OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Aliso la falda de mi vestido por décima vez en menos de cinco minutos y acomodo uno de los bucles de mi cabello corto para que se quede en su lugar, aunque dudo que hayan demasiadas fotografías; mamá dice que en estos distritos hay pura miseria y la prensa no se fija en ellos, pero quizá con nosotros en él tal vez se activen un poco las cosas. Mamá ha decidido no venir con nosotros, así que la mano que sujeto es la de papá mientras la gente va y viene por todo el trasbordador arreglando los últimos detalles antes de que aterricemos en el distrito 11. Sé que hubiéramos podido llegar con un simple acto de aparición pero aparentemente es más cómodo llevar a nuestros aurores y elfos en un solo vehículo que andan coordinando donde aparecer. Y además, yo odio la aparición conjunta porque me da náuseas.
— Espero que no huela tan mal como Patrick dice — le digo a papá mientras nos acercamos a la puerta sin siquiera notar el movimiento del trasbordador, haciendo eco de las palabras de uno de mis compañeros de clase — ¿Tendremos que sacarnos fotos, verdad papá? Espero que no sean muchas porque tengo hambre. ¿Crees que tengan algo para ofrecernos o no vamos a detenernos a comer? — Estoy acostumbrada a que siempre nos esperen con la comida servida a donde sea que vayamos, pero jamás he ido al norte del país y papá tiene que aclararme de nuevo que no estamos aquí para darnos un festín. Mi nariz llena de pecas se mueve en modo de queja pero no digo nada, solo aprieto más fuerte sus dedos cuando aterrizamos de forma definitiva y bajamos rodeados de nuestra escolta.
Lo siguiente es todo protocolo. Sonreír, algunas fotos al azar ante nuestras acciones, entregar mantas y escuchar a los enfermos, aunque un auror se mantiene a mi lado en todo momento y no permite que absolutamente nadie se me acerque más de lo debido. No puedo evitar asomar mi cabeza por el costado de su brazo de vez en cuando para chequear el estado de los muggles que viven por aquí y de los cuales muchos se escapan de nosotros como ratas de alcantarilla, lo que me hace pensar que mamá tiene razón cuando dice que no debo acercarme mucho porque quizá me pegue alguna enfermedad. Vaya que con esa mugre deben tener varias...
Estoy empezando a quejarme de que los zapatos nuevos me hacen doler los pies y que tengo sed cuando cae la primera botella, estrellándose contra la cabeza de uno de nuestros guardias. Los gritos no se hacen esperar y poco a poco, las voces se alzan en un estruendo y me encuentro atrapada entre varios cuerpos mucho más altos que el mío tratando de cubrirme de vaya a saber lo que esté pasando a nuestro alrededor. Me cubro la cabeza y siento como papá me rodea con los brazos en un intento de protegerme, mientras nos hacen avanzar con rapidez por una de las calles para ponernos a cubierto. Pero entonces, un grupo de indigentes se abalanza sobre nosotros, papá pierde el equilibrio y yo caigo al suelo.
Los minutos que siguen me dejan aturdida y mi corazón me late en las orejas. Mi vestido está sucio y me mantengo en el piso con las manos sobre la cabeza, aunque puedo escuchar que gritan mi nombre y los pies danzan a mi alrededor en un forcejeo. No es hasta cuando veo caer a un muggle ensangrentado al suelo que chillo y me pongo en cuclillas para empezar a gatear, saliendo de allí a los empujones y, no sé como, consigo deslizarme de entre la multitud para empezar a correr lejos de allí. ¿Dónde está papá? ¿Estará bien? ¿Tendré que volver o vendrán a buscarme? Esas preguntas me aturden mientras corro con la respiración jadeante hasta meterme en un callejón tan oscuro que me freno en seco, observando los botes de basura que invaden cada rincón. Estoy sucia y despeinada, pero es solo algo superficial en comparación a algunas personas que están recostadas en el fondo de la calle sin salida, las cuales me observan con ojos curiosos desde sus mantas viejas.
— L-lo siento... — farbullo aunque intento no hacer contacto visual y mis hombros se tensan al pegar mis brazos al cuerpo al buscar hacerme más pequeña, girándome para volver por donde he venido, cuando choco de lleno con alguien más alta que yo y con mal olor. Reboto hacia atrás y trato de no caerme de nuevo con un chillido histérico pero ahogado, dando unos pasos atropellados y torpes hacia atrás — ¡No te me acerques! — ordeno en un tono de voz que deja bien en claro que estoy acostumbrada a dar órdenes — ¡Si lo haces gritaré y estarás en problemas!
— Espero que no huela tan mal como Patrick dice — le digo a papá mientras nos acercamos a la puerta sin siquiera notar el movimiento del trasbordador, haciendo eco de las palabras de uno de mis compañeros de clase — ¿Tendremos que sacarnos fotos, verdad papá? Espero que no sean muchas porque tengo hambre. ¿Crees que tengan algo para ofrecernos o no vamos a detenernos a comer? — Estoy acostumbrada a que siempre nos esperen con la comida servida a donde sea que vayamos, pero jamás he ido al norte del país y papá tiene que aclararme de nuevo que no estamos aquí para darnos un festín. Mi nariz llena de pecas se mueve en modo de queja pero no digo nada, solo aprieto más fuerte sus dedos cuando aterrizamos de forma definitiva y bajamos rodeados de nuestra escolta.
Lo siguiente es todo protocolo. Sonreír, algunas fotos al azar ante nuestras acciones, entregar mantas y escuchar a los enfermos, aunque un auror se mantiene a mi lado en todo momento y no permite que absolutamente nadie se me acerque más de lo debido. No puedo evitar asomar mi cabeza por el costado de su brazo de vez en cuando para chequear el estado de los muggles que viven por aquí y de los cuales muchos se escapan de nosotros como ratas de alcantarilla, lo que me hace pensar que mamá tiene razón cuando dice que no debo acercarme mucho porque quizá me pegue alguna enfermedad. Vaya que con esa mugre deben tener varias...
Estoy empezando a quejarme de que los zapatos nuevos me hacen doler los pies y que tengo sed cuando cae la primera botella, estrellándose contra la cabeza de uno de nuestros guardias. Los gritos no se hacen esperar y poco a poco, las voces se alzan en un estruendo y me encuentro atrapada entre varios cuerpos mucho más altos que el mío tratando de cubrirme de vaya a saber lo que esté pasando a nuestro alrededor. Me cubro la cabeza y siento como papá me rodea con los brazos en un intento de protegerme, mientras nos hacen avanzar con rapidez por una de las calles para ponernos a cubierto. Pero entonces, un grupo de indigentes se abalanza sobre nosotros, papá pierde el equilibrio y yo caigo al suelo.
Los minutos que siguen me dejan aturdida y mi corazón me late en las orejas. Mi vestido está sucio y me mantengo en el piso con las manos sobre la cabeza, aunque puedo escuchar que gritan mi nombre y los pies danzan a mi alrededor en un forcejeo. No es hasta cuando veo caer a un muggle ensangrentado al suelo que chillo y me pongo en cuclillas para empezar a gatear, saliendo de allí a los empujones y, no sé como, consigo deslizarme de entre la multitud para empezar a correr lejos de allí. ¿Dónde está papá? ¿Estará bien? ¿Tendré que volver o vendrán a buscarme? Esas preguntas me aturden mientras corro con la respiración jadeante hasta meterme en un callejón tan oscuro que me freno en seco, observando los botes de basura que invaden cada rincón. Estoy sucia y despeinada, pero es solo algo superficial en comparación a algunas personas que están recostadas en el fondo de la calle sin salida, las cuales me observan con ojos curiosos desde sus mantas viejas.
— L-lo siento... — farbullo aunque intento no hacer contacto visual y mis hombros se tensan al pegar mis brazos al cuerpo al buscar hacerme más pequeña, girándome para volver por donde he venido, cuando choco de lleno con alguien más alta que yo y con mal olor. Reboto hacia atrás y trato de no caerme de nuevo con un chillido histérico pero ahogado, dando unos pasos atropellados y torpes hacia atrás — ¡No te me acerques! — ordeno en un tono de voz que deja bien en claro que estoy acostumbrada a dar órdenes — ¡Si lo haces gritaré y estarás en problemas!
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Un día más en el Distrito 11, en aquel rincón olvidado de la nación. Para ser tierra de desechos humanos, la climatología es envidiable. Como esa mañana, por ejemplo. El sol destaca en lo alto con cálidos rayos de sol bañando los extensos terrenos que componen el distrito, los mismos que ya no son fértiles y que lucen despoblados mientras que la brisa fresca, primaveral, desciende desde las colinas erizando el vello ante el contraste de temperaturas hasta crear una armonía perfecta. Es ahí, en lo alto de un edificio abandonado, que la joven observa en apariencia el mismo paisaje de cada día. En apariencia, ya que el anormal movimiento de personas por las calles y la presencia de agentes auguran una novedad.
Una que, conociendo a los civiles, no será bien recibida.
En la lejanía se define la figura de un trasbordador, haciendo que se cuestione la última vez que uno de esos transportes sobrevoló la zona. Dicha presencia solo puede significar movimientos del gobierno, puede que propagandísticos, quizás en busca de hacerse con muggles que llevar al mercado de esclavos o traidores a los que matar para deleite de los más adeptos al nuevo gobierno. Sea como sea, promete entretenimiento.
Ni si quiera necesita moverse de su posición para presenciar todo el espectáculo de falso altruismo que se lleva a cabo. Marido e hija de la presidenta pisando tierras infames, sorprendente hasta cierto punto, ¿Algo de buena propaganda para calmar a los más susceptibles? Atiende, ligeramente divertida, a todo el reparto de mantas, las falsas atenciones, la prensa... Sabe que es cuestión de tiempo que el rencor asome. De hecho se hace de rogar pero en cuanto escucha la primera botella romperse se estira, asomándose cual animal curioso a analizar la situación que se desata con un simple movimiento. Los gritos se alzan fieros, los grupos se apelotonan y es cuestión de tiempo que se vean superados por las circunstancias; llegados a un punto es difícil diferenciar quien está de parte de quien. Como si de la misma Eris apreciando el caos nacido, observa con cierto interés -Necios- no entiende que esperaban en su paso por ese lugar. Un presente y una cálida sonrisa no sosegarían el resentimiento de años de abandono.
Un destello pelirrojo, similar a una estela fugaz, capta su atención.
Sigue el trayecto que conforma, moviéndose al mismo tiempo con la agilidad que aporta la experiencia sobre los tejados, descendiendo poco a poco hasta tocar tierra al inicio de la calle donde ha visto al cometa rojo adentrarse. Mal lugar dada su procedencia.
