OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Anoche llegué a las tantas a casa y estaba tan cansada que no dije nada al llegar, solamente subí a mi habitación y me quedé durmiendo en la cama nada más caer sobre ésta. Por una vez, después de estos últimos ocho días sin pegar prácticamente ojo, he dormido durante toda la noche seguida sin despertarme ni una sola vez. Quizá por eso ahora estoy de buen humor y bastante descansada esta mañana. Estiro los brazos al frente desperezádome y luego me enredo las manos en la cabello notando extraño que me pincha. Sigo toqueteándome el pelo hasta que consigo desenredarlo y veo que se trata de una ramita de algún árbol con el que me choqué la noche anterior. Gruño por lo bajito dejándome caer en la cama y enterrando el rostro contra la almohada. No quiero ni pensar en la prueba de anoche; dejarnos de noche, a oscuras, con el frío y en medio del bosque fue la idea de algún genio que estaba en su casa sentadito con los pies dentro de la estufa.
Acabo por levantarme y yendo al baño arrastrando los pies. Enciendo la calefacción para que se caliente y cierro la puerta volviendo hasta mi habitación en busca de algo de ropa que ponerme. Muevo las perchas de un lado para otro pero nada me convence; no me voy a poner vaqueros porque para estar por casa son incómodos, tampoco camisas porque solo las arrugaré, tampoco me voy a poner un jersey bonito, tampoco pantalones cortos... Aprieto las manos contra mi rostro. Acabo cerrando los ojos y metiendo las manos en el armario, y lo que salga es lo que me pongo. Tanteo a ciegas dentro de un cajón y saco unos pantalones, después agarro la primera percha que miro y cierro el armario incluso antes de abrir los ojos. ¿Unos pantalones de cebra y una sudadera rosa? –¿Por qué tengo yo esto en mi armario?– arqueo las cejas pero me encojo de hombros y me voy con lo que he 'escogido' hacia el baño para quitarme la asquerosa ropa que llevaba anoche.
Después de la ducha me siento como una persona nueva con cero preocupaciones en este momento. Me recojo el pelo en una trenza al lado y salgo correteando del baño hasta llegar a mi habitación y acercarme hasta la jaula donde tengo a Pyro, el Puffskein que Marco me dio como regalo de cumpleaños atrasado, y lo cojo con cuidado rascándole la barriguita y él me lame la mano. Me río y sigo jugueteando con él mientras camino hacia el pasillo para bajar a la cocina a comer algo porque estoy realmente muerta de hambre. La noche anterior se me cerró el estómago por los nervios y no tomé nada desde la comida así que ahora mismo me comería una vaca entera. Dejo a Pyro encima de la encimera de la cocina y voy a abrir la nevera; saco un brick de zumo de... ¿maracuyá con qué? Leo la etiqueta un par de veces extrañada de tener de esto en casa pero al final me echo en un vaso y me dejo caer sobre una silla alta que hay frente a la encimera. Pyro viene corriendo hasta donde estoy yo y se restriega con mi brazo mientras ronronea con suavidad.
Acabo por levantarme y yendo al baño arrastrando los pies. Enciendo la calefacción para que se caliente y cierro la puerta volviendo hasta mi habitación en busca de algo de ropa que ponerme. Muevo las perchas de un lado para otro pero nada me convence; no me voy a poner vaqueros porque para estar por casa son incómodos, tampoco camisas porque solo las arrugaré, tampoco me voy a poner un jersey bonito, tampoco pantalones cortos... Aprieto las manos contra mi rostro. Acabo cerrando los ojos y metiendo las manos en el armario, y lo que salga es lo que me pongo. Tanteo a ciegas dentro de un cajón y saco unos pantalones, después agarro la primera percha que miro y cierro el armario incluso antes de abrir los ojos. ¿Unos pantalones de cebra y una sudadera rosa? –¿Por qué tengo yo esto en mi armario?– arqueo las cejas pero me encojo de hombros y me voy con lo que he 'escogido' hacia el baño para quitarme la asquerosa ropa que llevaba anoche.
Después de la ducha me siento como una persona nueva con cero preocupaciones en este momento. Me recojo el pelo en una trenza al lado y salgo correteando del baño hasta llegar a mi habitación y acercarme hasta la jaula donde tengo a Pyro, el Puffskein que Marco me dio como regalo de cumpleaños atrasado, y lo cojo con cuidado rascándole la barriguita y él me lame la mano. Me río y sigo jugueteando con él mientras camino hacia el pasillo para bajar a la cocina a comer algo porque estoy realmente muerta de hambre. La noche anterior se me cerró el estómago por los nervios y no tomé nada desde la comida así que ahora mismo me comería una vaca entera. Dejo a Pyro encima de la encimera de la cocina y voy a abrir la nevera; saco un brick de zumo de... ¿maracuyá con qué? Leo la etiqueta un par de veces extrañada de tener de esto en casa pero al final me echo en un vaso y me dejo caer sobre una silla alta que hay frente a la encimera. Pyro viene corriendo hasta donde estoy yo y se restriega con mi brazo mientras ronronea con suavidad.
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Tengo miles de cosas de las que quejarme y mientras más lo pienso, más cuenta me doy de que no estoy seguro de porqué voy a quejarme; si porque siento algo por ella o porque como psicólogo me parece una locura lo que está haciendo. Lleva esquivándome días así que finalmente no he podido averiguarlo. Sinceramente, llevo tiempo viéndola más en televisión que en casa y por suerte he conseguido una tele vieja, pequeña y gorda que alguien tiró a la basura porque se había estropeado pero conseguí arreglar luego de casi electrocutarme unas diez o veinte veces. Mi padre me enseñó esas labores domésticas cuando era pequeño, pero no presté mucha atención a ellas y ahora me arrepiento. Volviendo al tema de la locura. ¿Los juegos? ¿En serio? ¿Se inscribió por propia voluntad? No puedo evitar intentar pensar en qué clase de cosa se le pasó por la cabeza cuando lo hizo y la estupidez que soltó en su entrevista no me sonó creíble ni de lejos. "Presión social". Presión social, mis pelotas. Ella es la persona menos... complaciente que he conocido. Si es no es no. Y ¿lo del chico muerto? Estaba aterrada. Estaba gritando. Incluso pude sentir desde el otro lado de la televisión todos esos temblores y el pánico que la invadió cuando lo vio. He revisado por Internet algunos de los archivos de sus juegos, solo disponibles en algunas páginas morbosas que probablemente cierren en un par de días. Y sí. Es ese chico. El chico que ella asesinó para poder ganar. Más grande, el tiempo también ha pasado por él; pero él al fin y al cabo.
Y aún así, me esquiva. Esa noche me propongo esperarla en el salón. Me siento en el sofá pequeño, agarro un par de aperitivos de la cocina y luego caigo dormido a la media hora. Me despierto un par de horas después y sigue sin aparecer. Lo que sea que está haciendo en los juegos parece que va a tardar así que finalmente me voy a la cama, me tiro y tal cual caigo, me quedo hasta el día siguiente. Son los ruidos que ella hace al bañarse y al andar por la casa lo que me despierta. Me siento sobre la cama aturdido ligeramente, con un dolor de cabeza casi insoportable. Sin querer enciendo la televisión al sentarme encima del mando y mi vista se va hacia la pantalla. No tiene voz, no suelo poner la tele con voz, pero cuando veo los avances de la prueba de la noche anterior, le subo el volumen; el justo para oír lo que pasa. Hacen comentarios sarcásticos sobre los tributos y como se enfrentan a la prueba. Al final me quedo un rato más viéndolo por verlo, intentando encontrarle un sentido al motivo de que los sometan a tal nivel de... descontrol. Estos juegos son probablemente tan crueles como los anteriores y aún así es como si nadie lo notara, solo porque no corre la sangre.
Apago cuando pasan a noticias del corazón y abro la puerta de mi cuarto para ir a buscar a Arianne. Toco su puerta y abro, pero es la bola de pelo esa la que sale dando saltitos de allí, así que asumo que ella no está. La sigo por mera inercia y casi en la cocina, me freno en seco. Me quedo apoyado contra la pared mirando mis propios pies. Aún no sé como encontrar el equilibrio entre lo que tengo que decirle porque me importa y lo que tengo que decirle porque psicológicamente hablando, es una puta locura. De repente decido empezar dando un rodeo, así que desayunar estará bien por el momento. Me aclaro la garganta, me separo de la pared y entro a la cocina. Nada más verla, recuerdo lo molesto que estoy con ella por ser infantil y esconderse y acabo cruzándome de brazos, evidentemente irritado. - Vas a seguir huyendo de mi o podemos hablar ahora - Sí bueno, a lo mejor no se me dan tan bien los rodeos como pensaba.
Y aún así, me esquiva. Esa noche me propongo esperarla en el salón. Me siento en el sofá pequeño, agarro un par de aperitivos de la cocina y luego caigo dormido a la media hora. Me despierto un par de horas después y sigue sin aparecer. Lo que sea que está haciendo en los juegos parece que va a tardar así que finalmente me voy a la cama, me tiro y tal cual caigo, me quedo hasta el día siguiente. Son los ruidos que ella hace al bañarse y al andar por la casa lo que me despierta. Me siento sobre la cama aturdido ligeramente, con un dolor de cabeza casi insoportable. Sin querer enciendo la televisión al sentarme encima del mando y mi vista se va hacia la pantalla. No tiene voz, no suelo poner la tele con voz, pero cuando veo los avances de la prueba de la noche anterior, le subo el volumen; el justo para oír lo que pasa. Hacen comentarios sarcásticos sobre los tributos y como se enfrentan a la prueba. Al final me quedo un rato más viéndolo por verlo, intentando encontrarle un sentido al motivo de que los sometan a tal nivel de... descontrol. Estos juegos son probablemente tan crueles como los anteriores y aún así es como si nadie lo notara, solo porque no corre la sangre.
Apago cuando pasan a noticias del corazón y abro la puerta de mi cuarto para ir a buscar a Arianne. Toco su puerta y abro, pero es la bola de pelo esa la que sale dando saltitos de allí, así que asumo que ella no está. La sigo por mera inercia y casi en la cocina, me freno en seco. Me quedo apoyado contra la pared mirando mis propios pies. Aún no sé como encontrar el equilibrio entre lo que tengo que decirle porque me importa y lo que tengo que decirle porque psicológicamente hablando, es una puta locura. De repente decido empezar dando un rodeo, así que desayunar estará bien por el momento. Me aclaro la garganta, me separo de la pared y entro a la cocina. Nada más verla, recuerdo lo molesto que estoy con ella por ser infantil y esconderse y acabo cruzándome de brazos, evidentemente irritado. - Vas a seguir huyendo de mi o podemos hablar ahora - Sí bueno, a lo mejor no se me dan tan bien los rodeos como pensaba.
Me levanto de la silla y miro hacia ambos lados, cerciorándome de que no hay nadie cerca, y acabo acercándome hasta la nevera y la muevo hacia un lado para coger el cable de corriente de la televisión, el cual escondo porque no me apetece que vean en lo que me he metido, esta vez, por propia voluntad. Subo encima de la mesa y coloco el cable encendiendo la televisión y me quedo encima de la mesa mirando la televisión como embelesada durante unos segundos. Están dando unos avances de la prueba de anoche y... en uno de los avances sale el momento en el que todo el grupo del Royal acabamos cayendo al suelo y éramos un mejunje de piernas y brazos intentando deshacerse de los que teníamos encima. La imagen se ve mejor de lo que veíamos nosotros en aquel momento con toda esa oscuridad y con la niebla a nuestro alrededor. Aprieto los labios y me rasco la parte posterior por lo que pasó entre Jasper y yo porque todo el mundo se caía encima nuestra y nos aplastaron hasta que estuvimos excesivamente cerca. Lo cierto es que no me preocupa mucho aquello que pasó, y espero que a él tampoco porque no pienso hablar de ese incidente en ningún momento, porque solo fue un accidente. Me inclino hacia la televisión para arrancar el cable y bajarme de un salto para guardarlo en sitio antes de que llegue alguien y vea que la televisión de la cocina funciona, no como la del comedor que, básicamente, la tenemos ahí porque no sabemos con qué rellenar ese hueco si la tiramos a la basura.
Cojo unas galletas de chocolate del armario y vuelvo donde he dejado el resto de mi desayuno y a Pyro. Rompo las galletas y la bolita empieza a comerse todas las miguitas que caen sobre la mesa. Me meto la galleta entera a la boca por temor a que se quiera comer toda la galleta así que tengo que tomar un trago de zumo para no ahogarme y que pase por mi garganta. Suspiro acariciando a Pyro, que ronronea como un gatito satisfecho. Muerdo otra galleta cuando escucho una voz y me giro hacia atrás y casi me atraganto de la tos que me da al ver a Jean en el umbral de la cocina. ¿Por qué no había pensado que estaba en casa? Me dan ganas de darme un cabezazo contra la mesa por imbécil. Lo único que me compensa es que estoy segura de que no sabe nada de los entrenamientos porque me he ocupado de ello. Trago como buenamente puedo y me vuelvo hacia la mesa para coger el vaso de zumo y beber. –¿He estado huyendo?– pregunto sin mirarlo. Es una pregunta tonta. Claro que he estado huyendo. Marco vino directamente a mi habitación cuando lo supo pero temía, y temo, más el hecho de que Jean me tenga que decir algo sobre lo que estoy haciendo. Y, sí, he estado evitando salir de mi habitación por dos razones: no he tenido ganas de interactuar con nadie de casa porque he tenido mucho, y tengo, en lo que pensar así que no me apetecía tener que mentir o negarme a hablar creando un peor ambiente, y segundo... por miedo a encontrarme con Jean y que me sacara de mis casillas como siempre consigue hacer.
Termino de beberme el zumo y me levanto para lavarlo y dejarlo en su sitio. –Me voy a mi habitación, estoy cansada–. Voy hacia la mesa para coger a Pyro para llevarlo a mi habitación. Aún tengo miedo de que alguien lo pise con lo revoltoso que es.
Cojo unas galletas de chocolate del armario y vuelvo donde he dejado el resto de mi desayuno y a Pyro. Rompo las galletas y la bolita empieza a comerse todas las miguitas que caen sobre la mesa. Me meto la galleta entera a la boca por temor a que se quiera comer toda la galleta así que tengo que tomar un trago de zumo para no ahogarme y que pase por mi garganta. Suspiro acariciando a Pyro, que ronronea como un gatito satisfecho. Muerdo otra galleta cuando escucho una voz y me giro hacia atrás y casi me atraganto de la tos que me da al ver a Jean en el umbral de la cocina. ¿Por qué no había pensado que estaba en casa? Me dan ganas de darme un cabezazo contra la mesa por imbécil. Lo único que me compensa es que estoy segura de que no sabe nada de los entrenamientos porque me he ocupado de ello. Trago como buenamente puedo y me vuelvo hacia la mesa para coger el vaso de zumo y beber. –¿He estado huyendo?– pregunto sin mirarlo. Es una pregunta tonta. Claro que he estado huyendo. Marco vino directamente a mi habitación cuando lo supo pero temía, y temo, más el hecho de que Jean me tenga que decir algo sobre lo que estoy haciendo. Y, sí, he estado evitando salir de mi habitación por dos razones: no he tenido ganas de interactuar con nadie de casa porque he tenido mucho, y tengo, en lo que pensar así que no me apetecía tener que mentir o negarme a hablar creando un peor ambiente, y segundo... por miedo a encontrarme con Jean y que me sacara de mis casillas como siempre consigue hacer.
