The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Por tercera vez en los últimos diez minutos, el rostro de la joven se alzaba en busca del reloj de pared y la posición de las manecillas del mismo, con el sentimiento de expectación palpitando en su pecho, recorriendo sus piernas hasta ver la luz con un nervioso repiqueteo de pies contra el suelo. Esa mañana, mientras compartía desayuno en familia, acordó con su madre que esa noche sería para ellas, una cena, ese tiempo previo en la cocina, contarse como había ido el día por típico que resultara, una costumbre que tenían desde hace años y que mantenía cercano los lazos madre e hija.

Dejó su cuerpo caer sobre los asientos del sofá, una costumbre que hacía lejos de los ojos de su progenitora quien veía esa acción poco adecuada además de "estropear" los cojines y observó el techo, repasando la tarde. Al salir de clases fue a casa de Violet, solo pasaron dos días desde la anterior vez que se vieron pero le costaba algo más de la cuenta asimilar que su hermana ya no vivía con ellos, que Teddy se fue con ella y que era tía de una pequeña desde hace unos meses. Por la barba de Merlín, sucedieron tantas cosas que ni si quiera era completamente consciente de ello, aunque todos estábamos felices así que eso era lo importante.

El tiempo en casa de Violet pasó en un pestañeo, tan rápido que regresó corriendo a casa por temor a no estar presente cuando su madre regresara del trabajo, pero ahí estaba, contemplando el techo -No tengo nada para ti, glotón- bajo la vista hacia el cuello de su chaqueta, de la cual comenzó a asomar el hocico de Miles, un pequeño hurón que adquirió hace apenas unos meses y con el que ya tenía una notable conexión -Si mamá te ve asomando de mi chaqueta, nos tira a la bañera- no era una adepta de los animales y para su desgracia, ambas hijas salieron amantes de todo ser vivo no humano existente. Así es como, incluso tras dejar el "pequeño" Teddy la vivienda familiar, aún deambulaban entre sus muros un felino y ese nuevo mustélido.

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Carraspeó, esbozando una sutil sonrisa cuando un par de miradas se dirigieron hacia ella. Con un gesto de mano se disculpó, volviendo a retirar la mirada de la proyección y posándola sobre su reloj de pulsera. Los minutos pasaban lentamente en aquella sala, pero en su reloj era como si volaran y fuera a llegar tarde.

En el mismo momento que hubo concluido se levantó de su silla, tomando las carpetas que le correspondían, y había dejado sobre la mesa, y saliendo de allí despidiéndose con un simple adiós de sus compañeros del Hospital. No es que le molestaran las reuniones, le resultaban interesantes la mayor parte de veces, pero en aquella ocasión tenía demasiada prisa y la que acababa de tener no estaba dentro de su horario. —Mañana nos vemos— aclaró cuando alguien se cruzó en su camino con unas claras intenciones de mantener una conversación con ella. Bajó las escaleras de dos en dos, arriesgando su vida debido a los tacones que lucía, o al menos aquello pensarían los que no la conocieran ni un ápice. Aún podría correr una carrera en tacones y no se caería ni rompería ninguno de sus zapatos.

Cerró los ojos y, usando la aparición, se dejó ir hasta la puerta de su casa. Aparecerse en el interior sería algo mucho más simple pero no le gustaba hacerlo, nunca se sabía que podía encontrar en el interior de la vivienda y prefería ser escuchada mientras introducía las llaves en su lugar. —¿Alexandra?— llamó cuando ya hubo estado dentro. Era una de las pocas personas, quizás la única, que la llamaba por su segundo nombre. Dejó todo sobre la mesa de la entrada, adentrándose hacia el comedor y viendo un par de pies sobresaliendo por un lateral del sofá. —Espero que no hayas pisado el sofá— advirtió casi de inmediato, caminando hasta quedar con las manos apoyadas sobre el respaldo del sofá, observando a su hija que, por mucho que intentara esconderlo, había estado con aquel bicho entre sus manos porque podía olerlo desde el oro extremo de la casa.

Tomó una amplia bocanada de aire, acercando una mano hasta ella y alborotando su castaño cabello, antes de girarse y encaminarse hacia la cocina. —Lávate bien las manos— comenzó a decir, quitándose los zapatos y dejándolos a un lado —, y cámbiate de ropa— ambas fueron claras advertencias que serían, posteriormente, inspeccionadas por la rubia.

