OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Explicarle a un anciano que el cuadro que ha comprado no es exactamente el retrato original de un antiguo mago famoso es algo que me toma toda la mañana, especialmente porque el buen hombre tiene noventa años, anda medio sordo de un oído y adora desviarse de tema para hablarme de cualquier otra cosa que no sea la pintura. Intento ponerle buena cara y mostrarme como una persona paciente, pero cuando salgo de su negocio ya es cerca del mediodía, me muero de hambre y mi rodete se ha desarmado al punto de ser cualquier cosa menos un peinado elegante que me recuerda que originalmente no estoy hecha para estas cosas.
A media cuadra me quito el gancho de pelo y lo sacudo, dejando caer la melena sobre mis hombros tal como siempre me ha gustado y decido que quizá, debería buscar un lugar para almorzar. Estoy debatiéndome si ir a uno de mis cafés favoritos de la zona, cuando observo la imagen en televisión que repite las novedades del juicio de Sebastian Johnson que ha tenido lugar a inicios de esta semana, por lo que me estremezco y continúo mi camino. A veces me doy cuenta de que estoy fingiendo ser alguien que no soy, enterrando cientos de historias de mi pasado que casi todos conocen de mí, pero que de todos modos me esfuerzo por enterrar con una fachada de vestidos bonitos e incómodos tacones. Es como si la Jolene de zapatillas rotas y uñas sucias hubiese muerto en prisión para darle paso a la criatura desconocida que soy ahora.
Lo bueno es que a estas alturas pocas personas me recuerdan y una menor cantidad me reconoce, así que soy completamente libre de andar por las calles sin las miradas curiosas que me perseguían los primeros días. He dejado de ser novedad y me han declarado una mujer libre que no ha cometido ninguna traición, por lo que mezclarme en la multitud se ha vuelto una rutina. Avanzo con paso apresurado hasta que noto la colorida esquina que estaba buscando, donde me siento en una de las mesitas de madera que tanto me gustan justo delante de un bar de aspecto alegre, cargado de flores de todos los colores que pronto empezarán a opacarse con la llegada del invierno.
Tras pedir mi almuerzo de siempre que incluye una enorme limonada, acomodo mejor mi maletín debajo del asiento y saco del mismo un libro, el cual hojeo hasta llegar al capítulo donde me he quedado. Intento concentrarme en las aventuras del protagonista para relajar mi cabeza y apartarla de cualquier pensamiento que me relacione con la realidad, cuando puedo notar una mirada fija en mí que me obliga a alzar los ojos por encima de mi novela. A pocos metros, observo a un joven en la mesa siguiente, lo que me hace arquear la ceja — ¿Se te perdió algo?— pregunto con calma.
A media cuadra me quito el gancho de pelo y lo sacudo, dejando caer la melena sobre mis hombros tal como siempre me ha gustado y decido que quizá, debería buscar un lugar para almorzar. Estoy debatiéndome si ir a uno de mis cafés favoritos de la zona, cuando observo la imagen en televisión que repite las novedades del juicio de Sebastian Johnson que ha tenido lugar a inicios de esta semana, por lo que me estremezco y continúo mi camino. A veces me doy cuenta de que estoy fingiendo ser alguien que no soy, enterrando cientos de historias de mi pasado que casi todos conocen de mí, pero que de todos modos me esfuerzo por enterrar con una fachada de vestidos bonitos e incómodos tacones. Es como si la Jolene de zapatillas rotas y uñas sucias hubiese muerto en prisión para darle paso a la criatura desconocida que soy ahora.
Lo bueno es que a estas alturas pocas personas me recuerdan y una menor cantidad me reconoce, así que soy completamente libre de andar por las calles sin las miradas curiosas que me perseguían los primeros días. He dejado de ser novedad y me han declarado una mujer libre que no ha cometido ninguna traición, por lo que mezclarme en la multitud se ha vuelto una rutina. Avanzo con paso apresurado hasta que noto la colorida esquina que estaba buscando, donde me siento en una de las mesitas de madera que tanto me gustan justo delante de un bar de aspecto alegre, cargado de flores de todos los colores que pronto empezarán a opacarse con la llegada del invierno.
Tras pedir mi almuerzo de siempre que incluye una enorme limonada, acomodo mejor mi maletín debajo del asiento y saco del mismo un libro, el cual hojeo hasta llegar al capítulo donde me he quedado. Intento concentrarme en las aventuras del protagonista para relajar mi cabeza y apartarla de cualquier pensamiento que me relacione con la realidad, cuando puedo notar una mirada fija en mí que me obliga a alzar los ojos por encima de mi novela. A pocos metros, observo a un joven en la mesa siguiente, lo que me hace arquear la ceja — ¿Se te perdió algo?— pregunto con calma.
Cuando mi tío me dijo que la alfombra de repuesto que le había comprado no era equiparable a la que por accidente estropeé con mi robot, pensaba que era una broma. Sin embargo, luego me di cuenta de que no, y que el mandarme en mi día libre al Distrito 8 iba totalmente en serio. Sabe perfectamente que no me gusta viajar de manera innecesaria si no es a un distrito interesante como pueden ser el 3 o el 6, donde abundan la tecnología y la ciencia. Pero aquí estoy, en un distrito donde no hay más que tiendas de textiles y una fábrica enorme. Incluso el olor es agobiante, pues se nota ese olor típico de contaminación que generan las fábricas. Acostumbrado a vivir en una isla tranquila y con olores agradables, esto es casi insoportable. Aun así, me tomo mi tiempo para investigar la zona por mi vena curiosa, hasta que acabo cansado por no ver nada que llame ligeramente mi atención, y decido ir a tomar algo antes de regresar a la Isla Ministerial.
A pesar de estar en un distrito tan aburrido, lo que menos me apetece es regresar a la isla. Sé que Riorden no tiene la culpa de lo que pasó en el juicio, y que él mismo insistió en que era mejor que no fuera, pero hay gente que vive ahí que sí que tuvieron algo que ver. Mi padre adoptivo tenía razón cuando sugirió que quizá era mejor que me quedara en casa porque no estaba mentalmente preparado para asistir, aunque no me dijera lo que iba a pasar. Porque estoy seguro de que sabía con antelación quien era el culpable y lo que le iban a hacer. Nunca se lo diré, pero ir sí que me trajo recuerdos de la época en que mis padres murieron en su juicio, igual que Sebastian Johnson, por ser considerados traidores. Puede que no asistiera al de ellos porque solamente tenía siete años, pero ninguno de mis tíos me ocultó nunca lo que pasó aquel día.
Al final, después de unos minutos que se me hacen eternos estando perdido por las calles del distrito, acabo encontrando una cafetería de colores llamativos que capta mi atención con rapidez. Es un local completamente diferente a los que estoy acostumbrado a ver por el Capitolio, así que es una de las razones por las que acabo decidiendo sentarme en una de las mesas de madera, y pido un cappuccino y un trocito de brownie. Mientras voy tomando lo que he pedido para calmar el hambre que estaba empezando a notar, inspecciono los alrededores cercanos para matar el tiempo hasta que acabe y coja el traslador de vuelta a casa. Pero entonces, acabo encontrando, o más bien viendo, a alguien que por primera vez en lo que va de día, me hace sentir verdadera curiosidad. No es simplemente llamar la atención como me había pasado con la cafetería, sino algo más intenso. Es raro de explicar, porque a fin de cuentas, simplemente es una persona normal, pero hay algo en su rostro que me resulta familiar.
Ni siquiera sé cuánto rato paso mirándola mientras se me enfría el café, y es su pregunta la que me saca de mi estado de concentración, como si el mirarla así fuera a hacer que supiese de quien se trata. Para cuando voy a disculparme, entonces lo recuerdo. Riorden me habló de los traidores, de gente que alguna vez había traicionado al Gobierno, y sobre todo, de los que eran figuras públicas como ella. Porque es una antigua vencedora huida incluso mucho antes de que la Isla de los Vencedores dejara de existir y fuese destruida. Sé que no es la única vencedora que huyó, porque otros como Derian Castle, Benedict Franco, André Drescher y Astrid Overstrand también son considerados traidores, pero recuerdo que hace años, Riorden me dijo que esta mujer volvió, pasó por juicios, y finalmente fue puesta en libertad. — Eres Jolene Yorkey. — Esas son las primeras palabras que salen de mi boca, unas que probablemente no le hará mucha gracia escuchar. O al menos a mí no me gustaría que me reconocieran después de tantos años en los que imagino que habrá intentado vivir tranquila.