Termino de beberme el zumo y me levanto para lavarlo y dejarlo en su sitio. –Me voy a mi habitación, estoy cansada–. Voy hacia la mesa para coger a Pyro para llevarlo a mi habitación. Aún tengo miedo de que alguien lo pise con lo revoltoso que es.
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No puedo evitar levantar una ceja con el tono falso que usa para fingir que no estaba huyendo de mi y que son cosas de mi imaginación. Esto es infantil. Es estúpido. ¿Por qué siempre tuvo esa manía? Huir de las cosas no arregla nada. Ya debería saberlo después de todo este tiempo. Sigo sus movimientos hacia la mesa, soltando un suspiro ligeramente exasperado ante sus palabras. - ¿En serio? - Realmente no puedo con esto. No puedo tomar una decisión racional en este mismo instante porque... pues porque no. Callarme va contra mis principios, pero no contra las enseñanzas en el mercado de esclavos donde te roban hasta tu identidad con tal de convertirte en un ser invisible que abre las puertas a las personas cuando pasan o prepara la comida como por arte de magia. Los magos tienen elfos que pueden hacer esos trabajos y aún así, solo por humillarnos, casi todas las casas de este país tienen al menos, una persona de carne y hueso entre su servicio.
Al menos.
Pero esto ya no va sobre lo que puedo o no puedo hacer dada la situación. Dudo mucho que las leyes contemplen la situación en la que estoy ahora. No sé cuando crucé esa línea que me separaba de ella como paciente. Y ese es el problema. Ahora, cualquier cosa que diga es anti-ética, porque sentir algo por ella nubla mi juicio. Al mismo tiempo sé que tengo razón. Creo que lo que mas me molesta... no, me duele de todo esto, es que después de lo que pasó durante su cumpleaños, aún piense que no puede fiarse de mi. - Deja de escapar de mi - Murmuro con un ligero tono suplicante que no sé porque se me escapó. Aprieto mis manos en un puño junto ami cuerpo intentando paliar así la frustración que toda esta situación me produce. Quiero ayudarla. Pero ella no me deja. Ni antes, ni ahora. - Entiendo que no quieras hablar de esto con cualquier persona, pero yo no soy cualquier persona. - De repente me doy cuenta de que ni siquiera, de eso, estoy seguro. Quizá si sea cualquier persona. Quizá lo de su cumpleaños fue fruto del alcohol y la casualidad.
Nunca hablamos del tema. Pensé que era lo mejor, no correr el riesgo de que llegar a oídos indebidos. Pero de repente, se me pasa una segunda idea por la cabeza. Que ni siquiera lo recuerda. En ese momento me quedo sin palabras, intentando coger aire, como si lo necesitara para hablar, pero luego expulsándolo en suspiros irregulares e intentándolo otra vez. Todo mi diccionario mental se ha esfumado en un segundo. - Al menos creía que ya no era cualquier persona. - Las palabras se me ahogan en la garganta. Primero porque pensaba que eso era un pensamiento en mi cabeza, y después... después porque no quería que las oyera pero se atropellaron para salir. Sacudo la cabeza cerrando un momento los ojos.
Al menos.
Pero esto ya no va sobre lo que puedo o no puedo hacer dada la situación. Dudo mucho que las leyes contemplen la situación en la que estoy ahora. No sé cuando crucé esa línea que me separaba de ella como paciente. Y ese es el problema. Ahora, cualquier cosa que diga es anti-ética, porque sentir algo por ella nubla mi juicio. Al mismo tiempo sé que tengo razón. Creo que lo que mas me molesta... no, me duele de todo esto, es que después de lo que pasó durante su cumpleaños, aún piense que no puede fiarse de mi. - Deja de escapar de mi - Murmuro con un ligero tono suplicante que no sé porque se me escapó. Aprieto mis manos en un puño junto ami cuerpo intentando paliar así la frustración que toda esta situación me produce. Quiero ayudarla. Pero ella no me deja. Ni antes, ni ahora. - Entiendo que no quieras hablar de esto con cualquier persona, pero yo no soy cualquier persona. - De repente me doy cuenta de que ni siquiera, de eso, estoy seguro. Quizá si sea cualquier persona. Quizá lo de su cumpleaños fue fruto del alcohol y la casualidad.
Nunca hablamos del tema. Pensé que era lo mejor, no correr el riesgo de que llegar a oídos indebidos. Pero de repente, se me pasa una segunda idea por la cabeza. Que ni siquiera lo recuerda. En ese momento me quedo sin palabras, intentando coger aire, como si lo necesitara para hablar, pero luego expulsándolo en suspiros irregulares e intentándolo otra vez. Todo mi diccionario mental se ha esfumado en un segundo. - Al menos creía que ya no era cualquier persona. - Las palabras se me ahogan en la garganta. Primero porque pensaba que eso era un pensamiento en mi cabeza, y después... después porque no quería que las oyera pero se atropellaron para salir. Sacudo la cabeza cerrando un momento los ojos.
Creo que nunca me voy a llegar a acostumbrar a tenerlo siempre tan cerca. Ya son meses los que han pasado desde el día que lo traje a casa conmigo, dejando claro tanto a Marco como a mi madre que si lo trataban como un esclavo tendríamos un problema, pero siento como si hicieran solo dos días que está aquí. Que paso tanto tiempo cerca de él. Se me hace extraño porque desde el mismísimo día que lo conocí siempre lo quise lo más lejos posible mía; él lo sabía, yo lo sabía, cualquier persona que nos viera tan solo un segundo juntos se daría cuenta de que no era de mi agrado en absoluto. Es egoísta por mi parte que le pidiera a los demás que lo trataran como un igual, aunque con ciertas cosas que no podía evitar, pero yo soy la que lo acaba tratando diferente 'aprovechando' que no me puede reclamar o echar nada en cara; algunos días actúo como si, simplemente, no estuviera aunque sé que si lo está. Lo mejor es que no me recrimina nada con mis desplantes cuando sabe de sobra que lo podría hacer; debe de saber de sobra que todas esas tonterías de obediencia, y demás, no cuentan conmigo porque soy yo.
Ignoro deliberadamente lo que dice mordiéndome el labio inferior con fuerza mientras me encamino hacia las escaleras cuando vuelve a hablar y me quedo con un pie sobre el primer escalón paralizada. Algo le pasa y no se lo que es. Me molesta que algo le duela o le preocupe y yo no sepa que es lo que pasa por su cabeza. No soy la persona con más tacto de este mundo y se que siempre he sido arisca y distante con él pero... no me gusta verle así. Me sigo mordisqueando el labio inferior con nerviosismo hasta que decido acercarme hasta el sofá para dejar a Pyro sobre el éste y acercarme hasta él con gesto interrogante. Es tan extraño verlo así que incluso entrecierro los ojos observándolo con desconfianza. – Para mí nunca has sido cualquier persona, Jean, no entiendo qué pasa.– digo lentamente. Siento un pinchazo en el pecho al saber que seguro que gran parte de esto tengo yo la culpa. Por evitarlo estos días, por mi indiferencia, por... huir. Pero tengo tanto miedo de él y de lo que me pueda decir que no me he sentido capaz de afrontarlo hasta ahora, aunque en realidad ahora tampoco quiero hacerlo y mi cuerpo no quiere más que huir, de nuevo, y dejarlo todo pasar.
Trago saliva mirándolo con clara confusión en los ojos. – Y no lo eres.– vuelvo a decir mientras me giro y masajeo mis sienes con insistencia. Acabo acercándome hasta la isla y me apoyo fijando los ojos de nuevo en él. Sintiendo que estoy pasando algo por alto ahora mismo pero... claro, yo no soy tan observadora, yo ya tengo suficientes cosas en la cabeza como para recordar algo que ahora mismo está lejos de mis capacidades. No es demasiado tarde para arrepentirme y subir a mi habitación, ¿verdad? Bueno, sí, creo que es demasiado tarde porque ya lo tengo metido en la cabeza y será otra cosa más en la que piense a todas horas y no podré hilvanar dos pensamientos sin que él sea uno de esos dos por este sentimiento de haber hecho algo mal o de haber olvidado algo que a él si le importa. – Lo siento – suelto de golpe y porrazo fijando los ojos en mis manos porque soy incapaz de mirarlo ahora mismo. – Siento no haber hablado contigo sobre lo que he hecho, por haberte esquivado, por... no sé, por olvidar. – lo último se me cuela sin más y no sé ni por qué lo digo en realidad. – Sabes que no soy de pedir perdón, Jean. – comentó mordiéndome la mejilla por dentro mientras jugueteo con mis dedos. ¿Por qué me siento tan bipolar cuando estoy cerca suyo? Quiero ignorarlo y decirle que me deje en paz pero a la vez no quiero decírselo por si le puedo hacer daño y me preocupo por él constantemente, además de que... dios, realmente no quiero ignorarlo ni que me deje sola nunca pero me frustra tanto de que me de la sensación de que me conoce mejor que yo misma, de que le he dado el derecho de juzgarme todo lo que quiera y de que... no quiero que me juzgue porque no quiero que vea nada malo en mí. Me está empezando incluso a doler la cabeza de tantas vueltas que le estoy dando a todo y tantos idioteces que estoy pensando.
Ignoro deliberadamente lo que dice mordiéndome el labio inferior con fuerza mientras me encamino hacia las escaleras cuando vuelve a hablar y me quedo con un pie sobre el primer escalón paralizada. Algo le pasa y no se lo que es. Me molesta que algo le duela o le preocupe y yo no sepa que es lo que pasa por su cabeza. No soy la persona con más tacto de este mundo y se que siempre he sido arisca y distante con él pero... no me gusta verle así. Me sigo mordisqueando el labio inferior con nerviosismo hasta que decido acercarme hasta el sofá para dejar a Pyro sobre el éste y acercarme hasta él con gesto interrogante. Es tan extraño verlo así que incluso entrecierro los ojos observándolo con desconfianza. – Para mí nunca has sido cualquier persona, Jean, no entiendo qué pasa.– digo lentamente. Siento un pinchazo en el pecho al saber que seguro que gran parte de esto tengo yo la culpa. Por evitarlo estos días, por mi indiferencia, por... huir. Pero tengo tanto miedo de él y de lo que me pueda decir que no me he sentido capaz de afrontarlo hasta ahora, aunque en realidad ahora tampoco quiero hacerlo y mi cuerpo no quiere más que huir, de nuevo, y dejarlo todo pasar.
Trago saliva mirándolo con clara confusión en los ojos. – Y no lo eres.– vuelvo a decir mientras me giro y masajeo mis sienes con insistencia. Acabo acercándome hasta la isla y me apoyo fijando los ojos de nuevo en él. Sintiendo que estoy pasando algo por alto ahora mismo pero... claro, yo no soy tan observadora, yo ya tengo suficientes cosas en la cabeza como para recordar algo que ahora mismo está lejos de mis capacidades. No es demasiado tarde para arrepentirme y subir a mi habitación, ¿verdad? Bueno, sí, creo que es demasiado tarde porque ya lo tengo metido en la cabeza y será otra cosa más en la que piense a todas horas y no podré hilvanar dos pensamientos sin que él sea uno de esos dos por este sentimiento de haber hecho algo mal o de haber olvidado algo que a él si le importa. – Lo siento – suelto de golpe y porrazo fijando los ojos en mis manos porque soy incapaz de mirarlo ahora mismo. – Siento no haber hablado contigo sobre lo que he hecho, por haberte esquivado, por... no sé, por olvidar. – lo último se me cuela sin más y no sé ni por qué lo digo en realidad. – Sabes que no soy de pedir perdón, Jean. – comentó mordiéndome la mejilla por dentro mientras jugueteo con mis dedos. ¿Por qué me siento tan bipolar cuando estoy cerca suyo? Quiero ignorarlo y decirle que me deje en paz pero a la vez no quiero decírselo por si le puedo hacer daño y me preocupo por él constantemente, además de que... dios, realmente no quiero ignorarlo ni que me deje sola nunca pero me frustra tanto de que me de la sensación de que me conoce mejor que yo misma, de que le he dado el derecho de juzgarme todo lo que quiera y de que... no quiero que me juzgue porque no quiero que vea nada malo en mí. Me está empezando incluso a doler la cabeza de tantas vueltas que le estoy dando a todo y tantos idioteces que estoy pensando.
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Tengo que admitir que escuchar esas palabras de sus labios me supone un alivio muy grande pero me limito a soltar un suspiro alzando mi vista del suelo hacia ella. La primera vez ni siquiera reacciono, es como si no creyera lo que dice, pero finalmente cuando se masajea las sienes tras repetirlo abro la boca para hablar, interrumpiéndome ante su lo siento. La dejo terminar antes de decir nada, relamiéndome los labios de forma completamente inconsciente, arrugando un poco el seño y sacudiendo la cabeza de forma negativa. - No quiero que me pidas perdón. - Respondo finalmente. Nunca me ha sido tan difícil poner mis sentimientos en palabras. Esto es casi nuevo para mi. Por lo general, no tengo que hacerlo; ayudaba a gente a ver el camino secundario de la vida que habían elegido o que les tocaba vivir; recorría ese camino con ellos. Nunca tuve que moverme por esos senderos por mi propio pie. Es jodidamente difícil y diferente. - Solo deja de levantar muros entre nosotros. Esa clase de cosas, mentirme, esquivarme... los levantan. No quiero que tengas pesadillas por las noches. No quiero que bebas para olvidar cosas. No quiero que... te metas en unos malditos juegos por... la estúpida razón por la que te hubieras metido en ellos. Quiero que seas feliz, desde el maldito minuto en el que te conocí... - En ese momento mis palabras salen atropelladas de mis labios, sin siquiera estarlas pensando. Mis manos acompañan algunos de los gestos y me detengo repentinamente.
