OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Para acercarse el invierno hace una mañana realmente agradable, el sol se hace un hueco entre las nubes grises del cielo. Ni siquiera me molesta el ligero frío que arrastra el viento y que atraviesa mis fosas nasales provocándome un cosquilleo por todo el cuerpo, protegida bajo mi gorro de punto y un par de capas de ropa. En ese momento se me antoja una bebida caliente con todo tipo de guarrerías por encima, por lo que me apresuro hacia la cafetería donde he quedado con Ethan y, como estoy segura de que mi capuccino con nata, chocolate, caramelo y canela le va dar envidia, pido dos. Si no le gusta siempre puedo bebérmelo yo.
Aproveché la visita que suelo hacerle a mi hermano una vez al mes para encontrarme con el que hasta hace unos años era uno de mis mejores amigos. Y digo uno porque soy demasiado orgullosa como para admitir que durante los años que fuimos juntos a clase, solo él se dignaba a pasar más horas de las necesarias conmigo. Nunca se me dio bien hacer amigos por lo que a la primera de cambio lo arrastré hacia mi vida antes de que pudiera salir corriendo. Sin embargo, cuando ambos nos especializamos y él se fue a vivir al capitolio con su tío, nos distanciamos bastante.
De hecho fue mera coincidencia que nos encontráramos la última vez. Yo había ido al capitolio no con la intención de pasarme por la casa de mi hermano, sino más bien con la idea de comprar unas cosas que me hacían falta para el trabajo. Aunque no es que fuera exactamente algo que necesitara para ello, sino más bien para algo que estaba tratando de arreglar por mi cuenta. De todas maneras, resulta que su figura apareció frente al estante en que yo estaba buscando y sus ojos me resultaron demasiado conocidos como para no reconocerle. A partir de ahí coincidimos en que debíamos vernos en otra ocasión, o más bien le obligué a que fuera así.
Le pego un sorbo al café antes de que le dé tiempo a enfriarse, quemándome la lengua en consecuencia justo cuando veo que entra por la puerta y mi cara se transforma en una expresión de dolor mezclada con el agradable sabor de la bebida. - Me alegro de que hayas venido. - Sonrío tras ese gesto de torpeza y me llevo una servilleta a los labios para quitarme los restos de nata de mi rostro. - No sabía que querías así que te pedí lo más extravagante que pude encontrar. - Le acerco la taza con las yemas mientras toma asiento. Por alguna razón sus gafas me recuerdan algo y cojo mi bolso para rebuscar en su interior y sacar unas piezas. - Esto es para ti. Recuerdo que lo andabas buscando la última vez que nos vimos. - Pese a mi experiencia con cacharros y cosas inservibles, por el contrario desconozco para lo que le puede llegar a servir. - Te sientan bien las gafas. - Murmuro en observación, le hacen más intelectual de lo que ya es.
Aproveché la visita que suelo hacerle a mi hermano una vez al mes para encontrarme con el que hasta hace unos años era uno de mis mejores amigos. Y digo uno porque soy demasiado orgullosa como para admitir que durante los años que fuimos juntos a clase, solo él se dignaba a pasar más horas de las necesarias conmigo. Nunca se me dio bien hacer amigos por lo que a la primera de cambio lo arrastré hacia mi vida antes de que pudiera salir corriendo. Sin embargo, cuando ambos nos especializamos y él se fue a vivir al capitolio con su tío, nos distanciamos bastante.
De hecho fue mera coincidencia que nos encontráramos la última vez. Yo había ido al capitolio no con la intención de pasarme por la casa de mi hermano, sino más bien con la idea de comprar unas cosas que me hacían falta para el trabajo. Aunque no es que fuera exactamente algo que necesitara para ello, sino más bien para algo que estaba tratando de arreglar por mi cuenta. De todas maneras, resulta que su figura apareció frente al estante en que yo estaba buscando y sus ojos me resultaron demasiado conocidos como para no reconocerle. A partir de ahí coincidimos en que debíamos vernos en otra ocasión, o más bien le obligué a que fuera así.
Le pego un sorbo al café antes de que le dé tiempo a enfriarse, quemándome la lengua en consecuencia justo cuando veo que entra por la puerta y mi cara se transforma en una expresión de dolor mezclada con el agradable sabor de la bebida. - Me alegro de que hayas venido. - Sonrío tras ese gesto de torpeza y me llevo una servilleta a los labios para quitarme los restos de nata de mi rostro. - No sabía que querías así que te pedí lo más extravagante que pude encontrar. - Le acerco la taza con las yemas mientras toma asiento. Por alguna razón sus gafas me recuerdan algo y cojo mi bolso para rebuscar en su interior y sacar unas piezas. - Esto es para ti. Recuerdo que lo andabas buscando la última vez que nos vimos. - Pese a mi experiencia con cacharros y cosas inservibles, por el contrario desconozco para lo que le puede llegar a servir. - Te sientan bien las gafas. - Murmuro en observación, le hacen más intelectual de lo que ya es.
La verdad es que me sorprendió encontrarme con Ingrid el otro día que venía de comer en casa de Zoey y Lëia. Riorden decidió quedarse a pasar ahí la noche, para variar, porque era viernes, y antes de volver para la Isla Ministerial, decidí pasarme por la tienda de animales a comprarle comida a Roxas. Fue entonces cuando me encontré con mi antigua amiga entre las calles comerciales de la capital. La verdad es que Ingrid era de las pocas personas con las que tenía trato en clase. No es que fuera un niño retraído o algo por el estilo, pero muchos de mis compañeros me parecían aburridos y simples. Pero ella no. Como me pasa a mí, la mecánica y la ciencia eran algunas de sus aficiones, así que siempre acabábamos encontrando algo de lo que hablar. Sin embargo, el resto de mis compañeros se limitaban a ir detrás de mí simplemente por ser el hijo adoptivo de un ministro, y el sobrino de otro, dos hombres que en su momento contribuyeron en la conquista de NeoPanem y el resurgir de los magos como nació. Como si no fuera nada más que esas dos cosas. Crecer a la sombra de una familia como la mía no es lo más agradable, al menos no en momentos como esos cuando lo único que quieres es ser un estudiante normal y corriente. No quiero imaginar cómo debe de ser para Hero Niniadis, sinceramente.
