The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jamie D. Niniadis
La situación ahora mismo no es muy gratificante. Han pasado varias semanas desde el asesinato de Dwane en el hospital y desde que la prensa se enteró de ello, con un par de detallitos sin importancia adulterados para reducir los cargos presentados hacia Seth. La primera pregunta que aparece en mi cabeza al enterarme de lo sucedido es “por qué”, pero solo tengo respuesta del cómo, cuándo, dónde y con qué. Aún así, aquella noche él no está para respuestas, así que tengo que esperar no solo a que su pierna se haya curado lo bastante como para que pudieran soldarla con magia, sino a que su cerebro procesara información sin entrar en pánico y sin calmantes. Cuando por fin tengo la oportunidad de hacer esa pregunta, la respuesta es siempre la misma: “No lo sé” “Perdí el control” “No sé que me pasó”. Y quiero creerle, pero no puedo. No puedo porque al revisar la habitación veo las marcas de sus manos desperdigando la sangre por el suelo como si estuviera cubriendo algo; porque la sangre que debería haberle caído encima es el 10% de la que tenía; porque vi el vídeo del accidente con los Gobstones una y otra vez, memorizando a consciencia cada palabra; porque su cadena no está en su cuello a pesar de que jamás se la quita; porque Benedict repentinamente es una sombra por la casa. Es como si se hubiera apagado por completo; y Seth también.

Sé que pasa algo pero no sé el que y eso me carcome por dentro. Aun así, con todas las visitas de los abogados, las declaraciones, los juicios, la prensa y mi trabajo como Jefa de estado, ese tema se queda totalmente aparcado. Incluso me había olvidado de ello con las buenas noticias que me dieron esa tarde. Hemos avanzado mucho desde la primera acusación de asesinato premeditado que pasó a ser homicidio involuntario y ahora, por fin teníamos material para desestimar un caso alegando que aunque Seth era quien perseguía a Dwane por el edificio con intenciones de matarlo (cosa que no es un delito), los que provocaron la caída de ambos fueron los aurores que les custodiaban y todos tenemos claro, al menos de cara al público, que lo que mató a Dwane fueron las heridas de la caída. Aún así, a pesar de la buena noticia, es algo que no se comunicará hasta que estemos 100% seguros de que es factible usar esa baza. Pero es una salida que me tiene de bastante buen humor mientras voy por los pasillos, ajetreada en trabajo atrasado.

Y es entonces cuando Benedict se me cruza por delante.

No estaba mirando por donde iba y es evidente que él tampoco. La bandeja choca primero contra mis cosas, me sorprende bastante lo que acarrea que las suelte; el peso extra hace que la bandeja se escape de entre sus manos y todo rebote haciendo un gran ruido por el pasillo. La porcelana se rompe empapando mis carpetas y se mezcla de una forma muy grotesca. Suelto un gemido frustrado al mismo tiempo que enveneno cada una de mis palabras al hablar. — ¿Hay algo que sepas hacer correctamente? — Cuando se agacha para recoger las cosas bajo mi vista hacia su cabeza y asomando en la nuca por encima del cuello de la camisa, puedo ver la cadena que eché de menos en el cuello de Seth hace semanas. Entonces había pensado que la había guardado presa de la culpabilidad o porque pensó que ya no merecía llevarla. Ahora sé que debería haberle preguntado por ella. Me agacho llevando la mano a su cuello y deslizando los dedos en la cadena hasta que los dijes están fuera de su camisa. Seth. Silván. Sinhué. Los tres, caen sobre su pecho. De repente todo encaja.

Antes de que pueda decidirlo mis manos han atrapado el cabello de Benedict mientras me levantaba del suelo. Empiezo a caminar arrastrándolo por los pasillos sin mucha delicadeza hasta la habitación de Seth, que abro tempestivamente lanzando al mugrosito muggle contra la cama. La verdad disfruto bastante viéndole estamparse de forma tan brusca, además de torpe. — Fue él ¿verdad? — Mi voz es completamente amenazante y tajante y mi mirada está puesta en los azules ojos de mi hijo, al que repentinamente ni siquiera reconozco. Y antes de que se atreva a mentirme, me agacho nuevamente, arranco la cadena del cuello de Benedict y la tiro sobre la cama. — La idea de ponerle un traslador a tu dije, fue mía. Jared decía que siempre escapabas de casa y Sean pasaba las noches angustiado esperando a que los agentes te encontraran. — Una risa amarga y sarcástica sale de mi garganta. — Por si has pensado, si quiera por un segundo, que no lo sabía — Saco mi varita de entre mis ropas y jugueteo con ella, moviéndola de arriba a abajo un par de veces por un instante prestándole más atención a ella que al par de manojos de nervios que tengo en frente. — Qué pasó esa noche — Y mis palabras no son una pregunta, son una orden.
Jamie D. Niniadis
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Seth K. Niniadis
Fugitivo
De repente toda mi rutina es la misma. Abogados. Declaraciones. Juzgados. Casa. Dormir. Comer. Abogados. Cuatro días después de la muerte de Dwane me habían expulsado de los juegos y del colegio, cosa que era noticia en la televisión aunque yo no me enteré hasta salir del hospital cuando todas las malas noticias cayeron sobre mi al mismo tiempo, amenazando con aplastarme y romperme en trozos. Por suerte, mi madre actuó lo bastante rápido para reducir el daño lo menos posible y aún así, las cosas estaban feas. Podría acabar pasando mi vida en prisión, a pesar de que los abogados podrían usar la inmunidad diplomática en mi favor, cosa a la que mi madre se negaba. Pensé que era porque me odiaba. Me había pasado de la raya. Pero no podía decirle que había sido yo porque entonces, sabría que fue Ben. Ese secreto me carcome por dentro y consume lentamente como si fuese una vela. Tengo miedo de salir de mi cuarto. Tengo miedo de decir algo que no veo. Tengo miedo de que vean a través del manto que he puesto entre el mundo y yo.

