The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jamie D. Niniadis
Tengo miles de cosas que hacer pero nada ocupa tanto mi tiempo como resolver todo el asunto de los juegos. Incluso cuando no estoy pensando en ello, tengo la televisión de aquel inmenso despacho encendida mientras veo la retransmisión. Julius ha dejado claro que la arena ahora mismo está trabajando por sí misma y no hay manera de contactar con el interior para poder sacarles de allí. No deja abrir las puertas, no deja entrar a nadie, y a no ser que estén muertos, tampoco los deja salir. Recuperar los cadáveres de aquellos chicos me da un poco de resquemor, esos jóvenes magos que nunca aprenderán a usar una varita debidamente sólo por un descuido. Pero encontraré al maldito cerdo que ha creado esta situación en la que solo estoy pareciendo la zorra de turno, que ha aprovechado para vender a los magos una versión supuestamente renovada de un gobierno ya corrupto. No entienden que hago todo esto por ellos y que hay personas absurdas y fuera de sus cabales intentando romper todo lo que hemos construido durante el último año.

Pero no hay nada que yo pueda decir o hacer para que me crean y sin embargo aquí estoy, intentando buscar una solución. Son más de las 2 de mañana y llevo al menos 30 horas sin dormir, pero los juegos son la única situación que ocupa en ese momento mi cabeza. Hace menos de media hora he visto a una muggle ser asesinada por el máster sin piedad y aquella amenaza que fue lanzada para que no volvieran a juntarse a trabajar en equipo, cosa que empezaron a hacer, pese a las normas, cuando la arena se salio de control. Son listos, pero no lo suficiente. Ella los convierte en enemigos. De momento, la única esperanza que tienen ellos y que tengo yo de que toda esa pesadilla termine, es que ganen el juego. No podemos intervenir desde fuera, los regalos se están generando automáticamente; así que ¿qué podemos hacer? Estoy tan inmersa en la televisión que cuando escucho la puerta abrirse me pego un susto. Suelto un grito y me llevo las manos a la cara cuando escucho la voz de Sean. - No te oí tocar, lo siento. Creía que habías ido a dormir ya. - Suelto entre una ligera risa nerviosa y un ataque de nervios. Detengo los juegos con el mando a distancia porque no creo que volver a sacar el tema a la luz, de lo mala idea que fueron los juegos, sea precisamente una discusión que quiero mantener ahora; otra vez. - Dime que son buenas noticias. - Nunca son buenas noticias si vienen a las dos de la mañana.
Jamie D. Niniadis
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A. Sean Niniadis
Puedo escuchar claramente como las agujas del reloj se van moviendo poco a poco, marcando uno tras uno los minutos que estoy perdiendo de sueño mientras trato de entender qué mierda he hecho mal en mi vida. Bueno, sí, no he sido el mejor tutor ni tampoco el mejor intento de pareja que alguna vez intenté hace tanto tiempo, pero tampoco lo he hecho tan mal. ¿Es porque desperdicié todo ese tiempo cuidado de ebrios y niños desaparecidos mientras ella crecía sola? No es como si yo hubiera tenido la culpa de que su madre jamás se dignó a llamarme para decirme algo tan simple como "ey, tú, esta niña es tuya". Por lo contrario, tengo que enterarme que no solo se murió, sino que me dejó a su hija para cuidarla porque no tiene a nadie más en el mundo y ella no hace otra cosa que odiarme como si fuese mi culpa. ¿Acaso se cree que yo quería todo esto? Nunca pensé en mí como un padre, pero de tener que serlo, hubiese deseado que las cosas fueran diferentes. Como una esposa, un perro y esas tonterías que venden como el prototipo de familia normal.

No tengo ni idea de qué hora de la madrugada es cuando decido que si me quedo más tiempo en la cama no haré otra cosa que levantarme en la mañana sin haber descansado, así que empujo las mantas de fina calidad para levantarme, rascándome la nalga por encima del negro pantalón de pijama, ese que combino con la remera oscura vieja que antes usaba para dormir y que me he negado a cambiar por una camisa de seda para señoritas que se supone que los tipos del Capitolio usan. Siempre he creído que son un poco patéticos. Sin siquiera molestarme en calzarme, abandono mi habitación con un bostezo, arrastrando mis pies en dirección a la cocina cuando, a mitad del camino entre las muchas escaleras y pasillos, me percato de que el sonido de la televisión encendida y alguna que otra luz siguen saliendo por los costados de la puerta que es el despacho de Jamie, al menos que me haya perdido por culpa de la oscuridad. No me sorprende que siga despierta a esta hora, porque por lo que he visto, últimamente no duerme, y no la culpo. No porque a mí me importe tener unos juegos en marcha, sino porque comprendo la gravedad del asunto. Si las cosas siguen mal, no queremos que nadie venga con antorchas a buscarnos.

Ni siquiera dudo cuando empujo la puerta y entro como si fuese mi propio dormitorio, buscando su cabello con la mirada hasta que la encuentro, con ese gesto que deja bien en claro que anda pensativa y que ni se ha fijado en mí. Carraspeo, tomando unos dulces que sospecho que tiene solamente por Laila de su escritorio y me acerco, metiéndome uno en la boca de una manera tan burda que creo que ella debe recordar que solía hacer lo mismo cuando éramos niños - ¿todavía le das vueltas a eso? - pregunto, arrugando el papel del caramelo que ando masticando entre mis dedos mientras jugueteo con los otros, preguntándome cual voy a comerme luego. Su pequeño susto me hace sonreír para mí mismo con una camuflada diversión y levanto los ojos hacia ella, rogando en mi interior que ojalá pudiese darle buenas noticias que a la vieja Jamie pudiesen gustarle, pero ambos sabemos que eso es imposible.

- Depende. No son buenas ni malas. ¿Consideras una noticia que no pueda dormir y venga a fastidiar tus planes del dominio mundial? - pregunto tranquilamente, en un tono que pretende sonar bromista, y le lanzo un caramelo - deberías endulzarte un poco. Y dormir... luces pálida. Y eso es mucho decir, siempre fuiste un papel.
A. Sean Niniadis
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Jamie D. Niniadis
Me giro sobre el mueble mientras va directo a por los caramelos, enfundado en ese tipo de pijama hortera que le he visto llevar casi toda nuestra vida. Esbozo media sonrisa antes de un gesto de ligera sorpresa porque no veo venir el caramelo hasta que me da en la frente y luego me cae entre el triángulo que forman mis propias piernas sobre el sofá. Acabo por reírme tomando el caramelo entre las manos, metiendolo a la boca con el envoltorio y luego tirando de éste para sacarlo. - Me encantaría sacarlos antes de que muriesen todos. Si quisiera ejecutar muggles porque sí, no montaría todo este teatro - Inconscientemente me excuso sobre una de las acusaciones que han hecho respecto a la gente que está muriendo, de que monté todo esto para deshacerme de ellos, como si no estuviéramos perdiendo magos también. Luego suelto un murmuro que intenta ser una disculpa, no quiero convertir nuestra conversación nocturna en una especie de entrevista de las cosas que debería decir en la próxima rueda de prensa. Muevo el caramelo de un lado de mi boca a otro, ligeramente distraída con la mirada sobre la varita que se me quedó en algún momento sobre la mesa, después de pasarme el día trabajando con ella.

