OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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No he podido dormir en toda la noche y no, no tiene absolutamente nada que ver con la cantidad de gente que hay a mi alrededor ahora que hay más espacio. Ya no es solo mi hermana, también es Jolene, también es Jeremy, también es Katie, su hermano, el mejor amigo de su hermano e incluso mi propia hija. Aún así, no es por eso por lo que no puedo dormir. No son sus voces, no son sus ronquidos, no son sus llantos. Es la primera vez que estoy sobre una cama en... ¿Seis meses? Ya ni siquiera tengo noción del tiempo. Lo perdí hace mucho. Aún así me quedo en mi habitación sentado mirando la pared, con la espalda en el cabecero de la cama y los pies abiertos. Mi hermana habla sobre un chico que vio pasando por aquí y sobre lo mal que siempre le cayó Jess pero que ahora ya no le cae tan mal; Katie y Jer discuten por el color de las cortinas. Jolene se dedica a mirar la pantalla apagada de la televisión. ¿Por qué sigue aquí? Ahora sé que está viva. - ¿Por qué sigues aquí? - Farfullo. Pero ella ni siquiera me hace caso. Suspiro y espero a que la luz de la ventana toque la cama antes de levantarme. La casa está totalmente en silencio así que asumo que Jess sigue durmiendo. Ha sido una noche larga. Ha sido un día largo, una semana larga, un mes largo. Debería estar muerto sobre la cama pero no puedo dormir. Es como esa clase de sueño que tienes del cual no quieres despertar y estas dispuesto a cualquier cosa por mantenerlo un poco más.
Aprovecho para tomar una ducha que dura toda la eternidad. ¿Hace cuanto no podía darme esos lujos? Mi vida ha cambiado drásticamente en 24 horas. Ayer temía por mi vida. Rompí varias cosas por accidente en el mercado y casi me matan por ello. Aún puedo sentir los latigazos de la espalda. Aún me arden e incluso algunos de ellos aún están en carne viva. - Tengo hambre. - Repentinamente el resto también tiene hambre. No sé de donde tienen tantas ideas para desayunar o porque piensan que yo tengo algún tipo de magia especial para cocinar, pero parecen entusiasmados y decido no romper el cristal; desde que tengo uso de razón se me da bien comer, no hacer de comer. Salgo de la ducha, me quedo un rato secándome el pelo mientras espero que mi espalda se seque por el aire para no tener que rozar ninguna de la sheridas y luego me pongo una pantaloneta sin demasiadas ganas de hacer lo mismo con la camisa. En eso, la voz de mi hermana llama mi atención. - Hay alguien mirando para acá. - Frunzo el entrecejo y me asomo por la ventana. Tiene razón.
Deduzco que es alguna vecina cotilla que... bueno, no sé que cotillea la gente por la ventana. Cuando era pequeño, pasaba mucho tiempo en casa solo, encerrado por miedo a que la gente juzgara mi capacidad para ver cosas que nadie más puede ver; me dedicaba a ver a las personas pasar y a preguntarme como serían sus vidas, sin voces en la cabeza. La mayor parte del tiempo mi abuela prefería que no saliera a la calle, era demasiado dura y peligrosa para mi. Ahora... ella está muerta y yo... bueno, yo ya no tengo donde esconderme. Deduzco que ella sufre algo similar, o simplemente se aburre y entonces, lo dejo correr. Bajo las escaleras a por algo de comer, volviendo a distraerme con aquella mujer al verla por la ventana de la cocina también. Frunzo el entrecejo mientras empiezan las paranoias conspiratorias sobre porqué nos espían. Y digo "nos", porque para mi, todos ellos son reales. Aunque nadie más los vea. Además porque ese "nos" también incluye a Jess, quien obviamente tiene todas la papeletas para ser la persona a la cual espían. Yo apenas llegué ayer. Ella lleva aquí... asumo que meses. - Eso suena un poco paranoico. - Cierro la nevera sin haber sacado nada. Vuelvo a abrirla al recordar que tengo hambre y viéndome finalmente en la situación de volver a cerrarla. Yo no sé cocinar, la última vez que lo intenté quemé mi casa. Así que me decanto por fruta. La fruta está buena, se come y no necesita fuego. Es perfecta. Me siento en la mesa de la cocina con todo el mundo pululando alrededor, hablando de porqué mira para aquí. De vez en cuando suelto una risa porque cada teoría es más descabellada que la anterior. - ¿Yo? - Alguien me pregunta cual es mi idea y miro através de la cortina desde la mesa. Ya no distingo mucho el exterior, ni tampoco a la mujer. - Creo que se aburre. Es lo más normaaaal. ¿Habéis visto la tele? Pura basura -
Aprovecho para tomar una ducha que dura toda la eternidad. ¿Hace cuanto no podía darme esos lujos? Mi vida ha cambiado drásticamente en 24 horas. Ayer temía por mi vida. Rompí varias cosas por accidente en el mercado y casi me matan por ello. Aún puedo sentir los latigazos de la espalda. Aún me arden e incluso algunos de ellos aún están en carne viva. - Tengo hambre. - Repentinamente el resto también tiene hambre. No sé de donde tienen tantas ideas para desayunar o porque piensan que yo tengo algún tipo de magia especial para cocinar, pero parecen entusiasmados y decido no romper el cristal; desde que tengo uso de razón se me da bien comer, no hacer de comer. Salgo de la ducha, me quedo un rato secándome el pelo mientras espero que mi espalda se seque por el aire para no tener que rozar ninguna de la sheridas y luego me pongo una pantaloneta sin demasiadas ganas de hacer lo mismo con la camisa. En eso, la voz de mi hermana llama mi atención. - Hay alguien mirando para acá. - Frunzo el entrecejo y me asomo por la ventana. Tiene razón.
Deduzco que es alguna vecina cotilla que... bueno, no sé que cotillea la gente por la ventana. Cuando era pequeño, pasaba mucho tiempo en casa solo, encerrado por miedo a que la gente juzgara mi capacidad para ver cosas que nadie más puede ver; me dedicaba a ver a las personas pasar y a preguntarme como serían sus vidas, sin voces en la cabeza. La mayor parte del tiempo mi abuela prefería que no saliera a la calle, era demasiado dura y peligrosa para mi. Ahora... ella está muerta y yo... bueno, yo ya no tengo donde esconderme. Deduzco que ella sufre algo similar, o simplemente se aburre y entonces, lo dejo correr. Bajo las escaleras a por algo de comer, volviendo a distraerme con aquella mujer al verla por la ventana de la cocina también. Frunzo el entrecejo mientras empiezan las paranoias conspiratorias sobre porqué nos espían. Y digo "nos", porque para mi, todos ellos son reales. Aunque nadie más los vea. Además porque ese "nos" también incluye a Jess, quien obviamente tiene todas la papeletas para ser la persona a la cual espían. Yo apenas llegué ayer. Ella lleva aquí... asumo que meses. - Eso suena un poco paranoico. - Cierro la nevera sin haber sacado nada. Vuelvo a abrirla al recordar que tengo hambre y viéndome finalmente en la situación de volver a cerrarla. Yo no sé cocinar, la última vez que lo intenté quemé mi casa. Así que me decanto por fruta. La fruta está buena, se come y no necesita fuego. Es perfecta. Me siento en la mesa de la cocina con todo el mundo pululando alrededor, hablando de porqué mira para aquí. De vez en cuando suelto una risa porque cada teoría es más descabellada que la anterior. - ¿Yo? - Alguien me pregunta cual es mi idea y miro através de la cortina desde la mesa. Ya no distingo mucho el exterior, ni tampoco a la mujer. - Creo que se aburre. Es lo más normaaaal. ¿Habéis visto la tele? Pura basura -
Por fin, después de tanto tiempo conseguí encontrar a Andy y comprarlo. Tampoco fue tan difícil porque es un antiguo vencedor y no hace falta preguntar mucho para que te digan exactamente dónde comprarlo. Lo que sí que fue realmente difícil fue conseguir el dinero para hacerlo, porque por merlín, tener un antiguo vencedor en casa cuesta más que la casa en sí, y eso que el precio de mi antiguo mentor y amigo estaba rebajado porque lo habían devuelto al mercado, si no me informaron mal. Solo cabe mencionar que la de conseguir el dinero fue la única razón por la que accedí a desfilar en la coronación que Tiffany organizó. Además de ese ridículo y ese ataque hacia los pilares fundamentales de mi dignidad, he tenido que coger un trabajo como camarera en un bar que está muy cerca de casa. Eso ya no sólo lo he hecho por conseguir el dinero para Andy, sino para conseguir dinero en general.
La pensión por la muerte de mi madre y por salir viva de los juegos no me durará para siempre, así que de algo tendré que vivir. No es el mejor trabajo del mundo, pero me lo paso bien escuchando las tristes historias de los borrachos que van allí a beber, hacen que mi vida parezca menos miserable de lo que realmente es. Además ahora ya no estaré sola en casa durante todo el día. Hoy es la primera noche que Andy está aquí, y lo cierto es que aún no hemos hablado porque necesitaba descansar. Digamos que llegué justo a tiempo para que no le mataran a latigazos esos gilipollas del mercado. Nunca he estado de acuerdo con todo lo que ha pasado, pero mientras no me afectase directamente no pensaba hacer nada. Pero desde luego, considero que darle unos cien latigazos -como mínimo- a un humano por el simple hecho de que se le hayan caído unas cosas, sin querer, es pasarse de la raya. Casi le ahorco con el látigo cuando lo vi, pero al final opté por ser civilizada y dejar el dinero sobre la mesa, llevándome luego a Andy a casa por medio de la aparición.
Curé las heridas lo mejor que supe y le dejé dormir todo lo que quisiera sin apenas mediar palabra con él, no porque no quisiera sino porque él apenas podía mantenerse despierto, supongo que había sido un día largo. También lo fue para mí así que hoy me he quedado durmiendo más de lo normal, y eso que normalmente duermo como una marmota en coma. Cuando me levanto ya escucho un poco de ruido en la cocina, y al principio me sobresalto, hasta que recuerdo que ahora no vivo sola y no tengo que preocuparme siempre que escuche un ruido. No sé si me acostumbraré algún día. Me levanto de la cama, me aseo y bajo las escaleras con intención de ir a desayunar. Antes de entrar me quedo observando la escena. Sigo la mirada del que ahora es mi escavo y veo que apunta hacia la ventana, donde mi vecina, para variar, está intentando ser discreta al espiarme. Suspiro y me adentro en la sala. - Siempre lo hace. Te acabarás acostumbrando, en realidad es inofensiva, solamente mira - Digo a modo de saludo mientras me acerco a él, fijándome inevitablemente en su espalda.
Solo de acordarme de lo de ayer me hierve la sangre y aprieto los puños para no ponerme a gritar despotricando sobre la mierda de sistema que tenemos que permite que hagan eso a la gente. Más me vale no hacerlo, porque podrían hacerme lo mismo a mí si no me quedo callada. - ¿Has dormido bien? - Le pregunto mientras me hago mi ya cotidiano desayuno. - ¿Quieres café? - No sé si le gusta, de hecho no sé absolutamente nada sobre sus gustos, sobre qué come, si es vegetariano... La única forma de saberlo es preguntar todo el rato, pero no todo ahora. Me aproximo hacia su espalda mientras dejo la taza en la encimera, y rozo con el dedo una parte en la que no haya una herida, lo cual es más difícil de lo que pensaba, sólo para comprobar si sigue tan hinchada como ayer. - ¿Te sigue doliendo tanto como ayer? - No parece que haya empeorado, pero tampoco ha mejorado mucho, supongo que es cuestión de tiempo. Me dedico a hacer preguntas un poco más cotidianas antes de entrar en el tema de qué le ha pasado mientras hemos estado separados, porque de eso hay demasiado de lo que hablar, y aún no sé lo dispuesto que está a revivirlo todo.
La pensión por la muerte de mi madre y por salir viva de los juegos no me durará para siempre, así que de algo tendré que vivir. No es el mejor trabajo del mundo, pero me lo paso bien escuchando las tristes historias de los borrachos que van allí a beber, hacen que mi vida parezca menos miserable de lo que realmente es. Además ahora ya no estaré sola en casa durante todo el día. Hoy es la primera noche que Andy está aquí, y lo cierto es que aún no hemos hablado porque necesitaba descansar. Digamos que llegué justo a tiempo para que no le mataran a latigazos esos gilipollas del mercado. Nunca he estado de acuerdo con todo lo que ha pasado, pero mientras no me afectase directamente no pensaba hacer nada. Pero desde luego, considero que darle unos cien latigazos -como mínimo- a un humano por el simple hecho de que se le hayan caído unas cosas, sin querer, es pasarse de la raya. Casi le ahorco con el látigo cuando lo vi, pero al final opté por ser civilizada y dejar el dinero sobre la mesa, llevándome luego a Andy a casa por medio de la aparición.
Curé las heridas lo mejor que supe y le dejé dormir todo lo que quisiera sin apenas mediar palabra con él, no porque no quisiera sino porque él apenas podía mantenerse despierto, supongo que había sido un día largo. También lo fue para mí así que hoy me he quedado durmiendo más de lo normal, y eso que normalmente duermo como una marmota en coma. Cuando me levanto ya escucho un poco de ruido en la cocina, y al principio me sobresalto, hasta que recuerdo que ahora no vivo sola y no tengo que preocuparme siempre que escuche un ruido. No sé si me acostumbraré algún día. Me levanto de la cama, me aseo y bajo las escaleras con intención de ir a desayunar. Antes de entrar me quedo observando la escena. Sigo la mirada del que ahora es mi escavo y veo que apunta hacia la ventana, donde mi vecina, para variar, está intentando ser discreta al espiarme. Suspiro y me adentro en la sala. - Siempre lo hace. Te acabarás acostumbrando, en realidad es inofensiva, solamente mira - Digo a modo de saludo mientras me acerco a él, fijándome inevitablemente en su espalda.
