OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Incluso ahora, puedo seguir escuchando sus burlas, haciendo eco en mi mente. Sus tonos despectivos, sus comentarios idiotas, tan orgullosos de sí mismos porque fueron capaz de encontrar a un vencedor y venderlo por mucho dinero, esos comentarios mordases que he guardado en mi piel incluso aunque no dejo de preguntarme qué ha sucedido con Sophia. Sé que cientos de hechizos volaron hacia todos lados, que ella era invisible, que nadie supo que mi amiga se encontraba en ese bosque conmigo y, tal vez, tampoco nadie fue capaz de encontrarla luego. ¿Y Gigi? Todos la dieron por muerta, pero me niego a creerlo, incluso cuando nadie crea que sea demasiada cosa porque es solo un perro. Para mí, jamás fue solo un perro.... pero creo que nadie va a entenderlo. Porque aquí, nada de lo que yo diga o haga vale algo...
No sé cuanto tiempo ha pasado. No sé cuanto tiempo mi familia y mis amigos se han estado preguntando qué pasó conmigo. Solo sé que, en cuanto desaparecimos y llegamos al Capitolio (el cual no se ve nada a como yo lo recuerdo), fui zarandeado, maltratado y encerrado en el mercado de esclavos, notando cientos de miradas curiosas en el camino porque, obviamente, no pudo haber sido un secreto que capturaron a Benedict Franco. Ellos lo dijeron... soy un enemigo público del gobierno y eso significa que los carroñeros que me trajeron, se han zampado una buena suma de dinero. Y eso significa que ahora yo solo soy una cabeza con un alto precio, digno de cualquier millonario para limpiarle las medias. Y mientras ellos seguro celebran su éxito, yo me lleno de mugre, comienzo a pasar hambre y estoy seguro de que las cadenas que se cierran alrededor de mis muñecas comienzan a lastimar mi piel; pica, arde y fastidia, pero no puedo quejarme, porque cada vez que lo hago eso me vale una paliza. No sé si es porque a todos los castigan o porque, según su criterio, yo me las merezco más que los demás humanos; a diferencia de casi todos ellos, yo asesiné magos y me llené de lujos a costa de ello. Creo que han olvidado el punto importante en el cual se aclara que fui obligado a hacerlo.
Cuando despierto esta mañana, tengo más frío de lo normal y mi cabeza se encuentra recostada contra el muro de piedra, ya que he dormido sentado en un helado rincón, cerca de un anciano que apesta incluso más que yo, y eso ya es decir demasiado. No me muevo, porque eso solo provoca que me duelan las heridas, pero mis ojos vigilan el recorrido del encargado del mercado, quien está burlándose de una niña pequeña que está pidiendo algo de comida. Desagradable. Vuelvo a cerrar los ojos cansados, escuchando simplemente mi propia pesada y cortada respiración, cuando logro oír como la puerta principal se abre y unos cuantos pasos firmes recorren el pasillo. Abro un ojo por mera curiosidad y escucho murmullos lejanos, que poco a poco van aumentando el volumen, y me doy cuenta de que el encargado ha desaparecido de mi vista muy rápido; eso solo puede significar una cosa... quien sea que haya llegado, es un cliente que debe tener una billetera suculenta. Me despabilo un poco y, a pesar de una de las heridas de la espalda, intento estirar el cuello justo a tiempo para ver como el Tío Sean se acerca, y no tarda en poner los ojos en mí incluso cuando sospecho que no me reconoce. No lo he visto hace demasiado tiempo, y en estos meses que pasaron he crecido y cambiado, y ahora debería ser peor porque estoy lleno de suciedad. Y sin embargo, él se inclina frente a mí, con una expresión que no he visto en nadie desde que llegué a la ciudad: compasión. De inmediato, no puedo evitar preguntarme.... si Sean está aquí, entonces Seth....
Abro mis labios secos y cortados en busca de pedirle ayuda, pero no consigo hacer otra cosa que balbucear sonidos que duelen demasiado en una garganta que clama por agua, y él se limita a ponerme una mano en un hombro en un claro gesto de que me quede callado. Se voltea hacia el vendedor y, para mí sorpresa, comienza a hacerle varias preguntas. Dónde me encontraron, cómo me alimentan, mi peso y altura... con cada una de ellas, me doy cuenta de que soy incapaz de sacarle los ojos de encima, mientras que una sospechosa emoción se apodera del centro de mi pecho, haciendo que ni me importe el tono despectivo con el cual el hombre responde el interrogatorio, como si yo fuese una rata de alcantarilla. Porque entonces, el tío Sean saca una bolsa de dinero y se la entrega, acercándose a él para murmurarle unas cuantas palabras serias que no logro identificar. Paso la vista de uno a otro, y en cuanto uno de los acompañantes de Sean (uno que tiene una pinta tremenda de guardaespaldas) me obliga a levantarme con un firme vamos chico, él le hace un gesto para que no sea tan brusco. Tarde. Ya me ha levantado como si fuera un saco de papas y el cuerpo chilla de dolor, lo que me hace hacer una mueca apretando con fuerza los ojos y los dientes; el vendedor aprovecha para remarcar que soy un quejoso, pero Sean lo obliga a sacarme las esposas y sin mucho más que hacer, en pocos minutos estamos en la calle.
El sol consigue hacerme encoger en mi sitio, mientras me doy cuenta de que mis pasos son lentos y mis pies ya casi no se levantan del suelo al andar; mis piernas parecen haber perdido la costumbre de sostener mi cuerpo, así que en más de una ocasión, Sean me ayuda para mantenerme de pie y masculla palabras de apoyo, esas que no soy capaz de responder. Solo sé que las marcas en mis muñecas parecen estar en carne viva y me pregunto una y otra vez por que no me las cura... no puedo llorarle, eso está claro. Avanzamos por una calle repleta de gente, y de inmediato, tengo que sentirme agradecido por estar rodeado de guardaespaldas; los insultos no tardan en llegar, las palabras de desprecio, hasta un escupitajo cruza el aire y me da de lleno en la cara. Nos hacen avanzar más rápido, mientras yo me termino de dar cuenta, mientras Sean me ayuda a limpiarme la saliva de la piel, de que aquí soy solo una paria. Al final, nos deslizamos en el asiento trasero de un coche demasiado lujoso y me hundo contra el cuero frío, mirando por la ventana. Definitivamente, éste no es el Capitolio que yo recuerdo.
- Seth estará contento de verte - el comentario de Sean me toma por sorpresa y yo giro la cabeza para verlo, notando sus ojos clavados en mí. Seth. Está vivo... está bien.... voy a verlo....Por un momento, creo que la cabeza me da vueltas y yo solo soy capaz de asentir, relamiendo mis labios al apoyar la frente contra el vidrio de la ventana. Mi mejor amigo. Incluso sintiendo dolor, incluso asustado, preocupado, irritado, herido... incluso así, la idea de volver a saber de él me llena de una anormal felicidad que no soy capaz de compartir. Sean de todas formas no dice más, y parece muy ocupado con su teléfono móvil como para fijarse en mí. El transcurso del viaje continúa en silencio, y al final, nos detenemos frente a una casa que parece demasiado genial como para poder creer que el Seth que yo conozco vive aquí. Trago saliva y bajo del coche en cuanto me abren la puerta, y sin decir nada, agradezco cuando Sean ayuda a mantenerme de pie. Entramos al interior de la casa, que parece mucho más fresca que el exterior, y ni me molesto en fijarme en la decoración porque mis ojos están muy ocupados en encontrar ese cabello negro que tanto recuerdo. Pero no está a la vista. Sean me lleva con cuidado hacia un dormitorio vacío, y me obliga a sentarme en la cama. Su mirada va de mis heridas visibles a mi cara en más de una ocasión, y acaba aclarándose la garganta - tendrás que esperar aquí, Ben. Tengo que encontrarlo... - supongo que Seth habrá salido, y no estoy seguro de que él sepa que yo estoy aquí o que su tío pensaba traerme. Yo solo vuelvo a asentir como un robot y él palmea suavemente mi hombro, antes de ir hacia la puerta. Antes de cerrarla detrás de sus espaldas, Sean se voltea y me lanza una última mirada - siento que esto te haya pasado a ti - dice sin más. Y se marcha.
No estoy seguro de que él lo sienta más que yo.
No sé cuanto tiempo ha pasado. No sé cuanto tiempo mi familia y mis amigos se han estado preguntando qué pasó conmigo. Solo sé que, en cuanto desaparecimos y llegamos al Capitolio (el cual no se ve nada a como yo lo recuerdo), fui zarandeado, maltratado y encerrado en el mercado de esclavos, notando cientos de miradas curiosas en el camino porque, obviamente, no pudo haber sido un secreto que capturaron a Benedict Franco. Ellos lo dijeron... soy un enemigo público del gobierno y eso significa que los carroñeros que me trajeron, se han zampado una buena suma de dinero. Y eso significa que ahora yo solo soy una cabeza con un alto precio, digno de cualquier millonario para limpiarle las medias. Y mientras ellos seguro celebran su éxito, yo me lleno de mugre, comienzo a pasar hambre y estoy seguro de que las cadenas que se cierran alrededor de mis muñecas comienzan a lastimar mi piel; pica, arde y fastidia, pero no puedo quejarme, porque cada vez que lo hago eso me vale una paliza. No sé si es porque a todos los castigan o porque, según su criterio, yo me las merezco más que los demás humanos; a diferencia de casi todos ellos, yo asesiné magos y me llené de lujos a costa de ello. Creo que han olvidado el punto importante en el cual se aclara que fui obligado a hacerlo.
Cuando despierto esta mañana, tengo más frío de lo normal y mi cabeza se encuentra recostada contra el muro de piedra, ya que he dormido sentado en un helado rincón, cerca de un anciano que apesta incluso más que yo, y eso ya es decir demasiado. No me muevo, porque eso solo provoca que me duelan las heridas, pero mis ojos vigilan el recorrido del encargado del mercado, quien está burlándose de una niña pequeña que está pidiendo algo de comida. Desagradable. Vuelvo a cerrar los ojos cansados, escuchando simplemente mi propia pesada y cortada respiración, cuando logro oír como la puerta principal se abre y unos cuantos pasos firmes recorren el pasillo. Abro un ojo por mera curiosidad y escucho murmullos lejanos, que poco a poco van aumentando el volumen, y me doy cuenta de que el encargado ha desaparecido de mi vista muy rápido; eso solo puede significar una cosa... quien sea que haya llegado, es un cliente que debe tener una billetera suculenta. Me despabilo un poco y, a pesar de una de las heridas de la espalda, intento estirar el cuello justo a tiempo para ver como el Tío Sean se acerca, y no tarda en poner los ojos en mí incluso cuando sospecho que no me reconoce. No lo he visto hace demasiado tiempo, y en estos meses que pasaron he crecido y cambiado, y ahora debería ser peor porque estoy lleno de suciedad. Y sin embargo, él se inclina frente a mí, con una expresión que no he visto en nadie desde que llegué a la ciudad: compasión. De inmediato, no puedo evitar preguntarme.... si Sean está aquí, entonces Seth....
Abro mis labios secos y cortados en busca de pedirle ayuda, pero no consigo hacer otra cosa que balbucear sonidos que duelen demasiado en una garganta que clama por agua, y él se limita a ponerme una mano en un hombro en un claro gesto de que me quede callado. Se voltea hacia el vendedor y, para mí sorpresa, comienza a hacerle varias preguntas. Dónde me encontraron, cómo me alimentan, mi peso y altura... con cada una de ellas, me doy cuenta de que soy incapaz de sacarle los ojos de encima, mientras que una sospechosa emoción se apodera del centro de mi pecho, haciendo que ni me importe el tono despectivo con el cual el hombre responde el interrogatorio, como si yo fuese una rata de alcantarilla. Porque entonces, el tío Sean saca una bolsa de dinero y se la entrega, acercándose a él para murmurarle unas cuantas palabras serias que no logro identificar. Paso la vista de uno a otro, y en cuanto uno de los acompañantes de Sean (uno que tiene una pinta tremenda de guardaespaldas) me obliga a levantarme con un firme vamos chico, él le hace un gesto para que no sea tan brusco. Tarde. Ya me ha levantado como si fuera un saco de papas y el cuerpo chilla de dolor, lo que me hace hacer una mueca apretando con fuerza los ojos y los dientes; el vendedor aprovecha para remarcar que soy un quejoso, pero Sean lo obliga a sacarme las esposas y sin mucho más que hacer, en pocos minutos estamos en la calle.