No tarda demasiado en hallar su menudo cuerpo a escasos metros de ojos curiosos, los mismos que no tardaran en reconocer su rostro una vez limpien su imagen de la tierra que ha ensuciado su lujoso vestido y la curiosidad será sustituida por el desprecio; avanza, a decir verdad sin una intención clara, cuando la figura impacta contra ella. Arruga la nariz con notable desagrado dado su grito agudo, recordándole a los animales cuando caen en sus trampas -Calma, princesa- irónica, su respuesta es tranquila a diferencia del estado de histeria en el que parece estar sometido la joven que tiene en sus narices -La que está en problemas eres tú como nos quedemos aquí- con un suave movimiento de cabeza señaló a los indigentes que observan a ambas féminas a varios metros de distancia -Solo por esos zapatos que llevas alguno te cortaría los pies- ojalá fuera una exageración -Piensa rápido, niña, ¿Me sigues o te dejo sola con ellos?- en el rostro de la morena se alzó una ceja, inquisitiva, alternando su mirar entre la pelirroja y las personas del fondo, lista para actuar de ser necesario. En un discreto movimiento de brazo, su dedo señala un callejón de no mucho mejor aspecto, el único camino alternativo entre la multitud airada del fondo y los posibles ladrones en frente.
Una que, conociendo a los civiles, no será bien recibida.
En la lejanía se define la figura de un trasbordador, haciendo que se cuestione la última vez que uno de esos transportes sobrevoló la zona. Dicha presencia solo puede significar movimientos del gobierno, puede que propagandísticos, quizás en busca de hacerse con muggles que llevar al mercado de esclavos o traidores a los que matar para deleite de los más adeptos al nuevo gobierno. Sea como sea, promete entretenimiento.
Ni si quiera necesita moverse de su posición para presenciar todo el espectáculo de falso altruismo que se lleva a cabo. Marido e hija de la presidenta pisando tierras infames, sorprendente hasta cierto punto, ¿Algo de buena propaganda para calmar a los más susceptibles? Atiende, ligeramente divertida, a todo el reparto de mantas, las falsas atenciones, la prensa... Sabe que es cuestión de tiempo que el rencor asome. De hecho se hace de rogar pero en cuanto escucha la primera botella romperse se estira, asomándose cual animal curioso a analizar la situación que se desata con un simple movimiento. Los gritos se alzan fieros, los grupos se apelotonan y es cuestión de tiempo que se vean superados por las circunstancias; llegados a un punto es difícil diferenciar quien está de parte de quien. Como si de la misma Eris apreciando el caos nacido, observa con cierto interés -Necios- no entiende que esperaban en su paso por ese lugar. Un presente y una cálida sonrisa no sosegarían el resentimiento de años de abandono.
Un destello pelirrojo, similar a una estela fugaz, capta su atención.
Sigue el trayecto que conforma, moviéndose al mismo tiempo con la agilidad que aporta la experiencia sobre los tejados, descendiendo poco a poco hasta tocar tierra al inicio de la calle donde ha visto al cometa rojo adentrarse. Mal lugar dada su procedencia.
No tarda demasiado en hallar su menudo cuerpo a escasos metros de ojos curiosos, los mismos que no tardaran en reconocer su rostro una vez limpien su imagen de la tierra que ha ensuciado su lujoso vestido y la curiosidad será sustituida por el desprecio; avanza, a decir verdad sin una intención clara, cuando la figura impacta contra ella. Arruga la nariz con notable desagrado dado su grito agudo, recordándole a los animales cuando caen en sus trampas -Calma, princesa- irónica, su respuesta es tranquila a diferencia del estado de histeria en el que parece estar sometido la joven que tiene en sus narices -La que está en problemas eres tú como nos quedemos aquí- con un suave movimiento de cabeza señaló a los indigentes que observan a ambas féminas a varios metros de distancia -Solo por esos zapatos que llevas alguno te cortaría los pies- ojalá fuera una exageración -Piensa rápido, niña, ¿Me sigues o te dejo sola con ellos?- en el rostro de la morena se alzó una ceja, inquisitiva, alternando su mirar entre la pelirroja y las personas del fondo, lista para actuar de ser necesario. En un discreto movimiento de brazo, su dedo señala un callejón de no mucho mejor aspecto, el único camino alternativo entre la multitud airada del fondo y los posibles ladrones en frente.
El término "princesa" me resulta sumamente familiar incluso cuando sé que no soy una, al menos propiamente dicho, pero el tono burlón es el que me hace abrir mis ojos como si me hubiesen obligado a beber veneno para ratas. La joven que se encuentra ante mí parece haber salido de una de las hojas de los libros de texto que Patrick utiliza para asustarme cuando se encuentra demasiado aburrido en las horas de clase y me es completamente inevitable mirarla de pies a cabeza en busca de algún arma a la vista; no daría mi vida pero sí quizá uno de mis anillos al apostar de que lleva una con ella — ¿Quién eres? — vuelto a utilizar el tono demandante que muchas personas encuentran irritante, pero su declaración solo me produce el voltear la cabeza para observar las figuras que se mueven en la oscuridad de la calle. A pesar del terror que me da el que me corten los pies, no soy lo suficientemente tonta como para pensar que eso es lo único que me harían y puedo sentir como el nudo de mi pecho se asoma por el centro de mi garganta.
Con un destello de mi cabello la observo en un gesto de desconfianza y desespero, no muy segura de cómo arriesgarme. ¿Ella o ellos? ¿La mujer que parece darme una opción o los extraños que sé que no me entregarán otra oportunidad? Una vez mi papá me dijo que la gente que sufre de miserias es gente enojada, así que estoy segura de lo que ha ocurrido hoy es solo una muestra de sus obvios conocimientos en la materia. Seguro mi madre se infartaría si pudiese verme ahora, pero tomando aire para armarme de valor solo asiento con la cabeza.
Mis pies avanzan como si mi cerebro no hubiese dado la orden, pero pronto comienzan a andar con una rapidez que busca alejarse de los habitantes del once como si mi vida dependiese de ello. Doblo en el callejón y giro mi cabeza para observarla sobre mi hombro, no muy segura de cómo sentirme con respecto al tenerla junto a mí como si se tratase de mi sombra a pesar de que por el momento no haya cometido ningún atentado contra mí.
Me estremezco cuando uno de mis pies se hunde en un charco de agua sucia pero no me detengo, abrazándome a mí misma ante el repentino frío que ha golpeado mi anatomía. Me siento pequeña y miserable como nunca me he sentido, y lo único que deseo en este momento es encontrar a papá e irnos a casa. Tengo miedo, uno completamente nuevo — ¿Son muggles o magos? — quiero saber cuando me atrevo a hablar, a pesar de que intento agudizar el oído para saber si los disturbios siguen teniendo lugar — ¿Sabes qué ha ocurrido con mi gente? - quizá ella vio algo. Quizá sabe si mi padre está vivo. Y quizá, solo quizá, puede llevarme de nuevo a casa. O matarme, pero... ¿Qué otra opción me queda?
Con un destello de mi cabello la observo en un gesto de desconfianza y desespero, no muy segura de cómo arriesgarme. ¿Ella o ellos? ¿La mujer que parece darme una opción o los extraños que sé que no me entregarán otra oportunidad? Una vez mi papá me dijo que la gente que sufre de miserias es gente enojada, así que estoy segura de lo que ha ocurrido hoy es solo una muestra de sus obvios conocimientos en la materia. Seguro mi madre se infartaría si pudiese verme ahora, pero tomando aire para armarme de valor solo asiento con la cabeza.
Mis pies avanzan como si mi cerebro no hubiese dado la orden, pero pronto comienzan a andar con una rapidez que busca alejarse de los habitantes del once como si mi vida dependiese de ello. Doblo en el callejón y giro mi cabeza para observarla sobre mi hombro, no muy segura de cómo sentirme con respecto al tenerla junto a mí como si se tratase de mi sombra a pesar de que por el momento no haya cometido ningún atentado contra mí.
Me estremezco cuando uno de mis pies se hunde en un charco de agua sucia pero no me detengo, abrazándome a mí misma ante el repentino frío que ha golpeado mi anatomía. Me siento pequeña y miserable como nunca me he sentido, y lo único que deseo en este momento es encontrar a papá e irnos a casa. Tengo miedo, uno completamente nuevo — ¿Son muggles o magos? — quiero saber cuando me atrevo a hablar, a pesar de que intento agudizar el oído para saber si los disturbios siguen teniendo lugar — ¿Sabes qué ha ocurrido con mi gente? - quizá ella vio algo. Quizá sabe si mi padre está vivo. Y quizá, solo quizá, puede llevarme de nuevo a casa. O matarme, pero... ¿Qué otra opción me queda?
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Las orbes azuladas de la morena captan el análisis al que está siendo sometida, uno que imita y espera con cierta impaciencia que la joven acabe, lo más seguro es que ese choque accidental haya sido el mayor contacto de la pelirroja con personas como Rhea -No estás en condiciones de dar órdenes, princesa. Por si no te has dado cuenta- no era estúpida, no daría su nombre a un Niniadis, sería ponerse una diana en el pecho. Puede que estuviese prestando mano a la hija de la presidenta, que estuviera desperdiciando una oportunidad que muchos opositores al gobierno matarían por tener y que, de llegar a ciertos oídos, podrían pensar que la bruja de sangre mestiza era una defensora más del régimen; dejando a un lado que lo que opinaran los demás de ella era tan insignificante como una piedra incrustada en la suela de su zapato, Rhea no dañaba a niños. Era una norma moral inamovible.
El asentimiento de cabeza es suficiente, da los primeros avances hacia el callejón, dejando a la chica ir medio paso por delante mientras, por su parte, otea el camino, cada recoveco, asegurando el bienestar de ambas a medida que cruzan el lugar; conoce la zona de sobra así que no sería raro una aparición imprevista aunque para su “suerte” todos estaban ocupados mostrando su resentimiento en la zona principal -De todo un poco: muggles, magos, squibs, alguna criatura… todo el que no es bien recibido más allá del norte por diferentes motivos- el cobijo de los inadaptados, de los delincuentes y de los necesitados. Eso era el Distrito 11 -Se replegaron en cuanto se vieron superados, metieron a tu padre en el transbordador para protegerlo, supongo. Y ahora estarán reprendiendo a los atacantes- un proceso que se repetía con cada visita, más muertes que añadir a la larga lista negra de víctimas de ese despropósito.
En un movimiento veloz y haciendo caso omiso a la primera “orden”, la agarró del hombro tirando hacia atrás de ella, cubriendo sus labios vaticinando seguramente un grito que de cualquier modo procuró acallar -Shh…- ordenó mientras se asomaba a una pared que quedaba de esquina, observando figuras que reconoció al momento como otros ladrones con escasos principios -Dentro del edificio- le hizo señas para que se moviera rápido al interior de una construcción abandonada, ruinosa, una más de la ciudad.