Poco a poco mi vista se vuelve borrosa entre más me meto en mis pensamientos, hasta que escucho sus palabras. - ¿No puedes dormir? ¿Por qué? - Pregunto ligeramente sorprendida, pero luego mi tono cambia a uno ligeramente sabelotodo y burlón. - Y no intento conquistar el mundo, intento hacerlo mejor. Cosa que está siendo todo un reto sin dinero - Lo último pierde ese tono ligero que pretende ser gracioso, mientras me dejo caer del todo al sofá con la cabeza apoyada en el posabrazos y uno de mis pies colgando por el otro. - Creía que los juegos iban a solucionar eso y nos dieron más problemas. - Farfullo. Me llevo las manos a la cara para dar un par de golpes en ella procurando darle color a mis mejillas. Era así como en el pasado, las chicas se ponían rosas las mejillas a falta de maquillaje. - No es verdad. Es sólo que se me ha acumulado trabajo. ¿Puedo poner en la constitución una ley que a partir de mañana haga días de 48 horas? - Sé lo estúpido que suena, soy consciente de ello, así que tras soltarlo con un ligero tono jovial que parece esperanzador, suelto un gemido frustrado. - Ya sé porqué todos los conquistadores fueron hombres... se ahorraban lo de criar un país y gobernar un niño a la vez - Tardo un rato en darme cuenta de que lo he dicho mal y suelto una carcajada antes de corregirme, usando mis manos como apoyo visual.
Jamie D. Niniadis
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A. Sean Niniadis
Que parezca preocuparse un momento sobre los muggles que andan muriendo ahora mismo me hacen pensar, por un momento, que mi prima ha regresado a nosotros, pero luego recuerdo que lo que más le interesa de todo este asunto es la propaganda que los juegos le tendrían que dejar y no la imagen que le están dando ahora. Eso hace que mastique el caramelo con un poco más de fuerza de la que debería, haciendo que haga un ruidito extraño entre mis dientes, mientras que camino hacia ella y le doy una palmada en las piernas para que me haga algo de lugar. Me dejo caer en el pequeño borde que queda entre su cuerpo y el aire, apoyándome un poco contra sus muslos de esa manera confianzuda que solíamos tener cuando éramos más jóvenes - ¿Por qué? Tú también tienes un hijo adolescente, deberías entenderlo - explico como si fuese obvio, abriendo un segundo caramelo. Río un poco ante su comentario, tratando de no responder algo que pueda caerle mal para no llevarle la contraria, muy concentrado en comer mis dulces hasta que finalmente, lo último que sale de sus labios hace que gire la cabeza para mirarla.

Jamie siempre ha sido jodidamente hermosa, y que gracias a su magia no se permita parecer más vieja de lo que solía ser, su aspecto es casi el mismo desde esos tiempos que nos besuqueábamos a escondidas. No lo hace más fácil - tratándose de Seth, gobernar y criar es casi lo mismo - admito, reprimiendo una sonrisa ligera que va más para mí en mis recuerdos del muchacho estando ebrio por culpa de una novia que aparentemente perdió, pero creo que Jamie no querrá escuchar aquello. Supongo que algo que nos une a mí y a mi sobrino es el rechazo de Audrey, y no sé cual de los dos es peor - pero no eres la única que tiene problemas. ¿Todas las chicas son así de hormonales cuando rondan los quince? - el papelito del caramelo hace un ruido metálico mientras lo estiro y vuelvo a arrugar varias veces, observándolo a contraluz sobre mis ojos - he tratado de comprenderla. De cuidarla. De darle aquellas cosas que durante años no pude porque nadie tuvo la decencia de decirme que ella existía... y lo único que consigo por su parte son portazos en la cara.

A veces ni siquiera sé por qué lo intento. A veces me gustaría ser simplemente uno de esos padres hijos de puta que se desquitan con sus hijos y los mandan a la mierda cuando ellos no quieren saber nada sobre vivir bajo la sombra de un adulto. Tal vez es porque jamás he cumplido mi nivel absoluto de hijo de puta. Acabo riendo entre dientes, con obvio sarcasmo, de mi propia idiotez, y dejo caer las manos sobre mi pecho  - tú tienes problemas con tu gobierno y yo tengo problemas con una niña. A estas horas de la noche no deberías escuchar sobre esto - digo simplemente, recargando mi cabeza contra al respaldar del sillón con cuidado de no aplastarle las piernas con mi espalda - Aunque... nunca debería haber sido padre. ¿No quieres que cambiemos roles y yo intento solucionar tus problemas mientras tú escuchas a Audrey quejarse de la sopa al menos cinco minutos?
A. Sean Niniadis
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Jamie D. Niniadis
Dejo que me aplaste en el sofá porque esos éramos nosotros antes de que la guerra nos separar, siempre juntos, compartiendo un nivel de intimidad casi inexplicable. Desde esa distancia puedo escuchar el caramelo siendo triturado por los dientes y al poner mi cabeza contra su hombro rozando su mejilla ligeramente con mi sien, también puedo sentir la vibración de su propio cuerpo al masticar y luego al respirar. Al acabar reacomodados quedamos espalda contra espalda con las piernas colgando por los posabrazos contrarios en un sofá donde apenas hay espacio para ambos, rememorando de forma inconsciente una época que hemos dejado atrás hace lo que parece una eternidad. Aún así, a pesar de todo el tiempo que he pasado sin verle todos los días, acostumbrarme a hacerlo de nuevo fue el menos de mis problemas con todo el cambio del gobierno. Ha sido de tanta utilidad ahora que Jared no está que a veces olvido su ausencia.