También tengo pesadillas aunque no soy el único. Me despierto hecho un manojo de histeria y nervios, a veces por mis propios gritos o sobresaltos y a veces por los de Ben. Es como si reviviéramos en sueños aquella noche una y otra vez, de distintas maneras, por distintos caminos, con distintos finales. Al menos yo. No sé lo que sueña Ben porque no hablamos de eso. De hecho, no hablamos de nada. A veces le escucho jadeando en la oscuridad y llevo mi mano a su cabello. Quiero decirle que todo saldrá bien. Quiero decirle que esto pasará. Quiero decirle que no me importa ir a la cárcel si con eso le salvo la vida. Pero no puedo, por miedo a que nos oigan, así que me tengo que conformar con la estúpida idea de que él lo entienda incluso si no puede verme la cara o capta lo que intento transmitirle a punta de fuerza de voluntad.

Las semanas pasan y diría que te acostumbras a todo, pero no lo haces. Solo deseas que las cosas vuelvan a ser iguales que antes mientras una parte de ti, la fatalista, piensa que esto se hará permanente y en si lo soportarás o te romperás en el proceso. Pero nada es permanente. Mi madre está haciendo todo lo posible porque la cosa se quede en nada, al menos para mi y para los juegos; sin embargo, tarde o temprano habrá un veredicto y sea cual sea, bueno o malo para mi, bueno o malo para cualquiera, todo habrá acabado. La gente lo olvidará. Podemos seguir con nuestras vidas. Dwane se quedará 3 metros bajo tierra y Ben seguirá con vida.

Hoy incluso hay una buena noticia. Lo que se puede llamar "buena noticia" en una circunstancia así. Las cosas parecen tan favorables que mientras voy de vuelta a mi cuarto, respiro un par de veces de forma casi aliviada, aumentando la velocidad por cada pasillo hasta que entro tempestivamente con una euforia indescriptible. El nombre de mi mejor amigo se me queda atascado en la garganta, cuando no le veo por ninguna parte. Suelto un suspiro, con el aire enfocando hacia arriba así que me da directo en el pelo y lo zarandea ligeramente. Me siento en el centro de la cama de piernas cruzadas tirando mis zapatos, mirando el pantalón del traje que me han obligado a ponerme y el nudo de la corbata que deshago con una sola mano, lanzándola junto a la chaqueta a los pies de la cama. Antes venía emocionado con la idea de librarme de la cárcel, pero librarme yo significa que otro va a acarrear con la culpa y eso, en definitiva, no será una buena noticia para Ben.

Mientras decido que voy a decirle o como voy a manejar el tema, mi madre abre la puerta con violencia. Mis manos se extienden delante de mi de forma automática para atrapar a Ben cuando ella lo lanza contra la cama, pero no consigo agarrar su camisa hasta que rebota la primera vez. Me quedo mirándole con gesto extrañado y paso mi vista de él a mi madre. Su pregunta me hiela la sangre. - ¿Qué? - Mi voz suena más aguda de lo que pretendía. Un signo de evidente culpabilidad. Pero en ese momento no puedo cuidar mis tonos de voz porque lo único que mi cabeza procesa es un: "Lo sabe. Lo sabe. Lo sabe". El dije cae sobre la cama, mis manos dejan a Ben en paz y de repente ni siquiera quiero mirarle. Si le miro a él, ella lo sabrá. ¿No funciona así? Aunque, lo sabe ya. O a lo mejor no. A lo mejor solo lo intuye. A lo mejor solo está jugando conmigo. A lo mejor solo me está probando. A lo mejor... estoy tan desesperado que necesito que no lo sepa. - ¿De que rayos estás hablando? Mamá ¿te has vuelto loca? - Voz aguda. Palabras atropelladas. Manos temblorosas. Y un "Esto no está pasando" atorado en la garganta.
Seth K. Niniadis
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Todavía sigo recreando lo que ocurrió aquella noche en mi cabeza, una y otra vez, como si fuese una película de terror que no me puedo sacar de las neuronas. Me acuerdo todo el camino que hice en la casa abandonada de Sean para quitarme las ropas y quemarlas, poniéndome otras que me quedaban gigantes mientras en mi cerebro no dejaba de repetirse cada acción que llevó a la muerte de Dwane, como si de repasarlo pudiese encontrar un modo de evitarlo. Y no se va,obvio que no lo hace. Pasan los días y el mundo parece haberse puesto patas para arriba. Seth y yo no hablamos de eso. No hablamos de nada. A veces, siento que me han arrancado la lengua junto con la paz. Mis días se limitan a cumplir mis responsabilidades, creyendo que de aquella forma al menos, podré tener la mente ocupada, viendo como la vida de mi mejor amigo se va desmoronando por un acto que yo hice y que ya no tengo forma de quitarle de encima sin cometer suicidio. Mis noches, por otro lado, son una pesadilla literal. Y así creo que me va a tocar vivir por el resto de mi vida, o lo que queda de ella.