El sol consigue hacerme encoger en mi sitio, mientras me doy cuenta de que mis pasos son lentos y mis pies ya casi no se levantan del suelo al andar; mis piernas parecen haber perdido la costumbre de sostener mi cuerpo, así que en más de una ocasión, Sean me ayuda para mantenerme de pie y masculla palabras de apoyo, esas que no soy capaz de responder. Solo sé que las marcas en mis muñecas parecen estar en carne viva y me pregunto una y otra vez por que no me las cura... no puedo llorarle, eso está claro. Avanzamos por una calle repleta de gente, y de inmediato, tengo que sentirme agradecido por estar rodeado de guardaespaldas; los insultos no tardan en llegar, las palabras de desprecio, hasta un escupitajo cruza el aire y me da de lleno en la cara. Nos hacen avanzar más rápido, mientras yo me termino de dar cuenta, mientras Sean me ayuda a limpiarme la saliva de la piel, de que aquí soy solo una paria. Al final, nos deslizamos en el asiento trasero de un coche demasiado lujoso y me hundo contra el cuero frío, mirando por la ventana. Definitivamente, éste no es el Capitolio que yo recuerdo.
- Seth estará contento de verte - el comentario de Sean me toma por sorpresa y yo giro la cabeza para verlo, notando sus ojos clavados en mí. Seth. Está vivo... está bien.... voy a verlo....Por un momento, creo que la cabeza me da vueltas y yo solo soy capaz de asentir, relamiendo mis labios al apoyar la frente contra el vidrio de la ventana. Mi mejor amigo. Incluso sintiendo dolor, incluso asustado, preocupado, irritado, herido... incluso así, la idea de volver a saber de él me llena de una anormal felicidad que no soy capaz de compartir. Sean de todas formas no dice más, y parece muy ocupado con su teléfono móvil como para fijarse en mí. El transcurso del viaje continúa en silencio, y al final, nos detenemos frente a una casa que parece demasiado genial como para poder creer que el Seth que yo conozco vive aquí. Trago saliva y bajo del coche en cuanto me abren la puerta, y sin decir nada, agradezco cuando Sean ayuda a mantenerme de pie. Entramos al interior de la casa, que parece mucho más fresca que el exterior, y ni me molesto en fijarme en la decoración porque mis ojos están muy ocupados en encontrar ese cabello negro que tanto recuerdo. Pero no está a la vista. Sean me lleva con cuidado hacia un dormitorio vacío, y me obliga a sentarme en la cama. Su mirada va de mis heridas visibles a mi cara en más de una ocasión, y acaba aclarándose la garganta - tendrás que esperar aquí, Ben. Tengo que encontrarlo... - supongo que Seth habrá salido, y no estoy seguro de que él sepa que yo estoy aquí o que su tío pensaba traerme. Yo solo vuelvo a asentir como un robot y él palmea suavemente mi hombro, antes de ir hacia la puerta. Antes de cerrarla detrás de sus espaldas, Sean se voltea y me lanza una última mirada - siento que esto te haya pasado a ti - dice sin más. Y se marcha.
No estoy seguro de que él lo sienta más que yo.
Tengo que admitir que me estoy acostumbrando en exceso a que me den todo lo que tengo sólo por ser hijo de la persona, actualmente, más poderosa del país. Me he librado de marrones con la poli cuando han oído mi nombre, la gente me regala cosas y literalmente puedo hacer lo que me venga en gana con mi casa. Es enorme, está casi vacía porque solo vivimos aquí tres personas y el resto van y vienen ya sea de visita o por asuntos de seguridad nacional (como mi madre los llama para hacerse la importante, cuando en realidad vienen a preguntarle si puede darles más dinero para X o Y cosa). Es precisamente la falta de dinero lo que ha forzado a mi madre a poner los juegos de nuevo; claro, todo iba a la perfección hasta que alguien saboteó los juegos y las personas que estaban participando en ellos empezaron a morir. Eso supone un problemón para su popularidad y ahora prácticamente ni para por casa, o si lo hace, no sale de su despacho. De vez en cuando veo a mi Tío Sean salir de casa para asuntos en el exterior, aunque esos "susodichos asuntos en el exterior" me suenan a que necesita un respiro de toda la locura que hay ahora en casa. No me extraña. Hasta hace menos de un año, estaba intentando ser el padre de una chica que ahora ni tiene tiempo de ver.
Cómo básicamente puedo ir a donde me de la gana y hacer lo que me de la gana, he obligado a los ingenieros del distrito tres... bueno, obligado es una palabra muy fuerte; solo me interesé por lo que hacían en el distrito 3 y luego dejé caer que molaría tener un hoverboard. Y lo hicieron. Sí. Paso así. Lo creáis o no. Eso me da la excusa para cambiar la vieja skate, que según mi madre es demasiado muggle, por algo menos muggle. Sí, mi madre aún tiene tiempo para venir a quejarse de qué cosas que uso son demasiado muggles. Creo que es la única labor de madre a la que se ha reducido su actividad como... bueno, como mi madre. Eso y quejarse de mi ropa, de que como fatal y de que tengo que limpiar mi cuarto. - Quizá necesites una persona que te ayude en las labores... molestas. - No sé cuantas veces me lo habrá dejado caer ya, así como "casualmente" para que me interese por la idea de tener un esclavo. No voy a comprar a alguien y menos cuando mi novia, muggle por cierto aunque mi madre no lo sabe, también debería estar en ese grupo y no lo está por un mero trámite burocrático. Pero ya me he hartado de explicarle que no estoy de acuerdo con lo que hace y que no pienso comprar personas como si fueran cachos de carne y me limito a bufar rodando los ojos. Es mi gesto estrella cuando no quiero hablar acerca de algo y mi madre, POR FIN parece haberlo entendido.
Esa mañana salgo temprano de casa, lo cual varía mi rutina habitual de dormir hasta las 3 de la tarde y luego trasnochar hasta que amanece. El motivo es simplemente... ¿Recordáis eso de que "forcé" al distrito 3 a hacerme una hoverboard? pues eso. Me han llamado, me han dicho que la han testado y me han pedido que pase a recoger el único prototipo que yo tendré exclusivamente hasta que la pongan en venta el verano del próximo año. Tomo uno de los trasladores privados de casa, que es casi mejor que tener avión privado y estoy en menos de 10 minutos en el distrito. Me dejan probarla, me enseñan como funciona, me dan utensilios de "precaución" como rodilleras, coderas y casco por si acaso me caigo y el único motivo de que me las ponga es para no hacerles el feo. Pienso tirarlas a la basura en cuanto no estén mirando. Cuando por fin me dejan marcharme me pongo a probarla por el distrito, yendo de un sitio a otro, primero despacio y luego rápido; estoy a punto de atropellar a varias personas cuando escucho la voz del tío Sean desde mi bolsillo. Saco el espejo comunicador que hace las veces de teléfono móvil pero peor. O mejor... no lo sé. Es mejor porque puedo romperlo más fácilmente y es peor porque además de oir mi voz, también me puede ver la cara. - ¿Qué pasa? - ¿Donde andas? ¿Puedes volver? - Jo, ¿Ahora? - ¿Eso ha sido un penhouse? - Miro hacia atrás por donde acabo de pasar y me detengo en seco en una de las azoteas. - Seh. - Suelto mientras río ligeramente idiota. - Tienes que volver. - ¿Por qué? - Vuelve. - Per- - Ahora. - Sean es pocas veces insistente, así que seguramente se trata de algo grave.
El miedo de que me diga que mamá ha muerto en alguna de sus misiones se me planta en la cabeza y luego no puedo apartar esa idea de allí. Desciendo rápidamente y cojo el traslador de vuelta, por lo que en menos de 5 minutos estoy delante de él. Es bastante misterioso, dice frases cortas y puntuales como si debiese entenderlas, pero no lo hago. Mientras habla avanza a pasos rápidos y seguros hacia mi cuarto y se detiene en la puerta. Después, me señala mi propio cuarto pero se marcha antes de que pueda hacer más preguntas. Lo único con lo que me he quedado de todo lo que me dijo, es que "me ha comprado 'algo'". Se me pasa por la cabeza un regalo, alguna estupidez que quisiera; pero su tono de voz era extraño. Parecía un regalo y a la vez una desgracia. No sé que clase de cosa puede generar esos dos sentimientos a la vez. Me paso un buen rato en la puerta intentando adivinar, hasta que al final abro.
Nada de lo que hubiese imaginado minutos antes me preparó para lo que vi.
Era Ben.
El hoverboard se va al suelo de la sorpresa haciendo un golpe sordo contra la moqueta mientras mis ojos no pueden ver a mi amigo debajo de todas esas horribles heridas que asoman entre los destrozos de su ropa. Está sucio, hay sangre seca sobre su piel y heridas atroces en la muñeca. Estoy aliviado y aterrado al mismo tiempo, pero al final, entre más tiempo paso mirándole, más se alimenta uno de esos dos sentimientos. El terror. Y de repente, entro en pánico. ¿Qué se supone que tengo que hacer? Está herido, eso es una herida en condiciones, no puedo curarle con tiritas. Tengo que llamar a alguien. Tengo que llamar a Allen. Me olvido por completo del espejo comunicador y salgo corriendo de la habitación pasillo arriba para buscarlo. A medio camino, el resto de frases de mi tío Sean cobran sentido, una por una y me obligan a bajar la velocidad. Todas eran advertencias acerca de la relación que Ben y yo teníamos antes de que estallara la guerra. Él es ahora un humano. Yo soy un mago. Nadie de puertas hacia afuera de mi cuarto puede saber que somos amigos. Menos mi madre. Y ni hablemos de los sirvientes, que son como los oídos de mi madre. Es como estar en campo enemigo con una habitación de 82 metros cuadrados como refugio. Demonios. Demonios. - ¡DEMONIOS! - Pateo bruscamente la mesa más cercana, que son un montón de mesas con adornos encima que simplemente hacen bulto por los eternos pasillos. El jarrón se va al suelo rompiéndose en trozos y de una de las habitaciones asoma la cabeza una de la sirvientas de la casa. Al verme baja la vista al suelo preguntando si pasa algo. Pero no contesto, sólo desaparezco.
Voy a buscar el botiquín que hay por alguna parte de esta casa y que Alice me obligó a llenar de medicamentos por si acaso y vuelvo a la habitación sintiéndome un ridículo de mierda por haberle dejado tirado estando como está, por no haber sabido que hacer cuando le vi; incluso después de que he pensado en lo que haría si volvía a verle al mismo tiempo que deseaba que ese día no llegara nunca. Precisamente por esto. Me apoyo en la puerta y la cierro del todo, dejándonos aislados en mi habitación por un momento, como si el resto de la casa se hubiera esfumado de la faz de la tierra. - He traído drogas. - Farfullo a la vez que bromeo. Aunque no se nota en absoluto el tono de broma. Aprieto mis manos contra la caja sin saber que hacer. Ha pasado mucho tiempo. Demasiado. Él ha sufrido tanto... por culpa de mi madre. Lo mire por donde lo mire, soy parte culpable de lo que le pasó a él. De lo que le pasó a Sophia. Debería odiarme. Tiene todo el derecho de odiarme.
Cómo básicamente puedo ir a donde me de la gana y hacer lo que me de la gana, he obligado a los ingenieros del distrito tres... bueno, obligado es una palabra muy fuerte; solo me interesé por lo que hacían en el distrito 3 y luego dejé caer que molaría tener un hoverboard. Y lo hicieron. Sí. Paso así. Lo creáis o no. Eso me da la excusa para cambiar la vieja skate, que según mi madre es demasiado muggle, por algo menos muggle. Sí, mi madre aún tiene tiempo para venir a quejarse de qué cosas que uso son demasiado muggles. Creo que es la única labor de madre a la que se ha reducido su actividad como... bueno, como mi madre. Eso y quejarse de mi ropa, de que como fatal y de que tengo que limpiar mi cuarto. - Quizá necesites una persona que te ayude en las labores... molestas. - No sé cuantas veces me lo habrá dejado caer ya, así como "casualmente" para que me interese por la idea de tener un esclavo. No voy a comprar a alguien y menos cuando mi novia, muggle por cierto aunque mi madre no lo sabe, también debería estar en ese grupo y no lo está por un mero trámite burocrático. Pero ya me he hartado de explicarle que no estoy de acuerdo con lo que hace y que no pienso comprar personas como si fueran cachos de carne y me limito a bufar rodando los ojos. Es mi gesto estrella cuando no quiero hablar acerca de algo y mi madre, POR FIN parece haberlo entendido.