Entrando después que el pequeño cometa, avanzó hacia las plantas superiores desde las que tendrían mejor visualización de las calles -Lo mejor será quedarse aquí durante un tiempo hasta que se tranquilice todo- no veía necesidad de explicar las evidentes razones por las que era mejor permanecer resguardadas, por ello no profundizó; con cautela fue subiendo, ignorando el polvo y la suciedad, atenta a que Hero Niniadis no se quedara atrás. Al llegar a la tercera planta, que se mostraba en ruinas, con piedras, suciedad y lo que parecían viejos muebles que tuvieron una mejor época, Rhea suspiró -Nada que envidiar al Capitolio- sarcástico y mordaz, mostró un peculiar sentido del humor. Se retiró el cincho, dejando de ese modo su espada en el suelo al tiempo que tomaba asiento en el bordillo de una ventana. En peores lugares estuvo -Era evidente lo que iba a suceder- posó su mirada en la ajena, cuestionándose su presencia en el distrito -Tu madre cometió un error al dejarte venir- un movimiento realmente estúpido, se permitía pensar -¿Te hiciste daño al escapar?- en un inicio ni se molestó en comprobar si tenía alguna herida, le urgía sacarla del sitio donde estaban.
El asentimiento de cabeza es suficiente, da los primeros avances hacia el callejón, dejando a la chica ir medio paso por delante mientras, por su parte, otea el camino, cada recoveco, asegurando el bienestar de ambas a medida que cruzan el lugar; conoce la zona de sobra así que no sería raro una aparición imprevista aunque para su “suerte” todos estaban ocupados mostrando su resentimiento en la zona principal -De todo un poco: muggles, magos, squibs, alguna criatura… todo el que no es bien recibido más allá del norte por diferentes motivos- el cobijo de los inadaptados, de los delincuentes y de los necesitados. Eso era el Distrito 11 -Se replegaron en cuanto se vieron superados, metieron a tu padre en el transbordador para protegerlo, supongo. Y ahora estarán reprendiendo a los atacantes- un proceso que se repetía con cada visita, más muertes que añadir a la larga lista negra de víctimas de ese despropósito.
En un movimiento veloz y haciendo caso omiso a la primera “orden”, la agarró del hombro tirando hacia atrás de ella, cubriendo sus labios vaticinando seguramente un grito que de cualquier modo procuró acallar -Shh…- ordenó mientras se asomaba a una pared que quedaba de esquina, observando figuras que reconoció al momento como otros ladrones con escasos principios -Dentro del edificio- le hizo señas para que se moviera rápido al interior de una construcción abandonada, ruinosa, una más de la ciudad.
Entrando después que el pequeño cometa, avanzó hacia las plantas superiores desde las que tendrían mejor visualización de las calles -Lo mejor será quedarse aquí durante un tiempo hasta que se tranquilice todo- no veía necesidad de explicar las evidentes razones por las que era mejor permanecer resguardadas, por ello no profundizó; con cautela fue subiendo, ignorando el polvo y la suciedad, atenta a que Hero Niniadis no se quedara atrás. Al llegar a la tercera planta, que se mostraba en ruinas, con piedras, suciedad y lo que parecían viejos muebles que tuvieron una mejor época, Rhea suspiró -Nada que envidiar al Capitolio- sarcástico y mordaz, mostró un peculiar sentido del humor. Se retiró el cincho, dejando de ese modo su espada en el suelo al tiempo que tomaba asiento en el bordillo de una ventana. En peores lugares estuvo -Era evidente lo que iba a suceder- posó su mirada en la ajena, cuestionándose su presencia en el distrito -Tu madre cometió un error al dejarte venir- un movimiento realmente estúpido, se permitía pensar -¿Te hiciste daño al escapar?- en un inicio ni se molestó en comprobar si tenía alguna herida, le urgía sacarla del sitio donde estaban.
No conseguir el nombre de mi salvadora era una de las cosas que me hacían picar la nuca, en ese cosquilleo fastidioso que indica que algo anda mal. Madre siempre se ha empeñado en enseñarme a no dejar que nadie demuestre estar por encima de mí y mis deseos, pero ahora mismo siento que si abro la boca y suelto la lengua me la van a cortar, a dársela a los peces o comérsela, o lo que sea que los salvajes hagan porque me han contado tantas historias que ya no sé qué es verdad y qué es mentira. Voy a intentar quitármelas de la cabeza al menos por cinco minutos, al menos hasta estar a salvo y lejos de los ojos escuetos y turbios que siguen cada uno de mis movimientos.
Si papá estaba en el transbordador no sería difícil encontrarlo, solo bastaba con conseguir que me lleve hasta allá sin perder la cabeza ni un zapato. Estoy por expresar mis deseos en voz alta cuando su mano, mucho más fuerte de lo que parece, me echa hacia atrás y me cubre la boca justo cuando mis pulmones se preparaban para soltar un grito de sorpresa. Su mano se siente sucia en comparación a lo que estoy acostumbrada y mis dedos van de inmediato hacia ella con intenciones de tironear, pero sus dedos se asemejan más a una garra que a cualquier otra cosa. ¿Qué es lo que está viendo? Ni puedo preguntarlo pero supongo que no es nada bueno, en especial cuando me ordena ir hacia un edificio cuya fachada es más que dudosa y solo me hace pensar en la palabra "inestabilidad" — ¿Ahí dentro? — pregunto en cuanto me libera, pero no me deja otra opción. Vaya día.
Expreso mi descontento con un bufido por lo bajo que mi padre consideraría inapropiado en cualquier tipo de ocasión y me adentro en aquel edificio cuya estructura me hace dudar si se nos va a caer encima de un momento a otro. El polvo se me mete en la nariz y me causa picor, por lo que me la rasco y cubro con el dorso de la mano mientras mis pasos provocan un eco que espero que no acabe siendo delator. Finalmente ingresamos en la sala más fea y peor decorada que he visto en mi vida, ni hablar del estado de la mugre y ruinas, cuando el comentario "bromista" de la desconocida me hace soltar un irónico "ja!" que apenas puede escucharse.
Doy un paso hacia atrás con aprensión en cuanto mis ojos caen en la espada y choco suavemente contra la pared que tengo detrás, logrando que el polvo que cubre las paredes me haga toser. Es una tos aguda y suave que me deja los ojos irritados, por lo que me demoro en responderle — Yo quise venir — declaro en el clásico tono de defensa sobre los padres, alzando el mentón con un valor que en verdad no siento. De igual manera avanzo hasta asomarme por la misma ventana, cuyos vidrios rotos eran pura mugre y tengo que agradecer su estado al poder ver qué es lo que ocurre fuera. Igual ni loca me apoyo en el marco.
Lo que me dice me hace percatar del ardor de mis codos y levanto uno de ellos para verlo mejor, recordando el momento en el cual caí al suelo y tuve que arrastrarme para salir de allí — Me he raspado los codos y las rodillas, pero estoy bien — aseguro. Es mentira porque me duele y no estoy acostumbrada a romperme ni una uña, pero prefiero mentir y sufrir en silencio que dejar que me cure un desconocido del distrito once.
¿Papá estará bien? De seguro está preocupado y me anda buscando. Porque me andan buscando... ¿No? Por una milésima de segundo la idea absurda pero desesperante de que se vayan sin mí me golpea de lleno y tengo que hacer un enorme esfuerzo por no llorar, pero mi labio inferior comete traición al temblarme y desvío la mirada bruscamente en un intento de ocultar la pila de lágrimas histéricas que amenazan con salir, pero las contengo. Odio llorar, en especial en público, porque no soy una niña pequeña y estúpida. Soy la hija de la mujer más poderosa del país y tengo que hacerle honor a ese nombre.
— Va a oscurecer pronto — comento en cuanto creo recobrar la compostura y me paro derecha, levantando la vista hacia el horizonte. Sé que el día no es eterno y no falta demasiado para que esas calles se vuelvan más feas; si así son de día, no me quiero imaginar lo que debe ser cuando los atrapa la oscuridad — ¿Crees que podamos llegar al transbordador? — ¿O me dejará sola? Una parte de mí me dice que ella me ayudó porque tiene el deber moral de hacerlo, a pesar de que quizá lo único que desea es una recompensa. O quizá solo quiere matarme y está haciendo tiempo. Volteo la cabeza en su dirección con los ojos destilando un aura de sospecha, aunque intento mantenerme serena — ¿Por qué me ayudaste? — sin enredos ni vueltas. Si tengo que escapar por mi cuenta, voy a empezar ahora.
Si papá estaba en el transbordador no sería difícil encontrarlo, solo bastaba con conseguir que me lleve hasta allá sin perder la cabeza ni un zapato. Estoy por expresar mis deseos en voz alta cuando su mano, mucho más fuerte de lo que parece, me echa hacia atrás y me cubre la boca justo cuando mis pulmones se preparaban para soltar un grito de sorpresa. Su mano se siente sucia en comparación a lo que estoy acostumbrada y mis dedos van de inmediato hacia ella con intenciones de tironear, pero sus dedos se asemejan más a una garra que a cualquier otra cosa. ¿Qué es lo que está viendo? Ni puedo preguntarlo pero supongo que no es nada bueno, en especial cuando me ordena ir hacia un edificio cuya fachada es más que dudosa y solo me hace pensar en la palabra "inestabilidad" — ¿Ahí dentro? — pregunto en cuanto me libera, pero no me deja otra opción. Vaya día.
Expreso mi descontento con un bufido por lo bajo que mi padre consideraría inapropiado en cualquier tipo de ocasión y me adentro en aquel edificio cuya estructura me hace dudar si se nos va a caer encima de un momento a otro. El polvo se me mete en la nariz y me causa picor, por lo que me la rasco y cubro con el dorso de la mano mientras mis pasos provocan un eco que espero que no acabe siendo delator. Finalmente ingresamos en la sala más fea y peor decorada que he visto en mi vida, ni hablar del estado de la mugre y ruinas, cuando el comentario "bromista" de la desconocida me hace soltar un irónico "ja!" que apenas puede escucharse.
Doy un paso hacia atrás con aprensión en cuanto mis ojos caen en la espada y choco suavemente contra la pared que tengo detrás, logrando que el polvo que cubre las paredes me haga toser. Es una tos aguda y suave que me deja los ojos irritados, por lo que me demoro en responderle — Yo quise venir — declaro en el clásico tono de defensa sobre los padres, alzando el mentón con un valor que en verdad no siento. De igual manera avanzo hasta asomarme por la misma ventana, cuyos vidrios rotos eran pura mugre y tengo que agradecer su estado al poder ver qué es lo que ocurre fuera. Igual ni loca me apoyo en el marco.
Lo que me dice me hace percatar del ardor de mis codos y levanto uno de ellos para verlo mejor, recordando el momento en el cual caí al suelo y tuve que arrastrarme para salir de allí — Me he raspado los codos y las rodillas, pero estoy bien — aseguro. Es mentira porque me duele y no estoy acostumbrada a romperme ni una uña, pero prefiero mentir y sufrir en silencio que dejar que me cure un desconocido del distrito once.
¿Papá estará bien? De seguro está preocupado y me anda buscando. Porque me andan buscando... ¿No? Por una milésima de segundo la idea absurda pero desesperante de que se vayan sin mí me golpea de lleno y tengo que hacer un enorme esfuerzo por no llorar, pero mi labio inferior comete traición al temblarme y desvío la mirada bruscamente en un intento de ocultar la pila de lágrimas histéricas que amenazan con salir, pero las contengo. Odio llorar, en especial en público, porque no soy una niña pequeña y estúpida. Soy la hija de la mujer más poderosa del país y tengo que hacerle honor a ese nombre.