Es cierto. El objetivo final que tenía para todos mis pacientes era ese. Que aprendieran a ser feliz después de todo lo que pasó, después de la guerra personal que tuvieron que vivir. Incluso el de ella cuando la conocí. Aunque ahora los motivos que me mueven para que sea feliz, son completamente diferentes a los de entonces. - ... pero no puedo. Porque cuando quiero saber en qué estabas pensando sales huyendo. Porque cuando quiero preguntarte si estas bien, también sales huyendo. Porque cuando quiero hablar de todas esas cosas de las que tu huyes, ¡sales huyendo! - Entre mas palabras digo más rápido salen de mi boca y más elevo la voz. Finalmente, acabo sonando bastante exasperado. - Confía en mi. - Acabo, con un tono de voz más pausado y sereno. Es como si toda la presión del pecho repentinamente se hubiera amortiguado tras hablar. - Solo te pido eso. Nada más. No quiero que te disculpes por ser tú. Quiero que seas tú. Quiero que grites si te enfadas, quiero que llores si te sientes triste o frustrada. Quiero que saltes al vacío confiando en mi. En que no importa si te caes o te lanzas sola en un momento de desesperación; en que me dará exactamente lo mismo sea cual sea el motivo de que estés cayendo en picado, porque voy a atraparte antes de que toques el suelo. - Si en este mismo momento me parara a pensar en lo que estoy diciendo, probablemente me explotaría la cabeza. Nunca he sido tan sincero conmigo mismo, ni con nadie, en toda mi vida. Nunca me hizo falta. Nunca quise hacerlo. - No voy a dejar que te hagan daño, no voy a dejar que te hagas daño... -
Es cierto. El objetivo final que tenía para todos mis pacientes era ese. Que aprendieran a ser feliz después de todo lo que pasó, después de la guerra personal que tuvieron que vivir. Incluso el de ella cuando la conocí. Aunque ahora los motivos que me mueven para que sea feliz, son completamente diferentes a los de entonces. - ... pero no puedo. Porque cuando quiero saber en qué estabas pensando sales huyendo. Porque cuando quiero preguntarte si estas bien, también sales huyendo. Porque cuando quiero hablar de todas esas cosas de las que tu huyes, ¡sales huyendo! - Entre mas palabras digo más rápido salen de mi boca y más elevo la voz. Finalmente, acabo sonando bastante exasperado. - Confía en mi. - Acabo, con un tono de voz más pausado y sereno. Es como si toda la presión del pecho repentinamente se hubiera amortiguado tras hablar. - Solo te pido eso. Nada más. No quiero que te disculpes por ser tú. Quiero que seas tú. Quiero que grites si te enfadas, quiero que llores si te sientes triste o frustrada. Quiero que saltes al vacío confiando en mi. En que no importa si te caes o te lanzas sola en un momento de desesperación; en que me dará exactamente lo mismo sea cual sea el motivo de que estés cayendo en picado, porque voy a atraparte antes de que toques el suelo. - Si en este mismo momento me parara a pensar en lo que estoy diciendo, probablemente me explotaría la cabeza. Nunca he sido tan sincero conmigo mismo, ni con nadie, en toda mi vida. Nunca me hizo falta. Nunca quise hacerlo. - No voy a dejar que te hagan daño, no voy a dejar que te hagas daño... -
Ahora mismo me siento pequeña. Me siento tan pequeña que me dan ganas de irme de aquí corriendo y de volver a encerrarme en mi habitación durante semanas, como mínimo, pero se que ya no puedo hacerlo. Muerdo la mejilla por dentro con nerviosismo mientras jugueteo con mis dedos como si fuera lo único que pudiera distraer mi mente y alejarme del presente y, sobretodo, del ahora. Resoplo ante sus palabras y abro la boca para llevarle la contraria sobre lo que acaba de decir. Claro que tengo que pedirle perdón. Trato a todo el mundo de la misma manera excepto a él, como si pretendiera enterrar cada día más profundamente algo que se que no está bien y, por esa misma razón, creo que lo mejor es tener el mínimo contacto con él. Pero luego me siento mal porque no es justo que yo sea así, ni justo para él ni justo para mí porque no es algo que me guste ni que haga porque yo lo desee, si no porque es lo mejor.
Cierro la boca sin saber que decir pero levantando la mirada y fijando los ojos en él, confusa. Parpadeo varias veces seguidas y, prácticamente, me acurruco contra el borde la isla de cocina mientras él habla y mueve las manos de una forma que nunca había hecho, o que al menos yo no me había fijado. Habla tan deprisa que hay momentos en los que desconecto por completo y no sé de qué está hablando, o hay cosas que no entiendo por qué las dice y una parte de mi las bloquea porque quiere no pensar en ellas. Bajo la mirada, de nuevo, e intento respirar dando pequeñas bocanadas de aire y soltándolas lentamente. Al final siempre estoy huyendo. Si no es de una cosa es de otra. Si en algún momento he dudado de por qué tenía tanto miedo de encontrarme con él aquí está la respuesta; porque una parte de mi cabeza sabía lo que pasaría y que se metería en mi cabeza con tanta facilidad que a veces me da miedo. Porque creo que es una de las pocas personas, que quedan, que con una sola palabra me puede hacer daño. Aunque siempre había estado tan medido que en muchas ocasiones sabía por donde irían los tiros, no como ahora mismo. Ahora mismo solo me siento pequeña y perdida. Me quedo mirándolo al notar su tono de voz y me quedo mirándolo, casi sin parpadear, hasta que termina de hablar y frunzo el ceño cansada de todo esto. Cansada de esa parte de mí que cree que lo mejor es huir, llevarme todos mis problemas en una bolsa y guardármelos para mí misma, de dejar a todo el mundo fuera porque creo que es mejor no mancharlos con todo lo que hay dentro cuando hay personas que no les importaría mancharse.
Al final doy un par de pasos hasta él y le cojo ambas manos para que deje de moverlas y esbozo una pequeña sonrisa. –Confío en ti.– aprieto sus manos entre las mías con los ojos fijos en éstas. –Porque sé que siempre estás ahí aunque yo me comporte como una imbécil contigo y tenga algunos momentos en los que no se hacia donde ir y me acabe dando cabezazos– susurro jugueteando con sus dedos entre los míos. Suspiro bufando un poquito mientras busco las palabras concretas que quiero decir. –Siempre acabo huyendo de ti porque no quiero que veas todas las cosas malas que tengo y quieras alejarte de mí– me muerdo el labio inferior levemente –porque siento algo que no entiendo ni sé como llamarlo pero... me dan miedo las consecuencias de todo ésto, y la solución fácil se que es huir de ti– susurro cada vez más bajito –me ha servido hasta ahora aunque no he hecho más que ir cuesta abajo una infinidad de veces por tener miedo... por lo que he acabado recurriendo a que huir es mejor. Huir incluso de las personas en las que confías.– digo todo de golpe y casi me quedo sin aire en un par de ocasiones mientras hablo. Tomo una bocanada de aire con sus manos aún entre las mías. –y... bueno, al menos sé que cuando acabe perdida por alguna de las cosas que hago siempre vas a estar aquí... lo que menos me gusta es que te preocupes porque me pueda pasar algo– termino diciendo casi en un hilo de voz. Yo soy la que me acabo buscando, de una forma u otra, las cosas que me pasan. –Y creo que te mereces una explicación que no te puedo dar porque ni yo entiendo qué cosas pasan por mi cabeza, que siento, que es lo que quiero.– suelto primero una de sus manos y me resisto unos segundos a soltar la otra hasta que lo acabo haciendo y ,después, lo rodeo con mis brazos para abrazarlo y apoyar el rostro con su pecho con los ojos cerrados con fuerza.
Cierro la boca sin saber que decir pero levantando la mirada y fijando los ojos en él, confusa. Parpadeo varias veces seguidas y, prácticamente, me acurruco contra el borde la isla de cocina mientras él habla y mueve las manos de una forma que nunca había hecho, o que al menos yo no me había fijado. Habla tan deprisa que hay momentos en los que desconecto por completo y no sé de qué está hablando, o hay cosas que no entiendo por qué las dice y una parte de mi las bloquea porque quiere no pensar en ellas. Bajo la mirada, de nuevo, e intento respirar dando pequeñas bocanadas de aire y soltándolas lentamente. Al final siempre estoy huyendo. Si no es de una cosa es de otra. Si en algún momento he dudado de por qué tenía tanto miedo de encontrarme con él aquí está la respuesta; porque una parte de mi cabeza sabía lo que pasaría y que se metería en mi cabeza con tanta facilidad que a veces me da miedo. Porque creo que es una de las pocas personas, que quedan, que con una sola palabra me puede hacer daño. Aunque siempre había estado tan medido que en muchas ocasiones sabía por donde irían los tiros, no como ahora mismo. Ahora mismo solo me siento pequeña y perdida. Me quedo mirándolo al notar su tono de voz y me quedo mirándolo, casi sin parpadear, hasta que termina de hablar y frunzo el ceño cansada de todo esto. Cansada de esa parte de mí que cree que lo mejor es huir, llevarme todos mis problemas en una bolsa y guardármelos para mí misma, de dejar a todo el mundo fuera porque creo que es mejor no mancharlos con todo lo que hay dentro cuando hay personas que no les importaría mancharse.
Al final doy un par de pasos hasta él y le cojo ambas manos para que deje de moverlas y esbozo una pequeña sonrisa. –Confío en ti.– aprieto sus manos entre las mías con los ojos fijos en éstas. –Porque sé que siempre estás ahí aunque yo me comporte como una imbécil contigo y tenga algunos momentos en los que no se hacia donde ir y me acabe dando cabezazos– susurro jugueteando con sus dedos entre los míos. Suspiro bufando un poquito mientras busco las palabras concretas que quiero decir. –Siempre acabo huyendo de ti porque no quiero que veas todas las cosas malas que tengo y quieras alejarte de mí– me muerdo el labio inferior levemente –porque siento algo que no entiendo ni sé como llamarlo pero... me dan miedo las consecuencias de todo ésto, y la solución fácil se que es huir de ti– susurro cada vez más bajito –me ha servido hasta ahora aunque no he hecho más que ir cuesta abajo una infinidad de veces por tener miedo... por lo que he acabado recurriendo a que huir es mejor. Huir incluso de las personas en las que confías.– digo todo de golpe y casi me quedo sin aire en un par de ocasiones mientras hablo. Tomo una bocanada de aire con sus manos aún entre las mías. –y... bueno, al menos sé que cuando acabe perdida por alguna de las cosas que hago siempre vas a estar aquí... lo que menos me gusta es que te preocupes porque me pueda pasar algo– termino diciendo casi en un hilo de voz. Yo soy la que me acabo buscando, de una forma u otra, las cosas que me pasan. –Y creo que te mereces una explicación que no te puedo dar porque ni yo entiendo qué cosas pasan por mi cabeza, que siento, que es lo que quiero.– suelto primero una de sus manos y me resisto unos segundos a soltar la otra hasta que lo acabo haciendo y ,después, lo rodeo con mis brazos para abrazarlo y apoyar el rostro con su pecho con los ojos cerrados con fuerza.
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Hay un momento entre que mis palabras se acaban y ella empieza hablar en la que toda la casa está en completo silencio. Incluso creo que puedo escuchar al pufkinstin o como mierda sea que se llame, reírse de mi. Aunque tiene que ser una evidente paranoia provocada por el silencio porque dudo mucho que esa cosa se pueda reír... o algo. Ahora que me he escuchado a mi mismo quizá me haya pasado, quizá no elegí las palabras adecuadas. ¡No puedo reclamarle nada! No solo por el hecho de que básicamente soy su esclavo y soy algo así como un mueble más de la casa, sino porque no soy la persona precisamente idónea para quejarme de que nunca habla de sus cosas; yo nunca hablo de las mías. No estoy acostumbrado a hablar de MIS cosas con nadie, ni siquiera con mis padres. Mi madre siempre decía que lo hacía desde pequeño. Que aprendí a sobre adaptarme de una manera casi perjudicial para la salud solo para no causar molestias. Por eso ella invadía tanto mi espacio vital, intentando forzarme a algo que me negaba a hacer. De repente me siento inseguro y sé que metí la pata, creo que es el mejor momento de retirarme alegando dejar la tele encendida o algo por el estilo, pero ella habla antes de que mi cerebro termine de decidir nada. Ni siquiera me había dado cuenta hasta ese momento el tiempo que llevaba conteniendo la respiración. Suelto todo el aire de golpe en un suspiro de alivio y por suerte contengo toda la verborrea que ha estado a punto de salir sobre lo agradecido que estoy de que ese silencio incómodo desapareciera de repente.
Eso pasa a un segundo plano cuando toma mis manos y bajo mi vista hacia estas antes de subirla hacia sus ojos, que me resultan imposibles de encontrar porque no puede mirarme mientras me habla. Ni siquiera me importa, no al menos mientras sus palabras siguen fluyendo. - La gente tiene derecho a portarse como un imbécil de vez en cuando y tú también. Tú más que nadie. Todos hemos pasado malas rachas, sí; pero nada puede comprarse a algo como la arena. Es una... situación ta... - Me interrumpo porque iba a acabar la frase soltando una referencia psicológica que no viene a cuento, entrando de nuevo en modo trabajo, cuando en realidad esta mierda ya no me sirve para nada más que para disfrutar de saber algo que me apasiona. - Lo siento. - Acabo admitiendo soltando una ligera risa nerviosa, moviendo mis manos, que al estar atrapadas entre las suyas, mueven las suyas también. Me mantengo en silencio mientras acaba, intentando procesar sus palabras. Al principio muchas de ellas me pasan desapercibidas porque sé el trabajo que le está costando disculparse; pero mi cerebro empieza a hilarlas todas y otra vez, aguanto la respiración soltando todo el aire de golpe cuando me abraza. La rodeo con mis brazos de forma automática antes de pegar mi mejilla contra su cabeza y luego depositar un beso justo en el lugar donde pegan mis labios en esa postura.
Tengo que obligarme a encontrar la voz para decir algo. - Vivo contigo. Creo que a estas alturas pocas cosas malas quedan en el cajón de lo que no sé. Y de todas maneras no importa. Se me da mejor ver lo bueno de las personas. Gajes del oficio... - Intento hacer un chiste con eso, alguna estupidez sobre "ex-oficio, mejor dicho" pero termino callándomelo. Suena a un reclamo del que ella no tiene la culpa y además, no quiero quitarle poder a mis propias palabras solo por no saber callarme las bromas en momentos donde no hacen falta. En esa postura puedo sentir la humedad de su pelo en mi mejilla y también el olor del champú, lo cual, por unos instantes, me nubla el juicio. - Y serías estúpida si no tuvieras miedo de las consecuencias. - Retiro mis manos de su cuerpo para alejarme lo bastante como para ponerlas sobre sus mejillas y levantar su cabeza un poco, forzándola a mirarme a los ojos. - También sé que tu vida sería más fácil si supieras lo que sientes por mi o no lo sintieras directamente. Pero ¿sabes? no somos robots. La gente no decide que sentir sobre quién o cuándo o cómo... o si le viene más oportuno sentirlo solo los domingos - Acabo por reírme. - Eso sería muy guay. Hoy me gustas, pero el domingo me viene mal así que lo dejamos para el viernes. - Imito una voz que parece estar arremedando a alguien pero en realidad, es una persona inventada en mi propio cerebro y una burla a mi mismo. - Nadie debería castigarte por sentir. - Pero lamentablemente, estamos en una sociedad a la que eso le da igual. - Aunque como eso no le importa mucho a la Señora Ministra... - Suelto con sarcasmo apoyando mi frente contra la suya. - ... echemoslo al azar. - Cambio de rumbo las cosas de repente, separándome para ir al lugar donde guardo todas las monedas que sobran cuando hago compra, eligiendo la más grande y señalando la cara y luego la cruz. - Si sale cara, nos jugaremos las consecuencias, pueden pillanos... o pueden no pillarnos. Si sale cruz, nos olvidamos de todo esto y sigues tu vida... conmigo... pero sin mi. - Porque no pienso irme, aunque ella tenga que seguir adelante.
Miro la moneda, luego a ella y luego la lanzo al aire antes de que discuta la manera en la que vamos a elegir las cosas, porque no es elegir las cosas lo que pretendo. En el momento en el que ésta empieza a dar vueltas en el aire, sé que tiene su respuesta, yo tengo la mía. Lo bueno del azar es que antes de que sepas el resultado, pasa como con el gato de Schrödinger. Es cara y cruz al mismo tiempo. Es juntos o separados a la vez. Es todas las posibilidades chocando a la par. Y sin poder evitarlo, decides antes de que la moneda caiga. Antes de ver el resultado, estás deseando una de esas opciones.
Intento coger la moneda y aunque queda como un amago totalmente programado para que finalmente mis dedos fallen y la moneda caiga al suelo, no es así. Realmente se me cayó. No es que tenga la coordinación más envidiable de la galaxia, pero al final la moneda se pierde bajo la nevera, lo cual lo hace parecer más programado todavía. - Parece que lo planeé pero no, estoy suspenso en reflejos desde que nací. - Admito con las manos en el aire. - Aunque da igual. ¿Ya lo sabes, no? No te hace falta la moneda.