Esa mañana salgo temprano de casa, lo cual varía mi rutina habitual de dormir hasta las 3 de la tarde y luego trasnochar hasta que amanece. El motivo es simplemente... ¿Recordáis eso de que "forcé" al distrito 3 a hacerme una hoverboard? pues eso. Me han llamado, me han dicho que la han testado y me han pedido que pase a recoger el único prototipo que yo tendré exclusivamente hasta que la pongan en venta el verano del próximo año. Tomo uno de los trasladores privados de casa, que es casi mejor que tener avión privado y estoy en menos de 10 minutos en el distrito. Me dejan probarla, me enseñan como funciona, me dan utensilios de "precaución" como rodilleras, coderas y casco por si acaso me caigo y el único motivo de que me las ponga es para no hacerles el feo. Pienso tirarlas a la basura en cuanto no estén mirando. Cuando por fin me dejan marcharme me pongo a probarla por el distrito, yendo de un sitio a otro, primero despacio y luego rápido; estoy a punto de atropellar a varias personas cuando escucho la voz del tío Sean desde mi bolsillo. Saco el espejo comunicador que hace las veces de teléfono móvil pero peor. O mejor... no lo sé. Es mejor porque puedo romperlo más fácilmente y es peor porque además de oir mi voz, también me puede ver la cara. - ¿Qué pasa? - ¿Donde andas? ¿Puedes volver? - Jo, ¿Ahora? - ¿Eso ha sido un penhouse? - Miro hacia atrás por donde acabo de pasar y me detengo en seco en una de las azoteas. - Seh. - Suelto mientras río ligeramente idiota. - Tienes que volver. - ¿Por qué? - Vuelve. - Per- - Ahora. - Sean es pocas veces insistente, así que seguramente se trata de algo grave.
El miedo de que me diga que mamá ha muerto en alguna de sus misiones se me planta en la cabeza y luego no puedo apartar esa idea de allí. Desciendo rápidamente y cojo el traslador de vuelta, por lo que en menos de 5 minutos estoy delante de él. Es bastante misterioso, dice frases cortas y puntuales como si debiese entenderlas, pero no lo hago. Mientras habla avanza a pasos rápidos y seguros hacia mi cuarto y se detiene en la puerta. Después, me señala mi propio cuarto pero se marcha antes de que pueda hacer más preguntas. Lo único con lo que me he quedado de todo lo que me dijo, es que "me ha comprado 'algo'". Se me pasa por la cabeza un regalo, alguna estupidez que quisiera; pero su tono de voz era extraño. Parecía un regalo y a la vez una desgracia. No sé que clase de cosa puede generar esos dos sentimientos a la vez. Me paso un buen rato en la puerta intentando adivinar, hasta que al final abro.
Nada de lo que hubiese imaginado minutos antes me preparó para lo que vi.
Era Ben.
El hoverboard se va al suelo de la sorpresa haciendo un golpe sordo contra la moqueta mientras mis ojos no pueden ver a mi amigo debajo de todas esas horribles heridas que asoman entre los destrozos de su ropa. Está sucio, hay sangre seca sobre su piel y heridas atroces en la muñeca. Estoy aliviado y aterrado al mismo tiempo, pero al final, entre más tiempo paso mirándole, más se alimenta uno de esos dos sentimientos. El terror. Y de repente, entro en pánico. ¿Qué se supone que tengo que hacer? Está herido, eso es una herida en condiciones, no puedo curarle con tiritas. Tengo que llamar a alguien. Tengo que llamar a Allen. Me olvido por completo del espejo comunicador y salgo corriendo de la habitación pasillo arriba para buscarlo. A medio camino, el resto de frases de mi tío Sean cobran sentido, una por una y me obligan a bajar la velocidad. Todas eran advertencias acerca de la relación que Ben y yo teníamos antes de que estallara la guerra. Él es ahora un humano. Yo soy un mago. Nadie de puertas hacia afuera de mi cuarto puede saber que somos amigos. Menos mi madre. Y ni hablemos de los sirvientes, que son como los oídos de mi madre. Es como estar en campo enemigo con una habitación de 82 metros cuadrados como refugio. Demonios. Demonios. - ¡DEMONIOS! - Pateo bruscamente la mesa más cercana, que son un montón de mesas con adornos encima que simplemente hacen bulto por los eternos pasillos. El jarrón se va al suelo rompiéndose en trozos y de una de las habitaciones asoma la cabeza una de la sirvientas de la casa. Al verme baja la vista al suelo preguntando si pasa algo. Pero no contesto, sólo desaparezco.
Voy a buscar el botiquín que hay por alguna parte de esta casa y que Alice me obligó a llenar de medicamentos por si acaso y vuelvo a la habitación sintiéndome un ridículo de mierda por haberle dejado tirado estando como está, por no haber sabido que hacer cuando le vi; incluso después de que he pensado en lo que haría si volvía a verle al mismo tiempo que deseaba que ese día no llegara nunca. Precisamente por esto. Me apoyo en la puerta y la cierro del todo, dejándonos aislados en mi habitación por un momento, como si el resto de la casa se hubiera esfumado de la faz de la tierra. - He traído drogas. - Farfullo a la vez que bromeo. Aunque no se nota en absoluto el tono de broma. Aprieto mis manos contra la caja sin saber que hacer. Ha pasado mucho tiempo. Demasiado. Él ha sufrido tanto... por culpa de mi madre. Lo mire por donde lo mire, soy parte culpable de lo que le pasó a él. De lo que le pasó a Sophia. Debería odiarme. Tiene todo el derecho de odiarme.
Icono :
Durante un momento, mis ojos se toman el atrevimiento de observar cada rincón de la habitación, aunque lo hacen en un modo tímido, sigiloso, como si fuese casi algo prohibido. Nada de lo que me rodea me recuerda a Seth en ningún sentido; ni la pintura de las paredes, ni el aroma a limpio, hasta incluso el acolchado que acarician mis dedos secos me resulta demasiado costoso, similar al material que teníamos en la Isla de los Vencedores, cuando todavía funcionaba como tal. ¿Será una broma? ¿El tío Sean tendrá un lado macabro y cruel que yo no había conocido y me trajo aquí para torturarme y asesinarme por las cosas que hice hace mucho tiempo? No me sorprendería, porque al fin y al cabo, es uno de ellos. Un asqueroso mago que vive de lujos mientras nosotros morimos de hambre... aunque a ellos les hicieron lo mismo. ¿Y yo qué culpa tengo de eso?
Me miro las manos heridas y, por un momento, me pregunto si seré capaz de salir del dormitorio; quizá no haya nadie cerca, o quizá esté todo el mundo, o tal vez tengo la oportunidad de pedir ayuda aunque nadie quiera dármela. Estoy considerando la idea de saltar por la ventana cuando la puerta se abre, y lo primero que veo es el cabello oscuro de Seth, seguido por su rostro pálido y su alta figura. Ni siquiera sé como debería sentirme al respecto. ¿Cuántos meses han pasado desde la última vez que nos vimos? ¿Cuántos meses él ha estado viviendo como un rey mientras yo estaba allá afuera? Sé que ha llamado a Sophia para advertirle, y se lo agradezco, pero por algún motivo se me tensa la mandíbula. Da igual, el muy cobarde sale disparado con un estruendo para irse de la habitación y, a decir verdad, no me muevo de mi sitio hasta que regresa. Por alguna razón no me siento capaz de hacerlo y apuesto a que no es por las heridas. ¿Cómo puedo mirar a mi mejor amigo cuando su tío acaba de comprarme para él?
Drogas. Su broma me vale un bufido sarcástico y vuelvo a bajar la vista. Si pudiera, lo golpearía... pero alguien, aunque estemos solos, me frenaría, y además yo no puedo ni ponerme de pie sin tambalearme. - ¿Siempre has sido...? - cuando por fin hablo, pregunto lo primero que se me viene a la mente, sintiendo mi voz rasposa, dejando bien en claro que no estoy acostumbrado a usarla. Alzo los ojos hacia él, pero no consigo verlo bien hasta que me doy cuenta que se me han llenado de lágrimas. Me paso el dorso de una manga sucia, rota y apestosa para limpiarme, aunque sé que en mi mirada solamente se demuestra el enojo y la frustración - creí que eras mi mejor amigo...
Lo era, o lo es, o no lo sé porque no tengo idea de qué está sucediendo. Sea como sea, no puedo sacarle los ojos de encima. Y muy en el fondo, sé que él no tiene realmente la culpa, pero la parte más externa de mí no puede evitar sentir un enfado y un dolor que va más allá de las heridas. Sin pensarlo, froto la M marcada en mi piel con los dedos; esa que ahora deja bien en claro que ahora, nosotros no podemos ser mejores amigos - todos estos meses... ¿y estuviste aquí? ¿Así?
Me miro las manos heridas y, por un momento, me pregunto si seré capaz de salir del dormitorio; quizá no haya nadie cerca, o quizá esté todo el mundo, o tal vez tengo la oportunidad de pedir ayuda aunque nadie quiera dármela. Estoy considerando la idea de saltar por la ventana cuando la puerta se abre, y lo primero que veo es el cabello oscuro de Seth, seguido por su rostro pálido y su alta figura. Ni siquiera sé como debería sentirme al respecto. ¿Cuántos meses han pasado desde la última vez que nos vimos? ¿Cuántos meses él ha estado viviendo como un rey mientras yo estaba allá afuera? Sé que ha llamado a Sophia para advertirle, y se lo agradezco, pero por algún motivo se me tensa la mandíbula. Da igual, el muy cobarde sale disparado con un estruendo para irse de la habitación y, a decir verdad, no me muevo de mi sitio hasta que regresa. Por alguna razón no me siento capaz de hacerlo y apuesto a que no es por las heridas. ¿Cómo puedo mirar a mi mejor amigo cuando su tío acaba de comprarme para él?
Drogas. Su broma me vale un bufido sarcástico y vuelvo a bajar la vista. Si pudiera, lo golpearía... pero alguien, aunque estemos solos, me frenaría, y además yo no puedo ni ponerme de pie sin tambalearme. - ¿Siempre has sido...? - cuando por fin hablo, pregunto lo primero que se me viene a la mente, sintiendo mi voz rasposa, dejando bien en claro que no estoy acostumbrado a usarla. Alzo los ojos hacia él, pero no consigo verlo bien hasta que me doy cuenta que se me han llenado de lágrimas. Me paso el dorso de una manga sucia, rota y apestosa para limpiarme, aunque sé que en mi mirada solamente se demuestra el enojo y la frustración - creí que eras mi mejor amigo...
Lo era, o lo es, o no lo sé porque no tengo idea de qué está sucediendo. Sea como sea, no puedo sacarle los ojos de encima. Y muy en el fondo, sé que él no tiene realmente la culpa, pero la parte más externa de mí no puede evitar sentir un enfado y un dolor que va más allá de las heridas. Sin pensarlo, froto la M marcada en mi piel con los dedos; esa que ahora deja bien en claro que ahora, nosotros no podemos ser mejores amigos - todos estos meses... ¿y estuviste aquí? ¿Así?
Dios, fue un mal momento para chistes. Desvío la mirada porque soy incapaz de ver otra cosa que no sean sus heridas que disparan la culpabilidad hasta límites que jamás había sentido. Me paso la mano por la nuca sin saber que decir. ¿Me alegro de verte? ¿Me alegra que estés bien? Ninguna de las dos cosas es algo realmente bueno para él. Él ni siquiera debería estar aquí. - DO... - De mi boca no acaba a salir más que un intento de sílaba porque sus palabras me interrumpen y de golpe, las miles de preguntas que tenía para él se evaporan de mi cerebro. Arrugo el gesto ligeramente, con una confusión evidente porque no entiendo que está preguntando. ¿Siempre he sido qué? ¿un idiota con malas bromas? sí. Y las peores son las que suelto cuando estoy nervioso. Como ahora.
Pero sus esfuerzos por hablar captan mi atención más que sus palabras. ¿Hace cuanto que no habla con otro ser humano? los de mamá no llegaron en éste estado, ni de broma. Espera. Espera. Espera. De repente, me escucho a mi mismo pensando en Ben como en las personas que mamá lleva trayendo a casa para que trabajen para nosotros en lugar de los elfos. Los esclavos. Y comprendo otra parte del secretismo de tío Sean. - ¿Te ha comprado para mi? - Mi voz es al menos dos octavas por encima de lo normal, presa de la sorpresa, la indignación, la rabia y un montón más de sentimientos negativos que se aglomeran todos en mi pecho y amenazan con explotar. No lo ha hecho. Dime que no lo ha hecho.