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Atiende al movimiento de hocico de su mascota, al parecer insistente en encontrar algo de alimento a pesar de las negativas -Eres terco- acarició la cabeza del hurón con el dorso de su dedo índice, esbozando una pequeña sonrisa al ver como parecía derretirse gustoso con las atenciones -Los dedos no son comida, Miles- reprendió al sentir los dientecillos clavarse en su piel pero algo pareció llamar la atención del azabache; Lëia tardo un segundo más en escuchar el familiar tintineo de llaves -Mierd…- con prisas trató de acomodarse la chaqueta de modo que el animal quedara escondido, a tiempo de escuchar a su madre llamarle -¡Sofá!- alzado el tono apenas una octava para ser localizada, pronto el sonido de los tacones se hicieron oír -No lo hice- de ser mentira Zoey ya lo habría descubierto, tenía un sexto sentido para saber cuándo la castaña le ocultaba algo, lo que hacía difícil ocultarle nada; por suerte, pocos secretos había entre madre e hija.

Y si la medimaga tenía un sexto sentido para captar engaños, poseía un séptimo para interceptar olores -¡Cómo lo supiste!- rió brevemente al ser incapaz de ocultarle la presencia de Miles. Se incorporó enérgica, sosteniendo el bulto a la altura de su pecho para dirigirse a las escaleras que subió a toda prisa hasta llegar a su habitación, dejando al hurón en su jaula para entrar al baño que tenía dentro de su propio cuarto; en cuestión de segundos llevaba una camiseta vieja, demasiado grande para ser de su talla y se lavó las manos un par de veces. En el camino de vuelta a la planta baja agarró un lápiz y con maña, recogió su cabello.

Con amplias zancadas asomó tras el marco de la puerta de la cocina -¿Paso el examen?- mostró sus brazos limpios con una sonrisa, adentrándose sin esperar una respuesta y acercándose a su madre para depositar un beso en su mejilla -Y bien, ¿Cuál será la gran cena?- no hacía falta añadir que estaba hambrienta -¿Mucho trabajo?- preguntó a esperas de alguna indicación para ayudarla a hacer la comida; entretanto, a hurtadillas, sus dedos tomaron un pequeño trozo de pan que descansaba en la encimera.
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Arqueó sus perfectas cejas rubias, observando a su hija, y en especial los pies de ésta antes de fruncir los labios en gesto reprobatorio. Cuando tenía su edad pisaba absolutamente todo, no le importaba si era un sofá o una pared, quizás por aquella razón no quería que su hija lo hiciera también, sin contar con el hecho de que le molestaba que las cosas estuvieran sucias. Ni siquiera tenía idea de cuando se había vuelto así. Sin duda eran cosas de haber sido madre de dos niñas que disfrutaban ensuciándolo todo y metiendo en casa cada animal que encontraban a su paso. Acabó por sentir con la cabeza. No tenía ninguna razón para mentirle sobre eso.

Rodó los ojos, girándose para darle la espalda y encaminarse en dirección a la cocina. Olería a ese animal si estuviera escondido en cualquier lugar de la casa, aún más cuando ese lugar estaba tan cerca de ella. Sabía que debía habituarse a él, ya que Lëia le tenía demasiado cariño, pero no soportaba el olor de la ropa cuando hacía la colada o cuando alguien que hubiera estado jugando con él se le acercaba. No importaba cuantas veces lo bañaran, tenía que ser algo hormonal que no acababa de soportar. Suspiró con cansancio, dejando a un lado sus tacones y entrando en la cocina en busca de lo que prepararían de cena. —No he tenido tiempo de pensar nada— susurró abriendo un par de alacenas en busca de algo que captara su atención. Prensó los labios, recorriendo cada una de las bolsas, intentando, a la vez, recordar todo lo que tenían en el refrigerador también, cuando la pregunta la sorprendió. Suspiró asintiendo débilmente con la cabeza. Desde donde estaba se olía el jabón que le había regalado  unos meses atrás.

Rodeó los hombros de su hija, dándole un abrazo, poco satisfecha con el rápido beso en su mejilla. —Mmmh… veamos, ¿qué te apetece? Podemos preparar alguna ensalada y,— no terminó puesto que se separó de ella y abrió el refrigerador — ¿algo de carne? ¿pescado? ¿puré?— enumeró todas las opciones que pasaron por su cabeza, y eran factibles con los alimentos que se exponían frente a ellas. No sabía que era lo que había comido al medio día por lo que no quería repetir. Mientras lo pensaba sacó todo lo indispensable para la ensalada, depositándolo sobre la encimera de manera ordenada.

