The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Sentía el corazón a punto de salir desbocado. La tibia desazón de no conseguir acallar sus propios latidos que lo desenvolvían en una maraña de tensión por culpa de una arritmia que llevaba años afectándole más de lo debido. Y, sin embargo, aún seguía insistiendo en dar un golpe, y otro más. Llevar el corazón al punto extremo donde, acallado, parecía querer gritarle con pena que parara. Que necesitaba parar. Pero ese paro no llegaba, nunca se atrevía a llegar.

Marco parecía estar a punto de explotar. La adrenalina recorría sus venas como chute de aire fresco y pese a que su juventud hacía tiempo que había pasado, seguía dedicando esfuerzo y tiempo a practicar un arte marcial que a ratos creía olvidado. El trabajo en el Capitolio se hacía de rogar, las suplencias en diferentes distritos lo mantenían un tanto anonadado y mareado sin saber exactamente a dónde tendría que ir a trabajar, y en el cuatro todo seguía de la misma manera a pesar de que hacía años que no vivía tan tranquilo cerca de una casa que todavía le resultaba muy familiar. Un nuevo golpe hizo resonar el saco de boxeo que con energía, aún cuando su corazón volvía a pedirle una tregua, golpeaba sin cesar. No fue consciente de una mano en su hombro hasta que la tuvo lo suficientemente cerca como para sentirse un tanto sobresaltado al volverse y mirar hacia atrás — ¿Cuántas veces te he dicho que no me des estos sustos, Jean? — inquirió con una mueca exhausta, tomando aire a mansalva y apartando el saco a un lado con la mano antes de que el mismo pudiese llegar a golpearlo y hacerlo caer al suelo de un plumazo. El chico, no tan chico, lo miró con un encogimiento de hombros, señalando su corazón por un momento para posteriormente desaparecer a esconderse en sus propias ideas, pensamientos y maneras de cavilar cuando no tenía nada más que hacer. Hacía un año que el que por entonces era esclavo del Capitolio dejó de lado a Arianne por la propia petición de ella y se había hecho un hueco en la vida de Marco. Nunca lo habían tratado como a un esclavo, y sin embargo el chico insistía en, al menos, dejarse avasallar.

Pero no era ese el pensamiento del moreno, al cuál le tomó varios minutos subir unas escaleras que llevaban a la planta baja desde el sótano, todavía recuperando un aliento que le costaba recobrar tras una jornada de entrenamiento. Día libre, el otoño atosigaba en el exterior y el frescor invernal ya empezaba a llamar a las puertas — ¿Ya ha llegado? — preguntó, casi a voces, recibiendo varios golpes en la tarima del piso de arriba a modo de respuesta — Refréscame la memoria, ¿tres golpes, pausa y dos golpes significaban sí? — volvió a gritar con los ojos completamente en blanco, entendiendo entonces que su hermana, nuevamente, había regresado a su casa tras una dura jornada. No tardó más de cinco minutos en refrescarse, tomar una varita que evitaba pero que no obstante llevaba a todos lados desde que las cosas no parecían estar muy claras con tanta intriga aflorando en el continente, y abrigarse para acabar en el umbral de una puerta que golpeó varias veces a espera de una respuesta.

Arianne, su sirena, aquella con la que respirar se hacía eterno pues eterno era su respirar, su pequeña, su hermana, parecía estar recobrando parte de su integridad emocional. El año perdido y alejado de ella le recordaba lo mucho que le hubiese gustado saber más sobre su avance, su manera de desarrollarse. La preocupación seguía siendo parte del día a día de Marco, el cuál no parecía muy enterado de todo lo que estaba pasando en su vida, pero no por ello la atosigaba hasta el punto de agobiarla, de hacerla sentir pequeña ante tantas preguntas que, a ratos, quedaban vacías y toscas sin respuesta — Prometo ser bueno y no preguntar más de la cuenta. — indicó, dando nuevamente varios golpes en la puerta, esbozando una media sonrisa que ella no veía en ese instante pero que la recibiría cuando la puerta terminara por abrirse y la dejara pasar — Es más, si abres antes de que me congele aquí mismo te haré la cena esta semana, aunque tenga que cambiar turnos y hacer malabares para llegar a tiempo desde el trabajo. — comentó, alzando un poco más la voz. Esperarla se hacía eterno, entenderla una realidad.