No es el choque, sino el ruido del desastre lo que me trae de vuelta a la realidad. Como me ha estado pasando éste último tiempo, mantengo la mirada gacha mientras balbuceo disculpas hacia la voz cargada de desprecio de la colorada, mientras trato de devolver todo a su sitio aunque no sean más que pedazos rotos y mierda. ¿No que ella hace magia? ¿Por qué mierda no lo arregla? Estoy pensando en cual es la salida más rápida del pasillo cuando el jalón en mi cabello me hace gritar de prepo, notando el ardor del cuero cabelludo a la par que dejo caer de nuevo la bandeja, oyendo un segundo estruendo. ¿Ahora que he hecho?

El corazón me late en la garganta mientras chillo, notando las lágrimas de dolor apilarse en mis ojos a la par que mis pies tratan de seguirle el ritmo, medio a rastras, medio andando, sin ser capaz de pedirle que me suelte. Reconozco la habitación de Seth dos segundos antes de sentir como me estampo contra la cama, por lo que tengo que tenerme en parte de mi amo, en parte de la cama, para no irme al suelo. Las palabras de Jamie salen como veneno, acusador, peligroso, y por unos segundos, miro a Seth con los ojos bien abiertos, sintiendo como mi cuerpo tiembla aunque intente contenerme. ¿Cómo pude ser tan idiota? ¿Cómo olvidé un detalle tan importante?

- Yo...  - se me vienen cientos de excusas, cada una mas idiota que la anterior para tratar de explicar por qué tenía el bendito dije. Me acomodo como me es posible, sosteniéndome de la cama para ponerme de pie, sintiendo todavía mi cabeza doler - es solo un malentendido. Yo no... - ¿yo no... qué? Me es imposible mirar a Seth, casi implorándole que diga algo inteligente. Él es el listo, yo soy el escurridizo, siempre fue así.
Benedict D. Franco
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Jamie D. Niniadis
Si tuviera dudas todavía, la voz aguda de Seth me las quita de golpe. Mi mirada es como un témpano de hielo que viaja de uno a otro cada vez que intentan abrir la boca o incluso intercambian miradas. ¿De verdad piensan que no lo estoy viendo? ¿De verdad creen que me  voy a tragar esta pantomima? Por un momento, el eco de las palabras de ambos, los tartamudeos y los murmullos que intentan sonar lógicos se apagan en la habitación. Solo puedo escucharles respirar a ambos de forma irregular y el alejado ruido de la calle que entra por las ventanas. Intento procesar que mierda se le estaba pasando por la cabeza a mi hijo cuando cubrió por asesinato a un muggle. En el mismo momento en el que aquello pasa por mi mente, las palabras de Sean cobran sentido. Cuando me explicó que rayos hacían en el ocho y porqué se escapaba, la frase textual fue: "Seth tenía un amigo". Nunca lo conocí, nunca lo vi, nunca supe nada de él excepto eso y que residía en el distrito cuatro. Incluso desconozco las circunstancias que les llevaron a encontrarse siendo de mundos tan distintos.

Ahora sé porqué no sabía quien era.

Seth siempre hace cosas que no puedo explicar y debido a lo mucho que intento encontrarles una lógica, muchas de esas escenas se me quedan grabadas a fuego en la memoria. La primera en salir a la luz, es aquella tarde en la que tomamos el capitolio, en la que le encontré con un teléfono en la mano que rompió al verme. Sabía que estaba avisando a alguien. Ahora sé a quien exactamente. — No sé que demonios te pasa, no consigo entenderlo. — Mi voz suena repentinamente decepcionada al mismo tiempo que con un tono que parece una burla, pero es la presión intentando equilibrarse en mi interior. Muevo mis manos exageradamente aún sosteniendo la varita, cada vez con más fuerza, hasta que los distintos adornos del mástil hacen mella en mis propias palmas. — Siempre fuiste así. Siempre hacías las cosas que no debías hacer pero... creía que tenías un límite. Creía que a pesar de todas esas irresponsabilidades sabías cuando parar — Mi voz va aumentando gradualmente, no solo de volumen sino también de nivel de frustración. En tramos de las frases concretos de formas más bruscas que en otros. — Creía que era mi culpa. Creí que era porque no estaba ahí para ti pero ahora estoy y las cosas solo son peores. La paliza de ese chico. Las escapadas nocturnas. ¿Te crees que no sé que en Halloween estampaste un coche contra una casa? ¿Te crees que no sé que ibas borracho? — Y esas son solo algunas cosas de la lista que se ha hecho cada vez más grande.  — y ahora esto, hacerme pensar que habías matado a alguien por algo que no entendía. Y lo único que podía hacer era echarle la culpa a mi nefasto trabajo como madre — Una de las cosas que tuve que sacrificar para conseguir la paz.

Los tartamudeos de Benedict repentinamente me son tan molestos, que mi mano golpea su mejilla con brusquedad antes de que pueda si quiera mandarlo a callar. En ese instante, alzo mi varita contra Seth, forzándolo a mantenerse en su lugar, evitando que salga en defensa de la persona que le ha metido en todo este lío. — Quiero la verdad. Y quiero la verdad ahora mismo o te juro que le haré arrepentirse cada segundo de haber acabado aquí. — Hago énfasis en las últimas palabras, diciéndolas por separado y lentamente para que obtengan el efecto amenazante que quiero que tengan. Tras esto, paso mi varita de la cabeza de mi hijo a su esclavo. — Tenéis tres segundos... uno...
Jamie D. Niniadis
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Seth K. Niniadis
Fugitivo
Jared siempre decía que el pánico te ayudaba a reaccionar si eras capaz de mantenerlo a raya hasta cierto punto; lo llamaba pánico controlado. Te mantiene alerta, te permite tomar decisiones de las que depende tu vida en cuestión de segundos y eso es porque activa el nivel de supervivencia al máximo, eso que todo el mundo tiene, sea quien sea y haya vivido donde haya vivido. Sin embargo, nunca encontré el punto idóneo para eso. Ahora mismo cada fibra de mi ser quiere salir corriendo y las únicas palabras coherentes que tengo en mi cabeza es un ruego a un ser supremo que no va a hacerme ni caso: "Esto no está pasando. Dime que esto no está pasando". A pesar de lo mucho que evito la mirada de Ben, eventualmente mis ojos conectan con los suyos. Es una décima de segundo y eso empeora la forma en la que me siento. Puedo verle rogarme que haga algo, que arregle esto, que diga algo, pero no puedo, estoy totalmente en blanco.