—Me pusieron una reunión de última hora y por eso he llegado tan tarde— comenzó a hablar a la par que abría un armario y tomaba un escurridor —, de lo contrario habría llegado antes para salir a comprar algo juntas— explicó meditativa, parándose a observar los alimentos como si sintiera que le faltaba algo que no encontraba. Meneó la cabeza. —¿Y  a ti? ¿Qué tal todo en el colegio?— preguntó llamándola para que comenzara por lavar y preparar ella la ensalada.

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Permaneció por varios minutos entre los brazos de su madre, reconociendo ese familiar aroma que dejaba la bata de su trabajo, el característico olor de hospital que a menudo inquietaba y que a Lëia, influenciada por el paso de los años teniéndolo como algo común, le resultaba normal e incluso agradable, pues le recordaba a ella. Ya separadas dedicó una breve mirada, entre sorprendida y curiosa ante los pensamientos dudosos sobre la cena -¿Dejarlo para la improvisación?- era sabido que Zoey prefería tener las cosas bajo control, incluso en cosas tan básicas como la alimentación; el no tener una idea previa la estaría escamando, la castaña apostaba por ello -Ensalada, carne y puré- dictaminó. Puede que fuesen demasiadas cosas, sin embargo, ahí donde se veía el menudo cuerpo de la benjamina de la familia, comía casi por dos personas.

Se acercó a la encimera a trastear los alimentos necesarios para la ensalada, escuchando con atención los motivos por los que llegó tarde a casa -No te preocupes mamá, no le des más vueltas- le bastaba con que estuvieran juntas a la noche. Se movió en sincronía a la jefa del área de hospital, sacando lo necesario para aliñar la ensalada y un cuenco hondo donde echarla una vez estuviera lista -El profesor me dijo que debo mejorar mi tiempo de reacción en los duelos, no quiere que me quede atrás- tantos magos en su familia, algunos de ellos grandes aurores o viejos guerreros y no parecía haber heredado ese rasgo -Por el resto va bien- como de costumbre. Lëia era una notable estudiante, sus notas lo dejaban claro y si algo se le resistía lo tomaba como un reto que debía superar con resultados excelentes -En un descanso Gabrielle y yo nos asomamos a los invernaderos, vimos a unos niños desmayarse mientras trataban con mandrágoras- relató entre cortas risas mientras tomaba la lechuga para cortarla y una vez eso, meterla en el escurridor para lavarla.

Se metió en la boca el trozo de pan que hasta entonces bailaba entre sus dedos, recordando algo -Nos avisaron que ya está todo listo para el aprendizaje de la aparición, necesitamos permiso paterno- debería esperar un año todavía para poder obtener la licencia pero le ilusionaba comenzar a practicar -¿Es muy dolorosa la despartición?- era lo único que la retraía de la práctica mágica.


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Chasqueó la lengua contrariada. —No para la improvisación, a tu gusto— puntualizó a sabiendas de que su hija la conocía demasiado como para saber que aquello no era, al menos no del todo, cierto. Disfrutaba cocinando los alimentos que a ella le gustaran, pero en aquella ocasión no había tenido tiempo para pensar una cena en condiciones que contentara a madre e hija. Aunque a ella le sobraba la comida, con la presencia de Lëia le era más que suficiente. —Pongámonos a ello— aseguró terminando de sacar todo lo necesario para que ella hiciera la ensalada.

Volvió hasta la despensa, sacando unas patatas que lavó previamente antes de ponerse a pelarlas. Abrió la boca, apunto de hacer una recomendación que quedó apresada cuando prensó los labios, moviendo la cabeza en señal negativa y siguiendo con su quehacer hasta que terminó de pelarlas todas y comenzó a trocearlas para ponerlas a cocer. —Quizás Riorden te puede dar algunos consejos— acabó por decir. Inicialmente había pensado que podrían practicar juntos, pero prefería no pensar a su hija en una tesitura como aquella, suficiente que lo toleraba en el colegio porque no tenía más remedio que hacerlo, no lo haría estando cerca.  —Buenas chica— felicitó dándole un ligero golpe de cadera contra cadera. —Aprende mucho, eres una privilegiada por tener profesores que te enseñen todo esto— aseguró. A ella misma le habría gustado poder vivir todo el tipo de cosas que estaba viviendo su hija, en cierto modo una envidia sana la embargaba cuando le hablaba de todas las nuevas cosas que había hecho.