Después de una visita exprés por casa de mi tía Elle para estar un rato con Emma, la pequeña de la familia, me cambio de ropa, me arreglo un poco los rizos alocados del cabello, y me aparezco en una de las calles principales del Capitolio. No suelo tener demasiado tiempo libre, y el poco que tengo lo empleo en perfeccionar mis habilidades científicas pero, aun así, sé dónde está la cafetería donde hemos quedado porque he venido alguna vez con Lëia, sobre todo en las tardes frías de invierno en las que solo nos apetece beber algo caliente.
Para cuando entro en el local, reconozco la cabellera pelirroja de mi amiga, que ya ha pedido para los dos. — Perdón por la tardanza — digo mientras me siento en la silla libre. No sé si he calculado mal y me he aparecido más lejos de lo que pensaba, o si al final me he entretenido demasiado en casa de mis tíos. Sea como sea, agarro el vaso de café y saboreo el dulzor que deja después de tragarlo. No suelo ser muy fan del caramelo, ni quemado, ni en helados, ni en ningún postre, pero la verdad es que combinado con el café, la nata y el chocolate, queda mejor de lo que pensaba y resulta en un sabor agradable. — Está bueno — comento, mirando a Ingrid. Imagino que ya de por sí lo sabe porque es ella quien ha decidido pedirlo. Vuelvo a dar otro sorbo rápido porque como Jolene Yorkey me dijo hace escasos días en nuestro encuentro totalmente inesperado, el café frío pierde toda la gracia. — ¿Qué es de tu vida? — En el tiempo que hace que no nos vemos puede haber pasado de todo. No literalmente, pero hace muchísimo tiempo que no nos veíamos, concretamente desde que yo dejé de ir al Prince, y de eso hace ya más de diez años. Intentamos mantener el contacto al principio, pero era complicado teniendo en cuenta que nos separaban varios distritos y que yo vivía en una isla aún más lejana.
Después de una visita exprés por casa de mi tía Elle para estar un rato con Emma, la pequeña de la familia, me cambio de ropa, me arreglo un poco los rizos alocados del cabello, y me aparezco en una de las calles principales del Capitolio. No suelo tener demasiado tiempo libre, y el poco que tengo lo empleo en perfeccionar mis habilidades científicas pero, aun así, sé dónde está la cafetería donde hemos quedado porque he venido alguna vez con Lëia, sobre todo en las tardes frías de invierno en las que solo nos apetece beber algo caliente.
Para cuando entro en el local, reconozco la cabellera pelirroja de mi amiga, que ya ha pedido para los dos. — Perdón por la tardanza — digo mientras me siento en la silla libre. No sé si he calculado mal y me he aparecido más lejos de lo que pensaba, o si al final me he entretenido demasiado en casa de mis tíos. Sea como sea, agarro el vaso de café y saboreo el dulzor que deja después de tragarlo. No suelo ser muy fan del caramelo, ni quemado, ni en helados, ni en ningún postre, pero la verdad es que combinado con el café, la nata y el chocolate, queda mejor de lo que pensaba y resulta en un sabor agradable. — Está bueno — comento, mirando a Ingrid. Imagino que ya de por sí lo sabe porque es ella quien ha decidido pedirlo. Vuelvo a dar otro sorbo rápido porque como Jolene Yorkey me dijo hace escasos días en nuestro encuentro totalmente inesperado, el café frío pierde toda la gracia. — ¿Qué es de tu vida? — En el tiempo que hace que no nos vemos puede haber pasado de todo. No literalmente, pero hace muchísimo tiempo que no nos veíamos, concretamente desde que yo dejé de ir al Prince, y de eso hace ya más de diez años. Intentamos mantener el contacto al principio, pero era complicado teniendo en cuenta que nos separaban varios distritos y que yo vivía en una isla aún más lejana.
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Me encojo de hombros ante su disculpa restándole importancia. Digamos que yo tampoco soy una persona estrictamente puntual, siempre hay algo que me retiene más de la cuenta, como no poder encontrar mis zapatos antes de salir de casa, y acabo por llegar tarde a todos sitios. Por eso le sonrío para demostrarle que en realidad no me importa si ha llegado veinte minutos o dos horas tarde y también porque me siento bien conmigo misma siendo por una vez en mi vida la persona que llega primero. Por un momento noto que toda la confianza que teníamos cuando éramos pequeños ha desaparecido, y lo más probable es que sea así, hace tanto tiempo que no nos vemos que podría tener novia, novio, o incluso hijos. Aunque quizás con la última esté exagerando, tiene una familia demasiado grande como para alargarla a una edad tan temprana.
- Y este no es nada comparado con el sweet unicorn, estoy intentando probar todas las bebidas de la carta para decidir cual es mi favorita y atiborrarme de ella hasta morir de una sobredosis de azúcar. - Creo que es el nerviosismo lo que me produce empezar a soltar tonterías que ni siquiera le importan, pero de alguna manera eso me ayuda a que la conversación no se torne aburrida o simplemente incómoda. - Nada ha cambiado desde que te fuiste, a no ser que te interese saber que mi hermano encontró un trabajo aquí y nos dejó a mi madre y a mí solas. Por lo demás todo sigue igual, estudié mecánica, siempre fue más fácil que las letras y soy un desastre con todo lo que tenga que ver con eso. - Aunque eso ya lo sabe, creo recordar. Nunca escondí mi dislexia porque tampoco tenía opción a hacerlo, así que traté de potencia el otro lado de mi cerebro especializándome en algo que se me diese bien. - Quiero mudarme de casa y comprarme una, pero no sé como decírselo a mi madre sin que le dé un infarto. - Porque a sus ojos, por mucho que crezca, siempre seré la misma niña que se tropezaba con sus propios cordones.