Quererla, algo especial. Algo especial que no se apagaría nunca.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Apretó la mano en torno a las finas tiras del bolso beig que llevaba aquel día, soltado al aire por la boca y provocando, con ello, una nube blanca que ascendió frente a sus ojos, disolviéndose transcurridos unos instantes y dejándola observando el vacío que la rodeaba. Había acabado acostumbrándose al uso del traslador que, día tras día en los últimos cinco años, se trataba de su medio de transporte hasta Wizengamot; aun así no soportaba la sensación del suelo desapareciendo bajo sus pies, el fuerte tirón que sufría su cuerpo cuando tocaba el objeto y desaparecía del lugar para aparecer en otro completamente diferente, teniendo que pararse durante varios minutos a serenar su agitado corazón que latía a mil pulsaciones por segundo. No importaba la época del año en el que se encontraran, ni tampoco la situación meteorológica que arreciara, siempre recorría a pie la pequeña distancia que separaba la sede del ministerio de su propia vivienda; aprovechando el tiempo y la oscuridad para respirar con tranquilidad, alejada de miradas reprobatorias o en busca de respuestas.

Siempre era así. Las costumbres, rutinas, eran algo a la orden del día en su vida, repitiéndose una y otra vez a lo largo de los años, convirtiéndose en un orden que conseguía serenarla mejor que cualquier otra cosa. Por desgracia algunos acontecimientos, acaecidos en los últimos días, estaban consiguiendo que la angustia y presión que se apoderaba de ella cuando sus pies regresaban a tierra, no se fueran con el frío aire otoñal. Volvió a dejar que el vaho formara una nube frente a ella, caminando con seguridad hasta llegar a su destino. Su casa. El lugar donde todo estaba en su lugar y en el que antes encontraba un remanso de paz aunque, en ocasiones, la paz y el silencio jugaran fríamente en su contra.

Por suerte todo desaparecía en el mismo momento en el que llegaba a casa. Las pilas de documentos conseguían centrarla de nuevo, incluso más que cuando se encontraba en plena jornada laboral, deseando que los momentos libres, ociosos  y perfectos para divagar, desaparecieran de su día y a día. Dejó el bolso a un lado, percatando de las cajas que, muy posiblemente, habría dejado su madre como señal de que debía dejar de usar prendas cortas y ataviarse con las que abrigaran su cuerpo. Suspiró a la par que retiraba su gabardina negra y la chaqueta que llevaba sobre una fina camisa de manga al codo. —No tiene edad para hacer estas cosas— se quejó abriendo una de las cajas donde se podían ver ordenados concienzudamente una buena cantidad de camisas, jerséis y camisetas. No tardó demasiado en tomar uno de los jerséis y ponérselo, luego de haber descartado la camisa que llevaba puesta. La trataba como una niña pero tampoco podía negar que si no fuera por ella su armario sería una desordenada mezcla de prendas de invierno y verano intercaladas entre sí.

Con un pequeño movimiento de varita encendió la chimenea, quedándose, de pie, observando las llamas completamente inmersa en el hipnótico movimiento de éstas. Tanto así que no se percató de los golpes en la puerta hasta que fueron acompañados de palabras. Palabras pronunciadas por una voz que demasiado conocía.

Frunció el ceño, dejando la varita sobre la mesa antes de avanzar hasta la puerta y abrirla. Un pálido, pero sonriente, Marco se dejó ver el otro lado de ésta, provocando que la rubia parpadeara confusa. Una pequeña distancia se había dejado ver entre ambos, mayormente propiciada por ella mismo, después de todo querer estar sola por un tiempo que se alargó hasta un año, no ayudando los años que estuvo estudiando, y mucho menos los venideros en los que su vida se cerró casi por completo a su trabajo. —Sabes que no te pediría que hicieras eso— aseveró después de unos minutos, haciéndose hacia un lado para que entrara en el interior de la casa. De forma instintiva miró tras él, en busca de una sombra que le siguiera pero que no se hallaba allí. —Acabo de llegar a casa— explicó una vez que se hubo cerciorado de que nadie lo acompañaba y que él había entrado en la vivienda.