Eso pasa a un segundo plano cuando toma mis manos y bajo mi vista hacia estas antes de subirla hacia sus ojos, que me resultan imposibles de encontrar porque no puede mirarme mientras me habla. Ni siquiera me importa, no al menos mientras sus palabras siguen fluyendo. - La gente tiene derecho a portarse como un imbécil de vez en cuando y tú también. Tú más que nadie. Todos hemos pasado malas rachas, sí; pero nada puede comprarse a algo como la arena. Es una... situación ta... - Me interrumpo porque iba a acabar la frase soltando una referencia psicológica que no viene a cuento, entrando de nuevo en modo trabajo, cuando en realidad esta mierda ya no me sirve para nada más que para disfrutar de saber algo que me apasiona. - Lo siento. - Acabo admitiendo soltando una ligera risa nerviosa, moviendo mis manos, que al estar atrapadas entre las suyas, mueven las suyas también. Me mantengo en silencio mientras acaba, intentando procesar sus palabras. Al principio muchas de ellas me pasan desapercibidas porque sé el trabajo que le está costando disculparse; pero mi cerebro empieza a hilarlas todas y otra vez, aguanto la respiración soltando todo el aire de golpe cuando me abraza. La rodeo con mis brazos de forma automática antes de pegar mi mejilla contra su cabeza y luego depositar un beso justo en el lugar donde pegan mis labios en esa postura.
Tengo que obligarme a encontrar la voz para decir algo. - Vivo contigo. Creo que a estas alturas pocas cosas malas quedan en el cajón de lo que no sé. Y de todas maneras no importa. Se me da mejor ver lo bueno de las personas. Gajes del oficio... - Intento hacer un chiste con eso, alguna estupidez sobre "ex-oficio, mejor dicho" pero termino callándomelo. Suena a un reclamo del que ella no tiene la culpa y además, no quiero quitarle poder a mis propias palabras solo por no saber callarme las bromas en momentos donde no hacen falta. En esa postura puedo sentir la humedad de su pelo en mi mejilla y también el olor del champú, lo cual, por unos instantes, me nubla el juicio. - Y serías estúpida si no tuvieras miedo de las consecuencias. - Retiro mis manos de su cuerpo para alejarme lo bastante como para ponerlas sobre sus mejillas y levantar su cabeza un poco, forzándola a mirarme a los ojos. - También sé que tu vida sería más fácil si supieras lo que sientes por mi o no lo sintieras directamente. Pero ¿sabes? no somos robots. La gente no decide que sentir sobre quién o cuándo o cómo... o si le viene más oportuno sentirlo solo los domingos - Acabo por reírme. - Eso sería muy guay. Hoy me gustas, pero el domingo me viene mal así que lo dejamos para el viernes. - Imito una voz que parece estar arremedando a alguien pero en realidad, es una persona inventada en mi propio cerebro y una burla a mi mismo. - Nadie debería castigarte por sentir. - Pero lamentablemente, estamos en una sociedad a la que eso le da igual. - Aunque como eso no le importa mucho a la Señora Ministra... - Suelto con sarcasmo apoyando mi frente contra la suya. - ... echemoslo al azar. - Cambio de rumbo las cosas de repente, separándome para ir al lugar donde guardo todas las monedas que sobran cuando hago compra, eligiendo la más grande y señalando la cara y luego la cruz. - Si sale cara, nos jugaremos las consecuencias, pueden pillanos... o pueden no pillarnos. Si sale cruz, nos olvidamos de todo esto y sigues tu vida... conmigo... pero sin mi. - Porque no pienso irme, aunque ella tenga que seguir adelante.
Miro la moneda, luego a ella y luego la lanzo al aire antes de que discuta la manera en la que vamos a elegir las cosas, porque no es elegir las cosas lo que pretendo. En el momento en el que ésta empieza a dar vueltas en el aire, sé que tiene su respuesta, yo tengo la mía. Lo bueno del azar es que antes de que sepas el resultado, pasa como con el gato de Schrödinger. Es cara y cruz al mismo tiempo. Es juntos o separados a la vez. Es todas las posibilidades chocando a la par. Y sin poder evitarlo, decides antes de que la moneda caiga. Antes de ver el resultado, estás deseando una de esas opciones.
Intento coger la moneda y aunque queda como un amago totalmente programado para que finalmente mis dedos fallen y la moneda caiga al suelo, no es así. Realmente se me cayó. No es que tenga la coordinación más envidiable de la galaxia, pero al final la moneda se pierde bajo la nevera, lo cual lo hace parecer más programado todavía. - Parece que lo planeé pero no, estoy suspenso en reflejos desde que nací. - Admito con las manos en el aire. - Aunque da igual. ¿Ya lo sabes, no? No te hace falta la moneda.
Que sea él el que me diga que yo más que nadie tengo derecho a comportarme como una imbécil hace que se me escape una sonrisa seguida de un suspiro. Me he comportado en demasiadas ocasiones como una imbécil últimamente; sobre todo me he comportado de esa manera a sabiendas de lo que estaba haciendo y con las personas que son más importantes en mi vida. Con las personas que menos se merecen que las haga sufrir con mi tonterías, mis idas y venidas, mis actos... con todo lo que hago en conjunto, porque sé que no me he comportado como debería con ellos desde que volví al distrito cuatro y siento ser una decepción. Quizá Jean no lo noté tanto, puesto que es la única persona que conservo que estuvo conmigo en los peores momentos que tuve de aquella época, pero mi madre o Marco no se merecen mis desplantes, mi indiferencia o la frialdad con la que los llego a tratar en ocasiones. Quizá pueda que tenga derecho a comportarme como una imbécil por todo lo que he pasado pero no tengo derecho a hacerle más daño a las personas que quiero; a todos los que estaban acostumbrados a tratar con una Arianne que siempre estaba dando abrazos, que pedía perdón en cuanto cometía un pequeño error, que sonreía con cualquier tontería y siempre estaba allí para los demás de forma muy directa porque, aunque no lo parezca, sigo estando en muchas ocasiones más para los demás que para mí misma, ¿por qué si no habría aceptado tantas cosas con Jasper? Ir a aquella fiesta en el Capitolio, hacer equipo de Quiditch, acompañarlo a comprar aquel perro...
Apoyo la frente contra su pecho mientras cierro los ojos con fuerza después de todo lo que he dicho. Todas esas palabras, todo lo que he dicho... es algo que siempre ha estado en mi cabeza pero nunca me he sentido capaz de decir ni en voz alta ni para mí misma; es algo que me he negado un millón de veces y en lo que nunca he querido pensar por lo que he acabado ocupando mi mente con otro millón de cosas que hicieran que desapareciera de mi cabeza; habían incluso momentos en los que prefería parar a pensar o recordar cosas que me hacen daño antes de, tan siquiera, cuestionarme que aquello pudiera estar en mi cabeza. Cuando noto que él también me abraza suelto todo el aire que quedaba en mil pulmones en un largo suspiro. –Yo tengo pocas cosas buenas... y creo que solo conoces las malas– susurro con un hilo de voz. No sé cuando he sido buena con él o si en algún momento he llegado a serlo, me conoció en el momento en el que todo cambió para mi y no era ni capaz de agradecer algo o de pedir un simple perdón si sentirme amenazada con cada palabra que me decían. Parte de mi cabeza conecta con el momento en el que le dije a Alexander que me hubiera gustado conocerle en otras circunstancias, en otro momento. Quizá me habría gustado conocer a Jean en otro momento, o quizá no habría sido lo mismo.
Esbozo una sonrisa amarga ante sus palabras, pero esta desaparece al separarse y pasan unos segundos en los que me siento como un cachorrillo abandonado porque no quiero alejarme de él. Me muerdo el labio inferior bajando la mirada hasta mis pies hasta que me obliga a que lo mire directamente a los ojos. Estoy segura de que mis mejillas se han tornado de color rosado tan rápido como he fijado mis ojos en los suyos. Tengo unas inmensas ganas de cerrar los ojos antes de ponerme más nerviosa de lo que estoy pero, en lugar de ello, lo que hago es alternar la mirada entre sus ojos y sus labios en un par de ocasiones mientras habla. Siento un pinchazo en el pecho que hace que apriete las manos contra mis costados. Sería más fácil si no sintiera nada... no tener ni que entender que es lo que siento, simplemente, no sentirlo. –Sería más fácil no sentirlo pero no es lo que quiero– termino por decir con mis ojos fijos en los suyos. No se cuanto tiempo hemos pasado juntos pero creo que nunca me había parado a mirarle fijamente a los ojos, siempre he sido excesivamente escurridiza cuando se trataba de tenerlo cerca y creo que ahora entiendo mucho más el por qué lo era tanto con él. Intento desasirme del agarre de sus manos en sus mejillas porque noto que me arde el rostro y aún más ante sus contacto así que pongo las mías encima de las de él para poder quitarlas y suspirar con una mueca de desagrado en mis labios. Nadie debería de castigarme por sentir... por sentir yo. En apenas unos segundos entro en pánico, vale, yo siento algo por él, pero... ¿él? Escondo el rostro entre mis manos cuando se separa de mí. Ni he escuchado que ha sido lo que ha dicho solamente tengo un cacao mental ahora mismo y me siento realmente imbécil por haber dicho nada. Arianne, la indiferente y fría, que decide un buen día, sin entender ni siquiera lo que siente por él, decirle a su esclavo que cree sentir algo, algo que sabe que está mal pero que lo siente.
Doy un pasito tembloroso hacia la puerta, ahora que se ha ido a no se donde, pero cuando lo escucho hablar me giro sin creer lo que acaba de decir. ¿Azar? Me acerco hasta y estiro el brazo para quitarle la moneda. –No, no, no, espera, la suerte me odia– refunfuño un poco intentando quitarle la moneda pero sin conseguirlo porque la lanza si que me de tiempo a quejarme ni un poco más del hecho de jugarnos esto de esta forma. Me tapo los ojos con ambas manos sintiendo como el corazón se me acelera. Cara, cara, por favor, cara. Pienso para mis adentros mordiéndome el labio inferior. Debo estar alucinando porque me da la sensación de que hasta escucho el movimiento en el aire de la moneda. En el tiempo en el que está en el aire, cosa que creo que es bastante tiempo porque hasta la gravedad parece estar en mi contra, mis ideas se han aclarado de golpe. He pensado cara; quiero que sea cara, no me voy a engañar. No me gusta dejarlo todo a lo que diga una moneda porque yo no haré lo que diga esa moneda, yo haré lo que quiero. Y aunque me haya costado horrores entenderlo lo que quiero es a él.
Abro los dedos parar mirarlo entre estos. –¿Qué ha salido?– pregunto un poco temerosa pero veo que en sus manos no hay nada, ni en el aire, ni en el suelo... La moneda ha desaparecido. Tengo tan mala suerte que hasta la moneda ha desaparecido. Me quito las manos de la cara lentamente cuando habla y frunzo un poco el ceño inclinándome un poco parar mirar al suelo en busca de la dichosa cara, digo, de la dichosa moneda. Incluso me acuclillo un poco para buscarla fruto de... no sé, de todas las inseguridades y del miedo que tengo a que pueda pasar algo. Que le pase algo por mi culpa, por haber dicho todo esto y que, de algún modo, se ha visto envuelto. Me levanto de suelo y me acerco hasta él mirándole en silencio, con gesto pensativo, hasta que me permito esbozar una pequeña sonrisa. Por una vez desde hace muchísimo tiempo mi cerebro y mi corazón se ponen de acuerdo en algo; ambos quieren lo mismo. Dejo de pensar en qué puede pasar, en si está bien o mal, dejo de huir y de pensar las cosas un millón de veces. –En realidad la moneda daba igual porque sabes que nunca hago lo que me mandan– bromeo en voz bajita pero giro el rostro hacia otro lado. –Nunca me han dado la oportunidad de decidir porque me he visto empujada a demasiadas cosas... y por una vez que puedo decidir algo, elegir si quiero o no, prefiero hacerlo directamente yo– susurro y, sin que le de tiempo a decir nada ni a mi a pensar en lo que voy a hacer, me pongo de puntillas y entrelazo mis manos sobre su nuca besándole.
Apoyo la frente contra su pecho mientras cierro los ojos con fuerza después de todo lo que he dicho. Todas esas palabras, todo lo que he dicho... es algo que siempre ha estado en mi cabeza pero nunca me he sentido capaz de decir ni en voz alta ni para mí misma; es algo que me he negado un millón de veces y en lo que nunca he querido pensar por lo que he acabado ocupando mi mente con otro millón de cosas que hicieran que desapareciera de mi cabeza; habían incluso momentos en los que prefería parar a pensar o recordar cosas que me hacen daño antes de, tan siquiera, cuestionarme que aquello pudiera estar en mi cabeza. Cuando noto que él también me abraza suelto todo el aire que quedaba en mil pulmones en un largo suspiro. –Yo tengo pocas cosas buenas... y creo que solo conoces las malas– susurro con un hilo de voz. No sé cuando he sido buena con él o si en algún momento he llegado a serlo, me conoció en el momento en el que todo cambió para mi y no era ni capaz de agradecer algo o de pedir un simple perdón si sentirme amenazada con cada palabra que me decían. Parte de mi cabeza conecta con el momento en el que le dije a Alexander que me hubiera gustado conocerle en otras circunstancias, en otro momento. Quizá me habría gustado conocer a Jean en otro momento, o quizá no habría sido lo mismo.
Esbozo una sonrisa amarga ante sus palabras, pero esta desaparece al separarse y pasan unos segundos en los que me siento como un cachorrillo abandonado porque no quiero alejarme de él. Me muerdo el labio inferior bajando la mirada hasta mis pies hasta que me obliga a que lo mire directamente a los ojos. Estoy segura de que mis mejillas se han tornado de color rosado tan rápido como he fijado mis ojos en los suyos. Tengo unas inmensas ganas de cerrar los ojos antes de ponerme más nerviosa de lo que estoy pero, en lugar de ello, lo que hago es alternar la mirada entre sus ojos y sus labios en un par de ocasiones mientras habla. Siento un pinchazo en el pecho que hace que apriete las manos contra mis costados. Sería más fácil si no sintiera nada... no tener ni que entender que es lo que siento, simplemente, no sentirlo. –Sería más fácil no sentirlo pero no es lo que quiero– termino por decir con mis ojos fijos en los suyos. No se cuanto tiempo hemos pasado juntos pero creo que nunca me había parado a mirarle fijamente a los ojos, siempre he sido excesivamente escurridiza cuando se trataba de tenerlo cerca y creo que ahora entiendo mucho más el por qué lo era tanto con él. Intento desasirme del agarre de sus manos en sus mejillas porque noto que me arde el rostro y aún más ante sus contacto así que pongo las mías encima de las de él para poder quitarlas y suspirar con una mueca de desagrado en mis labios. Nadie debería de castigarme por sentir... por sentir yo. En apenas unos segundos entro en pánico, vale, yo siento algo por él, pero... ¿él? Escondo el rostro entre mis manos cuando se separa de mí. Ni he escuchado que ha sido lo que ha dicho solamente tengo un cacao mental ahora mismo y me siento realmente imbécil por haber dicho nada. Arianne, la indiferente y fría, que decide un buen día, sin entender ni siquiera lo que siente por él, decirle a su esclavo que cree sentir algo, algo que sabe que está mal pero que lo siente.