Me hace gracia la forma en la que contrastan su pijama hortera y el elegante uniforme de Auror que ya llevo por costumbre. - ¿Es Audrey? - Es una pregunta retórica, sus palabras han dejado bastante claro que se trata de ella porque es la única hija adolescente que tiene... que él sepa. - Al menos la tuya es chica. Se supone que son más fáciles. - Hago un ligero énfasis en lo de fácil, sintiendo mi sien rozando ligeramente contra su mejilla. Todos sabemos que las cosas fáciles son relativas. En cuanto a Seth, no creo que todos los chicos de su edad sean tan complicados, tratar con él siempre fue como meter en una licuadora un huracán, un terremoto y un volcán, especialmente cuando se enfada. Arrasa con todo y le importa una mierda si se lleva por delante a alguien. Eso no significa que sea la peor persona de la historia, sé que después de hacerle daño a la gente se siente como la mierda y hace idioteces para intentar compensarle. Estoy 100% segura de que ese mal humor lo heredó de mi, tan 100% segura como estoy de que esa culpabilidad y dulzura que le caracterizan y pocas veces se ven, las heredó de Sean. - Dios sí. - Intento aguantar la risa aunque igualmente unos ligeros suspiros irregulares salen de mi nariz y chocan contra parte de su oído. - Técnicamente después de tantos años cuidando de él, deberías tener convalidado mi puesto de Alto mando. -

Suelto un suspiro largo doblando mi brazo para ponerlo contra el espaldar. Desde esa postura puedo enredar alguno de sus mechones de su nuca entre mis dedos. - Tu has escuchado todos mis problemas desde que tengo uso de razón. Así que si tu me apoyas, te apoyo yo también. Ese es el trato. - Y siendo sincera, dejar de pensar en mis problemas me ayuda a sentirme menos inútil y miserable. Hace mucho tiempo que no hacíamos esto, hablar de nosotros y buscar soluciones juntos, porque parecen recuerdos de una época definitivamente menos despreocupada, cuando lo único en lo que teníamos que pensar era sobre si habríamos aprendido a besar antes de encontrar a alguien que quisiéramos besar el resto de nuestra vida. Dios, eramos tan idiotas. - No puede ser peor que oír a Seth quejarse - De ese pensamiento mi cabeza se va a otro, a ese momento en el que descubres en medio del pasillo tras el cumpleaños de tu hijo, que cometió los mismos... ¿errores? no, no fue un error; he pensado en cambiar muchas cosas de mi vida pero Sean nunca fue una de ellas. En realidad no tengo derecho a reclamarle a Seth que la primera persona de la que se enamora sea su prima... no soy quien, y probablemente no lo habría hecho si sólo fuera su prima, pero no lo es. - Aunque suena tentador, no me lo repitas dos veces. - Acabo con una risa ahogada. - Puede que solo esté enfadada. Ella y Seth tuvieron una guerra... - Todos recordamos esa guerra. Me reacomodo en el sofá para poder echar mi cabeza más hacia atrás y poder mirarlo a los ojos, desde esa postura hay rasgos suyos cada vez más obvios en nuestro hijo ahora que se está convirtiendo en un hombre. - Tu y yo nunca tuvimos una pelea como esa. Puede que sea por esa locura de temperamento que tienen ambos. No es tu culpa. Si alguien en esta casa tiene madera de padre, ese eres tú. Seth no sería quien es si no fuera por ti y es evidente que prefiere discutir contigo. A ti te cabrea menos. - Suelto un gemido frustrado.
Jamie D. Niniadis
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A. Sean Niniadis
- Claro que es Audrey... ¿cuántas hijas tengo? - pregunto en un tono ligeramente frustrado, notando el sabor amargo que me deja el llamarla mi hija en voz alta. Es quizá un poco irónico, pero todavía asumirlo al resto del mundo continúa siendo algo complicado, especialmente porque luego de todo éste tiempo ella no me ha permitido crear un vínculo padre/hija, incluso cuando literalmente he dejado todo con tal de poder cuidarla. Pero no, la señorita jamás ha sido capaz de verlo, ni siquiera cuando me tomé la molestia de contarle de la juventud de su madre, de invitarla a comer y comprarle vestidos, e incluso dejar un libro de regalo en su último cumpleaños junto a su cama. Tampoco se ha fijado en mis intentos de hablar con ella luego de lo que pasó con Seth, o de traerla aquí conmigo para que tenga una vida cuidada digna de una niña de su edad, y poder mantenerla segura. Supongo que cuando somos adolescentes siempre pensamos que nuestros padres son una mierda y que el mundo es increíblemente trágico, pero ahora me toca verlo desde el otro punto de vista - para ti son más fáciles. Sabes que jamás he entendido a las mujeres y sus manías con pretender que sepamos todo lo que quieren sin abrir la boca - ella es mujer, ella es madre. Yo con suerte he cuidado de su hijo y siempre solucionamos todo con competencias de comida chatarra y un golpe en la espalda.

En este punto, ya no sé si me río por compromiso o porque en verdad su broma me ha hecho gracia, pero reprimo el comentario de que no estaría interesado en un Alto Mando al menos que me dejase cambiar un par de cositas en su nueva constitución. Además, no se me antoja discutir, en especial ahora que nuestros cuerpos se chocan de una manera que había olvidado que podían hacerlo, y sus dedos juguetean con algunos de los cabellos que continúan decorando mi piel al punto de estremecerme por aquel tacto. Lo que dice me obliga a sonreír, ladeando un poco la cabeza para ser capaz de mirarla en nuestra corta distancia, tratando de ignorar las pecas de su rostro que siempre me parecieron maravillosas, dignas de ser contadas una por una  - tuvimos demasiados tratos en nuestra vida, Jamie... - como cuando decíamos que nunca íbamos a separarnos y acabamos cada uno viviendo su vida en solitario, con cientos de problemas que jamás supimos solucionar. Ya ni recuerdo quien se fue primero. - Es incluso peor que oír a Seth y sus quejas. Al menos con él, sé como solucionarlas.

El bufido que suelto en cierto modo hace que mi rostro sienta el cosquilleo de mi propio aliento impulsado hacia arriba por la posición de mis labios, y creo que la expresión de mi cara deja bien en claro que no estoy de acuerdo en la mitad de las cosas que está diciendo. No soy nadie para decirle a Seth que no debería haberse enamorado de su prima, en especial cuando compartimos la misma desgracia, y ni hablemos de que el primer amor siempre es una mierda - no me cabrea menos. Simplemente lo entiendo mejor. Código de machos - me explico con gracia, sacudiendo una de mis manos que acaba rascando el costado de mi mandíbula, sintiendo la corta barba mal afeitada que me ha crecido en estos días raspar mis dedos - Seth te quiere, Jamie. Tal vez no lo dice, tal vez no lo demuestra, pero es solo un niño. Enojarse es el mejor modo que tiene ahora para expresarse, y tiene sus motivos - como que su madre se ha ido para regresar y básicamente ponerle precio a la cabeza de su mejor amigo, quien ahora le limpia hasta los mocos, por ejemplo.