Solo de acordarme de lo de ayer me hierve la sangre y aprieto los puños para no ponerme a gritar despotricando sobre la mierda de sistema que tenemos que permite que hagan eso a la gente. Más me vale no hacerlo, porque podrían hacerme lo mismo a mí si no me quedo callada. - ¿Has dormido bien? - Le pregunto mientras me hago mi ya cotidiano desayuno. - ¿Quieres café? - No sé si le gusta, de hecho no sé absolutamente nada sobre sus gustos, sobre qué come, si es vegetariano... La única forma de saberlo es preguntar todo el rato, pero no todo ahora. Me aproximo hacia su espalda mientras dejo la taza en la encimera, y rozo con el dedo una parte en la que no haya una herida, lo cual es más difícil de lo que pensaba, sólo para comprobar si sigue tan hinchada como ayer. - ¿Te sigue doliendo tanto como ayer? - No parece que haya empeorado, pero tampoco ha mejorado mucho, supongo que es cuestión de tiempo. Me dedico a hacer preguntas un poco más cotidianas antes de entrar en el tema de qué le ha pasado mientras hemos estado separados, porque de eso hay demasiado de lo que hablar, y aún no sé lo dispuesto que está a revivirlo todo.
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Empiezo a arrancar uvas del racimo para llevármelas a la boca cuando Jess aparece por la cocina. Me limito a encogerme de hombros cuando no le da mucha importancia al hecho de que la estén espiando, aunque por sus palabras puedo confirmar lo que ya sospechaba. La espía a ella. - ¿Por qué? - Acabo por preguntar, no lo puedo evitar. No debería darle igual. - ¿Desde cuando lo hace? - La sigo con la mirada mientras cruza la cocina antes de notar hacia donde se dirige su mirada. De repente me arrepiento de no haberme puesto la camisa pero como ya la dejé arriba tirada, es demasiado tarde para hacer nada, por lo que palio la sensación de desazón metiéndome más uvas a la boca, todas de golpe hasta que no me caben más. Tengo que tragar para contestar. - Si - Miento. - Hasta que casi me caigo de la cama - Cosa que no es del todo mentira. - Es un barrio muy raro. - Demasiado silencio. En el seis las cosas siempre han sido un desastre y dado que somos un distrito de transportes, desde tempranas horas de las mañanas puedes oír motores en todas partes.
Arrugo la nariz y rechazo el café porque no me gusta el sabor amargo que deja en la boca, palia el sabor de todo lo demás. - Aunque si sabes hacer tortitas... - Farfullo mientras meto más uvas a mi boca. Ni siquiera sé si puedo pedirle que haga tortitas. Soy un esclavo. Las tortitas debería hacerlas yo. Aunque si me pongo a hacer tortitas puede que mañana tengamos que tirarnos a dormir debajo de un puente deseando que nadie me hubiera dejado poner las manos en el fuego. Estoy a punto de retirar lo que dije cuando su dedo toca mi espalda. Me hace estremecerme y me provoca un escalosfrío desde el final de la columna hasta el cuello. - No tanto. Solo hace cosquillas... Aunque si me apoyo, un poco - Admito finalmente. En mi cabeza mis palabras se mezclan con los chillidos que Alex pega porque Jess me está tocando y sobre las diez maneras en las que va a matarla, mientras dos personas la atrapan evitando que lo haga.
Eso me hace reír mientras agacho la cabeza, dejándome caer contra la mesa y apoyando mi mejilla en mi propio brazo extendido sobre la madera. Me quedo mirando hacia un lado, donde está la pared y casi puedo contar las figuras y encontrar donde se repiten los patrones. - ¿Vives sola? ¿Donde está tu mamá? - Me aventuro a preguntar convencido de que habrá tenido mejor suerte. Ella era una bruja, está bien posicionada ahora así que... su madre debió tener suerte ¿no? Ahora que lo pienso, nunca vi a su madre. Y su padre vivía en otra parte. En el distrito de Anthony. ¿Que será de Anthony?
Arrugo la nariz y rechazo el café porque no me gusta el sabor amargo que deja en la boca, palia el sabor de todo lo demás. - Aunque si sabes hacer tortitas... - Farfullo mientras meto más uvas a mi boca. Ni siquiera sé si puedo pedirle que haga tortitas. Soy un esclavo. Las tortitas debería hacerlas yo. Aunque si me pongo a hacer tortitas puede que mañana tengamos que tirarnos a dormir debajo de un puente deseando que nadie me hubiera dejado poner las manos en el fuego. Estoy a punto de retirar lo que dije cuando su dedo toca mi espalda. Me hace estremecerme y me provoca un escalosfrío desde el final de la columna hasta el cuello. - No tanto. Solo hace cosquillas... Aunque si me apoyo, un poco - Admito finalmente. En mi cabeza mis palabras se mezclan con los chillidos que Alex pega porque Jess me está tocando y sobre las diez maneras en las que va a matarla, mientras dos personas la atrapan evitando que lo haga.
Eso me hace reír mientras agacho la cabeza, dejándome caer contra la mesa y apoyando mi mejilla en mi propio brazo extendido sobre la madera. Me quedo mirando hacia un lado, donde está la pared y casi puedo contar las figuras y encontrar donde se repiten los patrones. - ¿Vives sola? ¿Donde está tu mamá? - Me aventuro a preguntar convencido de que habrá tenido mejor suerte. Ella era una bruja, está bien posicionada ahora así que... su madre debió tener suerte ¿no? Ahora que lo pienso, nunca vi a su madre. Y su padre vivía en otra parte. En el distrito de Anthony. ¿Que será de Anthony?
Me encojo de hombros cuando pregunta por qué me espía mi vecina. - Es una buena pregunta - Y desde luego que lo es, porque llevo preguntándome lo mismo desde que vine a vivir aquí y descubrí su odio por los cortinas cerradas era más que eso. Nunca he entendido por qué lo hace, pero llegó un punto en el que ya no me molestó, así que ahora me limito a dejarlo correr. Si hubiera sido la Jessica de antes, hubiera aporreado su puerta pidiéndole unas explicaciones que ahora ya no me interesan en absoluto. Mientras no ponga cámaras en mi baño no me importa que lo haga. Como dice Andy, la tele es una basura y cada uno mata el tiempo como puede. Reconozco que espiar a tu vecina no es la mejor forma de hacerlo, pero lo respeto siempre y cuando no invada demasiado mi intimidad. Además, se podría decir que una vez me salvó la vida, o al menos de partirme las cuerdas vocales de tanto gritr, porque cuando mi madre murió fue ella quien avisó a Riorden para que viniera a echarme un cable. - Desde siempre, supongo. Me di cuenta pocos meses después de mudarme - Por primera vez se me ocurre que tal vez sea a él a quién le importune, lo cual no sería para nada extraño. - Si te molesta puedo ir a decirle algo, puedo llegar a ser muy amenazadora si me lo propongo - Sonrío un poco mientras se me desvía la vista hacia su espalda.
No quiero ponerle nada más a parte de lo que ya le he puesto, porque creo que es mejor que se seque al aire, aunque para ser sincera no tengo ni idea de esas cosas. Sólo recuerdo lo poco que sabía cuando tenía que curar a Khai, y no era mucho, y menos aún en comparación con estas heridas. - Te acabarás acostumbrando, el silencio está bien a veces - Sé que dice lo de raro por el poco ruido que hay, o lo diferente que es el que hay al del seis. Me río cuando suelta lo de las tortitas, recuerdo lo mucho que le gustaban. - Cocinar no es mi fuerte, pero las tortitas me salen... comestibles - Creo que ese tipo de comida es la única que sé cocinar por mí misma, porque es la que más me gusta.
Empiezo a sacar todo lo que se necesita para hacerlas y un bol enorme que es el que suelo utilizar para ponerlo todo ahí y batirlo hasta que es una masa homogénea. Si lo piensas no es tan difícil, supongo que por eso sé hacerlas. Antes de comenzar le echo un vistazo rápido a su espalda para comprobar si es verdad que está mejor, y parece estarlo, o al menos mejor que ayer. - Si te duele más me avisas - no sé qué podría hacer yo, pero me quedo más tranquila si sé que va a hacerlo. Ahora sí, voy a por el desayuno. Nos quedamos un rato en silencio mientras sólo se me oye a mí batir todos los ingredientes hasta que pregunta si vivo sola. Me paro en seco sin poder evitarlo, aunque continúo en cuanto me doy cuenta de que lo he hecho. Me muerdo el labio inferior pensando en la forma de decirlo sin ponerme a llorar otra vez como loca. - Ella no... No vive aquí - Al poco tiempo de contestar me doy cuenta de que no me importa que lo sepa, y de que algún día lo sabrá de todas formas. - Murió - Y aunque ya ha pasado mucho tiempo desde aquello el nudo en la garganta sigue apareciendo. - ¿Qué quieres con las tortitas? Tengo sirope de chocolate y mermelada - Intento cambiar de tema para no pensar más en ello, mientras ya se empiezan a hacer las primeras tortitas.
No quiero ponerle nada más a parte de lo que ya le he puesto, porque creo que es mejor que se seque al aire, aunque para ser sincera no tengo ni idea de esas cosas. Sólo recuerdo lo poco que sabía cuando tenía que curar a Khai, y no era mucho, y menos aún en comparación con estas heridas. - Te acabarás acostumbrando, el silencio está bien a veces - Sé que dice lo de raro por el poco ruido que hay, o lo diferente que es el que hay al del seis. Me río cuando suelta lo de las tortitas, recuerdo lo mucho que le gustaban. - Cocinar no es mi fuerte, pero las tortitas me salen... comestibles - Creo que ese tipo de comida es la única que sé cocinar por mí misma, porque es la que más me gusta.
Empiezo a sacar todo lo que se necesita para hacerlas y un bol enorme que es el que suelo utilizar para ponerlo todo ahí y batirlo hasta que es una masa homogénea. Si lo piensas no es tan difícil, supongo que por eso sé hacerlas. Antes de comenzar le echo un vistazo rápido a su espalda para comprobar si es verdad que está mejor, y parece estarlo, o al menos mejor que ayer. - Si te duele más me avisas - no sé qué podría hacer yo, pero me quedo más tranquila si sé que va a hacerlo. Ahora sí, voy a por el desayuno. Nos quedamos un rato en silencio mientras sólo se me oye a mí batir todos los ingredientes hasta que pregunta si vivo sola. Me paro en seco sin poder evitarlo, aunque continúo en cuanto me doy cuenta de que lo he hecho. Me muerdo el labio inferior pensando en la forma de decirlo sin ponerme a llorar otra vez como loca. - Ella no... No vive aquí - Al poco tiempo de contestar me doy cuenta de que no me importa que lo sepa, y de que algún día lo sabrá de todas formas. - Murió - Y aunque ya ha pasado mucho tiempo desde aquello el nudo en la garganta sigue apareciendo. - ¿Qué quieres con las tortitas? Tengo sirope de chocolate y mermelada - Intento cambiar de tema para no pensar más en ello, mientras ya se empiezan a hacer las primeras tortitas.
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Suelto un ruido con mi garganta que pretende ser un gesto de entendimiento al ver que no tiene respuesta a mi pregunta. Miro a través de la cortina al exterior otra vez y me encojo de hombros. - No me molesta. La verdad es que siendo vencedor, te acostumbras a esta clase de cosas - Hay periodistas todo el rato deseando que sufras una crisis para ponerlo en las noticias; las cartas de fans; las fotos innecesarias; las firmas; los juguetes. Era insufrible. A veces echo de menos la tranquilidad de la isla, vivir al lado de Katie y Jer y Jole y cosas de ese estilo. Pero definitivamente la otra parte de ser un vencedor, no la echo de menos en absoluto. - Aunque deberías decir algo de todas maneras. A lo mejor está planeando robarte - Digo lo primero que se me ocurre. En ese instante me doy cuenta de que de repente la casa está vacía. Todos se han ido excepto Alex. Alex nunca se va. Se queda refunfuñando en la esquina de la mesa, sentada del mismo incómodo modo que el mío. Hay pocas cosas que recuerdo de ella de cuando éramos pequeños, ni siquiera sé si soy yo quien copia sus movimientos o ella la que copia los míos. Ya he pasado casi la mitad de mi vida sin ella.
La mitad... parece tanto tiempo. Ese pensamiento también me hace recordar a Delilah, quien probablemente ya no me recuerde.
Su mención a sus habilidades culinarias acaba haciéndome reír y me distrae. - A mi tampoco. Se me da mejor comer. - En casa cocinaba mi abuela y en la isla las empleadas. Carolina era mi favorita. Una mujer de unos cincuenta años, con varios niños pequeños a su cargo que siempre contaba historias divertidas mientras se movía por la cocina casi sin mirar lo que hacía. Me gustaba porque hablaba y no paraba, el ruido siempre ha mantenido mis alucinaciones a raya. Mi problema es que el silencio me gusta más que el ruido. Paul, otra de las personas que ya no está, siempre probaba a ponerme cascos con música antes de drogarme hasta que no recordara ni mi nombre. No siempre funcionaba. Pero funcionaba. Bajo la mirada a la mesa apenas percatándome de su ofrecimiento contra el dolor, pensando en si sabe o no sabe lo que me pasa. Tal vez es tan ingenua como las dos personas que me compraron antes. - Jess... - Pero nada más decir su nombre me arrepiento de contárselo. De todas maneras no es como que la gente no sepa que algo me pasa, aunque no estuvieran seguros de exactamente qué. Pocos secretos pueden guardarse cuando vives en la isla de los vencedores, bajo focos y cámaras toda la vida.
