Todavía recuerdo la primera vez que conocí a Derian Castle. No había cruzado palabra con él a pesar de saber de su existencia ligada a su fama, así que nuestra relación inició aquel día en el cual él sacó la papeleta con el nombre de mi hermana a quien me lancé a defender sin tener idea de cómo eso afectaría el resto de mi vida hasta ahora. Tengo que admitir que si no fuese por él probablemente yo no estaría con vida, así que esa es una de las tantas razones por las cuales me siento bastante agradecido por haberlo encontrado hace algunos años en medio del camino de una de mis tantas expediciones. Y hoy en día, cada vez que necesita un favor me soy incapaz de negárselo.

Tengo que admitir que la vida de campo se le da bien, pero hay días como hoy en la que parece que nadie está disponible para salir de pesca, por lo que me he ofrecido a acompañarlo; no es como si me necesitasen en algún otro lugar, con los menores ocupados en clase y las exploraciones sin tener que ser planificadas hasta dentro de una semana. Agradezco que el sol otoñal esté bien en lo alto para brindarnos algo de calor antes de que llegue la morbosidad del invierno, lo cual hace las tareas en el agua un poco más sufridas y nos priva de unas horas más de luz.

Para cuando llego a la orilla del lago, la misma que se encuentra cerca de las piedras que dan inicio a las lagunas subterráneas, Derian ya está allí. Le chiflo para avisar de mi llegada y sacudo la mano a medio camino a modo de saludo, hasta que al alcanzarlo dejo caer al suelo la red que estaba cargando sobre uno de mis hombros, para ser libre de estirarme y sonar cada uno de mis huesos.

- Como los viejos tiempos... ¿Eh? - bromeo con una sonrisa, levantando una de mis piernas para sostenerme sobre la otra y así poder quitarme el calzado con tal de tener una mayor comodidad; no es como si lo necesitara o como si me molestara andar descalzo - Al final parece que nuestro destino es hacer equipo y estar rodeado de pescados. ¿Tienes alguna zona por la cual quieras empezar, Der?

Jamás había pensado que llegaría a donde estaba ahora, y más, con vida. Había sido un duro trayecto el haber llegado hasta aquí, pero lo agradecía desde mi más fuero interno y siempre que recordaba mi reencuentro con Benedict, no podía evitar una risa por lo absurdo que había sido todo. Cuando era pequeño lo condené y luego lo salvé al sacarlo de la arena, o al menos lo intenté, sabiendo que todo el mérito era de Ben. Siempre había sido un chico fuerte, y ahora es él el que me había devuelto el favor al encontrarme en los caminos, herido, con Alice y Murphy. Con una responsabilidad a los hombros de cuidar de ellas.

Luego, el otro tema gracioso fue cuando no lo reconocí. Por aquel entonces él tenía veinte años, y no es que hubiese cambiado mucho, pero lo suficiente para no reconocerlo de haberlo visto en la etapa pre-adolescente y luego en una etapa ya más entrando en la madurez. Fuera lo que fuese, cuando supe que era él, un alivio y alegría me embriagó por dentro y pude desmayarme en paz.

Era agradable recordar todo eso y más cuando tenía la oportunidad de estar con él. Siempre que tenía ocasión le pedía ayuda para la pesca. Era relajante, y podíamos al menos hablar de nuestras cosas haciendo algo productivo. El sonido de un chiflido hizo que me diera la vuelta y mirara con una sonrisa como el pequeño de pelo cobrizo se acercaba. Para mí siempre iba a ser el pequeño, aunque ya tuviera el condenado treinta años —Las costumbres nunca se olvidan —Me encogí de hombros y no pude evitar soltar una risotada con su comentario. El destino era el destino, y si el nuestro era volver a nuestras raíces del distrito cuatro, ahora ya tan lejano, pues había que aceptarlo —El destino es muy caprichoso a veces, Ben —Me levanté para coger el material de pesca e indicarle aquel recoveco que había más adelante —Allí parece buena zona. El camino por el agua se estrecha y es donde más se concentran los peces —Sorteé piedras y dejé todos los objetos en el suelo —¿Cómo estás? —le pregunté mientras abría la caja para preparar la caña.

No, jamás cambiaría el amor de mi padre mientras yo siga con vida por nada del mundo, pero debo admitir que Derian ha sido lo más parecido a una figura paterna cuando estuve en los Juegos y al salir de los mismos, en esos tiempos donde llevé la vida que ahora parece haberle pertenecido a otra persona; ya ni siquiera recuerdo cómo se sentía tener tantos lujos, aunque sospecho que no tienen nada que ver con la pesca en estos ámbitos tan campiranos, como si estuviésemos obligados a vivir con costumbres de antaño. Considerando nuestros pocos recursos avanzados, no está muy lejos de ello.