Casi tengo la estupidez de preguntarle si él también vive con su madre antes de recordar su compleja vida privada. - ¿Cómo está tu familia? - Pregunto pegándole un pequeño sorbo a la taza para no cometer el mismo error que hace unos segundos y no quemarme la lengua. Pasó mucho tiempo y apenas recuerdo quién estaba casado con quien, quien vivía con quien, y quien narices tuvo hijos con quien. Solo espero que no me diga que alguien ha muerto porque eso sería una cagada monumental, y no estoy dispuesta a perder una amistad que acabo de reencontrar por esa metedura de pata.
- Y este no es nada comparado con el sweet unicorn, estoy intentando probar todas las bebidas de la carta para decidir cual es mi favorita y atiborrarme de ella hasta morir de una sobredosis de azúcar. - Creo que es el nerviosismo lo que me produce empezar a soltar tonterías que ni siquiera le importan, pero de alguna manera eso me ayuda a que la conversación no se torne aburrida o simplemente incómoda. - Nada ha cambiado desde que te fuiste, a no ser que te interese saber que mi hermano encontró un trabajo aquí y nos dejó a mi madre y a mí solas. Por lo demás todo sigue igual, estudié mecánica, siempre fue más fácil que las letras y soy un desastre con todo lo que tenga que ver con eso. - Aunque eso ya lo sabe, creo recordar. Nunca escondí mi dislexia porque tampoco tenía opción a hacerlo, así que traté de potencia el otro lado de mi cerebro especializándome en algo que se me diese bien. - Quiero mudarme de casa y comprarme una, pero no sé como decírselo a mi madre sin que le dé un infarto. - Porque a sus ojos, por mucho que crezca, siempre seré la misma niña que se tropezaba con sus propios cordones.
Casi tengo la estupidez de preguntarle si él también vive con su madre antes de recordar su compleja vida privada. - ¿Cómo está tu familia? - Pregunto pegándole un pequeño sorbo a la taza para no cometer el mismo error que hace unos segundos y no quemarme la lengua. Pasó mucho tiempo y apenas recuerdo quién estaba casado con quien, quien vivía con quien, y quien narices tuvo hijos con quien. Solo espero que no me diga que alguien ha muerto porque eso sería una cagada monumental, y no estoy dispuesta a perder una amistad que acabo de reencontrar por esa metedura de pata.
Una sonrisa de medio lado se forma en mis labios al escuchar el nombre de la bebida que dice, e intento imaginar el sabor pegajoso y empalagoso que debe tener. Sí, puede sonar a un nombre... ¿curioso? Supongo. Sea como sea, no estoy muy seguro de si lo tomaría. — ¿Qué lleva esa bebida? — Me giro para intentar mirar la pizarra de encima del mostrador, pero estamos bastante lejos y no alcanzo a ver lo que pone. Claro que llevo gafas, pero eso no tiene nada que ver. Además, mi vista por lo general es normal, solo que suelo usarlas porque se me cansa demasiado cuando trabajo con piezas pequeñas y no tengo ganas de fastidiarme los ojos. Si hoy las llevo es porque a Emma le suele hacer gracia verme con ellas puestas, además de que intento que le guste la ciencia y la tecnología como a mí. Obviamente no la fuerzo, solo que le enseño el amplio abanico de posibilidades de carreras profesionales que tendrá para especializarse. Viene de padres médicos, y aunque conociéndoles no creo que la fuercen a dedicarse a lo mismo que ellos, me gusta que conozca más cosas.
Que esté tan segura de que quiera mudarse me parece admirable. Yo alguna que otra vez me lo he planteado porque tengo el dinero suficiente, pero por ahora no quiero dejar a Riorden. No es que me aterre estar solo, pero casi toda mi familia vive en la Isla Ministerial. Por mi propia lógica supongo que más pronto que tarde Zoey y Lëia se acabarán mudando también, porque espero que mi tío no tarde en casarse con la madre de mi prima de una vez porque ya va siendo hora. — Yo sigo viviendo en la Isla Ministerial. He pensado en independizarme, pero por ahora seguiré un tiempo más ahí — digo antes de dar otro sorbo al café y volver a notar ese dulzor tan característico del caramelo mezclado con chocolate. — ¿Algún distrito en concreto donde te gustaría mudarte? — Porque dependiendo de dónde se fuera, quizá viviríamos más cerca y podríamos volver a vernos más a menudo. — Así que mecánica, ¿eh? — No me sorprende teniendo en cuenta que solíamos tener las mismas aficiones de críos, pero no voy a negar que me alegra que hayamos acabado en el mismo sector. — Yo acabé de científico. Lo que más me gusta hacer es mezclar tecnología y ciencia con magia — reconozco. Claro que no siempre me sale bien, como aquel día que mi robot prácticamente explotó y prendió en llamas la alfombra de Riorden. Ahora ya estoy tomando medidas para evitar cortocircuitos por culpa de bebidas.
Mi familia siempre ha sido algo rebuscada de explicar, pero por suerte ella solía conocer la mayoría de cosas sobre nuestra situación como para que no me haga falta entrar en detalles de que si vivo con mi tío porque mis padres murieron cuando tenía siete años, o que si tengo una prima cuyo padre murió en los Juegos Mágicos de los Black, y que ahora su madre está saliendo con el tío de su hija. No espero que recuerde todos esos líos, pero es suficiente con que recuerde que estamos lejos de ser una familia típica. — Todo sigue igual. Alguna que otra relación nueva por parte de mi tío Riorden, pero por lo demás nada nuevo. — Porque recordándolo bien, la última vez que nos vimos todavía Zoey y él no estaban juntos y aunque no se odiaban ni discutían constantemente ya, tampoco tenían la relación que tienen ahora. — ¿Tu familia cómo está?