Sí. Sí lo ha hecho. Ha comprado un esclavo para mi, cuando me he negado en cientos de ocasiones a que mi madre me forzara a ello. Pero eso no es lo peor. Ha comprado a mi mejor amigo. "creía que eras mi mejor amigo". Aquella frase es, literalmente, una bofetada. ¿Creía? Pero las acusaciones no paran ahí. ¿Ahora está intentando hacerme sentir mal por vivir así? Y no sé que hacer. Por un momento me quedo simplemente observándolo estupefacto, como si acabaran de ponerme el pause. Intento procesar lo que me está diciendo, cada una de sus palabras. Sé que debería estar enfadado por todo lo que le pasó, sé que debería dolerle, sé que ha sufrido mucho. Pero... aunque yo tenga en parte la culpa. - NO TIENES DERECHO A RECLAMARME ESTA MIERDA - Escupo las palabras antes de pensarlas, como siempre que reacciono por instinto. Lanzo el botiquín a sus pies bruscamente, y éste se abre por el golpe. - Yo estuve ahí. Y tú estabas aquí. - Le señalo a él primero y luego a mi, recordando una época en la que los papeles estaban al contrario. - Tuve que dejar mi casa. Tuve que esconderme. Temía por mi vida cada segundo de mi existencia. Y la única diferencia que hay entre tu y yo, es que a mi no me cogieron. - Estoy seguro de haber pensado miles de veces, en las noches de insomnio, cómo sería volver a verle; las cosas que le diría, a donde le llevaría... imaginaba inocentemente que sería como cuando éramos niños y vagábamos por su distrito mientras yo fingía ser alguien que no era sólo para tener un día de libertad al mes. Pero en el momento en el que él abrió la boca... no, en el momento en el que YO abrí la boca, lo jodí todo.
La rabia da paso al dolor y también a la empatía, porque aunque él no lo crea, hay una parte de mi que sí sabe por lo que está pasando; aunque no pueda sentir el dolor de todas esas heridas que tiene en el cuerpo. - Estúpido muggle - Farfullo mientras me llevo las manos a la cara, dejo ir mi cuerpo hacia atrás y me resbalo por la puerta quedándome sentado con las piernas recogidas y repitiendo ese mismo insulto tantas veces, que deja de tener sentido; especialmente cuando mi voz pierde fuerza y pasan a ser sollozos que intento reprimir con todas mis fuerzas y acaban siendo hipidos que me hacen reír. - Yo también me alegro de que no te hayan matado -
Pero sus esfuerzos por hablar captan mi atención más que sus palabras. ¿Hace cuanto que no habla con otro ser humano? los de mamá no llegaron en éste estado, ni de broma. Espera. Espera. Espera. De repente, me escucho a mi mismo pensando en Ben como en las personas que mamá lleva trayendo a casa para que trabajen para nosotros en lugar de los elfos. Los esclavos. Y comprendo otra parte del secretismo de tío Sean. - ¿Te ha comprado para mi? - Mi voz es al menos dos octavas por encima de lo normal, presa de la sorpresa, la indignación, la rabia y un montón más de sentimientos negativos que se aglomeran todos en mi pecho y amenazan con explotar. No lo ha hecho. Dime que no lo ha hecho.
Sí. Sí lo ha hecho. Ha comprado un esclavo para mi, cuando me he negado en cientos de ocasiones a que mi madre me forzara a ello. Pero eso no es lo peor. Ha comprado a mi mejor amigo. "creía que eras mi mejor amigo". Aquella frase es, literalmente, una bofetada. ¿Creía? Pero las acusaciones no paran ahí. ¿Ahora está intentando hacerme sentir mal por vivir así? Y no sé que hacer. Por un momento me quedo simplemente observándolo estupefacto, como si acabaran de ponerme el pause. Intento procesar lo que me está diciendo, cada una de sus palabras. Sé que debería estar enfadado por todo lo que le pasó, sé que debería dolerle, sé que ha sufrido mucho. Pero... aunque yo tenga en parte la culpa. - NO TIENES DERECHO A RECLAMARME ESTA MIERDA - Escupo las palabras antes de pensarlas, como siempre que reacciono por instinto. Lanzo el botiquín a sus pies bruscamente, y éste se abre por el golpe. - Yo estuve ahí. Y tú estabas aquí. - Le señalo a él primero y luego a mi, recordando una época en la que los papeles estaban al contrario. - Tuve que dejar mi casa. Tuve que esconderme. Temía por mi vida cada segundo de mi existencia. Y la única diferencia que hay entre tu y yo, es que a mi no me cogieron. - Estoy seguro de haber pensado miles de veces, en las noches de insomnio, cómo sería volver a verle; las cosas que le diría, a donde le llevaría... imaginaba inocentemente que sería como cuando éramos niños y vagábamos por su distrito mientras yo fingía ser alguien que no era sólo para tener un día de libertad al mes. Pero en el momento en el que él abrió la boca... no, en el momento en el que YO abrí la boca, lo jodí todo.
La rabia da paso al dolor y también a la empatía, porque aunque él no lo crea, hay una parte de mi que sí sabe por lo que está pasando; aunque no pueda sentir el dolor de todas esas heridas que tiene en el cuerpo. - Estúpido muggle - Farfullo mientras me llevo las manos a la cara, dejo ir mi cuerpo hacia atrás y me resbalo por la puerta quedándome sentado con las piernas recogidas y repitiendo ese mismo insulto tantas veces, que deja de tener sentido; especialmente cuando mi voz pierde fuerza y pasan a ser sollozos que intento reprimir con todas mis fuerzas y acaban siendo hipidos que me hacen reír. - Yo también me alegro de que no te hayan matado -
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¿Me han comprado para él? Jamás lo han dicho de forma clara, pero como respuesta alzo lentamente uno de mis adoloridos hombros - tu tío pagó una buena suma de dinero... - explico como mera respuesta, pero sospecho que eso ya lo sabe. Todo el mundo vio los carteles que indicaban la búsqueda de los Enemigos Públicos, y yo estaba en el tercer puesto, justo por debajo de Echo Duane, y solamente por seguir una vida que yo no quería; al menos él y Black estaban ahí por sus propias decisiones. ¿Eso significa que ahora tengo que servirle limonada a Seth mientras mira televisión y hacerle masajes en los pies? ¿O solamente va a tenerme aquí hasta que decidan qué hacer conmigo?
Tanto el sonido alzado de su voz como el estruendo del botiquín al chocar y abrirse delante de mis pies apenas me vale un sobresalto que no logra sacudir realmente mi cuerpo, y por alguna razón, tampoco me aparta la mirada de él. Con cada una de sus palabras, mi ceño se va frunciendo hasta el punto que estoy seguro de que mi rostro es solo una mueca debajo de la mugre y el dolor, hasta que, cuando creo que ha terminado de una buena vez, soy incapaz de contenerme - ¡Pero yo era honesto contigo! - el grito me sale entre dientes, en una mezcla de rabia contenida y presa del dolor de mi garganta seca - sabía que tenías problemas, pero no creí que.... ¡pasé meses creyendo que estabas muerto! - mi voz se tiñe y me odio por eso, dejando bien en claro que el enfado viene más por la traición que siento y el hecho de que he estado asustado cuando, en realidad, él estaba más protegido que cualquier otra persona en el país - tuve que enterarme por Sophia que tu madre es quien es luego de esa llamada y... - bufo. No había pensado en Sophia, y recordar lo que ha pasado el último día todavía me sigue estrujando el pecho. También recuerdo que en cierto modo, con esa llamada, Seth le salvó la vida, mientras que lo máximo que yo pude hacer fue ponerla bajo una capa de invisibilidad mientras rebotaban maldiciones por todos lados, y quizá nadie la encontró nunca más. Y probablemente su cuerpo se ande pudriendo en el bosque junto al de Gigi.
Sé que él no tiene la culpa, y que haya traído un botiquín dice mucho más que el hecho de que lo haya dejado caer, porque que yo sepa, los magos hoy en día no se toman la molestia en limpiar y curar humanos. Le echo un vistazo, pero al final, con movimientos lentos y algo doblado en mí mismo, me inclino hasta que mis dedos lo rozan y me hago con la bendita caja de primeros auxilios, poniéndola sobre mi regazo para empezar a hurgar dentro de ella. Sé que no servirá de mucho, empezando porque soy una mugre y la sangre seca ha cubierto casi todas las heridas, pero todavía no me atrevo a pedir agua. Lo sé, es estúpido, pero ahora las cosas entre él y yo parecen separadas por una cortina que antes no existía.
Su intento de insulto me vale que la comisura izquierda de mis labios se tuerce y me atrevo a alzar la vista, bajo mi demasiado largo flequillo, entre sorprendido y relajado por oírlo reír por aquella idiotez - estúpido mago - le respondo finalmente en un murmullo, entre la broma y la seriedad. Estoy jugueteando con un algodón entre dos de mis temblorosos dedos, no muy seguro de cómo y donde empezar, cuando lo siguiente que dice me hace suspirar - supongo que también me alegro de que tú estés aquí y no en un mercado o una fosa común... - y pensar que, al final, ese siempre ha sido mi destino. Antes era un prisionero camuflado de celebridad, y ahora me he reducido a estas sobras que probablemente acaben sin vida tarde o temprano. Una lotería.
- Ella está bien, si quieres saberlo... - acabo diciendo en voz baja, aún buscando alguna pomada como excusa para mantenerme ocupado. De todas formas, mi cuerpo está lo suficientemente débil como para hacer cada movimiento exasperante y lento - Sophia. La he encontrado. Estaba conmigo cuando...- dejo el hilo de la conversación colgando, sabiendo que él me entenderá. De todas formas me interrumpo para tratar de carraspear para humedecer mi garganta seca y lanzo un pequeño y apenas audible gemido de dolor. Acabo inclinándome hacia delante, apoyando la frente contra el botiquín y cierro los ojos, en un intento de controlar mi respiración para calmar la temperatura de mi cuerpo, esa que me hace sentir repleto de plomo.
Tanto el sonido alzado de su voz como el estruendo del botiquín al chocar y abrirse delante de mis pies apenas me vale un sobresalto que no logra sacudir realmente mi cuerpo, y por alguna razón, tampoco me aparta la mirada de él. Con cada una de sus palabras, mi ceño se va frunciendo hasta el punto que estoy seguro de que mi rostro es solo una mueca debajo de la mugre y el dolor, hasta que, cuando creo que ha terminado de una buena vez, soy incapaz de contenerme - ¡Pero yo era honesto contigo! - el grito me sale entre dientes, en una mezcla de rabia contenida y presa del dolor de mi garganta seca - sabía que tenías problemas, pero no creí que.... ¡pasé meses creyendo que estabas muerto! - mi voz se tiñe y me odio por eso, dejando bien en claro que el enfado viene más por la traición que siento y el hecho de que he estado asustado cuando, en realidad, él estaba más protegido que cualquier otra persona en el país - tuve que enterarme por Sophia que tu madre es quien es luego de esa llamada y... - bufo. No había pensado en Sophia, y recordar lo que ha pasado el último día todavía me sigue estrujando el pecho. También recuerdo que en cierto modo, con esa llamada, Seth le salvó la vida, mientras que lo máximo que yo pude hacer fue ponerla bajo una capa de invisibilidad mientras rebotaban maldiciones por todos lados, y quizá nadie la encontró nunca más. Y probablemente su cuerpo se ande pudriendo en el bosque junto al de Gigi.
Sé que él no tiene la culpa, y que haya traído un botiquín dice mucho más que el hecho de que lo haya dejado caer, porque que yo sepa, los magos hoy en día no se toman la molestia en limpiar y curar humanos. Le echo un vistazo, pero al final, con movimientos lentos y algo doblado en mí mismo, me inclino hasta que mis dedos lo rozan y me hago con la bendita caja de primeros auxilios, poniéndola sobre mi regazo para empezar a hurgar dentro de ella. Sé que no servirá de mucho, empezando porque soy una mugre y la sangre seca ha cubierto casi todas las heridas, pero todavía no me atrevo a pedir agua. Lo sé, es estúpido, pero ahora las cosas entre él y yo parecen separadas por una cortina que antes no existía.
Su intento de insulto me vale que la comisura izquierda de mis labios se tuerce y me atrevo a alzar la vista, bajo mi demasiado largo flequillo, entre sorprendido y relajado por oírlo reír por aquella idiotez - estúpido mago - le respondo finalmente en un murmullo, entre la broma y la seriedad. Estoy jugueteando con un algodón entre dos de mis temblorosos dedos, no muy seguro de cómo y donde empezar, cuando lo siguiente que dice me hace suspirar - supongo que también me alegro de que tú estés aquí y no en un mercado o una fosa común... - y pensar que, al final, ese siempre ha sido mi destino. Antes era un prisionero camuflado de celebridad, y ahora me he reducido a estas sobras que probablemente acaben sin vida tarde o temprano. Una lotería.