Las acusaciones de mi madre llegan una detrás de otra. Algunas ni siquiera sé porqué las sabe; lo de Halloween era un secreto. Sean al menos parece haberse callado la parte en la que Ben iba de copiloto, cosa que podría haberlo empeorado todo. Solo tengo que mantenerme firme en mi versión, pero el problema es la cadena. Es el eslabón que me dejé suelto. La olvidé por completo, tenía miles de cosas en mi cabeza y ninguna de ellas fue recuperarla. Vi a Ben miles de veces antes de este momento, tuve cientos de oportunidades de recuperarla. Pero eso ahora ya no importa. - ¡¿Qué haces?! - El golpe contra la mejilla de mi amigo me retumba en los oídos. Inmediatamente hago el amago de levantarme pero me quedo en mi sitio al notar la varita apuntándome. No reconozco a mi madre. Nunca había sido así. Nunca se había comportado de esta forma. Pero luego me recuerdo que realmente no la conozco. Solo conozco a la mujer que Sean me dijo que era. - Ben estaba ahí ¿vale? - Atropello las palabras en cuanto el uno sale de sus labios, porque en cuanto la varita deja de apuntarme a mi y le apunta a él, siento el pánico desbordarme. - Pero no es lo que piensas. Le saqué de allí porque pensé que le echarías la culpa para librarme a mi. Él no hizo nada. - Mi voz deja entrever la forma en la que me siento, temblando, ahogando respiraciones a medias de las palabras y también de las frases, con el corazón retumbando tan fuertemente que parece que se hubiese comprado su propio altavoz.

Bajo las piernas de la cama y me levanto, en movimientos muy puntuales y cautelosos. Ni siquiera sé como tuve la idea, ni siquiera recuerdo haberla tenido. Las palabras se atropellaron fuera de mi antes de que las procesara. - Ben no tuvo la culpa. No quería... no quería que le echaras la culpa. Ben es una buena persona. Le conozco desde antes de todo esto, desde antes que le declararas la guerra a todos los humanos. Se lo conté. Le dije que los Black darían por mi cabeza más dinero del que nadie podría soñar y cuidó de mi. No estoy justificándolos a todos, estoy seguro de que más de uno merecía morir pero... pero mamá mírate. - Mientras hablo, mi voz va siendo cada vez más firme y en algún punto, consigo ponerme entre la varita y Ben, recuperando la valentía suficiente para que mi voz vaya aumentando de volumen gradualmente hasta convertirse en el reclamo que siempre quise hacerle, pero pensé que jamás escucharía porque solo me consideraba un crío. - Ya no solo estás haciendo daño a los humanos, estás lastimando magos porque se oponen a lo que pides. ¡Quemaste a personas de toda clase solo por ser amables con gente como Ben! ¿En qué te diferencia eso de los Black? Te estas convirtiendo en ellos cuando estabas intentando todo lo contrario -
Seth K. Niniadis
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
El discurso de Jamie me deja fuera de mí y, por unos segundos, soy incapaz de sacar mis ojos del modo en el cual se aferra a la varita con tanto fervor, como si la vida y los nervios se le fueran en ello. Todo esto es mi culpa. ¿Por qué carajo no me fui en cuanto tuve la oportunidad? ¿Por qué regresé del seis? Podría haberme ido y nada de esto habría pasado, pero Seth...

El golpe me da vuelta la cara y hace eco en mis orejas, dejándome tan aturdido que me demoro unos segundos en comenzar a sentir el dolor. Me he tambaleado contra la pared más cercana y tengo que apoyarme en la mesa de noche para no caerme, mientras involuntariamente me llevo una mano a la mejilla que tengo al fuego vivo. Y por mas que la idea de Seth sea buena, sé que no hay salida; van a quemarme, a ahorcarme, a dejarme como un cacho de carne en la calle como una advertencia y voy a estar completamente jodido.

Trato de ignorar el nudo de mi estómago cuando mi mejor amigo se mete entre mí y la varita, lo que provoca que, inconscientemente, apoye una mano en su hombro para tratar de que deje de hablar - Seth... - le advierto en un susurro, aunque mis ojos van por encima de él hacia su madre. "Ya cállate, por favor".
Benedict D. Franco
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Jamie D. Niniadis
Mi mirada pasa de uno a otro, decepción y odio a partes iguales y a veces no estoy segura de qué sentimiento me provoca cada uno de ellos. Su absurda excusa me parece eso, totalmente absurda y además al oír a Benedict decir el nombre de mi hijo, es como si lo confirmara. — ¡CRUCIO! —Que le toque el hombro me da la excusa perfecta para desquitarme con él, aunque ya tenía motivos bastantes; esa es la gota que colma el vaso. Aparto a Seth de un empujón y apunto mi varita directamente a la cabeza de Benedict. La luz roja sale, brillante como la sangre y a una velocidad de vértigo para estamparse contra el cuerpo del pequeño muggle idiota que jamás debería haber dejado entrar a casa. No estoy segura de cuanto tiempo mantengo el hechizo, pero me aseguro de que sea lo bastante como para que sienta cada una de las desagradables cosas que ahora mismo pienso sobre él.