Doy un pasito tembloroso hacia la puerta, ahora que se ha ido a no se donde, pero cuando lo escucho hablar me giro sin creer lo que acaba de decir. ¿Azar? Me acerco hasta y estiro el brazo para quitarle la moneda. –No, no, no, espera, la suerte me odia– refunfuño un poco intentando quitarle la moneda pero sin conseguirlo porque la lanza si que me de tiempo a quejarme ni un poco más del hecho de jugarnos esto de esta forma. Me tapo los ojos con ambas manos sintiendo como el corazón se me acelera. Cara, cara, por favor, cara. Pienso para mis adentros mordiéndome el labio inferior. Debo estar alucinando porque me da la sensación de que hasta escucho el movimiento en el aire de la moneda. En el tiempo en el que está en el aire, cosa que creo que es bastante tiempo porque hasta la gravedad parece estar en mi contra, mis ideas se han aclarado de golpe. He pensado cara; quiero que sea cara, no me voy a engañar. No me gusta dejarlo todo a lo que diga una moneda porque yo no haré lo que diga esa moneda, yo haré lo que quiero. Y aunque me haya costado horrores entenderlo lo que quiero es a él.
Abro los dedos parar mirarlo entre estos. –¿Qué ha salido?– pregunto un poco temerosa pero veo que en sus manos no hay nada, ni en el aire, ni en el suelo... La moneda ha desaparecido. Tengo tan mala suerte que hasta la moneda ha desaparecido. Me quito las manos de la cara lentamente cuando habla y frunzo un poco el ceño inclinándome un poco parar mirar al suelo en busca de la dichosa cara, digo, de la dichosa moneda. Incluso me acuclillo un poco para buscarla fruto de... no sé, de todas las inseguridades y del miedo que tengo a que pueda pasar algo. Que le pase algo por mi culpa, por haber dicho todo esto y que, de algún modo, se ha visto envuelto. Me levanto de suelo y me acerco hasta él mirándole en silencio, con gesto pensativo, hasta que me permito esbozar una pequeña sonrisa. Por una vez desde hace muchísimo tiempo mi cerebro y mi corazón se ponen de acuerdo en algo; ambos quieren lo mismo. Dejo de pensar en qué puede pasar, en si está bien o mal, dejo de huir y de pensar las cosas un millón de veces. –En realidad la moneda daba igual porque sabes que nunca hago lo que me mandan– bromeo en voz bajita pero giro el rostro hacia otro lado. –Nunca me han dado la oportunidad de decidir porque me he visto empujada a demasiadas cosas... y por una vez que puedo decidir algo, elegir si quiero o no, prefiero hacerlo directamente yo– susurro y, sin que le de tiempo a decir nada ni a mi a pensar en lo que voy a hacer, me pongo de puntillas y entrelazo mis manos sobre su nuca besándole.
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Me resulta muy divertido que me pregunte que ha salido y acabo soltando una risa ahogada por los nervios cuando se agacha intentando recuperarla. Estoy al borde de mover la nevera porque realmente me esperaba una respuesta más rápida y quedarme inquieto esperando a que lo tenga claro, me pone muy nervioso. Esto es insufrible. Cuando eres tú quien espera la decisión de alguien es totalmente diferente a si solamente estás siendo espectador de lo que pasa en algo que ni siquiera te incumbe. Siempre fui espectador de la vida de los demás y ahora que tengo que vivir esas experiencias y tomar las decisiones por mi mismo, entiendo muchas cosas que antes me pasaban desapercibidas. En ese momento, por un instante antes de darme cuenta de que fui un completo estúpido por pensar algo así, me pregunto si ha querido la opción fácil. Claro que no, si quisiera la opción fácil podría irse con ese chico que la visita últimamente y que está coladito por ella. Si yo lo veo, probablemente ella también lo vea. Pero finalmente se levanta y yo retrocedo sutilmente para darle distancia. Aunque eso da lo mismo porque avanza hacia mi. Los nervios me traicionan y una sonrisa de medio lado aparece en mi cara en respuesta a la suya, aunque no tan segura como debería. - Si, algo de eso sé de ti - Bromeo. Experimenté de mano propia su capacidad para rebelarse contra cualquier cosa, incluso contra ella misma.
A veces me resultaba gracioso eso, como tantas cosas de ella de las que no era consciente hasta ahora. La forma en la que arruga la nariz, o esa manía de morderse las uñas. ¡No sé porque se muerde las uñas! Esa es una costumbre horrenda. También la forma en la que se contonea cuando baila o como rueda los ojos cuando se enfada. Se me da bien pensar en los detalles con la gente, es decir, es mi trabajo. Algunos gestos determinan ciertos comportamientos, como desviar la mirada al mentir o reír sin los ojos; pero pocas cosas se me quedaron tan grabadas a fuego como las suyas. Desde esa distancia puedo ver sus pestañas con claridad, casi para contarlas y probablemente si sus labios al moverse para hablar no hubieran acaparado toda mi atención, lo habría hecho.
La espero. Porque la estoy oyendo. Porque sé cual es su respuesta a pesar de que da vueltas. Así que en el momento en el que lleva sus manos hacia mis hombros, yo llevo los míos hacia su cintura y doy un paso hacia ella acortando las distancias entre ambos por completo. Puedo sentir el movimiento de su propio estómago al respirar contra el mío; puedo sentir su respiración haciendo cosquillas en mi piel, puedo sentir el roce de su pierna contra las mías, incuso me atrevería a decir que si presto atención oiría su corazón latiendo velozmente por la escena. Pero no presto atención a otra cosa que no sean sus labios, labios que llevo queriendo besar de nuevo desde la forma en la que se despidió en su cumpleaños. Un rápido movimiento de ella y no podía sacármelo de la cabeza. A veces creo que hace conmigo lo que quiere.
Acaricio su cintura con mis manos, primero sobre la camisa y luego, cuando ésta traviesa se levanta dejando un resquicio para colarme, por debajo de ella. Me resulta tan pequeña en el momento en el que mis manos se encuentran en sus espalda y mis pulgares casi siguen en su costado. Doy un par de pasos hacia la mesa de la cocina, y cuando su cuerpo choca contra ésta, la impulso ligeramente hacia arriba. En eso acabo pisando al pifkinskins ese que suelta una queja y me hace separarme de golpe. Pero solo me separo lo justo para ver que carajos pasó, donde está y si no se va a morir por eso. Acabo soltando una carcajada girando mi cabeza hacia ella de nuevo, rozando mis labios con los suyos aún riendo y luego enterrando mi frente contra su hombro mientras recupero el aliento. Su cuello esta tan cerca que acabo mordiéndolo. - Esa cosa peluda y rosa va a acabar odiándome. - Es tan pequeña que la he pisado más de una vez desde que está aquí; y por si eso no fuera ya bastante, el primer día me dio un susto de infarto. Es una cosa que ni es un gato ni nada. Me separo para mirarla, acomodando su cabello hacia atrás y deslizando mis dedos por su cabeza hasta los hombros. - Estoy rompiendo todas las reglas del mundo al mismo tiempo. - Farfullo. Y ya no me refiero solo a las que podrían matarnos; sino a las otras, a las que hasta hace un par de meses dejé de hacerles caso. Las deontológicas.
Me muerdo el labio y vuelvo a reírme, sin si quiera un motivo concreto solo porque en ese momento estoy tan aliviado y feliz a la vez, que no puedo contenerme. Acaricio con mi pulgar su mentón y la beso nuevamente. Paseo mi otra mano traviesamente por debajo de su pijama y vuelvo a besarla. Besos cortos que palían un poco la necesidad que repentinamente tengo de hacer eso. - Supongo que esto no se lo podemos decir a tu hermano - Bromeo en un susurro. - O sí, seguro que le encanta. - Suelto con sarcasmo.
A veces me resultaba gracioso eso, como tantas cosas de ella de las que no era consciente hasta ahora. La forma en la que arruga la nariz, o esa manía de morderse las uñas. ¡No sé porque se muerde las uñas! Esa es una costumbre horrenda. También la forma en la que se contonea cuando baila o como rueda los ojos cuando se enfada. Se me da bien pensar en los detalles con la gente, es decir, es mi trabajo. Algunos gestos determinan ciertos comportamientos, como desviar la mirada al mentir o reír sin los ojos; pero pocas cosas se me quedaron tan grabadas a fuego como las suyas. Desde esa distancia puedo ver sus pestañas con claridad, casi para contarlas y probablemente si sus labios al moverse para hablar no hubieran acaparado toda mi atención, lo habría hecho.
La espero. Porque la estoy oyendo. Porque sé cual es su respuesta a pesar de que da vueltas. Así que en el momento en el que lleva sus manos hacia mis hombros, yo llevo los míos hacia su cintura y doy un paso hacia ella acortando las distancias entre ambos por completo. Puedo sentir el movimiento de su propio estómago al respirar contra el mío; puedo sentir su respiración haciendo cosquillas en mi piel, puedo sentir el roce de su pierna contra las mías, incuso me atrevería a decir que si presto atención oiría su corazón latiendo velozmente por la escena. Pero no presto atención a otra cosa que no sean sus labios, labios que llevo queriendo besar de nuevo desde la forma en la que se despidió en su cumpleaños. Un rápido movimiento de ella y no podía sacármelo de la cabeza. A veces creo que hace conmigo lo que quiere.
Acaricio su cintura con mis manos, primero sobre la camisa y luego, cuando ésta traviesa se levanta dejando un resquicio para colarme, por debajo de ella. Me resulta tan pequeña en el momento en el que mis manos se encuentran en sus espalda y mis pulgares casi siguen en su costado. Doy un par de pasos hacia la mesa de la cocina, y cuando su cuerpo choca contra ésta, la impulso ligeramente hacia arriba. En eso acabo pisando al pifkinskins ese que suelta una queja y me hace separarme de golpe. Pero solo me separo lo justo para ver que carajos pasó, donde está y si no se va a morir por eso. Acabo soltando una carcajada girando mi cabeza hacia ella de nuevo, rozando mis labios con los suyos aún riendo y luego enterrando mi frente contra su hombro mientras recupero el aliento. Su cuello esta tan cerca que acabo mordiéndolo. - Esa cosa peluda y rosa va a acabar odiándome. - Es tan pequeña que la he pisado más de una vez desde que está aquí; y por si eso no fuera ya bastante, el primer día me dio un susto de infarto. Es una cosa que ni es un gato ni nada. Me separo para mirarla, acomodando su cabello hacia atrás y deslizando mis dedos por su cabeza hasta los hombros. - Estoy rompiendo todas las reglas del mundo al mismo tiempo. - Farfullo. Y ya no me refiero solo a las que podrían matarnos; sino a las otras, a las que hasta hace un par de meses dejé de hacerles caso. Las deontológicas.
Me muerdo el labio y vuelvo a reírme, sin si quiera un motivo concreto solo porque en ese momento estoy tan aliviado y feliz a la vez, que no puedo contenerme. Acaricio con mi pulgar su mentón y la beso nuevamente. Paseo mi otra mano traviesamente por debajo de su pijama y vuelvo a besarla. Besos cortos que palían un poco la necesidad que repentinamente tengo de hacer eso. - Supongo que esto no se lo podemos decir a tu hermano - Bromeo en un susurro. - O sí, seguro que le encanta. - Suelto con sarcasmo.
Todo esto es una mezcla de sentimientos tan extraña que me gustaría hacer lo que mejor se me da y es, como no, huir. Salir corriendo de aquí ahora mismo antes de que las cosas se tornen peores, salir corriendo antes de que haga algo realmente irresponsable. Vale, quizá no soy la persona más responsable de este mundo y acaba casi siempre haciendo una ingente cantidad de cosas que no están bien, pero esas cosas me duelen a mí, me afectan a mí no a los demás directamente; y sé que con todo esto no solo me pongo en peligro a mí misma, cosa que no me importa porque lo estoy haciendo tan de seguido últimamente que ya ni me importa ponerme en peligro, pero Jean también se verá afectado por todo esto y él acabará peor que yo, aunque no tengo del todo claro esto porque quizá los dos acabemos de la misma forma, lo cierto es que no me he parado mucho a pensar en todas esas cláusulas o normas de la nueva constitución porque nunca me había cuestionado que acabarían teniendo importancia para mí todas esas estúpidas normas. Marco. Volveré a decepcionarle o ponerle en peligro si en algún momento sabe algo y no lo dice, y lo cubre, y… dios, tengo unas ganas de llorar inmensas. Aunque no todas las lágrimas serían de tristeza, y eso me preocupa aún más.
Quizá debería de haber pensado en todo esto antes de decirle todo lo que he dicho, antes de ponerme a hablar sin pasar por un mísero filtro todas las palabras que se amontonaban en mi garganta por salir, por ser pronunciadas de una buena vez y ser sincera conmigo misma. Por mucho que he intente convencer de lo contrario la realidad es la que es y no puedo luchar contra ella eternamente. No teniéndolo a escasos centímetros de mí, no viéndolo cada día. Ser sincera conmigo misma no es que haya sido una de las cosas que más he hecho desde el mismo día en el que salí de aquel lugar. Me he querido engañar tantas veces y por tantas cosas que no sería ni capaz de enumerarlas en voz alta, no sería ni capaz de enumerarlas en mi mente; pero ello no quita que estén ahí, todas y cada una de ellas recordándome cual es la realidad me guste o no, quiera mirarla a la cara o no. Y supongo que esta es una de las realidades que me he querido negar desde hace tiempo con tanta fuerza. Es tan fácil apoyar a los demás o aconsejarle sobre estas cosas cuando no eres tú la que lo sufre, cuando no eres tú la que lo tiene dentro y no tienes ni idea de qué hacer con ese sentimiento. No sé cuándo me he permitido que esto vuelva a pasar. Volver a querer a alguien así después de la última vez.
Quiero alejar todos esos pensamientos de mi cabeza de un manotazo y lo consigo en cuanto me pongo un poco de puntillas, apoyada en sus hombros, y mis labios tocan los suyos. Es tan fácil y a la vez tan difícil tener las cosas claras en un mundo como en el que vivimos actualmente que no hace más que poner las cosas más cuesta arriba una y otra vez… pero hay ocasiones en las que tenemos que decidir algo, quizá nos vaya mal o quizá nos vaya bien, pero tenemos que decidir. Sé que es egoísta porque esto no es un ‘sale mal no pasa nada’, esto es un ‘sale mal y lo más seguro es que muramos’. La diferencia es considerable. Pero, por una vez, estoy realmente dispuesta a arriesgarme por decisión propia si él también lo está.
Suelto una risita nerviosa contra sus labios en el momento en que choco contra la mesa y acabo sentada sobre ésta en un abrir y cerrar de ojos. Me sobresalto cuando se separa de mí y no es muy bien lo que ha pasado pero me inclino hacia un lado en busca de lo que ha propiciado la separación. Aunque no veo nada. O quizá es que no quiero ver nada, no lo sé. Me muerdo el labio inferior cuando ríe pero, acto seguido, me recorre un escalofrío que hace que me quede completamente estática y aguante la respiración más de lo que debería. Suelto un sonoro suspiro. – Dicen que las mascotas se parecen a sus dueños… – susurro lentamente mientras entierro una de las manos en su pelo y lo acaricio. – Así que te quiere más de lo que piensas si se parece un poquito a mí – . Mis palabras salen justo antes de que se separe y me sonroje por lo que acabo de decir retirando la mirada hacia otro sitio avergonzada. Acabo apretando los labios y asintiendo con la cabeza. – Algunas más peligrosas que otras – contesto entonces entrelazando mis manos a su espalda y tirando de él hacia mí.