- Ella está bien, si quieres saberlo... - acabo diciendo en voz baja, aún buscando alguna pomada como excusa para mantenerme ocupado. De todas formas, mi cuerpo está lo suficientemente débil como para hacer cada movimiento exasperante y lento - Sophia. La he encontrado. Estaba conmigo cuando...- dejo el hilo de la conversación colgando, sabiendo que él me entenderá. De todas formas me interrumpo para tratar de carraspear para humedecer mi garganta seca y lanzo un pequeño y apenas audible gemido de dolor. Acabo inclinándome hacia delante, apoyando la frente contra el botiquín y cierro los ojos, en un intento de controlar mi respiración para calmar la temperatura de mi cuerpo, esa que me hace sentir repleto de plomo.
En medio de mi risa alzo la cabeza para mirarle y bufo ligeramente. - ¿Honesto? Yo intentaba mantenerte a salvo. Había gente que te habría torturado hasta matarte si sospechaban que sabías donde estaba. Quizá solo por conocerme. Sólo por una casualidad... - "... con una caja de música". Pero esa frase no la digo, porque aún recuerdo cómo nos conocimos y porqué encajamos en seguida. Él conoce el dolor de perder a alguien y nadie más que otra persona que lo ha vivido en carnes propias puede entenderlo. Los gemelos no son lo mismo que el resto de hermanos. Nunca lo serán. Y cada vez que muere uno, muere una parte de tí mismo. Es como si el sepulturero enterrara sin saberlo, dos almas en el mismo ataúd. - ¡Y yo que tú estabas muerto! La llamé para ponerla a salvo, pero ni siquiera sabía si había conseguido salir a tiempo de esa casa. Y tenía que ver el incendio por la televisión. Mataron a muchos vencedores de un tiro en la sien solo por rebelarse - Pero no hace falta que se lo diga, él lo sabe. Él estaba ahí. - Me preguntó por ti y yo no podía decirle nada, porque no sabía nada. - Mencionar a Sophia me trae recuerdos de tiempos mejores, de cuando no importaba demasiado toda esta guerra y mucho menos la condición sanguínea de ninguno de nosotros. No estábamos separados por una denominación clasista... donde aún ella podía contarme secretos sobre Ben que yo debía callarme para siempre.
Quiero preguntarle por ella pero tengo que tragarme ese impulso. Siempre quise saber si estaba bien, siempre quise que mi vida fuera la de un libro que pudiese leer y conocer incluso aquellas partes en las que no había estado presente. Pero ahora que tengo esa posibilidad delante, que puedo saberlo, no quiero la respuesta. ¿Y si ella también está en ese mercado? Es la primera idea que se me pasa por la mente, pero no la más horrible. Podría estar muerta. Podría estar herida en un lugar al que no puedo llegar. Podría acabar en esos tugurios tan populares ahora donde prostituyen a las chicas. Pero él lo suelta. No necesito preguntárselo y él no necesita especificare de quien habla. - Mamá sabe que avisé a alguien pero no sabe a quien. Rompí el teléfono antes de que pudiera tocarlo. Aún así... - Bajo mi vista hacia mis manos, ahora reposando en mi regazo. - ... no recuerdo la cantidad de noches que soñé que la atrapaban de todas maneras. - Venía mamá a mi cuarto y abría la puerta triunfal: "Les encontré". Aún así, nunca pasó. Nunca hubo noticias sobre ellos, sólo muchos carteles de la cara de Ben y de la chica pelirroja que pasado un tiempo deduje que sólo eran noticias atrasadas, abandonadas y acabadas.
Más de una vez llegué a pensar en que se estuviera pudriendo en alguna parte.
Me dedico un rato a recordar todas esas cosas horribles que les podrían haber pasado cuando la frente de Ben remueve el botiquín haciendo un ligero ruido. Me abalanzo contra él de inmediato y cuando pongo mis manos sobre su cuerpo lo noto ardiendo. - Ben... - Murmuro su nombre. La fiebre nunca es buena señal. Le quito el botiquín de las manos y todas las mierdas que intentó ponerse encima de toda la roña que tiene acumulada y luego lo ayudo a levantarse cargando con la mayor parte de su peso mientras voy hacia el baño. Lo siento en la taza del váter con la tapa abajo y enciendo la ducha. - Idiota. No se te ocurra morirte. Tienes prohibido morirte. - Mientras la bañeras se llena le empiezo a sacar la ropa. Es un infierno, aunque nada comparado con el infierno que tiene que vivir él. La sangre seca es muchísima, y la mayor parte de ella se ha secado sobre las heridas viejas y recientes. En cuanto intento tirar de la tela, me llevo varias de las costras de las heridas que ya tenía cerradas y que se abren de nuevo. Así que paro. No puedo arrancarle cachos de piel, eso no ayuda a nadie.
Cuando el agua de la bañera sube lo suficiente, extiendo mi mano y la empapo, manteniendo en la palma toda el agua que puedo para ir empapando su ropa poco a poco y despegándola de su cuerpo. - Mantente despierto. ¿Vale? - Y me gustaría poder hacerle una pregunta que no traiga dolorosos recuerdos a su cabeza pero no se me ocurre ninguna. ¿Estará bien Gigi? ¿Y su padre? Y... ¿Dónde demonios ha estado todo este tiempo? - Hay un cheff en la cocina que tenía una pastelería y hace una tarta que está para morirse. Tienes que probarla. -
Quiero preguntarle por ella pero tengo que tragarme ese impulso. Siempre quise saber si estaba bien, siempre quise que mi vida fuera la de un libro que pudiese leer y conocer incluso aquellas partes en las que no había estado presente. Pero ahora que tengo esa posibilidad delante, que puedo saberlo, no quiero la respuesta. ¿Y si ella también está en ese mercado? Es la primera idea que se me pasa por la mente, pero no la más horrible. Podría estar muerta. Podría estar herida en un lugar al que no puedo llegar. Podría acabar en esos tugurios tan populares ahora donde prostituyen a las chicas. Pero él lo suelta. No necesito preguntárselo y él no necesita especificare de quien habla. - Mamá sabe que avisé a alguien pero no sabe a quien. Rompí el teléfono antes de que pudiera tocarlo. Aún así... - Bajo mi vista hacia mis manos, ahora reposando en mi regazo. - ... no recuerdo la cantidad de noches que soñé que la atrapaban de todas maneras. - Venía mamá a mi cuarto y abría la puerta triunfal: "Les encontré". Aún así, nunca pasó. Nunca hubo noticias sobre ellos, sólo muchos carteles de la cara de Ben y de la chica pelirroja que pasado un tiempo deduje que sólo eran noticias atrasadas, abandonadas y acabadas.
Más de una vez llegué a pensar en que se estuviera pudriendo en alguna parte.
Me dedico un rato a recordar todas esas cosas horribles que les podrían haber pasado cuando la frente de Ben remueve el botiquín haciendo un ligero ruido. Me abalanzo contra él de inmediato y cuando pongo mis manos sobre su cuerpo lo noto ardiendo. - Ben... - Murmuro su nombre. La fiebre nunca es buena señal. Le quito el botiquín de las manos y todas las mierdas que intentó ponerse encima de toda la roña que tiene acumulada y luego lo ayudo a levantarse cargando con la mayor parte de su peso mientras voy hacia el baño. Lo siento en la taza del váter con la tapa abajo y enciendo la ducha. - Idiota. No se te ocurra morirte. Tienes prohibido morirte. - Mientras la bañeras se llena le empiezo a sacar la ropa. Es un infierno, aunque nada comparado con el infierno que tiene que vivir él. La sangre seca es muchísima, y la mayor parte de ella se ha secado sobre las heridas viejas y recientes. En cuanto intento tirar de la tela, me llevo varias de las costras de las heridas que ya tenía cerradas y que se abren de nuevo. Así que paro. No puedo arrancarle cachos de piel, eso no ayuda a nadie.
Cuando el agua de la bañera sube lo suficiente, extiendo mi mano y la empapo, manteniendo en la palma toda el agua que puedo para ir empapando su ropa poco a poco y despegándola de su cuerpo. - Mantente despierto. ¿Vale? - Y me gustaría poder hacerle una pregunta que no traiga dolorosos recuerdos a su cabeza pero no se me ocurre ninguna. ¿Estará bien Gigi? ¿Y su padre? Y... ¿Dónde demonios ha estado todo este tiempo? - Hay un cheff en la cocina que tenía una pastelería y hace una tarta que está para morirse. Tienes que probarla. -
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Todo lo que me dice me suena a un tiempo demasiado lejano, y no puedo evitar poner mala cara cuando me recuerda lo que ha pasado en la isla. Todavía me acuerdo muy bien del modo en el cual se veían los cuerpos en el suelo, en contraste con el fuego que quemaba nuestras casas, y como los gritos cortaban la noche mientras Amy se sujetaba a mi mano para poder escapar. No me atrevo a decir mucho más sobre el tema. Especialmente sobre sus miedos por si atrapaban a Sophia, lo que me hace sentir más culpable por el solo hecho de decirle que se encuentra bien cuando solamente puedo cruzar los dedos por que haya regresado al catorce sana y salva. Si algo le ha ocurrido a Sophia, no es más que mi culpa.
Mi mente parece incluso más pesada que mi cráneo, y por un instante pierdo la noción del tiempo hasta que las manos de Seth se encuentran sobre mi cuerpo en un primer contacto real con mi mejor amigo desde hace mucho tiempo. Con un gruñido a modo de obvia queja, permito que me levante con cuidado y mi cuerpo se recarga en el suyo, arrastrando mis pies como si cada movimiento fuese una nueva bofetada de calor hasta que al fin me sienta otra vez. Sin mucha fuerza, se me escapa una breve risa sarcástica - todavía no he muerto... ¿y crees que esto va a matarme? - he estado en una arena, he sobrevivido, me he metido en cientos de líos incluyendo una fuga por todo el país y sigo respirando. Mi vida ha sido una serie de eventos desafortunados y todavía no tengo ni quince años, pero de alguna forma u otra, incluso en contra de mi voluntad, aquí estoy. Vivo.
El quejido de dolor hace eco en el baño cuando comienza a quitarme la ropa, opacando por un momento el caer del agua en la bañadera, porque puedo sentir como las costras de sangre secan se van despegando de mi cuerpo hasta hacerme arder y sangrar nuevamente. Acabo apretando los labios con fuerza en una mueca que deja bien en claro que no la estoy pasando bien, ignorando las lágrimas involuntarias que se me han salido de los ojos y ahorra barren la mugre de mi cara, y simplemente asiento como un niño muy pequeño cuando me obligue a mantenerme despierto. La fiebre no va a matarme; he estado peor - ¿Tienen chispas de chocolate? - consigo farbullar para mantenerme entretenido, observando como mi piel sudorosa, sucia y cargada de heridas, va quedando al descubierto mientras el aire gélido golpea mi alta temperatura y me hace estremecer. De vez en cuando le echo miradas cariñosas a la bañera, rogando que no tarde en llenarse.
Al contrario de lo que solía pensar, ahora mismo mi desnudez no me molesta por el hecho de no llevar ropa, sino porque no quiero que él vea las cosas que su madre ha provocado que me sucedan. Para mi desgracia, tengo que pararme para poder quitar los destruídos pantalones, así que me sostengo allí de donde puedo, incluyendo la pared hasta su cabeza, aunque en cruzar mis brazos sobre mi pecho hasta que comienzo a tiritar. - n...no tienes que hacer esto... - logro murmurar entre dientes, cerrando con fuerza mis ojos cuando tengo la sensación de que volveré a perder el equilibrio, tratando de no pensar en como la tela del jean se va despegando de mi piel - creí que los magos no podían... - ¿Ayudar a los muggles? ¿Ser amables? Quizá es porque solamente me molesta que no me ayuda a enfadarme con él. Para cuando vuelvo a abrir los ojos, estoy moviendo mis dedos descalzos sobre el suelo frío y vuelvo a sacudirme en un estremecimiento, haciendo un amague a moverme por mi cuenta hacia la bañera. El sudor pica, la sangre pica, la mugre pica, mi cuerpo está cansado... el agua es más que tentadora. Y de todas formas, me obligo a seguir hablando, incluso aunque duela - ¿vas a explicarme exactamente cómo son las cosas ahora, o tampoco puedes decírmelo? - los datos que me han llegado son los básicos que he visto desde la muerte de los Black, desde antes que destruyeran la isla por televisión hasta lo que he ido recolectando en los últimos meses con diarios y carteles con mi cara robados. ¿Pero qué ha pasado aquí?