—¿Quieres tomar algo?— preguntó encaminándose en dirección a la cocina. Quizás él no, pero ella estaba hambrienta después de estar todo el día fuera y tomar las escuetas comidas de las que disponía en los descansos.
Arianne L. Brawn
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You're given me a million reasons — Ari. IqWaPzg
Invitado
Invitado
Encogido en frente de la puerta con la mirada perdida en un punto de la misma que no le importaba en lo absoluto, esperaba con reticiencia. La paciencia había sido una de sus grandes virtudes durante muchos años. A día de hoy todavía seguía dando uso de la misma hasta el punto de impacientar a los demás, y sin embargo cuando el tema a tratar tenía que ver con su sirena, perdía toda la paciencia por querer engullirla a saber más y más. A conocer, a que respondiera a sus preguntar. Pero se controlaba, en demasía, por miedo a perderla, a espantarla, a dejar un hueco vacío nuevamente en el corazón de alguien que sufría atormentada durante tanto tiempo, pues por mucho que las heridas sanasen siempre perduraba la cicatriz. Esas no se iban con facilidad.

El quebrar de una visagra que sufría el paso del tiempo tanto como las personas se abrió paso para dejar ver el rostro conocido de una mujer a la que tanto había añorado, de la que tanto se había preocupado. Instintivamente su sonrisa se ensanchó y quiso reprimir una mueca de sorpresa al verla, al fin, cubierta con un jersey digno de la estación en la que se encontraban — Veo que madre no ha perdido el tiempo en organizarte el armario. — terció, sonriendo más abiertamente y avanzando varios pasos para depositar un leve beso, apenas efímero y fugaz, en su sonrosada mejilla que todavía sentía el rubor del frío que poco antes había estado sintiendo de su vuelta del trabajo — Tampoco es como que te hiciera falta mucho para convencerme, no tendrías más que pedírmelo y me quedaría. Créeme que en el trabajo ni se van a dar cuenta de que les falto yo. — indicó, volviendo a alzar sus hombros, encogido, frotando ambas palmas de sus manos para entrar en calor y soltar el vaho de su garganta para calentarlas del todo.

— Lo se. — alzó la voz pues su cuerpo deambulaba por la casa, mirando de un lado a otro cualquier indicio de que algo no estaba bien — Quiero decir, que se sobre qué hora vuelves a casa. — comentó, dándose un golpe a sí mismo porque sería extraño corroborar que Jean pasaba la mayor parte del tiempo mirando a través de los ventanales de la casa de en frente para cerciorarse de que Arianne ya estaba en casa sana y salva — No es tan difícil llevar tus horarios y los míos en la cabeza, terminas acostumbrándote. — reformuló, esperando entonces que la rubia no sospechara en lo más mínimo, tropezando con una de las cajas llena de ropa de invierno que le hizo proferir una exclamación de sorpresa y el consecuente sobar de su espinilla por el daño producido no solamente al chocar con la caja, sino también al trastabillar y casi tirar varios muebles de la casa que temblaron momentáneamente hasta que su varita hizo lo propio para hacerlos callar — Estoy bien. — indicó, con una sonrisa prominente, apareciendo repentinamente por el marco de la puerta contiguo a la cocina en la que Arianne se hallaba, tragándose el dolor para no herir un orgullo que con ella no le hacía falta demostrar, pero que su condición de hermano mayor todavía le obligaba — Y tus muebles también, no se ha roto nada. — hizo una pausa, ladeando la cabeza hacia un lado — Todavía, claro. — negó ante su interrogativa. Pese a que el entrenamiento había dado sus frutos y su estómago no tardaría en resentirse, tenía la sensación de que seguramente terminaría por vomitarlo todo si comía algo en ese mismo momento.