A pesar de estar en un distrito tan aburrido, lo que menos me apetece es regresar a la isla. Sé que Riorden no tiene la culpa de lo que pasó en el juicio, y que él mismo insistió en que era mejor que no fuera, pero hay gente que vive ahí que sí que tuvieron algo que ver. Mi padre adoptivo tenía razón cuando sugirió que quizá era mejor que me quedara en casa porque no estaba mentalmente preparado para asistir, aunque no me dijera lo que iba a pasar. Porque estoy seguro de que sabía con antelación quien era el culpable y lo que le iban a hacer. Nunca se lo diré, pero ir sí que me trajo recuerdos de la época en que mis padres murieron en su juicio, igual que Sebastian Johnson, por ser considerados traidores. Puede que no asistiera al de ellos porque solamente tenía siete años, pero ninguno de mis tíos me ocultó nunca lo que pasó aquel día.
Al final, después de unos minutos que se me hacen eternos estando perdido por las calles del distrito, acabo encontrando una cafetería de colores llamativos que capta mi atención con rapidez. Es un local completamente diferente a los que estoy acostumbrado a ver por el Capitolio, así que es una de las razones por las que acabo decidiendo sentarme en una de las mesas de madera, y pido un cappuccino y un trocito de brownie. Mientras voy tomando lo que he pedido para calmar el hambre que estaba empezando a notar, inspecciono los alrededores cercanos para matar el tiempo hasta que acabe y coja el traslador de vuelta a casa. Pero entonces, acabo encontrando, o más bien viendo, a alguien que por primera vez en lo que va de día, me hace sentir verdadera curiosidad. No es simplemente llamar la atención como me había pasado con la cafetería, sino algo más intenso. Es raro de explicar, porque a fin de cuentas, simplemente es una persona normal, pero hay algo en su rostro que me resulta familiar.
Ni siquiera sé cuánto rato paso mirándola mientras se me enfría el café, y es su pregunta la que me saca de mi estado de concentración, como si el mirarla así fuera a hacer que supiese de quien se trata. Para cuando voy a disculparme, entonces lo recuerdo. Riorden me habló de los traidores, de gente que alguna vez había traicionado al Gobierno, y sobre todo, de los que eran figuras públicas como ella. Porque es una antigua vencedora huida incluso mucho antes de que la Isla de los Vencedores dejara de existir y fuese destruida. Sé que no es la única vencedora que huyó, porque otros como Derian Castle, Benedict Franco, André Drescher y Astrid Overstrand también son considerados traidores, pero recuerdo que hace años, Riorden me dijo que esta mujer volvió, pasó por juicios, y finalmente fue puesta en libertad. — Eres Jolene Yorkey. — Esas son las primeras palabras que salen de mi boca, unas que probablemente no le hará mucha gracia escuchar. O al menos a mí no me gustaría que me reconocieran después de tantos años en los que imagino que habrá intentado vivir tranquila.
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He pasado por muchas situaciones en mi vida que incluyesen miradas furtivas y comentarios a mis espaldas, como si fuese estúpida y no pudiese notar como me señalan con el dedo cuando paso caminando frente a personas que todavía conservan la memoria. Este chico parece no ser la excepción a pesar de su obvia juventud, lo que me enferma y obliga a mirarlo con una expresión que pareciera que se me atravesó un limón en medio de la garganta. Podría negar su afirmación y simplemente continuar con mi libro, pero algo en mí me dice que he perdido la habilidad para mentir y simplemente bufo, levantando un mechón de mi cabello que se había desprendido de mi oreja para ir a parar al centro de mi cara. Vaya día.
Cierro mi novela con suma pero fingida calma y acaricio su cubierta, evitando por unos segundos el responder algo que los dos sabemos que es verdad y que él ni siquiera ha dudado. Acabo encogiendo uno de mis hombros como si el asunto no me importase en lo absoluto y sacudo la cabeza para quitarme el pelo de la cara, ladeándola un poco con una mirada desinteresada a pesar de que lo observo de arriba a abajo. ¿Quién se supone que es? No tengo idea, no lo tengo en mi clase y no conozco a todos los que rondan el distrito como solía hacerlo cuando era una niña. Tiene la clase de perfil que de seguro ha hecho suspirar a sus compañeritas de clase y la sola idea me hace sonreír a medias por un breve segundo, sintiéndome una anciana repentinamente. Estúpida edad.
— ¿Y con eso qué? — pregunto al final a pesar de mantener una ligera pero sospechosa suavidad en la voz, cruzándome de brazos sobre mi pecho e inclinándome hacia atrás para apoyarme en la silla sin intenciones de mostrarme alterada por él y sus conocimientos — ¿Nos hemos visto alguna vez o simplemente tienes demasiada buena memoria como para recordar noticias viejas? — a nadie le importa en lo absoluto lo que he estado haciendo en los últimos años, mucho menos desde que salí de prisión por "contribución a la causa". Mi fama se murió hace mucho tiempo y en parte estoy agradecida por eso.
Mis ojos bajan de su pincelado rostro a su comida, justo a tiempo para ver como mi almuerzo pasa por delante de mí y se posa en mi mesa, por lo que agradezco y tomo mi bebida para darle un sorbito — Creo que eso se te va a enfriar si no te lo bebes ya — sugiero, haciendo un movimiento con mis ojos para señalar su mesa — el café frío es asqueroso si no tiene helado y crema para acompañarlo.
Cierro mi novela con suma pero fingida calma y acaricio su cubierta, evitando por unos segundos el responder algo que los dos sabemos que es verdad y que él ni siquiera ha dudado. Acabo encogiendo uno de mis hombros como si el asunto no me importase en lo absoluto y sacudo la cabeza para quitarme el pelo de la cara, ladeándola un poco con una mirada desinteresada a pesar de que lo observo de arriba a abajo. ¿Quién se supone que es? No tengo idea, no lo tengo en mi clase y no conozco a todos los que rondan el distrito como solía hacerlo cuando era una niña. Tiene la clase de perfil que de seguro ha hecho suspirar a sus compañeritas de clase y la sola idea me hace sonreír a medias por un breve segundo, sintiéndome una anciana repentinamente. Estúpida edad.
— ¿Y con eso qué? — pregunto al final a pesar de mantener una ligera pero sospechosa suavidad en la voz, cruzándome de brazos sobre mi pecho e inclinándome hacia atrás para apoyarme en la silla sin intenciones de mostrarme alterada por él y sus conocimientos — ¿Nos hemos visto alguna vez o simplemente tienes demasiada buena memoria como para recordar noticias viejas? — a nadie le importa en lo absoluto lo que he estado haciendo en los últimos años, mucho menos desde que salí de prisión por "contribución a la causa". Mi fama se murió hace mucho tiempo y en parte estoy agradecida por eso.
Mis ojos bajan de su pincelado rostro a su comida, justo a tiempo para ver como mi almuerzo pasa por delante de mí y se posa en mi mesa, por lo que agradezco y tomo mi bebida para darle un sorbito — Creo que eso se te va a enfriar si no te lo bebes ya — sugiero, haciendo un movimiento con mis ojos para señalar su mesa — el café frío es asqueroso si no tiene helado y crema para acompañarlo.
Jugueteo con un palillo decorativo que venía con el brownie, mientras observo atentamente a mi nuevo descubrimiento. Siempre que estoy concentrado y tengo cerca algo parecido a un lápiz, palillo, o varita, siento la necesidad de darle vueltas entre los dedos; es una costumbre que cogí de bien pequeño. También solía hacerlo cuando me aburría en clase, que era la mayoría de las veces porque muchas cosas del temario ya las sabía de antemano por haber crecido los primeros años de mi vida en Europa, y ser criado por una familia sangre pura que había vivido casi toda su vida ahí. Luego me tocó especializarme, y al menos las clases eran más interesantes, dinámicas, e innovadoras. No obstante, que Jolene Yorkey me hable directamente hace que acabe dejando el palillo, y me centre en la conversación: — Tengo buena memoria, sí. — Aunque en este caso no es solamente por eso por lo que la recuerdo tan bien, sino que es por otros factores también. — Mi pa... mi tío me contó tu historia — añado, a nada de nombrar a Riorden como mi padre. Para mí no es solo mi tío, pero supongo que a algunas personas puede confundirles que le reconozca como mi padre, incluso cuando legalmente lo es porque me adoptó. Es una figura pública, así que más de uno sabe que no tiene hijos biológicos.