— Va a oscurecer pronto — comento en cuanto creo recobrar la compostura y me paro derecha, levantando la vista hacia el horizonte. Sé que el día no es eterno y no falta demasiado para que esas calles se vuelvan más feas; si así son de día, no me quiero imaginar lo que debe ser cuando los atrapa la oscuridad — ¿Crees que podamos llegar al transbordador? — ¿O me dejará sola? Una parte de mí me dice que ella me ayudó porque tiene el deber moral de hacerlo, a pesar de que quizá lo único que desea es una recompensa. O quizá solo quiere matarme y está haciendo tiempo. Volteo la cabeza en su dirección con los ojos destilando un aura de sospecha, aunque intento mantenerme serena — ¿Por qué me ayudaste? — sin enredos ni vueltas. Si tengo que escapar por mi cuenta, voy a empezar ahora.
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Permanece sentada en el alfeizar, escrutando los rayos de sol que comienzan a perderse entre las montañas y colinas del distrito con gesto meditabundo -En ese caso no sé cuál de las dos carece más de sentido común- alega sin tapujos. No comprende en qué momento unos padres pueden consentir la presencia de un hijo en una zona como aquella por mucha seguridad de la que se disponga, es estúpido.
Escruta la anatomía de la pelirroja, viendo más allá de la suciedad que se ha acumulado en su ropa, prendas que en conjunto probablemente tendrían más valor que todas las posesiones de la morena juntas. Tal como dice sólo muestra raspones en dichas zonas, nada que requiriera una atención médica, con algo de agua limpia y desinfectante se le pasaría, o ni eso. Es por ello que no le da importancia, tampoco va a gastar cualquiera de sus apósitos o hierbas en unas heridas tan insignificantes.
Se cuestiona las consecuencias del incidente, piensa en ciudadanos que han podido estar implicados y que conozca de cerca pero es todo tan aleatorio que decide no perder tiempo en ello, lo que ocurra es en cierto modo responsabilidad de los que llevan a cabo los actos, bajo el argumento de la irracional rabia. Se fija en Hero, captando el momento en el que su labio inferior tiembla, al borde de lo que parece una decaída emocional pero pronto gira el rostro para no mostrar los sentimientos; Rhea no hace comentario alguno al respecto, sólo observa, silente. Las palabras que llegan después son obvias, apenas quedará una hora de luz natural y llegue el tiempo de juego de las bestias, como suele denominarlo -Se puede, pero es demasiado arriesgado- la luminosidad en esas circunstancias no es la mejor aliada y el llamativo cabello de la joven bruja no es de ayuda. Toma un fragmento de cristal roto, dándole vueltas entre sus dedos con aire pensativo, cuando la cuestión, directa, llega a sus oídos -Por la gente del distrito- contesta sin mirarla -¿Qué crees que pasaría si la hija de Jamie Niniadis hubiese sido herida o algo peor en la visita al Distrito 11?- sigue sin posar los ojos en ella, pareciendo encontrar mayor interés en el trozo envejecido de cristal -Tu madre hubiera bombardeado el distrito hasta reducirlo a cenizas- no era suposiciones, Rhea estaba segura del destino que hubieran sufrido de haberse llevado a cabo el incidente. Los tiempos de paz fueron un mero engaño pues la sombra de la muerte con una mera orden seguía ahí, latente.
De hecho recordaba haber vivido algunos bombardeos en sus últimos meses de vida como exiliada en Europa. A diferencia del norte, donde las tierras inhóspitas, cruentas a la hora de sobrevivir, eran pacíficas en cierto modo gracias a la escasa cantidad de habitantes, al llegar a Londres la amplia comunidad allí presente parecía estar familiarizada con esos ataques procedentes desde el otro lado. No olvidaba el pánico bloquear su cuerpo con apenas ocho años al sentir el temblor de la primera bomba, el temblor del suelo que parecía estar a punto de romperse bajo sus pies en cualquier momento y las llamas a menos de un kilómetro.
-Puede que el 11 sea el basurero humano de Neopanem, pero sigue siendo mi hogar- el único recuerdo vivo de todo lo que una vez tuvo y le arrebataron. No estaba dispuesta a perderlo también -¿Por qué quisiste venir?- detiene el movimiento repetitivo del cristal entre sus dedos, posando al fin sus ojos en los de la chica con un ligero interés, ¿Quizás deseaba comprobar de primera mano como era la gente de la zona? A saber que historias circulaban por el Capitolio sobre ellos.
Escruta la anatomía de la pelirroja, viendo más allá de la suciedad que se ha acumulado en su ropa, prendas que en conjunto probablemente tendrían más valor que todas las posesiones de la morena juntas. Tal como dice sólo muestra raspones en dichas zonas, nada que requiriera una atención médica, con algo de agua limpia y desinfectante se le pasaría, o ni eso. Es por ello que no le da importancia, tampoco va a gastar cualquiera de sus apósitos o hierbas en unas heridas tan insignificantes.
Se cuestiona las consecuencias del incidente, piensa en ciudadanos que han podido estar implicados y que conozca de cerca pero es todo tan aleatorio que decide no perder tiempo en ello, lo que ocurra es en cierto modo responsabilidad de los que llevan a cabo los actos, bajo el argumento de la irracional rabia. Se fija en Hero, captando el momento en el que su labio inferior tiembla, al borde de lo que parece una decaída emocional pero pronto gira el rostro para no mostrar los sentimientos; Rhea no hace comentario alguno al respecto, sólo observa, silente. Las palabras que llegan después son obvias, apenas quedará una hora de luz natural y llegue el tiempo de juego de las bestias, como suele denominarlo -Se puede, pero es demasiado arriesgado- la luminosidad en esas circunstancias no es la mejor aliada y el llamativo cabello de la joven bruja no es de ayuda. Toma un fragmento de cristal roto, dándole vueltas entre sus dedos con aire pensativo, cuando la cuestión, directa, llega a sus oídos -Por la gente del distrito- contesta sin mirarla -¿Qué crees que pasaría si la hija de Jamie Niniadis hubiese sido herida o algo peor en la visita al Distrito 11?- sigue sin posar los ojos en ella, pareciendo encontrar mayor interés en el trozo envejecido de cristal -Tu madre hubiera bombardeado el distrito hasta reducirlo a cenizas- no era suposiciones, Rhea estaba segura del destino que hubieran sufrido de haberse llevado a cabo el incidente. Los tiempos de paz fueron un mero engaño pues la sombra de la muerte con una mera orden seguía ahí, latente.
De hecho recordaba haber vivido algunos bombardeos en sus últimos meses de vida como exiliada en Europa. A diferencia del norte, donde las tierras inhóspitas, cruentas a la hora de sobrevivir, eran pacíficas en cierto modo gracias a la escasa cantidad de habitantes, al llegar a Londres la amplia comunidad allí presente parecía estar familiarizada con esos ataques procedentes desde el otro lado. No olvidaba el pánico bloquear su cuerpo con apenas ocho años al sentir el temblor de la primera bomba, el temblor del suelo que parecía estar a punto de romperse bajo sus pies en cualquier momento y las llamas a menos de un kilómetro.
-Puede que el 11 sea el basurero humano de Neopanem, pero sigue siendo mi hogar- el único recuerdo vivo de todo lo que una vez tuvo y le arrebataron. No estaba dispuesta a perderlo también -¿Por qué quisiste venir?- detiene el movimiento repetitivo del cristal entre sus dedos, posando al fin sus ojos en los de la chica con un ligero interés, ¿Quizás deseaba comprobar de primera mano como era la gente de la zona? A saber que historias circulaban por el Capitolio sobre ellos.
Las palabras de la morena solamente sirven para incrementar el frío miedo en mi pecho, ese que me dice que tendré que pasar la noche en este lugar o simplemente esperar a que me encuentren. Sé que el cuerpo de aurores y mi padre van a buscarme hasta el cansancio porque es su deber, pero el temor de todas manera prevalece, haciéndome sentir una pulga dentro de un enorme basurero que se extiende en todas direcciones y que en cualquier momento puede ser aplastada.
La curiosidad me consume cuando comienza a hablar de cual habría sido el destino de su distrito en caso de que me hubiera pasado algo irreparable, por lo que la observo de soslayo fijándome en el modo en el cual se expresa y se mueve a pesar de que yo me mantengo como una estatua a su lado. Es una chica joven, al menos más joven que mis padres, y podría ser bonita si no fuese por toda la mugre, maquillaje y ropa maltrecha que lleva encima; por un momento me pregunto como se vería si le diera tan solo dos horas con mi estilista personal. Por otro lado, lo que dice me hace preguntarme cómo es que el resto del mundo ve a mi madre. Sé que tenemos enemigos y sé que no todos nos quieren, es una ley de la política que he aprendido desde que he comenzado a hablar, pero a mis ojos Jamie Niniadis es quien me pregunta cómo me ha ido en la escuela y me informa que si quiero postre hay bastante, que solo tengo que pedirlo. No tengo mucho más que decir de ella porque mi madre se pasa horas encerrada en su despacho y papá es quien revisa mi tarea o me hace preguntas sobre mi día. Sí, quizá me gustaría un poco más de atención por su parte, pero entiendo que es una mujer ocupada. ¿Así es como la ve el resto del mundo? ¿Cómo la mujer que los destruirá si cruzan la raya? Miro a mi alrededor, porque he estudiado Historia en el colegio y sé muy bien que el distrito once fue destruido antes del gobierno de mi madre — Ella solo hace lo que debe hacer — acabo murmurando con seguridad, volviendo a observar la ventana con el mentón alzado, como si esa postura firme evitase cualquier tipo de contradicción — Todo tiene su lugar en el mundo y las personas que no obedecen la ley deben entender que el orden debe seguirse por el bien de todos.
Su hogar. Mi humor más bizarro hace eco en mi cabeza y sonrío de medio lado, tratando de reprimir cualquier gesto amistoso o divertido ante el chiste que se me ha ocurrido — Te enviaré un buen decorador para tu hogar, entonces — mascullo con gracia. Me reprendo a mí misma moviendo la cabeza y froto mi sien, tratando de relajar un poco los nervios que me han hecho doler la cabeza. Ojalá pudiese saber cómo marcharme, aunque esperar a que el distrito quede en silencio no me es tentador. Lo que me dice me deja un momento perdida, pero termino encogiendo mis delgados hombros por una fracción de segundo — Curiosidad — declaro — No he conocido los distritos del norte y confío en que debería hacerlo y verlo con mis propios ojos. Papá dice que es peligroso, pero si ellos van a estar en movimiento yo también quiero. Además un amigo me ha dicho que era horrible y quería confirmarlo — la mirada que lanzo alrededor deja bien en claro que opino que sus sospechas son ciertas, aunque no digo nada.