Mi mente parece incluso más pesada que mi cráneo, y por un instante pierdo la noción del tiempo hasta que las manos de Seth se encuentran sobre mi cuerpo en un primer contacto real con mi mejor amigo desde hace mucho tiempo. Con un gruñido a modo de obvia queja, permito que me levante con cuidado y mi cuerpo se recarga en el suyo, arrastrando mis pies como si cada movimiento fuese una nueva bofetada de calor hasta que al fin me sienta otra vez. Sin mucha fuerza, se me escapa una breve risa sarcástica - todavía no he muerto... ¿y crees que esto va a matarme? - he estado en una arena, he sobrevivido, me he metido en cientos de líos incluyendo una fuga por todo el país y sigo respirando. Mi vida ha sido una serie de eventos desafortunados y todavía no tengo ni quince años, pero de alguna forma u otra, incluso en contra de mi voluntad, aquí estoy. Vivo.
El quejido de dolor hace eco en el baño cuando comienza a quitarme la ropa, opacando por un momento el caer del agua en la bañadera, porque puedo sentir como las costras de sangre secan se van despegando de mi cuerpo hasta hacerme arder y sangrar nuevamente. Acabo apretando los labios con fuerza en una mueca que deja bien en claro que no la estoy pasando bien, ignorando las lágrimas involuntarias que se me han salido de los ojos y ahorra barren la mugre de mi cara, y simplemente asiento como un niño muy pequeño cuando me obligue a mantenerme despierto. La fiebre no va a matarme; he estado peor - ¿Tienen chispas de chocolate? - consigo farbullar para mantenerme entretenido, observando como mi piel sudorosa, sucia y cargada de heridas, va quedando al descubierto mientras el aire gélido golpea mi alta temperatura y me hace estremecer. De vez en cuando le echo miradas cariñosas a la bañera, rogando que no tarde en llenarse.
Al contrario de lo que solía pensar, ahora mismo mi desnudez no me molesta por el hecho de no llevar ropa, sino porque no quiero que él vea las cosas que su madre ha provocado que me sucedan. Para mi desgracia, tengo que pararme para poder quitar los destruídos pantalones, así que me sostengo allí de donde puedo, incluyendo la pared hasta su cabeza, aunque en cruzar mis brazos sobre mi pecho hasta que comienzo a tiritar. - n...no tienes que hacer esto... - logro murmurar entre dientes, cerrando con fuerza mis ojos cuando tengo la sensación de que volveré a perder el equilibrio, tratando de no pensar en como la tela del jean se va despegando de mi piel - creí que los magos no podían... - ¿Ayudar a los muggles? ¿Ser amables? Quizá es porque solamente me molesta que no me ayuda a enfadarme con él. Para cuando vuelvo a abrir los ojos, estoy moviendo mis dedos descalzos sobre el suelo frío y vuelvo a sacudirme en un estremecimiento, haciendo un amague a moverme por mi cuenta hacia la bañera. El sudor pica, la sangre pica, la mugre pica, mi cuerpo está cansado... el agua es más que tentadora. Y de todas formas, me obligo a seguir hablando, incluso aunque duela - ¿vas a explicarme exactamente cómo son las cosas ahora, o tampoco puedes decírmelo? - los datos que me han llegado son los básicos que he visto desde la muerte de los Black, desde antes que destruyeran la isla por televisión hasta lo que he ido recolectando en los últimos meses con diarios y carteles con mi cara robados. ¿Pero qué ha pasado aquí?
Me río ligeramente histérico sin mirarle a la cara cuando hace una broma sobre si ésto va a matarlo, al mismo tiempo que despego su ropa de la piel. Nunca entendí del todo el dolor solidario, al menos hasta ahora. Mientras veo como a veces por más que empape la zona la camisa está pegada y tengo que arrancarla de todas maneras, es casi como si me la arrancaran a mi. Se me escapan de vez en cuando siseos que procuro reprimir porque dudo mucho que ayuden de algo. - No, pero también hace galletas. Le pediremos pastel y galletas. - Lo peor es su espalda. Puedo ver con claridad cada uno de los latigazos mientras sangre que ni siquiera se ha secado todavía le resbala por la espalda a raudales con las gotas de agua que le echo desde la nuca. Tengo que aguantar por un momento la respiración. ¿Esto le está haciendo a todos ellos? Si eso es lo que pasará si Alice es pillada alguna vez, o Sophia, es una salvajada. Esto no tiene nada que ver con una venganza de todos los que mataron en el pasado, es algo más y pienso averiguar el qué.
Ni siquiera sé como se está manteniendo en pie mientras empiezo con el pantalón. A esas alturas mi mano no empieza a ser bastante para empaparlo así que uso la llave de la ducha sin importarme demasiado que parte del agua esté cayendo al suelo y empapándome también a mi y casi inundando el baño. La alfombra empieza a hacer ruidos raros cada vez que nos movemos, como si chapoteáramos en la calle. - ¿El que? - Le lanzo una mirada que deja claro, sin palabras un "eres imbécil" cuando insinúa que no puedo ayudarle sólo por ser un muggle. - Y se suponía que tu no podías acoger a un fugitivo y aquí estamos. - De alguna forma, siempre nos las hemos apañado para romper las normas sin darnos cuenta; excepto ahora, cuando el abismo entre ambos se ha hecho demasiado grande como para seguir siendo ignorantes al respecto. - Eres mi mejor amigo y eso pesa más que si sabes o no sabes usar una varita - De repente una luz se enciende en mi cabeza, como si una chispa hubiera prendido fuego de repente ante la mención de la varita. - Mi varita. - Me levanto del suelo chorreando agua desde las rodillas hacia abajo, sacudiéndola con las palmas como si sirviera de algo y empiezo a remover mi habitación por todas partes. De vez en cuando suelto un improperio cuando las cosas se me caen encima, algunas de ellas con esquinas que golpean los dedos de mis pies descalzos.
Hay dos cosas que podrían serme de ayuda. Uno, mi varita obviamente, que no sé donde diablos está PORQUE LAS MALDITAS COSAS NUNCA ESTÁN DONDE LAS DEJO. Y el segundo, es el libro que trajo Alice hace un par de semanas y que es de Allen, pero que no podía leer porque está en el idioma en el que mi madre ha forzado que se impriman todos los libros con conocimientos mágicos y que luego además nos ha obligado a aprender. Cuando regreso con ambas cosas, mirando el libro abierto entre mis manos y sosteniendo el mango de la varita con los dientes mientras busco información, Ben se está acercando a la bañera. - Eshfera - Le quito la ropa con un movimiento de la varita y el daño se reduce considerablemente, primero porque la ropa solo se esfuma así que no hay que arrancarla de ninguna parte, segundo porque sufre todos los tirones a la vez. El único inconveniente es que había parte de la ropa que estaba bastante mezclada con la sangre y las costras así que al usar magia, se han abierto de nuevo. Por suerte, son menos de las que seguramente serían si hubiera seguido intentando desnudarlo utilizando mis manos, tirones y agua.
Lo ayudo a meterse intentando ignorar que puedo ver cada parte de su cuerpo en la que se le marcan los huesos, en la que tiene heridas y moretones, en la que tiene heridas sobre las heridas y más heridas sobre las mismas. Ni siquiera se me ocurre que mierda pudo haber hecho para que lo castigaran de esa manera. Mi madre ha traído varios esclavos a casa pero nunca en este estado; o no sé si he estado demasiado ocupado preocupándome por comprar cosas que nunca tuve antes como para darme cuenta de que sólo era ignorante sobre el cómo sufrían realmente. No lo suelto hasta que está sentado en el fondo de la bañera por miedo a que se rompa la cabeza (y se hiera. Otra vez. Lo que faltaba) y encanto la ducha para que se ponga cerca de su cabeza y solo tenga que inclinarse un par de centímetros para meter la cabeza del todo. Después me siento en la ducha y sigo mirando el libro por donde lo dejé. Tiene que haber algo que pueda traducir y que además sirva para sus heridas. - ¿De verdad quieres saberlo? No es bonito de escuchar y menos de contar - No. La situación es al revés, contarlo es duro pero no lo puede ser más que escucharla, especialmente cuando se trata de alguien a quien toda esta situación le afecta directamente.
Suelto un suspiro y dejo caer mi vista sobre el enorme charco de agua que se extiende ya hasta el pasillo. - Mi madre ha ejecutado gente por menos que esto ¿sabes? - Sin mirarlo, nos señalo a los dos como ejemplo con la varita que sostengo entre las manos, mientras de piernas cruzadas sobre el váter paso las páginas. - Mi madre entró en la boda de los Black y los envenenó a todos. Infiltró dos personas que pasaron la selección de personal y el día en el que tenían que asistir los reemplazaron mi madre y mi tío Jared. Él murió. Luego sé que mataron a mucha gente pero no me han dado detalles. Intentaron culpar de todo esto a los Black - Aunque como me he pasado la mitad del tiempo en la escuela peleandome con la gente y la otra mitad estudiando en casa, algunas noticias me llegan sesgadas. - Creo que desde que él murió ella perdió el juicio. Se supone que esto no debía ser así; se supone que ella iba a hacer bien las cosas - Pero aunque los magos no deberían tener queja, los humanos están recibiendo más castigo del que se merecen. - Está ejecutando a todos los que no cumplen las normas, y ahora encima los juegos. - Bufo con cierta reticencia. - Al parecer alguien está metiendo mano en los juegos. Se supone que eran seguros. Se supone que solo eran para entretener y ganar dinero para mantener a los distritos. Aún así está muriendo gente y ella no sabe porqué... Ahora la arena se ha cerrado y no pueden sacarlos. Por eso sospecha que es obra de un mago. -
Ni siquiera sé como se está manteniendo en pie mientras empiezo con el pantalón. A esas alturas mi mano no empieza a ser bastante para empaparlo así que uso la llave de la ducha sin importarme demasiado que parte del agua esté cayendo al suelo y empapándome también a mi y casi inundando el baño. La alfombra empieza a hacer ruidos raros cada vez que nos movemos, como si chapoteáramos en la calle. - ¿El que? - Le lanzo una mirada que deja claro, sin palabras un "eres imbécil" cuando insinúa que no puedo ayudarle sólo por ser un muggle. - Y se suponía que tu no podías acoger a un fugitivo y aquí estamos. - De alguna forma, siempre nos las hemos apañado para romper las normas sin darnos cuenta; excepto ahora, cuando el abismo entre ambos se ha hecho demasiado grande como para seguir siendo ignorantes al respecto. - Eres mi mejor amigo y eso pesa más que si sabes o no sabes usar una varita - De repente una luz se enciende en mi cabeza, como si una chispa hubiera prendido fuego de repente ante la mención de la varita. - Mi varita. - Me levanto del suelo chorreando agua desde las rodillas hacia abajo, sacudiéndola con las palmas como si sirviera de algo y empiezo a remover mi habitación por todas partes. De vez en cuando suelto un improperio cuando las cosas se me caen encima, algunas de ellas con esquinas que golpean los dedos de mis pies descalzos.
Hay dos cosas que podrían serme de ayuda. Uno, mi varita obviamente, que no sé donde diablos está PORQUE LAS MALDITAS COSAS NUNCA ESTÁN DONDE LAS DEJO. Y el segundo, es el libro que trajo Alice hace un par de semanas y que es de Allen, pero que no podía leer porque está en el idioma en el que mi madre ha forzado que se impriman todos los libros con conocimientos mágicos y que luego además nos ha obligado a aprender. Cuando regreso con ambas cosas, mirando el libro abierto entre mis manos y sosteniendo el mango de la varita con los dientes mientras busco información, Ben se está acercando a la bañera. - Eshfera - Le quito la ropa con un movimiento de la varita y el daño se reduce considerablemente, primero porque la ropa solo se esfuma así que no hay que arrancarla de ninguna parte, segundo porque sufre todos los tirones a la vez. El único inconveniente es que había parte de la ropa que estaba bastante mezclada con la sangre y las costras así que al usar magia, se han abierto de nuevo. Por suerte, son menos de las que seguramente serían si hubiera seguido intentando desnudarlo utilizando mis manos, tirones y agua.
Lo ayudo a meterse intentando ignorar que puedo ver cada parte de su cuerpo en la que se le marcan los huesos, en la que tiene heridas y moretones, en la que tiene heridas sobre las heridas y más heridas sobre las mismas. Ni siquiera se me ocurre que mierda pudo haber hecho para que lo castigaran de esa manera. Mi madre ha traído varios esclavos a casa pero nunca en este estado; o no sé si he estado demasiado ocupado preocupándome por comprar cosas que nunca tuve antes como para darme cuenta de que sólo era ignorante sobre el cómo sufrían realmente. No lo suelto hasta que está sentado en el fondo de la bañera por miedo a que se rompa la cabeza (y se hiera. Otra vez. Lo que faltaba) y encanto la ducha para que se ponga cerca de su cabeza y solo tenga que inclinarse un par de centímetros para meter la cabeza del todo. Después me siento en la ducha y sigo mirando el libro por donde lo dejé. Tiene que haber algo que pueda traducir y que además sirva para sus heridas. - ¿De verdad quieres saberlo? No es bonito de escuchar y menos de contar - No. La situación es al revés, contarlo es duro pero no lo puede ser más que escucharla, especialmente cuando se trata de alguien a quien toda esta situación le afecta directamente.