Me cuesta unos segundos darme cuenta de que probablemente ni sepa a quién me refiero cuando hablo de mi tío. Estoy tan acostumbrado a ir solo por la Isla Ministerial, el Capitolio, y como mucho el Distrito 13 para ver a mi tío Keiran, que a veces se me olvida que en otros distritos pueden no saber de quién soy familia. — Mi tío es el Ministro Weynart, el de Defensa — acabo añadiendo. Otro de mis tíos es el Ministro de Salud, pero eso no viene al caso. Sabiendo ese dato, que soy el sobrino de Riorden, es más sencillo atar cabos y comprender por qué sé lo que sé teniendo solo veintidós años. Tengo recuerdos de cuando los rebeldes, entre ellos bastantes miembros de mi familia, consiguieron hacerse con el poder de NeoPanem, pero son muy difusos y la mayoría los recuerdos por cómo hablaban de ello en los años posteriores. Teniendo una familia como la mía, en muchos de los encuentros y comidas grandes surgen temas políticos, pero con el tiempo he aprendido a hacer oídos sordos y alejarme del foco de la conversación, con Lëia en algunas ocasiones.
Sacudo ligeramente la cabeza con su comentario sobre mi café, y doy un rápido sorbo. A decir verdad, después de verla se me ha cerrado el apetito y ha sido sustituido por pura curiosidad. Físicamente tiene un algo que me llama la atención porque es completamente diferente a las chicas con las que estoy acostumbrado a tratar, pero supongo que eso simplemente es porque me parece interesante que antiguamente tuviera problemas y fuera considerada traidora. — Yo me llamo Ethan Weynart. — Probablemente ni le importe mi nombre, pero me han enseñado a ser educado y a presentarme. Además, yo sé quién es ella; es lo menos que puedo hacer teniendo en cuenta que debo haber parecido casi un acosador. Me gustaría saber su versión de la historia, porque ya sé la que el Gobierno tenía de ella en su momento, pero imagino que no debe de ser fácil hacerla hablar. No soy una persona que sé dé por vencida, así que mientras esté aquí, intentaré sonsacarle todo lo que esté al alcance de mi mano. Hace años hice lo mismo con Keiran para que me explicara cómo era ser un squib, así que una antigua traidora no iba a ser menos. Dicen que la curiosidad mató a un gato, pero yo no soy uno (ni siquiera soy un animago).
Me cuesta unos segundos darme cuenta de que probablemente ni sepa a quién me refiero cuando hablo de mi tío. Estoy tan acostumbrado a ir solo por la Isla Ministerial, el Capitolio, y como mucho el Distrito 13 para ver a mi tío Keiran, que a veces se me olvida que en otros distritos pueden no saber de quién soy familia. — Mi tío es el Ministro Weynart, el de Defensa — acabo añadiendo. Otro de mis tíos es el Ministro de Salud, pero eso no viene al caso. Sabiendo ese dato, que soy el sobrino de Riorden, es más sencillo atar cabos y comprender por qué sé lo que sé teniendo solo veintidós años. Tengo recuerdos de cuando los rebeldes, entre ellos bastantes miembros de mi familia, consiguieron hacerse con el poder de NeoPanem, pero son muy difusos y la mayoría los recuerdos por cómo hablaban de ello en los años posteriores. Teniendo una familia como la mía, en muchos de los encuentros y comidas grandes surgen temas políticos, pero con el tiempo he aprendido a hacer oídos sordos y alejarme del foco de la conversación, con Lëia en algunas ocasiones.
Sacudo ligeramente la cabeza con su comentario sobre mi café, y doy un rápido sorbo. A decir verdad, después de verla se me ha cerrado el apetito y ha sido sustituido por pura curiosidad. Físicamente tiene un algo que me llama la atención porque es completamente diferente a las chicas con las que estoy acostumbrado a tratar, pero supongo que eso simplemente es porque me parece interesante que antiguamente tuviera problemas y fuera considerada traidora. — Yo me llamo Ethan Weynart. — Probablemente ni le importe mi nombre, pero me han enseñado a ser educado y a presentarme. Además, yo sé quién es ella; es lo menos que puedo hacer teniendo en cuenta que debo haber parecido casi un acosador. Me gustaría saber su versión de la historia, porque ya sé la que el Gobierno tenía de ella en su momento, pero imagino que no debe de ser fácil hacerla hablar. No soy una persona que sé dé por vencida, así que mientras esté aquí, intentaré sonsacarle todo lo que esté al alcance de mi mano. Hace años hice lo mismo con Keiran para que me explicara cómo era ser un squib, así que una antigua traidora no iba a ser menos. Dicen que la curiosidad mató a un gato, pero yo no soy uno (ni siquiera soy un animago).
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No sé quién es su tío, pero la verdad es que dudo que le haya contado absolutamente toda mi historia porque pocos la conocen en su totalidad. Le sonrío de mala gana y con cierta ironía, segura de que mi expresión es suficiente para dejarle bien en claro mi esceptisismo ante sus conocimientos sobre mí, cuando entonces me aclara de quién es su pariente y no puedo evitar rodar los ojos mientras desvío la mirada en dirección a una de las flores más cercanas. Conozco a su tío, porque estuvo dentro de los juicios que me mantuvieron en prisión desde que regresé de Europa hasta que pude demostrar mi inocencia con respecto a crímenes contra este gobierno que, en realidad, no cometí. Mis ataques fueron en contra de los Black y mi fuga se extendió para cuidar de una muggle de quien no hay rastros que ellos puedan comprobar, por lo que me he ganado mi libertad de muy buena gana a pesar de todo lo que han dicho sobre mí.
— Sí, recuerdo a tu tío. ¿Me extraña y por eso envía a su sobrino al distrito ocho? — intento a que suene como a una mofa pero no estoy segura de que lo haga y muestro poco interés bebiendo de mi limonada, aunque la verdad es que no me sorprendería en lo absoluto que quisieran vigilarme considerando que siguen reacios a dejarme salir del distrito. Analizo al muchacho con la mirada un instante, no muy segura de su inocencia, por lo que opto por una actitud más relajada frente a alguien que podría soltar la lengua de forma errónea sobre mí a alguien del gobierno. Dejo el vaso y remuevo mi enorme ensalada, lamentándome interiormente de no haberme pedido unas papas fritas, hasta que él se presenta y suelto un bufido porque me doy cuenta de que no tengo otra opción ahora que ambos sabemos quienes somos y él no parece dispuesto a callarse — Ven entonces, siéntate — sugiero, señalando el asiento que se encuentra justo frente al mío del otro lado de la mesa.
La ensalada de este lugar siempre me ha parecido deliciosa, pero por alguna razón la como con desgano, quizá porque estoy más preocupada en seguir los movimientos del muchachito este. Espero a que se encuentre a una distancia menor para fijarme en su rostro, quitándome algunos mechones de pelo de la cara que han regresado por culpa del viento y señalo la botella de bebida que he pedido — ¿Se te antoja un poco? Quizá no tiene nada que ver con los que tú has ordenado pero ... — alzo mis hombros en un encogimiento que demuestra que solamente deseo ser cordial y lleno mi boca una vez más — ¿Qué te trae por aquí, joven Weynart? ¿Trabajo o placer? — si es trabajo espero no serle de utilidad y si es placer... bueno, estoy segura de que alguna jovencita podría ofrecerse a darle un recorrido por el lugar. Yo no tengo absolutamente nada que ver con los familiares de los Ministros y tampoco lo deseo.
