The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Ethan J. Weynart
Todo iba perfectamente bien. Hasta que explotó.

Llevaba días intentando crear un robot que me trajera el desayuno a la habitación simplemente para enseñarle a mi tío que uno puede hacer cosas por sí mismo sin la ayuda de un elfo doméstico. A ver, sí, no lo estaría haciendo directamente yo, pero tampoco supondría ningún problema porque el robot lo habría construido yo. Pero en fin, eso ya no viene a cuento. La cuestión es que todo iba bien, porque había conseguido programarlo a mi gusto para que obedeciera mis órdenes, pero de golpe explotó. Bueno, quizá no tan de golpe. El problema fue que se chocó contra Roxas, mi perro, y se le derramó todo el zumo por encima y eso provocó un cortocircuito en su motor. Y luego boom. Trophy se puso a arder y quemó la preciada alfombra del tío Riorden. Luego me echó la bronca con la excusa de que era el Ministro de Defensa y no podía permitir este tipo de accidentes en su casa, y me mandó a buscarle otra alfombra. ¡Una alfombra! Mi robot, mis horas de trabajo desde hace semanas han sido en vano, y él me manda a por una maldita alfombra. Problemas del primer mundo.

Al final he cogido la alfombra más fea que he encontrado en la tienda solo para fastidiarle, y me he ido a la biblioteca del Capitolio para ver si encuentro más información sobre cómo mezclar la programación y la magia para evitar ese tipo de accidentes. No es que mi relación con mi tío sea mala, pero era más simpático cuando simplemente se comportaba como mi tío y no como mi padre. Según él, no puedo opinar al respecto porque era un crío y dice que lo recuerdo todo mal, pero estoy seguro de que existió una época en la que era un tío enrollado y me dejaba hacer lo que quisiera. Pero luego Aaron murió, y supongo que le preocupó que me desviara del camino como le pasó a mi padre, así que empezó a sobreprotegerme. Y lo entiendo, y agradezco que me acogiera como lo hizo, pero eso no significa que tenga que gustarme que se ponga en plan sargento a veces. Sí, cuando él tenía mi edad ya era ministro y tenía las cosas bien claras, pero yo no soy así y quiero probar cosas; intentar crear algo útil en un futuro. Por algo me especialicé en ciencias tecnológicas.

Concentrado en el libro que tengo entre manos, libro que ya es la segunda vez que miro este mes con la esperanza de encontrar algo que me sirva, prácticamente ni me entero de que alguien se me acerca. Al final, en un momento de frustración, cierro el libro en seco y un par de chicas que están en la mesa de enfrente me miran de mala manera por haber tratado así algo de propiedad pública. Es entonces, cuando al ir al levantarme de la silla, me encuentro de lleno con mi prima. Al principio la miro sorprendido, hasta que recuerdo que un par de horas antes le había dicho de vernos. Hace días que no la veo, y en ese momento necesitaba desahogarme con alguien pero, sinceramente, ya ni me acordaba de que habíamos quedado. — Mi robot ha explotado. — Eso es todo lo que le digo, con un tono melancólico y dramático, como si fuera el fin del mundo, porque para mí en este momento lo es.
Ethan J. Weynart
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Everything was fine... until it exploded ∞ Lëia IqWaPzg
Invitado
Invitado
EVERYTHING WAS FINE... UNTIL IT EXPLODED
En la vivienda de los Campbell reinaba el silencio, parecía no haber ninguna presencia en su interior. Pero, de inspeccionar a fondo, se descubriría la figura de Lëia sentada en su cama con las piernas cruzadas albergando un libro entre las mismas, con la mirada fija en las páginas y la expresión concentrada; se trataba de un libro de historia de la magia que encontró entre las secciones más recónditas de la biblioteca nacional ya que lo que estudiaban en el Royal se quedaba corto, el interés de la joven metamorfaga por la historia no tenía límites y trataba de expandir sus conocimientos. En ese mismo momento, leía con atención la existencia de famosos magos y brujas junto a sus colaboraciones a la sociedad mágica, algunos de ellos nombres conocidos. Sin duda, le sorprendió el hecho de saber que hubo guerras dentro del mundo mágico hace siglos, entre sus propios integrantes, al otro lado del mundo, en Europa, lugar donde la mayor parte de su familia paterna estuvo exiliada -Primera Guerra Mágica...- sus dedos acariciaron las páginas del encuadernado, con numerosas preguntas respecto al tema.

Sin embargo, al levantar la vista y apreciar la hora que era, se dio cuenta que iba a llegar tarde a la cita con su primo Ethan. Frustrada por unos segundos al ver impedido su deseo de seguir leyendo, se bajó de la cama para rebuscar en su armario algo que ponerse; ese sí era un gesto que heredó de su madre. A pesar de tener una ingente cantidad de prendas entre las que elegir acababa usando las usuales o se quejaba de no tener X cosa.