Que esté tan segura de que quiera mudarse me parece admirable. Yo alguna que otra vez me lo he planteado porque tengo el dinero suficiente, pero por ahora no quiero dejar a Riorden. No es que me aterre estar solo, pero casi toda mi familia vive en la Isla Ministerial. Por mi propia lógica supongo que más pronto que tarde Zoey y Lëia se acabarán mudando también, porque espero que mi tío no tarde en casarse con la madre de mi prima de una vez porque ya va siendo hora. — Yo sigo viviendo en la Isla Ministerial. He pensado en independizarme, pero por ahora seguiré un tiempo más ahí — digo antes de dar otro sorbo al café y volver a notar ese dulzor tan característico del caramelo mezclado con chocolate. — ¿Algún distrito en concreto donde te gustaría mudarte? — Porque dependiendo de dónde se fuera, quizá viviríamos más cerca y podríamos volver a vernos más a menudo. — Así que mecánica, ¿eh? — No me sorprende teniendo en cuenta que solíamos tener las mismas aficiones de críos, pero no voy a negar que me alegra que hayamos acabado en el mismo sector. — Yo acabé de científico. Lo que más me gusta hacer es mezclar tecnología y ciencia con magia — reconozco. Claro que no siempre me sale bien, como aquel día que mi robot prácticamente explotó y prendió en llamas la alfombra de Riorden. Ahora ya estoy tomando medidas para evitar cortocircuitos por culpa de bebidas.
Mi familia siempre ha sido algo rebuscada de explicar, pero por suerte ella solía conocer la mayoría de cosas sobre nuestra situación como para que no me haga falta entrar en detalles de que si vivo con mi tío porque mis padres murieron cuando tenía siete años, o que si tengo una prima cuyo padre murió en los Juegos Mágicos de los Black, y que ahora su madre está saliendo con el tío de su hija. No espero que recuerde todos esos líos, pero es suficiente con que recuerde que estamos lejos de ser una familia típica. — Todo sigue igual. Alguna que otra relación nueva por parte de mi tío Riorden, pero por lo demás nada nuevo. — Porque recordándolo bien, la última vez que nos vimos todavía Zoey y él no estaban juntos y aunque no se odiaban ni discutían constantemente ya, tampoco tenían la relación que tienen ahora. — ¿Tu familia cómo está?
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No sé si es por la cantidad de bebidas diferentes que he probado en las últimas semanas o simplemente la confusión entre los diferentes ingredientes que tienen, pero acabo por fruncir los labios y cerrar un poco los ojos mientras miro hacia arriba como si de esa forma fuera a venirme toda la inspiración posible. - Prff, café, cacao, caramelo, nata, fresas, frambuesas, plátano, arándanos... Básicamente todas las frutas coloridas que puedas imaginarte y mucho azúcar. - Esa es una de las cosas que más me impresionan, el no haber engordado ni un gramo a pesar de la cantidad de calorías que puede llevar una bebida como esa, razón por la que prefiero no saberlo. - Suena empalagoso, pero nunca sabrás lo bien que sabe hasta que lo pruebes. La próxima vez te pediré uno y no podrás negarte. - Le digo de forma tajante. No sé si aún tenemos la confianza que teníamos antes para imponer nuestros antojos sobre el otro, pero sé que mucha gente se cierra a probar cosas nuevas solo por la pinta que tienen. Vale sí, yo una vez probé un batido de calabaza que me dejó mal sabor de boca durante tres días, aunque no me arrepiento de haberla probado.
Dejo que el calor de la bebida me caliente la garganta mientras escucho lo que tiene que decirme, abriendo los ojos en sorpresa y tragando con rápidez cuando quiero hablar a la vez que mostrarle la estupefacción de mi cara. - No sabía que fueras uno de los privilegiados. - Comento con gracia. Conozco poca gente que vive en la isla ministerial, y lo digo por hacerme la guay ya que en realidad no sé de nadie con tanto nivel económico como para residir allí. Sin embargo, mi sorpresa cambia rapidamente hacia la duda. Para ser sinceros, cuando hablo de independizarme, nunca he sopesado la posibilidad de mudarme de distrito, siempre ha sido algo más a lo 'me compro una casa y ya puedo decir que soy independiente'. - En realidad, no he pensado cambiarme de distrito, más bien comprar una casa unas manzanas más allá de la de mi madre. - Murmuro un poco avergonzada ante mi pésima idea de independencia. - Ya sabes, por si acaso hay una emergencia tipo 'no tengo ni idea de como freír patatas, mamá, ven al rescate'. - Claro que todo eso sería más fácil si tuviera alguien que hiciera esas tareas por mí. Sin embargo, no puedo alojar a alguien sin que se me venga a la cabeza la idea de que podría haber sido mi padre. Incluso después de tanto tiempo y de apenas acordarme de como era, su recuerdo siempre aparece en algún momento del día.
Asiento con una gran sonrisa en el rostro, orgullosa de poder decir que he conseguido hacer algo que, por lo menos yo, considero honorable. No es lo mismo que alguien que se dedica a salvar vidas todos los días o a proteger el país, pero puedo decir que me siento satisfecha con poder ofrecer mi pequeño granito de arena a la ciudad. - Si alguna vez necesitas que te arregle o construya algo de la nada, solo tienes que llamarme. - Puede que me esté emocionando, ni siquiera llevo tanto en el sector como para hacer maravillas, aunque tampoco es mentira que soy la mejor de mi categoría. - ¿Tecnología con magia? Suena ligeramente explosivo. - Bromeo entre risas. Mis ojos delatan alivio en cuanto menciona que todo en su vida sigue como lo había dejado, no sé si por la necesaria afirmación de que su familia está bien o por poder continuar nuestra amistad tal y como la dejamos cuando se marchó. - Ambos están bien. Mi madre sigue preguntando por ti a pesar de que siempre obtiene la misma respuesta, por fin podré decirle que sigues como siempre, aunque un poco menos bajo y más tonto. - Lo último lo digo con un ligero tono de broma. - Y mi hermano simplemente creo que está feliz de haber escapado de nosotras. - Por triste que suene. En el fondo yo sabía que tarde o temprano el gobierno acabaría por succionarlo, siempre le ha ido todo ese rollo de la política que a mí no me importa ni lo más mínimo.