— Ni que lo digas  — le respondo alegremente  — a veces creo que el destino tiene el hobbie de reírse de mí  — y no es como si no tuviera motivos. Estiro el cuello, ese que ahora me hace ser más alto que él, para ver exactamente el punto que Derian ha elegido para nuestra actividad de hoy. Lo obedezco sin chistar porque ésta es su área, dejo las zapatillas a un lado donde sé que no voy a perderlas y vuelvo a cargarme con la red sobre el hombro para ir detrás de él. Por aquí abundan las rocas mojadas, pero el caminar descalzo sobre las mismas nunca ha sido problema para nadie que viva en el distrito cuatro, así como nadar. Es como si lo lleváramos en las venas, lo que es irónico porque mis padres nacieron en el seis. Detalles.

Su pregunta me hace mirarlo como si de esa forma pudiese recordar qué novedades le he contado y cuáles no, pero tampoco es como si en un distrito con una cantidad de gente tan reducida las noticias fuesen muchas. Además, cualquier tontería que pasa todos se enteran a los cinco minutos, así que la privacidad es una de las cosas que más extraño de mi anterior vida  — Bien. El otro día tuve una luna llena que me dejó un poco magullado, pero nada fuera de lo común — se lo cuento como si hablase de lo aburrido que está el clima y paso una pierna sobre encima de una roca, buscando el mejor lugar para pisar  — Y he estado preparando algunas cosas porque mañana a primera hora partiré hacia el doce en busca de medicina. Ya sabes, llega el invierno, toda la bola... — todavía estamos disfrutando del otoño, pero es mejor empezar con las reservas en caso de tener que volver a acercarnos a Neopanem. Mantenernos lejos de ellos siempre nos ha funcionado.

Llegar al punto que Derian había señalado no es nada complicado y lo conseguimos en pocos minutos, de modo que comienzo a acomodar la red para que pueda ser lanzada de una buena vez. Aquí el olor del agua se me hace sumamente tentador y no hay nada que me guste más que poder nadar cuando no hay nadie cerca, aunque ahora mismo hay cosas más importantes que hacer  — ¿Y qué tal tú? ¿Te has acostumbrado a la vida de tranquilo pescador? — quizá pasaron años, pero no puedo no bromear con esas cosas. Mientras que gente como Derian ha encontrado la paz, yo no he logrado lo mismo. Pasar tiempo lejos del catorce y de paso conocer las diferentes rutas ha sido el mejor método para combatir mi peluda situación  — Algún día voy a conseguir que vengas a una expedición conmigo, Der. Lo que he aprendido de supervivencia fue gracias a ti. Al menos la mayoría  — luego estuvieron las cuestiones particulares que me forzaron a aprender nuevas tácticas, pero sé que yo no sería quien soy si no fuese por él. Acomodo la red y la lanzo, esperando a que se hunda  — Este mes probablemente no hagamos nada grande, pero antes de que llegue el invierno pienso ir a las montañas, un poco más al este de lo que siempre vamos. ¿Qué dices?

—Reírse de todos, pequeño, reírse de todos —Me daba igual la edad que pudiera tener Ben, para mi siempre iba a ser un pequeño, aunque ya me hubiese superado hasta en estatura. El estirón que había dado el desgraciado había sido una puñalada en el pecho. Suspiré, cerrando momentáneamente los ojos, y seguí arreglando el anzuelo mientras él tiraba la red al agua. Una de las cosas que me había costado asimilar era de que se había convertido en un hombre lobo. No me lo había tomado demasiado bien la primera vez, aunque todo eso había sido demasiado relativo. Inculcarme la idea de que magos y humanos podíamos convivir en paz me había llevado más tiempo del necesario, pero ahí estaba, compartiendo una ideología que a fin de cuentas era la más acertada. El radicalismo no servía para nada, sólo para emponzoñarte la mente y el alma.

Y si quería encontrar la paz, necesitaba paz conmigo mismo y con todos los demás. Ahora no estaba cabreado de que ese cobrizo de ahí era una criatura mágica, si no preocupado porque sabía todo lo que le acarreaba. No era fácil, y aunque Ben diera la imagen de estar bien, de sonreír y de ser el de siempre; era todo mentira. Yo sabía que no estaba bien. Bajé la mirada y luego la posé en la de él. Se que me está diciendo muchas cosas y que lo de las medicinas debería de importarme, que debería responderle de que mi vida había mejorado y que dedicarme a la pesca era como rememorar mis días bonitos en el cuatro antes de que empezase toda la pesadilla, de que debería de rodar los ojos como siempre hago cuando intenta convencerme de que vaya con él de expedición y soltarle algo ingenioso cuando me propone lugares a los que ir.