Sacudo la cabeza y lo arreglo con un "No es nada" y luego un gracias como respuesta a su preocupación por mis heridas. La miro cuando habla de su madre porque noto el cambio de voz con respecto a sus palabras antes, frunciendo el entrecejo pero siendo incapaz de entenderlo hasta que me dice que murió. Abro mucho los ojos levantándome de la mesa, con la culpabilidad invadiendo cada célula de mi cuerpo. - Lo siento. Eso ha sido desconsiderado. No lo sabía. - Repentinamente se me forma un nudo en la garganta, o en el estomago, no estoy seguro pero me ha cortado el hambre de repente. Ni siquiera soy capaz de responder que clase de sirope prefiero cuando hace menos de tres segundos estaba seguro de que iba a usarlos ambos a la vez. - Mi abuela también ha muerto. Aunque no sé como. Supongo que se opuso a ser esclavizada. Era una... ¿cómo lo llamáis?... mu... mag... - Al final no lo consigo recordar. Llegó un momento en el que en el mercado dejaron de usar esa palabra, y empezaron a usar escoria. - Y a Paul, por defenderla. - Pese a que era un mago, era uno de ellos y acabó muerto como si fuera uno de nosotros. - Siento lo de tu mamá - Ni siquiera estoy seguro de porqué le he contado eso. Es la primera vez que lo digo en voz alta desde que lo escuché. Supongo que porque quería que supiera que no era la única persona que perdió a alguien y que podíamos llorar juntos. Creo que Paul lo llamaba empatía aunque eso nunca fue precisamente lo mío.
La mitad... parece tanto tiempo. Ese pensamiento también me hace recordar a Delilah, quien probablemente ya no me recuerde.
Su mención a sus habilidades culinarias acaba haciéndome reír y me distrae. - A mi tampoco. Se me da mejor comer. - En casa cocinaba mi abuela y en la isla las empleadas. Carolina era mi favorita. Una mujer de unos cincuenta años, con varios niños pequeños a su cargo que siempre contaba historias divertidas mientras se movía por la cocina casi sin mirar lo que hacía. Me gustaba porque hablaba y no paraba, el ruido siempre ha mantenido mis alucinaciones a raya. Mi problema es que el silencio me gusta más que el ruido. Paul, otra de las personas que ya no está, siempre probaba a ponerme cascos con música antes de drogarme hasta que no recordara ni mi nombre. No siempre funcionaba. Pero funcionaba. Bajo la mirada a la mesa apenas percatándome de su ofrecimiento contra el dolor, pensando en si sabe o no sabe lo que me pasa. Tal vez es tan ingenua como las dos personas que me compraron antes. - Jess... - Pero nada más decir su nombre me arrepiento de contárselo. De todas maneras no es como que la gente no sepa que algo me pasa, aunque no estuvieran seguros de exactamente qué. Pocos secretos pueden guardarse cuando vives en la isla de los vencedores, bajo focos y cámaras toda la vida.
Sacudo la cabeza y lo arreglo con un "No es nada" y luego un gracias como respuesta a su preocupación por mis heridas. La miro cuando habla de su madre porque noto el cambio de voz con respecto a sus palabras antes, frunciendo el entrecejo pero siendo incapaz de entenderlo hasta que me dice que murió. Abro mucho los ojos levantándome de la mesa, con la culpabilidad invadiendo cada célula de mi cuerpo. - Lo siento. Eso ha sido desconsiderado. No lo sabía. - Repentinamente se me forma un nudo en la garganta, o en el estomago, no estoy seguro pero me ha cortado el hambre de repente. Ni siquiera soy capaz de responder que clase de sirope prefiero cuando hace menos de tres segundos estaba seguro de que iba a usarlos ambos a la vez. - Mi abuela también ha muerto. Aunque no sé como. Supongo que se opuso a ser esclavizada. Era una... ¿cómo lo llamáis?... mu... mag... - Al final no lo consigo recordar. Llegó un momento en el que en el mercado dejaron de usar esa palabra, y empezaron a usar escoria. - Y a Paul, por defenderla. - Pese a que era un mago, era uno de ellos y acabó muerto como si fuera uno de nosotros. - Siento lo de tu mamá - Ni siquiera estoy seguro de porqué le he contado eso. Es la primera vez que lo digo en voz alta desde que lo escuché. Supongo que porque quería que supiera que no era la única persona que perdió a alguien y que podíamos llorar juntos. Creo que Paul lo llamaba empatía aunque eso nunca fue precisamente lo mío.
No estoy muy segura de lo que estoy haciendo con la masa de las tortitas, porque hace tanto tiempo que no las hago que ya ni recuerdo la receta, pero improvisar se me da bien, cómo salga luego es diferente. Llega un punto en el que ya no sé ni qué ingredientes he puesto y cuáles no, pero yo sigo batiendo como si supiera perfectamente lo que estoy haciendo. Me distraigo pensando hasta que vuelvo a escuchar la voz de Andy que me saca de mis pensamientos. - Tiene que ser agobiante - Yo nunca he vivido eso porque mis juegos fueron diferentes, mi "victoria" fue diferente, y el gobierno fue diferente. Nunca he tenido que vivir con la prensa, ver mi foto en revistas o en la televisión constantemente porque me han sacado un nuevo novio... Todas esas cosas con las que han tenido que lidiar los antiguos vencedores, yo no las he vivido. - Recuerdo que tenías unas cuantas fans en el seis - Sonrío un poco porque aunque parezca broma, es cierto. A pesar de que a la mayoría de residentes del seis no nos iban ese tipo de cosas, siempre había a los que sí. Normalmente eran grupos de chicas, las que podían permitirse comprar revistas del corazón y tener una televisión en su cuarto. Me hacía mucha gracia verlas, pero solía pasar de ellas y ellas de todos los demás.
La idea del robo me hace encogerme de hombros y mirar alrededor. Nunca se me había ocurrido esa posibilidad, pero echando un vistazo, no sé qué le podía interesar de mi casa. - Tampoco hay demasiado que robar - Sí que podría sacar algo, pero no lo suficiente como para arriesgarse. - Además, no parece esa clase de persona, sólo se aburre - No sé si debería fiarme de su apariencia, pero la verdad es que no me la imagino saltando una valla y robándome, sabiendo el genio que tengo cuando me enfado. Cada vez que me la cruzo no dejo de pensar que prácticamente le tiré un cuchillo a la cara, por mucho que hubiera una puerta en el medio, pero el gesto fue el gesto, y no parece que vaya a perdonármelo así como así.
Me río cuando dice que se le da mejor comer, sintiéndome totalmente reflejada en sus palabras. - Esa frase resume mi vida - Saco las primeras tortitas y las pongo en un plato, sin poder evitar coger una aunque queme y probar un trozo. - Están ricas, no sé cómo pero lo están - O al menos a mí me parece que lo están, pero supongo que mi sentido del gusto se ha visto un poco atrofiado al haberse alimentado de comida de lata durante largos periodos de tiempo. Estoy tan concentrada en recordar qué he hecho con las tortitas para ser capaz de reproducirlo otro día que casi no me doy cuenta de que pronuncia mi nombre. Por su rostro diría que es algo serio. - ¿Sí? - Levanto un poco las cejas, animándole a hablar, pero parece que se arrepiente fuera lo que fuese. - Puedes decírmelo, no voy a... - No sé qué es lo que no voy a hacer, ¿enfadarme? ¿Juzgarle? Bueno, supongo que ha entendido lo que he querido decir aunque no haya terminado la frase, al fin y al cabo yo he hecho lo mismo.
Me asusto un poco cuando se levanta de la mesa, tanto que se me caen los cubiertos al suelo y hacen el típico ruido que en mi cabeza siempre augura desastre, porque siempre que se me cae un cubierto suele ser un cuchillo, algo peligroso. - Tranquilo, no pasa nada, estoy bien - Supongo que se ha preocupado por eso, porque piensa que el hecho de recordar la muerte de mi madre va a trastornarme. No va muy desencaminado, pero ha pasado mucho tiempo y he aprendido a controlar un poco mis emociones. Hago un gesto con las manos para que no se preocupe le sonrío un poco. - No ha sido desconsiderado si no lo sabías, no te preocupes - Le acerco el plato con un pequeño empujoncito porque comiendo se arregla todo, y hablo desde la voz de la experiencia. Yo hago lo mismo y cojo otra tortita, aunque mientras estoy tragando menciona lo de su abuela y me hace toser unas cuantas veces al atragantarme. - Yo... También lo siento muchísimo - En otras circunstancias le daría un abrazo o algo por el estilo, pero sé que a él no le gusta que le toquen, y sólo lo empeoraría así que me quedo donde estoy. - Muggles - Me arrepiento al instante de haberlo dicho en voz alta, pero me ha salido solo ayudarle con la palabra que no le salía. - No tiene por qué ser malo, sólo significa que sois... diferentes - Me encojo de hombros y bajo la vista. - Tener magia tampoco es nada tan extraordinario, sólo es lo que os quieren hacer creer - No debería decirlo en voz alta, pero a veces no puedo evitarlo.
La idea del robo me hace encogerme de hombros y mirar alrededor. Nunca se me había ocurrido esa posibilidad, pero echando un vistazo, no sé qué le podía interesar de mi casa. - Tampoco hay demasiado que robar - Sí que podría sacar algo, pero no lo suficiente como para arriesgarse. - Además, no parece esa clase de persona, sólo se aburre - No sé si debería fiarme de su apariencia, pero la verdad es que no me la imagino saltando una valla y robándome, sabiendo el genio que tengo cuando me enfado. Cada vez que me la cruzo no dejo de pensar que prácticamente le tiré un cuchillo a la cara, por mucho que hubiera una puerta en el medio, pero el gesto fue el gesto, y no parece que vaya a perdonármelo así como así.
Me río cuando dice que se le da mejor comer, sintiéndome totalmente reflejada en sus palabras. - Esa frase resume mi vida - Saco las primeras tortitas y las pongo en un plato, sin poder evitar coger una aunque queme y probar un trozo. - Están ricas, no sé cómo pero lo están - O al menos a mí me parece que lo están, pero supongo que mi sentido del gusto se ha visto un poco atrofiado al haberse alimentado de comida de lata durante largos periodos de tiempo. Estoy tan concentrada en recordar qué he hecho con las tortitas para ser capaz de reproducirlo otro día que casi no me doy cuenta de que pronuncia mi nombre. Por su rostro diría que es algo serio. - ¿Sí? - Levanto un poco las cejas, animándole a hablar, pero parece que se arrepiente fuera lo que fuese. - Puedes decírmelo, no voy a... - No sé qué es lo que no voy a hacer, ¿enfadarme? ¿Juzgarle? Bueno, supongo que ha entendido lo que he querido decir aunque no haya terminado la frase, al fin y al cabo yo he hecho lo mismo.
Me asusto un poco cuando se levanta de la mesa, tanto que se me caen los cubiertos al suelo y hacen el típico ruido que en mi cabeza siempre augura desastre, porque siempre que se me cae un cubierto suele ser un cuchillo, algo peligroso. - Tranquilo, no pasa nada, estoy bien - Supongo que se ha preocupado por eso, porque piensa que el hecho de recordar la muerte de mi madre va a trastornarme. No va muy desencaminado, pero ha pasado mucho tiempo y he aprendido a controlar un poco mis emociones. Hago un gesto con las manos para que no se preocupe le sonrío un poco. - No ha sido desconsiderado si no lo sabías, no te preocupes - Le acerco el plato con un pequeño empujoncito porque comiendo se arregla todo, y hablo desde la voz de la experiencia. Yo hago lo mismo y cojo otra tortita, aunque mientras estoy tragando menciona lo de su abuela y me hace toser unas cuantas veces al atragantarme. - Yo... También lo siento muchísimo - En otras circunstancias le daría un abrazo o algo por el estilo, pero sé que a él no le gusta que le toquen, y sólo lo empeoraría así que me quedo donde estoy. - Muggles - Me arrepiento al instante de haberlo dicho en voz alta, pero me ha salido solo ayudarle con la palabra que no le salía. - No tiene por qué ser malo, sólo significa que sois... diferentes - Me encojo de hombros y bajo la vista. - Tener magia tampoco es nada tan extraordinario, sólo es lo que os quieren hacer creer - No debería decirlo en voz alta, pero a veces no puedo evitarlo.
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Llega un momento en el que te acostumbras, así que cuando dice que toda aquella situación de vigilancia puede resultar agobiante, me encojo de hombros. A Jole la ponía nerviosa. Yo siempre he estado vigilado, por personas reales y no reales, así que el cambio de un lugar a otro no fue tan difícil como para otros. Me río cuando habla de las admiradoras y sacudo la cabeza. - Todas se volvían locas. Nadie me daba ni bola y de repente tenía a gente pidiéndome que nos casáramos. - Y es que literalmente, antes de los juegos yo era invisible. Iba a clase y la mayoría ya sabía sobre mis episodios psicóticos (como los llamaban, a pesar de que no tenían ni idea de lo que era en realidad) por lo cual entrar a clase era un suplicio en el que todas las voces guardaban silencio y se volvían cuchicheos a mi alrededor. Resultaba muy molesto. Aún así, ahora veo eso tan lejano que lo siento como si le hubiera pasado a otra persona. - A Jeremy se le metieron en su casa. Katie casi... golpeó a una de esas fans con la sartén - Es increíble la manera en la que puedes recordar a las personas y la forma en la que te hacían sentir, pero difuminada por el paso del tiempo. Ahora son como historias que le pasaron a otras personas, lejanas en el tiempo, pese a que solo han sido dos años. Ellos probablemente estén muertos. Delilah probablemente también. Aunque me prometí a mi mismo que jamás dejaría que ese pensamiento me presionara hasta romperme, hasta que no estuviera 100% seguro de ello.
