The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
La ventana se encuentra completamente sucia, pero de todos modos puedo ver claramente el viejo televisor que tiene reunidos a un grupo de hombres viejos sobre las últimas noticias. Es un bar antiguo y aparentemente su poca higiene lo mantiene a la moda en un distrito como el doce, por lo que su clientela no es más que ese grupo de cabezas calvas chequeando como Sebastian Johnson fue ejecutado por traición al gobierno. Recuerdo a Sebas de hace mucho tiempo, al menos ocho años, y jamás tuve una relación cercana con él aunque me caía más que bien. Había sido un buen entrenador e incluso retuvo al hombre lobo que me mordió la noche de la tragedia, ayudando a que yo no muriese desangrado. Han sido años en los que no sé de él, pero el corazón por alguna manera se siente más pesado que de costumbre.

Ha sido una semana de mierda, no voy a mentir. Hace dos días el fuego destruyó la mitad del distrito y nos dejó con recursos reducidos, lo que me ha puesto en la horrible tarea de comenzar a organizar una exploración de urgencia. Hemos perdido gente y eso siempre deja una marca, pero tras convencer a mis superiores de que necesitaba llegar al doce en busca de los medicamentos que no "había conseguido" la vez anterior, con Seth nos pusimos en marcha. Una vez más tuvo que esperarme en los límites del distrito mientras yo avanzaba a solas con la capa de invisibilidad, notando como las patrullas de aurores parecen tener un mayor movimiento en el perímetro. No puedo escuchar con exactitud la televisión, pero estoy seguro de que tiene algo que ver con eso.

La suave llovizna moja mis hombros donde luzco la capa de mago oscura, cuya capucha me proteje del agua y de las miradas curiosas que quizá no me identifican como parte del distrito a pesar de mis visitas esporádicas. Me encuentro con los brazos cruzados sobre el pecho a la espera, rogando que Arianne no se haya olvidado de nuestro acuerdo ni arrepentido del mismo, aunque una vocecita fastidiosa me murmura que quizá está planeando una emboscada rodeada de aurores. Espanto esos pensamientos porque la chica que yo conocí hace mucho tiempo no me hubiese hecho eso y, además, aún recuerdo lo cálido y honesto que se sintió su abrazo hace una semana atrás. Tan solo una semana... no sé cómo todo se ha vuelto de cabeza tan pronto.

El bar se encuentra justo frente al mercado negro, por lo que puedo vigilar perfectamente quien entra y sale del mismo sin la necesidad de moverme. Cuando estoy empezando a creer que debo irme y que mi estómago necesita algo de comida, logro ver la figura rubia acercándose por la calle, lo que me hace caminar hacia ella a grandes zancadas, descruzando mis brazos — Creí que no vendrías — admito mientras me acerco a ella, regalándole una sonrisa. No lo diré en voz alta, pero el alivio me hace respirar con mucha más calma mientras me doy el lujo de analizarla con la mirada, sin saber exactamente cómo saludarla. Un abrazo me parece fuera de lugar, aunque un apretón de manos se siente demasiado formal para nosotros — Hola — acabo diciendo como un estúpido y suelto una ligera risa ante mi propia estupidez, bajando un instante la vista — ¿Tienes algún lugar dónde poder hablar? Sino siempre podemos pedir una habitación en la posada — señalo el cartel que anuncia la disponibilidad de cuartos en vaya a saber qué condiciones arriba del bar, haciendo que le sonría de lado con cierta ironía — No es un sitio muy agradable pero al menos nadie va a hacernos preguntas.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Cerró los ojos con fuerza, apretando los dedos en torno al maletín que colgaba de su diestra y pesaba más que de costumbre, aun habiendo un usado en éste un hechizo de agradamiento, se sentía como si todos y cada uno de los objetos que caraba pesaran de verdad, como si llevara consigo decenas de piedras que pretendían castigarla y que sintiera como pesaba todo aquello. Respiró, con fingida tranquilidad, dejando de lado su despacho en el ministerio y bajando el primer piso hasta donde se encontraba el responsable con el que debía de hablar para advertir que aquel día se encontraría fuera del Capitolio, en concreto en el distrito doce, por razones de trabajo relacionadas con la anterior visita que tuvo que realizar en aquel distrito. No tornándose como la ocasión anterior, en la que hubo de ir sola al lugar puesto que no se le adjudicó protección alguna, pero negándose a que alguien la acompañara, a sabiendas de las renovadas y constantes vigilancias que se estaban llevando a cabo en los distritos que formaban parte del bloque norte de NeoPanem.

Evitó compañía alguna, caminando en silencio y manteniendo, en lo que podía, la actitud que tanto le caracterizaba. Evitando tener contacto con las personas que se encontraba y dirigiendo escasas miradas y asentimientos de cabeza ante los saludos contrarios. Sus habilidades sociales eran reducidas, quizás por aquella razón se le había olvidado como se disimulaba ante los demás o como se podía mentir correctamente sin ser pillada; era buena descubriendo las mentiras de los demás, pero demasiado descuidada con las propias ya que, en los últimos años, no se había visto en la necesidad de usar aquellas artimañas con los demás.

El vacío se instauró en su estómago ante la visualización del traslador. Otra vez debía usar uno, detestándolos como lo hacía. Observó durante unos minutos el objeto, decidiéndose a tocarlo cuando, de soslayo, se percató del movimiento realizado por uno de los encargados de controlar el uso de los mismos. Un fuerte tironeo se apoderó de ella, sintiendo sus piernas doblarse, ligeramente, cuando tocaron el polvoriento suelo del distrito doce, de nuevo. Asintió, a modo de saludo, en dirección al hombre responsable de salvaguardar el traslador de retorno, saliendo del lugar tan rápido como pudo. La seguridad se había visto incrementada, provocando que los ladrones de poca monta que antes frecuentaban la zona se hubieran disipado, que el silencio reinara con mayor intensidad allá por donde pasaban sus pies. Quizás habrían clausurado el mercado negro y lo estuvieran custodiando, en ese caso esperaba que Benedict no hubiera sido tan estúpido como para quedarse cerca del lugar arriesgándose a que le pidieran identificarse. Prensó los labios, metiendo ambas manos en sendos bolsillos de su gabardina, cubierta por una larga y cuidada capa de color negro que cubría la mayor parte de su indumentaria, incluida el maletín que portaba.

Alzó la mirada hacia el cielo, y luego en rededor, hasta que sus ojos dieron con una figura que caminaba en su dirección. Su estómago se resintió, retorciéndose conforme caminaba hacia él. —Hola— contestó demasiado cortante, sin sacar las manos de sus bolsillos y mirando, de tanto en tanto, a su alrededor. —Creo que deberíam— comenzó a hablar, viendo como sus palabras eran cortadas por él, y asintiendo con la cabeza a modo de aceptación a sus palabras. —Vayamos allí— corroboró alejando la mirada de su compañía y posándola sobre el cartel indicado, comenzando a caminar en dirección a éste en apenas unos segundos de reacción. Nadie iba a hacerles preguntas por ir a un lugar como aquel por el distrito en el que se encontraban, si fuera otro en el que su rostro fuera, medianamente, conocido las habladurías se la comerían por completo en los restantes días de su vida.

—Una habitación— indicó, con seguridad, dejando caer sobre el mostrado un par de monedas cuando le hubieron sido dadas las llaves y el precio que correspondía por ésta. Regresó la mirada hacia él cuando se hubo percatado del número de habitación asignado.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Ser amigo de Arianne parecía ser algo pasado hacía mucho tiempo, pero el estar juntos en un lugar como el doce solamente me indica que de alguna manera ese trato que alguna vez existió entre nosotros todavía existía en alguna parte de ambos. Asiento cuando ella me indica que desea aceptar mi propuesta para encaminarnos dentro de la taberna y voy detrás de ella, echándole un último vistazo a la televisión donde las noticias han cambiado a algún asunto menos grave que un traidor. Supongo que era también menos interesante porque muchos de los ancianos dejan de prestarle atención al aparato casi de inmediato.

Al estar dentro me saco la capucha, notando la ligera humedad que ha pasado a mi cabello y me seco la nariz apenas con la manga, dejando que Arianne haga la petición mientras me mantengo a su lado en completo silencio; solo hablo cuando nos dan la llave para murmurar un agradecimiento y simplemente, le hago una seña para que avance primero. Me ahorro cualquier tipo de broma frente a la situación porque todavía no sé cuánta confianza hay entre nosotros y, cuando volteo un segundo mientras subimos las escaleras para chequear que nadie se fije en nuestra actitud, me doy cuenta de que el encargado me guiña un ojo con cómplice pícardía y me levanta un pulgar a modo de aprobación. Mi reacción inicial es poner los ojos en blanco, pero casi de inmediato salgo disparado para no quedarme atrás y no encontrarme dando explicaciones a gente que no debería interesarle oírlas.