No sé como lo hago, pero acabo acomodándome para que mi espalda se recueste contra el respaldar del sofá y recargo ahí mi cabeza, poniéndome frente a frente con mi prima en una postura un poco acurrucada entre los cojines, como cuando esperaba que me cuente alguna historia genial cuando todavía éramos dos mocosos - yendo a otro tema, gracias por lo de madera de padre. He tenido mucho entrenamiento con tu hijo... quizá no el ideal, pero entrenamiento al cabo - como enseñarle a juntar las porquerías del bar, o cuidarlo cuando se enfermaba, o tratar de que no se meta en problemas que siempre le terminan llegando. Pensar en eso me hace suspirar, y acabo levantando la mirada hacia el techo y cuando vuelvo a hablar, mi voz es solo un murmullo - ojalá lo hubieras visto crecer, Jamie. Si tan solo... - pero no me atrevo a decirle que se olvidó de que la familia era lo importante, no una estúpida conquista en busca de unos derechos que se salieron de control. Acabo apoyando mi mano en su cuello, a modo de muestra de afecto, y regreso mis ojos a los suyos, lo suficientemente oscuros como para saber que Seth no ha heredado su color - por el contrario, yo me he perdido lo mismo con Audrey, pero no fue mi decisión. Y eso es lo que me frustra. A veces, daría todo para poder cambiar muchas de las cosas que fueron.

Como que ella se marchara, por ejemplo.
A. Sean Niniadis
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Jamie D. Niniadis
Debo admitir que su respuesta a mi pregunta me hace gracia por dos cosas, la primera por el tonito con el que lo dice y la segunda porque de alguna manera, esas palabras son como un mal chiste. Al menos para mi. Suelto un largo suspiro y luego una queja extendiendo mis manos por todo lo alto y desperezándome cual gato, ocupando por un momento más espacio del que me pertenece antes de caer sobre sus piernas cuando se reacomoda. - Eso es relativo. Para ti Seth es más fácil porque solo os atiborráis de comida y parece que vuestros problemas se van detrás de lo que engullís. - Intento hacer una broma pero cuando lo pienso realmente no puedo evitar que me salga esa vena de madre que tengo a ratos inactiva y que me hace soltar un "eso no puede ser bueno" entre un ligero farfullo.

Desde esa posición, ligeramente por debajo de su mentón, puedo ver las marcas de cada uno de esos pelos que caen en la barbilla y que llevará un par de días sin afeitarse, también el bulto que hace la manzana de adán sobre su garganta y que no recuerdo tan enorme. Lo primero en lo que puedo pensar es en qué momento cambió tanto. Seth no es el único que ha crecido, Sean también aunque de forma más sutil y eso me pone ligeramente nostálgica. Mi hijo cambia demasiado rápido para mi, siempre que volvía a casa era diferente, más grande, más peludo, más... él; Sean siempre fue Sean de pies a cabeza, quizá no notaba lo mucho que había cambiado porque sus cambios eran menos radicales. Hace mucho tiempo que no me permitía cosas tan simples como observar a alguien y más a él, especialmente desde que excusé nuestra relación en un "Necesito tiempo" hace 16 años, que literalmente era tiempo para pensar la mejor forma de decirle que estaba embarazada. Ese era el plan. Pero claro, luego pasan cosas, conoce a alguien, viene embobado hasta el infinito hablando de ella (cosa de la que no le puedo culpar porque para empezar lo nuestro no era exclusivo), se entera de que estás embarazada y no sabes como ocultarle la verdad así que te inventas la primera mierda que se te viene a la cabeza y que te deja horriblemente mal sólo para que él sea feliz con la chica que encontró y dejó dos semanas después. Luego no puedes echarte atrás. Una vez mientes, mientes para siempre.

Tomo asiento de nuevo escondiendo mis manos debajo de los muslos y sonriendo ligeramente cuando hace referencia a la relación que teníamos nosotros. De verdad me aterra la idea de que Seth y Audrey hayan pasado esa línea, porque la situación no es la misma. Ellos, aunque no lo sepan, comparten más que sólo casa y el apellido Niniadis. Por un momento, la conversación pierde toda la seriedad ante el "código de machos" que me hace inclinarme hacia adelante y llevar las manos a mi rostro escondiendo una carcajada que al final sale de mis labios igualmente mientras echo todos los mechones de mi pelo hacia atrás y recupero mi postura en el sofá, con la espalda contra el sillón y las piernas ligeramente cruzadas, lo cual me permite apoyar el codo sobre la rodilla y mi mejilla contra la mano. - Ya sé que me quiere - Mi voz sale ligeramente dulce aún por la sensación que me ha dejado esa broma estúpida sobre uno de los códigos inventados por los hombres, pero poco a poco la sonrisa va desvaneciéndose y mi voz tornándose ligeramente más seria. - No será siempre un niño. Míralo. Está a 2 cm de sacarme una cabeza. - Y la nostalgia vuelve a embriagarme. ¿Donde está ese enano que cogía en brazos para meter en la cama? O que tenía que vestir, o perseguir por la calle, o enseñarle a decir bien las palabras porque siempre las tergiversaba. Estoy ausente a sus palabras durante un instante, como si me las estuviera susurrando desde el otro lado de un campo de fútbol, solo puedo ver miles de imágenes en mi cabeza de las pocas veces que vi a Seth en el seis, donde conforme crecía era cada vez más distante. - ¿A dónde se ha ido mi niño, Sean? - Ni siquiera es una pregunta que le esté haciendo realmente, es solo el duro choque que sufres cuando te has parado a pensar, por primera vez en años, el tiempo que ha pasado desde que hacías todas cosas que recuerdas como si hubieran sido ayer pero que se dejaron atrás hace demasiado tiempo.

Me siento mala madre en ese momento, siempre he tenido una noción extraña del tiempo porque yo no envejezco, no me levanto un día para mirarme al espejo y encontrarme nuevas arrugas así que de alguna manera estoy detenida en el tiempo que no pasa para mi, pero también me pierdo en los demás. Es su mano sobre mi cuello la que me reconforta de alguna estúpida manera. No puedo volver el tiempo atrás, no importa cuanta magia use; los giratiempos solo me dan días. - Fue injusto para ti. - Me siento una zorra diciéndolo, porque de alguna manera no soy distinta a esa mujer que le negó ser un padre para esa chica; fue un padre para su propio hijo pero ni siquiera lo sabe. - Pero ahora ya no importa. No podemos regresar el tiempo, no podemos evitar la muerte de nadie, ni podemos verles crecer. Si hubiera sabido que me iba a perder años de su vida, me lo habría pensado antes de marcharme. - Perdió a su hermano y yo no estaba ahí; prometí que volvería y tardaba meses y a veces años en regresar. Viajar de Europa al distrito seis nunca fue precisamente fácil pero ¿Cómo le explicas eso a un niño de seis años? Diez... dios, han pasado diez años.

