guardó con mucho cuidado su preciado cuaderno de texto debajo del sofá para que Beverly no lo encontrara y se dirigió a la cocina donde su madre se encontraba preparando la comida. Faltaban un par de horas para la cena, pero al explicarle lo sucedido y posteriormente hacer trompita con ojos de perro mojado, recibió un vaso lleno de leche y tres galletas. Eso era suficiente para aguantar.
—Mami, si entreno mucho y estudio también, podré no sólo cambiar el color de mi pelo y ojos o la forma de mis orejas, podría transformar muchas características de mi cuerpo al de los animales e incluso de personas, podría ir con Seth y Ben durante la luna llena y no me harían daño.— Estaba emocionada por el nuevo descubrimiento y le estaba contando todo lo que había aprendido gracias al libro.
Hundió la última galleta dentro del vaso y luego la devoró. Sin terminar de tragar, se giró en el asiento y observó a la rubia cortar algunos vegetales. —¿Crees que pueda hacerlo?
La respuesta que esperaba no llegó de ella, si no de su padre. Sonriendo terminó de beber, sin respirar, todo el contenido de su taza y saltó fuera de la silla para abrazar al hombre que había aparecido. —¡Papi! ¿Estabas escuchando?— Preguntó algo confundida ya que él no era un fanático de su magia y Zenda lo sabía.
Dejó que se agachara para quedar a su altura y entonces con un fuerte ruido besó su mejilla, eso siempre le sacaba algunas risas y no había nada más lindo que ver a su padre feliz. —¿Una sorpresa? ¿Para mi?— Sus ojos se abrieron como platos y mordió su labio inferior para no gritar, al tiempo que asentía moviendo la cabeza. —Lo prometo, lo prometo, lo prometo...¿vamos?
La emoción en su cara no se podía confundir, le tomó la mano y comenzó a jalarlo hacia la puerta por la cual había ingresado minutos antes, pero antes de traspasarla, regresó a la cocina, puso el vaso vacío dentro del lavabo y entonce sí, corrió hacia la salida. —¡Luego te muestro mi sorpresa, mamá! ¡Nos vemos!
Durante la mañana se la había pasado ayudando a los demás niños con los cultivos y el poco ganado que quedaba luego de la feroz tormenta, sin embargo por la tarde, dedicó varias horas a la lectura del libro que Seth le había prestado para empezar a estudiar la anatomía de los animales. El medico del distrito, le había comentado acerca de lo que podía llegar a hacer si entrenaba y prometió enseñarle a controlar su habilidad si ella ponía empeño y responsabilidad.
Cuando su cerebro no podía interpretar una oración más, recordó que se había saltado el almuerzo culpa de la enorme tarea que supuso recolectar cada una de las pequeñas judías verdes que estaban aptas para el consumo, por suerte se habían salvado de la lluvia, del fuego y ya estaban en el tamaño adecuado.
Guardó con mucho cuidado su preciado cuaderno de texto debajo del sofá para que Beverly no lo encontrara y se dirigió a la cocina donde su madre se encontraba preparando la comida. Faltaban un par de horas para la cena, pero al explicarle lo sucedido y posteriormente hacer trompita con ojos de perro mojado, recibió un vaso lleno de leche y tres galletas. Eso era suficiente para aguantar.
—Mami, si entreno mucho y estudio también, podré no sólo cambiar el color de mi pelo y ojos o la forma de mis orejas, podría transformar muchas características de mi cuerpo al de los animales e incluso de personas, podría ir con Seth y Ben durante la luna llena y no me harían daño.— Estaba emocionada por el nuevo descubrimiento y le estaba contando todo lo que había aprendido gracias al libro.
Hundió la última galleta dentro del vaso y luego la devoró. Sin terminar de tragar, se giró en el asiento y observó a la rubia cortar algunos vegetales. —¿Crees que pueda hacerlo?
La respuesta que esperaba no llegó de ella, si no de su padre. Sonriendo terminó de beber, sin respirar, todo el contenido de su taza y saltó fuera de la silla para abrazar al hombre que había aparecido. —¡Papi! ¿Estabas escuchando?— Preguntó algo confundida ya que él no era un fanático de su magia y Zenda lo sabía.
Dejó que se agachara para quedar a su altura y entonces con un fuerte ruido besó su mejilla, eso siempre le sacaba algunas risas y no había nada más lindo que ver a su padre feliz. —¿Una sorpresa? ¿Para mi?— Sus ojos se abrieron como platos y mordió su labio inferior para no gritar, al tiempo que asentía moviendo la cabeza. —Lo prometo, lo prometo, lo prometo...¿vamos?