— ¿Qué tal tu trabajo? ¿Sigue tan aburrido como de costumbre? Todavía no entiendo cómo has sido capaz de estudiar y prepararte para ser lo que eres ahora mismo, sinceramente me impresiona. — alentó, dando un paseo por la cocina, viéndola pasear y armar un condimento para lo que fuese que estuviese preparando — No porque no confíe en tus posibilidades, sino porque yo no tendría la retentiva como para aprender tantas leyes y decretos y... en fin, tonterías. — bajó la voz, todo el mundo tenía oídos dónde no se les llamaba. Tomó asiento, volviendo a frotar sus manos en un vago intento de caldearlas, y casi estuvo tentado de mover la chimenea con magia para llevarla al lugar. Sin embargo no dudaba en que de un momento a otro el calor de los fogones y el movimiento terminaría por calentar un lugar de la casa tan hogareño como en el que se encontraban — ¿Haces la comida todos los días o madre te apura un poco para que le dejes cocinarte? — preguntó, cruzándose de brazos. Abrir el terreno a preguntas mayores era algo a lo que la sirena ya estaba acostumbrada. Que quisiera o no abrirse tan sólo dependía de ella. Que Marco supiese como ahondar no tenía para nada que ver con su profesión.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Ella misma había decidido tener una vida completamente solitaria, alejada del contacto humano, o teniendo el mínimo estrictamente necesario para poder subsistir en el mundo social como en el que habitaba. El ser humano era un ser social, ¿no? Al menos aquello era lo que había leído en algunos antiguos libros humanos, antes de que todos fueran quemados y los que persistieran fueran hondamente escondidos para no volver a ser leídos nunca más. Aun habiendo elegido aquel tipo de vida se veía en la necesidad de interactuar con los demás, sabiendo que el cariño que sentía hacia estos no podía ser anulado por el temor y el hastío que sentía ante el contacto físico con los demás; no queriendo decepcionar a más personas con sus pocos cambios o mejora.

Sus dedos quedaron en torno a la manivela de la mano, no dando un paso para acercarse a él pero, tampoco, retrocediendo como con otras personas le sucedía. Esbozó una diminuta sonrisa, una de aquellas que solo se dignaba a aparecer cuando alguien importante se encontraba frente a ella y soltó la puerta para hacerse hacia un lado y dejarlo pasar al interior de la casa que, aunque acabara de encender hacía apenas unos segundos el fuego, emanaba cierto agradable calor. —Viene, cuando no estoy, a ponerlo todo en orden— pronunció bajando la mirada hacia el jerséis y luego dirigiendo una escueta mirada a las cajas de cartón que reposaban contra una pared. —Quiere vivir conmigo, no se contenta con vivir a un par de calles—  agregó dejando ir un suspiro que se vió cortado ante el repentino avance y el beso que depositó en su mejilla. La poca calidez que se hubiere podido instaurar en su cuerpo desapareció, provocando que un escalofrío la recorriera y dejara clavada en el lugar.

Dejó ir el aire de sus pulmones, agradeciendo que avanzara y así ella pudiera cerrar la puerta y distraer su mente con aquel pequeño gesto. Cerró con llave, pasando al lado de Marco en dirección a la cocina pero, en el camino, tomando la camisa y el bolso que había dejado por en medio a su llegada, y dejándolos sobre las cajas. —¿Sabes mi horario?— preguntó extrañada, girando el rostro hacia él en el mismo momento que chocó contra una de las cajas. Había algo en el hecho de que tuviera en cuenta sus horarios que no le gustaba; nunca había tenido nada que esconder, pero ahora se podía decir que sí lo hacía, y el hecho de que tuviera en cuenta sus horas de regreso era algo incómodo que la hacía sentir como una niña de doce que años que precisaba de protección y estricto control. Nunca se había quejado con el hecho de que residiera justo al otro lado de su casa, pero aquello no le gustaba. Frunció los labios, suspirando antes de regresar hasta la cocina sin agregar comentario alguno más. Movió una mano quitándole importancia al hecho de que algo se hubiera roto. —No te preocupes, son sustituibles— aseveró abriendo el frigorífico y buscando algo de comer hasta que recordó los fideos instantáneos que su madre siempre compraba para que no se saltara ninguna comida.