— Sí, recuerdo a tu tío. ¿Me extraña y por eso envía a su sobrino al distrito ocho? — intento a que suene como a una mofa pero no estoy segura de que lo haga y muestro poco interés bebiendo de mi limonada, aunque la verdad es que no me sorprendería en lo absoluto que quisieran vigilarme considerando que siguen reacios a dejarme salir del distrito. Analizo al muchacho con la mirada un instante, no muy segura de su inocencia, por lo que opto por una actitud más relajada frente a alguien que podría soltar la lengua de forma errónea sobre mí a alguien del gobierno. Dejo el vaso y remuevo mi enorme ensalada, lamentándome interiormente de no haberme pedido unas papas fritas, hasta que él se presenta y suelto un bufido porque me doy cuenta de que no tengo otra opción ahora que ambos sabemos quienes somos y él no parece dispuesto a callarse — Ven entonces, siéntate — sugiero, señalando el asiento que se encuentra justo frente al mío del otro lado de la mesa.
La ensalada de este lugar siempre me ha parecido deliciosa, pero por alguna razón la como con desgano, quizá porque estoy más preocupada en seguir los movimientos del muchachito este. Espero a que se encuentre a una distancia menor para fijarme en su rostro, quitándome algunos mechones de pelo de la cara que han regresado por culpa del viento y señalo la botella de bebida que he pedido — ¿Se te antoja un poco? Quizá no tiene nada que ver con los que tú has ordenado pero ... — alzo mis hombros en un encogimiento que demuestra que solamente deseo ser cordial y lleno mi boca una vez más — ¿Qué te trae por aquí, joven Weynart? ¿Trabajo o placer? — si es trabajo espero no serle de utilidad y si es placer... bueno, estoy segura de que alguna jovencita podría ofrecerse a darle un recorrido por el lugar. Yo no tengo absolutamente nada que ver con los familiares de los Ministros y tampoco lo deseo.
No puedo evitar sonreír ligeramente con su comentario sobre mi tío, escondiendo la sonrisa detrás de la taza de café para intentar disimular. Su humor sarcástico me recuerdo un poco al mío y al que suelo utilizar la mayoría de veces, así que estoy algo acostumbrado. — En realidad sí que me ha mandado él — respondo con total sinceridad, pero las razones por las que lo ha hecho están totalmente lejos de las que ella ha dicho en tono jocoso. Sinceramente, hasta me avergüenza decir por qué lo ha hecho, tanto por Riorden porque parecería el típico perfeccionista comprador y caprichoso, como por mí porque voy a quedar como un inútil que no sabe controlar a su robot. Pero sí que sé, y no es mi culpa que Roxas estuviera en medio y el pobre robot se chocara contra el perro mientras llevaba un vaso de zumo de naranja, que acabó derramado por encima de él y provocó un cortocircuito que quemó la alfombra del salón. No es por sonar egocéntrico, pero estoy bastante seguro de mis capacidades y de lo que puedo y no puedo hacer, así que los imprevistos de ese calibre no dependen de mí. O al menos no siempre.
Me sorprende que hasta me ofrezca sentarme a su lado, y hasta durante unos segundos dudo si lo dice en serio, o si es otra broma sarcástica. Sin embargo, mis dudas se disipan cuando señala el asiento de al lado, y me levanto al instante, con el plato de brownie en una mano y el café en la otra, para sentarme ahí. — No, gracias — rechazo su ofrecimiento de comida una vez me he sentado. No pega mucho con lo que estoy comiendo, tal y como ella ha dicho. Además, tampoco soy muy fan de comer cosas verdes, y solo lo hago las veces necesarias y justas. No quiero ni imaginar los quebraderos de cabeza que tuve que darle a mi tío de pequeño cuando preparaba algo que no me gustase para comer. En realidad no quiero ni imaginar ninguna de esas situaciones, porque no debe de ser fácil criar a un crío huérfano de siete años que acaba de perder a sus padres, mientras te haces cargo de un bebé de un año y medio que también es tu sobrina. No di demasiadas complicaciones, excepto cuando "secuestraba" los juguetes de mi prima para hacer experimentos con ellos, pero eso no quita que no tuvo que ser fácil. — Puedo guardarte yo un trozo de brownie, si quieres. En plan postre, digo — comento antes de partir un trozo para ir comiendo yo, simplemente para devolverle su ofrecimiento y en buen gesto.
Mastico el trocito de brownie y saboreo el sabor a chocolate y los trocitos de nueces antes de pensar cómo responder exactamente a su pregunta. — Digamos que estoy aquí por obligaciones. — Y es algo totalmente cierto, porque desde luego que no estoy aquí porque yo haya querido, sino que prácticamente me han obligado a ello. — Mi tío, Riorden, me ha mandado a buscarle una alfombra. — Ruedo los ojos, y omito la parte de que simplemente ha sido porque destrocé la anterior, y quiere una igual de buena como sustitución. — ¿Y tú? ¿Cómo es vivir en el Distrito 8? — Estoy a punto de preguntarle que cómo soporta el olor a fábrica que hay en algunas zonas, y que cómo puede vivir en un distrito tan aburrido, pero supongo que buscaba tranquilidad y, sino recuerdo mal, ella provenía de aquí antes de ser encerrada durante años en la antigua Isla de los Vencedores.
Me sorprende que hasta me ofrezca sentarme a su lado, y hasta durante unos segundos dudo si lo dice en serio, o si es otra broma sarcástica. Sin embargo, mis dudas se disipan cuando señala el asiento de al lado, y me levanto al instante, con el plato de brownie en una mano y el café en la otra, para sentarme ahí. — No, gracias — rechazo su ofrecimiento de comida una vez me he sentado. No pega mucho con lo que estoy comiendo, tal y como ella ha dicho. Además, tampoco soy muy fan de comer cosas verdes, y solo lo hago las veces necesarias y justas. No quiero ni imaginar los quebraderos de cabeza que tuve que darle a mi tío de pequeño cuando preparaba algo que no me gustase para comer. En realidad no quiero ni imaginar ninguna de esas situaciones, porque no debe de ser fácil criar a un crío huérfano de siete años que acaba de perder a sus padres, mientras te haces cargo de un bebé de un año y medio que también es tu sobrina. No di demasiadas complicaciones, excepto cuando "secuestraba" los juguetes de mi prima para hacer experimentos con ellos, pero eso no quita que no tuvo que ser fácil. — Puedo guardarte yo un trozo de brownie, si quieres. En plan postre, digo — comento antes de partir un trozo para ir comiendo yo, simplemente para devolverle su ofrecimiento y en buen gesto.
Mastico el trocito de brownie y saboreo el sabor a chocolate y los trocitos de nueces antes de pensar cómo responder exactamente a su pregunta. — Digamos que estoy aquí por obligaciones. — Y es algo totalmente cierto, porque desde luego que no estoy aquí porque yo haya querido, sino que prácticamente me han obligado a ello. — Mi tío, Riorden, me ha mandado a buscarle una alfombra. — Ruedo los ojos, y omito la parte de que simplemente ha sido porque destrocé la anterior, y quiere una igual de buena como sustitución. — ¿Y tú? ¿Cómo es vivir en el Distrito 8? — Estoy a punto de preguntarle que cómo soporta el olor a fábrica que hay en algunas zonas, y que cómo puede vivir en un distrito tan aburrido, pero supongo que buscaba tranquilidad y, sino recuerdo mal, ella provenía de aquí antes de ser encerrada durante años en la antigua Isla de los Vencedores.
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Mi mirada se torna sospechosa cuando confiesa que está aquí por órdenes de su tío, pero intento mantenerme natural mientras él se acomoda a mi lado y me permite sentir su clásico aroma de gente del Capitolio, lo que me hace querer sonreír para mí misma. Han pasado años desde la última vez que caminé por las calles de esa ciudad y todavía tengo gravado en la memoria el recuerdo de su gente, de su ropa, de sus olores, como si no hubiese pasado ni un solo día desde que era libre y me movía por edificios y calles que parecen pertenecer a una realidad alternativa.
Rechaza mi propuesta sobre la comida pero no me importa demasiado porque estoy muerta de hambre y sed, así que muevo mis hombros de un lado al otro para restarle importancia y me lleno la boca de esa mezcla de lechuga, queso y pollo, masticando con la delicadeza de una mula. No me espero ese ofrecimiento e intento decir que no, gracias con la boca llena, pero digo algo que suena a cualquier otra cosa y pido disculpas para tragar y beber un trago de limonada — No te preocupes. Ya pediré postre yo luego. El chocolate es una debilidad — y en este lugar los pasteles son una delicia. Al menos todavía puedo darme esos gustos.