Decantada por unos pantalones, una camisa gris azulada y su fiel chaqueta negra, bajó a la planta baja, lugar donde solía dejar los zapatos nada más llegar de la calle, un gesto que Zoey odiaba y no lograba retirar de sus pocos malos hábitos. Se sentó en el sofá por un segundo, sorprendiendo a su gata Navi que dormía plácida a menos de un metro e hizo un sonido similar a un arrullo al ver interrumpido su sueño -Lo siento- se disculpó la joven acercando su mano a la zona de entre las orejas de su mascota, rascando con suavidad. Los ojillos del animal de un tono verde lima se entrecerraron gustosamente por las atenciones, sonsacando una sonrisa a Lëia -Luego te daré la cena- prometió ya una vez se ató los zapatos. Se incorporó con energía y fue hasta el umbral, cerrando la puerta tras su salida y digiriéndose a su destino.

Una vez llegó a la biblioteca nacional subió la escalinata de dos en dos, adentrándose a la edificación en busca de las familiares facciones de su primo. Se adentra a la sala principal donde ya se visualizan mesas para todo aquellos que quieran estudiar en sepulcral silencio o leer algún libro que les de curiosidad; pero por el momento, ni rastro de su primo. "¿Dónde te has metido, Ethan?" piensa la castaña sin detener sus pasos hasta que se ve obligada a frenar, siendo la alternativa tropezar con una figura masculina y la silla que retira con intención de incorporarse -Ethan- lo saluda al ver la sorpresa en sus ojos. ¿Se acordaría que habían quedado? Abre los labios para preguntar cuando él se pronuncia. Lo mira por un par de segundos tratando la información y lo que pudo desencadenar. Deja ir un pequeño suspiro, acortando la distancia y abrazando a su primo -¿Damos una vuelta o vamos a tomar algo?- le propone aún abrazada a él. No espera a una respuesta para tomar su mano y comenzar a salir en dirección a la salida pues no pueden quedarse allí charlando -¿Qué ha pasado, exactamente? pregunta una vez sabe que no molestará a nadie.

Biblioteca nacional - Ethan
Anonymous
Ethan J. Weynart
EVERYTHING WAS FINE... UNTIL IT EXPLODED
Siempre he tenido la mala costumbre de que cuando estoy concentrado en algo, no me gusta que me interrumpan. Sin embargo, hay ocasiones en las que soy capaz de hacer una excepción. Como ahora con Lëia. Para empezar, fui yo quien le dijo de vernos hoy, y ella es la única de la familia que se aproxima a mi edad y con quien se puede hablar de temas interesantes. Aunque eso no siempre fue así, no nos engañemos. Ella no lo recuerda, pero hubo una época en la que convivimos poco más de un año juntos, y aunque decía bastantes palabras, ni de lejos se podía mantener una conversación con ella. En aquellos momentos, las pocas veces que le hablaba era para decirle que por qué tenía que jugar con mis juguetes y babosearlos, aunque yo tampoco me quedaba corto porque más de una vez cogí alguno de sus peluches para intentar encestarlos por detrás del sofá de la antigua casa del tío Riorden en el Distrito 13.

La pregunta de Lëia de si vamos a tomar algo o si damos una vuelta es la que me saca de mis pensamientos de una época que parece tan lejana, pues fue hace casi una vida para nosotros. — Sí, claro, vamos — digo mientras me levanto de la silla. — Las damas primero — añado medio riendo, y le hago un gesto con la mano para que vaya saliendo primero. — Puedo invitarte a tomar algo yo hoy. — Hace poco que cobré el sueldo de este mes, y la verdad es que siempre me sobra más de lo necesario porque Riorden todavía se empeña en pagarme el noventa por ciento de los caprichos que tengo. Se lo agradezco, pero no es necesario ahora que ya tengo mi propio trabajo y, además, me sabe mal.

Aunque mi prima sepa que siempre he tenido debilidad por la tecnología y que siempre me ha gustado experimentar con todo el tema de la robótica y programación, intento encontrar una manera de explicar qué es lo que le ha pasado exactamente a mi robot sin sonar demasiado estúpido. — Había conseguido programar a la perfección mi último intento de crear un robot, y este ya había cogido el zumo que le pedí y lo había colocado en una bandeja... hasta que Roxas se cruzó por medio y todo el zumo se cayó encima del robot. — Sé que la culpa no es de Roxas porque no es más que un perro, pero no voy a negar que en ese momento me molesté con él; molestia que me duró cuatro segundos porque adoro demasiado a ese perro. — Al final el robot tuvo un cortocircuito y empezó a arder, y le quemó la alfombra a Riorden — añado, y ruedo los ojos. — Es una estupidez, pero te prometo que nuestro tío antes era el majo de la familia. — Ella no le conoció en su época de oro, y yo apenas tampoco porque era un crío que pasé la mitad de esa etapa en coma. Supongo que al final todo era simplemente porque solo ejercía como mi tío, y no como la figura paterna que con el tiempo acabó siendo.

— Bueno, en realidad lo era tu padre. Creo que simplemente era que él le contagiaba el buen humor — bromeo, porque los dos sabemos cómo es Riorden. A veces puede ser el hombre más agradable del mundo, pero por norma general eso solo es con la familia, porque a ojos del resto, es demasiado serio. Pero es cierto que Alec sí que era una persona más simpática, y prácticamente nunca se le veía sin una sonrisa en la cara aunque todo fuera desastroso. Sé lo que es perder a tu padre, y entiendo a Lëia en ese sentido por mucho que las circunstancias fueran totalmente diferentes porque yo sí que conocí al mío.

21/09/2467 - Exteriores de la biblioteca nacional - Lëia
Ethan J. Weynart
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