El pasillo es oscuro y su olor a humedad es fastidioso, pero he estado en lugares peores así que no le presto atención mientras avanzamos en silencio. La dejo abrir la puerta y entrar primero, pero cuando estamos en el cuarto le quito las llaves y cierro para evitar que absolutamente nadie pueda fastidiarnos con facilidad. Quizá estoy siendo paranoico, pero después de años de fuga uno aprende a ser precavido — Ten... — dejo las llaves sobre una mesita pequeña que hay cerca y hurgo en mis bolsillos para sacar algunas monedas, las cuales dejo también en el mueble — Por el breve hospedaje. Y las molestias — no voy a aclararle que ese dinero también fue robado porque no lo aceptaría, así que para que no haga preguntas pretendo estar muy interesado en el dormitorio. Tiene una sola ventana de madera que cuyas cortinas se encuentran vagamente abiertas, por lo que apenas entra la luz del sol pero de igual manera puedo ver las gotitas de lluvia fastidiando en el cristal. Una mesa pequeña con sillas adorna uno de los rincones, además de un espejo sucio y una cama matrimonial que me hace alzar una ceja antes de acercarme y empezar a hurgar en los cajones de la mesa de luz. No estoy buscando ni biblias ni condones, pero sí la pequeña petaca que encuentro cuando estoy pensando en dar por finalizada mi búsqueda y suelto un "¡Aja!" triunfal. Lo abro, olfateo en su interior y me siento en el borde de la cama, levantando por fin mis ojos hacia mi compañera — Siempre hay un alma bondadosa que deja regalos a sus huéspedes o a aquellos que vienen detrás de él. Es común en un lugar tan frío como el doce, en especial en estas épocas del año — me explico como si eso me excusara. Doy un trago y confirmo que mis sospechas son ciertas y se trata de licor, luego se lo extiendo para ofrecerle un poco. Algo me dice que va a rechazarlo pero al menos estoy siendo educado.

Al final le termino regalando una sonrisa sincera y le hago un gesto para que tome asiento donde quiera, a pesar de que esta no sea mi habitación — creí que no vendrías — confieso tratando de no sonar acusador, sino todo lo contrario — Lo hubiese entendido. Quiero decir... no es como si hubiésemos sido los mejores amigos los últimos años — Ni siquiera lo éramos cuando fuimos jóvenes y me di el lujo de regalarle mi amistad hasta que me enojé con ella por una estupidez que no vale la pena mencionar. El simple recuerdo de eso me hace reír entre dientes con cierta nostalgia — ¿Sabes? Lamento haber sido un idiota hace todos estos años — declaro libremente, echándome hacia atrás hasta acomodarme ligeramente recostado entre los almohadones y la cabecera de la cama, lo que me permite enroscar mis manos sobre mi pecho con pura parsimonia — A decir verdad jamás dejé de preocuparme por ti. ¿Vas a decirme que ha sido de tu vida todo este tiempo? — bajo mi vista a sus manos. No lleva anillo, así que no se ha casado — ¿Tienes hijos? ¿Un perro? ¿Algo?

Quizá deberíamos hablar de temas más urgentes, pero el volver a verla me hace notar por un momento que ciertas cosas pueden esperar.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Era algo arriesgado, ni siquiera sabía que estaba haciendo allí teniendo en cuenta los cambios que se estaban llevando en seguridad, con respecto al distrito doce. Siendo irresponsable cuando decidió que debía hacerlo, ir en cumplimiento de la promesa que había realizado hacía tan solo una semana. Una promesa. Se estaba convirtiendo en el tipo de persona que hacía promesas con demasiada frecuencia, se dejaba llevar cuando estaba sorprendida y, bueno, a la vista estaba el hecho de que se había dejado llevar en el mismo momento que se percató de que la persona que se encontraba frente a ella era, ni más ni menos, que Benedict. Quizás en otro momento se habría comportado de forma diferente, quizás él esperaba que así hubiera sido.

Apretó la llave entre sus dedos, después de haberse cerciorado del número de habitación, y comenzó a subir las escaleras que les indicaron, no girando el rostro en su dirección en ningún momento. Demasiado tiempo había pasado desde la última vez que se ‘alojó’ en algún lugar que no se tratara de su casa o de su madre; ni siquiera en casa de Jasper o Marco. Nunca. Suspiró empujando la puerta y entrando en el interior de una pequeña estancia, poco acogedora y que apesta a humedad allá por donde se mire. Los ojos azules de la rubia quedaron presos de las gotas que golpeaban la ventana, pudiendo percibir aquello en el pequeño espacio que no quedaba descubierto por las amarillentas y viejas cortinas. Se adentró lentamente, dejando que cerrara la puerta tras de ambos, sin prestarle más atención por el momento; hasta que las palabras que pronunció llamaron su atención hasta conseguir que lo mirara a él y, seguidamente, a las monedas que hubo dejado. —Si alguien nos estuviera mirando por un agujero pensaría que me estás pagando por algún extraño servicio— pronunció sin pena ni gloria, no esbozando la sonrisa que habría sido típico acompañamiento de una frase como aquella. Aun así, frunció el ceño, girando sobre sus tacones bajos en busca del ‘agujero’ que ella misma había mentado, no le habría extrañado encontrar algo como ello en un lugar como en el que se encontraban.

Dejó el maletín sobre la vieja mesa de madera que se encontraba en una de las esquinas de la habitación, metiendo las manos en sendos bolsillos antes de apoyar la espalda contra la pared. Parpadeó confusa, enfocando su mirar en él, en especial en la petaca que cargaba en sus manos como si de un tesoro se tratara. —Veo que ahora consideras un regalo a cualquier cosa— agregó, negando con la cabeza en relación al ofrecimiento de bebida para ella. Ni bebía ni iba a beber algo que no conocía la procedencia, toda precaución era poca con los tiempos que corrían, y lo que parecía que acontecería. Sacó las manos de sus bolsillos, retirándose la cama y dejándola sobre el maletín, antes de caminar en su dirección y observar, durante unos segundos, el lugar a su lado antes de acercarse poco convencida. Apoyó las manos sobre sus muslos, recorriendo con la mirada la estancia, sorprendiéndose, para mal, con cada detalle que encontraba en su alrededor.

Respiró profundamente, meneando la cabeza. —Dije que vendría— aseveró con rotundidad, entrelazando las manos. —Aunque no quería que tú vinieras, habría preferido llegar hasta aquí y que no estuvieras— pronunció con cierta nostalgia en su voz. Ella mismo habría tenido una excusa para encontrarse en el distrito doce, pero ¿él? No es que no tuviera una excusa, es que se trataba de una persona que aún era buscada por la justicia, y las cosas estaban mucho más revueltas después de lo acontecido días antes con Sebastian. —Es el pasado, Benedict, además tenías razones para haberlo sido— habló esbozando una sutil sonrisa y observándolo de reojo al recostarse. —Dije cosas que no debía y supuestamente había matado a Alexander, era normal— concedió con completa seguridad en las palabras pronunciadas.

Fijó la mirada en el techo, enfocando la lámpara que colgaba y temblaba de tanto en tanto. —No a todo. Aunque… bueno, tengo un pájaro— reconoció pensando en Moony como su único contacto real con el mundo; pasaba más tiempo con él que el noventa por cierto de las personas que la conocían y eran capaces de cruzar alguna palabra cuando se encontraban. —Y trabajo en Wizengamot, pero eso ya lo sabes— continuó hablando. —Quizás por ello no debería estar aquí. Supongo que sabes lo que pasó el lunes en el Ministerio— reconoció bajando la mirada y girándose, con cuidado de no rozarlo, y mirándolo con detenimiento. —Solo puedo preguntarte si has estado bien durante todo este tiempo, no puedo saber nada de como te has mantenido, con quienes estás ni… nada de eso—. No podía saberlo por él ni por ella; el control estaba cruzando demasiado límites en los últimos días y no estaba del todo segura de si no serían, indirectamente, preguntados todos aquellos que habían pisado el norte en las últimas semanas.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Hay algo en su modo de hablar que me hace creer que éste es el último lugar donde desea estar y no sé cómo se supone que debo sentirme al respecto; es como si la ilusión de haberla vuelto a encontrar estuviese evaporándose poco a poco frente a una incomodidad que no reconozco del todo y no tengo idea de cómo controlar. Me gusta saber de ella y estoy más que agradecido por su compañía, pero si siento que la estoy obligando a verme la cara es imposible no sufrir esa ligera molestia — No, yo no pago por esas cosas — intento hacer una broma para romper un poco el hielo pero de inmediato me arrepiento, borrando la sonrisa de sopetón y desviando la mirada violentamente hacia cualquier lado. Mis habilidades para hablar con las mujeres siempre estuvieron reducidas a cero.

Mis hombros se encogen sin una verdadera excusa que dar ante esa declaración y tampoco pienso negarla. Mis ropas son viejas, la mayoría holgadas y es obvio que no se encuentran completamente limpias, a pesar de que sus telas fueron gastadas por cientos de lavados porque no tengo mucha variedad para ponerme encima. Los zapatos tienen las suelas gastadas y mis uñas están sucias, así que creo que toda mi imagen es la de alguien que prácticamente sí, consideraría un regalo cualquier cosa — He olvidado la última vez que me regalaron algo que no hubiese tenido un uso anterior o no fuese hurtado — me explico sin mucho interés, tanteando mi capa para quitarla y lanzarla a una silla cercana; mucho mejor — Intenta vivir como lo he hecho yo por quince años y créeme que vas a empezar a aceptar casi cualquier cosa que sea gratis y no te mate.

No esperaba que ella se acerque pero de todos modos lo hace, aunque no acepta mi ofrecimiento así que bebo por mi propia cuenta. En primera instancia me cuesta comprender su deseo, hasta que con los ojos ligeramente entornados y torciendo un poco los labios, recuerdo las noticias en la televisión — Han aumentado la seguridad, lo he visto y esos tipos andaban viendo algo en las noticias — admito, jugueteando con el pico de la petaca cerca de mi boca — No he podido escuchar demasiado del otro lado de la ventana pero no estoy ciego — no estoy seguro de querer saber los detalles pero necesito hacerlo; si mi gente está en peligro no tengo otra opción de ponerlos en aviso.