Claro está que buscar a personas cuando eres un esclavo, es algo casi imposible. Dependes de otras personas, por lo general no muy pacientes. Dejo el tema de su vecina de lado porque si ella no le da importancia no veo necesario dársela yo. Además también fue lo primero que pensé, en lo aburrida que estaba. - Muggles. Eso. - Me quedo mirando las tortitas riendo ligeramente cuando dice que están buenas, empezando a mezclar siropes a lo loco antes de cortar el primer trozo y levármelo a la boca. No soy muy exigente con la comida así que aunque estuviera pegachenta y cruda, me la habría comido con gusto. - Deberíamos comprar un libro de cocina. No podemos vivir de tortitas. - Aún recuerdo a mi abuela diciéndome eso, aunque por lo general lo decía con muchas cosas que no podía comer todos los días; helados, pasteles, y todas esas cosas no muy sanas para una dieta equilibrada.
Mi abuela me enseñó a cocinar una vez y no fue muy bien; pero supongo que ahora que he crecido no está de mal intentarlo otra vez. Han pasado cuatro años desde la última vez que quemé la cocina con contar el accidente en casa del alcalde. En mi defensa diré que Alex me estaba distrayendo. No fue del todo culpa mía. - La gente siempre le ha tenido miedo a las cosas diferentes. No es la primera vez que un pueblo somete a otro por algo como eso. - Farfullo metiéndome más trozos de tortitas a la boca, realmente entretenido en cortarlas y que de esta manera el sirope se cuele entre los pliegues y engrude lo demás. - Pero ya da igual. Me acostumbré. Creo que sigue siendo más fácil ser esclavo que vencedor - Eso suena triste, pero es la verdad.
Inconscientemente me miro la muñeca donde está la marca del mercado y tengo la tentación de pasar el dedo por ella. Ahora no es más que una cicatriz que ha sanado pero cuyo recuerdo se ha quedado grabado para que no me olvide de cual es mi lugar ahora. No me pasa desapercibida su insistencia en que puedo decirle lo que quiera así que finalmente lo hago; aunque no lo que iba a decir en principio sobre mis propias circunstancias. - ¿Cómo te ganas la vida? Sé que no fui precisamente lo que se dice regalado. - De alguna parte tuvo que sacar el dinero. Lo peor es que sé que lo hizo por salvarme y eso me deja en deuda con ella. Una que probablemente nunca pueda pagar. - Y no quiero ser una carga. Prométeme que si te ves en apuros económicos me lo dirás - Aunque no sé que haría. Nunca termine la escuela y no hay nada que se me diese bien. Excepto arreglar coches. Paul me lo puso como terapia para distraerme, compró un coche hecho mierda y me dejó arreglarlo; pero siempre bajo vigilancia. No iba a dejar a un potencial suicida esquizofrénico con poco sentido de la distinción realidad-ficción con herramientas que podrían rebanar a una persona en segundos.
Claro está que buscar a personas cuando eres un esclavo, es algo casi imposible. Dependes de otras personas, por lo general no muy pacientes. Dejo el tema de su vecina de lado porque si ella no le da importancia no veo necesario dársela yo. Además también fue lo primero que pensé, en lo aburrida que estaba. - Muggles. Eso. - Me quedo mirando las tortitas riendo ligeramente cuando dice que están buenas, empezando a mezclar siropes a lo loco antes de cortar el primer trozo y levármelo a la boca. No soy muy exigente con la comida así que aunque estuviera pegachenta y cruda, me la habría comido con gusto. - Deberíamos comprar un libro de cocina. No podemos vivir de tortitas. - Aún recuerdo a mi abuela diciéndome eso, aunque por lo general lo decía con muchas cosas que no podía comer todos los días; helados, pasteles, y todas esas cosas no muy sanas para una dieta equilibrada.
Mi abuela me enseñó a cocinar una vez y no fue muy bien; pero supongo que ahora que he crecido no está de mal intentarlo otra vez. Han pasado cuatro años desde la última vez que quemé la cocina con contar el accidente en casa del alcalde. En mi defensa diré que Alex me estaba distrayendo. No fue del todo culpa mía. - La gente siempre le ha tenido miedo a las cosas diferentes. No es la primera vez que un pueblo somete a otro por algo como eso. - Farfullo metiéndome más trozos de tortitas a la boca, realmente entretenido en cortarlas y que de esta manera el sirope se cuele entre los pliegues y engrude lo demás. - Pero ya da igual. Me acostumbré. Creo que sigue siendo más fácil ser esclavo que vencedor - Eso suena triste, pero es la verdad.
Inconscientemente me miro la muñeca donde está la marca del mercado y tengo la tentación de pasar el dedo por ella. Ahora no es más que una cicatriz que ha sanado pero cuyo recuerdo se ha quedado grabado para que no me olvide de cual es mi lugar ahora. No me pasa desapercibida su insistencia en que puedo decirle lo que quiera así que finalmente lo hago; aunque no lo que iba a decir en principio sobre mis propias circunstancias. - ¿Cómo te ganas la vida? Sé que no fui precisamente lo que se dice regalado. - De alguna parte tuvo que sacar el dinero. Lo peor es que sé que lo hizo por salvarme y eso me deja en deuda con ella. Una que probablemente nunca pueda pagar. - Y no quiero ser una carga. Prométeme que si te ves en apuros económicos me lo dirás - Aunque no sé que haría. Nunca termine la escuela y no hay nada que se me diese bien. Excepto arreglar coches. Paul me lo puso como terapia para distraerme, compró un coche hecho mierda y me dejó arreglarlo; pero siempre bajo vigilancia. No iba a dejar a un potencial suicida esquizofrénico con poco sentido de la distinción realidad-ficción con herramientas que podrían rebanar a una persona en segundos.
Recuerdo perfectamente la representación literal de sus palabras. Literalmente se volvían locas si se le ocurría aparecer en el seis. Aunque ahora me río al acordarme, sé que viéndolo desde la ventana me angustiaba pensando en lo angustiado que él mismo debía de estar. De cualquier modo tiene razón, antes de los juegos en el colegio eran pocos los privilegiados que se podían permitir no tener ningún defecto del que los otros se pudieran burlar, o al menos pocos los que tenían la suerte de poder esconderlo. En mi caso era mi madre y la ausencia de mi padre, en el suyo las voces. No sé muy bien a qué se debían, la verdad, nunca le pregunté qué clase de enfermedad tenía ni tampoco si era una enfermedad, tampoco me importaba mucho por aquel entonces. Aunque sabía que le pasaba algo no sabía qué era, me bastaba con hacerle compañía y que él me la hiciera a mí. Era agradable vivir sin que los juegos interfiriesen tan directamente en nosotros. Al principio, cuando le escogieron como tributo casi estaba segura de que moriría. Quién me iba a decir que acabaría siendo mi mentor, y finalmente, mi esclavo. Está comprobado la cantidad de vueltas que da la vida.
Un par de nombres me sacan de mis pensamientos. No sé muy bien quién es Jeremy, pero si no recuerdo mal la llamada Katie es la madre de su hija. Carraspeo un poco antes de preguntar, y cuando lo hago aún dudo si debería hacerlo o no. - ¿Sabes algo de ellos? - Y asumo que entiende que por ellos, no sólo me refiero a los que me acaba de mencionar, sino también a su hija. Una vez la vi a través de una pantalla, fue el día que descubrí que tenía una gemela, el día que hablé con Kayla por primera y casi última vez. Supongo que no e agradable escucharlo para ninguno de los dos, pero no podría vivir en la misma casa que él sin saber ese tipo de cosas. No sabría si cambiar de canal o no cuando saliese un anuncio de bebés, no sabría si cerrar las cortinas cada vez que la vecina a pasear a su hijo. En fin, ese tipo de cosas. Deduzco que no sabe nada de ella a menos que esté muerta porque si no no estaría aquí. Supongo que si no sabe nada podría pedirle a Riorden que investigara un poco, al fin y al cabo está haciendo lo mismo con ese tributo al que maté y que vi en la coronación y en mi casa hace unos meses. Pero antes tengo que informarme acerca del tema, aunque sea incómodo preguntarlo.
Me río cuando comenta que deberíamos comprar libros de cocina y separo durante unos segundos el tenedor del plato, usándolo para señalar un estante a mis espaldas donde hay infinidad de libros, algunos de ellos de postres, otros de primeros platos, verduras, pescado, carne... - Los uso para limpiar el suelo cuando se me cae algún tipo de líquido - Y aunque aparezca una broma no lo es, faltan bastantes páginas porque por desgracia el hecho de que se me caiga algo es bastante frecuente en esta casa, sobretodo en la cocina. - Se supone que los libros de cocina son para negado, ¿por qué me enseñan a hacer berenjenas rellenas de aguacate y no a freír un maldito huevo? - En parte debe de ser porque freír un huevo no necesita receta, pero no exagero cuando digo que los platos que esos libros intentan que cocine son imposibles. Si ya es imposible que haga un huevo frito me niego a intentarlo con algo que tenga más de diez ingredientes.
Asiento ligeramente a su referencia al pasado en cuanto a sometimiento de razas mientras esparzo la mermelada de parte a parte de la tortita con la punta del tenedor, cosa que no es muy efectiva pero me da tiempo a pensar si también las quiero con nata. Me detengo al escuchar su conclusión final. Es algo que llama la atención, porque no imagino como lo tuvo que pasar alguien como él siendo vigilado día a día en la isla de los vencedores para que eso sea más fácil que recibir latigazos porque se te haya caído una cosa. Acabo haciendo un gesto con la mano quitándole importancia al tema porque sospecho que ninguno de los dos quiere profundizar en él. Finalmente decido que aceptaré mi propia sugerencia sobre la nata y me acerco a la nevera para cogerla. - ¿Nata? - Pregunto mientras yo misma cubro mi plato con ella.
Alzo las cejas, haciendo una mueca cuando pregunta cómo me gano la vida. - Vendo droga a cambio de harina para las tortitas - Sería más fácil decir eso y que fuera verdad que la razón real por la que conseguí el dinero para sacarle del mercado. Murmuro que es broma aunque sea obvio mientras me río, no sé si por la broma en sí o por imaginarme a mí misma encima del escenario hace unas semanas. - Había un desfile para vencedores, como una especie de coronación. La organizadora me pagó bien, lo suficiente como para comprarte - Prefiero no darle más detalles porque probablemente ya sepa al desfile que me refiero, y no me hace gracia inducirle a recordarlo si es que lo vio. - Y a veces hago el turno de noche en el bar que hay cruzando la calle - Hace poco de eso, el mismo tiempo que me di cuenta de que no podría seguir viviendo mucho tiempo de la indemnización por salir de los juegos y por la muerte de mi madre. Alzo la vista para mirarle a los ojos al verle preocupado por mis apuros económicos. - No te preocupes por eso - De momento no tengo muchos problemas con el dinero, pero si los tuviera supongo que no tendría ningún problema en decírselo si es lo que quiere. - Lo prometo - Asiento con la cabeza mientras vuelvo a las tortitas. -¿Conoces el Capitolio? - Y lo pregunto básicamente porque si algún día tiene que salir no me hace gracia que lo haga sin saber desenvolverse por las calles, a veces pueden ser laberínticas.
Un par de nombres me sacan de mis pensamientos. No sé muy bien quién es Jeremy, pero si no recuerdo mal la llamada Katie es la madre de su hija. Carraspeo un poco antes de preguntar, y cuando lo hago aún dudo si debería hacerlo o no. - ¿Sabes algo de ellos? - Y asumo que entiende que por ellos, no sólo me refiero a los que me acaba de mencionar, sino también a su hija. Una vez la vi a través de una pantalla, fue el día que descubrí que tenía una gemela, el día que hablé con Kayla por primera y casi última vez. Supongo que no e agradable escucharlo para ninguno de los dos, pero no podría vivir en la misma casa que él sin saber ese tipo de cosas. No sabría si cambiar de canal o no cuando saliese un anuncio de bebés, no sabría si cerrar las cortinas cada vez que la vecina a pasear a su hijo. En fin, ese tipo de cosas. Deduzco que no sabe nada de ella a menos que esté muerta porque si no no estaría aquí. Supongo que si no sabe nada podría pedirle a Riorden que investigara un poco, al fin y al cabo está haciendo lo mismo con ese tributo al que maté y que vi en la coronación y en mi casa hace unos meses. Pero antes tengo que informarme acerca del tema, aunque sea incómodo preguntarlo.
Me río cuando comenta que deberíamos comprar libros de cocina y separo durante unos segundos el tenedor del plato, usándolo para señalar un estante a mis espaldas donde hay infinidad de libros, algunos de ellos de postres, otros de primeros platos, verduras, pescado, carne... - Los uso para limpiar el suelo cuando se me cae algún tipo de líquido - Y aunque aparezca una broma no lo es, faltan bastantes páginas porque por desgracia el hecho de que se me caiga algo es bastante frecuente en esta casa, sobretodo en la cocina. - Se supone que los libros de cocina son para negado, ¿por qué me enseñan a hacer berenjenas rellenas de aguacate y no a freír un maldito huevo? - En parte debe de ser porque freír un huevo no necesita receta, pero no exagero cuando digo que los platos que esos libros intentan que cocine son imposibles. Si ya es imposible que haga un huevo frito me niego a intentarlo con algo que tenga más de diez ingredientes.
Asiento ligeramente a su referencia al pasado en cuanto a sometimiento de razas mientras esparzo la mermelada de parte a parte de la tortita con la punta del tenedor, cosa que no es muy efectiva pero me da tiempo a pensar si también las quiero con nata. Me detengo al escuchar su conclusión final. Es algo que llama la atención, porque no imagino como lo tuvo que pasar alguien como él siendo vigilado día a día en la isla de los vencedores para que eso sea más fácil que recibir latigazos porque se te haya caído una cosa. Acabo haciendo un gesto con la mano quitándole importancia al tema porque sospecho que ninguno de los dos quiere profundizar en él. Finalmente decido que aceptaré mi propia sugerencia sobre la nata y me acerco a la nevera para cogerla. - ¿Nata? - Pregunto mientras yo misma cubro mi plato con ella.