Abrió un par de armarios hasta que dio con ellos y colocó agua a calentar, dando vueltas de un lado para otro preparando lo que sería su primera comida en condiciones del día. Siendo irónico que, gustándole tanto la cocina, siempre acabara preparando comidas de aquel tipo por no querer perder más tiempo del necesario. Enterró las manos en su cabello, retirando hacia arriba hasta acabar haciéndose una coleta alta que le permitiera no tener el cabello en medio del rostro. —Bueno…— comenzó a hablar mientras lavaba concienzudamente sus manos. Enfocó su azul mirada en él, percatándose de sus gestos y buscando con la mirada un pequeño radiador mágico que había comprado el anterior y frío invierno. Salió de allí sin mediar palabra alguna encaminándose en su busca y regresando una vez lo hubo encontrado. —Tendrías que haber dicho que tenías frío— le regañó encendiéndolo a los pies de Marco. Tomó una amplia bocanada de aire, acercándose hasta los fogones cuando el agua comenzó a hervir. —Parece un interrogatorio— indicó con sorna, apoyando las manos sobre la encimera y observándolo con curiosidad. —Casi siempre como con Jasper en el Capitolio, aunque cada sábado insiste en hacer la comida y actualizarme sobre lo que ha pasado en el distrito— explicó antes  de tomar los fideos y ponerlos en el agua caliente. —Y el trabajo… bueno, sigue siendo aburrido pero me ayuda a distraerme— indicó con una sonrisa triste dibujada en los labios. —, no salvo vidas como tú, pero intento que, al menos, no nos matemos los unos a los otros— le gustaba pensar que aquello era lo que hacía, y no condenar a personas que no tenían los mismos pensamientos ideológicos de gobierno.

Suspiró, percatándose entonces de los gritos de Moony desde el comedor. Cada día lo soltaba cuando llegaba a casa pero en aquella ocasión se había olvidado por completo de hacerlo. Movió la varita, escuchándose un ligero click que precedió a la apertura de la puerta de la jaula del animalito que entró como un huracán en la cocina y se posó sobre una rama que había en el lugar para su uso. Esbozó una pequeña sonrisa antes de mirar a su hermano de nuevo. —¿Estás cuidándote?— preguntó ipso facto, recorriéndolo con la mirada sin delicadeza ni vergüenza alguna. —Estas semanas he estado ocupada y no he podido… ir a verte— reconoció culpable. Si antes había actuado así, desde que guardaba el espejo comunicador con ella iba a ser mucho peor.
Arianne L. Brawn
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Invitado
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Atorado en el lugar en el que se encontraba, bajo la atenta mirada de soslayo que Arianne le dirigía cuando se quejaba más de la cuenta o simplemente hacía un comentario que no era de su agrado, Marco observaba la situación con cierto detenimiento conforme el calor de la estufa mágica que ella había colocado a sus pies penetraba por su ropa e inundaba al completo todo su cuerpo — Cuando pases más de los cuarenta no te atosigará de esa manera, a veces pienso que ni se acuerda de que existo. — bromeó, en relación a su madre, a la madre de ambos. Era un tanto peculiar pues normalmente la señora Brawn paseaba diariamente por los alrededores de ambas casas. Si no era para retocar un seto o cerciorarse de que las plantas del pequeño jardín de la entrada estuviesen en perfecto estado, era para picar a la puerta y entrar, sin esperar a que le dieran permiso, para colocar en orden todo lo que había de por medio. ¿Cuál era el problema en casa de Marco? Que todo estaba siempre recogido pues Jean, en sus dotes de querer contentarlo sólo porque sentía la necesidad de hacerlo, ya se le había adelantado. Pero hacer aquel comentario en voz alta delante de la sirena no serviría más que para hacerla recordar cierta etapa de su vida que parecía llevar años tratando de sepultar sin consecución alguna. Siempre había algo que le evocaba a todo aquello.

— Realmente no se tu horario. — terció, fingiendo una mueca de tristeza que se esfumó al alzar la vista nuevamente tras sentir acomodado el bajo de su camiseta — Siempre da la casualidad de que cuando miro por la ventana, tú apareces. — indicó, entrecerrando los ojos completamente convencido de que aquello tenía sentido — Hey, en serio, existe aunque sea una mínima posibilidad de que eso pase, o quizás es que se exactamente a qué hora mirar. — dilapidó, dando por terminado un asunto que en el fondo carecía de importancia. Marco no buscaba encontrar algo que ella escondiera, sino que más bien se preocupaba.