—¿Aparición?— cuestionó con cierto ápice de pánico en su voz, carraspeando al instante, en un intento de hacer que la bola de ansiedad que se había acumulado en su garganta desapareciera. —Bueno, traté algunos casos de despartición los primeros años del gobierno Niniadis, los magos estaban poco acostumbrados a usar la aparición… nunca me ha pasado, pero no lucía especialmente agradable— explicó, intentando distraer su mente del hecho de que su hija dentro de poco podría usar la aparición, que los años habían transcurrido como si de un suspiro se tratare. —Tus tíos te podrían ayudar, ellos lo han domina durante mucho tiempo… aunque habría in cisma familiar si algo te sucediera— bromeó y a la vez no. Aunque una sonrisa hubiere aparecido en sus labios, estaba claro que era seria cuando de la seguridad de Lëia se trataba. —¿Me traes la sartén de aquel cajón?— pidió acuclillada para tomar la carne del cajón más bajo del refrigerador.

—¿Has visto a Violet estos días?— preguntó aún con la cabeza metida dentro del refrigerador pero, acto seguido, levantándose con una bandeja con un par de filetes de carne.

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Con un asentimiento aceptó la idea de su madre sobre preguntar a Riorden, a veces olvidaba los trabajos de sus familiares y sólo se centraba en las personas que eran realmente, la figura que había detrás de un mero puesto; la idea de pedirle ayuda práctica asomó por su cabeza pero se quedó ahí, a sabiendas que si lo dejaba caer, su madre se negaría en rotundo. Las comisuras de sus labios se estiraron, mostrando una ancha sonrisa ante el choque de caderas -Lo sé, también de haber podido aprender a manejar mi magia- a diferencia de Zoey, la benjamina creció en un ambiente favorable y libre para todos aquellos dotados del don de la magia -Podrías venir una semana a las clases y ser mi compañera de pupitre- le dedicó una mirada de soslayo, burlona.

Distraída con la conversación, iba cortando algunas verduras que echar a la ensalada mientras escuchaba a su madre, notando un escalofrío sacudir su cuerpo ante una imagen mental de una despartición tal y como la leyó en algunos libros -No puedo practicarlo fuera del colegio, así que no habría ningún drama familiar, tranquila- aclaró para calmar cualquier preocupación por su parte. A veces llegaba a pensar que, incluso con el paso de los años, su madre tenía momentos de desconfianza hacia la familia de su padre -Entonces… ¿Me firmarás el permiso?- preguntó justo cuando le solicitaba una sartén, moviéndose como alevilla entre flores a rebuscar lo que le pidió y regresando al sitio, asomándose por encima de ella, vencida por la curiosidad de saber que buscaba en el cajón más bajo. Y a pesar de tener ciertas quejas de su tiempo de reacción en los duelos, estuvo rápida al evitar que la mandíbula y cabeza de madre e hija respectivamente chocaran. Con la expresión de sorpresa dejó ir un corto suspiro de alivio, dejando la sartén sobre los fuegos.

Con el cuchillo de nuevo en las manos, empezó a cortar algo de pepino -Olvidé decirte eso. Fui a verla al salir de clases y pasé la tarde en su casa- no vivían demasiado lejos, aun así, procuró no volver andando a solas muy tarde pues si su madre se enteraba le reprendería -Estuvimos hablando y está bien, “haciendo malabares entre el trabajo y el cuidado de Venelia”, dijo textualmente- a sus ojos la veía cansada pero sabía que tras los incidentes, su hermana era completamente honesta con ellas -Estaba entusiasmada porque al parecer comienza a tener intenciones de ponerse de pie y se apoya en algunos muebles para andar- siendo sincera la castaña no encontraba la emoción al hecho, quizás porque no alcanzaba a entender esos avances en el crecimiento de un bebé. Todos sus primos eran mayores salvo la hija de su tía Elle, pero apenas se llevaba tres años con ella así que no recuerda sus primeros años; tampoco era una amante de los niños, al menos hasta que sostuvo a su sobrina por primera vez en brazos. Ella era especial. -¿Está bien así?- mostró a su madre un cuenco hondo donde ya estaba la ensalada cortada y otras tantas verduras, sólo faltaba aliñarla.