Suelto un suspiro y dejo caer mi vista sobre el enorme charco de agua que se extiende ya hasta el pasillo. - Mi madre ha ejecutado gente por menos que esto ¿sabes? - Sin mirarlo, nos señalo a los dos como ejemplo con la varita que sostengo entre las manos, mientras de piernas cruzadas sobre el váter paso las páginas. - Mi madre entró en la boda de los Black y los envenenó a todos. Infiltró dos personas que pasaron la selección de personal y el día en el que tenían que asistir los reemplazaron mi madre y mi tío Jared. Él murió. Luego sé que mataron a mucha gente pero no me han dado detalles. Intentaron culpar de todo esto a los Black - Aunque como me he pasado la mitad del tiempo en la escuela peleandome con la gente y la otra mitad estudiando en casa, algunas noticias me llegan sesgadas. - Creo que desde que él murió ella perdió el juicio. Se supone que esto no debía ser así; se supone que ella iba a hacer bien las cosas - Pero aunque los magos no deberían tener queja, los humanos están recibiendo más castigo del que se merecen. - Está ejecutando a todos los que no cumplen las normas, y ahora encima los juegos. - Bufo con cierta reticencia. - Al parecer alguien está metiendo mano en los juegos. Se supone que eran seguros. Se supone que solo eran para entretener y ganar dinero para mantener a los distritos. Aún así está muriendo gente y ella no sabe porqué... Ahora la arena se ha cerrado y no pueden sacarlos. Por eso sospecha que es obra de un mago. -
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El problema no es exactamente que no "sé" usar la varita, sino que en realidad no podría usarla ni aunque intentase. Pero de todas formas no se lo reprocho, primero porque no tengo ganas de que tengamos una de nuestras peleas dramáticas, y por otro lado porque no tengo ni fuerzas para darle los cientos de motivos que señalan que yo tengo razón. Sé que en algún punto me llevo los nudillos a la boca para morderlos y reprimir cualquier quejido de dolor, pero he llegado al hecho de que mis dientes comienzan a quedar marcados en mi piel, que se va poniendo blanca bajo la presión, mientras que el baño se va pareciendo cada vez más a una piscina. Me pregunto que pensará Sean cuando vea el desastre que su sobrino ha hecho, pero de momento no quiero averiguarlo.
De un momento a otro, Seth abandona el baño y puedo escuchar claramente como revolea cosas por todos lados, creando un sonido que retumba en mi cerebro de una manera insoportable hasta que regresa con un libro que me recuerda al de recetas de mi madre y un palito de madera que me hace entornar los ojos hasta transformarlos en dos rendijas. Las varitas han significado pura mierda y problemas los últimos meses, y eso me recuerda a que, más allá de la ironía, he logrado sobrevivir por culpa de un objeto tan mágico como el manto de invisibilidad. ¿Será una buena idea contarle de ello? Quizá no ahora, en especial cuando la ropa se esfuma de donde se encontraba hasta irse a vaya saber donde y mis heridas quedan al descubierto, ardiendo, haciendo que mi piel parezca en llamas y haga un enorme esfuerzo por no empezar a quitarme las cáscaras abiertas con los dedos. Las odio, odio recordar por qué me las hicieron y tener que llevarlas conmigo, como si la M en mi muñeca no fuese ya suficiente.
¿Alguna vez han tenido la sensación de que su cuerpo no es más que piel y huesos? Pues yo sí. Es como si mis piernas fuesen solo dos palitos que me sostienen y el resto un montón de porquería, así que me sostengo del ahora bien alimentado Seth para poder meter un pie, luego otro, dentro de la caliente bañera, y noto como todo mi cuerpo se pone a chillar al tomar contacto con el agua, la cual empieza a teñirse de todos los colores que desprendo, desde marrón a rojo. Con cuidado y reprimiendo las muecas a modo de queja, consigo sentarme en el fondo de la tina, casi temiendo el momento en el cual Seth me suelte, y cuando lo hace se me escapa un pequeño quejido. Me siento como una pulga allí, ligeramente abrazado a mis rodillas huesudas y raspadas, mientras el chorro de agua me da de lleno en la cabeza, aplastándome el cabello y aflojando mis músculos. Poco a poco comienza a notarse mi color pálido natural, y me las arreglo para no seguir temblando cuando consigo acostumbrarme al clásico ardor del agua a limpiar las heridas.
- Solo escúpelo - murmuro de mala gana, y utilizo mis pocos ánimos para raspar con una de mis uñas masticadas una de las heridas que tengo en la rodilla izquierda, que está muy a la vista por culpa de mi posición, tratando de quitarme la sangre seca que se ha pegado tanto a la piel como a lo que era la cáscara y los pelitos que antes no estaban allí. Lo siguiente que sigue de mí es el silencio. En parte sabía algo de lo que había pasado, noticias vagas que habían llegado con el viento, pero escucharlo en detalles de la boca de alguien que ha estado cerca de ello de ésta manera lo hace todo mucho más real. Recargo mi mejilla en mis rodillas para poder mirarlo mejor entre los mechones de cabello que me han cubierto los ojos, notando como el vapor se ha pegado en los espejos y en las paredes, y tiemblo un poco, aunque no estoy seguro de si es por la fiebre o por lo que estoy oyendo - ¿no has querido detenerla? - en cuanto hago la pregunta, me arrepiento. Sé que ha querido. Sé que lo ha intentado. El Seth que yo conozco no se quedaría con los brazos cruzados mientras los demás tenemos que escondernos o morir. El Seth que yo conozco advirtió a Sophia y nos cuidaría. El Seth que yo conozco es mi mejor amigo.
Cuando abro la boca, sé que voy a arrepentirme de hacerlo. Y ruego que no tengan micrófonos, así que elijo cuidadosamente las palabras - hay un sitio... - susurro en tono confidencial, y me las arreglo para moverme hasta el borde de la tina, como si cada uno de los movimientos fuese una agonía, pero en verdad necesito que mi escuche - todos están allí, Seth. Mi familia, y los Dawson, y Amelie... - sé que Amy también es buscada, así que su nombre sale de mi boca de manera que es casi solo una modulación. Por alguna razón, no nombro a Echo - si tu madre no entra en razón... Seth, todavía podemos hacer lo que es correcto. Y lo sabes.
De un momento a otro, Seth abandona el baño y puedo escuchar claramente como revolea cosas por todos lados, creando un sonido que retumba en mi cerebro de una manera insoportable hasta que regresa con un libro que me recuerda al de recetas de mi madre y un palito de madera que me hace entornar los ojos hasta transformarlos en dos rendijas. Las varitas han significado pura mierda y problemas los últimos meses, y eso me recuerda a que, más allá de la ironía, he logrado sobrevivir por culpa de un objeto tan mágico como el manto de invisibilidad. ¿Será una buena idea contarle de ello? Quizá no ahora, en especial cuando la ropa se esfuma de donde se encontraba hasta irse a vaya saber donde y mis heridas quedan al descubierto, ardiendo, haciendo que mi piel parezca en llamas y haga un enorme esfuerzo por no empezar a quitarme las cáscaras abiertas con los dedos. Las odio, odio recordar por qué me las hicieron y tener que llevarlas conmigo, como si la M en mi muñeca no fuese ya suficiente.
¿Alguna vez han tenido la sensación de que su cuerpo no es más que piel y huesos? Pues yo sí. Es como si mis piernas fuesen solo dos palitos que me sostienen y el resto un montón de porquería, así que me sostengo del ahora bien alimentado Seth para poder meter un pie, luego otro, dentro de la caliente bañera, y noto como todo mi cuerpo se pone a chillar al tomar contacto con el agua, la cual empieza a teñirse de todos los colores que desprendo, desde marrón a rojo. Con cuidado y reprimiendo las muecas a modo de queja, consigo sentarme en el fondo de la tina, casi temiendo el momento en el cual Seth me suelte, y cuando lo hace se me escapa un pequeño quejido. Me siento como una pulga allí, ligeramente abrazado a mis rodillas huesudas y raspadas, mientras el chorro de agua me da de lleno en la cabeza, aplastándome el cabello y aflojando mis músculos. Poco a poco comienza a notarse mi color pálido natural, y me las arreglo para no seguir temblando cuando consigo acostumbrarme al clásico ardor del agua a limpiar las heridas.
- Solo escúpelo - murmuro de mala gana, y utilizo mis pocos ánimos para raspar con una de mis uñas masticadas una de las heridas que tengo en la rodilla izquierda, que está muy a la vista por culpa de mi posición, tratando de quitarme la sangre seca que se ha pegado tanto a la piel como a lo que era la cáscara y los pelitos que antes no estaban allí. Lo siguiente que sigue de mí es el silencio. En parte sabía algo de lo que había pasado, noticias vagas que habían llegado con el viento, pero escucharlo en detalles de la boca de alguien que ha estado cerca de ello de ésta manera lo hace todo mucho más real. Recargo mi mejilla en mis rodillas para poder mirarlo mejor entre los mechones de cabello que me han cubierto los ojos, notando como el vapor se ha pegado en los espejos y en las paredes, y tiemblo un poco, aunque no estoy seguro de si es por la fiebre o por lo que estoy oyendo - ¿no has querido detenerla? - en cuanto hago la pregunta, me arrepiento. Sé que ha querido. Sé que lo ha intentado. El Seth que yo conozco no se quedaría con los brazos cruzados mientras los demás tenemos que escondernos o morir. El Seth que yo conozco advirtió a Sophia y nos cuidaría. El Seth que yo conozco es mi mejor amigo.
Cuando abro la boca, sé que voy a arrepentirme de hacerlo. Y ruego que no tengan micrófonos, así que elijo cuidadosamente las palabras - hay un sitio... - susurro en tono confidencial, y me las arreglo para moverme hasta el borde de la tina, como si cada uno de los movimientos fuese una agonía, pero en verdad necesito que mi escuche - todos están allí, Seth. Mi familia, y los Dawson, y Amelie... - sé que Amy también es buscada, así que su nombre sale de mi boca de manera que es casi solo una modulación. Por alguna razón, no nombro a Echo - si tu madre no entra en razón... Seth, todavía podemos hacer lo que es correcto. Y lo sabes.
Después de que le explique todo lo que pasa hay un silencio entre nosotros. No me atrevo a levantar la vista del libro por miedo a que sus ojos estén sobre mi juzgando lo que he dicho. Hay miles de maneras de explicar la situación pero de ninguna manera podría sin, seguramente, soltar alguno del montón de estereotipos racistas contra los muggles que vivo diariamente desde que mi madre está al poder. Sus palabras me llevan al oído y se me clavan en el pecho con rencor. ¿No has querido detenerla?, ni siquiera me pregunta si lo he intentado, me pregunta si he querido. - Eres idiota - Murmuro, evidentemente dolido por su falta de tacto para decir lo poco que confía en mi. Luego me recuerdo la situación en la que yo estaba, y la que seguramente vivió él después, el maltrato, la humillación; aún puedo ver su espalda llena de heridas y con la piel rasgada por culpa de la millonada de castigos que le infligieron para convertirlo en alguien digno de ser vendido. - ¿Crees que esto no me parece injusto solo porque ahora tengo bañera en mi cuarto y una casa para mi solo? - Cierro el libro de golpe. He leído por encima la mayoría de las cosas y de todas maneras, a parte de darle un contundente final a mis palabras, no he encontrado nada que sirva para curar heridas provocadas por cosas que no son hechizos. - Se suponía que la guerra iba a acabar. Que ella no iba a hacer... esto. Si lo hubiera sabido... si mi tío Jared lo hubiese sabido... si él estuviera aquí... - La voz se me quiebra cuando intento decir que él la pararía; porque mi tío Jared siempre tuvo una especie de poder sobre mi madre, incomprensible para mi.
