OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Si hace diecisiete años alguien me hubiera dicho que acabaría viviendo en la zona más rica y segura de todo el país, probablemente me hubiera dado un ataque de risa. Crecí odiando el Capitolio y todos sus lujos; sin embargo, paso día sí y día no ahí, mientras que el resto del tiempo resido en una isla incluso más segura y rica que la de la capital. Pero bueno, mi vida ha cambiado de maneras que nunca imaginé, no nos engañemos. Sinceramente, ¿quién se imaginaría criando a un niño de siete años con solo veinte? Educar a Ethan al principio fue más difícil de lo que imaginé, porque no es lo mismo pasar unas horas al día con tu sobrino adorable, que estar todo el día y aguantar sus rabietas propias de la edad, más los bajones por haber perdido a sus padres. No obstante, preferiría mil veces aguantar al Ethan de siete años, que no al de veintidós, que viene y va cuando quiere sin darme ningún tipo de explicación. Preguntarle tampoco es la mejor opción, porque no consigo sonsacarle nada; de hecho, solo sirve para molestarle y escucharle decir que ya es mayor para tener su propia libertad.
Y luego está el tema de Zoey Campbell.
Hace cuatro años que la rubia y yo somos pareja, y a día de hoy, todavía se me hace algo extraño. Incluso aunque pase todo el tiempo posible con ella y siempre que no tenga trabajo me quede a dormir en su casa, no me termino de familiarizar. Durante años he estado acostumbrado a que todo me fuera mal, a perder a la gente que me importa, así que es como si una parte de mi temiera constantemente que en cualquier momento nuestra relación se fuera al garete, y perdiera a Zoey y a Lëia. Aun así, Zoey es lo mejor que me ha pasado nunca, por muchos años que me costase aceptarlo y, sobre todo, asimilarlo.
Hoy es uno de esos días en los que he podido pasar la noche con ella por ser fin de semana, así que como casi siempre, la observo dormir mientras los primeros rayos del sol entran por la ventana. Al final, después de un par de minutos mirándola con una ligera sonrisa, acabo acariciándole el hombro con cuidado para despertarla. — Buenos días, dormilona — le digo cuando abre los ojos, todavía acariciando su hombro de manera natural. Sinceramente, es difícil mantener las manos lejos de ella; ya estuve muchos años sin atreverme a hacerlo por miedo a las represalias, simplemente porque no teníamos... la mejor relación del mundo, digamos. — ¿Quieres patatas fritas para desayunar? — bromeo. Es una broma que tenemos desde hace años. La primera vez que me quedé a dormir en su casa, quería ser un caballero y hacerle un buen desayuno, y Lëia me tomó el pelo diciendo que el desayuno preferido de su madre eran las patatas fritas. Ya os podréis imaginar la cara de Zoey cuando, al entrar en la cocina, me vio haciendo el tonto mientras intentaba cocinar las mejores patatas del mundo... con una cuchara.
Todo tiene su lógica, aunque parezca que no. El resumen fue que Lëia me dejó con el marrón de la sugerencia mientras se fue corriendo para clase, y como no me conocía la cocina y quería preparar el desayuno antes de que Zoey se levantara, cogí lo primero que pillé del cajón que tenía más a mano. Creo que seré mayor ya, con el pelo canoso y con una vista algo pobre a causa de la edad, y me seguirán recordando esa metedura de pata, ya sea Zoey, o Lëia, así que al final he optado por tomármelo a broma yo también, y sacar el tema de vez en cuando. Incluso hasta Ethan se ha reído de mí alguna vez, porque como ahora tiene relación con Lëia y quedan porque, a fin de cuentas, son primos, la pequeña (ya no tan pequeña, para bien o para mal), se chivó.
Y luego está el tema de Zoey Campbell.
Hace cuatro años que la rubia y yo somos pareja, y a día de hoy, todavía se me hace algo extraño. Incluso aunque pase todo el tiempo posible con ella y siempre que no tenga trabajo me quede a dormir en su casa, no me termino de familiarizar. Durante años he estado acostumbrado a que todo me fuera mal, a perder a la gente que me importa, así que es como si una parte de mi temiera constantemente que en cualquier momento nuestra relación se fuera al garete, y perdiera a Zoey y a Lëia. Aun así, Zoey es lo mejor que me ha pasado nunca, por muchos años que me costase aceptarlo y, sobre todo, asimilarlo.
Hoy es uno de esos días en los que he podido pasar la noche con ella por ser fin de semana, así que como casi siempre, la observo dormir mientras los primeros rayos del sol entran por la ventana. Al final, después de un par de minutos mirándola con una ligera sonrisa, acabo acariciándole el hombro con cuidado para despertarla. — Buenos días, dormilona — le digo cuando abre los ojos, todavía acariciando su hombro de manera natural. Sinceramente, es difícil mantener las manos lejos de ella; ya estuve muchos años sin atreverme a hacerlo por miedo a las represalias, simplemente porque no teníamos... la mejor relación del mundo, digamos. — ¿Quieres patatas fritas para desayunar? — bromeo. Es una broma que tenemos desde hace años. La primera vez que me quedé a dormir en su casa, quería ser un caballero y hacerle un buen desayuno, y Lëia me tomó el pelo diciendo que el desayuno preferido de su madre eran las patatas fritas. Ya os podréis imaginar la cara de Zoey cuando, al entrar en la cocina, me vio haciendo el tonto mientras intentaba cocinar las mejores patatas del mundo... con una cuchara.
Todo tiene su lógica, aunque parezca que no. El resumen fue que Lëia me dejó con el marrón de la sugerencia mientras se fue corriendo para clase, y como no me conocía la cocina y quería preparar el desayuno antes de que Zoey se levantara, cogí lo primero que pillé del cajón que tenía más a mano. Creo que seré mayor ya, con el pelo canoso y con una vista algo pobre a causa de la edad, y me seguirán recordando esa metedura de pata, ya sea Zoey, o Lëia, así que al final he optado por tomármelo a broma yo también, y sacar el tema de vez en cuando. Incluso hasta Ethan se ha reído de mí alguna vez, porque como ahora tiene relación con Lëia y quedan porque, a fin de cuentas, son primos, la pequeña (ya no tan pequeña, para bien o para mal), se chivó.
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Las cosas, las personas… la vida en general cambiaba a una velocidad vertiginosa, capaz de conseguir que el propio protagonista, el que, supuestamente, llevaba las riendas acabara perdido. Se podría decir que si vida había sido un dar y perder, pero, sin duda, las ocasiones en las que se perdía, por desgracia, quedaban más grabadas a fuego en la piel de las personas, aquellos momentos en los que se sentía el piso moverse bajo sus pies y la estabilidad de todo se perdía, temiéndose que pudiera venirse abajo en el momento menos pensado. Así había sido, en gran medida, todo lo que la rodeaba hasta el momento. Un pequeño lapsus de tranquilidad, de estabilidad que pensó que nunca conseguiría alcanzar, se presentaba frente a ella intentando tranquilizarla y hacerla pensar que todo estaba bien, aunque algunas cosas siguieran desordenadas e hicieran que perdiera la cabeza cada vez que se paraba a pensar en ellas, consiguiendo que el pesimismo la embargara y no fuera capaz de hacer nada correctamente durante cierto tiempo.
Dejó un suspiro escapar de entre sus labios, removiéndose bajo las sábanas, tirando de éstas en su dirección para envolverse más. —Mmh…— masculló en un hilo de voz, girándose para darle la espalda a la voz que le acababa de darle los buenos días. Aun así no pudo evitar abrir los ojos, enfocándolos apenas unos segundos hacia él y, seguidamente, hacia el reloj que tenía en la mesilla. —Son las ocho, ¿por qué me despiertas?— le regañó tirando de la sábana, para quitársela a él, y acabar por cubrirse de nuevo, incluida la cabeza, para intentar seguir durmiendo. Era sábado y estaba despierta a las ocho de la mañana, era uno de los pocos días libres en los que podía dormir durante el tiempo que deseara pero la había despertado. —Te odio— agregó retirándose la sábana del rostro y mirándolo de soslayo con gesto de malos amigos pero, acto seguido esbozando una pequeña sonrisa. Lo odiaba pero lo quería, así era la vida, daba muchas vueltas.