Estoy cansada y empiezo a notarlo con la sensación molesta en mis rodillas, así que de muy mala gana acomodo mi vestido para apoyarme en uno de los marcos, con mucho cuidado de no ensuciarme de más o clavarme algo que pueda causarme alguna enfermedad. Coloco las manos sobre mis rodillas y entorno la mirada cuando noto que los bulliciosos hombres siguen de largo, aunque sus voces se continúan escuchando como un eco — ¿Siempre es así? — pregunto sin poder contenerme — Creí que solamente estaban exagerando, especialmente Patrick porque él vive mintiendo sobre todo. ¿Cómo lo soportas?
La curiosidad me consume cuando comienza a hablar de cual habría sido el destino de su distrito en caso de que me hubiera pasado algo irreparable, por lo que la observo de soslayo fijándome en el modo en el cual se expresa y se mueve a pesar de que yo me mantengo como una estatua a su lado. Es una chica joven, al menos más joven que mis padres, y podría ser bonita si no fuese por toda la mugre, maquillaje y ropa maltrecha que lleva encima; por un momento me pregunto como se vería si le diera tan solo dos horas con mi estilista personal. Por otro lado, lo que dice me hace preguntarme cómo es que el resto del mundo ve a mi madre. Sé que tenemos enemigos y sé que no todos nos quieren, es una ley de la política que he aprendido desde que he comenzado a hablar, pero a mis ojos Jamie Niniadis es quien me pregunta cómo me ha ido en la escuela y me informa que si quiero postre hay bastante, que solo tengo que pedirlo. No tengo mucho más que decir de ella porque mi madre se pasa horas encerrada en su despacho y papá es quien revisa mi tarea o me hace preguntas sobre mi día. Sí, quizá me gustaría un poco más de atención por su parte, pero entiendo que es una mujer ocupada. ¿Así es como la ve el resto del mundo? ¿Cómo la mujer que los destruirá si cruzan la raya? Miro a mi alrededor, porque he estudiado Historia en el colegio y sé muy bien que el distrito once fue destruido antes del gobierno de mi madre — Ella solo hace lo que debe hacer — acabo murmurando con seguridad, volviendo a observar la ventana con el mentón alzado, como si esa postura firme evitase cualquier tipo de contradicción — Todo tiene su lugar en el mundo y las personas que no obedecen la ley deben entender que el orden debe seguirse por el bien de todos.
Su hogar. Mi humor más bizarro hace eco en mi cabeza y sonrío de medio lado, tratando de reprimir cualquier gesto amistoso o divertido ante el chiste que se me ha ocurrido — Te enviaré un buen decorador para tu hogar, entonces — mascullo con gracia. Me reprendo a mí misma moviendo la cabeza y froto mi sien, tratando de relajar un poco los nervios que me han hecho doler la cabeza. Ojalá pudiese saber cómo marcharme, aunque esperar a que el distrito quede en silencio no me es tentador. Lo que me dice me deja un momento perdida, pero termino encogiendo mis delgados hombros por una fracción de segundo — Curiosidad — declaro — No he conocido los distritos del norte y confío en que debería hacerlo y verlo con mis propios ojos. Papá dice que es peligroso, pero si ellos van a estar en movimiento yo también quiero. Además un amigo me ha dicho que era horrible y quería confirmarlo — la mirada que lanzo alrededor deja bien en claro que opino que sus sospechas son ciertas, aunque no digo nada.
Estoy cansada y empiezo a notarlo con la sensación molesta en mis rodillas, así que de muy mala gana acomodo mi vestido para apoyarme en uno de los marcos, con mucho cuidado de no ensuciarme de más o clavarme algo que pueda causarme alguna enfermedad. Coloco las manos sobre mis rodillas y entorno la mirada cuando noto que los bulliciosos hombres siguen de largo, aunque sus voces se continúan escuchando como un eco — ¿Siempre es así? — pregunto sin poder contenerme — Creí que solamente estaban exagerando, especialmente Patrick porque él vive mintiendo sobre todo. ¿Cómo lo soportas?
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El recuerdo de los bombardeos en Londres logra erizar los vellos en la nuca de la bruja, quien permanece en su sitio sin moverse, como si no le molestara mantener la misma postura todo el rato. Observa el Distrito con ligera perturbación, creándose ante sus ojos una imagen llena de llamas, gritos y lamentos que inquietan su ser; sus parpados descienden e inspira profundamente para sosegar los funestos pensamientos mientras se muestra impasible al silencio que su respuesta causa en la estela roja, hasta que su respuesta le saca una breve risa rasposa -Lo que debe hacer…- repite con incredulidad -¿El bien de todos o el de unos pocos?- inquiere. Muchas personas en ese Distrito merecen una mejor vida pero el hecho de haber nacido en el lugar equivocado los condena a una vida de penuria.
Ignora el comentario de la decoración a sabiendas que esa niña, criada en una cuna de oro y ataviada con las mejores telas del país pocos lugares encontraría agradables más allá de su esplendorosa vivienda. Se concentra en lo que tiene que decir a continuación, es innegable que Rhea siente una nimia curiosidad por saber que lleva a Hero Niniadis al rincón del país y sus palabras no hacen más que confirmarle que su presencia no es más que un mero capricho por satisfacer -Estoy segura que cumplió tus expectativas- comenta, irónica y con sonrisa mordaz, haciendo alusión al descontento recibimiento que han tenido.Estira sus dedos dejando caer el fragmento de cristal al suelo, partiéndose en dos y levantando una pequeña capa de polvo de apenas un par de centímetros de alto.
A pesar de no mirar directamente a la pelirroja no deja de prestarle atención a sus movimientos, rogando que no haga nada estúpido inducida por la precaria necesidad de volver a los brazos de su padre y las delate; sus oídos están puestos en ella pero su mirada en las figuras cada vez más lejanas de los ladrones que antes lograron evitar -¿Cómo soportas tú una vida llena de comodidades?- la mira a los ojos, tomándose su tiempo para responder con otra cuestión a la princesa –Donde nacemos y como crecemos influye. Para mi es fácil pero para otras personas que huyen del gobierno de tu madre tras haber tenido una vida acomodada, no resulta tan sencillo- numerosas personas no se adaptan a una vida maltrecha, contraen enfermedades, carecen de alimentos, cometen fallos, se confían o son despistados y pagan con su vida los errores -No se trata de soportar sino de aprender a vivir con lo que tienes- esclarece. Baja la vista para rebuscar en los bolsillos de su chaqueta hasta que encuentra lo que busca: una bolsa sin abrir que contiene frutos secos -Te ofrecería pero probablemente prefieras morir de hambre- una sonrisa, esa vez divertida, resalta bajo la oscuridad del maquillaje y la suciedad. Se lleva algunos frutos a la boca, deleitándose del sabor -¿Qué es lo que te ha contado ese amigo tuyo sobre el Distrito?- ya que les quedaba todavía un rato allí escondidas, le llamaba la atención ver la perspectiva de la alta cuna, podría echarse unas risas a costa de ello.
Ignora el comentario de la decoración a sabiendas que esa niña, criada en una cuna de oro y ataviada con las mejores telas del país pocos lugares encontraría agradables más allá de su esplendorosa vivienda. Se concentra en lo que tiene que decir a continuación, es innegable que Rhea siente una nimia curiosidad por saber que lleva a Hero Niniadis al rincón del país y sus palabras no hacen más que confirmarle que su presencia no es más que un mero capricho por satisfacer -Estoy segura que cumplió tus expectativas- comenta, irónica y con sonrisa mordaz, haciendo alusión al descontento recibimiento que han tenido.Estira sus dedos dejando caer el fragmento de cristal al suelo, partiéndose en dos y levantando una pequeña capa de polvo de apenas un par de centímetros de alto.
A pesar de no mirar directamente a la pelirroja no deja de prestarle atención a sus movimientos, rogando que no haga nada estúpido inducida por la precaria necesidad de volver a los brazos de su padre y las delate; sus oídos están puestos en ella pero su mirada en las figuras cada vez más lejanas de los ladrones que antes lograron evitar -¿Cómo soportas tú una vida llena de comodidades?- la mira a los ojos, tomándose su tiempo para responder con otra cuestión a la princesa –Donde nacemos y como crecemos influye. Para mi es fácil pero para otras personas que huyen del gobierno de tu madre tras haber tenido una vida acomodada, no resulta tan sencillo- numerosas personas no se adaptan a una vida maltrecha, contraen enfermedades, carecen de alimentos, cometen fallos, se confían o son despistados y pagan con su vida los errores -No se trata de soportar sino de aprender a vivir con lo que tienes- esclarece. Baja la vista para rebuscar en los bolsillos de su chaqueta hasta que encuentra lo que busca: una bolsa sin abrir que contiene frutos secos -Te ofrecería pero probablemente prefieras morir de hambre- una sonrisa, esa vez divertida, resalta bajo la oscuridad del maquillaje y la suciedad. Se lleva algunos frutos a la boca, deleitándose del sabor -¿Qué es lo que te ha contado ese amigo tuyo sobre el Distrito?- ya que les quedaba todavía un rato allí escondidas, le llamaba la atención ver la perspectiva de la alta cuna, podría echarse unas risas a costa de ello.
La mirada que le dedico es la misma que suelo utilizar en clase cuando sospecho que un profesor me está haciendo una pregunta tramposa. Es obvio que ella no sale beneficiada con el sistema actual, pero sé de buena mano que podría llevar una vida decente si se lo propusiera. Si es bruja no tiene por qué ocultarse al cumplir la ley y si es muggle, hay muchos esclavos que han encontrado estabilidad con amos que les dan un techo, comida y ropas limpias. Sí, los que viven a la miseria están allí porque eligieron estar — Para todos — afirmo como verdad absoluta.
No, no cumplió mis expectativas, aunque no estoy muy segura de cuales eran éstas. Esperaba miseria pero no tal grado de violencia, además de que creí que todo el asunto de los edificios en ruinas era mera propaganda porque nadie elegiría quedarse en un lugar como este, al menos no por su propia cuenta. ¿Por qué lo hacen entonces? ¿Por qué continúan siendo tan orgullosos en lugar de aceptar sus errores? Agachar la cabeza es mejor que seguir sufriendo, creo que eso es tan claro como el agua, aunque se me hace que el concepto de "claridad" no es el mismo aquí que en el Capitolio.
Su explicación me toma por sorpresa y por un instante estoy por responderle hasta que me doy cuenta de que es una pregunta retórica, o eso creo. La dejo hablar, sabiendo que mamá encontraría mil y un formas de cerrarle el hocico a sus quejas y opiniones, aunque yo no me atrevo a hacerlo porque he aprendido de papá que siempre es mejor escuchar lo que el resto tiene para decir. Algo me dice que quizá, si la situación fuese diferente, esta chica y mi padre se hubiesen llevado bien; conozco las historias y sé como él se ha adaptado a la situación de cuidar de mi hermano en un simple bar, mientras mi madre luchaba por nuestros derechos. Papá es un buen hombre, aunque a veces parece no saber alzar la voz al menos que yo me haya comido todos los dulces. — No se trata de conformarse tampoco — opino simplemente. Como dije antes, si ellos quisieran estar mejor lo buscarían, nada se consigue con sentarse a lamentar lo triste que ha sido tu vida.