Suelto un suspiro que deja libre la consternación que amenaza con explotarme el pecho. Nunca pensé en ponerme en el lugar de Seth porque pensé que mis razones eran lo bastante realistas para justificar cualquier decisión que tomara, incluso la de abandonarle; pero jamás pensé en que tal vez, todo ese odio que siente por mi ahora, es porque nunca llego a entenderlas. No le culpo, nunca se las expliqué. - No sé que habría hecho sin ti. - Mentiría si dijera que no me alejé porque no soportaba ver aquella casa, antes llena de niños, ahora con uno solo preguntando constantemente por los dos restantes. - Y supongo que no puedo culparles por enamorarse. Seth y Audrey apenas ven a otras personas - Eso es algo que no puedo obviar. - Pero lo de ellos es diferente - Suelto con un ligero tono agudo, queriendo decir más de lo que está saliendo de mi boca en realidad, pero hay un problema; no puedo explicarle porqué es diferente sin decirle la verdad. - Da igual, no lo entenderías - Acabo esa discusión con un farfullo y dejo el tema, o al menos intento dejar el tema antes de que diga algo de lo que me arrepienta el resto de mi existencia. No puede saberlo; no después de ver morir a Silván y Sinhué.
Jamie D. Niniadis
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A. Sean Niniadis
Siento que ha pasado una vida desde la última vez que la he escuchado reír como lo anda haciendo ahora, incluso cuando su voz se anda tiñendo de un tono amargo mezclado con la nostalgia y melancolía. Y sé que lo sabe, pero por el modo en el cual siempre habla de él pareciera dudarlo como creo que todas las madres lo hacen en algún punto, aunque agradezco que diga las palabras exactas que me valgan una respuesta - tu niño está ahí. Sí, alto y tratando de afeitarse y diablos que lo hace muy mal, pero sigue por ahí. Si tan solo te tomaras el día alguna vez... - sé que esquivará mi sugerencia; el país no se encuentra en su mejor momento y los juegos van a acabar por volverla loca. Si no tuvo tiempo antes para Seth, ahora justamente no es el momento. Creo que en algún punto ella también lo nota, pero no puede darse el lujo de darme la razón.

Mi pulgar se pasea por su cuello pálido, en justo esa zona en la cual puedo sentir el palpitar de sus venas por debajo de su piel, y me las arreglo para observar absolutamente todo su rostro, excepto los ojos a los cuales ahora no puedo mantenerles la mirada. Quizá fue injusto para mí, pero sus hijos se llevaron la peor parte, y ahora dos de ellos han muerto; no voy a recordárselo porque sé que lo hace por su cuenta y me pregunto cuantas veces piensa en ellos antes de poder pegar un ojo por las noches. Finalmente, suelto un desganado pero bromista chistido - no hubieras hecho nada sin mí. Soy algo así como tu héroe sin capa ni espada que no usa la ropa interior del lado equivocado del pantalón - pero la sonrisa flaquea cuando ella sigue hablando, y creo que si hubiera estado prestando más atención al modo en el cual su voz sale me habría percatado de algún que otro detalle, pero como siempre, me dejo llevar por lo primero que escuchan mis oídos.

- ¿Por qué crees que no lo entendería? - la pregunta me sale un poco más brusca de lo que esperaba y dejo que mi mano se me patine por su cuello hasta su hombro, y finalmente, cae sobre el pequeño espacio del sofá que queda entre ambos - Te recuerdo que lo que tú tuviste que pasar, también me ha afectado a mí. No es como si... - acabo mordiendo mi lengua de una manera notoria, alzando los ojos hacia los suyos en un intento de contener las palabras. Cuando tuvimos algo que jamás supe identificar de qué se trataba, la culpa fue de ambos; que luego hubiésemos hecho nuestras vidas por separado fue un asunto completamente diferente que se dio por varios motivos que no comprendo del todo - no es tan diferente. ¿O ahora serás como esas madres que quieren evitarle los mismos errores a sus hijos aludiendo que tú podías mandarte la macana, pero ellos no por simplemente haber nacido después?  Me recuerdas a mi madre... - y no estoy seguro de si eso es algo bueno o malo. Bufo suavemente, y me obligo a acomodarme en el sofá para alejarme un poco de ella - quizá lo de Seth y Audrey no salió bien, pero al menos era real. Y no todos podemos decir lo mismo.
A. Sean Niniadis
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Jamie D. Niniadis
Al principio solo escucho de fondo aquellas palabras que pretenden ser amables pero que siempre me han sentado como una maldita puñalada. Tu hijo creció. Tu hijo hizo esto. Tu hijo hizo esto otro. Todo este tiempo siempre se pareció a mi, irascible, decidido, auto-suficiente: ¿Y donde estaba yo? Ya sé que Seth me quiere a su manera, pero no se fía de mi. La confianza es algo que se construye con la persona a lo largo del tiempo y evidentemente la nuestra se ha perdido hace mucho. Después, cuando por fin tenemos tiempo para estar juntos, no me ha dado una segunda oportunidad y dudo que alguna vez me la de. También se parece a mi en otra cosa: es jodidamente rencoroso. Pero luego están esos aspectos que siempre pensé que lo delatarían. Esos bucles raros que se le hacen al final del pelo cuando lo tiene demasiado largo y que evidentemente no heredó de mi, esa amabilidad escondida tras capas y capas de odio que ha puesto a su alrededor para que nadie pueda herirle. Que puso por mi... pero que aún así asoman porque en el fondo, ese es él. Se parece a Sean más de lo que debería y a veces me pregunto cómo es que no lo notó.

Supongo que siempre fue despistado. Ese fue el motivo de que le dejara a mis hijos. No importaba la cantidad de incongruencias que hubieran en mis historias, él asentiría y fingiría que las entiende. Pero cuando por un momento parece que hemos conectado, todo se esfuma. Mis palabras le han ofendido severamente y sé porqué no lo entiendo. El problema es ese, no puedo explicárselo. - Es igual, Sean. Déjalo. - Inmediatamente le doy la espalda porque no quiero que lea el caos de sentimientos que tengo dentro de mi ahora mismo, especialmente la culpabilidad que me causa el haberle mentido tanto tiempo. Acabo levantándome del sofá para poner distancia entre nosotros, pero realmente tengo pocas cosa que hacer así que solo soy una estúpidas parada delante de un escaparate lleno de libros que saco y meto a mi antojo, por fingir hacer algo. - No hablo de eso - Escupo las palabras al mismo tiempo que me reclama la situación en la que está, tan similar a la mía. Sus ojos conectan un instante con los míos y solo puedo suspirar antes de aguantar la respiración.