Todo eso es lo que realmente debería de responderle; pero no. No le respondo nada porque mi mente está en un único punto de la conversación. Dejo un momento que el silencio nos envuelva y que sea la única sintonía en esa cueva. Las gotas de agua chocando contra el suelo y giro levemente la cabeza —Se que nunca te lo he dicho, pero a veces deseo con toda mi alma tener magia en mi interior para convertirme en un animal y acompañarte en esas noches de luna llena que pretendes contar como si no te afectara lo que te sucediese —Mantengo mi mirada fija en la de él y luego la retiro levemente hacia el lago —Lo estás pasando mal, siempre lo has hecho, porque se reconocer a las personas de ese tipo, Ben, y Dios sabe que haría lo que estuviera en mi mano para quitarte parte de ese dolor —dejé caer el anzuelo. Escuchando de nuevo el sonido del agua acercándose estrepitosamente a la roca.

Sí, el destino parece reírse de todos, sino no estaríamos metidos dentro de nuestra particular situación. Cuando era niño tenía una extraña idea de lo que iba a ser la adultez para mí: en mi mente iba a crecer en el distrito cuatro, me dedicaría al negocio familiar porque se me daba bien ayudar en el taller de papá y me casaría con alguien cuando estuviese aburrido de hacer muchos paseos en barco. Es obvio que no logré absolutamente nada de eso y estoy muy lejos del prototipo de vida que tenía pensada para mí, pero si consideramos que estoy vivo y básicamente libre, puedo decir que soy bastante afortunado.

Estoy acomodándome con los pies en la orilla, dejando que el agua barra mis dedos con suavidad mientras siento como el frío sube vagamente por mis piernas y pantalones arremangados, cuando Derian lleva la conversación a un punto que no hubiese sospechado. Pretendo estar concentrado en amarrar el extremo de la red a pesar de que me delatan mis movimientos mucho más lentos y pausados de lo normal, un claro indicio que estoy más concentrado en sus palabras que en mis acciones. Puedo sentir un peso cálido y extraño caer dentro de mi estómago poco a poco y un cosquilleo molesto en la nuca, hasta que por fin me decido a alzar los ojos en su dirección para darme cuenta de que estoy estúpidamente conmovido.

Un sonido gutural que no identifico sale de mi garganta y tengo que carraspear para aclararme la voz, forzando mis labios a una sonrisa torcida pero amable que denota cierta vergüenza por mi segundo de debilidad. Siempre se me ha dado mal hablar de lo que me pasa hasta que exploto, por lo que estas cosas me toman casi siempre por sorpresa —  Um. Yo... gracias, Der. De veras —  consigo murmurar, rascándome la nuca en un gesto torpe e incómodo hasta que vuelvo a centrarme en la pesca, amarrando la red para tirar de la misma y sacar nuestra mercancía.

Ha habido mejores, pero consigo sacar algunos peces que golpeo contra las piedras para aturdirlos o matarlos en seco e ir formando una pequeña pila para luego llevarnos derecho al almacén. Estoy lanzando por segunda vez la red cuando me veo obligado a hablar —  Eres como un padre para mí, Der, y te consta —  expreso, manteniendo la vista en el agua mientras me acomodo entre las rocas —  pero debes saber que no tienes que sentirte mal por mí. Admito que la he pasado mal y que... bueno, fue difícil al principio aceptar que sería diferente —  "diferente" es un sinónimo suave y amable de "bestia" —  pero creo que he logrado hacerme la idea de que ésta es mi vida. Obvio que es una complicación y que he tachado de mi lista tener hijos algún día por las dudas pero... ¿Ya qué? —  Una de las razones que me hace creer que Beverly no es hija mía al fin y al cabo no es porque hay otros dos posibles padres, sino también porque no tiene ninguna señal de que es como yo, ni siquiera que le guste la carne menos cocida. No, nunca supe si es un gen que se pasa, pero no deseo experimentar con algún bebé inocente.

Me siento en una de las rocas a esperar, sin soltar el extremo de la red, observando como el agua se mueve con mucha suavidad justo delante de nosotros hasta que decido estirar mis piernas para producir un suave crujido en mis huesos —  Nunca creí que te afectara de esa forma —  confieso, regalándole repentinamente una sonrisa —  y de verdad estoy agradecido.

Jamás iba a sospechar de que Ben tenía corazoncito y que le diera tanta vergüenza escuchar palabras de ese tipo. Ya tenía una edad para que no le diesen reparo ciertos actos, pero bueno, después de todo quizás siga siendo el niño que fue. O yo ya me había inmunizado a todo.

—No tienes que darlas, es la verdad —Cogí la red que había sacado y la eché a un lado con esfuerzo para luego dejar que todos los peces capturados tocaran el suelo y saltaran pidiendo aire hasta acabar asfixiados. Me quedé un rato mirando tan atroz escena y no pude evitar recordar cierta similitud a lo que quizás nos depararía el tiempo. La calma no duraba mucho y esos peces eran nuestro futuro. Sacados de su hogar hasta ser asfixiados. Exhalé aire y miré hacia un lado.