El hechizo se corta repentinamente. Adoro esta varita. Obedece mis deseos con una facilidad casi pasmosa. Me dedico apenas unos segundos a admirar y disfrutar de esa sensación de poder que me provoca. — Estoy harta de la incompetencia de tu esclavo. Lo peor es que tú mismo se lo has permitido. ¿Crees que nunca me di cuenta de todo lo que le proteges? — Siendo sincera, no me había importado hasta ahora. Eran nimiedades. Eran platos rotos. Horarios torcidos. Cinco minutos de descanso que no debería tomarse. Galletas que no tenía derecho a comerse. Pero esto es diferente. Ha matado a una persona. No me trago esa trola de que él solo estaba allí, no soy estúpida. Benedict tenía más motivos para matar al chiquillo ese que Seth; a no ser que fuera por defenderle. Aún así, estoy 100% segura de que conozco a mi hijo lo suficiente como para saber que no sería capaz de matar a nadie, ni siquiera en esas circunstancias. Así fue como le crió Sean. Con un límite que nunca pasará.

Estoy segura de que eso será en el futuro su mayor debilidad. — Tal vez te hayas librado de un castigo público — Me dirijo a Benedict directamente. — No puedo simplemente librar a Seth de la cárcel y luego decir que fue tu culpa — ¿O sí puedo? Ladeo la cabeza un poco pensativa respecto a esa idea, pero la descarto de inmediato. Demasiado tarde para inclinar la balanza hacia a otra parte. — Pero voy a hacer de tu vida un infierno. ¿Cuánto crees que lo soportarás? — Es una pregunta retórica. En realidad, ni siquiera me importa.

Giro mi cabeza hacia Seth y le señalo con mi propia varita. — Saca la tuya. Te voy a enseñar una lección. Cuando un esclavo se pasa de determinados limites, debes castigarlo. Esa es la manera en la que entiende que no debe pasarlos. — Hago énfasis en las palabras adecuadas para darles más poder. — Quiero que cojas tu varita y le castigues. Una vez por cada error que cometió. — Y que estoy más que segura de que recuerda. — O lo haces tú, Seth, o lo hago yo
Jamie D. Niniadis
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Seth K. Niniadis
Fugitivo
No me espero ni en mis mayores pesadillas, la reacción de mi madre. Su empujón me pilla tan improviso mientras estoy intentando decirle a Ben que se calle, porque estoy intentando arreglar todo el desastre que se nos armó en cuestión de segundos por un maldito colgante que debería haber tenido en cuenta desde el principio, que ni siquiera puedo equilibrarme para recuperarme. Al mover el pie para detener el empujón se me enreda así que caigo directamente al suelo, con la respiración acelerado y mirando a mi madre como si no la reconociera. En ese instante me pregunto si la conocí alguna vez. Ella nunca estaba. Sean era quien hablaba de ella, quien me contaba la persona que era, quien me metió en la cabeza una idea que probablemente él también tenga: erróneamente. - No tendría que protegerle si tú no te hubieras vuelto completamente LOCA - El volumen de mi voz va aumentando gradualmente hasta que acabo gritando algo que tengo en la mente demasiado tiempo, aunque como siempre, de la forma errónea. Llevo muchos meses intentando hacerla cambiar de idea, intentando entender que diablos está haciendo o porqué hace lo que hace y no hay nada que pueda encontrarle lógica a su modo de gobernar el país, totalmente opuesto a cómo prometió que lo haría.

Pero todo el temple que gano en ese segundo de desesperación, se difumina cuando el hechizo de tortura golpea contra Ben. Me hiela la sangre la imagen y la forma en la que su cuerpo se sacude. Estoy temblando, completamente paralizado en mi sitio, sintiendo que no hay aire bastante en mis pulmones para respirar y que están empezando a arder por dentro. Todo esto es mi culpa. No sé en que diablos estaba pensando cuando creí que podía protegerle, no soy más que polvo en esta casa. Polvo ocupando espacio. - ¿Castigarle? - La propia palabra se me atraganta porque sé, sin necesidad de que lo especifique, como quiere exactamente que le castigue. Ese hechizo que le lanzó antes no fue por mero placer de verle retorcerse en el suelo. Fue un ejemplo.