Ella me perdona con una facilidad que me hace sospechar y no puedo evitar observar el techo como si allí pudiese ver el reflejo de todos esos acontecimientos que me recuerda y que a veces siento que le pertenecen a alguien más. Que hable de Alexander en voz alta me recuerda que todas esas memorias son reales y no una simple ilusión de un niño que ya no reconozco, así que muevo mi cabeza con lentitud hasta que termino asintiendo y dando un trago largo que me quema la garganta. Por desgracia para mí es una petaca pequeña y pronto la última gota toca mi lengua, así que con un gruñido suave la dejo sobre la mesa de luz — A veces me olvido de todas esas cosas. Intento olvidarlas, ya sabes... — hago una mueca, hundiendo la cabeza en la almohada que me sostiene contra el respaldar — No puedo decir que fueron mis memorias más alegres.

Creo que quitando algunos momentos esporádicos, mi felicidad se esfumó desde que Shamel y mamá fallecieron y no fue algo predominante en mi vida hasta que regresé al catorce con Seth del brazo y una mordida en mi pierna; pensar en ello me obliga a mover el pie un poco nervioso, sintiendo un ligero picor en la cicatriz que llevo en aquella zona desde esa noche. Las transformaciones han sido sufridas y tengo mil quejas sobre las cosas que me faltan en mi vida diaria, pero los últimos años fueron lo más parecido que he tenido jamás a una vida relativamente feliz, al menos desde mi infancia.

Un pájaro — repito lo que me dice como si quisiera recordarlo y sonrío ligeramente, torciendo la cabeza para verla. Se había acomodado a mi lado como jamás lo hubieses esperado y eso me permite verla mejor, reconociendo a la vieja Arianne en esos ojos enormes que siempre reflejaron tan bien los míos — Podemos decir que tienes una vida tranquila. Bueno, te lo mereces después de todo lo que te ha pasado — una de las cosas que nos había unido en su momento había sido el dolor, aunque siento cierta molestia al considerar que ella lo ha tenido fácil con este gobierno y yo no. Lo evito porque sé que no es su culpa, así que me centro en lo que me habla del Ministerio y arrugo la frente — ¿Qué ha pasado exactamente? ¿Por qué juzgaron a Sebastian? — si ella trabaja con la ley, debe saberlo mejor que la gente de la televisión. Jamie Niniadis no siempre fue muy honesta con la prensa, lo sé de primera mano.

Pero entonces ella pronuncia palabras que me hacen mirarla con confusión. Sé que trabaja para el gobierno, pero creí que ser amigos era más que suficiente como para que guarde mis secretos... bueno, sé que es egoísta de mi parte, pero me fastidia el no poder siquiera hablar abiertamente con alguien en quien confío después de tanto tiempo. Me remuevo incómodo y me pongo de costado para verla, enfrentándome cara a cara con ella, sintiendo una ligera intimidad muy diferente a las otras veces que he estado en una cama tirado cerca de una mujer. No la toco y mis brazos se mantienen acomodados contra mi torso, hundiendo una de las manos bajo la almohada mientras trato de hacer memoria — He estado bien. Fui esclavo durante unos meses hace muchos años pero supongo que conocerás esa historia. Continúo siendo fugitivo — nunca supe si Jamie hizo público el incidente de que yo he asesinado a un mago y no su hijo, pero no voy a ponerme con detalles desagradables. De mala gana estiro el brazo y levanto mi manga para mostrarle la cicatriz de muggle con la cual nos marcan a todos — Uno de los tantos souvenirs que mi piel se llevó del mercado de esclavos — ironizo, sonriéndole de medio lado antes de volver a cubrir la marca — Mi perra Gigi sigue conmigo, aunque ya es anciana y está medio sorda. Tengo una hija — carraspeo un poco, sabiendo que estoy mintiendo, así que suspiro armándome de paciencia antes de explicarme —  En realidad no sé si lo es, porque fue muy confuso y hubo otros dos al mismo tiempo... en fin. Es muy probable que no sea mía pero he intentado ayudar en lo que he podido. ¿Entiendes? Aunque jamás he estado en verdad con su madre ni me he casado. El gran karma de mi padre. — eso ha sido mi vida. Ella no quiere que le dé detalles así que no puedo hablar de mi hermana, de mis amigos, de lo que se supone que hago para sobrevivir; solo información vaga y superficial que siento que nos convierte en dos personas que se conocen menos que antes. Noto que me hago un ovillo largo, aprovechando a clavar mis ojos en los suyos en silencio, hasta que suelto una breve y suave risa de tristeza — Muchas cosas cambian en dieciséis años... ¿No?

No la he visto desde que la Isla de los Vencedores fue incendiada y eso fue hace mucho tiempo, el suficiente como para que los dos nos convirtiéramos en adultos que siguieron con sus vidas y crecieron para ser completamente opuestos. ¿Qué ha pasado con nosotros? Me encantaría hacerle esa pregunta pero creo que ninguno de los dos tiene una respuesta certera. Así que, en un intento de recobrar la compostura, carraspeo y doy el envión para sentarme más derecho en la cama y verla mejor — ¿Pudiste conseguir lo que te he pedido? Espero no haberte causado problemas — acabo preguntando como si fuese lo más natural del mundo, fingiendo que esos cinco minutos de confesión no tuvieron lugar.
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Arqueó ambas cejas, observándolo de soslayo, con una media sonrisa irónica prendida en los labios cuando él hubo hablado. Aun así no pronunció palabra alguna relativa a su aclaración, prefiriendo no saber más detalles de los estrictamente necesarios para la conversación que estaban manteniendo. Asintió con la cabeza a modo de contestación, jugueteando con sus dedos como si fuera lo  más interesante del mundo. Estaba demostrando lo complicado que se le tornaba hablar con los demás, iniciar o llevar las riendas de una conversación se tornaba algo completamente imposible en ella, convirtiéndola en alguien catalogada de fría o 'sosa'. Aunque quizás aquellas palabras no estaban demasiado alejadas de la realidad, en verdad era su naturaleza pero se escudaba en no saber dirigir adecuadamente una charla con las personas que la rodeaban para evitar culparse de algo más.

Carraspeó, mordiendo, acto seguido, su labio inferior. —Podríamos cambiar eso— pronunció levantándose de la cama y caminando hasta el maletín que tomó entre sus manos y regresó a ocupar asiento junto a él. —Compré esto— anunció abriendo el bolso y metiendo la mano, rebuscando entre los objetos que portaba en éste, y cerniendo los dedos en torno a una bufanda de color marrón oscuro que compró días antes de su encuentro. Ni siquiera era capaz de recordarse a sí misma pagando la prenda, no sabía que la había empujado a comprarla cuando la vió. —Toma— ofreció doblándola por la mitad y alargándo el brazo hacia él en busca de que tomara la prenda. Acto seguido cerró el maletín de nuevo, apoyándolo con cuidado sobre sus piernas y depositando sendas manos sobre éste, acariciando con parsimonia la tersa superficie del tejido. Se sentía extraño comprar algo para alguien que no fuera ella misma; no era porque no tuviera tiempo para comprar algo a los demás, más bien porque no tenía ninguna verdadera razón para hacerlo, o no había surgido una ocasión con la que se presentaba ante ella en aquel momento; situación que la había 'empujado' a comprar la prenda sin siquiera pensar demasiado en ello antes de hacerlo.

—No deberías venir más al doce, es peligroso, y se va a poner peor— aseveró, suspirando con pesadez una vez las palabras hubieron surgido de sus labios. Hacía tiempo que no se preocupaba por alguien hasta arriesgarse a aquella situación. No era mentira que, en ocasiones, se preocupaba por las personas que la rodeaban pero no mostraba tanto interés como el que se estaba mostrando con él, por más que no pareciera en el exterior que así fuera. Se giró hacia él, dejando previamente el maletín a un lado de la cama, y cruzando las piernas. Observó su expresión en silencio, entrecerrando los ojos y esbozando una sonrisa previa a su palabras ya que, tras éstas, se difuminó, poco a poco, de su rostro. —Todos queremos olvidarlas. Aunque parece ser que existe la maldición del vencedor— comenzó a hablar con ironía a la par que retiraba un mechón de rubio cabello tras su oreja. —, cuando empiezas a tener mala suerte... no acaba nunca— agregó como explicación a las teorías que siempre había tenido en relación a ser un 'vencedor'.

Una serie de acontecimientos que aún conseguían que se erizara al pensarlo, que provocaban pesadillas y un odio irracional al contacto con otras personas, en especial cuando se trataba de un hombre la otra persona que tenía frente a ella.Inevitable. Prensó los labios, tomando aire por la nariz e intentando que sus dedos se relajaran, ya que se crisparon en torno a su abrigo mientras los pensamientos rondaban con demasiada fuerza por su mente. Llevó las manos a sus sienes, masajeándolas durante unos segundos, intentando dejar la mente en blanco antes de poder volver a hablar. Cuando se encontraba en aquel estado era mucho más complicado que las palabras surgieran de sus labios. —Ahora intento tener una vida tranquila, y lo tengo casi controlado— mintió. Surgieron de sus palabras antes de contenerlas, eran aquellas que siempre pronunciaba cuando le preguntaban como estaba su vida en aquel momento, incluso habían aparecido allí. —Bueno...— comenzó a hablar una vez preguntó sobre el juicio, quedándose en silencio sin saber del todo qué era lo que podía decir y que no. Meneó la cabeza con resignación. —espero que no vieras el circo que se llevó a cabo en el juicio, o, bueno, no creo que emitieran todo en televisión— se permitió decir —Traición, ocultación de muggles, obstrucción a la justicia, atentados contra el gobierno y los ciudadanos bajo el régimen y, además, terrorismo— enumeró tal cual escuchó en el juicio, sin haberse informado previamente en excesivo sobre el tema en cuestión —No lo exculpo por todos esos actos, son delitos, pero si la forma en la que se llevaron a cabo todas las actuaciones judiciales— agregó. Eran delitos, más correctos o menos, lo eran. Respiró profundamente, apoyando las manos tras su cuerpo y dejándose caer hacia atrás.