Dejo que el calor de la bebida me caliente la garganta mientras escucho lo que tiene que decirme, abriendo los ojos en sorpresa y tragando con rápidez cuando quiero hablar a la vez que mostrarle la estupefacción de mi cara. - No sabía que fueras uno de los privilegiados. - Comento con gracia. Conozco poca gente que vive en la isla ministerial, y lo digo por hacerme la guay ya que en realidad no sé de nadie con tanto nivel económico como para residir allí. Sin embargo, mi sorpresa cambia rapidamente hacia la duda. Para ser sinceros, cuando hablo de independizarme, nunca he sopesado la posibilidad de mudarme de distrito, siempre ha sido algo más a lo 'me compro una casa y ya puedo decir que soy independiente'. - En realidad, no he pensado cambiarme de distrito, más bien comprar una casa unas manzanas más allá de la de mi madre. - Murmuro un poco avergonzada ante mi pésima idea de independencia. - Ya sabes, por si acaso hay una emergencia tipo 'no tengo ni idea de como freír patatas, mamá, ven al rescate'. - Claro que todo eso sería más fácil si tuviera alguien que hiciera esas tareas por mí. Sin embargo, no puedo alojar a alguien sin que se me venga a la cabeza la idea de que podría haber sido mi padre. Incluso después de tanto tiempo y de apenas acordarme de como era, su recuerdo siempre aparece en algún momento del día.
Asiento con una gran sonrisa en el rostro, orgullosa de poder decir que he conseguido hacer algo que, por lo menos yo, considero honorable. No es lo mismo que alguien que se dedica a salvar vidas todos los días o a proteger el país, pero puedo decir que me siento satisfecha con poder ofrecer mi pequeño granito de arena a la ciudad. - Si alguna vez necesitas que te arregle o construya algo de la nada, solo tienes que llamarme. - Puede que me esté emocionando, ni siquiera llevo tanto en el sector como para hacer maravillas, aunque tampoco es mentira que soy la mejor de mi categoría. - ¿Tecnología con magia? Suena ligeramente explosivo. - Bromeo entre risas. Mis ojos delatan alivio en cuanto menciona que todo en su vida sigue como lo había dejado, no sé si por la necesaria afirmación de que su familia está bien o por poder continuar nuestra amistad tal y como la dejamos cuando se marchó. - Ambos están bien. Mi madre sigue preguntando por ti a pesar de que siempre obtiene la misma respuesta, por fin podré decirle que sigues como siempre, aunque un poco menos bajo y más tonto. - Lo último lo digo con un ligero tono de broma. - Y mi hermano simplemente creo que está feliz de haber escapado de nosotras. - Por triste que suene. En el fondo yo sabía que tarde o temprano el gobierno acabaría por succionarlo, siempre le ha ido todo ese rollo de la política que a mí no me importa ni lo más mínimo.
Mi cara debe de ser un poema cuando me dice el listado de ingredientes que conforman la bebida esa que debe de ser tan empalagosa, mientras intento imaginarme a qué debe de saber. No consigo imaginarlo, así que al final acabo encogiéndome de hombros con su último comentario. No soy una persona cerrada y estoy abierto a nuevas experiencias, pero otra cosa es que luego me parezca una bebida desagradable, me revuelva el estómago, y tenga que ir al dentista para prevenir un montón de caries. — ¿Privilegiado? — Vale, sí, vivo rodeado de las personas más importantes del país y quienes me conocen desde el momento en que nací, pero de ahí a privilegiado... Siempre he visto la Isla Ministerial como el sitio donde vivimos alejados del resto de la población, como si nosotros fuésemos más que ellos solo por el trabajo que tenemos o por la familia a la que pertenecemos. Parece que vivamos en cuarentena, pero siendo adinerados y con todo lo que queramos, prácticamente. — Está bien. Aceptaré probar esa bebida si me acompañas un día a la Isla — comento finalmente. Es una manera de poder desmontar ciertos mitos. La mayor parte del día los ministros están trabajando, así que no es que vivamos en una fiesta constante ni nada por el estilo.
— Entonces te quedarías en el Distrito 13, ¿no? — Hace poco que estuve ahí, concretamente cuando fui a ver al trabajo a mi tío Keiran. Si no fuera porque él ha vuelto a vivir ahí, estaría más tiempo sin ir. Todavía recuerdo que la casa del 13 fue el primer hogar que compartí con Riorden después de que mis padres murieran juzgados. — Yo creo que el día que me mude será para irme al Capitolio o al Distrito 3. Ya sabes, por el tema del trabajo y disponer de más facilidades tecnológicas. — No voy todo lo que me gustaría, pero el 3 es uno de mis distritos favoritos por el trabajo que ahí se hace. Por otra parte, irme al Capitolio sería simplemente por comodidad. No me han malcriado porque viví cinco años en Europa, donde más bien me faltaba de todo, y luego mi familia siguió con las costumbres de no tirar la casa por la ventana porque estaban acostumbrados a tener carencia de dinero y provisiones, pero tampoco estoy preparado para vivir en un Distrito de clase media, por mucho que no derroche.
Creo que podemos tener bastantes temas de los que hablar considerando nuestras profesiones y, quien sabe, quizá hasta podríamos trabajar en algún proyecto juntos en un futuro. Nunca he trabajado con nadie, exceptuando en mi día a día laboral, porque en cuanto a tema hobby me gusta trabajar solo. Sin embargo, no me importaría darle un voto de confianza a Ingrid porque siempre fue diferente al resto. — Lo tendré en cuenta. — Una sonrisa incómoda se forma en mis labios nada más escuchar la palabra "explosivo". — No puedes imaginarte cuánto... — murmuro. He tenido algún que otro pequeñito accidente en casa, pero nada grave, por mucho que mi tío exagere... aunque tenga razón. Vivimos en la zona más segura de todo el país, así que tiene sentido que se enfade por asustar a las casas cercanas cuando he tenido algún problema. Sin embargo, ya están acostumbrados al científico Weynart y lo que hace. O eso imagino. Pero eh, también hace tiempo que no pasa nada, quitando el incidente con Trophy y que el robot tuvo un cortocircuito porque por culpa de mi perro se le derramó el vaso de zumo de naranja por encima. — ¿A qué se dedicaba tu hermano? — pregunto para alejar el foco de la conversación a otra cosa.