Sólo capté unas pocas palabras de Ben hasta mirarlo de nuevo —Quizás te refieras a hermano mayor —Sonreí de lado, ahuyentando esos recuerdos tan desesperantes que había tenido antes —Eres como un hermano pequeño para mí. Digamos que cuando estabas pequeño si parecía más una figura paterna, pero ya que hemos ido creciendo… —Ladeé la cabeza y tiré de nuevo la red —Hermano pequeño —Lo señalé —Y hermano mayor –Me señalé, pero no pude evitar reír a todo lo que estaba diciendo. Durante todos estos años habíamos aprendido a aceptarnos todos como iguales y no sólo humanos y magos. Para mi Ben era el mismo de siempre, pero con un aura más salvaje. Punto y final.

—Tienes que aceptar que todos somos iguales. Me habéis metido eso en la cabeza hasta comprenderlo cuando ya sabes que yo tenía unos ideales muy radicales. Eres igual a todos, Ben, aunque seas un hombre lobo —Me senté y lancé la caña, recogiendo sedal y moví ligeramente los pies para sentir la roca afilada en la piel mientras rumiaba la idea de conseguir algún libro de criaturas para Ben —¿Todos estos años y no has leído nada sobre hombres lobo? —Me quedé un poco perplejo y entrecerré la mirada. Joder, yo me convierto en algo y lo primero que hago es buscar más cosas de lo que soy. Suspiré y terminé sonriendo a lo que dijo —Claro que me afecta, Benedict. Hemos pasado mucho juntos, ¿no es cierto? Además de que eres importante para mí —Giré la cabeza momentáneamente cuando sentí un tirón y recogí el sedal mientras salía del agua un pez, pero vaya pez, joder. Era bastante grande. Me levanté, apurado y tiré —Ayuda Ben, ayuda —se me quebró la voz del esfuerzo.

Quizá no tuviese que dar las gracias, pero cualquiera que me conociera sabía que tenía la estúpida manía de darlas de todas formas. Derian nos ve más como hermanos y sé bien que es una imagen más adrede a nuestra relación ahora que ambos somos adultos, pero si tengo que ser honesto siempre me ha costado un poco la idea de que estamos a la par. Cuando yo lo conocí yo era un niño y él era mi mentor, así que técnicamente no solo no estábamos a la par porque él era mayor sino porque yo sobreviví y aprendí el oficio de entrenar tributos gracias a él. No tengo idea de cómo habrá sido su impresión cuando volvimos a encontrarnos después de todos esos años allá en el bosque, pero mi idea de él no había cambiado. Supongo que para él fue totalmente diferente porque yo sí había tenido un cambio radical — Ya sé que no quieres sentirte viejo, no hace falta que lo aclares — termino bromeando.

— Sé que todos somos iguales — le comento ligeramente irritado con haber terminado en esa charla, aunque intento no demostrarlo a pesar de que mi mandíbula se pone tensa — Pero no es sencillo soportar el dolor y tener el miedo de... bueno, ya sabes, matar a alguien — nunca le daría la espalda a nadie fuese lo que fuese, pero hace muchos años que no comparto con alguien la penuria de pertenecer a esta raza. Si soy sincero, hace mucho tiempo ansío la oportunidad de conocer a alguien como yo para poder conversar con una persona que lo comprenda — Claro que he leído sobre ellos, aunque no tanto como me gustaría. ¿Por qué lo dices? ¿Por lo de tener hijos? — pregunto, ligeramente pensativo — No hay mucha información, pero si tuviera un hijo me gustaría que fuese lo más normal posible. Suficiente sería con nacer en un lugar como éste. — le tengo un inmenso cariño al catorce porque nos permite ser libres y he sido de los primeros en llegar, pero debo admitir que no es exactamente dónde formaría una familia. Además, sería un pésimo padre.

La sonrisa que le regalo es en parte divertida en parte sincera, acabando por acercarme lo suficiente como para poder darle una palmada en la espalda sin soltar la red — No te preocupes por mí, Der. Puedo con esto. A veces me quejo sumamente gratis porque la verdad es que debería dar las gracias por vivir como vivo — y eso es completamente cierto. Ser licántropo significa que la saqué barata después de todas las cosas que me pasaron; los dos sabemos muy bien que podría haber terminado peor.