Prensó los labios, intentando no reír. Se dejó caer hacia atrás, cerrando los ojos y respirando suavemente por la nariz. —Mejor no, hace menos de dos meses que reformé la cocina y no me fío de que quemes hasta los azulejos— bromeó aun con los ojos cerrados pero esbozando una pequeña sonrisa que desapareció cuando tiró de la sabana y la volvió a colocar sobre su rostro. Si se lo proponía podría volver a dormirse, estaba segura de ello. —Mientras haces el desayuno dormiré un poco más— comunicó acercando dos dedos a sus labios para besarlos y luego estirar el brazo en su dirección, sin saber si acababa de presionar los dedos contra los labios de él, su nariz o un ojo. Acto seguido se giró en la dirección contraria, agarrando una almohada y escondiendo el rostro para poder seguir durmiendo un rato más, realmente estaba demasiado cansada.
Los turnos, aun no siendo la jefa del área, eran demasiado largos y cuando llegaba a casa no tenía, si quiera, ganas de seguir viviendo, mucho menos si le cortaban el único día en el que podía disfrutar de dormir hasta que le placiera, ya que los domingos por la mañana debía de despertar a una hora decente y preparar el típico desayuno familiar con Lëia, al cual siempre acudía Violet con el bebé, y en ocasiones también Riorden con Ethan. Por extenuante que le resultara, le gustaba tener una familia como aquella, además del hecho de que distaba mucho de parecerse a la que ella misma tuvo cuando era pequeña, y le gustaba demasiado lo que tenía.
Dejó un suspiro escapar de entre sus labios, removiéndose bajo las sábanas, tirando de éstas en su dirección para envolverse más. —Mmh…— masculló en un hilo de voz, girándose para darle la espalda a la voz que le acababa de darle los buenos días. Aun así no pudo evitar abrir los ojos, enfocándolos apenas unos segundos hacia él y, seguidamente, hacia el reloj que tenía en la mesilla. —Son las ocho, ¿por qué me despiertas?— le regañó tirando de la sábana, para quitársela a él, y acabar por cubrirse de nuevo, incluida la cabeza, para intentar seguir durmiendo. Era sábado y estaba despierta a las ocho de la mañana, era uno de los pocos días libres en los que podía dormir durante el tiempo que deseara pero la había despertado. —Te odio— agregó retirándose la sábana del rostro y mirándolo de soslayo con gesto de malos amigos pero, acto seguido esbozando una pequeña sonrisa. Lo odiaba pero lo quería, así era la vida, daba muchas vueltas.
Prensó los labios, intentando no reír. Se dejó caer hacia atrás, cerrando los ojos y respirando suavemente por la nariz. —Mejor no, hace menos de dos meses que reformé la cocina y no me fío de que quemes hasta los azulejos— bromeó aun con los ojos cerrados pero esbozando una pequeña sonrisa que desapareció cuando tiró de la sabana y la volvió a colocar sobre su rostro. Si se lo proponía podría volver a dormirse, estaba segura de ello. —Mientras haces el desayuno dormiré un poco más— comunicó acercando dos dedos a sus labios para besarlos y luego estirar el brazo en su dirección, sin saber si acababa de presionar los dedos contra los labios de él, su nariz o un ojo. Acto seguido se giró en la dirección contraria, agarrando una almohada y escondiendo el rostro para poder seguir durmiendo un rato más, realmente estaba demasiado cansada.
Los turnos, aun no siendo la jefa del área, eran demasiado largos y cuando llegaba a casa no tenía, si quiera, ganas de seguir viviendo, mucho menos si le cortaban el único día en el que podía disfrutar de dormir hasta que le placiera, ya que los domingos por la mañana debía de despertar a una hora decente y preparar el típico desayuno familiar con Lëia, al cual siempre acudía Violet con el bebé, y en ocasiones también Riorden con Ethan. Por extenuante que le resultara, le gustaba tener una familia como aquella, además del hecho de que distaba mucho de parecerse a la que ella misma tuvo cuando era pequeña, y le gustaba demasiado lo que tenía.
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Suelo tener el sueño ligero, y entre eso y que estoy acostumbrado a una rutina de dormir más bien poco y levantarme casi cuando sigue siendo de noche, los fines de semana y días festivos acabo por ser madrugador también. Pero Zoey no, cosa que me recuerda cuando me pregunta que por qué no la he dejado dormir más. Ruedo los ojos, pero con una ligera sonrisa en los labios aún; da igual lo que diga, porque siempre consigue sacarme una pequeña sonrisa aunque sea. — Hay que aprovechar las horas libres que tenemos antes de que el día acabe y nos toque volver a la rutina — respondo, y me encojo de hombros. A decir verdad, ninguno de los dos tenemos un trabajo poco estresante, sino más bien al contrario, que es uno tenso y en el que cada uno tenemos cierta responsabilidad. Mientras que yo me encargo de la seguridad del país, ella se encarga de parte de la sanidad, y es hasta jefa de su departamento. No nos podemos quejar, pues económicamente las cosas no nos van nada mal. El único inconveniente de nuestros trabajos es que por culpa del mío, no podemos vivir en la misma casa. Básicamente las cosas son así porque a ojos de la ley, no somos nada porque ser pareja de novios no es algo "oficial".
— Quizá deberías explicarle a Ethan como "reformar" su habitación con instrucciones de cómo debería ordenarla. Puede que a ti te hiciera más caso... — bromeo cuando me comenta que acaba de reformar la cocina. Por más que lo intente, su habitación acaba siempre hecha un desastre entre ropa, papeles con fórmulas científicas, e intentos de inventos tecnológicos. Y al menos tengo suerte de haber conseguido que entre en razón y los experimentos grandes los haga en el jardín trasero. Cualquier día nuestra casa sale en las noticias por un accidente explosivo, pero no quiero saber ni qué cosas se lleva entre manos con las cosas que intenta hacer. Sería toda una ironía teniendo en cuenta cuál es mi trabajo. — Espero que Lëia no haya heredado esos genes de desorden — añado, mientras le doy ligeros golpecitos en el hombro para picarle. Hace años ni siquiera soportaba que nos acercáramos a la pequeña, así que a día de hoy, me sigue gustando molestarla de forma bromista con el tema. Ahora es casi extraño la semana en que no vea a Lëia.
Al final acabo levantándome de la cama entre que me quita la sábana para apoderarse de ella completamente, y porque me dice que vaya a preparar algo para desayunar. No soy un gran cocinero, principalmente porque nunca he podido aprender en condiciones, porque en Europa no tenía tampoco gran cosa para intentarlo en cuanto a ingredientes, y ahora porque voy escaso de tiempo. Sin embargo, me sé defender medianamente bien. De todas maneras, un desayuno es algo bastante simple de preparar hasta para un niño.
Finalmente opto por preparar un par de tortitas para cada uno, y unos zumos recién exprimidos. Y para cuando vuelvo a subir a la habitación, han pasado más de cuarenta minutos, pero la rubia sigue hecha una bolita entre las sábanas. — Como no me dejes un hueco, sé de alguien que se va a comer todo lo que llevo en la bandeja — digo todo lo serio que puedo mientras me acerco hacia la cama. — Necesito recargar pilas porque cierta persona anoche casi no me dio tregua. — Esta vez no consigo decirlo de manera seria, y acabo por reírme mientras deposito la bandeja en la mesita de noche, y me siento en el borde de la cama. Me doy la vuelta y le doy un beso en los labios y, después quito la bandeja de la mesa y la pongo entre los dos. — ¿Quieres un poco de sirope de chocolate en las tortitas? — pregunto mientras me sirvo yo en las mías. El chocolate siempre ha sido una de mis debilidades, así que no conozco un mundo en el que uno pueda comer tortitas, gofres etc., sin ponerse un poco aunque sea.
— Quizá deberías explicarle a Ethan como "reformar" su habitación con instrucciones de cómo debería ordenarla. Puede que a ti te hiciera más caso... — bromeo cuando me comenta que acaba de reformar la cocina. Por más que lo intente, su habitación acaba siempre hecha un desastre entre ropa, papeles con fórmulas científicas, e intentos de inventos tecnológicos. Y al menos tengo suerte de haber conseguido que entre en razón y los experimentos grandes los haga en el jardín trasero. Cualquier día nuestra casa sale en las noticias por un accidente explosivo, pero no quiero saber ni qué cosas se lleva entre manos con las cosas que intenta hacer. Sería toda una ironía teniendo en cuenta cuál es mi trabajo. — Espero que Lëia no haya heredado esos genes de desorden — añado, mientras le doy ligeros golpecitos en el hombro para picarle. Hace años ni siquiera soportaba que nos acercáramos a la pequeña, así que a día de hoy, me sigue gustando molestarla de forma bromista con el tema. Ahora es casi extraño la semana en que no vea a Lëia.