Alzo las cejas, haciendo una mueca cuando pregunta cómo me gano la vida. - Vendo droga a cambio de harina para las tortitas - Sería más fácil decir eso y que fuera verdad que la razón real por la que conseguí el dinero para sacarle del mercado. Murmuro que es broma aunque sea obvio mientras me río, no sé si por la broma en sí o por imaginarme a mí misma encima del escenario hace unas semanas. - Había un desfile para vencedores, como una especie de coronación. La organizadora me pagó bien, lo suficiente como para comprarte - Prefiero no darle más detalles porque probablemente ya sepa al desfile que me refiero, y no me hace gracia inducirle a recordarlo si es que lo vio. - Y a veces hago el turno de noche en el bar que hay cruzando la calle - Hace poco de eso, el mismo tiempo que me di cuenta de que no podría seguir viviendo mucho tiempo de la indemnización por salir de los juegos y por la muerte de mi madre. Alzo la vista para mirarle a los ojos al verle preocupado por mis apuros económicos. - No te preocupes por eso - De momento no tengo muchos problemas con el dinero, pero si los tuviera supongo que no tendría ningún problema en decírselo si es lo que quiere. - Lo prometo - Asiento con la cabeza mientras vuelvo a las tortitas. -¿Conoces el Capitolio? - Y lo pregunto básicamente porque si algún día tiene que salir no me hace gracia que lo haga sin saber desenvolverse por las calles, a veces pueden ser laberínticas.
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Después de trocear las tortitas pincho algunas de ellas con el tenedor y después las meneo por le plato negando a su pregunta sobre si he visto a Katie o Jeremy. De la única persona de la que llegué a saber algo fue de Derian y él apenas tenía conocimiento sobre el resto también. Me llevo las tortitas a la boca echando la cabeza hacia atrás, con la vista perdida en la nada escuchando a Alex criticar las tortitas aunque por el tono deduzco que se queja por quejarse. La situación es tan inverosímil que acabo soltando una risa a riesgo de atragantarme comiendo. - Aunque supongo que están muertos. Ha pasado mucho tiempo. Debería haber sabido algo de ellos, son vencedores. Les habrían vendido por muy buen precio. - Además he visto la tele en más de una ocasión y a veces ponían fotos nuestras y de otros como si fuéramos una promoción que nadie debería dejar pasar. Así fue como acabé con el Alcalde en el seis, para empezar. - No salen en la tele, ni en los mercados, ni tampoco en los panfletos de búsqueda y captura. Solo pueden estar muertos. - Mi voz ni siquiera suena como si me afectara o me lo creyera. Supongo que porque después de todo este tiempo, he acabado asimilando todas las situaciones al mismo tiempo. Jolene tampoco está en ninguno de esos sitios y sigue viva. La vi. La sentí. La toqué.
Pero ese es el problema. A pesar de todo eso, ni siquiera estoy seguro. Estoy seguro, pero no estoy seguro. Es como el gato de Schrödinger, muerto y vivo al mismo tiempo. Mis alucinaciones siempre fueron tan reales que podía sentirlas, verlas, tocarlas, oírlas. Estoy tan desesperado porque uno de ellos viva que no puedo ignorar el hecho de que podría haberlo imaginado. Podría no haber sido real, a pesar de lo real que lo sentí. Para eso servían mis diarios, aunque siempre eran revisados por dos personas. Mi abuela y Paul. Da igual si sigo escribiendo todo lo que veo, ya no hay nadie que corrobore que es real y que no. Puede que incluso Jessica no sea real.
En eso recuerdo el motivo por el que sé que Jolene no fue una alucinación. Alex. Las personas reales no saben nada sobre mis alucinaciones. Jolene no la ve. Jessica no la oye. Alex no es real. Eso significa que Jess y Jole si lo son. - Deli a lo mejor ya no sabe quien soy - No estoy seguro de cuanto tiempo me he mantenido callado, pero estoy seguro de que fue lo bastante como para que pareciera que la conversación había muerto del todo y no quería hablar del tema. - Era muy pequeña. Aunque tampoco importa. No me dejaban sostenerla. - No al menos sin vigilancia. Creían que acabaría haciéndole daño. Me hago daño a mi mismo y a todas las personas de alrededor; no importaba si fuera mi hija o no, ella podría acabar herida. Eso de alguna manera me asustaba y aborrecía al mismo tiempo. Asustaba porque no quería herirla y me aborrecía la poca confianza que todo el mundo tenía en mi. Llegó un momento en el que ni siquiera quería cogerla porque todos esos pensamientos negativos me hicieron tenerme miedo a mi mismo. Por eso se la llevó Sebastian. Por eso ella no estaba en la Isla aquella noche.
Me llevo el tenedor a la boca sin nada, solo para lamer el sirope que se ha quedado pegado, mirándola de nuevo cuando menciona los libros de cocina. Giro mi cabeza hacia las estanterías. No los había visto. Al entrar pensé que serían cajas de vino, no sé porqué. Me levanto de la mesa dejando los cubiertos en el plato y pasando mi dedo por la tapa leyendo lo que pone. En al menos 12 de ellos encuentro la palabra gourmet. - ¿Te has comprado los más complicados a posta? - Saco uno y abro una página al azar con una cara de casi asco cuando veo fotografías de ejemplos de como se descuartiza un cangrejo. ¿Quien diablos se come un cangrejo? Sabía que en el distrito cuatro era una comida muy popular pero... tengo una norma, no como nada que tenga cara. Y eso que yo me como, literalmente, cualquier cosa. Su mención al huevo frito me hace reír, porque no creo que vaya en serio. Hasta yo sé freír un huevo y soy negado para esto. - Hay unos libros que se llamaba cocina para estúpidos. Te enseñan a hacer emparedados sin quemarlos y cosas por el estilo. Incluso comidas sin usar fuego. - Mi abuela me los compró, especialmente los de las últimas recetas tras que casi incendiara la casa en un momento en el que se me nubló el juicio de repente mientras hacía la cena.
Me quedo en medio de la cocina con el libro en las manso mientras broma con lo de vender droga, cosa que por un momento estoy a punto de creerme antes de que me diga lo del desfile. Suelto una risa de nuevo sin poder evitarlo. - ¿Como los de los tributos? No veía desfiles desde que los eliminaron en los juegos. - Admito. Vuelvo a sentarme dejando el libro en la mesa y negando a lo de la nata, siguiendo con las tortitas donde las dejé. En ese momento me doy cuenta de que es la primera conversación civilizada que tengo en meses. Sin miedo a decir algo que no debo decir o a comportarme como si fuera invisible. Eso me hace sonreír agachando la cabeza. - Sí. Veníamos aquí muy a menudo. Entrevistas y esas cosas. Supongo que no ha cambiado mucho. - La última vez que estuve aquí, ¿Hace un año ya? Casi. El tiempo corre muy de prisa. Suelto un suspiro y cometo el error de echarme hacia atrás, apoyando la espalda en la silla. En cuanto la madera roza una de las heridas suelto un grito que me impulsa hacia adelante y se ahoga a medio salir. El dolor se esparce por todo el cuerpo rápidamente, como un calambrazo recorriendo cada articulación, pero finalmente acaba por centrarse en el lugar donde golpee sin querer contra la madera y me hace soltar un suspiro. - Lo siento. A veces se me olvida. Me pasa siempre... esto, lo de... el gobierno, todo. A ratos parece todo tan normal que me olvido donde estoy y porqué. -
Pero ese es el problema. A pesar de todo eso, ni siquiera estoy seguro. Estoy seguro, pero no estoy seguro. Es como el gato de Schrödinger, muerto y vivo al mismo tiempo. Mis alucinaciones siempre fueron tan reales que podía sentirlas, verlas, tocarlas, oírlas. Estoy tan desesperado porque uno de ellos viva que no puedo ignorar el hecho de que podría haberlo imaginado. Podría no haber sido real, a pesar de lo real que lo sentí. Para eso servían mis diarios, aunque siempre eran revisados por dos personas. Mi abuela y Paul. Da igual si sigo escribiendo todo lo que veo, ya no hay nadie que corrobore que es real y que no. Puede que incluso Jessica no sea real.
En eso recuerdo el motivo por el que sé que Jolene no fue una alucinación. Alex. Las personas reales no saben nada sobre mis alucinaciones. Jolene no la ve. Jessica no la oye. Alex no es real. Eso significa que Jess y Jole si lo son. - Deli a lo mejor ya no sabe quien soy - No estoy seguro de cuanto tiempo me he mantenido callado, pero estoy seguro de que fue lo bastante como para que pareciera que la conversación había muerto del todo y no quería hablar del tema. - Era muy pequeña. Aunque tampoco importa. No me dejaban sostenerla. - No al menos sin vigilancia. Creían que acabaría haciéndole daño. Me hago daño a mi mismo y a todas las personas de alrededor; no importaba si fuera mi hija o no, ella podría acabar herida. Eso de alguna manera me asustaba y aborrecía al mismo tiempo. Asustaba porque no quería herirla y me aborrecía la poca confianza que todo el mundo tenía en mi. Llegó un momento en el que ni siquiera quería cogerla porque todos esos pensamientos negativos me hicieron tenerme miedo a mi mismo. Por eso se la llevó Sebastian. Por eso ella no estaba en la Isla aquella noche.
Me llevo el tenedor a la boca sin nada, solo para lamer el sirope que se ha quedado pegado, mirándola de nuevo cuando menciona los libros de cocina. Giro mi cabeza hacia las estanterías. No los había visto. Al entrar pensé que serían cajas de vino, no sé porqué. Me levanto de la mesa dejando los cubiertos en el plato y pasando mi dedo por la tapa leyendo lo que pone. En al menos 12 de ellos encuentro la palabra gourmet. - ¿Te has comprado los más complicados a posta? - Saco uno y abro una página al azar con una cara de casi asco cuando veo fotografías de ejemplos de como se descuartiza un cangrejo. ¿Quien diablos se come un cangrejo? Sabía que en el distrito cuatro era una comida muy popular pero... tengo una norma, no como nada que tenga cara. Y eso que yo me como, literalmente, cualquier cosa. Su mención al huevo frito me hace reír, porque no creo que vaya en serio. Hasta yo sé freír un huevo y soy negado para esto. - Hay unos libros que se llamaba cocina para estúpidos. Te enseñan a hacer emparedados sin quemarlos y cosas por el estilo. Incluso comidas sin usar fuego. - Mi abuela me los compró, especialmente los de las últimas recetas tras que casi incendiara la casa en un momento en el que se me nubló el juicio de repente mientras hacía la cena.
Me quedo en medio de la cocina con el libro en las manso mientras broma con lo de vender droga, cosa que por un momento estoy a punto de creerme antes de que me diga lo del desfile. Suelto una risa de nuevo sin poder evitarlo. - ¿Como los de los tributos? No veía desfiles desde que los eliminaron en los juegos. - Admito. Vuelvo a sentarme dejando el libro en la mesa y negando a lo de la nata, siguiendo con las tortitas donde las dejé. En ese momento me doy cuenta de que es la primera conversación civilizada que tengo en meses. Sin miedo a decir algo que no debo decir o a comportarme como si fuera invisible. Eso me hace sonreír agachando la cabeza. - Sí. Veníamos aquí muy a menudo. Entrevistas y esas cosas. Supongo que no ha cambiado mucho. - La última vez que estuve aquí, ¿Hace un año ya? Casi. El tiempo corre muy de prisa. Suelto un suspiro y cometo el error de echarme hacia atrás, apoyando la espalda en la silla. En cuanto la madera roza una de las heridas suelto un grito que me impulsa hacia adelante y se ahoga a medio salir. El dolor se esparce por todo el cuerpo rápidamente, como un calambrazo recorriendo cada articulación, pero finalmente acaba por centrarse en el lugar donde golpee sin querer contra la madera y me hace soltar un suspiro. - Lo siento. A veces se me olvida. Me pasa siempre... esto, lo de... el gobierno, todo. A ratos parece todo tan normal que me olvido donde estoy y porqué. -
No sé si debería haberle preguntado por esa gente, y comienzo dudar seriamente que haya sido buena idea porque por unos segundos creo que no va a contestar, y cuando al fin veo que un sonido va a salir de sus labios es sólo una risa que acaba en la respuesta. No es exactamente la reacción que esperaba, pero supongo que no se reía por la pregunta en sí, y lo hacía porque había recordado algo o porque esas voces habían dicho algo gracioso. Tengo que acostumbrarme a ello y dejar de pensar que todas sus interacciones van dirigidas a mí. Hasta que no sepa exactamente lo que le pasa no puedo hacer mucho, pero saber que voy a tener algo de compañía y haberle sacado de ese sitio me sirve. Me encantaría darle una alternativa a la opción de que estén muertos, pero tiene toda la razón. Si vivieran habrían hecho lo mismo con ellos que con todos los demás. Pude ver a muchos mentores anunciados por la tele cuando la miraba de vez en cuando, y jamás vi sus caras ni oí mencionar sus nombres. Por otra parte, no me creo que Jamie haya sido capaz de permitir que maten a un bebé, y además en el caso de su hija no podrían haberla vendido como esclava porque un bebé es todo lo contrario a alguien que pueda hacer tus tareas.
No sé cómo ayudar hasta que vuelvo a recordar a Riorden. Seguramente él podría enterarse de si la hija de un vencedor está viva o muerta, y de dónde está. Podría pedírselo, pero hay varias razones que me inducen a pensar que no es la mejor solución. La primera es que si no se sabe nada de la niña es porque o bien está muerta como dice Andy o su paradero es un secreto. En ambos casos no arreglaría nada, porque si está muerta preferiría no saberlo y no tener que decírselo a su padre, no haría ningún bien, y si es algo secreto empiezo a dudar si Riorden me lo diría. Y en segundo lugar, porque después de la discusión que tuvimos no quiero ser yo quien vaya a verle, y encima para pedirle un favor. Las cosas han cambiado tanto entre nosotros que a veces pienso que todo estaba mejor cuando éramos sólo amigos, o al menos discutíamos con menor frecuencia. De cualquier forma ofrezco mi ayuda porque si no lo hiciera me sentiría fatal. - Puedo pedirle a alguien que investigue un poco, si quieres - Si dice que sí será porque está desesperado, y si lo está todos los problemas antes mencionados pasarían a segundo plano y no tendría problemas en pedírselo a mi amigo, o lo que sea.