— Entonces te quedarías en el Distrito 13, ¿no? — Hace poco que estuve ahí, concretamente cuando fui a ver al trabajo a mi tío Keiran. Si no fuera porque él ha vuelto a vivir ahí, estaría más tiempo sin ir. Todavía recuerdo que la casa del 13 fue el primer hogar que compartí con Riorden después de que mis padres murieran juzgados. — Yo creo que el día que me mude será para irme al Capitolio o al Distrito 3. Ya sabes, por el tema del trabajo y disponer de más facilidades tecnológicas. — No voy todo lo que me gustaría, pero el 3 es uno de mis distritos favoritos por el trabajo que ahí se hace. Por otra parte, irme al Capitolio sería simplemente por comodidad. No me han malcriado porque viví cinco años en Europa, donde más bien me faltaba de todo, y luego mi familia siguió con las costumbres de no tirar la casa por la ventana porque estaban acostumbrados a tener carencia de dinero y provisiones, pero tampoco estoy preparado para vivir en un Distrito de clase media, por mucho que no derroche.
Creo que podemos tener bastantes temas de los que hablar considerando nuestras profesiones y, quien sabe, quizá hasta podríamos trabajar en algún proyecto juntos en un futuro. Nunca he trabajado con nadie, exceptuando en mi día a día laboral, porque en cuanto a tema hobby me gusta trabajar solo. Sin embargo, no me importaría darle un voto de confianza a Ingrid porque siempre fue diferente al resto. — Lo tendré en cuenta. — Una sonrisa incómoda se forma en mis labios nada más escuchar la palabra "explosivo". — No puedes imaginarte cuánto... — murmuro. He tenido algún que otro pequeñito accidente en casa, pero nada grave, por mucho que mi tío exagere... aunque tenga razón. Vivimos en la zona más segura de todo el país, así que tiene sentido que se enfade por asustar a las casas cercanas cuando he tenido algún problema. Sin embargo, ya están acostumbrados al científico Weynart y lo que hace. O eso imagino. Pero eh, también hace tiempo que no pasa nada, quitando el incidente con Trophy y que el robot tuvo un cortocircuito porque por culpa de mi perro se le derramó el vaso de zumo de naranja por encima. — ¿A qué se dedicaba tu hermano? — pregunto para alejar el foco de la conversación a otra cosa.
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Yo misma pertenecía al grupo de privilegiados cuando gobernaban los Black y mi padre aún seguía con vida. Pese a la condición de mi madre y el saber que mi hermano y yo la acabaríamos heredando no se interpuso en su pequeña escalada hacia el poder. Quién diría que aquello acabaría con su vida tan rápido como Jamie Niniadis se hizo con la corona. Aún me duele recordar el destino que tuvo una persona con el corazón tan bueno como el que tenía mi padre, incluso a sabiendas de que él no era como nosotros, jamás le escuché atacar a mi madre por ser como era, la quería, fuese lo que fuese. Acabo por asentir levemente con la cabeza con la taza aún entre mis labios para después esbozar una pequeña sonrisa ante su ofrecimiento. - No veo porqué debería rechazar esa oferta. - No es que no sepa como vive la gente rica porque yo fui una de ellas hace tiempo, pero lo veo más como una oportunidad de volver a vernos y no dejar que nuestra amistad caiga en el olvido, después de todo fuimos amigos durante mucho tiempo.
- Sí. Allí tengo un trabajo estable y a mi madre más cerca. - Estoy segura de que a ella no le importaría si me fuera a vivir lejos de ella, es más, sería quien insistiría en convertirme en una persona independiente, pero así como sé que no dejaría que condicionara mi vida por la suya, también sé que la idea de vivir sola no le hace mucha gracia. - Aunque no me importaría vivir en el capitolio por un tiempo. Incluso si eso significara tener que ver la cara de mi hermano más veces de las que me gustaría. - No, no nos llevamos mal, pero él es la típica persona con la que estás bien dos horas y luego se torna insoportable. Convivir con él de nuevo no es algo que tenga en mi lista de cosas por hacer, y creo que a él tampoco le haría mucha gracia que su hermana pequeña se acoplara a su vida ahora que tiene novia. - ¿Sabes? No me sorprende nada que acabaras como científico. Siempre tuviste ese aire que te hacía parecer más inteligente que el resto. - Reconozco mientras le doy vueltas al contenido de la taza con la cuchara.
No puedo decir lo mismo de mí, que jamás supe que era lo que quería hacer a excepción de saber que no quería tener nada que ver con las letras, a día de hoy puedo confirmar que no me equivoqué cuando escogí la mecánica. - Trabaja en el departamento de justicia. Para serte sincera nunca creí que acabaría metido en ese rollo, pero por la forma en la que habla de ello parece que es el trabajo de su vida. - Supongo que por mucho que la gente diga lo contrario, las personas cambian. De pequeña yo recordaba pasar buen rato con mi hermano, lejos de todo el drama político que abarcaba el país de entonces. - Ni siquiera recuerdo cuando se volvió tan estirado. - Pienso en voz alta. Me encojo de hombros despué de pegarle un sorbo a la bebida, acabando con su contenido y relamiéndome los labios tras tragar el líquido con pesadez. - ¿Y qué clase de cosas explosivas puede hacer un científico como tú? - Pregunto para cambiar de tema, recordando su cara cuando murmuré esa palabra hace escasos minutos.
- Sí. Allí tengo un trabajo estable y a mi madre más cerca. - Estoy segura de que a ella no le importaría si me fuera a vivir lejos de ella, es más, sería quien insistiría en convertirme en una persona independiente, pero así como sé que no dejaría que condicionara mi vida por la suya, también sé que la idea de vivir sola no le hace mucha gracia. - Aunque no me importaría vivir en el capitolio por un tiempo. Incluso si eso significara tener que ver la cara de mi hermano más veces de las que me gustaría. - No, no nos llevamos mal, pero él es la típica persona con la que estás bien dos horas y luego se torna insoportable. Convivir con él de nuevo no es algo que tenga en mi lista de cosas por hacer, y creo que a él tampoco le haría mucha gracia que su hermana pequeña se acoplara a su vida ahora que tiene novia. - ¿Sabes? No me sorprende nada que acabaras como científico. Siempre tuviste ese aire que te hacía parecer más inteligente que el resto. - Reconozco mientras le doy vueltas al contenido de la taza con la cuchara.