Giró el rostro, escuchándolo sin interrumpirlo en momento alguno. Asintiendo de tanto en tanto, sabedora de algunos de los eventos que enumeraba hasta que uno llamó su atención, provocando que en su expresión se reflejara la sorpresa antes de ser capaz de controlarlo. —Vaya, has tenido una etapa intensa— comentó  inclinando la cabeza y desencadenando que su cabello cayera hacia un lado de su rostro. —Parece que ya se te dan mejor las mujeres, o al menos una, creo— intentó bromear ante el recuerdo de un pequeño Benedict con dificultades para hablar con personas del sexo femenino. Sonrió ligeramente. A ella no le habían ido las cosas tan bien, no al menos en aquel aspecto desde luego. —Siento que no podamos hablar bien de todo esto— dijo de súbito, evadiendo su mirada y clavándola en la ventana. —. No quiero suponer un problema para ti, si me dijeras algo se podría volver contra ti— susurró con cierto pesar que no se preocupó por ocultar. El veritaserum, incluso otro tipo de hechizos eran demasiado complicados de eludir, y no estaba segura de todo lo que acontecería en los próximos meses.

—Oh, aquí están— habló volviéndose hacia el maletín y sacando de su interior un par de bolsas. —Compré varios medicamentos además de los que pediste—. Abrió una de las bolsas y le entregó la lista en busca de que revisara si estaba todo lo que necesitaba. Prensó los labios con la mirada fija en la bolsa hasta que la alzó y lo escudriñó, sintiendo que la pregunta que revoloteaba por su mente no sería capaz de verse apresada durante mucho más tiempo. —Fue complicado conseguir anestesia— indicó primero, apoyando las manos sobre sus piernas. —, pero sin duda más complicado el acónito frunció el ceño, cruzando los brazos bajo el pecho, sin retirar la mirada de él en busca de algún gesto que le diera a entender lo más mínimo. Lo bueno de no tratar con los demás era que había conseguido leer a las personas sin tener que pronunciar palabras. —¿Estáis intentando elaborar matalobos?— preguntó sin dar más vueltas a ello; tenía demasiada curiosidad desde el mismo momento en el que leyó algunas de las peticiones transcritas en el papel, sabiendo los peligros que conllevaba que estuvieran intentando recrear aquella poción.
Arianne L. Brawn
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
No soy capaz de evitar seguirla con una mirada de confusa curiosidad, sin moverme de mi lugar mientras ella rebusca entre sus cosas para darme vaya a saber qué cosa que ha traído para mí. Mi corazón se acelera por una fracción de segundo en una emoción casi infantil y me muevo para un costado en un intento de ver de qué se trata, hasta que veo que ella saca una bufanda y se acerca para dármela. Me es imposible no sonreír como un idiota levantando mis pómulos, sintiendo un extraño cosquilleo en mi estómago a causa de la sensibilidad vergonzosa que me provoca un detalle tan simple que no me esperaba en lo absoluto — No tenías que... — empiezo, tomando la bufanda para observarla en detalle antes de ponerla alrededor de mi cuello, dejando que caiga a cada lado en un intento de sentir mejor su textura — de verdad, muchas gracias, aunque me haces sentir horrible por no haber traído nada para ti — ¿Qué podría haberle traído? ¿Una piedra? Que estupidez de mi parte.

No sé cómo decirle que vengo al doce porque tengo que hacerlo, sino lo evitaría a toda costa. Es un distrito deprimente que siempre me recuerda que puedo ser atrapado en un abrir y cerrar de ojos, pero explicarle todo aquello incluiría un montón de cosas que es mejor no decirlas. Solo suelto una risa desganada frente a su resolución final y muevo la cabeza, quieto en mi lugar como si fuese un enfermo terminal — Ni que lo digas. Desde que entré a esos Juegos todo ha ido de mal en peor — había sido como una caída eterna de fichas de dominó y a veces sentía que la ronda continuaba cayendo.

Arianne se tensa y por un instante tengo el impulso de pedir disculpas por haber hecho una pregunta que quizá la había incomodado, pero pronto ese pensamiento se me vuela de la cabeza cuando empieza a enumerar todas las cosas por las cuales condenaron a Sebastian Johnson y que provocan que una a una me vaya encogiendo en mi sitio como si fuese un crío culpable al cual lo atraparon con las manos en la masa. Espero que no haya notado mi cambio de postura mientras repaso uno a uno los cargos dentro de mi cabeza, acabando por soltar un sonido gutural desde mi garganta que deja bien en claro que la he escuchado pero no tengo mucho para decir. Por el momento.

Quitando la tensión del momento suelto una risa sincera y sonora que de seguro se escuchó en otra habitación cuando recuerda mi poco talento con el sexo femenino y muevo una de mis manos en un gesto de "mas o menos" que me hace gracia — No te creas. No tengo una novia desde que era mentor a los trece años así que podrás imaginarte mi lista de conquistas... — que creo que se reducían a cero porque Eowyn jamás fue una, Ava fue un desliz y Alice... bueno, todavía no sé bien que ha pasado ahí y no he tenido la oportunidad de hablar con ella. Me acomodo la bufanda para que no se me caiga y me tomo el atrevimiento de moverme para poder apoyar una mano en su hombro, dándole un apretón amistoso antes de dejarla caer — No te preocupes, lo comprendo. Sé que te estás arriesgando a ser vista conmigo y es más de lo que debería exigirte por más de que me gustaría poder hablar como dos personas normales — ¿Cuándo hemos sido normales? Desde que nos conocemos nuestra relación ha sido una montaña rusa marcada por la tragedia y sin embargo aquí estamos.

Mi cuello se estira en un intento de ver las bolsas que está sacando para mí y las agarro con el clásico sonido de las compras sonando entre mis dedos. Agradecido de todo corazón empiezo a ver todo lo que pudo comprar, pero su pregunta hace que me ahogue en mi propio "gracias" y suelte una tos mal disimulada. Mis músculos se han puesto tensos ante ese comentario y levanto unos ojos culpables hacia ella, sabiendo que continúo con los dedos aferrados a las medicinas, hasta que con un suspiro acomodo las compras a un costado para poder inclinarme hacia delante y verla mejor. Estamos cerca, lo suficiente para crear un aire cómplice y secreto, mientras me mordisqueo el interior de la mejilla en obvia duda — ¿Me prometes no salir corriendo por esa puerta? — sé que no lo hará. Muchas personas odian y temen a la gente como yo, pero Arianne es diferente; siempre ha sabido plantarse — Te he dicho que mi vida no ha sido fácil. Pues... — me acomodo con una de mis piernas extendida en el colchón para poder levantar mi pantalón hasta la altura necesaria para mostrarle la cicatriz que llevo desde la noche de luna llena en la cual me mordieron. Mis dedos la remarcan con suavidad antes de sonreírle con vaga  aflicción — Quince años de esto y contando. Soy el Bennie que conociste... la mayor parte del tiempo.
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Consejo 9 ¾
Meneó la cabeza en señal negativa, retirando la mirada hacia otro lado sin ser capaz de pronunciar palabra alguna en relación a su agradecimiento, solo se encogió de hombros y permaneció en silencio, tamborileando con sus dedos sobre el maletín negro al que se aferraba inútilmente. Aun así una fugaz sonrisa se dejó entrever en sus labios, incluso dejó, por unos segundos, volar su imaginación en busca de algo que él pudiera ofrecerle que ya no tuviera o que él tuviera al alcance y ella no. Ante el mero pensamiento se sentí, extrañamente, bien. Hacía mucho tiempo que no pensaba en algo que le gustaría que le regalaran, en un capricho que quisiera y nunca se hubiera dado cuenta de ello hasta aquel momento.

Aunque las sonrisas no eran algo que permanecieran demasiado tiempo en su expresión, no al menos cuando se encontraba ante una persona. Ni siquiera las personas en las que confiaba, como eran su madre, Marco o Jasper, conseguían que se sonriera con asiduidad, no más allá de alguna sonrisa furtiva que duraba lo mismo que un suspiro. Sin duda eran secuelas del paso del tiempo, de todos los acontecimientos que se amontonaban en su pasado, apareciendo en sus sueños noche sí y noche también; era cierto que todos disponían de un pasado, de momentos dolorosos que ella no era nadie para catalogar mejores o peores que los suyos, pero cada persona lo llevaba de una forma, y la suya era aislarse, aunque ya no en la gran medida de antaño, del mundo y refugiarse en sí misma no permitiendo que nadie diera un paso sin ser previamente supervisado concienzudamente.