Entre todas las razones que puede tener alguien de su familia para estar en el ocho, la de la alfombra no me la esperaba y creo que lo demuestro en el modo en el cual alzo los ojos hacia él. Es hasta tan random que le creo de inmediato porque nadie utilizaría aquello como una excusa — ¿Una alfombra? ¿En serio? — le pregunto con media sonrisa, ligeramente divertida — No tienes pinta de parecer la clase de chico que sabe comprar alfombras — admito. Termino mi almuerzo con un último bocado y empujo el plato vacío, volviendo a acercar mi vaso a pesar de que no bebo porque todavía me ando relamiendo, lo que me da a tiempo a pensar su pregunta — Aburrido. Quiero decir, es demasiado calmado después de... bueno, ya tu sabes — hago una mueca de disgusto y doy un sorbo — Doy clases de arte y todo es demasiado monótono. Trabajo, casa, compras... la vida de cualquier persona promedio. No tenemos tantos lujos como en el Capitolio pero es colorido y tranquilo, así que está bien para mí.
He decidido cuando salí de prisión que el resto de mi vida se basaría en tomarme un descanso de todas las mierda que viví cuando era más joven, así que esto es lo que soy ahora, un simple eco de lo que alguna vez fui. Dejo mi vaso ya vacío y me recargo en el asiento para verlo mejor, no muy segura de cómo sentirme con su compañía — De seguro esperabas algo más interesante de alguien que estuvo en prisión luego de años de fuga — admito con una mueca sarcástica que se parece a una sonrisa — Pero déjame decirte algo, Ethan. Las cosas en la vida real carecen de la gracia de las noticias. Creo que viniendo de una familia como la tuya deberías saberlo. ¿O me equivoco?
Rechaza mi propuesta sobre la comida pero no me importa demasiado porque estoy muerta de hambre y sed, así que muevo mis hombros de un lado al otro para restarle importancia y me lleno la boca de esa mezcla de lechuga, queso y pollo, masticando con la delicadeza de una mula. No me espero ese ofrecimiento e intento decir que no, gracias con la boca llena, pero digo algo que suena a cualquier otra cosa y pido disculpas para tragar y beber un trago de limonada — No te preocupes. Ya pediré postre yo luego. El chocolate es una debilidad — y en este lugar los pasteles son una delicia. Al menos todavía puedo darme esos gustos.
Entre todas las razones que puede tener alguien de su familia para estar en el ocho, la de la alfombra no me la esperaba y creo que lo demuestro en el modo en el cual alzo los ojos hacia él. Es hasta tan random que le creo de inmediato porque nadie utilizaría aquello como una excusa — ¿Una alfombra? ¿En serio? — le pregunto con media sonrisa, ligeramente divertida — No tienes pinta de parecer la clase de chico que sabe comprar alfombras — admito. Termino mi almuerzo con un último bocado y empujo el plato vacío, volviendo a acercar mi vaso a pesar de que no bebo porque todavía me ando relamiendo, lo que me da a tiempo a pensar su pregunta — Aburrido. Quiero decir, es demasiado calmado después de... bueno, ya tu sabes — hago una mueca de disgusto y doy un sorbo — Doy clases de arte y todo es demasiado monótono. Trabajo, casa, compras... la vida de cualquier persona promedio. No tenemos tantos lujos como en el Capitolio pero es colorido y tranquilo, así que está bien para mí.
He decidido cuando salí de prisión que el resto de mi vida se basaría en tomarme un descanso de todas las mierda que viví cuando era más joven, así que esto es lo que soy ahora, un simple eco de lo que alguna vez fui. Dejo mi vaso ya vacío y me recargo en el asiento para verlo mejor, no muy segura de cómo sentirme con su compañía — De seguro esperabas algo más interesante de alguien que estuvo en prisión luego de años de fuga — admito con una mueca sarcástica que se parece a una sonrisa — Pero déjame decirte algo, Ethan. Las cosas en la vida real carecen de la gracia de las noticias. Creo que viniendo de una familia como la tuya deberías saberlo. ¿O me equivoco?
Parece ser que el tema del chocolate es la primera cosa que encuentro que tengamos en común. Sí, soy un admirador del chocolate desde que tengo uso de razón. Por poner un ejemplo, recuerdo cómo me dedicaba a cogerle las muñecas a mi tía Annie con solo dos años, y dejarlas en el armario donde estaba el chocolate. Era mi manera de hacer un intercambio, porque yo robaba el chocolate, y a cambio dejaba esas muñecas como pago. En realidad no es que lo recuerde, pero he escuchado demasiadas veces que solía hacerlo como para olvidarlo. Sin embargo, es un secreto que probablemente nunca revele a nadie, así que los únicos que seguirán sabiéndolo serán mis innumerables tíos. Con todo el respeto y cariño, pero a veces me pregunto de dónde sacó tanto tiempo mi abuelo paterno para tener tantos hijos. Al menos parece que la generación posterior no va para tanta cantidad y como mucho solo tienen un hijo por cabeza, así que solo somos tres primos... por ahora. — También es una de mis debilidades — acabo diciendo sobre el chocolate, después de unos segundos en un debate mental sobre cuál será el próximo de mis tíos en tener un hijo. Apuesto a que probablemente lo sean Riorden y Zoey, pero tampoco descarto que Keiran tenga una noche más loca de lo esperado. Espero que la afortunada no fuera Laila viviendo juntos aunque solo sean amigos, porque entonces el árbol familiar sí que sería un desastre. Que ya lo es, pero no vayamos a empeorarlo.
Hago una pequeña mueca porque ha dado de lleno. Desde luego que no sirvo para comprar alfombras, pero ya ni me importa si la que he escogido es del agrado de Riorden o no. La próxima vez que vaya él y ya se la pagaré, aunque espero que no haya una próxima vez. — No tengo ni idea — reconozco. — Solo sé de ciencia y robótica. — No es del todo cierto porque obviamente sé más cosas, pero esos ámbitos son mis principales. Como antes ha rechazado el querer un trozo de mi brownie, me como el último trocito que queda mientras escucho lo que dice sobre el Distrito 8. — Entiendo a lo que te refieres. — La sensación de monotonía y aburrimiento es la que tengo yo viviendo en la Isla Ministerial; una sensación que era casi insoportable los primeros años. Acostumbrado a vivir en Europa, y luego en el Distrito 13, donde había todo tipo de cosas y podía moverme con más facilidad entre distritos, y tenía algún que otro amigo ahí, mudarme a la isla fue odioso durante un tiempo. Luego pude empezar a usar la aparición y eso disminuyó ligeramente esa sensación. — Puede sonar caprichoso viniendo de alguien como yo, pero vivir en una isla llena de ministros tampoco es lo más agradable del mundo. Por eso salgo fuera todo lo posible.
No voy a negar que sí que esperaba algo más de alguien como ella, pero tal y como dice, sé que la vida real no es exactamente como algunos creen. No sé hasta qué punto conoce la historia de mi familia, pero algo me dice que sabe más que la mayoría de gente cuando nos ven por la calle y se limitan a sonreírnos y mirarnos como si fuéramos los más afortunados por tener unos buenos trabajos. — No te equivocas — murmuro en un tono de voz más bajo del que había estado empleando hasta ahora. — Mucha gente se cree que mi vida es maravillosa por vivir con una de las personas más importantes del país, pero para ello tuve que perder a mis padres biológicos. Y antes de eso, también los perdí, solo que no estaban muertos. — Ni siquiera sé por qué le hablo de eso, aunque omito la parte de que yo mismo me tiré en coma más de un año. Supongo que me transmite una sensación de confianza, a diferencia de lo que siempre me habían dicho de la gente como ella. Además, ella ha sido más amable de lo que esperaba, teniendo en cuenta que casi parecía un acosador mirándola desde mi mesa.