Volvió a frotar las palmas de sus manos, esta vez agachándose para quedar a la altura del radiador y calentar de lleno la sangre que circulaba por todo su organismo — Nunca es mi intención hacer que lo parezca, Ari. — sentenció, con la voz queda y un deje refilado de preocupación que denotaba, claramente, las intenciones de todas y cada una de las preguntas que el moreno realizaba casi a diario — Es deformación profesional, entiéndeme. — rió, por lo bajo, agachando la mirada conforme se sentaba en una de las sillas de la cocina, apoyando ambos codos en la mesa y sujetando con tranquilidad su barbilla para poder dejarla caer y sentir el peso de su cabeza en sus manos — ¿Y qué día es hoy? — trataba de buscar un calendario pero no hallaba ninguno — Quizás no me vendría mal que ofrecieras a Jasper cocinarme a mí, así sale del antojo de querer hacerte la comida semanalmente. — rodó los ojos, dando una palmada y sosteniendo nuevamente su cabeza entre las manos — A más de uno le traería al fresco saber que salvo vidas, aunque suena demasiado importante cuando lo dices de esa manera. — pausó su charla, tomando aire y suspirando entrecortadamente, aún sintiendo el paso del entrenamiento atacarlo por el cansancio que su cuerpo sentía — Y no soy tan importante, al menos no para todo el mundo. — le guiñó un ojo, medio sonriendo, estirándose entonces cuan largo era en la silla y corroborando que la comida de ella no se hervía de más y terminaba por pasársele.

Asintió por costumbre más que por verdad pues no había que ser todo un experto para darse cuenta. El deterioro de su propio corazón le pasaba malas pasadas. Fumar había quedado casi relevado a un segundo plano aunque todavía se permitía el gusto de hacerlo alguna que otra vez — Lo intento, lo intento. — corroboró, alzando los brazos a ambos lados de su cabeza en un gesto resolutivo — ¿O no se me nota? Fresco como una lechuga. — bendito karma que le hizo proferir una tosida lo suficientemente escandalosa como para fingir realmente que se había atragantado con su propia saliva. Tras varios intentos por parar, volvió a recomponer su postura y volvió a asentir, pausadamente — No te preocupes, es un catarro que llevo días queriendo quitarme de encima. — alerta.

Las palabras de ella parecían sonar fuera de lugar o esa era la sensación que le causaba — Quiero creer que no estás tan ocupada, o que no te estás cargando con más labor para evitar que nos matemos entre nosotros. — terció, con el ceño fruncido. No se le veía demacrada, en ningún momento. Hasta podía aparentar una vida saludable, más los que la conocían sabían que esa llama en sus ojos, que se apagaba cuando la mirabas de frente o te acercabas con impaciencia profiriendo un contacto indeseado, seguía siendo para ella una gran molestia — ¿Qué te mantiene tan ocupada? Tienes que descansar, ¿duermes bien últimamente? ¿Vas a dormir pronto? Puedes contarme lo que sea, ¿sabes? — quería creer que no había perdido la confianza de su hermana.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
—Claro que sabe que existes— redebatió rodando los ojos con cansancio. Si él mismo no veía la razón por la que no estaba tan pendiente suya, era porque estaba completamente ciego a las atenciones de la madre de ambos. Marco siempre tenía todo a punto en casa, ella siempre salía corriendo hacia su trabajo y no le importaba como dejara todo a su alrededor; Violet intentaba tratar a ambos hijos por igual, siendo irremediable, a su entender, que centrara la atención más en la rubia debido a los acontecimientos que habían acaecido respecto a ella y al claro descontrol que tenía sobre su vida personal.

Tomó un tenedor, separando los fideos y volviéndose en busca de un cuenco donde poder sacar la que sería su cena. Esbozó una sonrisa mientras lo tomaba entre sus dedos y regresaba hasta la encimera, donde lo colocó junto al tenedor que había usado anteriormente. —Deberías dejar de preocuparte por mí, todo está bien— indicó con un ligero encogimiento de hombros. Estaba perfecto, en su vida nada salía fuera de lo común; o al menos antes no lo hacía. Desde el mismo momento en el que había tenido el mínimo contacto con Benedict todo se había desordenado de algún modo, quizás no en el exterior y en su vida, pero sí en sus pensamientos, y en el riesgo que, no solo para ella, suponía no delatarlo. Aun así no pudo evitar prensar los labios y retirar la mirada hacia otro lugar con cierta incomodidad. —Y hoy he salido más tarde de lo normal— puntualizó con cierta nota de diversión en su voz; mostrarse incómoda con él solo sería algo más sospechoso de lo que quería. Suspiro, acomodándose las mangas de su jersey y girándose en busca de la cazuela para  sacar los fideos antes de que estuvieran demasiado blandos.

