OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Ouroboros
Dejó ir despacio el humo del cigarro, haciendo pequeñas volutas con él mientras la puta vecina de al lado cuchicheaba con su marido la mala suerte que habían tenido de tener a unos jóvenes como aquellos viviendo en el bloque. Laila Larsen y Keiran Weynart, dos mejores amigos y los mejores vecinos de sus vidas. Ambos trabajaban y apenas se les veía por casa. ¿Por qué mierda tenía que largar tanto la amargada que se ponía a gemir con el vibrador mientras su marido estaba en el trabajo? Eran cosas inexplicables que ambos chicos tenían que soportar, pero quizás era por algunas fiestas que montaban en casa o por el canal porno que a veces, y sólo a veces, se dejaba ver en la televisión sin previo aviso. Keiran había intentado quitarlo muchas veces pero sin éxito. Estaban condenados a tener los gemidos de la rubia pechugona a la hora de la comida y al polla grande diciendo que si quería más.
Patético.
Apagó el cigarrillo en el cenicero de la cocina, saludando a su adorada vecina, y cerró la ventana. Quiso regalarle un corte de manga a la angustiada señora Davis, pero tristemente el cristal estaba entre ellos dos y no se apartada, y que narices, tampoco quería que lo echasen del único jodido piso que había encontrado con una economía medianamente bien. Él no era el Weynart con un puesto de la hostia ni vida acomodada. Era el squib de los sangres pura.
Se dejó caer en la encimera, esperando a que las palomitas se hicieran y se cruzó de brazos. Podía escuchar perfectamente el agua correr de la ducha donde Laila estaba quitándose el olor a traje nuevo y ambientador de cerezas, propio de esos bufetes de abogados tan pijos a los que asistía, pero el pitido del microondas lo sacó del agradable sonido del agua y las sacó sin quemarse y las vertió en el bol.
Pizzas, palomitas y película. El plan no sonaba nada mal.
Viernes noche - Piso compartido - Laila Larsen
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Ouroboros
Le encantaba su trabajo, pero a veces los días se hacían eternos. Incluso el viaje en traslador desde el Capitolio parecía durar horas. Desde la hora de comer solo había estado pensando en el baño que se daría al llegar a casa. Y cuando abrió la puerta del piso ni tan solo pasó por su habitación Se quitó los zapatos en medio del pasillo y tiró la chaqueta de su traje sobre una de las sillas del salón. Cruzó la estancia y se metió directamente en el lavabo. Ni tan solo había reparado en si Keiran estaba o no en casa. Suponía que sí puesto que los viernes noche eran sagrados para los amigos. Película y sofá. Pero primero el baño. Se desnudó mientras la bañera se llenaba de agua y espuma, sales de baño y burbujas aromáticas. Había pensado en aquel momento durante todo el día y nada ni nadie se lo iba a estropear. Metió primero el pie derecho y una mueca entre el placer y el dolor se dibujó en su rostro al sentir el agua ardiendo. Pero una vez superada la barrera del dolor, solo le quedaba disfrutar. Sumergió su cuerpo y cerró los ojos, apoyando la cabeza en la fría porcelana. Perdió la noción del tiempo. Tras quizá una hora, se lavó el pelo y terminó con una ducha de agua fría. Estaba lista.
Laila parecía otra cuando cambiaba los trajes caros por camisetas anchas que le hacían de pijama. Tras ponerse crema en todo el cuerpo, se puso unos calcetines gruesos, una camiseta que le cubría casi hasta las rodillas y la toalla en la cabeza a modo de turbante para secar su cabello. Estaba lista para la noche. Pasó por delante de la cocina para ver a su amigo preparando las provisiones para la noche. Entró y el olor a tabaco de él le hizo torcer el gesto. No le gustaba que fumase, pero ya había comprendido que era una batalla perdida. Cogió el bol de palomitas y salió hacia el salón hasta tirarse en el sofá.
- Kei, dime que has comprado cervezas... hoy las necesito - masculló esto último mientras empezaba a comer palomitas y buscaba una película que le llamase la atención. Lo bueno era que le tocaba a ella elegir. Lo malo es que siempre tardaba unos cuarenta minutos en decidirse. Pero no quería pararse a pensar en el trabajo ni en el día que había tenido. No quería darle vueltas a cuestiones que la atormentaban en silencio. Era fin de semana y lo que pasase en el mundo, fuera de aquel piso que compartía con su mejor amigo, ya no le importaba hasta el lunes.
Viernes noche - Piso compartido - Keiran Weynart
Ouroboros
Y ahí estaba la dama, con su turbante y meneíto de caderas pidiendo cerveza. Él disponía y ella pedía —Claro que sí —Se aproximó a la nevera donde sacó dos latas de cerveza, y las llevó, junto a las palomitas, para luego sentarse en el sofá y abrir una para darle un trago lo suficientemente largo que le dejara sin respiración. Eran los días que más le gustaban, aparte de pasar con la familia, claro, pero a veces la familia lo asfixiaba y notaba la gran parte del tiempo que sobraba o que no encajaba. Era el único squib desde que su padre había muerto, y lo echaba de menos, sobre todo en los momentos en los que al menos compartía con él mucho más que la sangre. Él lo había entendido de muchas formas, y aunque en un pasado, de pequeño, lo hubiese odiado por aparecer de repente cuando creía que estaba muerto, supo perdonarlo con el tiempo y la relación padre e hijo, squib y squib, se reforzó hasta que lo perdió definitivamente cómo había perdido a Alec y a Aaron.
Ahora era el único Weynart squib que quedaba, y eso, aunque tus hermanos y demás no lo admitieran en voz alta, era algo que lo desplazaba un poco.
Miró hacia un lado, cogiendo palomitas, y le dio al mando para poner la primera película de terror que había en la lista —Me dijiste de terror, ¿no? —Cogió más palomitas y le dio otro trago a la cerveza —Venga, elige tú —Se levantó del sofá para buscar en los armarios de la cocina algunos snacks, chuches y mierdas de esas malas para la salud —¿Cómo ha ido el día? —Fue cogiendo comida basura y las fue echando en cuencos.
Viernes noche - Piso compartido - Laila Larsen
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