Hago una pequeña mueca porque ha dado de lleno. Desde luego que no sirvo para comprar alfombras, pero ya ni me importa si la que he escogido es del agrado de Riorden o no. La próxima vez que vaya él y ya se la pagaré, aunque espero que no haya una próxima vez. — No tengo ni idea — reconozco. — Solo sé de ciencia y robótica. — No es del todo cierto porque obviamente sé más cosas, pero esos ámbitos son mis principales. Como antes ha rechazado el querer un trozo de mi brownie, me como el último trocito que queda mientras escucho lo que dice sobre el Distrito 8. — Entiendo a lo que te refieres. — La sensación de monotonía y aburrimiento es la que tengo yo viviendo en la Isla Ministerial; una sensación que era casi insoportable los primeros años. Acostumbrado a vivir en Europa, y luego en el Distrito 13, donde había todo tipo de cosas y podía moverme con más facilidad entre distritos, y tenía algún que otro amigo ahí, mudarme a la isla fue odioso durante un tiempo. Luego pude empezar a usar la aparición y eso disminuyó ligeramente esa sensación. — Puede sonar caprichoso viniendo de alguien como yo, pero vivir en una isla llena de ministros tampoco es lo más agradable del mundo. Por eso salgo fuera todo lo posible.
No voy a negar que sí que esperaba algo más de alguien como ella, pero tal y como dice, sé que la vida real no es exactamente como algunos creen. No sé hasta qué punto conoce la historia de mi familia, pero algo me dice que sabe más que la mayoría de gente cuando nos ven por la calle y se limitan a sonreírnos y mirarnos como si fuéramos los más afortunados por tener unos buenos trabajos. — No te equivocas — murmuro en un tono de voz más bajo del que había estado empleando hasta ahora. — Mucha gente se cree que mi vida es maravillosa por vivir con una de las personas más importantes del país, pero para ello tuve que perder a mis padres biológicos. Y antes de eso, también los perdí, solo que no estaban muertos. — Ni siquiera sé por qué le hablo de eso, aunque omito la parte de que yo mismo me tiré en coma más de un año. Supongo que me transmite una sensación de confianza, a diferencia de lo que siempre me habían dicho de la gente como ella. Además, ella ha sido más amable de lo que esperaba, teniendo en cuenta que casi parecía un acosador mirándola desde mi mesa.
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No evito la risa cantarina que me provocan sus palabras poque eso tiene mucho más sentido para mí que el saber de alfombras; no lo digo pero que admita saber de ciencia y robótica me recuerda demasiado a Anderson. Mi Andy. Creo que no he tenido el valor de ir a buscarlo por el simple hecho de que tengo miedo de que seamos tan diferentes ahora que no me reconozca y, por sobre todo, temo muchísimo encontrarme con su rechazo. Si el Andy que yo conozco llega a odiarme por haber desaparecido por tanto tiempo y haberlo dejado como lo he hecho, dudo poder soportarlo. No sé por qué, pero por alguna razón pensar en él y la última vez que nos vimos me obliga a relamer mis labios.
— No suena caprichoso — le digo nomas y pretendo estar muy interesada en mi bebida, de la cual queda demasiado poco como para considerar algo muy interesante. Yo he vivido con lujos y he pasado a odiarlos, así que creo que soy la menos indicada para ponerme a hablar de eso o siquiera recriminarlo — Salir fuera siempre viene bien. Cuando yo tenía la libertad de hacerlo me gustaba de vez en cuando hacerme un paseo, cambiar de aires... pero ya sabes. Han decidido que es más cómodo por ahora tenerme vigilada aquí dentro — ruedo los ojos con exasperación y mi bufido deja bien en claro lo que opino de esa medida del sistema, aunque no voy a decir mucho porque ya me vi con problemas con el sobrino del ministro.
Con una carcajada más fuerte de lo que hubiera esperado reacciono a esa declaración y me echo vagamente hacia atrás con una mano en la panza, moviendo mi cabeza de un lado al otro con obvia diversión — De seguro debe ser tan divertido vivir con un montón de gente estirada... — de seguro la mayoría son viejos y huelen a geriátrico. Hubiese hecho un chiste acerca de lo aburrida que es la política y sus empleados cuando toca un tema que me obliga a apagar un poco mi sonrisa, aprovechando a llamar a la camarera para pedirle un volcán de chocolate con helado antes de continuar con mi atención en mi nuevo acompañante. A esta distancia puedo mejor el reflejo de sus rizos y tontamente pienso que me recuerda a la imagen de los querubines de San Valentín — Lo siento mucho — le digo y es honesto. Yo sé lo que es no tener más a tu familia.
Si hubiese sido alguien a quien conozco hubiese tocado su mano, pero en lugar de eso solamente me hago más pequeña en mi asiento y observo la calle sin mucho interés hasta que mi postre es depositado delante de mí. Con un agradecimiento tomo la cuchara pero antes de hundirla sobre el helado para disfrutar de su frío sabor mezclado con el delicioso chocolate tibio, le doy un suave empujoncito al pote para acercarlo a él — Dijiste que también era tu debilidad — le recuerdo, arqueando una de mis cejas — Tómalo como una recompensa porque no pareces ser insoportable como la gente de la Isla Ministerial. ¿O debo arrepentirme y comérmelo yo sola? No es mucho sacrificio para mí.
— No suena caprichoso — le digo nomas y pretendo estar muy interesada en mi bebida, de la cual queda demasiado poco como para considerar algo muy interesante. Yo he vivido con lujos y he pasado a odiarlos, así que creo que soy la menos indicada para ponerme a hablar de eso o siquiera recriminarlo — Salir fuera siempre viene bien. Cuando yo tenía la libertad de hacerlo me gustaba de vez en cuando hacerme un paseo, cambiar de aires... pero ya sabes. Han decidido que es más cómodo por ahora tenerme vigilada aquí dentro — ruedo los ojos con exasperación y mi bufido deja bien en claro lo que opino de esa medida del sistema, aunque no voy a decir mucho porque ya me vi con problemas con el sobrino del ministro.
Con una carcajada más fuerte de lo que hubiera esperado reacciono a esa declaración y me echo vagamente hacia atrás con una mano en la panza, moviendo mi cabeza de un lado al otro con obvia diversión — De seguro debe ser tan divertido vivir con un montón de gente estirada... — de seguro la mayoría son viejos y huelen a geriátrico. Hubiese hecho un chiste acerca de lo aburrida que es la política y sus empleados cuando toca un tema que me obliga a apagar un poco mi sonrisa, aprovechando a llamar a la camarera para pedirle un volcán de chocolate con helado antes de continuar con mi atención en mi nuevo acompañante. A esta distancia puedo mejor el reflejo de sus rizos y tontamente pienso que me recuerda a la imagen de los querubines de San Valentín — Lo siento mucho — le digo y es honesto. Yo sé lo que es no tener más a tu familia.
Si hubiese sido alguien a quien conozco hubiese tocado su mano, pero en lugar de eso solamente me hago más pequeña en mi asiento y observo la calle sin mucho interés hasta que mi postre es depositado delante de mí. Con un agradecimiento tomo la cuchara pero antes de hundirla sobre el helado para disfrutar de su frío sabor mezclado con el delicioso chocolate tibio, le doy un suave empujoncito al pote para acercarlo a él — Dijiste que también era tu debilidad — le recuerdo, arqueando una de mis cejas — Tómalo como una recompensa porque no pareces ser insoportable como la gente de la Isla Ministerial. ¿O debo arrepentirme y comérmelo yo sola? No es mucho sacrificio para mí.
Apenas recuerdo esa época en la que los vencedores de los Juegos Mágicos vivían en una Isla, apartados de la civilización prácticamente. Sin embargo, sí que recuerdo cómo mi padre biológico y mi tío fueron a destruir esa isla, y mataron a algunos de los habitantes inocentes. Mi madre me dijo aquella noche que se fueron a trabajar simplemente, pero con el tiempo, y a boca de otros de la familia contando sus batallitas de sus días de gloria, fui descubriendo lo que habían ido a hacer en realidad. Nunca pregunté si ellos mataron o si tan solo se dedicaron a arrestar a gente, pero sé que hubieron muertos. Supongo que se refiere al vivir ahí cuando habla de esos momentos pasados en los que conseguía algo de libertad, y no quiero imaginar cómo debe ser que ahora la tengan vigilada y apenas le permitan moverse de un distrito tan aburrido como es el 8. — ¿Cómo era vivir en la Isla de los Vencedores? — La curiosidad me puede finalmente, para variar. — Quiero decir, antes de que los nuestros os invadieran y... en fin.— No puedo evitar decir ese "los nuestros" con una pequeña mueca, porque nunca me he considerado de ningún sitio. Odio hablar de política porque nunca he sabido cómo posicionarme, si a favor de la gente que me ha criado, o si todo lo contrario porque esas mismas personas pertenecen al Gobierno que acabó con la vida de mis padres, porque no me importa que mi padre fuera un traidor.