Me toma por sorpresa su urgencia y suelto la red para reducir la distancia, notando como el pez gigante que se metió en nuestro lago por medio del arroyo es básicamente una bestia. Silbo en admiración de su tamaño y le quito deliberadamente la caña, porque ningún pez por muy grande que sea va a ganarme. No, la terquedad y el orgullo es algo que no he perdido con el tiempo tampoco — Te estás volviendo anciano, Der — me mofo con gracia aunque con la voz consumida por el esfuerzo. Tiro una y otra vez hasta que consigo que el pez se arrastre por la orilla, dando una sacudida frente a la falta de oxígeno y, por las dudas, tiro de él hasta alejarlo lo suficiente como para evitar que regrese al agua. Clavo la caña entre dos rocas y me acerco, ladeando la cabeza en un intento de adivinar de qué pez se trata, mientras el pobre bicho se debate entre la vida y la muerte — Hace años no veo uno tan grande. ¿Reconoces la especie? — pregunto. He perdido la práctica de los nombres después de todos estos años, pero quizá el tiene una mejor memoria — Podríamos alimentar a varias familias con esto.

El maldito pez pesaba lo suyo y gracias a la ayuda de Ben, pudimos sacarlo del agua. Me quedé mirándolo unos instantes, mientras el cobrizo le daba golpes para que no retornara hacia el lago y me agaché. Parecía una lubina, pero una lubina bastante grande —Creo que es una lubina, y una bastante grande —asentí, frunciendo los labios y me dejé caer en la silla para unos instantes después arrastrar la red de nuevo y sacar más peces. El día había sido productivo y con estos más el grande, teníamos suficiente. Sin embargo, aunque el pez había parado la conversación de antes, no me había olvidado de ella —Soy un cuarentón sexy, un respeto —reí y fui recogiendo las cosas, pensando, sabía perfectamente lo que era matar a las personas y personas inocentes.

—Se muy bien lo que es matar a gente, Ben —lo miré de soslayo —Y gente inocente. Sólo digo que no te tortures con algo que no elegiste. Si un esquizofrénico empastillado puede vivir medianamente bien, ¿por qué no un licántropo? —sólo quería animarlo y que no se rindiera con algo que no tiene cura. Ambos teníamos una enfermedad incurable y lo mejor que se hacía es aceptarla, aunque se descontrolase —Yo mis pastillas y tú la matalobos esa —lo miré con una sonrisa, sacando el cuchillo para limpiar los peces. El hedor era cuanto más desagradable, pero tantos años a lo mismo la nariz se había acostumbrado, más no el olor en la ropa. No sabía si Alice protestaba o no por el olor, pues yo hacía cuanto tenía en mi mano para quitarme el olor a pescado antes que llenase la casa. El olor era vomitivo.

Dejé uno de ellos y saqué otro —Yo podría facilitarte algún libro. Así que en cuanto lo tenga, te lo traeré y podrás buscar esa información tan deseada que quieres. Siempre es bueno saber a lo que te enfrentas y el primer paso para aceptarlo y saber que eres —dejé otro pescado y cogí otro y así hasta tenerlos todos arreglados con la ayuda de Ben —Creo que hemos terminado aquí —guardé el pescado en la cesta y le pasé una cerveza.

— Sexy... si tú lo dices... — hubiera hecho una broma al respecto, sugiriéndole que le pregunte a Alice que opina sobre el tema, pero entonces recuerdo la última vez que estuve a solas con la morena hace pocos días y presiono los labios en una delgada línea mientras tomo la lubina con cuidado de que no se sacuda y la dejo en nuestra pila de peces. Nunca fui un experto en las mujeres ni en sus opiniones, así que no es como si tuviera mucho que decir al respecto.

Lo miro con una expresión que intenta ser calma a pesar de que siento que lo estoy fulminando con la mirada; sé que todavía estoy irritable por la luna llena, por lo que tengo que recordarme que hace todo con buena intención aunque sé que mi condición no es la misma que la suya y, por sobre todo, ambos matamos gente inocente. El problema recae en que actualmente yo estoy fuera de mí una vez al mes como para controlar esos impulsos homicidas — Yo no tengo ninguna matalobos — le digo con desgano, sacando la red del agua para quitar algunos peces de ella y dar por finalizada mi tarea — Jamás han conseguido hacerla correctamente y tienen miedo de envenenarme. Seth me ha dicho que puede volver a intentarlo pero ya sabes... es una lotería — con un resultado o muy bueno o muy malo.

La vista de una cerveza fría me hace olvidar del olor a pescado y mojo mis manos en el agua antes de tomarla con obvia ansiedad, sonriendo en señal de agradecimiento para sentarme en una de las rocas a su lado — ¿Sabes leer idioma mágico? —  le pregunto con ironía. Hasta donde sé, los libros que traemos de Neopanem en cada expedición son los que han sobrevivido al nuevo gobierno y aquellos que tratan sobre criaturas o medicina están escritos, básicamente, en runas. Por eso mismo Arleth ha estado pidiendo traducciones con ayuda de Seth y toda esa bola que me aburre bastante — Ya te he dicho, Der. He averiguado lo que he podido y llevo casi quince años como hombre lobo. Sé bien a lo que me enfrento y lo que soy, en parte por información, en parte de mano propia —  y esa es la peor. Sacudo la cabeza y le doy un trago a la fresca cerveza, agradecido por su delicioso sabor, antes de buscar con desesperación cambiar de tema. Me hago el que poco me interesa y observo mi botella —  ¿Cómo está Alice? —  pregunto al final. Dudo que ella haya abierto la boca, pero siempre es bueno saber.