Al final acabo levantándome de la cama entre que me quita la sábana para apoderarse de ella completamente, y porque me dice que vaya a preparar algo para desayunar. No soy un gran cocinero, principalmente porque nunca he podido aprender en condiciones, porque en Europa no tenía tampoco gran cosa para intentarlo en cuanto a ingredientes, y ahora porque voy escaso de tiempo. Sin embargo, me sé defender medianamente bien. De todas maneras, un desayuno es algo bastante simple de preparar hasta para un niño.
Finalmente opto por preparar un par de tortitas para cada uno, y unos zumos recién exprimidos. Y para cuando vuelvo a subir a la habitación, han pasado más de cuarenta minutos, pero la rubia sigue hecha una bolita entre las sábanas. — Como no me dejes un hueco, sé de alguien que se va a comer todo lo que llevo en la bandeja — digo todo lo serio que puedo mientras me acerco hacia la cama. — Necesito recargar pilas porque cierta persona anoche casi no me dio tregua. — Esta vez no consigo decirlo de manera seria, y acabo por reírme mientras deposito la bandeja en la mesita de noche, y me siento en el borde de la cama. Me doy la vuelta y le doy un beso en los labios y, después quito la bandeja de la mesa y la pongo entre los dos. — ¿Quieres un poco de sirope de chocolate en las tortitas? — pregunto mientras me sirvo yo en las mías. El chocolate siempre ha sido una de mis debilidades, así que no conozco un mundo en el que uno pueda comer tortitas, gofres etc., sin ponerse un poco aunque sea.
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Cerró los ojos con fuerza, deseando volver a dormirse en aquel preciso instante. Detestaba madrugar, sin duda era una de las cosas que peor llevaba con el hecho de tener un horario tan amplio en el que debía de ser de las primeras en llegar al hospital pero nunca sabía a qué hora podría irse de allí. Y aquello solo se sumaba al cansancio acumulado de las últimas semanas y al malhumor con el que siempre se despertaba por las mañanas, si a aquello se le sumaba el hecho de que estaba madrugando en sábado, se convertía en un coctel molotov del que Riorden saldría a duras penas. —No hables de rutina— se quejó, tapada con la sábana hasta la cabeza y acurrucándose aún más en su lado de la cama en busca del remanso de paz que la dejara clisarse de nuevo.
Le gustaba estar con él, tenerlo cerca después de tener que pasar toda la semana cada uno en sus respectivos trabajos y con serias dificultades para cruzar alguna palabra, pero tenían el resto de día libre, incluso el domingo para ponerse al día de lo que desearan. Suspiró con pesadez y cansancio, cerrando los ojos y sintiendo como, poco a poco, el tiempo iba pasando tan lento que sabía que se dormiría en unos segundos, sin ser capaz, incluso, de escuchar sus siguientes palabras, si es que habían sido pronunciadas y no eran solo su imaginación.
Simplemente necesitaba descansar unos minutos más. Se había convertido en el tipo de persona que podía, fácilmente, decir que quería dormir más y conseguir hacerlo, por suerte su mala costumbre de no poder volver a dormirse cuando se despertaba había quedado en el pasado. Rodó por la cama, ocupando esta por completo, y abrazando la almohada. Inmersa en su sueño pero con la vigilia permanente, achaques de haber tenido que criar a dos niñas pequeñas sola. —¿Eso ha sido una amenaza, señor Ministro?— preguntó con la cabeza aún hundida contra la almohada y, por tanto, sin conocimiento de si habría escuchado bien sus palabras o habrían caído en saco vacío. Esbozó una sonrisa que acabó convirtiéndose en una carcajada, consiguiendo que se despertara y colocara de perfil en la cama, apoyando el codo sobre la almohada y dejando reposar la mejilla contra la palma de su mano; observándolo desde la distancia que se encontraban hasta que se inclinó al frente y alcanzó a depositar un fugaz beso en sus labios. —Eres un cascarrabias— susurró aún cerca de sus labios, esbozando una sutil sonrisa ante de separarse y estirar los brazo al frente.
Negó con la cabeza, girándose hacia él y cruzando las piernas antes de tomar el vaso de zumo. —¿Estaba Lëia despierta cuando has bajado?— cuestionó antes de beber, pero observándolo por encima del vaso. Era extraño estar en su casa y llamarla Lëia, pero se reservaba el hecho de llamarla Alexandra cuando solo estaba con ella; era una costumbre que no podía perder, y tampoco quería hacerlo. Dejó la bebida, observando la cantidad de chocolate que vertía sobre sus tortitas, entrecerrando los ojos y quitándoselo de las manos. —No te puedes ni imaginar la cantidad de calorías que tiene esto— le regañó cerrando el envase y dejándolo en su propia mesilla, alejada del lado de él —Deja de aprovecharte del hecho de ser metamorfomago y que no se vayan a notar los kilos de más— agregó poniendo los ojos en blanco. Era extraño ver como los años transcurrían para la mayor parte de las personas que la rodeaban pero él seguía, salvo aspectos puntuales, como siempre.
Le gustaba estar con él, tenerlo cerca después de tener que pasar toda la semana cada uno en sus respectivos trabajos y con serias dificultades para cruzar alguna palabra, pero tenían el resto de día libre, incluso el domingo para ponerse al día de lo que desearan. Suspiró con pesadez y cansancio, cerrando los ojos y sintiendo como, poco a poco, el tiempo iba pasando tan lento que sabía que se dormiría en unos segundos, sin ser capaz, incluso, de escuchar sus siguientes palabras, si es que habían sido pronunciadas y no eran solo su imaginación.
Simplemente necesitaba descansar unos minutos más. Se había convertido en el tipo de persona que podía, fácilmente, decir que quería dormir más y conseguir hacerlo, por suerte su mala costumbre de no poder volver a dormirse cuando se despertaba había quedado en el pasado. Rodó por la cama, ocupando esta por completo, y abrazando la almohada. Inmersa en su sueño pero con la vigilia permanente, achaques de haber tenido que criar a dos niñas pequeñas sola. —¿Eso ha sido una amenaza, señor Ministro?— preguntó con la cabeza aún hundida contra la almohada y, por tanto, sin conocimiento de si habría escuchado bien sus palabras o habrían caído en saco vacío. Esbozó una sonrisa que acabó convirtiéndose en una carcajada, consiguiendo que se despertara y colocara de perfil en la cama, apoyando el codo sobre la almohada y dejando reposar la mejilla contra la palma de su mano; observándolo desde la distancia que se encontraban hasta que se inclinó al frente y alcanzó a depositar un fugaz beso en sus labios. —Eres un cascarrabias— susurró aún cerca de sus labios, esbozando una sutil sonrisa ante de separarse y estirar los brazo al frente.
Negó con la cabeza, girándose hacia él y cruzando las piernas antes de tomar el vaso de zumo. —¿Estaba Lëia despierta cuando has bajado?— cuestionó antes de beber, pero observándolo por encima del vaso. Era extraño estar en su casa y llamarla Lëia, pero se reservaba el hecho de llamarla Alexandra cuando solo estaba con ella; era una costumbre que no podía perder, y tampoco quería hacerlo. Dejó la bebida, observando la cantidad de chocolate que vertía sobre sus tortitas, entrecerrando los ojos y quitándoselo de las manos. —No te puedes ni imaginar la cantidad de calorías que tiene esto— le regañó cerrando el envase y dejándolo en su propia mesilla, alejada del lado de él —Deja de aprovecharte del hecho de ser metamorfomago y que no se vayan a notar los kilos de más— agregó poniendo los ojos en blanco. Era extraño ver como los años transcurrían para la mayor parte de las personas que la rodeaban pero él seguía, salvo aspectos puntuales, como siempre.
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Me encojo ligeramente de hombros cuando me pregunta que si se trata de una amenaza el que me vaya a comer su desayuno, en un intento de hacerme el inocente. — Tengo que alimentarme bien para sobrevivir a una semana horrible que me espera. — A principios de semanas tendremos un juicio para Sebastian Johnson. No es algo que todavía se haya hecho público porque aún no sabemos qué día exacto se hará, y tampoco se dirá de quién se trata hasta el mismo juicio. Sea como sea, el simple hecho de tener cara a cara a uno de esos traidores me provoca sentimientos encontrados. Sebastian está relacionado con muchas de las cosas que más daño nos hicieron en su momento, ya sea de manera directa, o indirecta. Igual que Vennet Hastings. Es por eso por lo que llevo intentando no pensar en el día en el que tenga que verle desde que me dijeron que un escuadrón de aurores le había capturado por fin. — ¿Todo bien tú por el trabajo? ¿Has visto a Elle últimamente? — A veces parece mentira que mi hermana mayor y yo vivamos en la misma isla desde que se casó con Elijah, porque apenas nos vemos y hace tiempo que no sé nada de ella.