Claro que es diferente, ellos son hermanos; nosotros no lo éramos. Aún así estuvo mal. Es cierto que la mayoría de magos de sangre pura se casan entre ellos así que acaban relacionándose de alguna manera para mantener la pureza de la sangre, pero eso da igual. Crecimos en una sociedad donde estaba mal visto y ya no se trata de eso. Son Audrey y Seth. Si hubieran nacido en otras circunstancias serían hermanos. - ¿Real? Tienen 16 años, nada de lo que están decidiendo ahora es real. Solo son un par de críos estúpidos tomando decisiones estúpidas en la época más estúpida de su estúpida existencia - Escupo las palabras cada vez con más rabia que aumenta drástricamente cuando me compara con su madre. Me entran unas ganas irracionales de lanzarle el libro a la cabeza, o dos, o tres. Ya no tengo edad para comportarme como una quinceañera (Aunque no aparente estar muy lejos de esa época) así que me limito a apretar la tapa del libro hasta que mis uñas se encierran en él y los dedos me arden. - No puedes compararlos a ellos con nosotros. Ellos... ellos solo se relacionan con 2 personas, tú tenías amigos, yo también, nuestro mundo era inmensamente más grande. Lo nuestro fue una decisión racional y estúpida pero no fue mentira; ¡la suya fue por facilidad geográfica! - Hago aspavientos para acompañar las palabras con movimientos de mis manos y en algún momento el libro cae a mis pies. Me da lo mismo. Estoy frustrada porque me estoy contradiciendo. Si Seth y Audrey tienen edad para tomar decisiones estúpidas, las nuestras también lo fueron. Teníamos esa edad. Exactamente esa edad. Pero sigue sin ser diferente. - ¡Ellos no serán nunca como nosotros porque ellos son hermanos! - Mentiría si dijera que aquello se me escapó pero en cuanto sale de mi boca me arrepiento de haberlo dicho.

Retrocedo por inercia un paso mientras aspiro aire profundamente, como si así pudiese regresar lo que he dicho y fingir que nada pasó. Necesitaba que lo supiera. Y no tiene nada que ver con que era algo que le debería haber dicho hace mucho; tenía que saber que lo nuestro fue real y fue lo único real que he tenido en la vida. - Mentí... si sé quien es su padre. Estabas con esa chica. No era un buen momento para que tuvieras un bebé... y mucho menos tres. -
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A. Sean Niniadis
Incluso cuando la he conocido toda mi vida, hay veces que Jamie escupe cosas que no logro comprender del todo, y si hay algo que sé predecir de ella, es que es completamente impredecible. Se levanta del sofá de un modo que me hace tambalear por la forma en la cual estaba vagamente recargado contra ella, y tengo que apoyar una mano sobre el almohadón para no irme hacia delante, siguiendo con mis ojos su andar nervioso por la habitación como si hubiese dicho alguna tontería digna de nuestros hijos adolescentes. Incluso cuando su mirada conecta con la mía, intento llamar su atención en una pregunta silenciosa resumida a alzar las cejas con confusión, pero ella aparta la vista. Y ahí vienen, las bombas, los disparos que siempre lanza en todas direcciones sin saber si pueden herir a alguien, hablando de la edad de los críos como si no fuese suficiente como para sentir amor por alguien, como si las lágrimas que ella se perdió de SU hijo no hubieran sido reales. Y de todas formas, yo solo escucho, apretando la mandíbula en un intento de no echarle en cara la cantidad de errores que está cometiendo, porque ni siquiera fue capaz de estar ahí para Seth cuando una chica lo dejó, o para explicarle el bendito funcionamiento de su cuerpo porque estaba creciendo, o vaya a saber la lista que tengo para estos casos. Al final, solamente abro la boca para decir una cosa - ¿Y acaso dices que lo nuestro no fue...?

Pero creo que ella nunca va a enterarse lo que iba a decirle. Se pierde como si un hacha invisible hubiese cortado el aire, helando la habitación, convirtiéndola en un silencio sepulcral que, por un momento, me deja fuera de juego. Hay algo que hace zumbar mi cabeza, y sé que mis ojos se clavaron en su figura de un modo algo ido, tratando de comprender, de alguna forma, las palabras que salieron de sus labios. ¿Lo ha dicho en sentido metafórico? ¿A qué se refiere? Quiero preguntarlo, pero el modo en el cual un nudo se me atora en la garganta me hace dar cuenta de que tengo miedo de saber la respuesta. Y entonces ella sigue hablando. No me doy cuenta de que me he levantado del sofá hasta que estoy dando largas zancadas para eliminar la distancia y, tomándola por sus delgados hombros, la giro hacia mí con una sacudida, haciendo que su cabello colorado se agite en el aire.

- Dime que no es cierto... - el tono de voz es bajo, pero su quiebre y tensión dejan bien en claro mis intenciones. Mis dedos tiemblan sin soltarla, y creo que se me ha ido la visión hasta que me doy cuenta de que solamente se me complica por las lágrimas que intentan salir de mis ojos. Me obligo a parpadear para quitarlas del camino, respirando de manera entrecortada - dime que tú... dime que no fuiste capaz de... - dime que no me mentiste dieciséis años, dime que nunca te tuve porque alguien más te tenía y no por mi idiotez, dime que no he visto morir a dos niños que han sido mis hijos y nunca lo supieron. Que nunca lo supe.

La presión en mi pecho me arrebata un jadeo en un intento de recuperar el aliento, y niego lentamente con la cabeza, sin poder dejar de mirar esos ojos que tienen tantas mentiras en ellos como tenían secretos cuando éramos niños. Pero al verlos, me doy cuenta de que es verdad. Porque Seth no tiene sus ojos. Los de Seth son claros, celestes, casi eléctricos, como los míos. Es extraño, como cuando pasan un trapo por encima de un cristal sucio y puedes ver el exterior, claro y brillante, como nunca lo antes lo habías visto y puedes explorar sus detalles. He vivido con Seth durante mucho tiempo, he visto a Silván y Sinhué, tres gotas de agua, y ninguno de ellos llegó a recordarme a ella. No por completo, no más allá de que ella era su madre. Seth entiende mis manías, y yo comprendo las suyas, y es muy fácil para ambos aceptar nuestro vínculo al momento de conversar porque siempre ha estado ahí. Como padre e hijo.

Intento no quebrarme cuando escucho el motor de mi cerebro volver a funcionar. Me cuesta un momento, pero entonces, recupero el habla - no puedo creer que fueras capaz- consigo farbullar. Y cuando la empujo hacia mí, con la violencia de la necesidad, por un momento hasta yo mismo creo que voy a golpearla; pero en lugar de eso, mis labios se estrellan contra los suyos con una necesidad perdida, gritando todas esas palabras que, durante todos estos años, no he sido capaz de pronunciar.
A. Sean Niniadis
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Jamie D. Niniadis
Me lo he pensado mejor, quiero mis palabras de vuelta. Me relamo los labios como si eso fuera a resolver el problema de la estupidez que acabo de decir. No era el momento. No era la manera. Después de 16 años se supone que debía llevármelo a la tumba. No sé cuantas veces maldito tanto interna como externamente, aunque en mis labios solo se delinean sílabas al azar y que seguramente pasen desapercibidas. ¿Me disculpo? No arreglaría nada, acabo de joderlo todo. Acabo de... mierda. Cuando básicamente me suplica que le diga que no es cierto estoy tentada a hacerlo y a convertirlo todo en una broma, pero hay una parte de mi que no puede hacerlo finalmente porque... bueno, porque es Sean. No puedo hacerle esto, no otra vez. - Creía que era lo mejor para todos. - Mis palabras se fusionan con las suyas así que no estoy muy segura de que las escuche, además porque él está furioso y con motivo.