Me vuelve a costar un rato conectar el nombre, o más bien el apodo, de Deli con la cara de su hija, pero tardo algo menos porque aún tengo su imagen grabada en la cabeza. Bajo la cabeza porque no sé qué decir ante sus palabras. Probablemente sea cierto que no le dejaran coger a la niña, y no sé cómo hubiera actuado yo de haber tenido que decidir porque una vez más me falta información, pero me quedo callada durante unos segundos, moviendo el tenedor por el plato sin ninguna intención en concreto. - Estoy segura de que te recuerda - En la videollamada parecían tenerse mucho cariño mutuo, el bebé sonreía constantemente y el que por aquel entonces era mi mentor hacía exactamente lo mismo. Ojalá que esté viva. Aunque si lo está y por alguna casualidad me entero de dónde, no sé qué pasaría. Dudo que me dejaran tenerla sabiendo que Andy vive en mi casa, porque si no está ya con él es que eso es precisamente lo que quieren, mantenerlos separados. Sería peor saber que está viva y cerca y no poder verla que no saber dónde está.
Me alegro interiormente cuando el tema de conversación se desvía hacia los libros de cocina. No puedo evitar sonreír un poco ante su pregunta y me encojo de hombros, levantándome y dando unos pasos hasta colocarme a su lado y leer por tercera vez como mucho los títulos de los libros. - Me los dio Alice, tenía la esperanza de que algún día dejarían de ser un idioma desconocido para mí - Tardo en darme cuenta de que no sabe quién es Alice, y creo conveniente decírselo porque probablemente algunas veces se quede solo aquí si voy a visitarla, o todo lo contrario si viene ella a visitarme a mí. - Es mi vecina, pero no la que me espía, la del otro lado - Aclaro como si no fuera algo obvio. Me encantaría decirle que también es humana y que puede entenderle, pero obviamente no voy a hacerlo porque prometí guardar el secreto. Me río al escuchar el título de los libros que menciona y vuelvo a guardar en su sitio el que tengo en la mano. - No me gusta admitir lo estúpida que soy comprando un libro donde lo pone por escrito - Aunque está más que demostrado que lo soy, y mucho, al menos en lo que a cocina se refiere. Probablemente sí que tendré que comprarlos, porque como bien dijo él no podemos alimentarnos a base de tortitas durante mucho tiempo sin aborrecerlas.
Asiento cuando compara el desfile en el que participé con los de los tributos, aunque tienen bastantes diferencias. - Algo así, sí, un poco más ridículo y degradante para mi dignidad - Me río suavemente al recordarlo por enésima vez, prefiero no dar detalles porque no son realmente importantes. Me como otro trozo de tortita, decidiendo que sabría mejor con un poco de sirope de chocolate. Voy a por él mientras escucho su afirmativa a mi pregunta. Probablemente conozca mejor el Capitolio que yo porque no suelo salir mucho, y cuando lo hago voy siempre a los mismos sitios. Cojo el sirope comprobando que está casi vacío pero negándome en rotundo a volver a levantarme a coger un bote nuevo. Mientras me debato entre hacerlo o no su grito ahogado me saca de mis profundos y trascendentales pensamientos, haciéndome levantar y yendo hacia su silla. Observo el lugar donde la herida ha rozado con la silla, comprobando que no vuelve a sangrar ni nada por el estilo y arrugando la nariz porque no sé qué hacer. - Tal vez debería ponerte vendas o algo así - No tengo ni idea de cómo hacerlo, ni de si de verdad debería ponerle vendas, pero no sé por qué no puedo quedarme quieta. Sus disculpas acaban por ser más amplias de lo que pensaba y doy unos pasos hasta quedar en frente de él, apoyándome sobre la encimera y mirándole. - Eso es bueno ¿no? - Dada su condición que su situación actual le parezca normal no es tan malo. - Mientras vivas aquí puedes permitirte olvidarte, y cuando salgas yo te lo recordaré - Es cierto que fuera deberá comportarse como si de verdad fuera mi esclavo, pero dentro no habrá problema si puedo impedirlo.
No sé cómo ayudar hasta que vuelvo a recordar a Riorden. Seguramente él podría enterarse de si la hija de un vencedor está viva o muerta, y de dónde está. Podría pedírselo, pero hay varias razones que me inducen a pensar que no es la mejor solución. La primera es que si no se sabe nada de la niña es porque o bien está muerta como dice Andy o su paradero es un secreto. En ambos casos no arreglaría nada, porque si está muerta preferiría no saberlo y no tener que decírselo a su padre, no haría ningún bien, y si es algo secreto empiezo a dudar si Riorden me lo diría. Y en segundo lugar, porque después de la discusión que tuvimos no quiero ser yo quien vaya a verle, y encima para pedirle un favor. Las cosas han cambiado tanto entre nosotros que a veces pienso que todo estaba mejor cuando éramos sólo amigos, o al menos discutíamos con menor frecuencia. De cualquier forma ofrezco mi ayuda porque si no lo hiciera me sentiría fatal. - Puedo pedirle a alguien que investigue un poco, si quieres - Si dice que sí será porque está desesperado, y si lo está todos los problemas antes mencionados pasarían a segundo plano y no tendría problemas en pedírselo a mi amigo, o lo que sea.
Me vuelve a costar un rato conectar el nombre, o más bien el apodo, de Deli con la cara de su hija, pero tardo algo menos porque aún tengo su imagen grabada en la cabeza. Bajo la cabeza porque no sé qué decir ante sus palabras. Probablemente sea cierto que no le dejaran coger a la niña, y no sé cómo hubiera actuado yo de haber tenido que decidir porque una vez más me falta información, pero me quedo callada durante unos segundos, moviendo el tenedor por el plato sin ninguna intención en concreto. - Estoy segura de que te recuerda - En la videollamada parecían tenerse mucho cariño mutuo, el bebé sonreía constantemente y el que por aquel entonces era mi mentor hacía exactamente lo mismo. Ojalá que esté viva. Aunque si lo está y por alguna casualidad me entero de dónde, no sé qué pasaría. Dudo que me dejaran tenerla sabiendo que Andy vive en mi casa, porque si no está ya con él es que eso es precisamente lo que quieren, mantenerlos separados. Sería peor saber que está viva y cerca y no poder verla que no saber dónde está.
Me alegro interiormente cuando el tema de conversación se desvía hacia los libros de cocina. No puedo evitar sonreír un poco ante su pregunta y me encojo de hombros, levantándome y dando unos pasos hasta colocarme a su lado y leer por tercera vez como mucho los títulos de los libros. - Me los dio Alice, tenía la esperanza de que algún día dejarían de ser un idioma desconocido para mí - Tardo en darme cuenta de que no sabe quién es Alice, y creo conveniente decírselo porque probablemente algunas veces se quede solo aquí si voy a visitarla, o todo lo contrario si viene ella a visitarme a mí. - Es mi vecina, pero no la que me espía, la del otro lado - Aclaro como si no fuera algo obvio. Me encantaría decirle que también es humana y que puede entenderle, pero obviamente no voy a hacerlo porque prometí guardar el secreto. Me río al escuchar el título de los libros que menciona y vuelvo a guardar en su sitio el que tengo en la mano. - No me gusta admitir lo estúpida que soy comprando un libro donde lo pone por escrito - Aunque está más que demostrado que lo soy, y mucho, al menos en lo que a cocina se refiere. Probablemente sí que tendré que comprarlos, porque como bien dijo él no podemos alimentarnos a base de tortitas durante mucho tiempo sin aborrecerlas.
Asiento cuando compara el desfile en el que participé con los de los tributos, aunque tienen bastantes diferencias. - Algo así, sí, un poco más ridículo y degradante para mi dignidad - Me río suavemente al recordarlo por enésima vez, prefiero no dar detalles porque no son realmente importantes. Me como otro trozo de tortita, decidiendo que sabría mejor con un poco de sirope de chocolate. Voy a por él mientras escucho su afirmativa a mi pregunta. Probablemente conozca mejor el Capitolio que yo porque no suelo salir mucho, y cuando lo hago voy siempre a los mismos sitios. Cojo el sirope comprobando que está casi vacío pero negándome en rotundo a volver a levantarme a coger un bote nuevo. Mientras me debato entre hacerlo o no su grito ahogado me saca de mis profundos y trascendentales pensamientos, haciéndome levantar y yendo hacia su silla. Observo el lugar donde la herida ha rozado con la silla, comprobando que no vuelve a sangrar ni nada por el estilo y arrugando la nariz porque no sé qué hacer. - Tal vez debería ponerte vendas o algo así - No tengo ni idea de cómo hacerlo, ni de si de verdad debería ponerle vendas, pero no sé por qué no puedo quedarme quieta. Sus disculpas acaban por ser más amplias de lo que pensaba y doy unos pasos hasta quedar en frente de él, apoyándome sobre la encimera y mirándole. - Eso es bueno ¿no? - Dada su condición que su situación actual le parezca normal no es tan malo. - Mientras vivas aquí puedes permitirte olvidarte, y cuando salgas yo te lo recordaré - Es cierto que fuera deberá comportarse como si de verdad fuera mi esclavo, pero dentro no habrá problema si puedo impedirlo.
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La miro cuando me dice que puede hacer que alguien investigue y eso me parece ilegal de todas las maneras posibles. Ella no debería estarme tratando así. ¿No se supone que ahora el mundo funciona de esa manera? Sacudo la cabeza ligeramente bajando la vista a las tortitas que he empezado a comer por inercia, ni siquiera recuerdo haber comido algo como esto en lo que me parecen siglos. - No quiero meterte en un problema - Mayormente porque si Delilah estaba con Sebastian, quizá consiguió ocultarla como mago o lo que sea; o estén escondidos y lo que haga sea ponerlos en peligro. Sonrío de forma triste cuando intenta animarme diciendo que mi hija me recordará. No lo creo, era demasiado pequeña. Pero de todas maneras agradezco su gesto así que no digo nada.
Vuelvo a levantar la mirada del plato cuando habla de la persona que le regaló los libros de cocina y no puedo evitar que me haga gracia su comentario, no solo por lo de los libros para estúpidos sino la especificación de las vecinas. - Mi abuela me los compró. Y luego se pasó dos días diciéndome que no me los había comprado porque fuera estúpido sino porque explicaban todo tan detalladamente que incluso una persona que no sabía como cocinar o era nefasta, podría usarlos. - Lo cierto es que nunca llegué a probarlos en condiciones. Lo máximo que llegué a hacer sin incendiar la cocina fue poner dos rebanadas de pan con miles de cosas dentro. Y recalco lo de miles porque la receta original ponía jamón y queso pero yo me quedé con hambre. - Era un buen lugar donde empezar -
Cuando menciona las vendas casi por inercia tengo el impulso de girarme parar mirar mis propias heridas. Apenas veo las puntas que llegan a los hombros y quizá milímetros por debajo, porque no soy uno de esos buhos capaces de girar su cabeza hasta dejarla del revés. Ni siquiera sé porqué he tenido ese impulso. - Me duele un poco cuando me pongo cosas encima. No quiero desperdiciar vendas dejándomelas dos minutos y luego teniendo que quitarlas porque no las soporto - Incluso cuando era rico, desperdiciar no era una de mis aficiones. Tal vez porque siempre fui pobre, apenas teníamos para comer y aunque mi abuela estaba en una posición bastante buena en el distrito seis, tampoco era una mujer de desperdicios innecesarios. - ¿Se ven muy mal? - Acabo por preguntar. Sé que mis niveles de soporte hacia el dolor son bastante altos después de la arena, pero nunca he podido comprobar por mi mismo hasta qué punto.
Suelto un suspiro y me llevo otro poco de las tortitas a la boca. - Si lo olvido luego no lo distinguiré si llego a recordarlo, de las cosas que veo de las que... de las que... - ¿Imagino? No puedo hacer eso. Necesito recordar cual es mi lugar antes de que mi propia cabeza me confunda. - Es igual. Ya me acostumbré. - Al menos eso creo. - Contigo será más fácil. Eres una cara conocida - Y sé que si por accidente se me cae un plato, no va a darme una paliza.
Vuelvo a levantar la mirada del plato cuando habla de la persona que le regaló los libros de cocina y no puedo evitar que me haga gracia su comentario, no solo por lo de los libros para estúpidos sino la especificación de las vecinas. - Mi abuela me los compró. Y luego se pasó dos días diciéndome que no me los había comprado porque fuera estúpido sino porque explicaban todo tan detalladamente que incluso una persona que no sabía como cocinar o era nefasta, podría usarlos. - Lo cierto es que nunca llegué a probarlos en condiciones. Lo máximo que llegué a hacer sin incendiar la cocina fue poner dos rebanadas de pan con miles de cosas dentro. Y recalco lo de miles porque la receta original ponía jamón y queso pero yo me quedé con hambre. - Era un buen lugar donde empezar -
Cuando menciona las vendas casi por inercia tengo el impulso de girarme parar mirar mis propias heridas. Apenas veo las puntas que llegan a los hombros y quizá milímetros por debajo, porque no soy uno de esos buhos capaces de girar su cabeza hasta dejarla del revés. Ni siquiera sé porqué he tenido ese impulso. - Me duele un poco cuando me pongo cosas encima. No quiero desperdiciar vendas dejándomelas dos minutos y luego teniendo que quitarlas porque no las soporto - Incluso cuando era rico, desperdiciar no era una de mis aficiones. Tal vez porque siempre fui pobre, apenas teníamos para comer y aunque mi abuela estaba en una posición bastante buena en el distrito seis, tampoco era una mujer de desperdicios innecesarios. - ¿Se ven muy mal? - Acabo por preguntar. Sé que mis niveles de soporte hacia el dolor son bastante altos después de la arena, pero nunca he podido comprobar por mi mismo hasta qué punto.