No puedo decir lo mismo de mí, que jamás supe que era lo que quería hacer a excepción de saber que no quería tener nada que ver con las letras, a día de hoy puedo confirmar que no me equivoqué cuando escogí la mecánica. - Trabaja en el departamento de justicia. Para serte sincera nunca creí que acabaría metido en ese rollo, pero por la forma en la que habla de ello parece que es el trabajo de su vida. - Supongo que por mucho que la gente diga lo contrario, las personas cambian. De pequeña yo recordaba pasar buen rato con mi hermano, lejos de todo el drama político que abarcaba el país de entonces. - Ni siquiera recuerdo cuando se volvió tan estirado. - Pienso en voz alta. Me encojo de hombros despué de pegarle un sorbo a la bebida, acabando con su contenido y relamiéndome los labios tras tragar el líquido con pesadez. - ¿Y qué clase de cosas explosivas puede hacer un científico como tú? - Pregunto para cambiar de tema, recordando su cara cuando murmuré esa palabra hace escasos minutos.
Llevar a alguien a la Isla quizá acabe siendo una idea pésima con el tiempo. Probablemente mis tíos no piensen lo mismo y se alegren de que socialice un poco si me ven llegar con Ingrid, y puede que hasta piensen que por fin me he decido a conocer una chica. Claro que tener a alguien con quien tienes cosas en común es bueno, pero por mucho que alguna vez me pregunten, no está en mi ideas actuales el salir con alguien. Estoy bien como estoy, y no tengo tiempo para dedicarle a una hipotética pareja. Una amistad es algo más sencillo. Además, la única persona con la que me interesaría tener algo me saca once años y probablemente me vea con un crío por muy amable que fuera nuestro encuentro de hace unos días. Eso sin hablar de que seguramente decepcionaría a casi toda la familia si supieran que Jolene Yorkey me parece atractiva, interesante y misteriosa en el buen sentido.
Entiendo a lo que se refiere, no solo por el trabajo estable, sino también por tener a su madre cerca. Supongo que una de las principales razones por las que yo todavía no he querido independizarme ha sido porque la mayoría de mi familia está en la Isla Ministerial. He perdido a demasiada gente de mi familia desde que tengo uso de razón, y aunque a veces tengamos nuestras diferencias políticas, son lo único que tengo. Primero perdí a mi madre cuando era un bebé, y como consecuencia de eso, a mi padre. Luego los recuperé, pero al poco tiempo perdí para siempre a mi tío Alec. Y cuando las cosas parecían haberse calmado, perdí a mis padres otra vez, pero ahora ya no los podía recuperar. Durante años todo parecía ir bien, vivíamos tranquilos, hasta que por unas estúpidas normas de sangre, quien tuvo que irse fue mi tía Joyce porque su familia biológica era muggle. — Lo dices por las gafas, ¿no? — pregunto con una pequeña mueca. Lo doy por hecho por el comentario que ha hecho nada más verme con ellas, y porque no sería la primera persona que lo dice simplemente por eso. De todas maneras, tiene razón. Quizá suene egocéntrico, pero siempre me he considerado una persona inteligente, hasta antes de saber que de verdad lo era porque mi cociente intelectual es algo mayor que el de la media.
Ver cómo habla de su hermano me recuerda un poco a cómo era mi padre adoptivo cuando acababa de mudarme con él. No fue durante demasiado tiempo, pero aunque en su momento me pareciera extraño, conforme fui creciendo comprendí que había pasado de no tener que preocuparse por nada más que su trabajo después de que se hicieran con el poder del país, a tener que encargarse de dos niños. No obstante, no sé muy bien cómo es su hermano, así que en este caso no puedo opinar. — Quizá lo hace para llenar alguna carencia — comento por decir algo. Para mi desgracia, el tema de conversación vuelve a centrarse en las explosiones accidentales de mis proyectos. — Oh, bueno... Minucias, ya sabes. — Probablemente no porque me explico de pena. — Hace unos meses fabriqué un robot, lo programé a la perfección y... digamos que cuando le ordené que me trajera un zumo de naranja, mi perro se cruzó por medio, el zumo acabó por encima del robot y provocó un cortocircuito y... la alfombra del comedor se prendió en llamas. — explico en un tono de voz nervioso e incómodo. El fuego no fue demasiado grave porque, por suerte, Riorden reaccionó rápido y lo apagó con un hechizo — Me sabe fatal, pero tendré que irme dentro de poco ya. — No es una manera de tener que esconder mis accidentes tecnológicos, sino que es verdad que tendré que marcharme.
Entiendo a lo que se refiere, no solo por el trabajo estable, sino también por tener a su madre cerca. Supongo que una de las principales razones por las que yo todavía no he querido independizarme ha sido porque la mayoría de mi familia está en la Isla Ministerial. He perdido a demasiada gente de mi familia desde que tengo uso de razón, y aunque a veces tengamos nuestras diferencias políticas, son lo único que tengo. Primero perdí a mi madre cuando era un bebé, y como consecuencia de eso, a mi padre. Luego los recuperé, pero al poco tiempo perdí para siempre a mi tío Alec. Y cuando las cosas parecían haberse calmado, perdí a mis padres otra vez, pero ahora ya no los podía recuperar. Durante años todo parecía ir bien, vivíamos tranquilos, hasta que por unas estúpidas normas de sangre, quien tuvo que irse fue mi tía Joyce porque su familia biológica era muggle. — Lo dices por las gafas, ¿no? — pregunto con una pequeña mueca. Lo doy por hecho por el comentario que ha hecho nada más verme con ellas, y porque no sería la primera persona que lo dice simplemente por eso. De todas maneras, tiene razón. Quizá suene egocéntrico, pero siempre me he considerado una persona inteligente, hasta antes de saber que de verdad lo era porque mi cociente intelectual es algo mayor que el de la media.