Nunca usé ese hechizo. Nunca creí que fuera a obligarme a usarlo. - Mamá - Mi voz es suplicante y apenas un murmullo. No puede obligarme a hacerlo. No... no está hablando en serio. - No voy a torturar a Ben por dejar caer platos al suelo. ¿A ti que te pasa? - Antes de abrir la boca nuevamente con algo más coherente que palabras sueltas, consigo recuperar la fuerza de la voz. Al menos, lo bastante como para sonar lo más seguro posible, dadas las circunstancias. - Esta no eres tú. Tú no eres así. Dwane empezó. Casi le mata. Solo se defendió. - Pero en el momento en el que me niego a hacer lo que me pide, otro haz de luz vuela hacia a Ben y juraría que es más intenso que el anterior. Solo tengo tiempo de poner mis manos contra el suelo e hincar las rodillas, llegando demasiado tarde para hacer nada mientras le suplico que se detenga.
Seth K. Niniadis
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Todo sucede en cámara tan lenta que, cuando me quiero dar cuenta, creo que el tiempo ha pasado demasiado rápido. No veo llegar el chorro de luz antes de que mi cuerpo entero se sacuda. Primero, el dolor es tan intenso que creo que mi cuerpo se ha adormecido ante el mismo, pero luego empiezo a poder percatarme de cada detalle. De como mi piel arde, de como cada centímetro sufre como si me estuvieran rasgando con la punta de cuchillas frías e hirviendo a la vez. Me llevo las manos a la cabeza como si el encogerme me ayudara, pero es involuntario; con los labios apretados y los ojos cerrados, tratando de reprimir cualquier grito, me dejo caer sobre mis rodillas, justo cuando todo se detiene. No hay mas dolor, solo una respiración demasiada agitada que reconozco como la mía.

Las amenazas de Jamie llegan con eco a mis orejas y no sé como consigo alzar los ojos, cansados, hacia ella. Su amenaza me aterra y, a la vez, me tranquiliza. Voy a sufrir, pero al menos Seth no terminará en la cárcel... si es que ella es inteligente y se lo perdona. Pero es entonces lo que sigue que me deja con la garganta seca. Lo miro, ahí tirado como si la vida se le fuese de las manos, porque sé lo que se le pasa por la cabeza tanto como si pudiese leerla. Él no va a hacerlo. No va a lastimarme. Es nuestro pacto silencioso... ese que no tengo con su madre. Ésta vez, puedo escucharme gritar, pero no me reconozco. No reconozco cada golpe que me sacude bajo ese maleficio y tampoco sé decir en que momento exacto termino pegándome al suelo hecho una bola, como si me arrancaran la piel a tiras y pudiese hacer algo para evitarlo.

En algún momento, el dolor se detiene. Tengo la mejilla apoyada contra el suelo frío, a pesar de que mi piel suda y sé que el único motivo por el cual Jamie ha frenado, es porque Seth debería hacerlo y no ella. La colorada no suele decir las cosas en vano. Vuelvo a buscar a Seth hasta que lo veo, medio de lado por culpa de mi posición, e intento mover mi cabeza, aunque creo que es solo un espasmo - por favor, Seth... - intento modular, aunque creo que no se entiende ni escucha lo que digo, porque el aire duele - ... no lo hagas.
Benedict D. Franco
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Jamie D. Niniadis
Me da exactamente lo mismo que me llame loca, he oído salir de su boca cosas peores que esa. Cuando el "mamá" sale de su boca con ese tono de voz displicente, sé que lo que le siga a esas palabras va a ser un no. Ni siquiera le dejo terminarlas, quiero que sepa que voy totalmente en serio, así que un segundo haz de luz roja sale de mi varita en dirección a Benedict que aún intentaba recuperarse del primero que le impactó, lo cual considero que es lo bastante tajante para no conseguir una negativa nueva de parte de mi hijo. Me giro para observarle esbozando una sonrisa. — No lo hagas Seth — Imito la voz del muggle estúpido con bastante desdén, intentando minar sus patéticos intentos por no... ¿Ser torturado? ¿De verdad piensa que voy a parar si Seth no hace lo que le digo? — ¿Ahora resulta que te da órdenes? — Suelto una risa extraña, que intenta ser ahogada en un suspiro pero finalmente se convierte en una expresión de total sarcasmo e incredulidad. — Eso se considera pasarse de la raya. Deberías callarte Benedict, o no acabaremos esta noche — Adopto un tono de voz condescendiente fingido que se nota a leguas de distancia, mientras pongo mi dedo índice en la punta de la varita y jugueteo con ella otra vez.

Los ruegos de Seth me traen sin cuidado. En algún momento tendrá que madurar y entender que son las personas como Ben, las que mataron a todos sus hermanos. Las que rompieron toda nuestra familia. Solo los estoy haciendo pagar por cada vida que arrebataron. — Me da igual quien empezara. Solo veo un resultado. Un mago muerto a manos de un humano. He colgado escoria por menos que eso. — Puntualizo. — ¿Qué me pasa a mi? Mira en lo que te has convertido. Un pequeño niñito asustado que tiene miedo de hacer las cosas que tiene que hacer — Un tono de voz tajante y cruel sale de mis labios, dirigido hacia alguien que defendería con mi vida. Que defiendo con mi vida. Hago esto por su bien, pero él no lo sabe todavía. — Sabes como funciona esto Seth. No voy a volver a repetirlo. — Separo la varita de mi índice y apunto a Ben nuevamente contando hasta tres silenciosamente.
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Seth K. Niniadis
Fugitivo
Los gritos de Ben me revientan los oídos y hacen estremecer cada parte de mi ser. Todo esto es mi culpa. Él me dijo que podíamos irnos y yo le forcé a quedarse aquí. Si no hubiera sido por esa estupidez de pensar que podría hacer cambiar a mi madre de parecer, ahora mismo podríamos... no sé dónde, pero no habría tenido que servir mi comida, no habría tenido que sufrir gritos de nadie, humillaciones de nadie, no habría matado de Dwane y mi madre no le estaría torturando. No puedo hacerla entrar en razón porque ya no tiene razón. Ha perdido el juicio por completo. No se está dando cuenta de que se convirtió en las personas que estaba intentando derribar del poder. Lo que más asco me da es la gente que la sigue, los que olvidaron que humanos también ayudaron a recuperar este país y que ahora, se esconden por miedo a acabar como todos los demás.