Siento que mi corazón late demasiado deprisa y hasta me duele el pecho del golpeteo constante. Me siento hasta tonta por tener el corazón acelerado, por sentirme tan tímida, nerviosa e insegura ahora mismo… y no es que él me tranquilice mucho ahora mismo… solo hace ponerme más nerviosa con su risa, sus manos, sus labios… todo él en sí me pone excesivamente nerviosa y ansiosa a la vez. Me río tapándome el rostro con una mano cuando menciona a Marco. Es irresponsable querer a una persona de la que no sabes, prácticamente, nada de su vida… quien sabe, quizá se hizo psicólogo porque de pequeño mataba gatitos y acabó haciendo todo esto para redimirse. Intento ahogar la risa que, finalmente, no consigo y apoyo el rostro contra su pecho riéndome. – Le gustaría saber que soy feliz pero... ya tengo bastante con saber que en cierto modo te pongo en peligro a ti – . No temo que Marco lo sepa porque nos queremos y confiamos el uno en el otro, pero no puede saberlo y es otra mentira más que añadir a la lista.
Separo mi frente de su pecho y le quito ese flequillo rebelde que siempre acaba teniendo en medio de la cara. Sí, me he fijado en que siempre se interpone pero tampoco me iba a poner a quitarlo de en medio. – Me podría acostumbrar a esto – digo acercando mis rostro al suyo y primero rozando mi nariz con la suya hasta que lo beso de nuevo. – Y me molesta que me guste tanto – susurro mordiendo levemente su labio inferior y separándome para fijar mis ojos en los suyos.
Quizá debería de haber pensado en todo esto antes de decirle todo lo que he dicho, antes de ponerme a hablar sin pasar por un mísero filtro todas las palabras que se amontonaban en mi garganta por salir, por ser pronunciadas de una buena vez y ser sincera conmigo misma. Por mucho que he intente convencer de lo contrario la realidad es la que es y no puedo luchar contra ella eternamente. No teniéndolo a escasos centímetros de mí, no viéndolo cada día. Ser sincera conmigo misma no es que haya sido una de las cosas que más he hecho desde el mismo día en el que salí de aquel lugar. Me he querido engañar tantas veces y por tantas cosas que no sería ni capaz de enumerarlas en voz alta, no sería ni capaz de enumerarlas en mi mente; pero ello no quita que estén ahí, todas y cada una de ellas recordándome cual es la realidad me guste o no, quiera mirarla a la cara o no. Y supongo que esta es una de las realidades que me he querido negar desde hace tiempo con tanta fuerza. Es tan fácil apoyar a los demás o aconsejarle sobre estas cosas cuando no eres tú la que lo sufre, cuando no eres tú la que lo tiene dentro y no tienes ni idea de qué hacer con ese sentimiento. No sé cuándo me he permitido que esto vuelva a pasar. Volver a querer a alguien así después de la última vez.
Quiero alejar todos esos pensamientos de mi cabeza de un manotazo y lo consigo en cuanto me pongo un poco de puntillas, apoyada en sus hombros, y mis labios tocan los suyos. Es tan fácil y a la vez tan difícil tener las cosas claras en un mundo como en el que vivimos actualmente que no hace más que poner las cosas más cuesta arriba una y otra vez… pero hay ocasiones en las que tenemos que decidir algo, quizá nos vaya mal o quizá nos vaya bien, pero tenemos que decidir. Sé que es egoísta porque esto no es un ‘sale mal no pasa nada’, esto es un ‘sale mal y lo más seguro es que muramos’. La diferencia es considerable. Pero, por una vez, estoy realmente dispuesta a arriesgarme por decisión propia si él también lo está.
Suelto una risita nerviosa contra sus labios en el momento en que choco contra la mesa y acabo sentada sobre ésta en un abrir y cerrar de ojos. Me sobresalto cuando se separa de mí y no es muy bien lo que ha pasado pero me inclino hacia un lado en busca de lo que ha propiciado la separación. Aunque no veo nada. O quizá es que no quiero ver nada, no lo sé. Me muerdo el labio inferior cuando ríe pero, acto seguido, me recorre un escalofrío que hace que me quede completamente estática y aguante la respiración más de lo que debería. Suelto un sonoro suspiro. – Dicen que las mascotas se parecen a sus dueños… – susurro lentamente mientras entierro una de las manos en su pelo y lo acaricio. – Así que te quiere más de lo que piensas si se parece un poquito a mí – . Mis palabras salen justo antes de que se separe y me sonroje por lo que acabo de decir retirando la mirada hacia otro sitio avergonzada. Acabo apretando los labios y asintiendo con la cabeza. – Algunas más peligrosas que otras – contesto entonces entrelazando mis manos a su espalda y tirando de él hacia mí.
Siento que mi corazón late demasiado deprisa y hasta me duele el pecho del golpeteo constante. Me siento hasta tonta por tener el corazón acelerado, por sentirme tan tímida, nerviosa e insegura ahora mismo… y no es que él me tranquilice mucho ahora mismo… solo hace ponerme más nerviosa con su risa, sus manos, sus labios… todo él en sí me pone excesivamente nerviosa y ansiosa a la vez. Me río tapándome el rostro con una mano cuando menciona a Marco. Es irresponsable querer a una persona de la que no sabes, prácticamente, nada de su vida… quien sabe, quizá se hizo psicólogo porque de pequeño mataba gatitos y acabó haciendo todo esto para redimirse. Intento ahogar la risa que, finalmente, no consigo y apoyo el rostro contra su pecho riéndome. – Le gustaría saber que soy feliz pero... ya tengo bastante con saber que en cierto modo te pongo en peligro a ti – . No temo que Marco lo sepa porque nos queremos y confiamos el uno en el otro, pero no puede saberlo y es otra mentira más que añadir a la lista.
Separo mi frente de su pecho y le quito ese flequillo rebelde que siempre acaba teniendo en medio de la cara. Sí, me he fijado en que siempre se interpone pero tampoco me iba a poner a quitarlo de en medio. – Me podría acostumbrar a esto – digo acercando mis rostro al suyo y primero rozando mi nariz con la suya hasta que lo beso de nuevo. – Y me molesta que me guste tanto – susurro mordiendo levemente su labio inferior y separándome para fijar mis ojos en los suyos.
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Estoy por refutar eso de las mascotas pero estoy 100% seguro de que repentinamente su aroma me parece más atractivo que soltar algo que no sean balbuceos o incoherencias. Deslizo mis labios por la piel de su cuello hasta el borde de su camisa, acabando por soltar una especie de muda afirmación que apenas asoma por mi garganta. Sí, le daré la razón por hoy. Mañana compraré pienso para pifkunkistins y me anotaré en el brazo su nombre. Era algo así como Pablo. O Pedro. O Pepe. Lo ha dicho antes. Vamos Jean. Lo dijo antes. Pyro. - ¿Por qué Pyro? - Mientras estaba ocupado con mis labios recorriendo su hombro y succionando la piel, repentinamente se me viene la pregunta a la cabeza. Me separo para mirarla con un gesto extrañado y confuso a partes iguales. - ¿Estabas pensando prenderle fuego? - Alzo una ceja de forma acusatoria y evidentemente bromista con mis manos aún nadando en alguna parte de su espalda, acariciando con los dedos las curvas que se hacen cerca de su columna como si quisiera contar y memorizar sus huesos uno por uno.
Me muerdo el labio cuando habla del nivel de peligrosidad en el que estamos ahora mismo y un atisbo de culpabilidad se me planta en el pecho. Suelto un suspiro de forma brusca, por lo que el aire que exhalo golpea su cabello y lo hace ondear ligeramente. Sacudo la cabeza porque pensar en ello acabará que me eche para atrás y no soportaría que las cosa volvieran a como estaban. Era una época más fácil, sin complicaciones, pero ya no quiero vivir una vida sin complicaciones si eso significa que no puedo hacer estas cosas; que no puedo acariciar su piel todo lo que se me antoje o besarla hasta quedarme sin aliento. - ¿Vas a mentirle a tu hermano por mi? Eso es sexy - Me meneo de un lado a otro muy levemente adoptando un ligero tono que respalden mis propias palabras. Y pensar que hace menos de algunas semanas estaba intentando que no perdiera el juicio en su cumpleaños deshaciéndose de su ropa. - Aunque no se te da bien mentir. Puede que el mundo no lo note pero yo si - Murmuro acercando mis labios a su nariz y rozándola levemente. - Arrugas la nariz - Luego deslizo mis labios por sus mejillas y muerdo el labio inferior. - Y te muerdes el labio - Me separo lo justo para atraer una de mis manos hacia su brazo acariciándolo suavemente. - Y tienes un tic extraño con los dedos. Como si contaras. - No lo había pensado pero a lo mejor, si yo lo noté, su hermano también.
No. Claro que no lo hizo. Yo la miro de otra manera. Me fijaba en ella de una forma más intensa que en el resto. Era como si un faro de luz hubiera estado en su cabeza cuando había más personas alrededor. Era como si no pudiera ver otra cosa. Recuerdo sus gestos de fastidio cuando cree que nadie la mira. Y las risas que intenta ocultar de los desconocidos. Recuerdo tantas cosas de ella que hasta ese momento, no me había dado cuenta de cuantas de esas cosas se habían grabado a fuego en mi cabeza. - ¿Molesta? Algo tengo que estar haciendo mal - Bromeo. - Pero creo que puedo arreglarlo. O empeorarlo. Se me da bien empeorar cosas. Es un don natural. - Con una sola mano tiro de su camisa hasta que la saco por encima de su cabeza, luego juego con esta y la lanzo sobre la mesa. Resbala algunos centímetros antes de detenerse. - ¿Sabes en el lío en el que me metiste la última vez que te tuve así? - Pequeña y vulnerable. Ávida de algo que yo deseaba darle pero no podía. Ahora tampoco debería. Pero ya no importa. Atrapo sus labios con los míos antes de que responda en un beso profundo y ligeramente brusco y ansioso.
Me muerdo el labio cuando habla del nivel de peligrosidad en el que estamos ahora mismo y un atisbo de culpabilidad se me planta en el pecho. Suelto un suspiro de forma brusca, por lo que el aire que exhalo golpea su cabello y lo hace ondear ligeramente. Sacudo la cabeza porque pensar en ello acabará que me eche para atrás y no soportaría que las cosa volvieran a como estaban. Era una época más fácil, sin complicaciones, pero ya no quiero vivir una vida sin complicaciones si eso significa que no puedo hacer estas cosas; que no puedo acariciar su piel todo lo que se me antoje o besarla hasta quedarme sin aliento. - ¿Vas a mentirle a tu hermano por mi? Eso es sexy - Me meneo de un lado a otro muy levemente adoptando un ligero tono que respalden mis propias palabras. Y pensar que hace menos de algunas semanas estaba intentando que no perdiera el juicio en su cumpleaños deshaciéndose de su ropa. - Aunque no se te da bien mentir. Puede que el mundo no lo note pero yo si - Murmuro acercando mis labios a su nariz y rozándola levemente. - Arrugas la nariz - Luego deslizo mis labios por sus mejillas y muerdo el labio inferior. - Y te muerdes el labio - Me separo lo justo para atraer una de mis manos hacia su brazo acariciándolo suavemente. - Y tienes un tic extraño con los dedos. Como si contaras. - No lo había pensado pero a lo mejor, si yo lo noté, su hermano también.
No. Claro que no lo hizo. Yo la miro de otra manera. Me fijaba en ella de una forma más intensa que en el resto. Era como si un faro de luz hubiera estado en su cabeza cuando había más personas alrededor. Era como si no pudiera ver otra cosa. Recuerdo sus gestos de fastidio cuando cree que nadie la mira. Y las risas que intenta ocultar de los desconocidos. Recuerdo tantas cosas de ella que hasta ese momento, no me había dado cuenta de cuantas de esas cosas se habían grabado a fuego en mi cabeza. - ¿Molesta? Algo tengo que estar haciendo mal - Bromeo. - Pero creo que puedo arreglarlo. O empeorarlo. Se me da bien empeorar cosas. Es un don natural. - Con una sola mano tiro de su camisa hasta que la saco por encima de su cabeza, luego juego con esta y la lanzo sobre la mesa. Resbala algunos centímetros antes de detenerse. - ¿Sabes en el lío en el que me metiste la última vez que te tuve así? - Pequeña y vulnerable. Ávida de algo que yo deseaba darle pero no podía. Ahora tampoco debería. Pero ya no importa. Atrapo sus labios con los míos antes de que responda en un beso profundo y ligeramente brusco y ansioso.
Inclino la cabeza un poco para un lado dejando que tenga el camino libre en mi cuello para recorrerlo con sus labios. Siento un escalofrío que me recorre entera a cada roce de sus labios. Aprieto las manos contra la mesa y se me escapa un suspiro seguido de una risa nerviosa. 'No estés nerviosa. Arianne. Venga. Pero, ¿cómo no voy a estarlo? Creo que ahora mismo me podrían preguntar una multiplicación de una cifra y que me quedara con cara de poker. Se separa y abro la boca para recriminarle algo que se queda perdido entre mis pensamientos. Pyro fue el regalo atrasado de Marco por no poder venir a mi cumpleaños, y aquel día no acabaron las cosas del todo bien entre los dos. – No me gusta el fuego – . Las palabras se escapan antes de pensarlas mucho. Paseo mis manos por sus brazos en un intento de alejar mi mente del por qué no me gusta el fuego. – ¿Terapia de choque? Algo que adoro me hace referencia a algo que odio – creo que he leído algo sobre eso o lo he oído, no estoy del todo segura.
Ruedo los ojos ante la facilidad que tiene de decir cosas cuando no debe hacerlas. Por un momento me había olvidado por completo de que es él; de que, al final, siempre dirá un comentario con el que te quedarás boquiabierta y sin saber del todo qué decirle. Supongo que a mí me ha pasado en muchas ocasiones y, lo que acababa haciendo, era irme haciéndole pensar que no quería saber nada cuando, en realidad, era que no había forma de salir de ese callejón. Que te acababa arrinconando entre la espada y la pared. – Oye – me quejo vagamente ante su 'acusación'. – Sí se me da bien mentir o... al menos a mí misma – me muerdo a lengua un poco cuando digo esas palabras. Me miento mejor a mí misma que a los demás, eso desde luego no lo voy a poner en duda nunca. Algunas cosas... me he intentado convencer tanto a mí misma de que son de una forma que, al final, he acabado pensando que eran realmente así. Como ésto. Como Jean. – Pero... – ¿Él sí? Creo que hay todavía verdades escondidas en alguna parte de mi cabeza que no van a salir si no es en forma de mentira. Más mentiras. Aun así no me da tiempo a refutarle lo que ha dicho porque... me desconcentra. No puedo mantener una 'conversación' ahora mismo. No teniéndole tan cerca, sintiendo sus manos acariciarme, su respiración, sus labios. No, definitivamente no puedo seguir el hilo de mis pensamientos mucho más tiempo.
Cierro los ojos e intento mantener mi respiración lo más normalizada posible pero noto como mi pecho sube y baja con rapidez ante sus caricias. Trago saliva lentamente meneando la cabeza. – Si sigues así vas a crear una dependencia bastante peligrosa – mascullo casi sin aire mientras coloco una mano sobre su abdomen y comienzo a caminar con dos dedos en sentido ascendente hacia su pecho. Me obligo a retirar la mano cuando me saca camiseta por la cabeza y me recorre un escalofrío en el mismo momento en el que mi melena aún húmeda cae sobre mis hombros. Aun así no tengo frío, noto las mejillas como me arden y cualquier parte donde él toca también. Llevo ambas manos hasta sus mejillas cuando me besa y voy moviéndolas hasta entrelazarlas sobre su nuca. Me separo cuando noto que me está faltando el aire pero mis manos van hacia su camiseta y tiro de ella hacia arriba para quitársela y dejarla un lado. – ¿Hemos estado antes así? – pregunto acercando mis labios hacia su cuello y besándolo lentamente. – Lo vas a tener que hacer mejor porque creo que lo he olvidado – susurro a la vez que desciendo con los besos y voy bajando por su pecho con suma lentitud.