Carraspeó, intentando que la tensión se disipara y permitiera que pudieran tener una conversación medianamente cercana. Quizás no eran los mejores amigos, no habían compartido vivencias cercanas y se hubieran recriminado cosas en el pasado, pero era el pasado del que se estaba hablando, algo que quedaba atrás y era mejor que permaneciera intacto allí para no seguir malogrando todo lo que tocara. Repasó el techo con la mirada, siguiendo el titilante movimiento de la lámpara hasta que la risa ajena provocó que lo mirara al instante, alzando ambas cejas a la par que seguía sus movimientos. —He dicho que se te dan mejor las mujeres, no que hayas tenido muchas relaciones amorosas— puntualizó permitiéndose dedicarle una sonrisa. —Igualmente me ganas— concedió sin pensar demasiado en sus palabras. Una pareja en los juegos que duró un par de horas y un affair que nunca debió ocurrir con un esclavo, su carrera no era especialmente algo admirable.

Fijó sus ojos en los contrarios, no cortándose ni un poco mientras los escudriñaba, no percatándose de su movimiento hasta que la mano estuvo sobre su hombro y el aire se volvió demasiado denso como para poder pasar hasta sus pulmones. Prensó los labios, no moviéndose hasta que se hubo alejado de ella y el aire regresó. Él no lo sabía, claro que no lo sabía; su animadversión por el contacto ajeno era algo que la superaba en demasiadas ocasiones, que detestaba como a ninguna otra cosa y prefería evitar, de manera educada siempre que era posible, que los demás se le acercaran. Respiró por la nariz, volviendo a carraspear e intentando dispersar su mente en la entrega de las bolsas con los medicamente adquiridos para él.

Aun así, en el mismo momento que la pregunta surgió de sus labios, regresó sus ojos azules hacia él en busca de alguna reacción que le diera a entender si estaba en lo correcto; aunque no podía dudar que tenía razón, ¿para qué sino lo querrían? —Estás pidiendo demasiadas promesas— pronunció lentamente, pero, finalmente, asintiendo con la cabeza. Las dudas siguieron en su mente, divagando en ideas tan disparatadas como que estuvieran ‘creando’ hombres lobo para volver al país de algún modo. Arrugó el entrecejo, confusa y cansada con el mero pensamiento. Abrió la boca para pronunciar un “¿tú…?” que se vió eclipsado ante la prueba de que aquello solo habría sido una pregunta absurda. En apenas un segundo su gesto cambió, retrocediendo en la cama hasta que la mitad de su cuerpo quedó en el aire, cesando entonces en su movimiento pero no levantándose.

Un nudo se instauró en su garganta, su lengua se retorció consiguiendo que, si quiera, los pensamientos circularan con normalidad por su cabeza. —Es para ti— acabó pronunciando. Algo obvio. Demasiado obvio. —¿Cómo… cómo pasó? Fue… ¿mientras intentabas escapar del Gobierno?— las preguntas salieron casi sin aire, dejando ir el poco que quedaba en su pulmones. Sin saber el por qué, una fuerte presión se apoderó de su pecho, sabiendo que ella estaba ‘ayudando’ a un gobierno que obligó a personas como Benedict a que huyeran de éste y que sufrieran desgracias como la que él acaecía.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Hubiese dicho algo malicioso y bromista respecto a las relaciones de Arianne si no fuese porque básicamente recuerdo de sopetón el motivo por el cual estábamos peleados antes de que la Isla de los Vencedores fuese consumida en el fuego. Ella había hecho un melodrama en público frente a las cámaras que nos valió a todos los del cuatro un castigo, pero había comparado la pérdida de su novio con mi pérdida de una hermana y yo, envuelto en mi frustración de puberto, me había enojado también en cámara. El solo recuerdo me parece demasiado lejano pero sin embargo, me limito a omitir algún comentario y solamente le sonrío — Digamos que es un empate.

Quizá si estoy pidiendo demasiado, pero ella no parece querer irse así que le regalo esa confianza que alguna vez en mi vida deposité en ella y que he estado tratando de recuperar desde el momento en el cual nuestros caminos volvieron a cruzarse. Siento un extraño temor cuando ella parece querer alejarse y lo primero que pienso es en rogarle que no se vaya, pero finalmente no lo hace y eso produce un cálido alivio. Me cuesta reconocerlo pero entonces noto que estoy ligeramente nervioso, como si estuviese a punto de rendir un examen de suma importancia, aunque me doy cuenta de inmediato que mi preocupación es encontrar rechazo donde en algún momento encontré amistad y cariño. Increíblemente, ella no me rechaza y me encuentro inmensamente agradecido.

Bueno... — arqueo una ceja con sarcasmo cuando nombra al gobierno porque ella trabaja para ellos pero sin decir nada al respecto bajo rápidamente la tela para volver a cubrir la herida y me acomodo, sentándome a su lado y bajando los pies al suelo para tener una mayor comodidad. Mi mirada se pierde en algún punto indefinido del polvo de la habitación y frunzo los labios en un intento de pensar, frotando mis manos entre sí con lentitud — Podría decirse que sí. Habíamos huido y estábamos en el bosque y... bueno, había luna llena esa noche — no digo con quien estaba en parte porque ella me ha pedido que no le dé información y en parte porque creo que si sabe mi historial, debe saber que Seth es quien me acompañaba. Si trabaja en la ley, irónicamente ellos son quienes estuvieron detrás de mí.

Me levanto impaciente y me acerco a la ventana, aunque pronto me encuentro ansioso andando por la habitación como si fuese un animal enjaulado. No suelo hablar de esa noche porque la gente que me conoce y trata conmigo diaramente ya la conoce o se han enterado por alguien más porque no tienen el valor para hacerme esa pregunta, así que cuando hablo creo que escupo todas las palabras — Pude haber pusto en peligro a todo el mundo esa noche e igual me salvaron. ¿Sabes? Los muggles casi nunca sobreviven a un ataque de hombre lobo, nuestra genética no es compatible. Y yo estoy aquí porque mi mejor amigo estaba a mano como para transferirme algo de su sangre y bueno... salvarme — o condenarme, depende como se mire. Suelto una sonrisa irónica y sacudo la cabeza, girándome para verla de nuevo — Desde esa noche soy básicamente el ejemplo de todo lo que Jamie Niniadis odia. Muggle, asesino de magos, prófugo e irónicamente, licántropo. Un hermoso historial... ¿No?

Como si nada hubiera pasado vuelvo a tomar asiento a su lado en la cama y alzo la vista hacia la lámpara que se encuentra sobre nuestras cabezas, notando que posiblemente en este lugar no conozcan mucho el uso del plumero. Guardo silencio un momento y me froto la nuca con una de mis manos, masajeando un poco para quitarme la sensación de pesadez — He sentido vergüenza de mí mismo mucho tiempo y me gustaría poder sentir que no soy un peligro para el resto del mundo, pero es complicado sin esa poción. No se pierde nada con intentar una vez más — y si falla estrepitosamente, no me molestaría terminar muerto. No es como si tuviese mucho más por lo que vivir de todas formas a pesar de haberlo estado evitando por tanto tiempo.

Tras lo que siento como un eterno silencio, ladeo la cabeza en su dirección, clavando mis ojos en los suyos, tan azules y grandes como los recordaba — Ahora, la gran pregunta: ¿Me tienes miedo? — acabo preguntando en un casi burlón murmullo, regalándole una sonrisa de lado con la mirada entornada, casi retándola a que me diga que sí a pesar de que espero todo lo contrario. La Arianne Brawn de mi infancia se quedaría conmigo de todas formas.
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Consejo 9 ¾
El pasado era algo delicado tanto para uno como para el otro, momentos de la vida que algunas personas disfrutaban rememorando cuando se encontraban en reuniones de amistades o familiares, reían y sonreían ante todos aquellos divertidos momentos vividos pero, ¿acaso podía ella recordar alguno real? ¿Algún recuerdo en el que no apareciera un rostro que ya no estuviera entre ellos? Cada vez que intentaba ubicar uno se asustaba ante las imágenes que se prestaban voluntarias a regresar con fuerza, a seguir atormentándola sin importar los años que trascurrieran o las nuevas vivencias que intentaran mitigar los que aún habitaban en su interior.

Los cambios eran algo obvio, si en dieciséis años no acarrearan alguno habría sido demasiado extraño, pero no de aquel tipo. No el que le acababa de confesar con una facilidad que haría estremecerse a cualquiera. Tragó saliva, sintiendo como esta se deslizaba con cierta dificultad por su garganta, e intentaba serenarse de algún modo que aún quedaba un tanto lejos de su alcance. Apoyó las manos en el borde la cama, queriendo agarrarse a algo real y que la mantuviera quieta en el lugar que ocupaba. Las palabras salieron torpes de sus labios; quizás no era una persona perfecta a la hora de conversar con lo demás pero cuando éstas eran pronunciadas eran por una razón, habiendo sido pensadas y digeridas previamente, dejando su lado impulsivo e intranquilo para los momentos en los que se estresaba hasta explotar.