Ver cómo habla de su hermano me recuerda un poco a cómo era mi padre adoptivo cuando acababa de mudarme con él. No fue durante demasiado tiempo, pero aunque en su momento me pareciera extraño, conforme fui creciendo comprendí que había pasado de no tener que preocuparse por nada más que su trabajo después de que se hicieran con el poder del país, a tener que encargarse de dos niños. No obstante, no sé muy bien cómo es su hermano, así que en este caso no puedo opinar. — Quizá lo hace para llenar alguna carencia — comento por decir algo. Para mi desgracia, el tema de conversación vuelve a centrarse en las explosiones accidentales de mis proyectos. — Oh, bueno... Minucias, ya sabes. — Probablemente no porque me explico de pena. — Hace unos meses fabriqué un robot, lo programé a la perfección y... digamos que cuando le ordené que me trajera un zumo de naranja, mi perro se cruzó por medio, el zumo acabó por encima del robot y provocó un cortocircuito y... la alfombra del comedor se prendió en llamas. — explico en un tono de voz nervioso e incómodo. El fuego no fue demasiado grave porque, por suerte, Riorden reaccionó rápido y lo apagó con un hechizo — Me sabe fatal, pero tendré que irme dentro de poco ya. — No es una manera de tener que esconder mis accidentes tecnológicos, sino que es verdad que tendré que marcharme.
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Sonrío con gesto culpable cuando descubre las bases que me han hecho meterle en esa categoría a pesar de ser un comentario influenciado por los esteriotipos que pone la sociedad. - Bueno, no solo por eso, las gafas ayudan pero aún recuerdo como me repateaba que lo supieras todo. - Mis cejas se alzan como si de alguna manera con esa mirada a día de hoy todavía me molestara que sea un cerebrito, cuando en realidad con el tiempo esas cosas han pasado a darme completamente igual. Aunque para ser sinceros me fastidiaba más el hecho de que yo no pudiera ser como él, siempre tuve expectativas muy altas acerca de lo que quería ser cuando era más niña y mi falta de capacidad fue un problema que me atormentaba día y noche por miedo a avergonzarme en público. Ahora he aprendido a lidiar con ello, no me preocupa como antes porque puedo centrarme en objetivos más importantes.
Me encojo de hombros con un mohín de mis labios ante su sugerencia. - No lo creo, si alguna vez le faltó algo seguro que ya lo ha conseguido por sus propios medios. - No recuerdo que ninguna vez nos faltara de nada, incluso después del cambio de gobierno mi madre aún tenía una buena posición dentro de la sociedad, y si lo dice por algún tipo de carencia sentimental dudo mucho que nosotras podamos hacer algo al respecto. Aún teniendo todo lo que quisiera seguiría comportándose de la misma manera, lo cual es algo que me repatea porque nunca nos criaron así. - Bueno, siempre puedes animarte sabiendo que al menos funcionaba, no creo que puedas arreglar la alfombra pero de seguro eres capaz de reparar el robot. - Si sacó de ese cerebro la información para fabricarlo arreglarlo no puede significarle un problema mayor. Aunque he de reconocer que debe tener valor para jugar con esos trastos dentro de su propia casa. Yo misma me llevo piezas para reparar a casa, pero son el tipo de artilugios que no podrían hacerle daño ni a una mosca.
Miro el reloj de pared que hay en una esquina de la cafetería en cuanto dice que tiene que irse, comprobando que a pesar de que no nos hemos demorado más de una hora, fuera en la calle está suficiente oscuro como para saber que quizás ambos deberíamos regresar a nuestras respectivas casas. - De acuerdo. Podrías pasarte por el trece alguna vez, mi madre estaría encantada de verte. O si no siempre puedo recordarte mi visita a la zona vip del país. - Le guiño un ojo para que me entienda en lo que agarro la chaqueta que cae sobre la silla y me llevo el bolso a un hombro para sacar el gorro de lana con el que posteriormente me envuelvo la cabeza. El calor de la bebida desaparece rápido de mi cuerpo en cuanto pongo un pie fuera de la cafetería y el viento helado golpea contra mis mejillas. Con suerte solo tengo que caminar unas manzanas para llegar a donde vive mi hermano para despedirme de él antes de volver a casa con un par de recados tachados de la lista.
Me encojo de hombros con un mohín de mis labios ante su sugerencia. - No lo creo, si alguna vez le faltó algo seguro que ya lo ha conseguido por sus propios medios. - No recuerdo que ninguna vez nos faltara de nada, incluso después del cambio de gobierno mi madre aún tenía una buena posición dentro de la sociedad, y si lo dice por algún tipo de carencia sentimental dudo mucho que nosotras podamos hacer algo al respecto. Aún teniendo todo lo que quisiera seguiría comportándose de la misma manera, lo cual es algo que me repatea porque nunca nos criaron así. - Bueno, siempre puedes animarte sabiendo que al menos funcionaba, no creo que puedas arreglar la alfombra pero de seguro eres capaz de reparar el robot. - Si sacó de ese cerebro la información para fabricarlo arreglarlo no puede significarle un problema mayor. Aunque he de reconocer que debe tener valor para jugar con esos trastos dentro de su propia casa. Yo misma me llevo piezas para reparar a casa, pero son el tipo de artilugios que no podrían hacerle daño ni a una mosca.
Miro el reloj de pared que hay en una esquina de la cafetería en cuanto dice que tiene que irse, comprobando que a pesar de que no nos hemos demorado más de una hora, fuera en la calle está suficiente oscuro como para saber que quizás ambos deberíamos regresar a nuestras respectivas casas. - De acuerdo. Podrías pasarte por el trece alguna vez, mi madre estaría encantada de verte. O si no siempre puedo recordarte mi visita a la zona vip del país. - Le guiño un ojo para que me entienda en lo que agarro la chaqueta que cae sobre la silla y me llevo el bolso a un hombro para sacar el gorro de lana con el que posteriormente me envuelvo la cabeza. El calor de la bebida desaparece rápido de mi cuerpo en cuanto pongo un pie fuera de la cafetería y el viento helado golpea contra mis mejillas. Con suerte solo tengo que caminar unas manzanas para llegar a donde vive mi hermano para despedirme de él antes de volver a casa con un par de recados tachados de la lista.
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