Miro la bolsa que saca y tengo que echarme un poco hacia delante para ver qué es lo que tiene dentro, pero se me hace poco tentador y tengo la sensación de que tendría que beber agua para pasarlo por mi garganta. Niego con un "gracias" que apenas se escucha y vuelvo a apoyar mi espalda contra la pared de muy mala gana, sintiendo la piedra y la humedad de la misma enfriar mi vestido al punto en el cual un estremecimiento me recorre de pies a cabeza. El sonido de una rata me sobresalta y giro la cabeza con rapidez, tratando de verla en algún punto de la habitación, pero posiblemente el roedor ha huido a una velocidad mucho más rápida que mi visión.
— Me ha dicho que su padre vino algunas veces. Es auror — le explico, todavía buscando al animal con obvia desconfianza, la misma que me prohíbe relajarme del todo al regresar a mi posición — Me contó historias de gente con pústulas por todo cuerpo y que se te pagaban al tuyo si te tocaban. Dijo que la gente cazaba animales domésticos y se comía hasta las ratas, y que por eso no hay muchos perros o gatos por aquí — la sola idea me da náuseas y tengo que respirar profundamente para mantenerme firme, aunque chequeo a ver su expresión — También dijo que es peligroso porque hay muchos hombres lobo — la idea de estar en los distritos del norte cerca de la luna llena siempre le dio pánico al resto, en especial a los niños pequeños — ¿Qué de todo lo que me ha contado es verdad?
No, no cumplió mis expectativas, aunque no estoy muy segura de cuales eran éstas. Esperaba miseria pero no tal grado de violencia, además de que creí que todo el asunto de los edificios en ruinas era mera propaganda porque nadie elegiría quedarse en un lugar como este, al menos no por su propia cuenta. ¿Por qué lo hacen entonces? ¿Por qué continúan siendo tan orgullosos en lugar de aceptar sus errores? Agachar la cabeza es mejor que seguir sufriendo, creo que eso es tan claro como el agua, aunque se me hace que el concepto de "claridad" no es el mismo aquí que en el Capitolio.
Su explicación me toma por sorpresa y por un instante estoy por responderle hasta que me doy cuenta de que es una pregunta retórica, o eso creo. La dejo hablar, sabiendo que mamá encontraría mil y un formas de cerrarle el hocico a sus quejas y opiniones, aunque yo no me atrevo a hacerlo porque he aprendido de papá que siempre es mejor escuchar lo que el resto tiene para decir. Algo me dice que quizá, si la situación fuese diferente, esta chica y mi padre se hubiesen llevado bien; conozco las historias y sé como él se ha adaptado a la situación de cuidar de mi hermano en un simple bar, mientras mi madre luchaba por nuestros derechos. Papá es un buen hombre, aunque a veces parece no saber alzar la voz al menos que yo me haya comido todos los dulces. — No se trata de conformarse tampoco — opino simplemente. Como dije antes, si ellos quisieran estar mejor lo buscarían, nada se consigue con sentarse a lamentar lo triste que ha sido tu vida.
Miro la bolsa que saca y tengo que echarme un poco hacia delante para ver qué es lo que tiene dentro, pero se me hace poco tentador y tengo la sensación de que tendría que beber agua para pasarlo por mi garganta. Niego con un "gracias" que apenas se escucha y vuelvo a apoyar mi espalda contra la pared de muy mala gana, sintiendo la piedra y la humedad de la misma enfriar mi vestido al punto en el cual un estremecimiento me recorre de pies a cabeza. El sonido de una rata me sobresalta y giro la cabeza con rapidez, tratando de verla en algún punto de la habitación, pero posiblemente el roedor ha huido a una velocidad mucho más rápida que mi visión.
— Me ha dicho que su padre vino algunas veces. Es auror — le explico, todavía buscando al animal con obvia desconfianza, la misma que me prohíbe relajarme del todo al regresar a mi posición — Me contó historias de gente con pústulas por todo cuerpo y que se te pagaban al tuyo si te tocaban. Dijo que la gente cazaba animales domésticos y se comía hasta las ratas, y que por eso no hay muchos perros o gatos por aquí — la sola idea me da náuseas y tengo que respirar profundamente para mantenerme firme, aunque chequeo a ver su expresión — También dijo que es peligroso porque hay muchos hombres lobo — la idea de estar en los distritos del norte cerca de la luna llena siempre le dio pánico al resto, en especial a los niños pequeños — ¿Qué de todo lo que me ha contado es verdad?
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En las facciones de la morena se desdibuja una media sonrisa, la misma que contiene una sonora carcajada que amenaza con estallar en su pecho ante la gracia que le causa la respuesta, sin embargo la reserva a esperas de seguir con aquella conversación que por el momento tan sólo le demuestra lo que ya imaginaba: la pequeña estrella de la presidenta idolatra a su madre y es incapaz de ver las fallas de su gobierno. Sigue degustando los frutos secos en su paladar, recordando haberlos robado de la bolsa de viajeros que descansaban al resguardo del fuego en las colinas, cerca de la linde del bosque; le sorprendía que aún quedaran personas tan ingenuas que se aventuraban por los Distritos del norte sin precaución -¿Quién ha dicho que estemos conformes?- la observa con una ceja alzada. Lo sucedido con su llegada no es más que una muestra de que, evidentemente, los ciudadanos no se van a conformar con lo que tienen y exigen al gobierno un cambio que de verdad sea favorecedor aunque implique usar la fuerza. Al parecer, la única forma de hacerse oír.
Es cierto que el norte alberga delincuentes de todas las clases, sin embargo, existe un mayor tanto por ciento de familias carentes de recursos y todos tienen un deseo común: salir de la inmundicia donde están metidos. No es tan fácil como acudir a distritos más ricos e intentar hacer una vida. El apellido, tu raza, tus estudios… todo te condiciona.
Alza una ceja al apreciar su inquietud ante el paseo de una rata por el lugar, sacando la adelantada suposición que la princesa de haber visto alguna vez ese roedor habría sido en libros o encerrado en algún lugar donde no pudiera dañarla. Escucha con atención la información que tiene sobre el Distrito, asintiendo de forma inapreciable a medida que va relatando -Una gran parte es verdad pero tienes la historia a la mitad- sus dedos hurgaron en la bolsa tratando de alcanzar una avellana -Hace unos ocho años hubo una epidemia de viruela de dragón. No sé si sabes lo que es- posó sus ojos en los ajenos -Se trata de una enfermedad infecciosa, puede recordar a la gripe pero llena tu cuerpo de pústulas y tu piel se torna de un color verde acuoso. Decenas de personas a lo largo y ancho de los distritos del norte murieron, en su mayoría ancianos y niños, otras muchas sobrevivieron- no fue una época agradable, a ciencia cierta -Pero se erradicó la epidemia. Sabes quien contrajo la enfermedad y sobrevivió porque conservan un tono de piel extraño. No son peligrosos ni contagiosos, así que no tienes de qué preocuparte- finalmente agarró la avellana entre sus dedos índice y corazón -No cazamos animales domésticos, bueno a no ser que los conejos cuenten pero solemos cuidar de los perros y los gatos, ellos se comen las ratas que son las principales transmisoras de enfermedades; algo parecido a una simbiosis- rara vez se sabía de personas que comían a dichos animales, de suceder era por la más urgente necesidad.
Finalmente se lleva el fruto a la boca, masticando con parsimonia antes de responder al punto que le quedaba. Aquella conversación estaba siendo más larga de lo imaginada pero no estaba de más darle una pizca de realidad a la joven Niniadis, además de perspectiva -Si que hay hombres lobos, los que más han sufrido, diría yo. Perseguidos por ambos gobiernos, no parecen tener sitio en ningún lugar- todo por la bestia indómita que en las noches de luna llena se apoderaba de sus consciencias, como si hubiesen elegido ser aquello -La mayoría procuran no dañar a nadie tomando medidas. Y si alguno es descubierto de haber dañado o matado a una persona, no vive demasiado después- si la estela roja le echaba algo de imaginación, podía suponer lo que sus palabras indicaban.
Tras esos minutos de charla la morena guardó silencio, observando las calles del Distrito con indiferencia, sin percatarse de ese aspecto lúgubre acrecentado por la falta de luz natural. Ya había pasado varias horas desde el incidente y la relativa calma parecía volver a reinar -Arriba- ordenó mientras se bajaba con un ágil movimiento del alfeizar -Cuando lleguemos a la calle ve con la cabeza agachada, no mires a nadie, podrían reconocerte- no quiere incidentes por actos absurdos -Me vas a odiar- sin explicar sus palabras, en un solo movimiento sus manos se llenan del polvo y suciedad de las paredes, impregnándolas en el cabello y rostro de la joven -Ya tendrás tiempo para baños, princesa- añade a sabiendas que no serán pocas las protestas o resoplos que saldrán de sus labios. Se gira sobre sus talones, comenzando a descender las escaleras hacia la planta baja, sin fijarse que la pelirroja la siga.
Es cierto que el norte alberga delincuentes de todas las clases, sin embargo, existe un mayor tanto por ciento de familias carentes de recursos y todos tienen un deseo común: salir de la inmundicia donde están metidos. No es tan fácil como acudir a distritos más ricos e intentar hacer una vida. El apellido, tu raza, tus estudios… todo te condiciona.
Alza una ceja al apreciar su inquietud ante el paseo de una rata por el lugar, sacando la adelantada suposición que la princesa de haber visto alguna vez ese roedor habría sido en libros o encerrado en algún lugar donde no pudiera dañarla. Escucha con atención la información que tiene sobre el Distrito, asintiendo de forma inapreciable a medida que va relatando -Una gran parte es verdad pero tienes la historia a la mitad- sus dedos hurgaron en la bolsa tratando de alcanzar una avellana -Hace unos ocho años hubo una epidemia de viruela de dragón. No sé si sabes lo que es- posó sus ojos en los ajenos -Se trata de una enfermedad infecciosa, puede recordar a la gripe pero llena tu cuerpo de pústulas y tu piel se torna de un color verde acuoso. Decenas de personas a lo largo y ancho de los distritos del norte murieron, en su mayoría ancianos y niños, otras muchas sobrevivieron- no fue una época agradable, a ciencia cierta -Pero se erradicó la epidemia. Sabes quien contrajo la enfermedad y sobrevivió porque conservan un tono de piel extraño. No son peligrosos ni contagiosos, así que no tienes de qué preocuparte- finalmente agarró la avellana entre sus dedos índice y corazón -No cazamos animales domésticos, bueno a no ser que los conejos cuenten pero solemos cuidar de los perros y los gatos, ellos se comen las ratas que son las principales transmisoras de enfermedades; algo parecido a una simbiosis- rara vez se sabía de personas que comían a dichos animales, de suceder era por la más urgente necesidad.