Escuchó sus palabras, regresando con la cazuela entre sus manos, habiendo cogido previamente unos guantes, y vertiéndolo en el cuenco con la ayuda del tenedor. —Tengo que hacerme un chequeo, lo dejaré en tus manos si así quedas más tranquilo, ¿de acuerdo?— acabó por decir a la par que atraía una bandeja donde poder colocar su cena e ir al comedor junto a la chimenea encendida. Dejar que él hiciera aquello relajaría su preocupación y alejaría, al menos medianamente, la atenta mirada que siempre le dedicaba en busca de encontrar algún resquicio o brecha que indicara que la rubia se iba a romper. Aun con la preocupación recorriéndola, no consiguió ahogar la carcajada que surgió de lo más hondo de su pecho, provocando que tapara su rostro con una mano. Incrédula, lo miró en aquella adorable postura de sostener su rostro entre ambas manos. —Jasper no sabe cocinar, Marco, vamos a comer a cafeterías o restaurantes en el Capitolio— explicó sin poder dejar que risas escaparan  de su boca tras la leve confusión que acababa de tener su hermano. Si se descuidaba Jasper no era capaz ni de hacerse una comida en condiciones para sí mismo, no se arriesgaría a comer algo en aquellas condiciones teniendo en cuenta lo aficionada que se había vuelto a cocinar.

Meneó la cabeza, tomando la bandeja y haciéndole un gesto con la cabeza para que la siguiera hasta el comedor, pero también señalando con la mano libre la estufa que debía apagar antes de salir de allí. Toleraba el fuego, simplemente había aprendido a respetarlo y tolerar su existencia y necesidad, pero no estaba dispuesta a arriesgarse a tener un percance con éste y que acabara rodeada por las llamas. Rodó los ojos, no queriendo agregar comentario alguno en relación al oficio que cada uno desempeñaba en su vida; dos mundos completamente diferentes que, en demasiadas ocasiones se entrelazaban de modos poco deseados para ella. Dejo la bandeja sobre la mesa, sentándose en un sillón y volviendo el rostro, de manera completamente inconsciente, hasta el bolso que descansaba sobre las cajas de ropa invernal. Mordió su mejilla, dejando escapar el aire por el pequeño espacio que quedó por sus entreabiertos labios, volviendo la atención hasta Marco cuando su voz regresó a escena, acompañada de una inesperada tos que le restaba credibilidad a sus palabras. Alzó ambas cejas, inclinándose hacia el frente para tomar su cena, cuando la tos había cesado. —No, no se te nota— terció haciendo referencia a lo ocurrido segundos antes. —Espera un segundo— indicó dejando todo y levantándose para ir en busca de una infusión que su madre había dejado días antes en la cocina, y regresando cuando hubo calentado una taza de ésta. —Hace unos días me trajo esto— habló a su regreso y  entregándole la taza. —, estaba preocupada de que pillara un catarro por ir con ‘tan poca ropa’— entrecomilló con un movimiento de dedos las palabras ‘tan poca ropa’ a la par que se sentaba de nuevo.

Alcanzó el cuenco, no dudando antes de tomar una pequeña cantidad de fideos y llevándolos hasta su boca. Sus ojos azules se alzaron, observándolo tras el cuenco que sostenía cerca de su boca para beber la sopa. —Marco— se quejó apoyando sobre sus piernas el envase. —, todo está bien. Tengo las mismas horas que los demás, duermo lo que debo y cuando tenga que irme a la cama me iré— rodó los ojos, acomodándose sobre el sofá, estirando las piernas ligeramente. —Y sé que puedo hablar contigo, es solo que no hay nada que contar— puntualizó con seguridad; al menos no nada que pudiera contarle.
Arianne L. Brawn
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You're given me a million reasons — Ari. IqWaPzg
Invitado
Invitado
La diferencia entre ambos hermanastros era simple: Marco disponía del mismo tiempo libre que Arianne y, sin embargo, se organizaba mejor dado que su cabeza pese a estar en mil sitios estaba más predispuesta a lo mismo. El moreno no quería atribuirse una conciencia tranquila, pero en comparación al mundo infernal que la rubia había estado viviendo durante tanto tiempo y tantas horas al día, con tantos recuerdos que poco querían ayudar en el intento de organizar su propia existencia, era una pequeña desventaja. Por ello y por mil razones más dejó el tema a un lado, encogiéndose de hombros con una sonrisa que buscaba, ante todo, la contraria si con aquello conseguía alegrarle al menos un poco aquel día tan fresco.