– – Ruedo los ojos ante la facilidad que tiene de decir cosas cuando no debe hacerlas. Por un momento me había olvidado por completo de que es él; de que, al final, siempre dirá un comentario con el que te quedarás boquiabierta y sin saber del todo qué decirle. Supongo que a mí me ha pasado en muchas ocasiones y, lo que acababa haciendo, era irme haciéndole pensar que no quería saber nada cuando, en realidad, era que no había forma de salir de ese callejón. Que te acababa arrinconando entre la espada y la pared. – Oye – me quejo vagamente ante su 'acusación'. – Sí se me da bien mentir o... al menos a mí misma – me muerdo a lengua un poco cuando digo esas palabras. Me miento mejor a mí misma que a los demás, eso desde luego no lo voy a poner en duda nunca. Algunas cosas... me he intentado convencer tanto a mí misma de que son de una forma que, al final, he acabado pensando que eran realmente así. Como ésto. Como Jean. – Pero... – ¿Él sí? Creo que hay todavía verdades escondidas en alguna parte de mi cabeza que no van a salir si no es en forma de mentira. Más mentiras. Aun así no me da tiempo a refutarle lo que ha dicho porque... me desconcentra. No puedo mantener una 'conversación' ahora mismo. No teniéndole tan cerca, sintiendo sus manos acariciarme, su respiración, sus labios. No, definitivamente no puedo seguir el hilo de mis pensamientos mucho más tiempo.
Cierro los ojos e intento mantener mi respiración lo más normalizada posible pero noto como mi pecho sube y baja con rapidez ante sus caricias. Trago saliva lentamente meneando la cabeza. – Si sigues así vas a crear una dependencia bastante peligrosa – mascullo casi sin aire mientras coloco una mano sobre su abdomen y comienzo a caminar con dos dedos en sentido ascendente hacia su pecho. Me obligo a retirar la mano cuando me saca camiseta por la cabeza y me recorre un escalofrío en el mismo momento en el que mi melena aún húmeda cae sobre mis hombros. Aun así no tengo frío, noto las mejillas como me arden y cualquier parte donde él toca también. Llevo ambas manos hasta sus mejillas cuando me besa y voy moviéndolas hasta entrelazarlas sobre su nuca. Me separo cuando noto que me está faltando el aire pero mis manos van hacia su camiseta y tiro de ella hacia arriba para quitársela y dejarla un lado. – ¿Hemos estado antes así? – pregunto acercando mis labios hacia su cuello y besándolo lentamente. – Lo vas a tener que hacer mejor porque creo que lo he olvidado – susurro a la vez que desciendo con los besos y voy bajando por su pecho con suma lentitud.
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Nunca entendí su odio por la psicología, sabía que me odiaba incluso desde antes de que abriera la boca la primera vez y sabía que no era precisamente por mi sino por lo que yo representaba. Algo que ella no quería pero necesitaba. Desde entonces ha pasado mucho tiempo y como decía mi madre, ha llovido mucho; si mi yo de entonces intentara adivinar lo mucho que cambiaría mi futuro en ese tiempo, no se habría acercado ni tan siquiera un poco. Mis dedos juegan con su pelo de forma totalmente inconsciente, tanto que ni siquiera sé cuantas veces he acomodado el mismo mechón tras sus orejas con la delicadeza con la que se trata al cristal más endeble del mundo. Está usando mal la terapia de choque pero no digo nada al respecto, porque de alguna manera entiendo su lógica. ¿Así cree que le perderá el miedo, no? No funciona de esa forma. Además, no es sensato perderle el miedo al fuego. Cierro los ojos y acaricio con mis labios la piel de su mejilla, soltando mi respiración de forma muy lenta, que acaba por ser un tipo de caricia etérea y fugaz a modo de consuelo. — El miedo es lo que mantiene vivas a las personas. ¿Nunca habías oído eso? — También pasé mi época estudiando el modo de instrucción de los agentes de la paz; y usaban la teoría del miedo controlado. El miedo les mantiene alertas, y si pueden controlarlo también mantienen su eficiencia. Demasiado miedo bloquea a una persona. poco miedo la hace irracionalmente estúpida.
Mientras esas cosas técnicas pasan por mi cabeza se van desvaneciendo lentamente las palabras, como si repentinamente no importara mucho. Respondo la mayor parte de sus comentarios con un "mmm" que suena afirmativo o la insta a decir algo más concentrado en recorrer el resto de su piel hacia su cuello y luego en memorizar el olor de su perfume mezclado con el del suavizante que compro por mero capricho. Mi madre siempre hacía eso. Amaba limpiar por el olor a pino del limpiasuelos y el olor a talco de la mopa. Lavar la ropa por el olor a lavanda. Cocinar por el olor a canela. Siempre tenia algo que la movía por el olor y yo intenté emular sus técnicas para hacerme más fácil el hecho de estar desperdiciando mi inteligencia con labores domésticas que ahora repentinamente ni siquiera me importa hacerlas. — ¿Así como? — Después de que aquellas palabras salgan en un susurro ahogado de mis labios contra su hombro, me avergüenzo ligeramente de mi mismo. Ceder a esta clase de instintos ni siquiera es mi estilo. Solo pasó un par de veces y jamás de esta manera.
En mi cabeza estas sensaciones son formulas matemáticas pero en este instante, esas fórmulas matemáticas son inexplicables para mi. No importa todo lo que intente explicar la forma en la que me dejo llevar solo rozando mi piel contra la suya de una forma casi inocente pero con anhelos mucho más profundos; no puedo. No puedo ponerlo en palabras. Por primera vez en siglos, ni siquiera tengo una explicación para algo, que visto desde el punto de espectador, parecía tan simple.
Ese momento de re compostura me dura lo mismo que lo que tardan sus labios llegando a mi cuello. Ahogo un suspiro que sale de lo más profundo de mi alma y pongo mis manos en la mesa, a riesgo de que me fallen las piernas mientras un estremecimiento que empieza en esa zona, se desplaza a gran velocidad, como un rayo, por mi columna vertebral. Vuelvo a la incoherencia, aventurándome a formular una tácita pregunta con otro "¿mmm?" mientras busco la forma de no ser tan patéticamente vulnerable delante de ella. Pero al mismo tiempo que esas palabras preguntan por las suyas, recuerdo mi insinuación. Me fuerzo a levantar la mirada hacia ella, procurando usar la mayor cantidad de concentración posible, en intentar identificar si de verdad no lo recuerda, o está jugando conmigo. En ese momento, aunque se pusiera con todos sus tics nerviosos a la vez, probablemente ni siquiera los vería porque no puedo verla por partes, solo en conjunto. Como si un foro me impidiera separar esos rasgos que en otros momentos, no me habrían pasado en absoluto desapercibidos. — ¿No lo recuerdas? — Mi tono de voz está ligeramente consternado, y no solo por la duda que cruza por mi cara cuando lo pregunto sino por el efecto que su respiración chocando contra mi piel causa en mi. — No estaba seguro — Bajo la vista pero me arrepiento nada más hacerlo porque lo primero que encuentran mis ojos son sus pechos envueltos en un sujetador, así que vuelvo a levantar la mirada negándome a parecer un salido pervertido cuando me invaden unas irrefrenables ganas de morderla.
Fijar mis ojos en ella resulta mucho más difícil. — La noche en la que cumpliste años... supongo que si realmente no te acuerdas, sí que hice lo correcto — Aunque luego se enfadara. Aunque luego me apartara. Si hubiera seguido adelante dejándome llevar por un anhelo que tenía dentro de mi más tiempo del que puedo si quiera recordar, me habría arrepentido el resto de mi vida. — Pero ya no importa — Porque al final ¿no ha sido eso lo que ha desembocado esto? Eso es mejor que una noche furtiva, aunque el miedo de acabar jodiéndolo todo sigue estando presente, oculto tras esa capa de desesperación y anhelo que finalmente me hacen besarla.
Mientras esas cosas técnicas pasan por mi cabeza se van desvaneciendo lentamente las palabras, como si repentinamente no importara mucho. Respondo la mayor parte de sus comentarios con un "mmm" que suena afirmativo o la insta a decir algo más concentrado en recorrer el resto de su piel hacia su cuello y luego en memorizar el olor de su perfume mezclado con el del suavizante que compro por mero capricho. Mi madre siempre hacía eso. Amaba limpiar por el olor a pino del limpiasuelos y el olor a talco de la mopa. Lavar la ropa por el olor a lavanda. Cocinar por el olor a canela. Siempre tenia algo que la movía por el olor y yo intenté emular sus técnicas para hacerme más fácil el hecho de estar desperdiciando mi inteligencia con labores domésticas que ahora repentinamente ni siquiera me importa hacerlas. — ¿Así como? — Después de que aquellas palabras salgan en un susurro ahogado de mis labios contra su hombro, me avergüenzo ligeramente de mi mismo. Ceder a esta clase de instintos ni siquiera es mi estilo. Solo pasó un par de veces y jamás de esta manera.
En mi cabeza estas sensaciones son formulas matemáticas pero en este instante, esas fórmulas matemáticas son inexplicables para mi. No importa todo lo que intente explicar la forma en la que me dejo llevar solo rozando mi piel contra la suya de una forma casi inocente pero con anhelos mucho más profundos; no puedo. No puedo ponerlo en palabras. Por primera vez en siglos, ni siquiera tengo una explicación para algo, que visto desde el punto de espectador, parecía tan simple.
Ese momento de re compostura me dura lo mismo que lo que tardan sus labios llegando a mi cuello. Ahogo un suspiro que sale de lo más profundo de mi alma y pongo mis manos en la mesa, a riesgo de que me fallen las piernas mientras un estremecimiento que empieza en esa zona, se desplaza a gran velocidad, como un rayo, por mi columna vertebral. Vuelvo a la incoherencia, aventurándome a formular una tácita pregunta con otro "¿mmm?" mientras busco la forma de no ser tan patéticamente vulnerable delante de ella. Pero al mismo tiempo que esas palabras preguntan por las suyas, recuerdo mi insinuación. Me fuerzo a levantar la mirada hacia ella, procurando usar la mayor cantidad de concentración posible, en intentar identificar si de verdad no lo recuerda, o está jugando conmigo. En ese momento, aunque se pusiera con todos sus tics nerviosos a la vez, probablemente ni siquiera los vería porque no puedo verla por partes, solo en conjunto. Como si un foro me impidiera separar esos rasgos que en otros momentos, no me habrían pasado en absoluto desapercibidos. — ¿No lo recuerdas? — Mi tono de voz está ligeramente consternado, y no solo por la duda que cruza por mi cara cuando lo pregunto sino por el efecto que su respiración chocando contra mi piel causa en mi. — No estaba seguro — Bajo la vista pero me arrepiento nada más hacerlo porque lo primero que encuentran mis ojos son sus pechos envueltos en un sujetador, así que vuelvo a levantar la mirada negándome a parecer un salido pervertido cuando me invaden unas irrefrenables ganas de morderla.
Fijar mis ojos en ella resulta mucho más difícil. — La noche en la que cumpliste años... supongo que si realmente no te acuerdas, sí que hice lo correcto — Aunque luego se enfadara. Aunque luego me apartara. Si hubiera seguido adelante dejándome llevar por un anhelo que tenía dentro de mi más tiempo del que puedo si quiera recordar, me habría arrepentido el resto de mi vida. — Pero ya no importa — Porque al final ¿no ha sido eso lo que ha desembocado esto? Eso es mejor que una noche furtiva, aunque el miedo de acabar jodiéndolo todo sigue estando presente, oculto tras esa capa de desesperación y anhelo que finalmente me hacen besarla.
No puedo evitar que mi cabeza piense en otras cosas casi al instante en el que escucho sus palabras. El miedo nos mantiene vivos. Yo tuve tanto miedo en aquel momento, tuve tanto... ¿miedo? Sí, realmente estaba aterrorizada con morir, con que mi muerte fuera muy dolorosa, pero no sé porqué pero me mantenía más despierta y más viva querer proteger a Theseus y Alexander. Un jadeo se escapa de mi garganta e intento respirar por la nariz suspirando. Quiero quitar todos esos pensamientos, todos esos recuerdos de mi cabeza. Siempre quiero que desaparezcan de mi vida, que dejen de torturarme y no ronden más mi cabeza, pero aún más quiero que se vayan de mi cabeza ahora mismo.
Porque Jean está aquí. No me voy a decir a mí misma que nada cambiaría si uno de los otros dos estuvieran aquí porque no quiero seguir mintiéndome, pero se que ahora mismo me da igual todo eso porque solo quiero... decirle lo que siento. Me he estado comportando como una ridícula odiándole y tirándole cosas desde el mismo día en el que lo conocí. Ignorándole deliberadamente para que desapareciera aunque, en realidad, en ese momento lo que más deseaba que pasara era que yo desapareciera, no él. Después hubo un momento en el que me negaba a que me estuviera ayudando de verdad, y pasé al momento de 'no quiero que te acerques a mí porque esto lo haces por trabajo'. ¡Me molestaba que lo hiciera por trabajo! No entendía porqué pero una parte de mi odiaba que solo viniera a verme cuando teníamos que hablar de algo o una revisión o... no sé; la verdad es que no me molestaba en pensarlo mucho, suficientes cosas tenía en mi cabeza para, también, tener que lidiar con lo contradictorios que eran mis pensamientos y lo enredada que se convertían mi cabeza cada vez que andaba cerca molestándome.
Frunzo un poco la nariz con gesto contrariado. Vale, definitivamente algo se me está escapando de las manos. Algo que no recuerdo y él esperaba que recordara... y que le decepciona que no sea así. Bajo la mirada y me quedo mirando su cuerpo en silencio. Observando el subir y bajar de su pecho con sus respiraciones, e intentando concentrarme en acompasar mi respiración a la suya de forma completamente involuntaria, dejando mi mente ir. – ¿Hice o dije algo que no debía? – pregunto pegando mis labios a su pecho y cerrando los ojos apenas unos segundos
Alzo la mirada solo un poquito, pero desde mi posición no veo más allá de su barbilla así que me separo un poco para mirarlo a los ojos con curiosidad. – Me da la sensación de que dije algo que a ti te importó, y no... consigo recordar que fue – mi palabras al final salen como un hilito débil de voz y suspiro pesadamente. Intento esbozar una pequeña sonrisa y me inclino hacia él para rozar mis labios con los suyos mientras entrelazo mis manos contra su espalda. Odio que no vaya a poder hacer un gesto tan simple como este cuando me de la gana, o cogerle de la mano o... ir a cualquier sitio juntos como hace todo el mundo. Me muerdo el labio inferior separándome un poco de él y desviando la mirada hacia la cocina.
– Me pregunto si en algún momento voy a poder tener algo... fácil – susurro de forma bastante inconsciente. No como lo que pasó dentro de la Arena que estaba claro que acabaría en fracaso, no como esto que... acabará igual. No se por qué pero el simple hecho de pensarlo me hace que sienta una presión en el pecho que no me deja respirar.