Río por lo bajo con su comentario sobre la gente estirada, porque creo que no puede hacerse una idea de cómo es a veces. Por lo general, la mayoría están fuera, trabajando, pero los fines de semanas a veces puede resultar un show. No es que hagamos comidas ni nada por el estilo, pero alguna que otra vez sí que nos reunimos unos pocos. Además, desde la casa de uno se puede escuchar a los de la casa de al lado gritar si se enfadan porque no estamos muy lejos dentro de la zona residencial. Sí, nuestras casas son enormes, pero tampoco nos separan tanto metros. — Al menos puedo presumir de haber visto a varios de los ministros casi recién levantados — bromeo, en un intento de relajar un poco el ambiente estando hablando de temas tan serios. Por ejemplo, hace poco llegue a las tantas de la noche a casa y me encontré a mi tío Riorden de copas con Jamie Niniadis en el jardín. Creo que hablaban de temas de trabajo, pero eso no quita lo inesperado que fue y que me pilló totalmente de sorpresa.
Por un momento no sé si me ofrece probar el postre porque ha visto mi cara de envidia cuando se lo han traído, pero luego comenta por qué lo hace. Dudo unos segundos, pero tal y como ella acaba de decir, el chocolate también es mi debilidad, así que acabo cediendo al ofrecimiento y cojo un trocito. En seguida noto el contraste entre el calor del coulant con el frío del helado, y lo saboreo. — Gracias — digo una vez lo he tragado, todavía notando el sabor a chocolate en mi boca. Esta vez soy yo quien quiere darle un pequeño agradecimiento por dejarme robarle un poco de postre y por haberme tratado de manera simpática y no echarme a patadas. Me llevo la mano al bolsillo delantero, y saco mi varita para pronunciar un hechizo sencillo y que hacía mucho que no utilizaba. Con un movimiento de varita, gracias al hechizo Orchideous hago aparecer un ramo de flores en la mano que tengo libre, y se lo acerco. — Esto es por tratarme bien y no tomarme por un loco al acecharte como lo he hecho. — Sinceramente, creo que es hasta la primera vez que le regalo flores a una chica. Nunca he sido esa clase de chico porque tampoco había encontrado con nadie que me pareciera lo suficientemente interesante.
Río por lo bajo con su comentario sobre la gente estirada, porque creo que no puede hacerse una idea de cómo es a veces. Por lo general, la mayoría están fuera, trabajando, pero los fines de semanas a veces puede resultar un show. No es que hagamos comidas ni nada por el estilo, pero alguna que otra vez sí que nos reunimos unos pocos. Además, desde la casa de uno se puede escuchar a los de la casa de al lado gritar si se enfadan porque no estamos muy lejos dentro de la zona residencial. Sí, nuestras casas son enormes, pero tampoco nos separan tanto metros. — Al menos puedo presumir de haber visto a varios de los ministros casi recién levantados — bromeo, en un intento de relajar un poco el ambiente estando hablando de temas tan serios. Por ejemplo, hace poco llegue a las tantas de la noche a casa y me encontré a mi tío Riorden de copas con Jamie Niniadis en el jardín. Creo que hablaban de temas de trabajo, pero eso no quita lo inesperado que fue y que me pilló totalmente de sorpresa.
Por un momento no sé si me ofrece probar el postre porque ha visto mi cara de envidia cuando se lo han traído, pero luego comenta por qué lo hace. Dudo unos segundos, pero tal y como ella acaba de decir, el chocolate también es mi debilidad, así que acabo cediendo al ofrecimiento y cojo un trocito. En seguida noto el contraste entre el calor del coulant con el frío del helado, y lo saboreo. — Gracias — digo una vez lo he tragado, todavía notando el sabor a chocolate en mi boca. Esta vez soy yo quien quiere darle un pequeño agradecimiento por dejarme robarle un poco de postre y por haberme tratado de manera simpática y no echarme a patadas. Me llevo la mano al bolsillo delantero, y saco mi varita para pronunciar un hechizo sencillo y que hacía mucho que no utilizaba. Con un movimiento de varita, gracias al hechizo Orchideous hago aparecer un ramo de flores en la mano que tengo libre, y se lo acerco. — Esto es por tratarme bien y no tomarme por un loco al acecharte como lo he hecho. — Sinceramente, creo que es hasta la primera vez que le regalo flores a una chica. Nunca he sido esa clase de chico porque tampoco había encontrado con nadie que me pareciera lo suficientemente interesante.
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¿Cómo era vivir en la Isla de los Vencedores? Recordarlo cada vez se ha tornado más complicado, a pesar de que hay cosas que recuerdo a la perfección. Me acuerdo de los gatos de Anderson que de seguro están muertos, de cómo era cocinar pasteles cuando no tenía nada interesante para hacer y el aroma de mi habitación que quedaba justo arriba de una planta cargada de jazmines por lo que siempre olía bien. No eramos precisamente felices pero nos adaptábamos y en cierto modo, era mejor eso que estar muerta a pesar de sentir como si no tuviese una vida propia. Al menos no estaba sola, aunque no me di cuenta de eso años más tarde — Demasiado lujosa y demasiado aburrida — digo simplemente, torciendo los labios en una mueca pensativa — Una vez quise escapar en una motocicleta con un amigo pero jamás pudimos tirar abajo las defensas y nos chocamos contra el campo de fuerza que nos mantenía ahí adentro. Estuve semanas en el hospital — me sonrío con nostalgia desganada y me miro las uñas disparejas. Casi suena a que estoy contando una travesura de niños a pesar de que he notado la gravedad de esa locura mucho tiempo después.
La idea de ver a alguno de los ministros en su primera hora me hace estremecer con desagrado y evito reírme ante la idea, demasiado centrada en cuánto come de mi postre así sé cuando volver a meter la cuchara. Parece casi tan satisfecho como yo, pero cuando hace aparecer un ramo de flores que no esperaba ver frente a mis ojos, me deja un instante sin hablar. ¿Alguna vez alguien me regaló un ramo? Intento hacer memoria, pero creo que no hay ninguna relacionada a algo de este estilo. Estoy muy concentrada en saborear el bocado que me llevé a la boca que no me doy cuenta de que estoy masticando lento y tengo que limpiarme la boca con el dorso de la mano antes de tragar con fuerza y sonreír con los labios apretados; no estoy segura de que mi lengua haya sido capaz de limpiarme los dientes antes de la sorpresa — Ya iba a demandarte por acoso callejero — bromeo, tomando las flores para olfatearlas. Tienen un perfume bonito, dulce pero suave, que me hace creer que quedarán muy bien en el jarrón que tengo en la sala de estar — Gracias por el detalle. No es como si muchos hombres me hubiesen regalado un ramo alguna vez — confieso al final. No tiene nada de malo ser un poco honesta... ¿No? Sin embargo, hace tanto tiempo que he estado tratando de esquivar un tanto a las personas como para sentirme cómoda por una charla amable. ¿Ese no era mi trato? ¿Mantenerme con un perfil bajo? Hacer amistades con un Weynart no suena muy fiel a mi idea.