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En ocasiones podía sonar demasiado estricta pero, en realidad, no lo era en absoluto si realmente lo fuera Lëia no podría meter en casa todo ser vivo que encontrara por la calle, lo único que ocurría era que se trataba de una madre sobreprotectora. El tiempo que pasó alejada de su hija se había convertido en un verdadero infierno, uno que sabía nunca sería capaz de olvidar por completo, y todo lo que pudiera hacer para ahorrar situaciones en las que sufriera estaba dispuesta a hacerlas. Quizás por aquella razón era reticente a las asignaturas donde los alumnos practicaran hechizo los unos contra los otros o, en el caso que tenía presente, los enseñaran a aparecerse. —No sabes lo mucho que me alivia saberlo, no me gustaría tenerte practicando por aquí y encontrarme alguna parte de tu cuerpo en el otro extremo de la casa— comentó, exagerando conscientemente sus palabras. Nunca tuvo, en el tiempo que fue medimaga,  que atender aquel caso extremo, siquiera creía que existiera. Suspiró, pinchando con un tenedor las patatas dentro de la olla, pero acabando por asentir con la cabeza, dejando a un lado todo y yendo al refrigerador.

Prefería no seguir pensando en aquello, todo lo que la pusiera en peligro no le gustaba, pero tampoco podía protegerla de absolutamente todo, aunque fuera lo que más deseara en el mundo. Movió un par de envases en la parte inferior de éste, percatándose de la tarta de queso que había comprado la tarde anterior y su hija no se había percatado de su presencia ya que, de así haber sido, no se encontraría completa. La colocó al fondo, tomando la bandeja con carne y alejándose, casi chocando con ella y dirigiéndole una mirada confusa por su repentina cercanía. Tomó la sartén de su mano, empujándola ligeramente para que siguiera con la ensalada y dejara de remolonear por la cocina. —Quiero ir un día de ésta semana a verla— comentó después de saber que Lëia había estado aquella tarde junto a ella y la pequeña. —¿De verdad?— preguntó notablemente sorprendida, encendiendo el fuego y colocando la sartén con un poco de aceite. —Recuerdo tus primeros pasos, aunque no sé si es correcto como definirlos como pasos— continuó hablando —siempre acababas cayéndote al suelo y yendo de un lado para otro arrastrando el culo… y limpiándolo con los vestidos que te ponía— concluyó con una carcajada que le producía recordarlo, por suerte tuvo el honor de poder ver los primeros pasos de Lëia, si también le hubieran arrebatado aquello no sabía que podría haber llegado a hacer.

Colocó los filetes en la sartén cuando el aceite estuvo caliente, poniendo un poco de sal sobre esto y volviéndose hacia la olla para cerciorarse de si las patatas estaban cocidas; al ser poca cantidad se podían hacer con más rapidez. —Está perfecta— dijo, inclinándose hacia ella y esbozando una orgullosa sonrisa. —¿Has pensado en lo que quieres cuando lleguen tus notas?— preguntó con verdadera curiosidad. Ella sabía que si se esforzaba obtendría, además de la recompensa de aprender debidamente, un detalle extra por su esfuerzo. —Aunque teniendo en cuenta las mascotas que he tenido que aceptar estos últimos meses no estoy del todo segura de si debes tener otro regalo más— agregó con completa naturalidad pero con una pequeña sonrisa dibujada en sus labios.

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Atendiendo a las palabras de su madre, no se molestó en contener la risa al escuchar el temor de encontrarse una parte de su cuerpo por la casa, pensando en lo estrambótico de la situación, la reacción de su madre llegando al salón y encontrándose sólo un pie; sin duda sería caótico y esperaba no sufrir una despartición o jamás le dejaría sacarse la licencia de aparición. Aunque, por un segundo, la imagen su mente le hizo bastante gracia.

Venelia se había convertido en la excepción a la regla de Lëia en cuanto a los niños. No los odiaba aunque tampoco podía decir que los amara. Se basaba principalmente en el estado de nerviosismo que le causaba el tratar con ellos, en especial cuando eran pequeños pues no tenía esa capacidad que toda madre tiene de interpretar los llantos de los bebés; por ello siempre evitó a todos los hijos de las amigas de su madre. Ahora, adoraba quedarse al cuidado de su sobrina, verla en la cuna llenar de babas su peluche preferido o reír al ver el móvil moverse sobre su cabeza -¡Mama!- la exclamación fue algo similar a una reprimenda, a una silenciosa petición porque no sacara esos vergonzosos puntos a la luz. En el rostro de la castaña se apreciaba una rojez que delataba su vergüenza -No tenemos por qué recordar eso- murmuró con los labios prietos -Aunque manché los vestidos que me comprabas por años- se permitió agregar poco después con una pequeña sonrisa. Para lamento de Zoey, su hija carecía de ese amor por las prendas de maravillosos colores llenos de vida salvo para contadas ocasiones.