Lo primero que hago es excusarme en cuanto veo que se va a romper en trozos. Siempre tuve miedo de que lo descubriese por su cuenta, mírales, Seth siempre se pareció a su padre; inconscientemente lo dije en voz alta tantas veces que pensé que lo descubriría, que una parte en su cabeza haría Click y se daría cuenta de que no había motivos de peso para que yo estuviera diciendo que mis hijos eran calcados a su padre cuando en la versión oficial, la que le di a todo el mundo, dejé claro que no sabía quien era. Pero él nunca hacía preguntas. Quizá me haya aprovechado de eso. Retrocedo por inercia cuando se acerca a mi pero no llego a ponerme a salvo. Mi espalda choca contra el armario antes de que me atraiga hacia él. - Sean. Suéltame. - Mi voz está ligeramente pinzada por el pánico cuando sus manos se ponen sobre mis brazos y aprietan fuertemente. Me sacude y me lo merezco, hace básicamente conmigo lo que quiere. Si no fuera él la persona que tengo delante ahora mismo estaría condenándose a la horca sólo.

Retrocedo y básicamente me preparo para cualquier cosa. Nunca pensé que él sería la persona a la que tendría que enfrentarme físicamente alguna vez, se supone que era la única persona en el mundo de la que podía fiarme... de él y de Jared, pero Jared ya no está...

Debo admitir que hay algo para lo que no me había preparado y es que sus labios se estampen contra los míos. Lo primero que me aturde es mi propia cabeza intentando procesar lo que pasa y luego la reacción de mi propio cuerpo. Un calambrazo invade cada fibra de mi ser mientras mi cabeza choca contra la estantería de libros que tengo detrás y debido a la sacudida tira algunos de los que estaban mal colocados de la parte superior. Cierro los ojos por inercia mientras recuerdos de cosas sucedidas en el pasado me hacen darme cuenta de lo mucho que he echado de menos sus labios, que han cambiado, que son más bruscos y desesperados; de su propio cuerpo, más grande de lo que lo recuerdo. Seth no es el único que ha cambiado, que ha crecido, el tiempo les ha afectado a ambos.

Me siento cada vez más ligera y cada vez más ahogada. Soy incapaz de respirar y hasta que son sus pulmones los que necesitan aire, él no se separa. Pego mi rostro al suyo, con mi frente contra su mentón, queriendo que se aparte porque esto no está bien (es algo en lo que no deberíamos caer) pero negándome a ello. Siempre hay dos partes de mi, en este asunto, que se han forzado la una a la otra y finalmente se han atascado en medio. Lo nuestro no es posible pero cada parte de mi lo desea a rabiar. Nunca encuentro el equilibrio entre lo que tengo que hacer y lo que quiero hacer y por eso, acabo haciéndole daño a la gente, acabo haciéndole daño a una de las pocas personas que siempre han dado la cara por mi. - Creía que la querías a ella. - Ahogo, aceptando la realidad por primera vez. Que no lo hice del todo porque era lo correcto, que lo hice porque estaba convencida de que la quería más de lo que alguna vez me quiso a mi y yo deseaba que fuera feliz; pero ella no le hizo feliz y luego fue demasiado tarde. - Fui tan estúpida - Dejo salir mis palabras con los labios pegados contra su piel antes de volver a besarle, dejándome llevar por primera vez en siglos por lo que quiero hacer y no por lo que se supone que debo hacer.
Jamie D. Niniadis
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A. Sean Niniadis
Jamie fue siempre ese pequeño trozo de mi vida que he tratado de negar desde que tengo memoria, en parte por nuestro lazo de sangre y, por otro lado, porque tenerla siempre ha significado cientos de problemas más grandes que nosotros que se nos escapaban de las manos. Pero ahora somos adultos, se supone que nadie nos tiene que decir que hacer; y de todas formas, ella lo ha complicado. Con hijos ocultos, con un gobierno que amenaza con separarnos en absolutamente todo lo que hacemos, en una familia rota que hay que construir de a poco incluso cuando la mitad de ella no sabe que clase de relación los une. Las palabras de mi prima no dejan de girar dentro de mi cabeza, provocándome una tensión en la frente que trato de controlar a pesar de que parece que todo mi cuerpo tiembla, pero aun así no detengo el movimiento de nuestros labios unidos, esos que la han deseado durante tantos años que parecen tranquilizarse y, a la vez, volver a cargarse de sed.

Tener que recuperar el aire me obliga a separarme, sintiendo de todas formas su cuerpo cerca y mis labios se deslizan hasta apoyarse en su frente, respirando de forma acelerada mientras los siento arder. Mis dedos están enroscados en su ropa, casi sin permitir que se aparte de mí, cuando su voz me llega de un punto tan lejano como cercano, obligándome a cerrar los ojos con fuerza. Lo primero que se me viene a la cabeza es insultarla, pero ella lo hace por mí, arrebatándome una risa irónica y suave que sacude un momento mi cuerpo. Le habría dicho que tiene razón, pero su boca vuelve a buscar la mía y eso elimina todo pensamiento de mi cerebro para concentrarme en ella y solamente ella; en el modo en el cual me besa, como su calor se mezcla con el mío y su anatomía se pega a la mía, eliminando la distancia mientras lo único que puedo escuchar es el aumento de nuestras respiraciones en una habitación cerrada al resto del mundo, donde nadie puede alcanzarnos y somos solamente nosotros dos.