Quizá por eso no digo nada en un rato. Terminarme un postre como aquel nunca ha sido tarea difícil para mí, mucho menos cuando lo comparto con alguien más. En pocos minutos me encuentro rebuscando dentro de mi maletín, el cual revuelvo con cuidado, hasta que saco un pequeño papel y una pluma — Toma esto como que no creo que eres un desconocido loco y que me reservo mi derecho a opinar sobre alguien relacionado a la política — murmuro antes de deslizarle mi número. Guardo mis cosas y saco el dinero, que dejo sobre la mesa. Quizá no deseaba lazos fuertes con nadie, pero tengo que admitir que hablar con alguien nuevo me viene bien para no perder la cordura. Con una sonrisa suave, tomo mi ramo y me pongo de pie — Intenta no llamarme demasiado, soy una mujer ocupada — el tono de mi voz deja bien en claro que estoy ironizando y me inclino para dejarle un beso en la mejilla a modo de saludo, antes de separarme de la mesa — Ha sido un placer, Ethan. No dejes que los ministros te estiren.
Y sin mucho más y con algo de mejor humor, me alejo de allí.
La idea de ver a alguno de los ministros en su primera hora me hace estremecer con desagrado y evito reírme ante la idea, demasiado centrada en cuánto come de mi postre así sé cuando volver a meter la cuchara. Parece casi tan satisfecho como yo, pero cuando hace aparecer un ramo de flores que no esperaba ver frente a mis ojos, me deja un instante sin hablar. ¿Alguna vez alguien me regaló un ramo? Intento hacer memoria, pero creo que no hay ninguna relacionada a algo de este estilo. Estoy muy concentrada en saborear el bocado que me llevé a la boca que no me doy cuenta de que estoy masticando lento y tengo que limpiarme la boca con el dorso de la mano antes de tragar con fuerza y sonreír con los labios apretados; no estoy segura de que mi lengua haya sido capaz de limpiarme los dientes antes de la sorpresa — Ya iba a demandarte por acoso callejero — bromeo, tomando las flores para olfatearlas. Tienen un perfume bonito, dulce pero suave, que me hace creer que quedarán muy bien en el jarrón que tengo en la sala de estar — Gracias por el detalle. No es como si muchos hombres me hubiesen regalado un ramo alguna vez — confieso al final. No tiene nada de malo ser un poco honesta... ¿No? Sin embargo, hace tanto tiempo que he estado tratando de esquivar un tanto a las personas como para sentirme cómoda por una charla amable. ¿Ese no era mi trato? ¿Mantenerme con un perfil bajo? Hacer amistades con un Weynart no suena muy fiel a mi idea.
Quizá por eso no digo nada en un rato. Terminarme un postre como aquel nunca ha sido tarea difícil para mí, mucho menos cuando lo comparto con alguien más. En pocos minutos me encuentro rebuscando dentro de mi maletín, el cual revuelvo con cuidado, hasta que saco un pequeño papel y una pluma — Toma esto como que no creo que eres un desconocido loco y que me reservo mi derecho a opinar sobre alguien relacionado a la política — murmuro antes de deslizarle mi número. Guardo mis cosas y saco el dinero, que dejo sobre la mesa. Quizá no deseaba lazos fuertes con nadie, pero tengo que admitir que hablar con alguien nuevo me viene bien para no perder la cordura. Con una sonrisa suave, tomo mi ramo y me pongo de pie — Intenta no llamarme demasiado, soy una mujer ocupada — el tono de mi voz deja bien en claro que estoy ironizando y me inclino para dejarle un beso en la mejilla a modo de saludo, antes de separarme de la mesa — Ha sido un placer, Ethan. No dejes que los ministros te estiren.
Y sin mucho más y con algo de mejor humor, me alejo de allí.
Puede que otra cosa que tengamos en común sea el tema de la moto. Su caso es completamente diferente porque mientras que ella intentaba escapar de una isla donde prácticamente estaban encerrados, yo simplemente quiero usarla porque me resulta más cómodo viajar en ella. Es por eso que más de una vez he intentado robársela a mi tío, pero siempre me acaba pillando y echándome la bronca porque no tengo licencia para conducir. Si tuviera algo más de tiempo, quizá me la sacaría, pero me faltan horas para hacer todo lo que me gustaría. — No quiero ni imaginar cómo debe de ser vivir así, rodeados de un campo de fuerza y sin poder escapar — respondo y hago una ligera mueca. Sí, yo también vivo en una isla, pero en una llena de caprichos y lujos, puedo irme fuera cuando quiera y, además, estoy rodeado de algunos miembros de mi familia. No todos los que me gustaría porque faltan muchos que viven fuera o que con los años han fallecido, pero al menos tengo a mis tíos y a una de mis primas conmigo. Supongo que en comparación a ella, mi vida es casi una maravilla y no está tan mal.
Acabo sonriendo con su comentario, y sé que tampoco podría haberla culpado si me hubiera dicho de todo o si de verdad hubiera llegado a demandarme. Es una persona agradable, simpática y con quien resulta cómodo hablar, así que me sabe todavía peor que no permitan que salga del 8 cuando ella decida. Sí, puede que a ojos de algunos cometiera algunos delitos pero... ¿no pagó suficiente ya por ellos? Por cosas como esta es por lo que opto por no hablar con Riorden sobre política, porque la mayoría de veces siempre vemos la situación de manera diferente. Al menos me alegro de haberle dado un detalle y hacerla sonreír, porque es lo menos que puedo hacer teniendo en cuenta que conozco a esa gente que la ha hecho acabar de esta manera. — Yo tampoco suelo regalar flores — digo, porque no quiero que piense que es una costumbre que tengo y que voy dando flores por doquier. Ella es la primera a la que le he dado un ramo, y conociéndome, probablemente tarde mucho más en dar otro a alguien.
El tiempo pasa mientras acabamos el postre, todavía degustando el sabor tan característico del chocolate, hasta que es ahora ella quien me deja sin palabras. Desde luego que nunca pensé que la primera vez que conseguiría el número de una chica, fuera de mi escaso ámbito de amistades, sería el de Jolene Yorkey. Por un momento no sé ni qué decir, y el beso en la mejilla tampoco ayuda demasiado. No es hasta que veo que tiene la intención de irse ya cuando finalmente reacciono: — Espero volver a verte. — El genio Ethan Weynart no tiene nada mejor que decir en este momento, totalmente descolocado por una mujer atractiva e intrigante que le ha dejado sin palabras casi por primera en su vida. Sí, no es algo que se vea todos los días.
Al final, cuando me recompongo del todo, asimilo la situación y guardo su número de teléfono, me alejo de la cafetería para ir a coger el traslador de vuelta a casa, todavía notando la sensación de sus labios contra mi mejilla.
Acabo sonriendo con su comentario, y sé que tampoco podría haberla culpado si me hubiera dicho de todo o si de verdad hubiera llegado a demandarme. Es una persona agradable, simpática y con quien resulta cómodo hablar, así que me sabe todavía peor que no permitan que salga del 8 cuando ella decida. Sí, puede que a ojos de algunos cometiera algunos delitos pero... ¿no pagó suficiente ya por ellos? Por cosas como esta es por lo que opto por no hablar con Riorden sobre política, porque la mayoría de veces siempre vemos la situación de manera diferente. Al menos me alegro de haberle dado un detalle y hacerla sonreír, porque es lo menos que puedo hacer teniendo en cuenta que conozco a esa gente que la ha hecho acabar de esta manera. — Yo tampoco suelo regalar flores — digo, porque no quiero que piense que es una costumbre que tengo y que voy dando flores por doquier. Ella es la primera a la que le he dado un ramo, y conociéndome, probablemente tarde mucho más en dar otro a alguien.
El tiempo pasa mientras acabamos el postre, todavía degustando el sabor tan característico del chocolate, hasta que es ahora ella quien me deja sin palabras. Desde luego que nunca pensé que la primera vez que conseguiría el número de una chica, fuera de mi escaso ámbito de amistades, sería el de Jolene Yorkey. Por un momento no sé ni qué decir, y el beso en la mejilla tampoco ayuda demasiado. No es hasta que veo que tiene la intención de irse ya cuando finalmente reacciono: — Espero volver a verte. — El genio Ethan Weynart no tiene nada mejor que decir en este momento, totalmente descolocado por una mujer atractiva e intrigante que le ha dejado sin palabras casi por primera en su vida. Sí, no es algo que se vea todos los días.
Al final, cuando me recompongo del todo, asimilo la situación y guardo su número de teléfono, me alejo de la cafetería para ir a coger el traslador de vuelta a casa, todavía notando la sensación de sus labios contra mi mejilla.
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