— Creo que sabías perfectamente que era un cascarrabias desde mucho antes de que accedieras a ser mi novia. — En realidad no accedió porque no es algo que directamente habláramos, sino que con el tiempo los sentimientos que teníamos por el otro eran demasiado obvios ya como para no estar juntos. Además, casi que podría decir que ella tuvo que tragarse muchos de esos momentos de cascarrabias cuando nos conocimos hace ya más de diecisiete años. — Desde luego no fue mi simpatía la que te hizo enamorarte de mí — añado en un tono jocoso. Superamos hace ya mucho aquellos baches del principio, y aunque fue una mala época, nunca hemos hecho ver que esos años no existieron. ¿Para qué? El pasado, pasado está. Ninguno de los dos estábamos en nuestra mejor época, especialmente yo con la reciente muerte de Alec y los planes últimos de los rebeldes para que consiguiéramos el poder en el país, y todo lo que tuve que hacer por mi parte para ir acercándonos cada vez más a la meta.
Mastico otro trocito de tortitas mientras escucho lo que me pregunta, y trago el trozo antes de responder: — No, aún está dormida. O al menos no estaba abajo mientras preparaba el desayuno. — De pequeña en cambio me costaba eones que se durmiera y no se despertara temprano. — ¿En qué momento han crecido tanto? — pregunto en un tono nostálgico, haciendo referencia tanto como a Lëia, como a Ethan. Casi que parece ayer cuando eran unos críos que apenas levantaban dos palmos del suelo. Mientras imagino aquellos años, doy un sorbo al zumo de naranja, y saboreo el ligero gusto ácido, mezclado con dulzor, que tiene. Sin embargo, el comentario de Zoey me pilla tan desprevenido que el trago se acaba desviando del camino, y empiezo a toser. — No, no, no. Este cuerpo es por el ejercicio semanal y no la metamorfomagia — respondo en cuanto soy capaz de hablar otra vez. En realidad es mentira, pues alguna que otra vez he aprovechado par esconder alguna pequeña arruga de la zona cercana a los ojos, y ella lo sabe. Pero oye, prefiero esconder de vez en cuando que cada vez estoy más cerca de los cuarenta. Sí, me quedan todavía cinco años, pero qué más da. De todas maneras, eso no quita que físicamente siga en forma porque todavía entreno cuerpo a cuerpo, aunque con los años me haya vuelto más vago en ese sentido, simplemente por disponer constantemente de la magia y saber que cuento con ella si tengo que pelear con alguien. Y además, ya casi ni trabajo en el terreno, excepto en algún caso especial, porque con el tiempo me he ido acostumbrando más a trabajar detrás de un escritorio, y tampoco es que haga demasiada falta que salga fuera. — Además, tú eres la primera que me prefiere en forma — acabo añadiendo, y le guiño el ojo.
— Creo que sabías perfectamente que era un cascarrabias desde mucho antes de que accedieras a ser mi novia. — En realidad no accedió porque no es algo que directamente habláramos, sino que con el tiempo los sentimientos que teníamos por el otro eran demasiado obvios ya como para no estar juntos. Además, casi que podría decir que ella tuvo que tragarse muchos de esos momentos de cascarrabias cuando nos conocimos hace ya más de diecisiete años. — Desde luego no fue mi simpatía la que te hizo enamorarte de mí — añado en un tono jocoso. Superamos hace ya mucho aquellos baches del principio, y aunque fue una mala época, nunca hemos hecho ver que esos años no existieron. ¿Para qué? El pasado, pasado está. Ninguno de los dos estábamos en nuestra mejor época, especialmente yo con la reciente muerte de Alec y los planes últimos de los rebeldes para que consiguiéramos el poder en el país, y todo lo que tuve que hacer por mi parte para ir acercándonos cada vez más a la meta.
Mastico otro trocito de tortitas mientras escucho lo que me pregunta, y trago el trozo antes de responder: — No, aún está dormida. O al menos no estaba abajo mientras preparaba el desayuno. — De pequeña en cambio me costaba eones que se durmiera y no se despertara temprano. — ¿En qué momento han crecido tanto? — pregunto en un tono nostálgico, haciendo referencia tanto como a Lëia, como a Ethan. Casi que parece ayer cuando eran unos críos que apenas levantaban dos palmos del suelo. Mientras imagino aquellos años, doy un sorbo al zumo de naranja, y saboreo el ligero gusto ácido, mezclado con dulzor, que tiene. Sin embargo, el comentario de Zoey me pilla tan desprevenido que el trago se acaba desviando del camino, y empiezo a toser. — No, no, no. Este cuerpo es por el ejercicio semanal y no la metamorfomagia — respondo en cuanto soy capaz de hablar otra vez. En realidad es mentira, pues alguna que otra vez he aprovechado par esconder alguna pequeña arruga de la zona cercana a los ojos, y ella lo sabe. Pero oye, prefiero esconder de vez en cuando que cada vez estoy más cerca de los cuarenta. Sí, me quedan todavía cinco años, pero qué más da. De todas maneras, eso no quita que físicamente siga en forma porque todavía entreno cuerpo a cuerpo, aunque con los años me haya vuelto más vago en ese sentido, simplemente por disponer constantemente de la magia y saber que cuento con ella si tengo que pelear con alguien. Y además, ya casi ni trabajo en el terreno, excepto en algún caso especial, porque con el tiempo me he ido acostumbrando más a trabajar detrás de un escritorio, y tampoco es que haga demasiada falta que salga fuera. — Además, tú eres la primera que me prefiere en forma — acabo añadiendo, y le guiño el ojo.
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Suspiró, acomodándose mejor sobre la cama y observándolo desde la escasa distancia que los separaban. Quien iba a pensar que ambos podrían estar en una situación como aquella… o más bien quien iba a pensar que en algún momento los dos iban a poder estar en un mismo espacio sin dirigirse miradas para nada agradables. Sonrió de medio lado, colocando su cabellera rubia en un lado de su cuello antes de estirar los brazos hacia arriba en busca de estirar sus aún adormecidos músculos. Se separó de él, dejando algo de espacio entre ambos, y tomando el vaso de zumo con la diestra. —La vi ayer, todos los viernes hacemos reunión de jefes de área en el Capitolio— explicó brevemente, sin profundizar demasiado en la idea que acababa de exponer. Aunque su relación hubiera mejorado notablemente con Elle, lo cierto es que, aunque trabajaran en el mismo hospital, eran pocas las ocasiones en las que se paraban a hablar la una con la otra, por lo que la información que poseía sobre ella era breve.
Cruzó las piernas, bebiendo del zumo con suma tranquilidad hasta que casi se ahogó. Colocó una mano frente a sus labios, intentando tragar sin causar un accidente de buena mañana, y luego rió. —¿Enamorada?— cuestionó arqueando ambas cejas y con una sonrisa maliciosa dibujada en los labios. No podía hablar de amor, dudaba que algún día pudiera hacerlo en condiciones con ninguna persona, pero no negaba, ya no, lo sentimientos que tenía por Riorden, pero quizás el amor era una palabra demasiado grande, con demasiadas connotaciones como para abordarlas todas, ella no las podía abordar todas por mucho que deseara hacerlo. Rió por lo bajo, no agregando nada más y, simplemente, bebiendo del zumo antes de dejarlo a un lado y asentir con la cabeza. Ni siquiera le extrañaba que Lëia aún durmiera, no era del tipo madrugador por lo que se compenetraban bien los fines de semana dejándose descansar mutuamente ante el merecido descanso que se merecían tras la larga y ajetreada semana que ambas llevaban. —Los años han pasado demasiado deprisa, hace dos días tenía cinco años y ahora…— dejó de hablar, siendo incapaz de hacerlo. Si algo conseguía dejarla sin palabras era hablar de su hija, era su todo por lo que cualquier cosa relacionada con la benjamina conseguía que su mundo se paralizara. —Bueno, el consuelo es que son buenos chicos— intentó agregar.
Se inclinó hacia su mesilla, dejando el chocolate y tomando, en su lugar, una pinza con la que recogió su pelo. Sonrió, acercándose hacia él y besándolo castamente. —Creo que conozco levemente este cuerpo— susurró contra los labios contrario, sin poder evitar esbozar una delicada sonrisa al final de sus palabras. —, y sé que haces trampas— agregó picando con un dedo, suavemente, su costado. Sonrió con suficiencia, alejándose y tomando el plato donde se encontraban sus tortitas. Llevó un trozo hasta sus labios, observándolo mientras masticaba y arqueaba ambas cejas a la par que meneaba la cabeza en señal negativa. —Te has despertado con ganas de guerra— contestó ante sus palabras y llevando otro trozo de tortita a su boca. —Estás en forma pero necesitas recargar energías después de… nada… algo no me cuadra— insinuó divertida, masticando lentamente mientras miraba hacia otro lado, posando sus ojos azules sobre una de las estanterías de la habitación como si fueran lo más interesante del mundo.