— Más tarde de lo normal es quedarse cortos. — puntualizó, llevándose una mano a la cabeza, pensativo. Todo parecía en orden, o al menos todo quería parecer estar en orden, pero el cerebro de Marco seguía dándole vueltas a muchas cosas como para siquiera dejar de cavilar por un segundo si verdaderamente todo estaba tan en orden como ella predisponía. Un voto de confianza, o el beneficio de la duda, serían suficientes más sus acciones desde hacía varios días carecían de merecérselas en lo más mínimo — En cuanto al chequeo, pequeña sirena... — hizo una pausa, acompañándola en el camino hacia la sala de estar donde la chimenea ya crepitaba y el calor inundaba agradablemente la estancia que serviría de encuentro para la tertulia que se estaba por desarrollar — ...es tu día de suerte pues tengo un hueco mañana a primera hora de la mañana. — inspiró, orgulloso por siquiera tener tan bien planteado su horario en su cabeza, enorgulleciéndose en un gesto tonto y bromista al que achacó la carcajada que ella soltaba, más la razón fue diferente — Discúlpame por creer que era capaz de hacer la o con un canuto al menos. — indicó, acomodándose en el sillón, colocando uno de los mullidos cojines encima de su regazo para aprisionarlo con torpeza y observar cómo la rubia comía con ganas el guiso improvisado — También olvidaba el gran poder adquisitivo de algunos, ¿será que nos hemos equivocado de trabajo ambos? — preguntó, arrepintiéndose en el mismo momento de haber dicho aquello por lo que conllevaba.

Arianne había llevado una vida dura pero, desgraciadamente, no parecía haberle faltado nunca de nada. Y en la cabeza de Marco sonaba a desgracia pues para obtener todo lo que había conseguido el calvario promiscuo había sido atroz y exagerado, demasiado traumático como para siquiera recordarlo. Sacudió la cabeza, dejando todas las preguntas a un lado e implorando un perdón con un gesto de sus manos que pegó palma con palma para disculparse.

Aprovechó el gesto de ella, rauda y veloz en todo lo que hacía, para tomar la taza con ambas manos y sentir el calor de la misma inmiscuirse en su piel, reconfortándolo por dentro al soplar levemente la superficie de la infusión que Arianne le había preparado y sonriendo al sentir el cosquilleo del vaho en su nariz — Mamá siempre tan atenta. — con todo lo que tenía que ver con sus hijos, no fallaba. Nunca, en ningún momento — Hará cosa de dos días que no estaba muy seguro de haberla visto salir de casa. Mis sospechas se fueron justo cuando al entrar por casa sentí un olor demasiado familiar como para siquiera no darme cuenta de que no estaba equivocado. — pues la casa se había impregnado del aroma del incienso que a ella tanto le gustaba, y lo había estado esparciendo como un regalo por todas y cada una de las habitaciones de la casa — Creo que quiere decirme algo, lanza indirectas con las barritas de incienso, ¿será que huele demasiado a humanidad o algo? — preguntó, rodando los ojos. La presencia de dos mentes masculinas en aquella casa quizás era lo que su madre adoptiva quería recordarle, pero calló justo cuando estuvo por decirlo en voz alta. Jean seguía siendo un espejismo para la rubia.

— Pero siempre hay algo que contar, ¿tan aburrida ha sido tu semana? — insistió, haciendo nuevamente una pausa para absorber con fuerza parte del contenido de la taza que lo alivió por dentro. Frunció el ceño, no obstante, observándola fijamente hasta proferir un suspiro — Lo siento, me puede la insistencia, preocuparme por ti es algo que no va a cambiar nunca. — resolvió, dejándose caer en el respaldo cuan largo era, con cuidado de no manchar el sillón en ningún momento — Es como que no soy yo si no lo hago, pero para nada busco molestarte, espero que entiendas eso. — alzó una ceja, confuso. Si la sirena pensaba que no lo hacía más que para hacerle la vida imposible entonces mucho no estaba ayudando.
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