Finalmente se lleva el fruto a la boca, masticando con parsimonia antes de responder al punto que le quedaba. Aquella conversación estaba siendo más larga de lo imaginada pero no estaba de más darle una pizca de realidad a la joven Niniadis, además de perspectiva -Si que hay hombres lobos, los que más han sufrido, diría yo. Perseguidos por ambos gobiernos, no parecen tener sitio en ningún lugar- todo por la bestia indómita que en las noches de luna llena se apoderaba de sus consciencias, como si hubiesen elegido ser aquello -La mayoría procuran no dañar a nadie tomando medidas. Y si alguno es descubierto de haber dañado o matado a una persona, no vive demasiado después- si la estela roja le echaba algo de imaginación, podía suponer lo que sus palabras indicaban.
Tras esos minutos de charla la morena guardó silencio, observando las calles del Distrito con indiferencia, sin percatarse de ese aspecto lúgubre acrecentado por la falta de luz natural. Ya había pasado varias horas desde el incidente y la relativa calma parecía volver a reinar -Arriba- ordenó mientras se bajaba con un ágil movimiento del alfeizar -Cuando lleguemos a la calle ve con la cabeza agachada, no mires a nadie, podrían reconocerte- no quiere incidentes por actos absurdos -Me vas a odiar- sin explicar sus palabras, en un solo movimiento sus manos se llenan del polvo y suciedad de las paredes, impregnándolas en el cabello y rostro de la joven -Ya tendrás tiempo para baños, princesa- añade a sabiendas que no serán pocas las protestas o resoplos que saldrán de sus labios. Se gira sobre sus talones, comenzando a descender las escaleras hacia la planta baja, sin fijarse que la pelirroja la siga.
Quiero decirle que ellos mismos demuestran su conformidad sin trabajar por un modo de vida decente, pero algo me dice que ella encontrará cientos de excusas para discutir mi punto de vista así que solo me conformo con hacer un mohín con los labios que me hace parecer mucho más tonta e inmadura de lo que en realidad soy. Mis padres me han educado para ser conocedora de todo lo que ocurre alrededor porque, me guste o no, si ellos faltan algún día creo ser la única disponible para continuar con su trabajo. No es como si mis hermanos se mostrasen disponibles y dispuestos como para tomar esa responsabilidad...
Estoy por decir que claro que sé lo que es la viruela de dragón, si vamos al caso yo misma he escrito un trabajo bastante aceptable para la escuela sobre la misma, pero ella ya está dando explicaciones sobre sus efectos en tal magnitud que tengo que hacer un enorme esfuerzo por no poner mi mejor cara de asco. Quizá la epidemia fue controlada, pero la forma en la que tiene de hablar del distrito me convence en segundos de que definitivamente no es un lugar donde me gustaría vivir. Nadie en su sano juicio podría elegir una supervivencia entre ruinas, enfermedades y mugre cuando pueden existir otras opciones, pero creo que sería demasiado brusco si le informo que yo preferiría morir antes de pasar por eso. La oigo atentamente y espero que no crea que lo que me dice me entra por un oído y sale por el otro, sino que de muy mala gana la información se me va metiendo en el cerebro y un escalofrío me recorre en cuanto aclara la situación de los hombres lobo. Nos aguarda el silencio, dejando mis ojos observar la creciente oscuridad, mientras mis manos frotan mis rodillas heridas en un simple gesto de resguardo — Esas criaturas me dan miedo — acabo confesando. Licántropos, veelas, vampiros... toda clase de existencia diferente me provoca pavor, por lo que siempre intenté mantenerme lejos de ellos. Si alguna vez sus genes se expandieran, estoy segura de que nosotros nos extinguiríamos y solo seríamos extrañas mutaciones. Un futuro tan espantoso como ese debería ser erradicado de cualquier posibilidad de existir.
La voz de la desconocida me deja un momento descolocada gracias a la quietud que se había sumido entre nosotras, como una calma desconocida justo antes de tener que volver a iniciar la marcha. Mi corazón retumba como un tambor pequeño dentro de mi pecho ante la inminente idea de estar nuevamente al descubierto, pero sé que es la única forma de volver con papá y a casa — ¿Pero qué...? — no alcanzo a decir nada más hasta que ella empieza a ponerme mugre por todos lados, haciéndome estornudar y toser por culpa del polvo que me entra en la nariz y me hace largar quejidos de asco en cuanto noto el pegote de una tela de araña en mi pelo — ¡Me hice un tratamiento para el cabello esta mañana! — me quejo, pero es obvio que ella no me escucha. Puede que sea una genial rescatadora, pero necesita unos cuantos consejos de moda y belleza femenina.
Salir del edificio no nos toma mucho tiempo y pronto estamos en unas calles tan silenciosas y oscuras que me siento como si fuese un pueblo fantasma. Me mantengo cerca de ella, manteniendo la mirada gacha como me ha dicho aunque mis ojos chequean constantemente de soslayo en busca de alguna señal de movimiento, tomándome la molestia y atrevimiento de señalar el camino que recuerdo haber tomado cuando llegamos. Quizá me alejé del punto del incidente, pero aún recuerdo que aterrizamos en una de las plazas más grandes de toda la zona — Quizá papá pueda darte alguna recompensa — comento en algún momento de nuestro silencio, cruzando mis brazos sobre el pecho sin estar segura de si ella lo desea. ¿No le vendría bien algunas cosas nuevas? ¿Comida? Intento ver su rostro para identificar qué le parece la idea, pero no soy buena leyendo expresiones — ¿Lo has considerado?
Hubiese dicho algo más si no fuese porque escucho mi nombre a lo lejos y el alma se me congela durante una fracción de segundo, temiendo haber sido encontradas por algún indeseable. Pero entonces reconozco las figuras de los aurores con las varitas en alto y automáticamente alzo las manos en señal de paz, sabiendo por su rapidez que estarán dispuestos a atacar si es necesario — ¡Todo está bien! ¡Estoy bien! ¡Ella me ha ayudado! — e insisto más de una vez. Les guste o no, por más extraño que parezca, deben oírme.
Estoy por decir que claro que sé lo que es la viruela de dragón, si vamos al caso yo misma he escrito un trabajo bastante aceptable para la escuela sobre la misma, pero ella ya está dando explicaciones sobre sus efectos en tal magnitud que tengo que hacer un enorme esfuerzo por no poner mi mejor cara de asco. Quizá la epidemia fue controlada, pero la forma en la que tiene de hablar del distrito me convence en segundos de que definitivamente no es un lugar donde me gustaría vivir. Nadie en su sano juicio podría elegir una supervivencia entre ruinas, enfermedades y mugre cuando pueden existir otras opciones, pero creo que sería demasiado brusco si le informo que yo preferiría morir antes de pasar por eso. La oigo atentamente y espero que no crea que lo que me dice me entra por un oído y sale por el otro, sino que de muy mala gana la información se me va metiendo en el cerebro y un escalofrío me recorre en cuanto aclara la situación de los hombres lobo. Nos aguarda el silencio, dejando mis ojos observar la creciente oscuridad, mientras mis manos frotan mis rodillas heridas en un simple gesto de resguardo — Esas criaturas me dan miedo — acabo confesando. Licántropos, veelas, vampiros... toda clase de existencia diferente me provoca pavor, por lo que siempre intenté mantenerme lejos de ellos. Si alguna vez sus genes se expandieran, estoy segura de que nosotros nos extinguiríamos y solo seríamos extrañas mutaciones. Un futuro tan espantoso como ese debería ser erradicado de cualquier posibilidad de existir.
La voz de la desconocida me deja un momento descolocada gracias a la quietud que se había sumido entre nosotras, como una calma desconocida justo antes de tener que volver a iniciar la marcha. Mi corazón retumba como un tambor pequeño dentro de mi pecho ante la inminente idea de estar nuevamente al descubierto, pero sé que es la única forma de volver con papá y a casa — ¿Pero qué...? — no alcanzo a decir nada más hasta que ella empieza a ponerme mugre por todos lados, haciéndome estornudar y toser por culpa del polvo que me entra en la nariz y me hace largar quejidos de asco en cuanto noto el pegote de una tela de araña en mi pelo — ¡Me hice un tratamiento para el cabello esta mañana! — me quejo, pero es obvio que ella no me escucha. Puede que sea una genial rescatadora, pero necesita unos cuantos consejos de moda y belleza femenina.
Salir del edificio no nos toma mucho tiempo y pronto estamos en unas calles tan silenciosas y oscuras que me siento como si fuese un pueblo fantasma. Me mantengo cerca de ella, manteniendo la mirada gacha como me ha dicho aunque mis ojos chequean constantemente de soslayo en busca de alguna señal de movimiento, tomándome la molestia y atrevimiento de señalar el camino que recuerdo haber tomado cuando llegamos. Quizá me alejé del punto del incidente, pero aún recuerdo que aterrizamos en una de las plazas más grandes de toda la zona — Quizá papá pueda darte alguna recompensa — comento en algún momento de nuestro silencio, cruzando mis brazos sobre el pecho sin estar segura de si ella lo desea. ¿No le vendría bien algunas cosas nuevas? ¿Comida? Intento ver su rostro para identificar qué le parece la idea, pero no soy buena leyendo expresiones — ¿Lo has considerado?
Hubiese dicho algo más si no fuese porque escucho mi nombre a lo lejos y el alma se me congela durante una fracción de segundo, temiendo haber sido encontradas por algún indeseable. Pero entonces reconozco las figuras de los aurores con las varitas en alto y automáticamente alzo las manos en señal de paz, sabiendo por su rapidez que estarán dispuestos a atacar si es necesario — ¡Todo está bien! ¡Estoy bien! ¡Ella me ha ayudado! — e insisto más de una vez. Les guste o no, por más extraño que parezca, deben oírme.
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No aportó mayores comentarios respecto a los licántropos una vez le dio esa breve información a la pelirroja, escuchando su temor a los mismos. Por su parte, Rhea se encontraba sumida a un sentimiento de dualidad con las personas que sufrían la desgracia de ser siervos de la luna, víctima como Hero de los miedos, del lado natural de los instintos que gritaban evitar a esa clase de criaturas; sin embargo, tras conocer a numerosos licántropos trataba de recordar a las personas que habían detrás de las bestias, esos que en su mayoría se odiaban a sí mismos y lamentaban su existencia, incapaces de darle fin. Por ello buscaban la redención ayudando en todo lo posible, alejándose de las zonas locales hacia los bosques la semana previa a la luna llena. Por desgracia eso no siempre funcionaba. Siobhan. Una mujer atenta, protectora e inteligente, pocos se atrevían a enfrentarla y no por el ser que habitaba en su interior sino porque imponía respeto; la recordaba como parte de la familia, ser cuidadosa hasta que una noche la bestia desatada con la luna en su culmen atacó a un anciano a las afueras. El final de la mujer fue, como para otros como ella, desalentador. El recuerdo le hace suspirar largamente.
Las quejas no tardaron en hacerse escuchar, no obstante la morena ya no la escuchaba, simplemente rodó la mirada con cierta exasperación mientras bajaba las escaleras y se asomaba por la entrada que usaron, haciendo un primer chequeo de las calles. Ya andando de nuevo juntas se veía en la continua tarea de asegurarse que el cometa rojo siguiera a su vera y, al mismo tiempo, apreciar las personas con las que se iban cruzando. Su comentario le hizo sopesar -No hasta que lo has nombrado- admitió con aire pensativo.