Porque Jean está aquí. No me voy a decir a mí misma que nada cambiaría si uno de los otros dos estuvieran aquí porque no quiero seguir mintiéndome, pero se que ahora mismo me da igual todo eso porque solo quiero... decirle lo que siento. Me he estado comportando como una ridícula odiándole y tirándole cosas desde el mismo día en el que lo conocí. Ignorándole deliberadamente para que desapareciera aunque, en realidad, en ese momento lo que más deseaba que pasara era que yo desapareciera, no él. Después hubo un momento en el que me negaba a que me estuviera ayudando de verdad, y pasé al momento de 'no quiero que te acerques a mí porque esto lo haces por trabajo'. ¡Me molestaba que lo hiciera por trabajo! No entendía porqué pero una parte de mi odiaba que solo viniera a verme cuando teníamos que hablar de algo o una revisión o... no sé; la verdad es que no me molestaba en pensarlo mucho, suficientes cosas tenía en mi cabeza para, también, tener que lidiar con lo contradictorios que eran mis pensamientos y lo enredada que se convertían mi cabeza cada vez que andaba cerca molestándome.
Frunzo un poco la nariz con gesto contrariado. Vale, definitivamente algo se me está escapando de las manos. Algo que no recuerdo y él esperaba que recordara... y que le decepciona que no sea así. Bajo la mirada y me quedo mirando su cuerpo en silencio. Observando el subir y bajar de su pecho con sus respiraciones, e intentando concentrarme en acompasar mi respiración a la suya de forma completamente involuntaria, dejando mi mente ir. – ¿Hice o dije algo que no debía? – pregunto pegando mis labios a su pecho y cerrando los ojos apenas unos segundos
Alzo la mirada solo un poquito, pero desde mi posición no veo más allá de su barbilla así que me separo un poco para mirarlo a los ojos con curiosidad. – Me da la sensación de que dije algo que a ti te importó, y no... consigo recordar que fue – mi palabras al final salen como un hilito débil de voz y suspiro pesadamente. Intento esbozar una pequeña sonrisa y me inclino hacia él para rozar mis labios con los suyos mientras entrelazo mis manos contra su espalda. Odio que no vaya a poder hacer un gesto tan simple como este cuando me de la gana, o cogerle de la mano o... ir a cualquier sitio juntos como hace todo el mundo. Me muerdo el labio inferior separándome un poco de él y desviando la mirada hacia la cocina.
– Me pregunto si en algún momento voy a poder tener algo... fácil – susurro de forma bastante inconsciente. No como lo que pasó dentro de la Arena que estaba claro que acabaría en fracaso, no como esto que... acabará igual. No se por qué pero el simple hecho de pensarlo me hace que sienta una presión en el pecho que no me deja respirar.
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– ¿Hice o dije algo que no debía? – Mi "no" es casi inmediato pero luego, mi expresión desvela un atisbo de duda que si bien al principio es sutil, luego se transforma en un gesto casi imposible de confundir. — Sí... bueno. Sí, pero no. — Ni siquiera sé como explicárselo. Dejo caer mis manos sobre la mesa y suelto un suspiro, separando mi cuerpo sutilmente del suyo mientras me inclino hacia adelante con un gesto pensativo buscando palabras que de repente, se han desvanecido de mi vocabulario. Resulta difícil mantener la concentración con su actitud y con sus casi a la altura de mi rostro. — No fue eso. ¿De acuerdo? Solo me pusiste en... medio de una encrucijada que me hacía sentir un poco extraño — Me reincorporo de nuevo poniendo mis manos más hacia su espalda pero a la altura de su cintura, sintiendo un calambrazo que recorre cada parte de mi piel y cada sentido de mi cuerpo a gran velocidad y siempre empieza en el mismo sitio donde chocan sus labios. Si esto me resulta difícil de soportar ahora, que intento decir algo importante, no sé que haré el resto del tiempo.
Retengo mi respiración en los pulmones hasta que estos piden aire a gritos, al final lo digo tal cual se me ocurre porque no consigo hilas palabras de una forma coherente y menos absurda. — Estabas borracha, no fue tu culpa. Y preciosa. Y solo podía pensar en las ganas que tenía de hacer esto, de estar así, un minuto, solo un minuto — Cierro los ojos y dejo caer mis labios un poco más abajo de sus hombros, en el lugar donde la piel abulta un poco. Deposito un beso prolongado allí, succionando parte de la piel, lo cual al final la enrojece ligeramente. — Y tú estabas ahí, poniéndome difícil lo de ser un caballero. — Aparto otro mechón de su pelo, esta vez de sus hombros hacia su espalda y repito ese beso, un poco más arriba, justo donde se siente el hueso entre el hombro y el brazo. — Pero está bien así. Quería que lo recordaras y mis principios me impiden aprovecharme de una chica borracha — Intento que suene a una broma pero su expresión no es una broma en absoluto.
Planto mi vista sobre su rostro, escudriñando cada mínimo detalle y grabándolo en mi memoria de forma inconsciente. Alzo una mano, acariciando con mis dedos las arrugas de su expresión, sutiles pero presentes, usando los dedos índice y anular sacudiendo la cabeza. — Nada es fácil nunca y cuando lo es, no vale la pena. — Planto mis labios en la comisura de sus ojos y luego los deslizo hacia su mejilla bajando la voz en un susurro una vez estoy cerca de su oído. — Lo fácil lo puede conseguir cualquiera. Las cosas que valen la pena requieren esfuerzo y sacrificio. Así funciona el mundo. Y es mejor así, porque las valoras más y las proteges con la importancia que se merecen. —
Retengo mi respiración en los pulmones hasta que estos piden aire a gritos, al final lo digo tal cual se me ocurre porque no consigo hilas palabras de una forma coherente y menos absurda. — Estabas borracha, no fue tu culpa. Y preciosa. Y solo podía pensar en las ganas que tenía de hacer esto, de estar así, un minuto, solo un minuto — Cierro los ojos y dejo caer mis labios un poco más abajo de sus hombros, en el lugar donde la piel abulta un poco. Deposito un beso prolongado allí, succionando parte de la piel, lo cual al final la enrojece ligeramente. — Y tú estabas ahí, poniéndome difícil lo de ser un caballero. — Aparto otro mechón de su pelo, esta vez de sus hombros hacia su espalda y repito ese beso, un poco más arriba, justo donde se siente el hueso entre el hombro y el brazo. — Pero está bien así. Quería que lo recordaras y mis principios me impiden aprovecharme de una chica borracha — Intento que suene a una broma pero su expresión no es una broma en absoluto.
Planto mi vista sobre su rostro, escudriñando cada mínimo detalle y grabándolo en mi memoria de forma inconsciente. Alzo una mano, acariciando con mis dedos las arrugas de su expresión, sutiles pero presentes, usando los dedos índice y anular sacudiendo la cabeza. — Nada es fácil nunca y cuando lo es, no vale la pena. — Planto mis labios en la comisura de sus ojos y luego los deslizo hacia su mejilla bajando la voz en un susurro una vez estoy cerca de su oído. — Lo fácil lo puede conseguir cualquiera. Las cosas que valen la pena requieren esfuerzo y sacrificio. Así funciona el mundo. Y es mejor así, porque las valoras más y las proteges con la importancia que se merecen. —
Hacía bastante que no me sentía feliz y aterrorizada al mismo tiempo; quizás sea por el hecho de que hacía mucho tiempo que no me sentía feliz, que esa palabra sentía que era del too inalcanzable para mí, que no me lo merecía. Y lo cierto es que, desde luego, no me lo merezco y me está quedando muy claro. Es como si el destino se lo pasara bien riéndose de mí en mi cara, poniéndome la miel en los labios y, después, como siempre, arrebatándome la felicidad de la forma más dolorosa. Lo peor es que esta vez he sido yo la que, en cierto modo, he elegido hacerlo aunque se que es muy probable que me dé de bruces con otro muro, de nuevo.
Parpadeo bastante seguido ante las cosas que dice. Yo estaba borracha. ¿Yo? Creo que la única vez que he tomado algo de alcohol fue cuando estaba en la isla de los Vencedores o... quizás fue en la Ceremonia de Coronación. Trago saliva con fuerza al pensar en ello. No quiero que mis pensamientos se posen más tiempo del necesario, no pienso prestarles atención, no de nuevo, no ahora mismo. Oh, no, espera, creo que me peleé con una chica en una fiesta en el Capitolio en una fiesta. Siento el rubor subir a mis mejillas e inclino la cabeza hacia delante para que no se percate de ello, lo cual es bastante complicado debido a la corta distancia a la que nos encontramos el uno del otro. — ¿No pasó nada? — pregunto con cierta nota de curiosidad en mi voz. Si fui capaz de pegar a una chica... no sé que fui capaz de decirle a Jean. Me dan ganas de ponerme a patalear e irme a mi habitación para gritar contra la almohada por ser tan idiota. — Cuando dices que te puse difícil ser un caballero me pones en lo peor — bromeo esbozando una pequeña sonrisa en mis labios.
Entrelazo las manos sobre mis piernas mirando hacia otro lado con cierta pesadumbre. En algún momento de mi vida tendré que dejar de preocuparme de todo, poder disfrutar de las pequeñas cosas de la vida; pero no puedo ahora, no puedo cuando lo que quiero disfrutar o con quien quiero estar no puedo, está prohibido y eso me hace pensar en la ingente cantidad de contras que tiene todo esto. Cierro los ojos y suspiro. — Pero a ti no te puedo proteger de todo esto... — susurro con voz ahogada. — Nunca he podido proteger a nadie —. Trago saliva meneando la cabeza hacia ambos lados. No voy a pensar que esto ha sido una mala idea porque he conseguido decidir algo por mí misma, pero tampoco puedo dejar de pensar en las cosas malas que podrían pasar. En las cosas que le podrían pasar todo porque soy una caprichosa egoísta.
Parpadeo bastante seguido ante las cosas que dice. Yo estaba borracha. ¿Yo? Creo que la única vez que he tomado algo de alcohol fue cuando estaba en la isla de los Vencedores o... quizás fue en la Ceremonia de Coronación. Trago saliva con fuerza al pensar en ello. No quiero que mis pensamientos se posen más tiempo del necesario, no pienso prestarles atención, no de nuevo, no ahora mismo. Oh, no, espera, creo que me peleé con una chica en una fiesta en el Capitolio en una fiesta. Siento el rubor subir a mis mejillas e inclino la cabeza hacia delante para que no se percate de ello, lo cual es bastante complicado debido a la corta distancia a la que nos encontramos el uno del otro. — ¿No pasó nada? — pregunto con cierta nota de curiosidad en mi voz. Si fui capaz de pegar a una chica... no sé que fui capaz de decirle a Jean. Me dan ganas de ponerme a patalear e irme a mi habitación para gritar contra la almohada por ser tan idiota. — Cuando dices que te puse difícil ser un caballero me pones en lo peor — bromeo esbozando una pequeña sonrisa en mis labios.
Entrelazo las manos sobre mis piernas mirando hacia otro lado con cierta pesadumbre. En algún momento de mi vida tendré que dejar de preocuparme de todo, poder disfrutar de las pequeñas cosas de la vida; pero no puedo ahora, no puedo cuando lo que quiero disfrutar o con quien quiero estar no puedo, está prohibido y eso me hace pensar en la ingente cantidad de contras que tiene todo esto. Cierro los ojos y suspiro. — Pero a ti no te puedo proteger de todo esto... — susurro con voz ahogada. — Nunca he podido proteger a nadie —. Trago saliva meneando la cabeza hacia ambos lados. No voy a pensar que esto ha sido una mala idea porque he conseguido decidir algo por mí misma, pero tampoco puedo dejar de pensar en las cosas malas que podrían pasar. En las cosas que le podrían pasar todo porque soy una caprichosa egoísta.
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Cuando inclina la cabeza hacia adelante inclino la mía por inercia, por lo que su cabello me acaba haciendo coquillas y eso me hace esbozar una sonrisa. — Depende de que catalogues como nada exactamente — Me pongo misterioso, girando mi cabeza lo bastante como para que mi mejilla roce la suya en un toque bastante felino que hago de forma inconsciente. — Dije difícil, no imposible — Llevo una de mis manos hacia su rostro para levantarlo ligeramente, pasando a acomodarle el cabello detrás de su oreja y luego quitarlo de su hombro con toda la delicadeza de la que dispongo en ese momento; como si ella fuera el tesoro más preciado que he tenido jamás. Y realmente lo es. Al menos en este momento y probablemente por el esto de mi vida.
Suelto un suspiro cuando observo esa mirada en sus ojos, sabiendo que está pensando demasiado. No puede evitarlo y de alguna forma la comprendo, porque a veces yo tampoco puedo. — No necesito que me protejas. De hecho, la gente comete esos errores muy a menudo. Piensa que puede proteger a los que quiere de todo lo que les pase pero... no puedes. No solo porque es físicamente imposible estar en todas partes, sino porque las cosas, tanto malas como buenas, que pasan a la gente, les hace quienes son. — Deslizo mis dedos por sus pómulos, como si limpiara unas lágrimas invisibles debajo de sus ojos y luego deposito un beso sobre su nariz para posteriormente hacer lo mismo con sus labios, ahogando la voz al final. — ¿Sabes que si mis padres no hubieran sido vencedores, yo jamás habría sido psicólogo? Y eso es solo uno de los miles de ejemplos — Puedo poner otro más simple, como el obvio entre ella y yo. Jamás la habría conocido si no hubiera ganado los juegos.
Todas esas pequeñas casualidades son las que construyen la historia de las personas. — Basta — Murmuro con suavidad, en un reclamo ante su cabezonería pero sin sonar rudo, tomando su rostro con mis dos manos y presionando sus mejillas hasta que se abultan un poco. — Deja de pensar. — Meneo mis manos, cosa que hace que su gesto sea aún más gracioso. — Piensa en algo que siempre hayas querido hacer y no hayas hecho porque no parabas de pensar en motivos para no hacerlo. — Y antes de que se invente alguna chorrada como dormir hasta el fin de sus días, empiezo yo. — Yo siempre quise aprender a surfear. Pero mi coordinación física-visual es nefasta.
Suelto un suspiro cuando observo esa mirada en sus ojos, sabiendo que está pensando demasiado. No puede evitarlo y de alguna forma la comprendo, porque a veces yo tampoco puedo. — No necesito que me protejas. De hecho, la gente comete esos errores muy a menudo. Piensa que puede proteger a los que quiere de todo lo que les pase pero... no puedes. No solo porque es físicamente imposible estar en todas partes, sino porque las cosas, tanto malas como buenas, que pasan a la gente, les hace quienes son. — Deslizo mis dedos por sus pómulos, como si limpiara unas lágrimas invisibles debajo de sus ojos y luego deposito un beso sobre su nariz para posteriormente hacer lo mismo con sus labios, ahogando la voz al final. — ¿Sabes que si mis padres no hubieran sido vencedores, yo jamás habría sido psicólogo? Y eso es solo uno de los miles de ejemplos — Puedo poner otro más simple, como el obvio entre ella y yo. Jamás la habría conocido si no hubiera ganado los juegos.
Todas esas pequeñas casualidades son las que construyen la historia de las personas. — Basta — Murmuro con suavidad, en un reclamo ante su cabezonería pero sin sonar rudo, tomando su rostro con mis dos manos y presionando sus mejillas hasta que se abultan un poco. — Deja de pensar. — Meneo mis manos, cosa que hace que su gesto sea aún más gracioso. — Piensa en algo que siempre hayas querido hacer y no hayas hecho porque no parabas de pensar en motivos para no hacerlo. — Y antes de que se invente alguna chorrada como dormir hasta el fin de sus días, empiezo yo. — Yo siempre quise aprender a surfear. Pero mi coordinación física-visual es nefasta.
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