Jugueteó con la desgastada cubierta de la cama, clavando su azul mirada en aquel movimiento sin sentido, como si solo aquello fuera capaz de apagar su mente durante el tiempo que él hablaba para poder concentrarse solamente en el sonido de su voz, no permitiendo que las cavilaciones consiguieran que se perdiera vocablo alguno. Entreabrió la boca para respirar con lentitud, mordiéndose el labio inferior cuando afirmó la duda que prendía en su mente. —Lo siento…— consiguió articular paulatinamente, soltando el aire que acababa de tomar y quemaba en su interior. Si quiera era capaz de levantar la mirada, permaneció con ésta fija en sus manos, sabiendo que había abandonado su lado debido al ligero desnivel que sufrió la cama. Escuchando en completo silencio todas sus explicaciones, sabiendo que antes pidió que no queriendo que se dejara detalle alguno. Los dedos de la rubia se crisparon en torno a la colcha, prensando los labios. Si lo hubiera pasado algo ella, ni siquiera, lo habría sabido y, sin embargo, tenía la desvergüenza de mostrarse preocupada por su condición. Era una ironía demasiado grande que bien sabía no desaparecerían nunca del todo.

Reconoció su regreso cuando la extraña calidez que emanaba llegó hasta ella, haciéndose notar incluso por encima de la gabardina que vestía, dedicándole una escueta mirada cuando él miraba hacia el techo. Tomó una amplia bocanada de aire, volviendo a bajar la mirada con un ligero meneo de cabeza. —¿Tengo que tenerte miedo?— cuestionó ella de retorno, no contestando directamente a la pregunta con una respuesta. —Yo soy la que está de lado de la justicia y podría entregarte— continuó hablando, alzando la mirada y encontrando sus ojos con los contrarios; quedando en silencio durante unos segundos, inmersa en su mirada, hasta que inclinó la cabeza hacia un lado. —Si tú no lo tienes yo tampoco…—. Su voz denotaba más seguridad de lo que realmente era su interior, si alguien leyera su mente y escuchara sus palabras vería lo discordante de lo que estaba pasando pero tampoco podría negar la sinceridad de lo pronunciado. —Además de que no pretendo verme contigo de noche— agregó en un intento de retirar, aunque solo fuera de manera superficial, la tensión que sobrevolaba la cabeza de ambos. Ella era la que estaba llevando la iniciativa en retirar hierro a la conversación que había surgido aunque se preocupara y fuera algo que, seguramente, haría que pensara en ello con insistencia.

Lo detestaba pero, aun así, mordió el interior de su mejilla con inseguridad. En un momento como aquel antes siempre había tenido la facilidad de abrazar a los demás, intentar reconfortarlos con un cálido contacto antes que con palabras; peo ya no era posible por más que la reconcomiera por dentro. Frunció los labios, fijando la mirada en las gotas de la ventana y, acto seguido, soltó las manos de la colcha, deslizándola en su dirección hasta que acabó apoyándola sobre la de él. —Y claro que se puede perder algo— habló en voz baja —, eres de las pocas personas de mi pasado que, al menos, no aparece en las pesadillas, ¿sabes? No pienso permitir que ahora que sé que estás vivo te pase algo—. No dirigió su azul mirar hacia él en ningún momento mientras hablaba, permaneciendo con su mano sobre la de Benedict de manera ligeramente temblorosa.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
¿Por qué lo sentía? Ella no era culpable de mis desgracias ni de mi eterna mala suerte, la que aparentemente no va a acabarse hasta que esté muerto y enterrado; "suerte de vencedor" lo había llamado ella, aunque habían pocas personas vivas que pudiesen confirmarlo y la mayoría estaban fuera de mi alcance. ¿Cuántos habían muerto el día que eliminaron la isla? La mayoría, eso seguro, aunque jamás tuve el tiempo ni el interés de averiguarlo. Por un momento fugaz recuerdo a Amelie y sin desearlo bajo la mirada con un extraño malestar estomacal que pronto elimino de mis pensamientos para no caer de nuevo en una pérdida que he sufrido hace mucho tiempo.

Algo en el modo que habla sobre entregarme me da la seguridad de que jamás va a hacerlo y eso acentúa mi gesto en una sonrisa mucho más amplia hasta enseñarle mis dientes delanteros, esos que creo que siempre sobresalieron demasiado y que jamás me gustaron — Si te tuviera miedo, no te hubiese contado absolutamente nada. Y posiblemente me hubiese robado esas medicinas dejándote aquí encerrada — cosa que todavía podría hacer, aunque es obvio que no está dentro de mis planes a pesar de que hablo en ese tono bromista que indica falsamente que lo estoy considerando, arqueando una de mis cejas. Su intento de broma me hace reír y dejo caer la mano con la cual me rascaba sobre la rodilla, apretando un poco los labios — No soy muy agraciado por las noches. Se me notan más las ojeras — se la sigo, sin caer en los detalles de las obvias desmejoras físicas que trae consigo mi condición. Es una suerte que Echo me haya obligado a adoptar la rutina de ejercicio, sino estaría completamente débil todo el tiempo y sería un completo inútil para mi gente.

Había vuelto a girar el rostro en dirección a la petaca vacía y lamentándome por no tener más que beber cuando su mano suave se posa sobre la mía, sintiendo la diferencia de textura y calor extrañamente gratificante. Aunque la miro un momento bajo la vista hacia nuestras manos y me tomo el atrevimiento de mover el pulgar, rozando así sus dedos en un intento vago de ligera caricia. Me cuesta dar una respuesta por culpa de esa preocupación genuina y acabo animándome a enroscar mis dedos con los suyos sin ejercer fuerza, rozando apenas las yemas en su piel en una muestra de apoyo y agradecimiento antes de volver a levantar la mirada hacia ella — Prometo no tomar esa poción si no tiene el color adecuado. ¿De acuerdo? — intento que suene como una broma pero pronto noto que de ser así tendremos que conseguir todo de nuevo y me siento vagamente frustrado. Otro fracaso más sería algo que me costaría aceptar.

Sé que ya me ha dado las medicinas y nos hemos puesto al corriente de muchas cosas así que soy técnicamente libre para irme, pero la verdad es que no tengo ganas de hacerlo. Aún sostengo su mano así que utilizo mi contraria para estirarle los dedos, sosteniéndola sobre mi palma como si quisiese analizar su longitud — Una vez me dijeron que el paso del tiempo se nota en las manos pero a ti todavía no se te arrugan — acoto como si fuese algo sumamente común ese análisis y acabo dejándole la mano sobre su rodilla, alzando las mías para demostrar que dejaré de toquetearla hasta que las vuelvo a enroscar entre sí — Ari, sé que no quieres que hablemos demasiado pero hay algo que necesito saber — tomo aire antes de observarla con seriedad, dudoso ligeramente de mis palabras — ¿A qué se refieren con ocultamiento de muggles, traición y obstrucción a la justicia? ¿A quienes están buscando?
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En los días posteriores a su encuentro había pensado, en vano, en si el recibimiento que le dio fue el adecuado, si quizás tuvo el tiñe decepcionante que reinaba en cada uno de los encuentros que se veía encuentra. El olvido de la efusividad y la amabilidad, solo la mirada de tranquilidad a la par que indiferencia, prefiriendo no tener que mantenerse cerca de los demás. Aun con el transcurso de los años, todavía quedaban personas, como era su madre, que extrañaba excesivo a la hija que perdió hacía casi diecisiete años, habiendo pensado, en vano, que la relación entre ambas seguiría igual que el día que la dejó en el Capitolio para la celebración de la coronación de Benedict. Sabía lo decepcionante que era para ella pero también de su comprensión e intentos por no demostrar que extrañaba los pequeños gestos.

Prensó los labios, respirando por la nariz. Inmersa en sus pensamientos incluso cuando tenía junto a ella a una persona que tantas preguntas quería hacerle pero que quedaban en meras ideas que no serían pronunciadas, posiblemente, nunca. Lo miró, permitiéndose alzar ligeramente las comisuras de los labios, dibujando una tenue sonrisa en su expresión. —Sabes que podría usar la aparición e irme sin tener que usar la puerta, ¿verdad?— cuestionó haciendo ver su ‘superioridad’ en aquel sentido. Intentar sacar la varita ni siquiera era una opción en su mente por dos simples razones: no la usaría contra él y era más que probable que la pudiera inmovilizar antes de que llegara a realizar movimiento alguno. Inclinó la cabeza, provocando que su cabello se desordenara de su lugar, pero sin retirar sus ojos de él, intentando, erróneamente, visualizarlo en aquella imagen, pero arrepintiéndose al instante y evadiendo su mirar, posándolo en la ventana con rapidez.

Estaba perdida en una situación como aquella; ni siquiera había pasado por su cabeza que, en algún momento, se podía tener que enfrentar a aquel tipo de situación en la que alguien conocido, alguien que la salvó, volvería a ella como una de las personas que enjuiciaba y condenaba siempre que eran llevados ante la justicia. Su mano tembló ligeramente ante su contacto, reprimiendo el instinto que la instaba a retirarse de su lado y marcar una clara distancia entre ambos. Soltó poco a poco el aire que había retenido en sus pulmones durante los segundos en los que su mente gritó que se alejara, dejando ir la tensión con éste. Asintió con la cabeza, mordiéndose el labio inferior con tanta fuerza que quedaron las marcas de los incisivos en éste. Con cada pequeño movimiento o roce de sus manos conseguía que su corazón se acelerara, crispando los dedos de la mano libre y que, aún, permanecía sobre la colcha. —¿Qué?— preguntó, apartando la mirada de la ventana y fijándose en las manos de ambos, en el modo que atrapaba su mano entre las suyas. —Oh… ya, supongo que estoy teniendo una buena vida— acabó diciendo con cierta culpabilidad. Arrastró la mano por su pierna, cuando él la hubo soltado, metiéndola en el bolsillo de la gabardina.