Lo miré a los ojos y me quedé callado unos segundos. Sabía perfectamente que no podía hacer enfadar a un licántropo, y más acercándose la luna llena, pero había situaciones que me enervaban y al parecer si todo quería que fuese bien, tendría que aprender a mantener la boca cerrada —Das miedo con esa mirada —Carraspeé un poco y le di un sorbo a la cerveza, maquinando en mi mente que tal vez tendría que salir de viaje a conseguir libros y pociones, pero claro, mejor no le decía nada porque su cabeza hueca no quería admitir cualquier cosa que se asemejara a su condición. Así que tan sólo asentí y le di la razón. Ya haría yo las cosas por mi cuenta —Vale, Ben. Touché —sonreí irónico y levanté la cerveza para brindar y luego beber.

Su cambio de tema no se me pasó desapercibido y aunque intenté no hablar del tema desde que lo supe, Ben lo había sacado a relucir nada más y nada menos que preguntando por Alice. No es que me incomodara, si no que simplemente hablar de estas cosas con una mujer que vive contigo es extraño. No tenía claro como quería a Alice y esperaba averiguarlo de aquí a un corto período de tiempo —Bien. Está bien. ¿Por qué? ¿Le ha pasado algo? —dije de forma casual. El distrito catorce era pequeño y todo se sabía. Terminé la cerveza y mi cuerpo necesitaba otra. No le hice esperar así que cogí otra y le di un largo trago con una sensación extraña en el estómago.

Le sonrío de medio lado, en cierta forma con timidez cuando reclama lo de mi mirada y sacudo un poco la cabeza — Es algo que he practicado para que la gente no se me acerque cuando voy al norte de Neopanem — bromeo, sabiendo que está más que claro que no hablo en serio. Una vez Ava me dijo que soy más un osito de peluche que una verdadera amenaza y casi la mato por eso, pero lamentablemente hay veces que tengo que darle la razón. Si fuese por mí, no podría ni dañar a una mosca. Ruedo un momento los ojos antes de reírme entre dientes y chocar nuestras botellas en un brindis.

Algo en el modo en el cual se acomoda a mi lado hace que despegue la boca de la botella y lo mire, entornando los ojos en un intento de adivinar lo que le pasa por la cabeza. Conozco a Alice lo suficiente como para asumir que no ha abierto la boca y yo solamente se lo conté a Seth por accidente, así que dudo y espero que no sepa lo que ha pasado entre nosotros, aunque técnicamente no existe un "nosotros" porque estábamos ebrios y porque no he juntado todavía el coraje para hablar con ella de adulto a adulto. Tengo que admitir interiormente que lo que recuerdo lo he disfrutado, aunque todavía no me quito de encima la sensación de que hemos hecho algo que técnicamente es incorrecto a pesar de que pareciera que a Seth no le molesta en lo absoluto. Tiene sentido, fueron novios hace siglos, pero qué sé yo; eso no le quita lo raro.

— No... bueno, solo pregunto — muevo mis hombros en parte encogiéndolos en parte solo sacudiéndolos, sin definirme del todo, y bebo lo que queda de mi cerveza con la rapidez que indica que estoy demasiado acostumbrado al alcohol como para pasarlo como agua — Vives con ella así que... ya sabes, curiosidad. Preguntar por la vida de hogar como toda persona — intento bromear haciendo énfasis en lo que se supone que es la vida normal de un adulto, aunque ninguno de nosotros la posee como se suponía que debía pasar según lo que nos habían enseñado de niños — ¿O es complicado vivir con una mujer y su hija? Los adolescentes son algo jodidos — e insoportables, especialmente si son como era yo cuando él me conoció — Tengo que concederte esa paciencia.

Me molesta y no sé porqué. Me molesta toda esta conversación y todas esas palabras que suelta Benedict como si yo fuera tonto o algo. Por el amor de dios, el día que supe que ellos dos se habían acostado fue a la mañana siguiente cuando volvía de hacer guardia. Lo vi saliendo de mi casa y yo simplemente torcí para que no me viese. Me lo quedé mirando y supe inmediatamente lo que había pasado. Joder, había pasado en mi casa. Como para no saberlo.