Moverla es tan simple como recuerdo, a pesar de que no me doy cuenta en qué momento mis manos recorren su cuerpo, desde su cabello que poco a poco se enrosca entre mis dedos, hasta el contorno de su silueta delgada y alta que, en otros tiempos, conocía a la perfección. Y como no ha cambiado, es como un golpe del pasado jugándome una mala broma. Empujo su cintura, estrechándola contra mí al momento de movernos, balanceando nuestros cuerpos hacia el escritorio. Puedo escuchar como los papeles caen, la lámpara se tambalea y su cintura choca contra el borde al momento de recargarnos en éste, haciendo que una breve y suave risa cómplice me brote contra sus labios, tratando de acomodarme mejor entre sus piernas para evitar la distancia. Raspo suavemente su boca con mis dientes, tirando suavemente del borde de su ropa en un intento de sentir su piel, cuando se me escapa un suspiro - te extrañé - susurro, empujando su frente contra la mía. Y mierda que lo he hecho.
A. Sean Niniadis
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Jamie D. Niniadis
Creía haber olvidado o que sentía cuando me tocaban sus manos pero me equivocaba. Cada tacto de su piel es tan familiar como si la última vez que nos permitimos estar de esta manera hubiera sido ayer. Ha pasado tanto tiempo desde que le sentí de esta manera, que lo lógico sería haber olvidado cualquier recuerdo al respecto. Sus manos contra mi cuerpo y cada tacto de ellas en mi piel hace que me estremezca y se me ponga la piel de gallina. Nunca tuve tiempo para pensar estas cosa, al menos en teoría; pero en esas horas muertas en las guardias o previas a dormirme siempre me pregunté cuanto habrían sido de diferentes las cosas si no le hubiera mentido, si aquel día en el que me preguntó quien era el pare le hubiese dicho la verdad. Pensaba en lo justo que sería entregar todo lo que tenía, incluso a mi misma hasta consumirme como una vela, solo por saberlo.

Ahora, el tiempo ha pasado mientras yo esperaba a que las cosas se arreglaran por sí mismas; tiene entradas en el pelo y además algunas canas que seguramente le ha sacado mi hijo; nuestro hijo. En qué momento se fueron 16 años. ¿Donde estaba yo? ¿Qué estaba haciendo? estaba intentando hacer un país mejor, e intentándolo me perdí mi propia vida. Ver crecer a Seth no es la única cosa de la que tuve que privarme durante los últimos años, en busca de una utopía que parece cada vez más imposible. Sean es otra. Los domingos en familia. La primera discusión sobre chicas con mis hijos. Decenas de San valentines. Cientos de cumpleaños. Miles de celebraciones absurdas donde cualquier excusa era buena para regalar algo.

Aquellos pensamientos se cortan de repente cuando mis pulmones piden aires a gritos. Él se separa primero, antes incluso de que alcance a reaccionar sobre lo que necesito y debería hacer para conseguirlo. Mientras aspiro aire bruscamente abro mis ojos para mirarle más de cerca, para contar esas pecas que tenía cuando éramos críos, cuando todo esto era solo un juego, era solo una noche en la que fingíamos ser adultos. Pero me veo a mi misma mirándolo a través de una especie de cristal empañado. Las lágrimas han salido de mis ojos, aunque no estoy segura de cual es el sentimiento que las acompaña. ¿La alegría de que por fin sé cual es la respuesta a esa pregunta que nunca quise hacerme en voz alta por miedo a conocer la respuesta? ¿La tristeza de todo lo que me perdí? ¿El arrepentimiento que me lleva a pensar en las cosas que podrían haber pasado entre nosotros si no me hubiera ido? Resulta imposible identificarlo, más cuando él admite que me extraña.

Esas simples palabras me hacen reír de una forma extraña. Como si no las esperara, como si fueran un chiste mal contado, como si solo me riera por compasión; pero no es precisamente la emoción que intentan transmitir. Aquellas palabras me parecen tan dulces que ni siquiera sé cómo reaccionar. Cierro los ojos de nuevo cuando su frente está contra la mía y por impulso aguanto la respiración tras respirar, en ese momento todo su olor se me clava en los pulmones y por un momento, no quiero soltarle. - Y yo a ti. Cada segundo del día. Cada vez que tenía frío. Cada vez que quise rendirme. - Pero en esos momentos, Jared fue un gran apoyo. Siempre recordándome por quién hacía todo esto. - Pero quería salvarlos. - Las lágrimas de repente son más abundantes cuando pienso en Sinhué o en Silván. - No quería que perdiésemos a nadie más y... y al final... al final solo he salvado a uno. - No pienso mucho en ello para no abrumarme, pero lo más difícil que he tenido que soportar, es aprender a vivir sin ellos tres... sin ellos cuatro. - Pensé que sería fácil. Pensé que todo el mundo veía lo que era correcto y al darse cuenta de que queríamos luchar por ello, se uniría. Pero me equivoqué y se me fueron 12 años esperando este día... Lo siento - Ahogo las últimas palabras, escondiendo mi cabeza contra su hombro y apretando fuertemente su cuerpo contra el mío, sumiéndome en la oscuridad un segundo. Una oscuridad en la que por fin no me siento sola.

No sé cuanto tiempo paso ahí escondida, pero me parecen segundos muy fugaces. Al momento en el que puedo volver a respirar con normalidad sin que el llanto suponga un problema, me separo dejando un beso en su cuello y luego otro en su mejilla. Me separo lo justo para mirarle a los ojos y luego acariciar con el pulgar el mismo sitio donde segundos antes puse mis labios. No sé cuantos lo siento necesito frenar en mis labios, porque dudo mucho que aunque fueran un millón los que salieran de ellos, fueran suficientes. Así que antes de entrar en esa paradoja de culpabilidad donde decir "lo siento" no vale en absoluto pero no sé como arreglar esto, le beso de nuevo. Puedo sentirme culpable luego.
Jamie D. Niniadis
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A. Sean Niniadis
Ni en mil años podría haber esperado ese detalle saliendo de su boca. Esas palabras tan dulces que, por unos momentos, puedo decir que mi Jamie está de nuevo. Con su antigua sensibilidad, con su antiguo ser, con su antiguo todo. Con un suspiro que carga tanto tristeza como frustración, niego lentamente con la cabeza, rozando así mi frente contra su pelo una y otra vez mientras no quiero escuchar como se disculpa, aunque se lo merezca, aunque debería hacerla caminar dieciséis años de perdón, uno por cada uno que me estuvo mintiendo. Quizá veinte. Veinte suena bien - Ya para... - murmuro, casi en un gruñido, sintiendo nuevamente sus labios, de modo que mi voz es ahogada entre sus besos - si sigues hablando, no sabré si perdonarte o matarte, o ambas cosas.

Mi risa desganada deja bien en claro mi broma, a pesar de que en parte, no lo sea. Regresar a sus besos no cuesta. Tampoco cuesta el quitarle la ropa. Ni volver a rozar cada centímetro de su piel. Ni escucharla susurrar mi nombre mientras el resto de la casa duerme. La noche pasa en total armonía y, para cuando el sol sale, nos encuentra en el suelo. Jamie respira plácidamente, dormida en vaya a saber que sueño, mientras usa mi remera como manta. Por mi parte, yo solamente puedo verla dormir, acariciando distraídamente su brazo con las yemas de mis dedos, mientras mi cabeza intenta no irse hacia todos esos secretos que ella ha mantenido y que, algo me dice, serán mi mayor problema.
A. Sean Niniadis
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