Entrecerró los ojos, frunciendo los labios ante la mera introducción a la pregunta que hizo. Y ahí estaba. La pregunta que sabía que, en algún momento, haría. Arrugó más los labios, soltando el aire por la nariz y negando con la cabeza con notas de decepción. —¿Quieres que te diga legalmente lo que significan esos conceptos… o que te diga cómo lo aplican cuando se trata de un traidor en búsqueda?— preguntó ella. Sonriendo con ironía. —No es nada nuevo lo que buscan, ha sido el catorce desde hace quince años; no importa que ya no lo digan en voz alta, siempre es el catorce— acompañó a sus palabras. —Da igual el método que se use para sacar la más mínima información, todo está permitido—. Se encogió ante el mero recuerdo del circo que supuso el interrogatorio de Sebastian; todo estaba permitido. —Por eso quiero que tengas cuidado, Benedict. Si te encontraran y acabaran sabiendo, de algún modo, de tu condición harían cualquier cosa—. Apretó las manos con frustración. Él no le había dicho directamente que estaba allí pero sería obvio para cualquier que así era.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Intento no mofarme como un crío por ese momento donde me deja bien en claro que sería inútil que la encierre porque tengo otras cosas en las cuales preocuparme, como por esa obvia incomodidad que tiene cada vez que me animo a tocarla. Puedo sentir su pulso acelerarse al tenerla sujeta y también soy consciente del eco de su respiración, pero algo me dice que de hacerle una pregunta al respecto no voy a querer saber la respuesta. Me guste o no admitirlo, Arianne es una persona importante para mí y quizá todavía no estoy listo para averiguar ciertas cosas de ella, en especial si tiene algo en mi contra. Voy a mentirme un poquitito más.

Una buena vida. No quiero decirlo para no sonar melodrámatico pero que tuvo una mejor vida que yo, eso se lo apuesto a pesar de que esto no sea una competencia por quien ha tenido más mierda acumulada en nuestros años de existencia. Ella jamás entenderá lo que yo he sufrido como de seguro yo seré incapaz de compender sus penurias, así que seguir dándole vueltas al asunto sería completamente en vano.

Puedo hacerme una idea — murmuro ante esa pregunta que supongo que ella no esperaba una respuesta; no hay que ser muy inteligente como para darme cuenta lo que significa, aunque sí me gustaría saber el motivo por el cual Sebastian terminó siendo ejecutado cuando la última vez que lo vi fue hace ocho años y no era más que uno de nuestros entrenadores. Muchas cosas de las que sé hoy en día son gracias a él, al menos en lo que a combate se refiere, además del también desaparecido Vennet y Echo.

No sé que esperaba escuchar pero en parte rogaba que no fuese eso. Cuando de sus labios sale el número catorce todo mi cuerpo se estremece en su gran longitud, detonando la incomodidad que me hace cosquillas en las palmas de la mano y en la necesidad que me obliga a observar la puerta como si esperase que alguien la echase abajo en segundos anunciando que habían capturado a Seth y ahora venían por mí. — Mi condición... — repito, arrastrando las palabras como si estuviese saboreando veneno. Apenas me doy cuenta que estoy nuevamente al borde de la cama y me froto el mentón una y otra vez con nerviosismo, no muy seguro de donde meter mis manos. — No es eso lo que me preocupa ahora.  Quiero decir... no... ¡Hay niños ahí! — Niños que no le han hecho absolutamente nada a nadie y a quienes les arruinamos la infancia enseñándoles como pelear en caso de que sea necesario, pero rogando porque jamás tengan la oportunidad de probar sus habilidades. Niños a los cuales el gobierno de Jamie Niniadis torturaría, dañaría y mataría si pudiese ponerles las manos encima. Y eso ya me lo han hecho a mí, hace mucho tiempo, cuando yo era simplemente como ellos. Jamás mientras viva podría dejar que eso pase.

No sé si levantarme e irme o quedarme junto a ella por el temor de la verdad al regresar a un distrito donde ya han sufrido demasiado, así que cierro los párpados con fuerza y me paso la mano por la cara en un intento de iluminar mi cerebro. Recuerdo las cosas que vi en televisión no solo hoy sino en los últimos meses que recolecté información variada de solamente pasear por las calles de Neopanem, pero jamás le había prestado atención porque no era nuestro problema... hasta ahora — ¿Jamie piensa que nosotros somos los culpables de los actos de terrorismo? — pregunto al final sin siquiera abrir los ojos ni descubrir del todo mi rostro, sin atreverme a mirarla para encontrar la respuesta obvia en sus facciones. No importa que le diga mil veces que somos inocentes; si la Ministra piensa que somos una amenaza, no descansará hasta encontrarnos.
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Había momentos en lo que se encontraba pensando en ello, en convencerse a sí misma que no era correcto comportarse de aquel modo con toda persona que intentara tener, aunque solo fuera mínimo, un contacto con ella. Los seres humanos estaban acostumbrados a aquello, en ocasiones eran mucho mejores con una caricia o con un abrazo que son un millón de palabras pronunciadas pero, en ella, algo de activaba cuando alcanzaban a rozarla de improvisto, incluso cuando sabía que se acercaban, sin poder evitar que desagradables imágenes atacaran y opacaran su mirar durante los segundos en los que no era capaz de reaccionar del todo. Era injusto. No lo merecían. Por más que repitiera aquellas palabras en su interior, no era capaz de seguirlas correctamente. Era completamente incapaz de controlar los impulsos que la llevaban a alejarse al instante de la fuente de aquel contacto.

Prensó los labios, apretando instintivamente las manos contra su cuerpo, una vez que metió ambas en sendos bolsillos de su gabardina color crema. Todo a su alrededor era un peligro en aquel momento aunque, irónicamente, no se preocupaba demasiado por las consecuencias sobre su persona, sino por las que pudiera acarrear sobre él. No dudaba que no fuera la primera vez que estuviera en el doce, pero lo era encontrándose con alguien como ella; y ahí era donde erradicaba el mayor peligro. No era nadie importante, pero “formaba parte” del funcionariado del gobierno, sabiendo a la perfección donde iba y donde no cuando se encontraba en su horario laboral. Y estaba en el doce, ¿algo más extraño era posible? Quizás estaba regresando la Arianne paranoica que desconfiaba de todo aquello que se moviera  a su alrededor.

Regresó la mirada hasta él, parpadeando confundida. Abrió la boca, buscando que surgiera de ésta alguna palabra con sentido, pero volviendo a cerrarla al instante, no sabiendo que decir. Incluso su hija estaba allí. Mordió el interior de su mejilla, retirando su azul mirar hacia cualquier lugar que no conllevara tener que mirarlo a él. —Según parece está protegido para que no pueda ser encontrado, así que, de momento, solo tendrías que preocuparte de que siga siendo así— consiguió articular lentamente. En cierto modo se sentía como una “traidora” con todo aquello, revelando información que era del gobierno y que no tendría que salir de allí; no lo apoyaba, pero nunca había pasado por su mente que acabara de aquel modo.  Aunque también era cierto que la información que ella poseía era, realmente, escasa y difusa.

Una mueca se dejó entrever en su expresión, moviéndose con cierta incomodidad y, finalmente, levantándose de la cama y caminando hasta la ventana donde movió ligeramente la cortina para percatarse de que la lluvia había dejado de ser tenue para crear charcos en las devastadas calles del distrito. —No sé lo que piensa la Ministra realmente— contestó después de unos minutos, evadiendo llamarla ella también por su nombre. —Están habiendo problemas por el centro y el norte del país, y es bastante fácil decir que el distrito 14 es el que está detrás de todo aunque no lo sepamos— comenzó a explicar, soltando la cortina y apoyando la espalda contra la pared. —Todo aquel que esté fuera del control, que atente contra la organización del gobierno y lo demuestre abiertamente es catalogado como terrorista— intentó apuntar su idea, o al menos aquello que ella había sido capaz de captar en contadas ocasiones. Prefería permanecer en su despacho, ocupándose de su trabajo y permaneciendo lejos de todos aquellos embrollos lo máximo posible, por mucho que, en ocasiones, se viera absorbida por el problema. —Se os puede acusar de cualquier incidente que haya pasado, aunque no se sepa si realmente habéis sido vosotros—. Se buscaba solución a un problema, y lo mejor era buscar una cabeza a la que culpar aunque no se tuvieran pruebas de ello.

Suspiró, queriendo fundirse con la pared tras su espalda. Nunca se había preocupado de la situación más allá de su trabajo pero, en aquel momento, estaba apareciendo una nueva preocupación frente a ella y sabía que no iba a ser capaz de apartarla con facilidad.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Magia — le digo sin pensarlo; no lo considero, ni pienso en que le estoy confirmando que tengo información sobre un distrito que están buscando hace años, simplemente lo dejo salir en un arranque de pura confianza — Pura magia. Igual tenemos vigilantes por las noches en caso de que haya algún movimiento extraño más allá de... — y sin embargo, ahí me callo. No es porque piense que ella va a ir detrás de nosotros, sino porque sé que revelar más información de la necesaria me puede jugar en contra en algún futuro. Además, pienso en que si mis compañeros supiesen lo que estoy haciendo, no dudarían en saltarme al cuello.