Suelto un suspiro y me llevo otro poco de las tortitas a la boca. - Si lo olvido luego no lo distinguiré si llego a recordarlo, de las cosas que veo de las que... de las que... - ¿Imagino? No puedo hacer eso. Necesito recordar cual es mi lugar antes de que mi propia cabeza me confunda. - Es igual. Ya me acostumbré. - Al menos eso creo. - Contigo será más fácil. Eres una cara conocida - Y sé que si por accidente se me cae un plato, no va a darme una paliza.
Niego con la cabeza y sacudo un poco la mano cuando dice que no quiere meterme en problemas. - Si de verdad te ayuda, no será ningún problema - No quiero ni imaginar cómo será no saber dónde está tu hija, si está viva o muerta. Debe de ser una tortura, así que si está en mis manos hacer algo me encantaría sentirme más útil de lo que me siento en cuando a su situación. En los problemas que yo me meta me dan igual, lo que sí me importaría es en los que se pueda meter Riorden si averigua algo, aunque dado su alto cargo lo dudo, si no ni siquiera se lo pediría. De todas formas dudo que encuentre nada acerca de eso, y es lo que más me duele, que un padre tenga que seguir así y que yo tenga que quedarme parada. En el caso de que me lo pida lo intentaré por todos los medios, y si eso significa que tengo que pedirle perdón a mi amigo por las palabras no muy bonitas que le dediqué cuando me enteré de que sería tributo, lo haré. Soy orgullosa, pero tengo que admitir que echo un poco de menos llamarle, verle, o simplemente hablar con él. Bueno, en cualquier caso no vamos a estar enfadados toda la vida, solo es cuestión de paciencia.
Sonrío un poco cuando me explica tal y como lo hizo su abuela con él que el título de esos libros no tiene nada que ver con que yo sea tan estúpida, sí un poco en el ámbito de la cocina, pero es más correcto denominarlo inexperiencia que inutilidad. Me encojo de hombros sin poder decir nada más en contra de esos recetarios que tanto van a ayudarme. - Bueno, si son tan útiles tendremos que comprarlos - No me queda otra que resignarme, porque por mucho que no me guste admitirlo ahora que ya no estoy sola más vale que sepa hacer algo más que sándwiches o moriremos ambos de hambre. No es que tenga grandes expectativas pero tal vez cuando lea una de esas recetas de verdad sea capaz de reproducirla sin quemar nada.
En cuanto a las heridas, intento pensar en la mejor forma de curárselas sin tener que tener mucho contacto físico, porque sé y he podido comprobar que no le gusta nada. Las observo un poco y cuando pregunta me río mientras titubeo un poco antes de responder. - Ehm... Sí - Esa simple confirmación ha sido la forma más delicada que se me ha ocurrido de decirlo, cosa que no deja en muy buen lugar a mi sentido del tacto. - Bueno, podrían verse peor, pero creo que se están infectando o algo así - Creo que esa es la pinta que tendría una herida infectada, aunque casi no lo recuerdo. Voy hacia el botiquín y saco un bote de algo que estoy segura de que sirve para desinfectar pero cuyo nombre no me viene a la cabeza. Saco también un montón de algodón y agito un poco la botella ante sus ojos con expresión de disculpa. - Creo que no queda otra - Si las dejo más tiempo así llegará un punto en el que mis conocimientos básicos no lleguen a nada, y probablemente todos los médicos se nieguen a atenderle por ser humano. Esa es la razón por la cual empapo un trozo de algodón con el líquido y lo paso suavemente por la esquina de una de las heridas, para comprobar cuánto cuidado debo tener según su reacción.
Mientras le curo lo mejor que puedo no dejo de lado la conversación porque tal vez hablar le distraiga y haga que le duela menos. Suspiro con rabia porque me parece tan injusto y carente de sentido... - No quiero que seas diferente sólo por tener que agacharte a coger las cosas en vez de usar una varita - La magia tiene muchas más posibilidades, claro, pero no deja de ser asombrosa la diferencia abismal que se hace entre muggles y magos cuando aunque es cierto que hay diferencia, es mínima y no necesariamente mala. - Es injusto - Y sin embargo no puedo hacer nada, ni siquiera quejarme aunque lo esté haciendo. El día que me escuchen probablemente me metan en la cárcel de por vida o directamente un tiro en la cabeza.
Sonrío un poco cuando me explica tal y como lo hizo su abuela con él que el título de esos libros no tiene nada que ver con que yo sea tan estúpida, sí un poco en el ámbito de la cocina, pero es más correcto denominarlo inexperiencia que inutilidad. Me encojo de hombros sin poder decir nada más en contra de esos recetarios que tanto van a ayudarme. - Bueno, si son tan útiles tendremos que comprarlos - No me queda otra que resignarme, porque por mucho que no me guste admitirlo ahora que ya no estoy sola más vale que sepa hacer algo más que sándwiches o moriremos ambos de hambre. No es que tenga grandes expectativas pero tal vez cuando lea una de esas recetas de verdad sea capaz de reproducirla sin quemar nada.
En cuanto a las heridas, intento pensar en la mejor forma de curárselas sin tener que tener mucho contacto físico, porque sé y he podido comprobar que no le gusta nada. Las observo un poco y cuando pregunta me río mientras titubeo un poco antes de responder. - Ehm... Sí - Esa simple confirmación ha sido la forma más delicada que se me ha ocurrido de decirlo, cosa que no deja en muy buen lugar a mi sentido del tacto. - Bueno, podrían verse peor, pero creo que se están infectando o algo así - Creo que esa es la pinta que tendría una herida infectada, aunque casi no lo recuerdo. Voy hacia el botiquín y saco un bote de algo que estoy segura de que sirve para desinfectar pero cuyo nombre no me viene a la cabeza. Saco también un montón de algodón y agito un poco la botella ante sus ojos con expresión de disculpa. - Creo que no queda otra - Si las dejo más tiempo así llegará un punto en el que mis conocimientos básicos no lleguen a nada, y probablemente todos los médicos se nieguen a atenderle por ser humano. Esa es la razón por la cual empapo un trozo de algodón con el líquido y lo paso suavemente por la esquina de una de las heridas, para comprobar cuánto cuidado debo tener según su reacción.
Mientras le curo lo mejor que puedo no dejo de lado la conversación porque tal vez hablar le distraiga y haga que le duela menos. Suspiro con rabia porque me parece tan injusto y carente de sentido... - No quiero que seas diferente sólo por tener que agacharte a coger las cosas en vez de usar una varita - La magia tiene muchas más posibilidades, claro, pero no deja de ser asombrosa la diferencia abismal que se hace entre muggles y magos cuando aunque es cierto que hay diferencia, es mínima y no necesariamente mala. - Es injusto - Y sin embargo no puedo hacer nada, ni siquiera quejarme aunque lo esté haciendo. El día que me escuchen probablemente me metan en la cárcel de por vida o directamente un tiro en la cabeza.
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Tengo que asegurarme de que mi respiración no se vuelve pedazos cuando durante un instante, la posibilidad de saber si Delilah está bien, se hace real con aquellas simples palabras. Me limito a apretar mis manos entre ellas con fuerza mientras controlo la cantidad de aire que dejo entrar y salir de mis pulmones de la forma más desapercibida que puedo. Hace tanto tiempo que no sé nada de ella que a veces me pregunto si fue real. Son cosas que de todas maneras siempre te preguntas cuando tienes una enfermedad como la mía. Pero todos esos pensamientos pasan a segundo plano cuando habla de una herida infectada. Intento girarme para verme pero como no soy un búho, solo consigo estirar la piel hasta que una queja me obliga a detenerme.
Asiento sin saber que decir, así que cuando viene hacia mi con el algodón, suelto un suspiro y me agacho un poco sobre la mesa, para facilitar el trabajo. Me hago sitio moviendo platos y dejo mi mejilla pegada, mirando de reojo de vez en cuando hacia ella, aunque mareándome al hacerlo por el esfuerzo y finalmente, dejando de hacerlo también. Mi vista se queda fija sobre la nevera. ¿Cuándo fue la última vez que pude mirar la nevera? Parece una cosa tan simple... que el que esté prohibido resulta absurdo. Reacciono con un leve espasmo ante la presión del algodón, pero físicamente he soportado cosas peores, así que la segunda vez ya no se repite. Aprieto las manos contra la madera y pienso en otra cosa, lo que me hace más fácil aquello y probablemente, a ella también.
Su intento de conversación me hace reír. Al principio en lo que parecen suspiros que poco a poco se van transformando en una carcajada retenida. - A mi me bastaba con estirar la mano para que mi abuela, Jer o Kat me trajeran cosas. - El recuerdo de ellos tres me nubla un instante la expresión. Han... desaparecido hace tanto tiempo, que ya no recuerdo como eran; ahora solo son las versiones que mi propia cabeza inventó de ellos, perfectas, solo porque los echo de menos. - Pero supongo que eso no cuenta. - Añado con amargura. He tenido mucho tiempo para pensar en todo esto, en si nos lo merecemos o no, en si es justo o no. Y lo cierto es que no puedo evitar tener una visión bastante global de toda la situación porque a diferencia de todo el mundo, yo veo la historia como eso, como historias, como si solo fuera un espectador en frente de una televisión. Por lo general, el mundo me pasa por un lado y por el otro, dejándome en Stand by en un lugar que ni siquiera recuerdo haber conocido antes de quedarme congelado del todo tras la muerte de Alex. - Justo es. No para todos. Tú sabes porqué estoy vivo. Por qué estaba viva Jolene. Por qué vivió Jer o Katie. Matamos gente para vivir. Matamos magos para estar aquí. Usamos a los magos como monedas porque no queríamos morir. - Ellos o nosotros. ¿No fue siempre así? - Yo me lo merezco. Me obligaron a hacerlo pero me lo merezco. Podía haber elegido morir y no haberlo hecho, no haber matado a nadie. Pero lo hice. - Y es algo que, aunque se apaga con el tiempo, nunca olvidas. - Pero... a veces salía a comprar cosas en el mercado y veía... personas. Niños. Algunos acaban de aprender a sostenerse en pie. Jamás pisaron los juegos, jamás... jamás hicieron todas las cosas terribles que hicimos otros y... no sé porqué ellos merecen esto. - Llevan sobre sus hombros una carga que no les corresponde. - Y también... los Black hicieron cosas horribles. Hicieron daño a los magos. Entiendo porqué nos odian. Pero... pero el odio nunca va a ningún sitio. Esto no va a ningún sitio. Esos niños algún día pensarán que los malos sois vosotros y entonces, harán lo que hicieron los rebeldes. Tomarán un país por la fuerza y se vengarán... y esa historia se repetirá durante siglos hasta que entiendan que han estado dando vueltas en círculo y muriendo por nada -
Asiento sin saber que decir, así que cuando viene hacia mi con el algodón, suelto un suspiro y me agacho un poco sobre la mesa, para facilitar el trabajo. Me hago sitio moviendo platos y dejo mi mejilla pegada, mirando de reojo de vez en cuando hacia ella, aunque mareándome al hacerlo por el esfuerzo y finalmente, dejando de hacerlo también. Mi vista se queda fija sobre la nevera. ¿Cuándo fue la última vez que pude mirar la nevera? Parece una cosa tan simple... que el que esté prohibido resulta absurdo. Reacciono con un leve espasmo ante la presión del algodón, pero físicamente he soportado cosas peores, así que la segunda vez ya no se repite. Aprieto las manos contra la madera y pienso en otra cosa, lo que me hace más fácil aquello y probablemente, a ella también.
Su intento de conversación me hace reír. Al principio en lo que parecen suspiros que poco a poco se van transformando en una carcajada retenida. - A mi me bastaba con estirar la mano para que mi abuela, Jer o Kat me trajeran cosas. - El recuerdo de ellos tres me nubla un instante la expresión. Han... desaparecido hace tanto tiempo, que ya no recuerdo como eran; ahora solo son las versiones que mi propia cabeza inventó de ellos, perfectas, solo porque los echo de menos. - Pero supongo que eso no cuenta. - Añado con amargura. He tenido mucho tiempo para pensar en todo esto, en si nos lo merecemos o no, en si es justo o no. Y lo cierto es que no puedo evitar tener una visión bastante global de toda la situación porque a diferencia de todo el mundo, yo veo la historia como eso, como historias, como si solo fuera un espectador en frente de una televisión. Por lo general, el mundo me pasa por un lado y por el otro, dejándome en Stand by en un lugar que ni siquiera recuerdo haber conocido antes de quedarme congelado del todo tras la muerte de Alex. - Justo es. No para todos. Tú sabes porqué estoy vivo. Por qué estaba viva Jolene. Por qué vivió Jer o Katie. Matamos gente para vivir. Matamos magos para estar aquí. Usamos a los magos como monedas porque no queríamos morir. - Ellos o nosotros. ¿No fue siempre así? - Yo me lo merezco. Me obligaron a hacerlo pero me lo merezco. Podía haber elegido morir y no haberlo hecho, no haber matado a nadie. Pero lo hice. - Y es algo que, aunque se apaga con el tiempo, nunca olvidas. - Pero... a veces salía a comprar cosas en el mercado y veía... personas. Niños. Algunos acaban de aprender a sostenerse en pie. Jamás pisaron los juegos, jamás... jamás hicieron todas las cosas terribles que hicimos otros y... no sé porqué ellos merecen esto. - Llevan sobre sus hombros una carga que no les corresponde. - Y también... los Black hicieron cosas horribles. Hicieron daño a los magos. Entiendo porqué nos odian. Pero... pero el odio nunca va a ningún sitio. Esto no va a ningún sitio. Esos niños algún día pensarán que los malos sois vosotros y entonces, harán lo que hicieron los rebeldes. Tomarán un país por la fuerza y se vengarán... y esa historia se repetirá durante siglos hasta que entiendan que han estado dando vueltas en círculo y muriendo por nada -
Aparto la mano con rapidez cuando su espalda parece encogerse ante el tacto del algodón. Aprieto los labios mientras pienso otra forma de hacerlo, pero cuando por fin he asumido que no la hay, vuelvo a la carga. Esta vez prácticamente no se queja, por lo que aprovecho y me doy prisa antes de que su reacción cambie. No me da asco ver las heridas, ni me da miedo curarlas, ni fobia ver los restos de sangre seca que se acumulan en algunos de los cortes. Lo que me da es rabia, pero tengo que darme cuenta de una vez de que este es el mundo en el que vivo ahora. Es injusto, es asqueroso, es frustrante, pero es lo que hay. A partir de ahora tengo que evitar soltar este tipo de comentarios en voz alta, porque acabaré teniendo problemas, como bien me dijo alguien una vez. También debería aprender a hacerle caso a ese alguien, y a esas dos o tres personas que me rodean y se preocupan por mí, y por eso me aconsejan mantener la boca cerrada.