Al igual que la joven, escucha como pronuncian su nombre en la lejanía y el cuerpo de la bruja se tensa. Sea quien sea el que haya gritado no será beneficioso para Rhea. “Joder” piensa al ver a los aurores con las varitas alzadas, lista para huir, va a hacer uso de la aparición cuando se ve sorprendida por la protección de Hero; mira a la niña extrañada pero finalmente suspira con pesadez, sin poder deshacerse de la tensión en sus hombros –Lamento decirte que tienes un equipo de seguridad un tanto inútil y necio si me apuntan con sus varitas estando a tu lado- critica sin cortesía alguna -Sería todo un detalle que guardaran las varitas, como muestra de paz- los ojos de la repudiada no se apartaban de las armas que la apuntaban, sintiendo la evidente desventaja de no contar con una. Por otro lado se encuentra con las manos alzadas hasta la altura de sus hombros en señal de inocencia, esperando que las palabras de la hija de la Presidenta sean suficiente para contener los hechizos que ya habrían caído como una lluvia contra su cuerpo de no estar a su vera.
Las quejas no tardaron en hacerse escuchar, no obstante la morena ya no la escuchaba, simplemente rodó la mirada con cierta exasperación mientras bajaba las escaleras y se asomaba por la entrada que usaron, haciendo un primer chequeo de las calles. Ya andando de nuevo juntas se veía en la continua tarea de asegurarse que el cometa rojo siguiera a su vera y, al mismo tiempo, apreciar las personas con las que se iban cruzando. Su comentario le hizo sopesar -No hasta que lo has nombrado- admitió con aire pensativo.
Al igual que la joven, escucha como pronuncian su nombre en la lejanía y el cuerpo de la bruja se tensa. Sea quien sea el que haya gritado no será beneficioso para Rhea. “Joder” piensa al ver a los aurores con las varitas alzadas, lista para huir, va a hacer uso de la aparición cuando se ve sorprendida por la protección de Hero; mira a la niña extrañada pero finalmente suspira con pesadez, sin poder deshacerse de la tensión en sus hombros –Lamento decirte que tienes un equipo de seguridad un tanto inútil y necio si me apuntan con sus varitas estando a tu lado- critica sin cortesía alguna -Sería todo un detalle que guardaran las varitas, como muestra de paz- los ojos de la repudiada no se apartaban de las armas que la apuntaban, sintiendo la evidente desventaja de no contar con una. Por otro lado se encuentra con las manos alzadas hasta la altura de sus hombros en señal de inocencia, esperando que las palabras de la hija de la Presidenta sean suficiente para contener los hechizos que ya habrían caído como una lluvia contra su cuerpo de no estar a su vera.
Mentiría si dijese que no me sorprende en lo absoluto que no haya considerado la idea de ser premiada por su servicio porque en verdad lo hace, lo demuestro con los orbes abiertos de par en par y brillando demasiado por culpa de la oscuridad y la mugre que se ha pegado a la piel de mi rostro. He escuchado que la gente del norte siempre encuentra el modo de sacar ventaja de nosotros, la gente que se esfuerza por estudiar, trabajar y llevar el país adelante, por lo que no me esperaba en lo absoluto una respuesta de esa índole que además reconozco como honesta. La observo, preguntándome cómo podría compensar las molestias que se ha tomado, pero no consigo decidirme antes de la intervensión de los aurores.
Tengo que admitir que su punto de vista es totalmente válido y estoy segura de que el jefe del escuadrón la ha escuchado, en especial porque su rostro parece crisparse ante la idea de recibir sugerencias por parte de alguien como mi acompañante. Algunos aurores vacilan, pero en cuanto se oye la voz líder clamando en busca de acusarla de cualquier tipo de atentado contra mi persona, doy una patada caprichosa al suelo y me acerco grandes zancadas en su dirección. ¿Qué ocurre en los segundos siguientes? Hablamos en murmullos, a sabiendas de que un hombre en su posición no desea seguir las órdenes de alguien de mi edad, mientras el silencio a nuestro alrededor es atento y se encuentra cargado de tensión. ¿Alguna vez sentí simpatía por esta gente? No, en lo absoluto. Pero la justicia debe ser empleada contra aquellos que cumplieron con alguna falta y puedo asegurar que de la parte de mi acompañante no ha existido ninguna, al menos conmigo en su presencia. Y les vale que si no fuese por ella, yo no estaría aquí.
Cuesta una eternidad y los nervios empiezan a afirmarse en mi piel. Estoy segura de que mi padre estará histérico, buscando salir por su propia cuenta para ir detrás de mí, preso de la seguridad impuesta solo porque somos la familia más importante de toda la nación. Finalmente y de muy mala gana, el líder del escuadrón asiente con la cabeza y mi cuerpo se gira en dirección a mi rescatadora, a quien me acerco con las manos detrás de mi espalda — Tu libertad te pertenece y créeme que no olvidaré lo que has hecho por mí en este día — aseguro, sabiendo que el círculo de seguridad no se romperá hasta que yo decida moverse — Creo que hablo por mis padres y por mí cuando digo que estamos más que agradecidos. Te prometo que encontraremos el modo de recompensarte.
Y sin más, con un movimiento educado de la cabeza, estiro mi mano hacia ella para estrecharla; sé que no tiene pústulas y creo que ya estoy lo suficientemente sucia como para preocuparme por su higiene personal. Honestamente, ella debería entender que es mi mayor gesto de confianza luego de saber que me ha salvado la vida o al menos la dignidad — Ha sido un placer conocerte.
Tengo que admitir que su punto de vista es totalmente válido y estoy segura de que el jefe del escuadrón la ha escuchado, en especial porque su rostro parece crisparse ante la idea de recibir sugerencias por parte de alguien como mi acompañante. Algunos aurores vacilan, pero en cuanto se oye la voz líder clamando en busca de acusarla de cualquier tipo de atentado contra mi persona, doy una patada caprichosa al suelo y me acerco grandes zancadas en su dirección. ¿Qué ocurre en los segundos siguientes? Hablamos en murmullos, a sabiendas de que un hombre en su posición no desea seguir las órdenes de alguien de mi edad, mientras el silencio a nuestro alrededor es atento y se encuentra cargado de tensión. ¿Alguna vez sentí simpatía por esta gente? No, en lo absoluto. Pero la justicia debe ser empleada contra aquellos que cumplieron con alguna falta y puedo asegurar que de la parte de mi acompañante no ha existido ninguna, al menos conmigo en su presencia. Y les vale que si no fuese por ella, yo no estaría aquí.
Cuesta una eternidad y los nervios empiezan a afirmarse en mi piel. Estoy segura de que mi padre estará histérico, buscando salir por su propia cuenta para ir detrás de mí, preso de la seguridad impuesta solo porque somos la familia más importante de toda la nación. Finalmente y de muy mala gana, el líder del escuadrón asiente con la cabeza y mi cuerpo se gira en dirección a mi rescatadora, a quien me acerco con las manos detrás de mi espalda — Tu libertad te pertenece y créeme que no olvidaré lo que has hecho por mí en este día — aseguro, sabiendo que el círculo de seguridad no se romperá hasta que yo decida moverse — Creo que hablo por mis padres y por mí cuando digo que estamos más que agradecidos. Te prometo que encontraremos el modo de recompensarte.
Y sin más, con un movimiento educado de la cabeza, estiro mi mano hacia ella para estrecharla; sé que no tiene pústulas y creo que ya estoy lo suficientemente sucia como para preocuparme por su higiene personal. Honestamente, ella debería entender que es mi mayor gesto de confianza luego de saber que me ha salvado la vida o al menos la dignidad — Ha sido un placer conocerte.
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La perturbación en el rostro del jefe del escuadrón hace que la morena sonría con descaro y petulancia, apreciando de primera mano el estúpido orgullo que una simple placa identificativa les aporta; sin embargo, el gesto de Rhea se altera hacia una expresión seria, su cuerpo se tensa y sus dedos descienden con lentitud hacia el cincho de su espada. Son esos intentos de inculparla lo que la llevan a desconfiar del gobierno. Basta con no ser un ciudadano sumiso para convertirse en el objetivo.
Es el pisotón, la pataleta de Hero, lo que la despista por un segundo. Observa, minuciosa y en la distancia, la conversación que mantiene con el cabecilla de los aurores mientras se cuestiona las posibles desobediencias que puedan realizar a pesar de la orden de la joven, ya que Hero no deja de ser una niña y los adultos tienen tendencia a ignorarlos, en especial las figuras de autoridad. Son minutos de tensión en los que Rhea se sorprende a sí misma, a esas alturas ya habría usado la aparición para liberarse del posible altercado; no obstante, ahí seguía, aportando su confianza, libertad y vida a la hija de Jamie Niniadis. Permaneciendo en un estado de impacientada quietud, por fin hay nuevos movimientos; la bruja mestiza alterna la mirada entre los aurores, centrándola finalmente en el pequeño cometa rojo.
Atiende a sus palabras, asintiendo con lentitud sin pronunciar palabra. El gesto de ofrecimiento le sorprende y se aprecia en sus cejas alzadas pero estira la mano estrechando la ajena -Has sido menos insufrible de lo que imaginaba, princesa- un atisbo de sonrisa cordial se vislumbra, fugaz, en sus labios -Te recomiendo que hagas cambios en vuestro equipo de seguridad- finaliza con desgarbo, sabiendo que sería escuchada por los susodichos. Sin esperar más, dejó ir la mano de la pelirroja y desapareció del lugar.
Es el pisotón, la pataleta de Hero, lo que la despista por un segundo. Observa, minuciosa y en la distancia, la conversación que mantiene con el cabecilla de los aurores mientras se cuestiona las posibles desobediencias que puedan realizar a pesar de la orden de la joven, ya que Hero no deja de ser una niña y los adultos tienen tendencia a ignorarlos, en especial las figuras de autoridad. Son minutos de tensión en los que Rhea se sorprende a sí misma, a esas alturas ya habría usado la aparición para liberarse del posible altercado; no obstante, ahí seguía, aportando su confianza, libertad y vida a la hija de Jamie Niniadis. Permaneciendo en un estado de impacientada quietud, por fin hay nuevos movimientos; la bruja mestiza alterna la mirada entre los aurores, centrándola finalmente en el pequeño cometa rojo.
Atiende a sus palabras, asintiendo con lentitud sin pronunciar palabra. El gesto de ofrecimiento le sorprende y se aprecia en sus cejas alzadas pero estira la mano estrechando la ajena -Has sido menos insufrible de lo que imaginaba, princesa- un atisbo de sonrisa cordial se vislumbra, fugaz, en sus labios -Te recomiendo que hagas cambios en vuestro equipo de seguridad- finaliza con desgarbo, sabiendo que sería escuchada por los susodichos. Sin esperar más, dejó ir la mano de la pelirroja y desapareció del lugar.
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