La emoción en su cara no se podía confundir, le tomó la mano y comenzó a jalarlo hacia la puerta por la cual había ingresado minutos antes, pero antes de traspasarla, regresó a la cocina, puso el vaso vacío dentro del lavabo y entonce sí, corrió hacia la salida. —¡Luego te muestro mi sorpresa, mamá! ¡Nos vemos!
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La algarabía que Zenda formaba por cualquier mínimo detalle siempre era muestra de gratitud en la familia. La pequeña sabía comportarse cuando la conveniencia corría de su cargo pues por norma general prefería llevar la contraria por el mero hecho de querer hacerse notar en una unidad familiar que distaba un tanto de ser bizarra. Sin embargo en la mayor parte de esas ocasiones buscaba la excusa perfecta para disculparse, y Elioh era incapaz de reprocharle de ninguna manera, no conocía más que darle abrazos — Te sorprenderías de la de cosas de las que me entero. — indicó, dándole un leve toco en la punta de su nariz, en una mentira piadosa pues de todas las personas de aquel distrito el último en enterarse de todo era el mayor de los Franco.
Siempre.
Asintió no obstante, notando el brillo de alegría en los ojos de la pequeña mientras de reojo observaba como Arleth parecía disfrutar cada segundo de felicidad que su hija le regalaba — Una sorpresa de la que espero no me hagas arrepentir. — bromeó, revolviendo parte de su cabello que quedó nuevamente en posición con la facilidad de quien hace punto de calceta y lleva años en el oficio. Dirigió nuevamente una mirada a Arleth condescendiente, tranquilizando cualquiera que fuese su intriga y tomando de la mano a Zenda comenzó a desandar sus pasos para volver nuevamente al pequeño taller improvisado en el que Elioh pasaba las horas muertas cuando el pescado ya estaba más que servido — Tengo que decir que estoy muy orgulloso de lo que he conseguido. — terció, hinchando el pecho en un gesto infantil mientras quedaba a la altura de Zenda para detenerse varios pasos antes de llegar al vehículo que, oculto tras unas sábanas, esperaba a ser desenvuelto con la fiereza precisa que Zenda seguramente le regalaría — Eso si, todavía está en fase de pruebas, así que entiende a papá si no funciona a la primera, ¿vale? — se disculpó, tontamente, soplando con suavidad en su cara, apartándose a un lado para dejar que la niña empezara el proceso de descubrir qué había debajo.
— Recuerda, nada de gritos. — llevó el índice a sus labios, en una señal de silencio, pues el trato había sido expuesto bajo promesa y la atenta mirada de su madre. Y sin embargo nada le haría más feliz que verla chillar de alegría al ver lo que justo estaba debajo. Tampoco quería pensar siquiera qué podría llegar a hacer con el vehículo si hacía de las suyas con la magia pues Zenda, hasta entonces, había sido una gran caja de sorpresas.
Siempre.
Asintió no obstante, notando el brillo de alegría en los ojos de la pequeña mientras de reojo observaba como Arleth parecía disfrutar cada segundo de felicidad que su hija le regalaba — Una sorpresa de la que espero no me hagas arrepentir. — bromeó, revolviendo parte de su cabello que quedó nuevamente en posición con la facilidad de quien hace punto de calceta y lleva años en el oficio. Dirigió nuevamente una mirada a Arleth condescendiente, tranquilizando cualquiera que fuese su intriga y tomando de la mano a Zenda comenzó a desandar sus pasos para volver nuevamente al pequeño taller improvisado en el que Elioh pasaba las horas muertas cuando el pescado ya estaba más que servido — Tengo que decir que estoy muy orgulloso de lo que he conseguido. — terció, hinchando el pecho en un gesto infantil mientras quedaba a la altura de Zenda para detenerse varios pasos antes de llegar al vehículo que, oculto tras unas sábanas, esperaba a ser desenvuelto con la fiereza precisa que Zenda seguramente le regalaría — Eso si, todavía está en fase de pruebas, así que entiende a papá si no funciona a la primera, ¿vale? — se disculpó, tontamente, soplando con suavidad en su cara, apartándose a un lado para dejar que la niña empezara el proceso de descubrir qué había debajo.
— Recuerda, nada de gritos. — llevó el índice a sus labios, en una señal de silencio, pues el trato había sido expuesto bajo promesa y la atenta mirada de su madre. Y sin embargo nada le haría más feliz que verla chillar de alegría al ver lo que justo estaba debajo. Tampoco quería pensar siquiera qué podría llegar a hacer con el vehículo si hacía de las suyas con la magia pues Zenda, hasta entonces, había sido una gran caja de sorpresas.