Cruzó las piernas, bebiendo del zumo con suma tranquilidad hasta que casi se ahogó. Colocó una mano frente a sus labios, intentando tragar sin causar un accidente de buena mañana, y luego rió. —¿Enamorada?— cuestionó arqueando ambas cejas y con una sonrisa maliciosa dibujada en los labios. No podía hablar de amor, dudaba que algún día pudiera hacerlo en condiciones con ninguna persona, pero no negaba, ya no, lo sentimientos que tenía por Riorden, pero quizás el amor era una palabra demasiado grande, con demasiadas connotaciones como para abordarlas todas, ella no las podía abordar todas por mucho que deseara hacerlo. Rió por lo bajo, no agregando nada más y, simplemente, bebiendo del zumo antes de dejarlo a un lado y asentir con la cabeza. Ni siquiera le extrañaba que Lëia aún durmiera, no era del tipo madrugador por lo que se compenetraban bien los fines de semana dejándose descansar mutuamente ante el merecido descanso que se merecían tras la larga y ajetreada semana que ambas llevaban. —Los años han pasado demasiado deprisa, hace dos días tenía cinco años y ahora…— dejó de hablar, siendo incapaz de hacerlo. Si algo conseguía dejarla sin palabras era hablar de su hija, era su todo por lo que cualquier cosa relacionada con la benjamina conseguía que su mundo se paralizara. —Bueno, el consuelo es que son buenos chicos— intentó agregar.
Se inclinó hacia su mesilla, dejando el chocolate y tomando, en su lugar, una pinza con la que recogió su pelo. Sonrió, acercándose hacia él y besándolo castamente. —Creo que conozco levemente este cuerpo— susurró contra los labios contrario, sin poder evitar esbozar una delicada sonrisa al final de sus palabras. —, y sé que haces trampas— agregó picando con un dedo, suavemente, su costado. Sonrió con suficiencia, alejándose y tomando el plato donde se encontraban sus tortitas. Llevó un trozo hasta sus labios, observándolo mientras masticaba y arqueaba ambas cejas a la par que meneaba la cabeza en señal negativa. —Te has despertado con ganas de guerra— contestó ante sus palabras y llevando otro trozo de tortita a su boca. —Estás en forma pero necesitas recargar energías después de… nada… algo no me cuadra— insinuó divertida, masticando lentamente mientras miraba hacia otro lado, posando sus ojos azules sobre una de las estanterías de la habitación como si fueran lo más interesante del mundo.
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Sé que Elle apenas tiene tiempo libre desde que Emma está entrando en casi plena adolescencia, pero no quiero ni imaginar las cosas que en algún momento podrían haber dicho de mí después de esas reuniones semanales. Suerte que han empezado a tratarse cuando Zoey y yo ya estábamos juntos, y no cuando nos odiábamos. De todas maneras, por mi parte nunca llegó a ser odio, sino que durante meses le estuve echando, mentalmente, la culpa de la muerte de Alec. Asimilé que quizá tuvo algo que ver en que saliera escogido para los Juegos, pero con el tiempo comprendí que ella solo lo quería igual que el resto de nosotros. Para cuando lo entendí, el daño de mi desprecio ya estaba hecho, y quien no me podía ni ver era ella. — Yo hace un par de semanas que no hablo con ella. Imagino que con Emma y el trabajo, no tendrá demasiado tiempo libre. — Sé lo que es criar a un adolescente con sangre Weynart, y como se parezca un poco a Ethan con su edad, me compadezco de ella. Sé que no debería quejarme porque yo en su momento también fui así porque heredé ese gen revolucionario de la familia, pero bueno. Al menos he tenido suerte y sus líos solamente consistían en destrozos a todo el material escolar, juguetes, y todo tipo de cosas de ocio que le compraba. Nunca me sorprendió que acabara siendo científico porque fue la vena curiosa la que le hizo romper esas cosas accidentalmente.
Me encojo de hombros cuando cuestiona mi comentario, y doy otro sorbo al zumo de naranja antes de responderle: — Ya me entiendes. — Sobran las palabras porque sabe a lo que me refiero, y en qué sentido. Además, la palabra "enamorarse" es más corta y más sencilla que "aceptar salir conmigo y sentir algo por mí después de años en los que no nos podíamos ni ver". — Siempre será la pequeña de la familia — digo, haciendo alusión a los años que ya tiene Lëia y cómo de rápido ha crecido. En realidad lo es Emma, pero ella simplemente es mi sobrina. La quiero como sobrina mía que es, pero la relación con Lëia siempre ha sido diferente aun cuando biológicamente tiene conmigo el mismo vínculo familiar que Emma. Por algo la cuidé durante más de un año, y siempre la he considerado como a una hija a pesar de que solo viviera conmigo ese tiempo. Si en un futuro alguien nos estudiase y viera nuestro árbol genealógico, probablemente se lo tomarían a broma. — ¿Cómo le va en el Royal? — Ha tenido la suerte de crecer en un país donde puede estudiar la magia, pero sigo sin ser muy fan de las metodología que a veces usan. Yo estudié un par de años en el Prince, y desde luego que prefería mil veces como estudiaba la magia en Europa, que entre cuatro paredes con profesores y supervisores. Fui por gusto, porque esos años ya no eran obligatorios, pero quería ver cómo funcionaban las cosas.
Acepto de buena gana el pequeño beso que me da, y sonrío después con una sonrisa algo tonta que la mayoría de veces acaba en mis labios después de momentos así. — Con algo tengo que calmar mis "ganas de guerra" ahora que vivimos en calma — respondo en un tono jocoso. Eso de vivir en calma últimamente está siendo algo relativo con la revuelta del 11 el día que fueron Sean y Hero, y sobre todo ahora que por fin hemos capturado a Sebastian Johnson. Sí, en comparación a hace veinte años vivimos casi en el paraíso, pero esas cosas están alterando mi día a día de maneras que hace años que no pasaban. Ni siquiera me importa que el haber capturado a Sebastian sea algo bueno, porque lo que menos me apetece es verle la cara. Cada vez que le recuerdo, lo primero que me viene a la cabeza es cómo su amigo Vennet Hastings mató a Jared, una de las personas que más admiraba. Hace ya casi diecisiete años de la muerte de Jared, pero supuso un duro golpe para nosotros como nación y familia que fuimos siempre los que venimos de Europa, incluso cuando ese mismo día nos hicimos con el poder de NeoPanem.
Me encojo de hombros cuando cuestiona mi comentario, y doy otro sorbo al zumo de naranja antes de responderle: — Ya me entiendes. — Sobran las palabras porque sabe a lo que me refiero, y en qué sentido. Además, la palabra "enamorarse" es más corta y más sencilla que "aceptar salir conmigo y sentir algo por mí después de años en los que no nos podíamos ni ver". — Siempre será la pequeña de la familia — digo, haciendo alusión a los años que ya tiene Lëia y cómo de rápido ha crecido. En realidad lo es Emma, pero ella simplemente es mi sobrina. La quiero como sobrina mía que es, pero la relación con Lëia siempre ha sido diferente aun cuando biológicamente tiene conmigo el mismo vínculo familiar que Emma. Por algo la cuidé durante más de un año, y siempre la he considerado como a una hija a pesar de que solo viviera conmigo ese tiempo. Si en un futuro alguien nos estudiase y viera nuestro árbol genealógico, probablemente se lo tomarían a broma. — ¿Cómo le va en el Royal? — Ha tenido la suerte de crecer en un país donde puede estudiar la magia, pero sigo sin ser muy fan de las metodología que a veces usan. Yo estudié un par de años en el Prince, y desde luego que prefería mil veces como estudiaba la magia en Europa, que entre cuatro paredes con profesores y supervisores. Fui por gusto, porque esos años ya no eran obligatorios, pero quería ver cómo funcionaban las cosas.