Alice pasa fugazmente por mi cabeza pero me resulta imposible pensar en otra cosa que no sea Ben por más de un segundo. Suplico todo lo que puedo, le pido que pare, aprieto las manos en la alfombra y me maldigo a mi mismo por no ser capaz de proteger a nadie. Creo que voy a echarme a llorar mientras mi voz sale estrangulada de mi garganta, pidiéndole a mi madre que pare de nuevo. Sus palabras son como dagas en mi espalda, una tras otra. No la conozco. Puede que nunca la conociera.

"No lo hagas", "Sabes como funciona esto". Esas dos frases inundan cada parte de mi cerebro y se repiten en eco una y otra vez. Claro que sé como funciona. Entre más odio sienta mi madre hacia Ben, peor será el hechizo. Tal vez acabe perdiendo el juicio o muriendo de dolor. ¿Se puede morir de dolor? No es un dolor físico, no hay ninguna parte de él herida en realidad, es un daño más profundo que eso, un daño que ataca al alma directamente.

Cuando mi madre apunta de nuevo la varita contra Ben, me levanto del suelo y empujo su mano con la mía. El hechizo golpea contra la moqueta y se desvanece con la misma facilidad con la que lo convocó. Tengo que hacerlo, no tengo opción, porque ella aplicará ese hechizo hasta que yo responda y creo que puedo evitar lo peor. Levanto mi mano para atraer hacia mi la varita, que descansaba sobre mi escritorio al otro lado de la habitación y aprieto fuertemente el mango. Estoy casi seguro de que cada línea rugosa de la madera se quedará grabada a fuego contra mi palma. Pongo mis ojos en Ben, dándole la espalda a mi madre, respirando profundamente y suplicando internamente que no me esté equivocando. Solo leí sobre este hechizo una vez, el hecho de que Ben sea mi mejor amigo tiene que cambiar la intensidad del hechizo. Torturándole le estoy salvando en realidad. Pero tengo que convencerme de ello antes de levantar mi varita y hacerlo. Aún así, un "Lo siento" sale desdibujado de mis labios. Sin voz. Sin respiración. Solo mis labios.

Cuando la palabra "crucio" suena con mi voz la primera vez, ni siquiera hay un haz de luz que la acompañe. No quiero hacerle daño, pero tengo que hacerle daño. Debo encontrar el equilibrio entre esas dos circunstancias tan contradictorias. La segunda vez que pruebo se difumina antes de golpearle. Tengo que hacerlo mejor que eso. Las palabras de mi madre llegan a mis oídos como si fueran balas, sus consejos sobre como se hace, lo que tengo que pensar, lo que tengo que desear, lo que tengo que sentir y finalmente, lo hago. La tercera vez el haz de luz roja sale con fuerza de la varita y cuando impacta contra Ben dejo que el pánico recorra mi cuerpo pero consigo mantener el hechizo lo justo para que mi madre se de por satisfecha. No bajo la varita hasta que la puerta se ha cerrado tras su "así se hace cariño" que ha sonado a la persona que siempre creí que era.
Seth K. Niniadis
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Jamie habla, pero no la escucho. Seth grita, pero es solo un eco, demasiado lejano para ser real. Sé que mis súplicas no son escuchadas porque mi cuerpo sigue retorciéndose en agonía y llega un punto donde el dolor es tal, que pierdo el conocimiento sobre cuánto tiempo ha transcurrido; pudieron ser dos minutos o dos siglos, pero mi cuerpo no se siente como mi cuerpo, sino como una pelota magullada, destruida y pisoteada.  Sé que tengo golpes ajenos al maleficio, que me he hecho al retorcerme contra el duro suelo como un pez fuera del agua, pero entonces, llegan dos segundos de calma que me dejan tomar una bocanada de aire. No sé cómo, pero ahora estoy mirando el techo, con los labios entreabiertos para dejar salir mi pesado aliento, mientras creo que Seth la ha detenido. Basta con girar la cabeza a duras penas para darme cuenta de que no es verdad.

La varita de mi mejor amigo me está apuntando, y sé por el modo en el cual tiembla, que él no puede hacerlo. Seth siempre ha sido estúpidamente noble, en especial cuando se trata de sus amigos, pero hay un miedo en sus ojos que sé que está reflejado en los míos. Y sé, incluso cuando veo fallar sus primeros intentos, que no puede hacer nada para evitarlo, y que el dolor volverá, y que esta vez será de su mano y, por una fracción de segundo, estoy seguro de que puedo ver nuestra pequeña burbuja quebrarse en mil pedazos. No entiendo como fui tan idiota de creer que no me terminaría dañando, si eso es lo que nuestras razas han estado haciendo desde que tengo memoria. No entiendo como no vi venir que esto iba a terminar mal, tarde o temprano. Lo que sí veo venir, es el maleficio.

Otro grito brota de mi boca en segundos y, por mero impulso, me llevo las manos al rostro en un intento de contenerlo, aunque no puedo. Mis sentidos parecen temblar y estar a punto de explotar, y estoy seguro, en algún punto, que toda la mansión es capaz de escucharme en agonía, pero nadie va a venir a ayudarme porque la única persona que se preocupa por mí, es la que está sosteniendo la varita. Entonces, el ruido de la puerta golpea el ambiente y, tras unos segundos, todo se detiene.