Sonrío un poco con su primer comentario, casi sin darme cuenta de que no puede verlo. Y sin embargo, el segundo me hace parar por un segundo de dar toquecitos con el pequeño trozo de algodón en su espalda. Ladeo la cabeza y frunzo levemente el ceño. Creo que lo he escuchado mal, o quiero creerlo, pero no. Hasta que no explica un poco mejor por qué es "justo" no vuelvo a las curas de los latigazos. Me tranquiliza un poco el argumento, pero por alguna razón me molesta sobremanera que haya dicho que es justo. Esa afirmación resulta verdaderamente inverosímil si tenemos en cuenta la situación. Tiene unos cien latigazos en la espalda, hace muy poco estaba encadenado en un mercado, esperando que alguien considerara que era lo bastante fuerte como para servirle de trabajador o lo bastante guapo y famoso como para servirle de trofeo. Despojado de todos sus derechos como ser humano y degradado a la vida de un simple objeto. Seas quien seas y hayas hecho lo que hayas hecho, eso no puede ser justo.
Niego con la cabeza cuando acaba de explicarse aunque una vez más, no lo vea. - No lo veo así. El simple hecho de que creas que todo lo que te está pasando es justo me parece el suficiente castigo por lo que hiciste. Lo que hicimos todos - Las pesadillas, la culpabilidad, los problemas emocionales, a veces incluso físicos, la tortura emocional, los recuerdos, las pérdidas, el dolor. Todo eso es suficiente castigo para alguien a quien se le ha dado a elegir, obligatoriamente, entre matar o morir. Todos -casi todos- elegimos matar, nuestra naturaleza e instinto de supervivencia nos lo exigen. - No pienses que eres mala persona, Anderson, mírate - Esta vez le estoy mirando directamente y sonrío un poco. Es la inocencia y la bondad personificadas. No puedo alardear de conocerle lo suficiente como para asegurarlo al cien por cien, pero por favor, no creo que sea una mala persona. Claro que no lo creo ¿quién podría pensar que lo hizo por gusto? Es una buena persona, tal vez no lo suficiente como para dejarse morir en los juegos, pero a veces pienso que es imposible ser tan buena persona y ser humano al mismo tiempo. Con la espalda hecha añicos y aún diciendo que se lo merece, no lo permitiré. Si alguien hubiera hecho eso conmigo hace tiempo, todo habría cambiado.
Al final llega a la misma conclusión que yo en mi cabeza, así que dejo estar el tema y no replico más. Uno dos minutos después ya he acabado de desinfectar todos los cortes, cosa de la que me siento muy orgullosa. - Creo que ya está, pero tal vez deberías tomarte analgésicos antes de dormir o algo parecido - Me encojo de hombros para mí misma mientras vuelvo a guardarlo todo en su sitio y me quedo apoyada en la encimera, a cierta distancia de él y mirándole, sin poderme creer que esté aquí, que ahora vaya a estar siempre aquí. Ojalá pueda descansar por fin, no quiero ni imaginar qué cosas le han estado pasando desde que no le veía.
Sonrío un poco con su primer comentario, casi sin darme cuenta de que no puede verlo. Y sin embargo, el segundo me hace parar por un segundo de dar toquecitos con el pequeño trozo de algodón en su espalda. Ladeo la cabeza y frunzo levemente el ceño. Creo que lo he escuchado mal, o quiero creerlo, pero no. Hasta que no explica un poco mejor por qué es "justo" no vuelvo a las curas de los latigazos. Me tranquiliza un poco el argumento, pero por alguna razón me molesta sobremanera que haya dicho que es justo. Esa afirmación resulta verdaderamente inverosímil si tenemos en cuenta la situación. Tiene unos cien latigazos en la espalda, hace muy poco estaba encadenado en un mercado, esperando que alguien considerara que era lo bastante fuerte como para servirle de trabajador o lo bastante guapo y famoso como para servirle de trofeo. Despojado de todos sus derechos como ser humano y degradado a la vida de un simple objeto. Seas quien seas y hayas hecho lo que hayas hecho, eso no puede ser justo.
Niego con la cabeza cuando acaba de explicarse aunque una vez más, no lo vea. - No lo veo así. El simple hecho de que creas que todo lo que te está pasando es justo me parece el suficiente castigo por lo que hiciste. Lo que hicimos todos - Las pesadillas, la culpabilidad, los problemas emocionales, a veces incluso físicos, la tortura emocional, los recuerdos, las pérdidas, el dolor. Todo eso es suficiente castigo para alguien a quien se le ha dado a elegir, obligatoriamente, entre matar o morir. Todos -casi todos- elegimos matar, nuestra naturaleza e instinto de supervivencia nos lo exigen. - No pienses que eres mala persona, Anderson, mírate - Esta vez le estoy mirando directamente y sonrío un poco. Es la inocencia y la bondad personificadas. No puedo alardear de conocerle lo suficiente como para asegurarlo al cien por cien, pero por favor, no creo que sea una mala persona. Claro que no lo creo ¿quién podría pensar que lo hizo por gusto? Es una buena persona, tal vez no lo suficiente como para dejarse morir en los juegos, pero a veces pienso que es imposible ser tan buena persona y ser humano al mismo tiempo. Con la espalda hecha añicos y aún diciendo que se lo merece, no lo permitiré. Si alguien hubiera hecho eso conmigo hace tiempo, todo habría cambiado.
Al final llega a la misma conclusión que yo en mi cabeza, así que dejo estar el tema y no replico más. Uno dos minutos después ya he acabado de desinfectar todos los cortes, cosa de la que me siento muy orgullosa. - Creo que ya está, pero tal vez deberías tomarte analgésicos antes de dormir o algo parecido - Me encojo de hombros para mí misma mientras vuelvo a guardarlo todo en su sitio y me quedo apoyada en la encimera, a cierta distancia de él y mirándole, sin poderme creer que esté aquí, que ahora vaya a estar siempre aquí. Ojalá pueda descansar por fin, no quiero ni imaginar qué cosas le han estado pasando desde que no le veía.
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Mi abuela siempre creyó en el Karma y en que él se encargaba de darle a las personas lo que se merecían. Si recibían demasiado a ojos nuestros eso significaba que en el pasado habían hecho cosas tan malas como para merecerlo. Nadie se daba nada que no pudiera soportar o que no tuviera que recibir. Cada vez que pienso en los ojos de las personas que murieron para que yo esté aquí y lo comparo con lo que me han humillado y golpeado el último año, sigo pensando que aún me queda mucho por pagar y no puedo evitar pensar en ello mientras ella intenta desmentirlo. - Tú perdiste a tu hermana en esos juegos. Otro la asesinó para sobrevivir. Si estuviera vivo ¿no querrías matarlo? - Ni siquiera la miro al hablarle, sin mucho esfuerzo me puedo imaginar su respuesta. La gente es vengativa por naturaleza y a veces el odio los ciega del todo, tanto que hasta se opaca su propia personalidad.
Yo perdí a Katie. A Jeremy. A Delilah. A Jolene. A Alex. Tres de ellas a causa de la misma persona; pero después de todo lo que ha pasado y del montón de odio que ya lleva el mundo encima, me siento incapaz de añadir más al vaso desbordado que lo resguarda. - Todos somos malas personas en algún momento de nuestras vidas. Lo que nos diferencia a unos de otros es la capacidad para parar. Para no cruzar los límites. Matar por sobrevivir no está bien pero eres tú u otro que se enfrenta a esa misma decisión en el mismo momento. No es lo mismo que matar por matar o por capricho o por lo que sea. Ninguna de las dos está bien pero una es más... ¿Aceptable? no lo sé - Siempre es algo que me ha confundido. ¿Cómo sabes cuales son los límites? ¿Cómo sabes cuando lo has compensado? ¿Realmente llegas a compensarlo alguna vez? Acabo soltando un suspiro, murmurando un "me duele la cabeza" que queda ahogado contra mis brazos cuando apoyo la frente en los antebrazos y quedo en la propia oscuridad al resguardarme. Cierro los ojos un momento.
Hace rato que he perdido la noción de el algodón pasando por mis heridas y lo peor es que cuando echo la mirada atrás tampoco recuerdo el dolor del momento en el que me las infringieron. Es algo momentáneo. Son unos minutos que luego se vuelven horas y que finalmente olvidas como si no hubieran pasado. Me quedo tal cual incluso cuando me dice que ya ha terminado, soltando un ligero "mmm" afirmativo que añade un implícito gracias que no llego a pronunciar. Me centro en los ruidos, en el botiquín cerrándose, en sus pasos hacia la encimera y luego en el pequeño quejido que suena el mármol cuando se apoya en él. Incluso cuento las veces que respiro antes de levantar la cabeza para mirara. - Debería haber sido capaz de salvar a tu hermana también. Lo siento - Conozco esa sensación. El vacío que te invade cuando pierdes a alguien que era tan importante. ¿Ella lo sentiría? tal vez no. Ni siquiera se conocían. No se conocieron hasta entonces; hasta el momento en el que debían matarse. Fue ruin. Fue cruel. - Creo que deberíamos descansar un rato. - Mi voz sale ligeramente ahogada, como si una parte de mi no quisiera admitir que esas son sus propias palabras.
Me levanto de la mesa con lentitud y extiendo mi mano hacia la suya, enlazando su mano con la mía y apretando mis dedos sobre su piel. Me centro en lo cálida que está y en el olor a antiséptico que todavía inunda en el ambiente, solo para asegurarme de que todo esto no es parte de mi imaginación y sigo enterrado en el infierno. Mantengo mi vista sobre nuestras manos y incluso cuando la suelto, saliendo en silencio de la cocina de vuelta a la habitación.
Yo perdí a Katie. A Jeremy. A Delilah. A Jolene. A Alex. Tres de ellas a causa de la misma persona; pero después de todo lo que ha pasado y del montón de odio que ya lleva el mundo encima, me siento incapaz de añadir más al vaso desbordado que lo resguarda. - Todos somos malas personas en algún momento de nuestras vidas. Lo que nos diferencia a unos de otros es la capacidad para parar. Para no cruzar los límites. Matar por sobrevivir no está bien pero eres tú u otro que se enfrenta a esa misma decisión en el mismo momento. No es lo mismo que matar por matar o por capricho o por lo que sea. Ninguna de las dos está bien pero una es más... ¿Aceptable? no lo sé - Siempre es algo que me ha confundido. ¿Cómo sabes cuales son los límites? ¿Cómo sabes cuando lo has compensado? ¿Realmente llegas a compensarlo alguna vez? Acabo soltando un suspiro, murmurando un "me duele la cabeza" que queda ahogado contra mis brazos cuando apoyo la frente en los antebrazos y quedo en la propia oscuridad al resguardarme. Cierro los ojos un momento.
Hace rato que he perdido la noción de el algodón pasando por mis heridas y lo peor es que cuando echo la mirada atrás tampoco recuerdo el dolor del momento en el que me las infringieron. Es algo momentáneo. Son unos minutos que luego se vuelven horas y que finalmente olvidas como si no hubieran pasado. Me quedo tal cual incluso cuando me dice que ya ha terminado, soltando un ligero "mmm" afirmativo que añade un implícito gracias que no llego a pronunciar. Me centro en los ruidos, en el botiquín cerrándose, en sus pasos hacia la encimera y luego en el pequeño quejido que suena el mármol cuando se apoya en él. Incluso cuento las veces que respiro antes de levantar la cabeza para mirara. - Debería haber sido capaz de salvar a tu hermana también. Lo siento - Conozco esa sensación. El vacío que te invade cuando pierdes a alguien que era tan importante. ¿Ella lo sentiría? tal vez no. Ni siquiera se conocían. No se conocieron hasta entonces; hasta el momento en el que debían matarse. Fue ruin. Fue cruel. - Creo que deberíamos descansar un rato. - Mi voz sale ligeramente ahogada, como si una parte de mi no quisiera admitir que esas son sus propias palabras.
Me levanto de la mesa con lentitud y extiendo mi mano hacia la suya, enlazando su mano con la mía y apretando mis dedos sobre su piel. Me centro en lo cálida que está y en el olor a antiséptico que todavía inunda en el ambiente, solo para asegurarme de que todo esto no es parte de mi imaginación y sigo enterrado en el infierno. Mantengo mi vista sobre nuestras manos y incluso cuando la suelto, saliendo en silencio de la cocina de vuelta a la habitación.
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