Acepto de buena gana el pequeño beso que me da, y sonrío después con una sonrisa algo tonta que la mayoría de veces acaba en mis labios después de momentos así. — Con algo tengo que calmar mis "ganas de guerra" ahora que vivimos en calma — respondo en un tono jocoso. Eso de vivir en calma últimamente está siendo algo relativo con la revuelta del 11 el día que fueron Sean y Hero, y sobre todo ahora que por fin hemos capturado a Sebastian Johnson. Sí, en comparación a hace veinte años vivimos casi en el paraíso, pero esas cosas están alterando mi día a día de maneras que hace años que no pasaban. Ni siquiera me importa que el haber capturado a Sebastian sea algo bueno, porque lo que menos me apetece es verle la cara. Cada vez que le recuerdo, lo primero que me viene a la cabeza es cómo su amigo Vennet Hastings mató a Jared, una de las personas que más admiraba. Hace ya casi diecisiete años de la muerte de Jared, pero supuso un duro golpe para nosotros como nación y familia que fuimos siempre los que venimos de Europa, incluso cuando ese mismo día nos hicimos con el poder de NeoPanem.
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La relación con Elle nunca había sido especialmente buena, quizás la situación hubiere sido diferente de no ser por el hecho de que ella fue la persona que le comunicó que estaba embarazada, comportándose de una forma completamente autoritaria al tener en cuenta que también era de Alec; reclamando unos derechos que, según la rubia, eran completamente inexistentes. Por suerte los años habían jugado correctamente consiguiendo que entre ambas, aunque no existiera una relación de complicidad y amistad plena, la cortesía y amabilidad reinara en las situaciones que debían afrontar conjuntamente. No eran las mejores amigas pero una relación de cordialidad se dejaba entrever, siendo capaces de mantener una conversación, preguntas laborales y personales, comentarios de cualquier variedad sin tener que sentirse tensas la una con la otra. Era de agradecer en muchos sentidos.
Tomó otro trozo, masticando con parsimonia y alzando la mirada en dirección a él cuando hablaba. Asintió con la cabeza, tragando y señalándolo con el tenedor mientras lo hacía. —Bien— aseguró a la par que apoyaba el cubierto en el plato. —, es buena estudiando, aunque dicen que se distrae con demasiada facilidad durante algunas clases— continuó hablando. Cruzó las piernas, dejando a un lado la sábana que aún la cubría medianamente. —Quiere que le compre una alfombra voladora para ir a la biblioteca— dijo, arqueando ambas cejas como si no creyera el mero hecho de que la quisiera solo para eso, de seguro acabaría cometiendo alguna imprudencia que la metería en problemas no solo con algún auror sino con ella misma. Suspiró masajeando el puente de su nariz. Sabedora de que no podía protegerla de todo lo que hubiera fuera de casa y sabiendo, también, que ella había sido mil veces peor a la edad que Lëia tenía; ni punto de comparación existía entre ambas con la misma edad y viviendo en el Capitolio.
Suspiró, dejándose caer en la cama, y cerrando los ojos con suavidad. —Supongo que, entonces, el hecho de que no haya guerra me beneficia el doble— bromeó con una pequeña sonrisa divertida dejándose ver en sus labios. Al menos los tiempos que corrían eran buenos; lejos de tener demasiados problemas la situación se mantenía en paz y aquello beneficiaba a todas aquellas personas que, simplemente, lo que querían era vivir de un modo tranquilo sin tener que temer sus palabras o acciones en el exterior de su vivienda. —¿Va todo bien por el Ministerio?— cuestionó entonces, sin abrir los ojos y permaneciendo con tranquilidad. Las horas extras y su poco interés con el régimen conseguía que la información que adquiría sobre lo que pasaba a su alrededor, fuera de su trabajo y sus dos hijas, fuera nula. En ocasiones consideraba que era cómodo su desconocimiento, pero cruzar los límites de aquello era demasiado peligroso como para hacerlo, por aquella razón, en algunos momentos, aprovechaba su compañía para entrarse de manera veraz de los últimos acontecimientos del país, al menos de los que pudieran hablar abiertamente entre ambos.
Tomó otro trozo, masticando con parsimonia y alzando la mirada en dirección a él cuando hablaba. Asintió con la cabeza, tragando y señalándolo con el tenedor mientras lo hacía. —Bien— aseguró a la par que apoyaba el cubierto en el plato. —, es buena estudiando, aunque dicen que se distrae con demasiada facilidad durante algunas clases— continuó hablando. Cruzó las piernas, dejando a un lado la sábana que aún la cubría medianamente. —Quiere que le compre una alfombra voladora para ir a la biblioteca— dijo, arqueando ambas cejas como si no creyera el mero hecho de que la quisiera solo para eso, de seguro acabaría cometiendo alguna imprudencia que la metería en problemas no solo con algún auror sino con ella misma. Suspiró masajeando el puente de su nariz. Sabedora de que no podía protegerla de todo lo que hubiera fuera de casa y sabiendo, también, que ella había sido mil veces peor a la edad que Lëia tenía; ni punto de comparación existía entre ambas con la misma edad y viviendo en el Capitolio.
Suspiró, dejándose caer en la cama, y cerrando los ojos con suavidad. —Supongo que, entonces, el hecho de que no haya guerra me beneficia el doble— bromeó con una pequeña sonrisa divertida dejándose ver en sus labios. Al menos los tiempos que corrían eran buenos; lejos de tener demasiados problemas la situación se mantenía en paz y aquello beneficiaba a todas aquellas personas que, simplemente, lo que querían era vivir de un modo tranquilo sin tener que temer sus palabras o acciones en el exterior de su vivienda. —¿Va todo bien por el Ministerio?— cuestionó entonces, sin abrir los ojos y permaneciendo con tranquilidad. Las horas extras y su poco interés con el régimen conseguía que la información que adquiría sobre lo que pasaba a su alrededor, fuera de su trabajo y sus dos hijas, fuera nula. En ocasiones consideraba que era cómodo su desconocimiento, pero cruzar los límites de aquello era demasiado peligroso como para hacerlo, por aquella razón, en algunos momentos, aprovechaba su compañía para entrarse de manera veraz de los últimos acontecimientos del país, al menos de los que pudieran hablar abiertamente entre ambos.
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Que Lëia quiera una alfombra no me termina de parecer mala idea. Prefiero que vaya con su propio transporte, uno que conozcamos y podamos ver, que no a que se monte en la moto voladora de un desconocido. Pero igualmente es demasiado joven para empezar, porque ni siquiera sabe aparecerse todavía. Es mejor que vaya paso por paso. — Imagino que le dijiste que no, ¿verdad? — pregunto, y me acomodo mejor contra el cabecero de la cama. — Creo que antes debería centrarse en la aparición, y luego ya que mire si quiere algún transporte. — También es admirable que al menos no haya intentando robar mi moto cuando vengo a verlas, cosa que de Ethan no puedo decir lo mismo. Es mayor como para tener una, pero permitiré que la tenga cuando yo crea conveniente. En su adolescencia le propuse tener un hoverboard volador, pero dijo que eso era demasiado soso, así que por eso todavía no tiene un transporte propio. — Ya sabéis que si necesita ayuda con lo que sea, ya sean materias mágicas o alguna duda sobre la metamorfomagia, me puede preguntar cuando quiera — acabo por añadir en referencia a sus estudios. Está en una etapa complicada en la que todos sus cambios emocionales pueden acabar reflejados en cambios físicos por la metamorfomagia. Es algo que puede pasar se tenga la edad que se tenga, como le pasa a Jessica cuando se enfada y se le pone el pelo más rojizo, pero en la adolescencia se es más propenso.
Le doy un pequeño codazo, en broma, por su comentario respecto a la situación de que vivamos en calma desde hace ya prácticamente diecisiete años. Es casi media vida nuestra, pero parece como si fuera muchísimo menos. En realidad, muchas veces se me olvida que estoy en la mitad de mis treinta. Cuando era pequeño, ni siquiera me planteé que llegaría a esta edad, sino que siempre pensaba que acabaría muriendo joven como varios de mis antepasados, simplemente por defender unos ideales contrarios a los de aquella época. Sin embargo, aquí estamos, en un país que tiene las mismas ideas políticas con las que crecí.
Cuando me pregunta cómo están las cosas por el Ministerio, no sé muy bien qué responder. No me gusta ocultarle cosas aunque sea de temas referentes al trabajo, y confío en ella para serle totalmente sincero. No obstante, el juicio de Sebastian Johnson se trata de un tema especial. Conozco perfectamente a Zoey y sé que nunca diría nada, pero es complicado. — Esta semana que entra tenemos un juicio — empiezo a decir finalmente. — No puedo contar mucho sobre el tema, pero es alguien importante y que ha dado bastantes problemas todos estos años. — Es suficiente para que se haga una ligera idea, y estoy seguro de que comprende por qué no puedo hablar más. Tengo un puesto importante y ciertos privilegios, así que irme de la lengua tampoco supondría ningún problema, pero prefiero mantener el secreto profesional. — Será abierto al público, y estoy seguro de que Ethan me dirá de ir, pero no es lo más adecuado — añado. — Si Lëia te pide permiso, te recomendaría que no la dejaras asistir. — Sé que las cosas que pasarán con Sebastian no son las más adecuadas para ninguno de los dos, y preferiría que ambos se mantuvieran al margen. Es un traidor; un traidor con un largo recorrido de actos delictivos. No hace falta tener un trabajo como el mío para saber qué desenlace tendrá eso.