No sé cómo terminé hecho un ovillo en el suelo, con las manos entre los pelos como si eso me ayudase a evitar el impacto, aunque sé que así no funcionan las cosas. Mi cerebro parece palpitar en mi cabeza luego de la tortura que ha recibido, y no es hasta unos momentos después en los que intento recomponerme, que noto las lágrimas que se me escaparon, mojándome los pómulos y rozando la comisura de mi boca. Creo escuchar a Seth llamándome, pero no respondo. Creo que pasan mil años hasta que sus dedos rozan mi brazo, pero mi impulso, bastante débil a decir verdad, consta en empujarlo como me es posible, mientras intento ponerme de pie - ¡No me toques! – no reconozco mi voz. Es áspera y me duele, como si mi garganta estuviera cansada y cerrada a la vez.  Y tiene una pizca de miedo que no creí jamás sentir con él en mi presencia. Sé que debo parecer ridículo, apoyándome en el suelo, en la pared, en la cama, en donde encuentro, hasta que me levanto con piernas temblorosas, manteniendo la frente sudada bien gacha – eres un… eres un… - no encuentro una palabra lo suficientemente hiriente para decirlo; Seth ha dejado bien en claro muchas veces que ser amigos no era lo ideal, pero no creí que tuviera la capacidad de hacer algo así – hubieras dejado que ella lo haga… - consigo gruñir. Yo no lo habría tocado. Hubiera buscado otra forma. Sin más y sin mirarlo, consigo arrastrarme hasta llegar al baño, donde me encierro y le echo llave, aunque sé que si quisiera, podría abrirla con magia. Su estúpida magia.

No es hasta que me caigo de nuevo al suelo al tener las piernas demasiado débiles, que vuelvo a abrazar mis rodillas, tratando de dejar de temblar, mientras que no dejo de murmurar para mí mismo, que los dos estamos jodidos.
Benedict D. Franco
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Seth K. Niniadis
Fugitivo
Los gritos de Ben se han apagado y aún así los escucho como si fuera una reproducción en bucle que nadie puede detener. Cada sonido hace que mi columna vertebral lance miles de descargas. No sé cuanto tiempo permanezco en total silencio, con la vista perdida en el bulto del suelo sin ser capaz de verle realmente y las manos temblorosas aún intentando comprender lo que acabo de hacer. Las palabras de mi madre han perdido fuerza por completo y es como si ya nada tuviera la menor importancia. Hay tanto silencio por un momento que puedo escuchar la varita al caer de mi mano, rebotar en el suelo y repicar lejos de la alfombra algunas cuantas veces. Pam. Pam. Pam. Es casi rítmico, como un reloj que tiene prisa por seguir en marcha a tiempo.  

Toda la vida me han preparado para este tipo de cosas, para defenderme, para atacar cuando hacía falta; pero jamás había tenido que hacerlo en realidad. Todas la peleas y batallas que he tenido han sido personales, puros adolescentes idiotas con ganas de demostrar una fuerza que no tienen; adultos que se creían con la fuerza suficiente para enfrentarse al caos de mi interior. Esto es totalmente distinto. Acabo de renunciar a todo lo que soy. A todo lo que éramos. Acabo de hacerle daño a la única persona en el mundo que se supone que podía proteger. ¿A quien quiero engañar? Ni siquiera soy capaz de protegerme a mi mismo, no sé en qué momento llegué a pensar que podía hacerlo con alguien más. Alice estaría mejor sin mi. Ben estaría mejor sin mi. Todos estarían mejor sin mi. Todo esto empezó por mi culpa; porque mi madre cree que quiero un mundo así.

No tengo ni la menor idea del daño que puede haberle hecho el crucio a Ben. Una cosa es saber que hace el hechizo y otra experimentarlo de primera mano. ¿Le duele? ¿Qué hago? ¿Cómo le curo? ¿Le baño en agua caliente? ¿Valdría una tirita en alguna parte? Antes de darme cuenta, todo el pánico que me había paralizado por completo, sale al exterior en forma de respiraciones bruscas y movimientos torpes. Avanzo hacia él para ayudarle a levantarse cuando se está moviendo e instintivamente quito mi mano en cuanto me rechaza, como si hubiera tenido diez veces más fuerza de la que empleó. Aquel simple gesto es como una puñalada por la espalda. ¡Lo he hecho por él! Mamá le habría matado. Le habría torturado hasta dejarle retorciéndose en el suelo sin recordar quien era. - Ella... - No importa lo que piense ni lo que diga, todo me suena a una burda excusa. Me lo merezco, cada palabra, cada gesto de odio, cada golpe. Porque para empezar, no tendría que haber pasado esto. Debí obligarle a marcharse. Él está aquí por mi culpa.

Mientras estoy ocupado auto compadeciéndome de todas las cosas que debería haber hecho y que ya no tienen importancia, él se levanta del suelo. Le sigo con la mirada y también con los pasos, pero a una distancia prudencial por lo que cuando se encierra en el baño casi me da en la cara con la puerta. Lo llamo varias veces, pero mi voz es tan baja debido a la desesperación que amenaza con consumirme por dentro, estoy seguro de que ni siquiera me oye. No quiero abrir por la fuerza usando la magia que le ha hecho daño, porque entonces lo empeoraré todo si es que eso es posible; por eso me empeño tocando la puerta una y otra vez, hasta que me dejo caer de rodillas en el suelo con las piernas en W y pegando mi frente contra la puerta. - Lo siento. Lo siento. Mierda. - Mi voz es cada vez más aguda mientras las ganas de llorar ganan la batalla y la situación que parecía fácil de sobrellevar, se transforma en el infierno en el que vamos a pasar el resto de nuestra vida.
Seth K. Niniadis
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