Cuando Arianne se levanta me permito el mirarla mejor y puedo notar que se mueve como un fantasma, dándome la espalda para demostrarme una postura que parece no haber cambiado mucho en estos años. Mis ojos se clavan en su pelo rubio mientras escucho las declaraciones que ya sospechaba pero que sin embargo, se deslizan por mi cuerpo como si tuviese cubos de hielo patinando en mis venas. Hace años Jamie Niniadis nos buscó sin cansancio después de que yo le confesara la existencia del catorce bajo sus métodos de tortura que todavía recuerdo a la perfección, pero habíamos tenido tiempos de paz en cuanto las búsquedas se detuvieron y pudimos decir que éramos personas prácticamente libres.  Siempre supimos de nuestros riesgos y nadie ha negado jamás que prácticamente estábamos cometiendo traición, pero estar lejos del alcance de sus garras ha sido nuestro mayor orgullo. Y sé que aún no pueden encontrarnos, pero la amenaza se siente mayor, en especial cuando en el distrito estamos bastante jodidos como para aislarnos allí a esperar a morir de hambre.

Somos gente pacífica. ¿Sabes? — declaro. Me pongo de pie pero me mantengo firme en mi lugar, observando su cuerpo contra una pared a pocos metros que me indica básicamente que no puedo tocarla — Sí, sabemos como defendernos y somos excelentes cazadores porque no hemos tenido otra opción, pero no somos una amenaza. Hemos estado muy ocupados en sobrevivir como para siquiera pensar en una rebelión... — pienso en Kendrick y la verdad que jamás debe salir a la luz y un mal presentimiento me obliga a desviar la mirada. Quizá no estamos atentando contra la gente de Neopanem, pero esconder al hijo de Orion Black es suficiente motivo para que nos puedan acusar a todos. De todos modos, cualquier cosa que podría decirle a Arianne no serviría de nada y me siento completamente inútil, minúsculo en comparación al gobierno que nos amenaza. Es deprimente, pero esto tendré que informarlo en el Consejo; si hay que aumentar la seguridad o huir, lo haremos. Nadie va a pelear una guerra que no podemos ganar.

La lluvia ha empezado a caer con fuerza y las gotas golpean el vidrio rompiendo un silencio deprimente, produciéndome las ganas de meterme en la cama en lugar de regresar a casa donde solo me espera una destrucción a la cual deberé sumar otro problema. Por inercia tanteo dentro de mi saco y rebusco en el bolsillo interno hasta sacar un pañuelo arrugado que oculta en su interior dos espejos que Seth ha hecho para mí en caso de necesitarlos para cuando nos separamos en las expediciones; creo que esto es una emergencia más grande.

Creo que sí tengo un regalo para ti después de todo — desenvuelvo el intento de paquete y me acerco a ella hasta que le tiendo uno, sonriéndole apenas de forma algo forzada — Yo tengo uno y tú tienes el otro. Cualquier cosa que necesitemos decirnos, solo debes buscarme aquí... ¿De acuerdo? — creo que queda implícito en mi petición que si Jamie Niniadis se dirige al norte debe avisarme cuanto antes, pero por las dudas sigo hablando — Estamos protegidos, pero de ser encontrados no podremos defedernos. ¿Entiendes? No es como si... bueno. No tenemos ni electricidad — treinta personas contra un ejército entero de un país enorme, no es complicado hacer la matemática — Odio decirlo pero creo que huir sería la única opción que tendríamos.

Escapar una vez más. Creo que estuve escapando la mayor parte de mi vida. Con aflicción guardo el espejo en mi chaqueta una vez más y me alejo, tomando mi capa para colocarla sobre mis hombros y empezar a anudarla en mi cuello, acomodando de paso la bufanda — Necesito avisarles, que estén alerta, que nadie venga a Neopanem... — creo que hablo más para mí que para ella, aunque cuando vuelvo a mirarla, me siento horrible por dejarla. Ya una vez tomamos caminos diferentes y ahora parece que lo hacemos de nuevo con nuestras manos atadas — Solo quiero saber una cosa más — admito, relamiendo mis labios al dudar — ¿Tú estás con ellos?

Trabaja para el gobierno, pero pudo haber buscando una pacífica supervivencia. O también puede ser una de esas brujas que creen que todos debemos ser castigados, aunque hasta ahora me ha demostrado lo contrario. Pero en caso de una guerra... ¿Ella estará conmigo o contra mí?
Benedict D. Franco
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Magia. No podía decirle que bien sabía que se trataba de magia la que protegía aquella zona desconocida por el resto de ciudadanos de NeoPanem, que Sebastian lo había dicho durante el duro interrogatorio al que lo habían sometido, y al que ella misma se había negado, llevándose una de aquellas miradas que todos temían que alguna vez les dirigiera la Ministra. En ningún momento había querido ser parte de la barbarie que tuvo que presenciar, unos cuantos minutos que tiraron por tierra todos los principios del derecho por el mero hecho de contentar a unos magos sedientos de sangre y venganza contra los que no eran partidarios de sus mismas ideas.

Contuvo las ganas de apretar la frente contra el frío cristal, queriendo bajar la temperatura de su cuerpo que, aun estando en un estación ya fría, se mantenía demasiado alta tras todo lo que intentaba asimilar en un escaso espacio de tiempo. Prensó los labios, inmersa en sus desordenadas cavilaciones, en los desordenados pensamientos que se amontonaban sin sentido alguno. Hacía demasiado tiempo que no tenía nada que pensar… o, no, quizás hacía demasiado tiempo que no tenía nada que pensar que tuviera que ver, directamente, con ella, que se viera incluida en algún tipo de problema o que fuera alguien cercano quien lo estuviera. Irónicamente ellos nunca habían sido cercanos durante demasiado tiempo pero, aun así, se sentía como si siempre lo fueron  y el transcurso de los años solo hubiera afianzado su relación. Apoyó la espalda contra la pared, percibiendo el frío recorrer su cuerpo, y sacando las manos para colocarlas a ambos lados de su cuerpo. —No creo que seáis una amenaza— contestó con seguridad, recorriéndolo con la mirada. No dudaba de que fueran gente que, simplemente, querían vivir sin ser perseguidos o esclavizados, los comprendía y respetaba en todos los aspectos. —No creo que nadie piense que seáis una verdadera amenaza para el gobierno pero sí lo es vuestra idea de que todos sean libres— frunció los labios con clara molestia al tener que ser ella la que pronunciara aquellas palabras, pero a sabiendas de que era lo que, verdaderamente, les preocupaba. Si el resto de humanos, y aquellos que no seguían a pies juntillas los pensamientos promagos, pensaba que había una alternativa todo se convertiría en un caos, por aquella razón podían ser una ‘amenaza’.

Suspiró, dejando entrever en su expresión el cansancio que le producía toda aquella situación que los rodeaba. Alzó ambas cejas, inclinando el cuero hacia el frente al verlo rebuscar entre sus cosas hasta dar con algo que, a su parecer, era una… ¿roca envuelta? ¿Algo de comida? Sus pensamientos fueron cercenados cuando vió el espejo extendido hacia ella, alargando la mano hasta tomarlo y rozando sus dedos ligeramente al hacerlo. Bajó la mirada, rodándolo entre sus dedos, observando cada mínimo detalle del espejo que le acababa de entregar, y alzando la mirada hacia él solo cuando le hizo la petición de avisarlo. —Ben…— comenzó a decir, sintiéndose incómoda automáticamente. Frunció los labios, bajando las manos y dejando salir el aire como un pequeño bufido cansado. —De acuerdo— acabó por decir aun sabiendo que era todo un riesgo llevar aquel objeto con ella. —Espero no tener que usarlo con ese uso— comunicó guardándolo con cuidado en el interior del bolsillo de su gabardina.

Lo observó colocarse la capa, tomando la suya como respuesta; sacudiendo el polvo que hubiera podido quedar adherido a ésta y solo dirigiendo la mirada hacia él en una ocasión, asintiendo con la cabeza y colocándola sobre su cuerpo con un solo movimiento. Avanzó hasta la cama para tomar el maletín y encaminarse en busca de las llaves de la puerta. Viéndose interrumpida por él con una pregunta que la sorprendió, provocando que se quedara completamente paralizada, con los pies fuertemente pegados al suelo y la mirada fija en ninguna parte. —Debería estrangularte con la bufanda solo por el hecho de preguntar— contestó avanzando hasta las llaves y tomándolas entre sus manos. —Quiero que todo el mundo sea igual y se deje atrás el miedo— acompañó a sus palabras —, no me posiciono con ellos o con vosotros—. Se giró hacia él, metiendo la diestra en el bolsillo y rozando con los dedos los bordes del espejo. —Pero estoy contigo— siempre que no hagas nada fuera de lugar, le faltó añadir. Estaba de su lado pero no se iba a arriesgar a hacer nada que pudiera poner en peligro a las otras personas que quería.

—Me iré primero. He pasado demasiado tiempo aquí y se de alguien que debe de preguntarse donde estoy— dijo encogiéndose de hombros antes de quitar el seguro de la puerta y tomar el pomo de la puerta. —Ten cuidado y no llames si no es por alguna razón urgente o concreta, ¿de acuerdo?— advirtió con un tono más serio del que había usado en el resto de tiempo que habían estado juntos. Dedicó una última ojeada a las bolsas encima de la cama, recordando el acónito al instante. Abrió la boca para recriminarle algo más pero prefiriendo no hacerlo. Esbozó una pequeña sonrisa a modo de despedida antes de girar sobre sus pies y desaparecer de la habitación de la posada. Bajando las escaleras con rapidez y usando un hechizo de impermeabilización para poder caminar con tranquilidad, y seca, hasta el lugar donde se encontraba el traslador que la llevaría de regreso al Capitolio.
Arianne L. Brawn
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