Una vez tuvo la aprobación de la ensalada la dejó sobre la encimera, comenzando a hurgar entre los armaritos y cajones en busca de cubiertos y platos -¿Que qué quiero?- hubo un deje de sorpresa en su tono mezclado con ilusión que en unos segundos Zoey quiso arrebatar con una insinuación -Miles y Navi no ocupan ni un tercio que Teddy- protestó dada las colosales dimensiones del perro que Violet adoptó hace años, creciendo a la par que este -Que tal... un vehículo volador, ya sabes, una escoba o una alfombra mágica- era una idea que acababa de acudir a su cabeza, de hecho bastante factible si quería moverse del capitolio a algún distrito al no estar capacitada de usar la aparición -Sería completamente responsable, te lo prometo- sin contar alguna travesura infantil cometida, Lëia nunca había hecho nada que pusiera en tesitura la confianza de su madre en ella.

Con los brazos ocupados por la vajilla, la dejó por un segundo sobre la encimera para echar algo de sal y pimienta a la carne. Sin escuchar aún la respuesta al posible regalo, fue corriendo hasta el salón para poner un mantel de tela y así ir preparando todo para luego solo llevar la comida -No usaré la excusa de que todas mis amigas tienen escoba, pero sí que me sería de ayuda para ir a la biblioteca, a la escuela...- añadió en un modo casual.

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Irónicamente no le gustaba pensar en los primeros años de su hija; le recordaba al tiempo que estuvo alejada de ella, como no pudo disfrutar de algunos pequeños momentos que eran, del todo, irrepetibles. Y ella se había perdido todos aquellos momentos que jamás podrían ser repetidos. Suspiró, bajando la mirada hacia sus manos, frunciendo el ceño ligeramente ante el mero pensamiento que se encontraba discurriendo con su mente. Prefería no tenerlo presente, era algo que pertenecía al pasado y debía de permanecer allí si deseaba que todo siguiera tal y como era en la actualidad.

Abrió la olla en la que se cocían las patatas, pinchando una con un tenedor, y regresando su mirada hasta su hija cuando le regañó por expresar en voz alta algunos de los recuerdos graciosos que poseía de ella. —¿Por qué? Me gusta recordarlos— se defendió ante la indignación de Lëia. —El rosa se veía perfecto en ti, por desgracia decidiste adquirir este estilo… ¿gótico? ¿rockero? ¿casual?— la última pregunta salió dubitativa al no tener la menor idea de qué estilo era aquel y si podía encuadrar a su hija con ello. Movió la cabeza para dispersar sus dudas, apagando el fuego, para tomar una fuente honda y una cuchara donde poder sacar la comida.

Comenzó a triturar las patatas, dejando que ella se ocupara de la carne pero sin poder evitar rodar sus ojos ante la mención de aquel perro-pony que adoptaron años atrás. —Teddy llegó a casa con mi previo permiso, tú los trajiste y después preguntaste— aclaró, volviéndose hacia ella y examinándola, de manera reprobatoria, con la mirada. Además, Teddy, al menos, olía bien y no la asustaba cuando llegaba a casa porque lo veía venir, como a esos pequeños animalillos. Tomó un pequeño tomate de la ensalada, metiéndoselo a la boca pero tosiendo virulentamente apenas transcurridos unos segundos de masticado. Las palabras no eran capaces de salir de su boca, solo observó a su hija ir y venir de un lado para otro con una naturalidad pasmosa. —Te puedes caer, ¿quieres matarte?— la acusó sin dilatar por más tiempo su más que obvia respuesta. Ella sabía que no lo haría y, aun así, se había arriesgado. —Primero— comenzó a decir en un intento de ser más suave —, no tienes un permiso de conducir, y segundo no voy a aceptar en el mismo día que mi hija pueda acabar con una despartición o abriéndose la cabeza por caerse de una escoba— dijo con total seguridad, golpeando, suavemente, con la palma de la mano la frente de Lëia.

Respiró profundamente tomando un amplio plato donde sacó ambos filetes y le ofreció el plato a su hija para que lo llevara al comedor. —Voy a coger la bebida— agregó girándose para tomar una botella de agua de la encimera y caminar tras de ella.

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