Le doy un pequeño codazo, en broma, por su comentario respecto a la situación de que vivamos en calma desde hace ya prácticamente diecisiete años. Es casi media vida nuestra, pero parece como si fuera muchísimo menos. En realidad, muchas veces se me olvida que estoy en la mitad de mis treinta. Cuando era pequeño, ni siquiera me planteé que llegaría a esta edad, sino que siempre pensaba que acabaría muriendo joven como varios de mis antepasados, simplemente por defender unos ideales contrarios a los de aquella época. Sin embargo, aquí estamos, en un país que tiene las mismas ideas políticas con las que crecí.
Cuando me pregunta cómo están las cosas por el Ministerio, no sé muy bien qué responder. No me gusta ocultarle cosas aunque sea de temas referentes al trabajo, y confío en ella para serle totalmente sincero. No obstante, el juicio de Sebastian Johnson se trata de un tema especial. Conozco perfectamente a Zoey y sé que nunca diría nada, pero es complicado. — Esta semana que entra tenemos un juicio — empiezo a decir finalmente. — No puedo contar mucho sobre el tema, pero es alguien importante y que ha dado bastantes problemas todos estos años. — Es suficiente para que se haga una ligera idea, y estoy seguro de que comprende por qué no puedo hablar más. Tengo un puesto importante y ciertos privilegios, así que irme de la lengua tampoco supondría ningún problema, pero prefiero mantener el secreto profesional. — Será abierto al público, y estoy seguro de que Ethan me dirá de ir, pero no es lo más adecuado — añado. — Si Lëia te pide permiso, te recomendaría que no la dejaras asistir. — Sé que las cosas que pasarán con Sebastian no son las más adecuadas para ninguno de los dos, y preferiría que ambos se mantuvieran al margen. Es un traidor; un traidor con un largo recorrido de actos delictivos. No hace falta tener un trabajo como el mío para saber qué desenlace tendrá eso.
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—Me pidió en el mismo día que le firmara la autorización para las prácticas de aparición y que le comprar una alfombra voladora— relató con fingida tranquilidad ya que todo lo que tuviera que ver con Lëia no lo pensaba una ni dos veces, sino infinitas en las que, casi siempre, acababa por ceder ante los encantos de su hija pequeña a la cual malcriaba en excesivo. —Le di el permiso y le dije que me pensaría la alfombra— acabó diciendo con abatimiento. Ya debía de estar más que acostumbrado a que Lëia le ganara la mayor parte de las batallas a la rubia que, cuando se trataba de ella, no era más que carne débil de cañón. Sin duda la mayor de sus debilidades sabía como usarlo a su favor. Suspiró, apoyando ambas manos sobre sus rodillas y bajando la mirada con cansancio.
Las preocupaciones estaban demasiado a la orden del día, y no era capaz de tener que lidiar con tantas a la vez, agradeciendo poder delegar, en ocasiones, algunas obligaciones de aquel tipo sobre él. Ni siquiera sabía que habría sido de ella si no estuviera a su lado, como se las habría apañado y, la verdad, tampoco se paraba a pensarlo con demasiada asiduidad. La vida se había tornado de un modo y de nada servía pensar en ello, además de que se encontraba con el hecho de que, para ella, no merecía ni un mísero pensamiento el pensar como habría sido todo si no estuviera. Simplemente estaba allí y con aquello era más que suficiente para sentirse feliz. Alzó la mirada, posándola sobre él y asintiendo con la cabeza. —También sabes que puedes mandar a Ethan aquí siempre que quieras— aseguró con una amplia y amable sonrisa prendida de los labios. El segundo Weynart que se había ganado su corazón fue él, un pequeño de cabellos rojizos que conoció a Lëia antes que cualquier otro integrante de la familia pero él ni siquiera sabía quién era la rubia ni el bebé que tenía delante. Sonrió melancólica ante el mero recuerdo de un joven tranquilo como él y el joven activo y curioso en el que se había acabado convirtiendo.
Tomó un cojín y lo colocó sobre su cuerpo, apretándolo antes de preguntar en relación al Ministerio. La mitad de las cosas no las podía hablar fuera de allí y la otra mitad no le interesaban, o, más bien, no le interesaban realmente ninguna de las que allí acontecieran. —Importante y que ha dado problemas… huele a traidor— habló, siguiendo con la mirada fija en el techo, si darle especial importancia a sus cavilaciones. Como un resorte, se levantó hasta quedar sentada sobre la cama. —¿Crees que le daría permiso para eso? Ni hablar— concluyó. Cedía en, prácticamente, todo, pero aquello era un tema que Lëia sabía prohibido en todos los sentidos y que se buscaría un verdadero problema si asistía a escondidas. —No irá— aseguró levantándose de la cama y tomando una chaqueta larga de lana gris que se colocó antes de ir frente al espejo a arreglar su desordenado cabello. —Y si se atreve a hacerlo y la ves… dímelo— advirtió entonces a él, a sabiendas de que la protegía pero no debía hacerlo en aquella ocasión o el problema se extendería más de lo debido.
Las preocupaciones estaban demasiado a la orden del día, y no era capaz de tener que lidiar con tantas a la vez, agradeciendo poder delegar, en ocasiones, algunas obligaciones de aquel tipo sobre él. Ni siquiera sabía que habría sido de ella si no estuviera a su lado, como se las habría apañado y, la verdad, tampoco se paraba a pensarlo con demasiada asiduidad. La vida se había tornado de un modo y de nada servía pensar en ello, además de que se encontraba con el hecho de que, para ella, no merecía ni un mísero pensamiento el pensar como habría sido todo si no estuviera. Simplemente estaba allí y con aquello era más que suficiente para sentirse feliz. Alzó la mirada, posándola sobre él y asintiendo con la cabeza. —También sabes que puedes mandar a Ethan aquí siempre que quieras— aseguró con una amplia y amable sonrisa prendida de los labios. El segundo Weynart que se había ganado su corazón fue él, un pequeño de cabellos rojizos que conoció a Lëia antes que cualquier otro integrante de la familia pero él ni siquiera sabía quién era la rubia ni el bebé que tenía delante. Sonrió melancólica ante el mero recuerdo de un joven tranquilo como él y el joven activo y curioso en el que se había acabado convirtiendo.
Tomó un cojín y lo colocó sobre su cuerpo, apretándolo antes de preguntar en relación al Ministerio. La mitad de las cosas no las podía hablar fuera de allí y la otra mitad no le interesaban, o, más bien, no le interesaban realmente ninguna de las que allí acontecieran. —Importante y que ha dado problemas… huele a traidor— habló, siguiendo con la mirada fija en el techo, si darle especial importancia a sus cavilaciones. Como un resorte, se levantó hasta quedar sentada sobre la cama. —¿Crees que le daría permiso para eso? Ni hablar— concluyó. Cedía en, prácticamente, todo, pero aquello era un tema que Lëia sabía prohibido en todos los sentidos y que se buscaría un verdadero problema si asistía a escondidas. —No irá— aseguró levantándose de la cama y tomando una chaqueta larga de lana gris que se colocó antes de ir frente al espejo a arreglar su desordenado cabello. —Y si se atreve a hacerlo y la ves… dímelo— advirtió entonces a él, a sabiendas de que la protegía pero no debía hacerlo en aquella ocasión o el problema se extendería más de lo debido.
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Asiento cuando me comenta lo de la alfombra, y comprendo su decisión. Es probable que acabe cediendo porque la pequeña, ya no tan pequeña, siempre ha sabido cómo ganarse nuestra aprobación. Lëia siempre fue una de mis debilidades, especialmente conforme fue creciendo y su cabello comenzó a oscurecerse hasta tener el mismo color que el de Alec. Había veces en las que me recordaba tanto a él, que llegaba a resultar demasiado doloroso verla. Pero lo acepté rápido. ¿Cómo no iba a hacerlo si ya estaba más que acostumbrado a ver la viva imagen de mi hermano cada mañana en el espejo? Porque quitando que yo soy más bajito, tengo el pelo más oscuro y los ojos más claros, somos casi iguales. Con el tiempo lo que más fui viendo era la mirada de Zoey en esos ojos azules tan llamativos, lo que es otro punto más para conseguir lo que quiere porque es la mezcla exacta de dos de las personas que más he querido en mi vida.