Intenté tranquilizarme y ya no supe si era por algo más o porque me estaba llamando gilipollas en toda la cara. Sé que eso no es así, simplemente no quiere decirme que habían tenido algo, pero tampoco era plan que me tratase como si estuviera ciego —La ves todos los días por el distrito. No es que el catorce sea muy grande. Sabemos como estamos unos y otros —quizás lo dije algo mordaz, pero la pequeña rabia que tenía por dentro era casi insoportable. Sin embargo, no fui capaz de decirle nada, ni ser yo el que lo dijera directamente —Pues como te he dicho está bien. Distante como siempre, pero está bien —le di otro trago y moví la botella, mirando el líquido y luego a sus ojos —Murphy es un amor, así que no tengo problema alguno con ella y casi siempre que tienen conversaciones de madre e hija, yo me encuentro en otro sitio —me encogí de hombros. Me gustaban los niños y eso tenía que ver algo para que mi paciencia estuviese intacta.

—Por otro lado estoy acostumbrado a los niños y adolescentes —sonreí un poco, notando como se iba la molestia poco a poco, refiriéndome a mi época de mentor —Y si te soporté a ti, ya soporto a todo el mundo —otro trago y pensando en tomarme otra. Y cuando se juntaba con Arianne... Era un tierra trágame en toda regla.

Echo mi torso un momento hacia atrás cuando oigo el tono en el cual me habla y no puedo evitar arquear mis cejas por un instante, algo confundido por ese cambio de humor que podría esperar de mí pero quizá no tanto de él; se suponía que estaba medicado en su medida... ¿No? Silbo largo y tendido, sin saber muy bien por donde responder, así que me tiro a lo que siempre me ha salvado: el humor — Si te pone celoso que pregunte por ella ya me callo — ironizo, haciendo un suave movimiento con la cabeza hasta desviar mi vista hacia el agua, que parece sumamente calma ahora que ninguno de los dos está metido ahí dentro.

Conozco a Murphy y sé que es la más tranquila de los niños junto con Delilah, así que entiendo lo que dice aunque por lo poco que vi, las mujeres pasando por la pubertad son un tema aparte. Lo vi con mis amigas y ahora lo veo con mi pseudo hija, si es que puedo llamarla así, por lo que muevo un poco la botella en el aire ya vacía antes de dejarla a un costado — Espero que no hayas tenido que soportar charlas sobre cuerpo humano — bromeo. Cada vez que Beverly hace una pregunta respecto al tema intento responderle lo más básico posible y sino le tiro la bola a Eowyn, Seth o incluso a Cale, pero cuando es una situación ya dentro del territorio Redford siempre encuentro el modo de escaparme.

El recuerdo de mi yo adolescente me hace reír con ganas, echando mi cabeza hacia atrás justo antes de echarme hacia atrás, apoyándome en una roca húmeda que me refresca por encima de la ropa y me permite estirar las piernas, dejando colgar mis pies descalzos — ¿Tan terrible era? — pregunto, aunque es más bien una pregunta retórica. Sé que no era sencillo soportarme, menos cuando estaba con Arianne y los dos teníamos nuestros ataques de adolescentes con traumas — Creo que mi padre jamás se enteró que le robaba cigarrillos o cerveza. Pobre viejo... — el recuerdo me hace suspirar, alzando la vista hacia las piedras del techo de la cueva— Fueron épocas de mierda, pero extraño la idiotez de la adolescencia

¿Celoso? ¿Yo? ¿Por qué? Bah. Tonterías.

Miré en la dirección que miraba él y solté una leve risa, mirando el agua. Las charlas no eran de mi incumbencia. Después de todo no era su padre, así que en teoría yo no tenía que meter las narices ahí, aunque me gustase. En realidad no sabía lo que era tener un padre, pero algunas ideas tenía al respecto, y aunque en alguna etapa de mi vida me planteé serlo, ahora sé que nunca llegaría. Al menos no uno biológico.

—Que va, de eso se encargó su madre —Me encogí de hombros y alcé una ceja tras su ataque de risa repentino. Tardé un poco en intuir de que era, pero luego caí y agaché la cabeza, sonriendo, y negando con la cabeza —Eras... Especial. Reservado y cuando decías que no, era que no. Eras muy serio —Eché la cabeza hacia atrás, recordando aquellos tiempos que lejos de haber sido bonitos, tenían algo de encanto, sobre todo cuando nos congregábamos todos a cenar, planear tácticas y olvidar que podían morir. Fruncí levemente el ceño y meneé ligeramente la cabeza —Echo de menos a Arianne —dije dando el último trago de cerveza, bajando la cabeza y echándome el pelo hacia atrás. La echaba de menos; y mucho, y a Marco. Echaba de menos a tantas personas que aunque trataba de lidiar con ello; no podía —Crecer es duro, ¿no? —le sonreí, nostálgico, y estiré el pie hasta apoyarlo en una piedra.