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Zenda había crecido en ámbitos completamente diferentes, corría entre los árboles persiguiendo a sus hermanos mayores, nadaba y salpicaba en el agua mientras su padre pescaba y observaba con atención cada movimiento que su madre realizaba para sanar algunas heridas.
Todos eran escenarios distintos, pero ubicados en un mismo diminuto lugar y a medida que iba creciendo, ese espacio parecía reducirse con el correr de las horas.
Ir al taller con Elioh era una de las pocas cosas que la mantenía callada y tranquila, sentía que aquella habitación llena de herramientas y polvo, merecía su respeto y cautela. Si bien su padre no tenía los mismos "poderes mágicos" que ella, él si creaba cosas maravillosas ahí dentro y eso le atraía tanto como la idea de convertirse en algún animal para correr junto a Ben en las noches de luna llena, como seguir los pasos de su hermana para ser una excelente exploradora o como tener las experimentadas manos de Arleth para curar o ayudar a quienes más lo necesitaban.
Durante el corto trayecto que se debía realizar desde la casa, hasta donde se hallaba su sorpresa, no soltó en ningún momento la mano de Elioh. —Estoy segura de que sea lo que sea, lo has hecho bien...Y si me equivoco, no hay problema, yo te ayudaré a hacer que funcione mi regalo.— Le sonrió de oreja a oreja y una vez dentro del improvisado lugar donde en algunos días su padre se refugiaba, se liberó del agarre y corrió hacia la sabana para jalarla y revelar al fin lo que su padre había construido para ella.
Si, había prometido no gritar o alterarse, pero al ver aquella obra de arte, soltó un chillido que hasta las personas en turnos de vigilancia sobre las torres pudieron escucharla. —¡NO LO PUEDO CREER! ¡ES UN AUTO PARA MI!— Comenzó a saltar en el lugar y posteriormente un alegre movimiento de brazos, cabeza y caderas se sumaron. —¡Tengo un autoooooo!—
Tenía que probarlo, tenía que hacerlo y era cuestión de vida o muerte. Acarició con sus manos la madera tallada a mano y sin dejar de reír corrió hacia su padre para lanzarse sobre el, besarlo, abrazarlo y repetir los gestos. —Eres el mejor, me encanta, me encanta...¿podemos ya ver si funciona? Estoy segura de que lo hará.
Todos eran escenarios distintos, pero ubicados en un mismo diminuto lugar y a medida que iba creciendo, ese espacio parecía reducirse con el correr de las horas.
Ir al taller con Elioh era una de las pocas cosas que la mantenía callada y tranquila, sentía que aquella habitación llena de herramientas y polvo, merecía su respeto y cautela. Si bien su padre no tenía los mismos "poderes mágicos" que ella, él si creaba cosas maravillosas ahí dentro y eso le atraía tanto como la idea de convertirse en algún animal para correr junto a Ben en las noches de luna llena, como seguir los pasos de su hermana para ser una excelente exploradora o como tener las experimentadas manos de Arleth para curar o ayudar a quienes más lo necesitaban.
Durante el corto trayecto que se debía realizar desde la casa, hasta donde se hallaba su sorpresa, no soltó en ningún momento la mano de Elioh. —Estoy segura de que sea lo que sea, lo has hecho bien...Y si me equivoco, no hay problema, yo te ayudaré a hacer que funcione mi regalo.— Le sonrió de oreja a oreja y una vez dentro del improvisado lugar donde en algunos días su padre se refugiaba, se liberó del agarre y corrió hacia la sabana para jalarla y revelar al fin lo que su padre había construido para ella.
Si, había prometido no gritar o alterarse, pero al ver aquella obra de arte, soltó un chillido que hasta las personas en turnos de vigilancia sobre las torres pudieron escucharla. —¡NO LO PUEDO CREER! ¡ES UN AUTO PARA MI!— Comenzó a saltar en el lugar y posteriormente un alegre movimiento de brazos, cabeza y caderas se sumaron. —¡Tengo un autoooooo!—
Tenía que probarlo, tenía que hacerlo y era cuestión de vida o muerte. Acarició con sus manos la madera tallada a mano y sin dejar de reír corrió hacia su padre para lanzarse sobre el, besarlo, abrazarlo y repetir los gestos. —Eres el mejor, me encanta, me encanta...¿podemos ya ver si funciona? Estoy segura de que lo hará.
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