Una ligera sonrisa aparece en la comisura de mis labios cuando me comenta lo de Ethan. Tenemos una dinámica que es hasta incluso de familia de verdad, y no por compromiso para quedar bien. Sé que de verdad no le importa que mi hijo adoptado venga aquí, porque como hemos hablado alguna que otra vez, fue el primer miembro de la familia Weynart que consiguió hacerse un hueco en su corazón después de la muerte de Alec. Todo eso fue antes de que se volviera un observador y un curioso por todo, cuando todavía conservaba esa inocencia que empezó a perder demasiado rápido tras la condena a muerte de sus padres. — Seguro que vendría encantado. — Para empezar, Lëia es una de las personas con las que mayor trato tiene. Me alivia por ambas partes, por el papel que los dos suponen en mi vida, que se vean tanto y cuiden el uno del otro, pero a veces hasta me aterroriza porque pueden llegar a ser dos terremotos dependiendo de para qué cosas se trate.
No me hace faltar confirmar su suposición porque ambos sabemos que tiene razón y sería una tontería negarlo y, además, no me importa que lo sepa porque confío en ella y en que esta conversación no va salir de la habitación. — Te prometo que te lo diré si la veo — respondo a lo de Lëia. Soy una persona que siempre cumple sus promesas, especialmente si se trata de temas que conciernen a mi familia. Me da igual que vaya a ser un evento seguro, porque las cosas que quizá sucedan ahí no son del agrado de nadie, especialmente para alguien tan joven como ella. Me acomodo mejor contra la almohada, y aparto la bandeja cuando apenas queda poca comida ya, y la coloco en mi mesita de noche. Para intentar apartar esas preocupaciones y temas tan serios en uno de nuestros días libres, comienzo a darle besos cortos y rápidos en el hombro más próximo. — No sé cómo puedes tener la piel tan suave — comento entre beso y beso, y al final me coloco encima de ella para continuar con mi recorrido.
Lo único que quiero es que terminemos de desconectar y solo existamos los dos por un momento, antes de que Lëia se levante y tengamos que empezar con la típica rutina de cada fin de semana... cosa que imagino que sucederá más pronto que tarde.
Una ligera sonrisa aparece en la comisura de mis labios cuando me comenta lo de Ethan. Tenemos una dinámica que es hasta incluso de familia de verdad, y no por compromiso para quedar bien. Sé que de verdad no le importa que mi hijo adoptado venga aquí, porque como hemos hablado alguna que otra vez, fue el primer miembro de la familia Weynart que consiguió hacerse un hueco en su corazón después de la muerte de Alec. Todo eso fue antes de que se volviera un observador y un curioso por todo, cuando todavía conservaba esa inocencia que empezó a perder demasiado rápido tras la condena a muerte de sus padres. — Seguro que vendría encantado. — Para empezar, Lëia es una de las personas con las que mayor trato tiene. Me alivia por ambas partes, por el papel que los dos suponen en mi vida, que se vean tanto y cuiden el uno del otro, pero a veces hasta me aterroriza porque pueden llegar a ser dos terremotos dependiendo de para qué cosas se trate.
No me hace faltar confirmar su suposición porque ambos sabemos que tiene razón y sería una tontería negarlo y, además, no me importa que lo sepa porque confío en ella y en que esta conversación no va salir de la habitación. — Te prometo que te lo diré si la veo — respondo a lo de Lëia. Soy una persona que siempre cumple sus promesas, especialmente si se trata de temas que conciernen a mi familia. Me da igual que vaya a ser un evento seguro, porque las cosas que quizá sucedan ahí no son del agrado de nadie, especialmente para alguien tan joven como ella. Me acomodo mejor contra la almohada, y aparto la bandeja cuando apenas queda poca comida ya, y la coloco en mi mesita de noche. Para intentar apartar esas preocupaciones y temas tan serios en uno de nuestros días libres, comienzo a darle besos cortos y rápidos en el hombro más próximo. — No sé cómo puedes tener la piel tan suave — comento entre beso y beso, y al final me coloco encima de ella para continuar con mi recorrido.
Lo único que quiero es que terminemos de desconectar y solo existamos los dos por un momento, antes de que Lëia se levante y tengamos que empezar con la típica rutina de cada fin de semana... cosa que imagino que sucederá más pronto que tarde.
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Por suerte la relación entre ambos primos, Ethan y Lëia, era buena, por lo que la facilidad para poder estar todos juntos se acentuaba, sabiendo que el uno estaría seguro junto al otro. Aun así sentía que la complicidad entre ambos era demasiado intensa, consiguiente que planearan cosas las espaldas de ambos, apoyándose tanto que, ocasiones eran dignos de temer. Suspiró, cerrando los ojos suavemente. Querría volver atrás en el tiempo por muchas cosas, y por otras tantas no querría hacerlo, ni siquiera sabría que decir si le dieran la opción de retroceder y cambiar las cosas que deseara.
Esbozó una diminuta sonrisa, asintiendo con la cabeza ante su silenciosa afirmación. Tenía razón. Era buena suponiendo cosas, y no le hacía falta nada más que una mirada en sus ojos para saber si algo malo estaba sucediendo, si era algo importante que pudiera afectar a su pacífica vida. —Gracias— contestó, colocando un rebelde mechón de rubio cabello detrás de su oreja derecha a incorporándose sobre la cama en busca de un mejor ángulo desde el que poder observarlo. Pasaban demasiado tiempo alejados el uno del otro. No podía negar que después de pasar unos días juntos lo extrañaba, pero tampoco podía negar que, en ocasiones, estaba tan ocupada que no tenía, si quiera, tiempo de pensar en algo que no tuviera nada que ver con su trabajo. Esbozó una pequeña sonrisa al sentir sus besos, no mirándolo y entreteniéndose en enredar los dedos en los finos flecos del cojín que aún sostenía sobre ella. —No haciendo trampas— volvió a la carga, riéndo pero acomodándose mejor en su lugar cuando se colocó encima suya.
Alzó las manos para entrelazarlas tras su nuca, dirigiendo sus labios hacia los contrarios y besándolo lentamente, en aquella ocasión lejos de ser un tenue y fugaz beso. Acercó más su cuerpo al contrario, aun besándolo, y solo separándose en busca de una pequeña cantidad de aire que precisaba.
Aún le resultaba extraño y dudaba mucho que dejara de hacerlo por mucho que los años pasaran de pares en pares. Lo que, simplemente, había comenzado siendo una obligada relación, debido al cariño que Lëia había desarrollado por él durante el tiempo que convivieron, se acabó transformando en algo que le costó asimilar y dejar que aflorara, que había odiado tanto que acababa tornándose en su contra en tantas ocasiones que no era capaz, si quiera, de contabilizarlas sin saber que cuantas más que faltaban.
Esbozó una diminuta sonrisa, asintiendo con la cabeza ante su silenciosa afirmación. Tenía razón. Era buena suponiendo cosas, y no le hacía falta nada más que una mirada en sus ojos para saber si algo malo estaba sucediendo, si era algo importante que pudiera afectar a su pacífica vida. —Gracias— contestó, colocando un rebelde mechón de rubio cabello detrás de su oreja derecha a incorporándose sobre la cama en busca de un mejor ángulo desde el que poder observarlo. Pasaban demasiado tiempo alejados el uno del otro. No podía negar que después de pasar unos días juntos lo extrañaba, pero tampoco podía negar que, en ocasiones, estaba tan ocupada que no tenía, si quiera, tiempo de pensar en algo que no tuviera nada que ver con su trabajo. Esbozó una pequeña sonrisa al sentir sus besos, no mirándolo y entreteniéndose en enredar los dedos en los finos flecos del cojín que aún sostenía sobre ella. —No haciendo trampas— volvió a la carga, riéndo pero acomodándose mejor en su lugar cuando se colocó encima suya.
Alzó las manos para entrelazarlas tras su nuca, dirigiendo sus labios hacia los contrarios y besándolo lentamente, en aquella ocasión lejos de ser un tenue y fugaz beso. Acercó más su cuerpo al contrario, aun besándolo, y solo separándose en busca de una pequeña cantidad de aire que precisaba.
Aún le resultaba extraño y dudaba mucho que dejara de hacerlo por mucho que los años pasaran de pares en pares. Lo que, simplemente, había comenzado siendo una obligada relación, debido al cariño que Lëia había desarrollado por él durante el tiempo que convivieron, se acabó transformando en algo que le costó asimilar y dejar que aflorara, que había odiado tanto que acababa tornándose en su contra en tantas ocasiones que no era capaz, si quiera, de contabilizarlas sin saber que cuantas más que faltaban.
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