La verdad es que lo miro un poco confundido cuando me cuenta la imagen que tenía de mí e intento recordar mi infancia, aunque quizá no está equivocado. No me recuerdo serio porque tengo memorias de mí haciendo idioteces con mis amigos, pero desde su punto de vista tal vez demostraba otra cosa. ¿Reservado? Claro, hasta que explotaba por las noches, pero de eso no se enteraba nadie. Y tal como dice, el carácter de mierda sigo teniéndolo. Me sonrío con cierta nostalgia, dándole golpecitos a la botella vacía con la punta de mis dedos — Te olvidas de la parte en la que necesitaba un corte de cabello urgente — agrego con diversión. Quizá ahora también estoy bastante desaliñado, pero el Ben adolescente evitó cortarse las mechas hasta los dieciséis, quizá diecisiete, cuando ya había empezado a llevar una cola de caballo hasta que mi padre dijo que empezaría a tener pulgas. Una lástima, porque a Eowyn le encantaba y en esa época, impresionar a las chicas era una especie de estúpida prioridad.

El comentario de Arianne me toma desprevenido y por un momento estoy por caerme de la piedra, e intento hacer memoria sobre la rubia con la cual bailé hace tantos años. Una chica linda, dulce a su manera e irritante como ella sola, con la cual creí que todo se había ido a la mierda entre nosotros cuando abrió la boca de más. Todo eso parece tan lejano que por un momento el nudo de la garganta se me atraviesa y me obliga a carraspear — A Arianne. A Alex — admito. A Melanie, a Amelie. Incluso a Zyanelle. Apesta pensar en ellos porque ha pasado tanto tiempo que parece que nunca existieron.

— Crecer no es el problema. El problema es que pasa el tiempo y cada vez me acuerdo menos de ellos — ¿Como se veían cuando se reían? ¿Cómo era el sonido de sus voces? Fue una época de mierda, pero a veces regresaría en el tiempo solo para pasar cinco minutos más con todas esas personas que pasaron por mi vida y de golpe se esfumaron. Repentinamente, me siento vacío y me muevo de la piedra en un intento de ponerme de pie — ¿Crees que todos los que conociste alguna vez han muerto? — pregunto con desgano — Porque yo sí. De alguna forma lo están para mí.

Solté una pequeña risa cuando se refirió a lo de su pelo, pero enseguida se ensombreció cuando nombró también a Alex. Me había olvidado de él. ¿Eso era lo que me iba a pasar? ¿Olvidarlos a todos? Suspiré. Tal vez demasiado fuerte que de costumbre y tiré la lata en la bolsa. El día había acabado por hoy y sólo habían hablado del pasado y de lo cuan llenos iban a estar con esa lubina pescada y los otros peces.

—Espero no haber olvidado los rostros de Ari y Alex. Aunque ahora estarán muy cambiados —Me levanté, hablando con tan sólo mis gestos que era hora de irse y de terminar el día —Yo guardo esperanzas de que no —En mi mente se formaron las caras de Marco, Arianne y Alexander porque a día de hoy eran los únicos que me importaban.

—Por cierto —me giré a él —Sé que te has acostado con Alice —miré al frente con un rostro de pasota —No se de que irá vuestro rollo, pero intenta no confundir mucho a Murphy, pues podría creer otra cosa —miré al techo y cerré los ojos. Porque los líos del distrito catorce iban a matarlo.

Esperanzas. Con respecto a ciertas personas, la esperanza es algo en lo que he dejado de confiar. Mientras arreglo mi ropa en un intento de dar por cerrada nuestra jornada y regresar por donde vinimos, su comentario hace que me quede estático en mi sitio y poco a poco, siento que el ceño se me frunce hasta arrugarme el rostro de un modo que me hace ver mayor, a pesar de que el cabello me ayuda a que no pueda verme a la cara.  ¿Qué sabe él? ¿De dónde lo ha sacado? Nadie abrió la boca y mis visitas a Alice siempre son médicas. ¿Por qué asume algo que, por cierto que sea, no es de su incumbencia?

— ¿Qué? ¿La andas vigilando? No sabía que tenían cámaras de seguridad en su casa — le pregunto con sarcasmo para dejar bien en claro que no entiendo por qué está tan seguro, alejándome para tomar la red, meter los peces y cargármela al hombro. Soy más alto y más fuerte, así que no tengo problema en llevar todo esto por mi cuenta de vuelta al distrito — Murphy no tiene nada de qué preocuparse y tú tampoco. No soy un niño... ¿Recuerdas? — quizá el paso del tiempo para él, que lo ve desde afuera, es algo más duro que para mí, pero me es inevitable no utilizar esas palabras — Creo que mi intimidad es asunto mío. ¿No? Como sea — me encojo de hombros — Gracias por la cerveza. Nos vemos luego, Derian.

Con un gesto cordial de la cabeza me despido, con cuidado de no tropezar en las piedras húmedas y regreso por donde vine, dispuesto a dejar la comida en su sitio y alejarme un poco de las conversaciones que nadie quiere tener.