Pero luego sé que no basta que me parezca injusto, que podría haber hecho algo; de alguna manera hice lo que pude. Llamé a Sophia antes de que mi madre la encontrara y eso le salvó a vida. Y a Ben, quiero pensar. Aunque no pueda salvar a los cientos millones de personas que ahora mismo sufren lo mismo que él, al menos salvé a dos personas que me importan y eso hace que me sienta menos inútil. "Hay un sitio...", como si se hubiese activado un resorte en mi cuello, le miro de inmediato. No reconozco lo que siento en ese momento pero sí las emociones de Ben en su magullado rostro. Duda. Miedo. Terror. Y en medio de todas ellas, confianza. Hasta que no acaba la frase no me doy cuenta de que todo ese nudo del pecho, provocado por todo el tiempo que hemos pasado separados y que creía suficiente para haber minado nuestra amistad durante esta guerra, se difumina; sigue siendo mi amigo, aunque esté enfadado sigue fiándose de mi. Soy el hijo de la persona que podría acabar con ese lugar y matarlos a todos, aún así me ha dicho que existe. - Creía que ya no confiabas en mi - Mi voz es apenas un murmullo y se me atragantan las palabras en un par de ocasiones. Nunca había pensado que una estupidez como un secreto, pudiera hacerme sentir un alivio tan absurdo.
Me dejo caer al suelo de nuevo apoyándome en las rodillas y en frente la bañera, dejando el libro y la varita sobre el lavado antes de coger el champú y ponérselo en el pelo. - ¿Irnos? - Murmuro como pregunta a su insinuación acerca de lo que es correcto. Este es un tema que sé que no va a volver a salir jamás, porque por esto nos matarían a ambos. - Cuando te pongas bien puedes volver. No tienes que quedarte. Sophia te echara de menos y allí... estáis a salvo - Pero en ninguna parte de esa ecuación me incluyo a mi, porque yo no puedo irme. Yo no MEREZCO irme. - Mi madre no es una mala persona. - Dejo caer mi mirada de nuevo hasta el pequeño agujero que queda entre él y yo y por donde puedo ver el suelo, con mi sien resbalando ligeramente contra la suya a causa del champú que aún intento restregar por su cabeza pero cada vez con movimientos más imperceptibles. - Sé que no vas a creerme y nada podrá excusar lo que os ha hecho. Sólo está resentida, esto es temporal. - Mi voz va adquiriendo gradualmente un tono desesperado, ese que no puedes evitar tener cuando quieres confiar en una persona hasta la saciedad, pero sabes que te estás equivocando. Mi madre no está resentida, esto no es temporal, pero quiero creer que en alguna parte de ella, aún hay algo de la persona que mi tío Sean estuvo vendiéndome toda la vida. La que se supone que iba a crear un mundo en el que las personas dejaran de morir. - Vuelve con ellos, y cuando esto se arregle, retomaremos lo de andar robando cigarrillos y fumarlos por la playa - Mi frente acaba sobre su hombro mientras mis pulmones se inundan del familiar olor al champú que uso todos los días, al mismo tiempo que un par de risas salen de mi garganta, echando de menos tiempos que seguramente, nunca volverán.
Pero luego sé que no basta que me parezca injusto, que podría haber hecho algo; de alguna manera hice lo que pude. Llamé a Sophia antes de que mi madre la encontrara y eso le salvó a vida. Y a Ben, quiero pensar. Aunque no pueda salvar a los cientos millones de personas que ahora mismo sufren lo mismo que él, al menos salvé a dos personas que me importan y eso hace que me sienta menos inútil. "Hay un sitio...", como si se hubiese activado un resorte en mi cuello, le miro de inmediato. No reconozco lo que siento en ese momento pero sí las emociones de Ben en su magullado rostro. Duda. Miedo. Terror. Y en medio de todas ellas, confianza. Hasta que no acaba la frase no me doy cuenta de que todo ese nudo del pecho, provocado por todo el tiempo que hemos pasado separados y que creía suficiente para haber minado nuestra amistad durante esta guerra, se difumina; sigue siendo mi amigo, aunque esté enfadado sigue fiándose de mi. Soy el hijo de la persona que podría acabar con ese lugar y matarlos a todos, aún así me ha dicho que existe. - Creía que ya no confiabas en mi - Mi voz es apenas un murmullo y se me atragantan las palabras en un par de ocasiones. Nunca había pensado que una estupidez como un secreto, pudiera hacerme sentir un alivio tan absurdo.
Me dejo caer al suelo de nuevo apoyándome en las rodillas y en frente la bañera, dejando el libro y la varita sobre el lavado antes de coger el champú y ponérselo en el pelo. - ¿Irnos? - Murmuro como pregunta a su insinuación acerca de lo que es correcto. Este es un tema que sé que no va a volver a salir jamás, porque por esto nos matarían a ambos. - Cuando te pongas bien puedes volver. No tienes que quedarte. Sophia te echara de menos y allí... estáis a salvo - Pero en ninguna parte de esa ecuación me incluyo a mi, porque yo no puedo irme. Yo no MEREZCO irme. - Mi madre no es una mala persona. - Dejo caer mi mirada de nuevo hasta el pequeño agujero que queda entre él y yo y por donde puedo ver el suelo, con mi sien resbalando ligeramente contra la suya a causa del champú que aún intento restregar por su cabeza pero cada vez con movimientos más imperceptibles. - Sé que no vas a creerme y nada podrá excusar lo que os ha hecho. Sólo está resentida, esto es temporal. - Mi voz va adquiriendo gradualmente un tono desesperado, ese que no puedes evitar tener cuando quieres confiar en una persona hasta la saciedad, pero sabes que te estás equivocando. Mi madre no está resentida, esto no es temporal, pero quiero creer que en alguna parte de ella, aún hay algo de la persona que mi tío Sean estuvo vendiéndome toda la vida. La que se supone que iba a crear un mundo en el que las personas dejaran de morir. - Vuelve con ellos, y cuando esto se arregle, retomaremos lo de andar robando cigarrillos y fumarlos por la playa - Mi frente acaba sobre su hombro mientras mis pulmones se inundan del familiar olor al champú que uso todos los días, al mismo tiempo que un par de risas salen de mi garganta, echando de menos tiempos que seguramente, nunca volverán.
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No puedo decir por completo lo mucho que le han afectado mis palabras hasta que cierra el libro con un ruido seco, pero que de todas formas no logra eliminar todo rastro de dudas que han quedado entre nosotros como una nube muy pesada que acabará aplastándonos. Pero de todas formas, la mención del catorce lo cambia. Su asombro logra que algo que creía abandonado en mí aparezca, y eso no es nada menos que una sonrisa pequeña, casi bromista, que cruza mis labios partidos - Bueno, estoy desnudo frente a ti. Si eso no es confianza... - he dejado que muchas personas que no conozco me vistan y desvistan cuando era vencedor, pero eso no se aplicó jamás a mis amigos y familiares, ya que la relación no es la misma y deja de ser algo puramente profesional. Bueno, quitando de lado que ahora mismo lo está haciendo porque soy una mugre y mi cuerpo no vale ni cinco centavos y sé que le importo como para ser amable, pero aún así, no entiendo la falta de pudor. Y sospecho que ahí es donde entra la confianza en actos más que en palabras; sé que él no va a dejarme caer.
Seth se acomoda de manera que queda básicamente a mi altura y, como creo haber hecho cuando era un niño y mi mamá me bañaba, me recargo vagamente contra el borde frío de la bañera, cuyo material hace contraste con el agua caliente y mi piel ardiendo, y eso solamente provoca que tiemble de manera desagradable, aunque es solo unos momentos hasta que me acostumbro. En primer lugar arrugo la nariz con un ligero dolor al sentir mi piel ahora sensible cuando hunde sus dedos en mi cabello, que está lleno de nudos y no es tan fácil de lavar sin tironearme un poco, pero al poco rato, comienzo a relajarme. No está tan mal - ¿planeas que me vaya y te deje aquí? ¿De nuevo? - no es como si yo lo hubiese dejado atrás a propósito, pero tampoco me imagino escapando hacia el catorce sin mi mejor amigo una vez que lo he recuperado. Quiero decirle que está loco y que ni lo piense, pero entonces sus intentos de excusar a su madre me hacen apretar la mandíbula hasta el punto que siento un ligero crujido - he estado resentido cientos de veces y jamás he hecho algo así... - me limito a opinar en un susurro, sintiendo como su sien húmeda patina sobre la mía hasta el punto que creo que puedo sentir su aliento chocando en mi oreja. Bien, yo jamás he tenido el poder que tiene Jamie, pero eso es otra historia.
Me quedo estático cuando su frente se recarga en mi hombro, con los ojos clavados en la pared blanca que tengo frente a mí, y oyendo como el agua se mueve de manera casi muda dentro de la bañera al chocar con mi cuerpo. No me gusta lo que dice, no porque no quiera que suceda, sino porque la idea de que todo vaya a arreglarse suena como una de esas mentiras blancas que dicen los adultos cuando te quieren mandar a la cama sin que te quejes - pst... cállate - me limito a murmurar, y me las arreglo para que mi brazo pueda subir y enrosco mis dedos mojados en su nuca para hacer que me mire; no tengo tanta fuerza, así que me ayudo con la cabeza hasta que mi frente se apoya en la suya en un intento de clavar mi mirada en sus ojos, en un claro gesto de que lo reto a que mire hacia otro lado. Lo conozco y sé que puede ponerse en papel de drama king en cinco segundos y echarme la contraria, así que más le vale que no lo haga - sabes muy bien como yo que las cosas se han descontrolado. Tú no tuviste que escapar esta vez, ni tampoco viste como lucen las casas en los distritos más pobres, ni como arrastran a las mujeres por las calles... ¿y crees que van a arreglarse? - la idea resulta tan descabellada que hasta me parece estúpida - pase lo que pase, esas cosas ya han sucedido. Y si me voy, es obvio que no podré regresar. Así que deja decir estupideces sobre que puedo irme por mi cuenta y volver a verte... empezando por que si lo intento por mi cuenta, tú sí me verás de nuevo y será antes de que echen mi cuerpo a la basura.
Y no puede negarme que, incluso herido y con temperatura, tengo razón.
Seth se acomoda de manera que queda básicamente a mi altura y, como creo haber hecho cuando era un niño y mi mamá me bañaba, me recargo vagamente contra el borde frío de la bañera, cuyo material hace contraste con el agua caliente y mi piel ardiendo, y eso solamente provoca que tiemble de manera desagradable, aunque es solo unos momentos hasta que me acostumbro. En primer lugar arrugo la nariz con un ligero dolor al sentir mi piel ahora sensible cuando hunde sus dedos en mi cabello, que está lleno de nudos y no es tan fácil de lavar sin tironearme un poco, pero al poco rato, comienzo a relajarme. No está tan mal - ¿planeas que me vaya y te deje aquí? ¿De nuevo? - no es como si yo lo hubiese dejado atrás a propósito, pero tampoco me imagino escapando hacia el catorce sin mi mejor amigo una vez que lo he recuperado. Quiero decirle que está loco y que ni lo piense, pero entonces sus intentos de excusar a su madre me hacen apretar la mandíbula hasta el punto que siento un ligero crujido - he estado resentido cientos de veces y jamás he hecho algo así... - me limito a opinar en un susurro, sintiendo como su sien húmeda patina sobre la mía hasta el punto que creo que puedo sentir su aliento chocando en mi oreja. Bien, yo jamás he tenido el poder que tiene Jamie, pero eso es otra historia.
Me quedo estático cuando su frente se recarga en mi hombro, con los ojos clavados en la pared blanca que tengo frente a mí, y oyendo como el agua se mueve de manera casi muda dentro de la bañera al chocar con mi cuerpo. No me gusta lo que dice, no porque no quiera que suceda, sino porque la idea de que todo vaya a arreglarse suena como una de esas mentiras blancas que dicen los adultos cuando te quieren mandar a la cama sin que te quejes - pst... cállate - me limito a murmurar, y me las arreglo para que mi brazo pueda subir y enrosco mis dedos mojados en su nuca para hacer que me mire; no tengo tanta fuerza, así que me ayudo con la cabeza hasta que mi frente se apoya en la suya en un intento de clavar mi mirada en sus ojos, en un claro gesto de que lo reto a que mire hacia otro lado. Lo conozco y sé que puede ponerse en papel de drama king en cinco segundos y echarme la contraria, así que más le vale que no lo haga - sabes muy bien como yo que las cosas se han descontrolado. Tú no tuviste que escapar esta vez, ni tampoco viste como lucen las casas en los distritos más pobres, ni como arrastran a las mujeres por las calles... ¿y crees que van a arreglarse? - la idea resulta tan descabellada que hasta me parece estúpida - pase lo que pase, esas cosas ya han sucedido. Y si me voy, es obvio que no podré regresar. Así que deja decir estupideces sobre que puedo irme por mi cuenta y volver a verte... empezando por que si lo intento por mi cuenta, tú sí me verás de nuevo y será antes de que echen mi cuerpo a la basura.
Y no puede negarme que, incluso herido y con temperatura, tengo razón.
Toda esta situación deja bastante claro que no podemos ser amigos. Él era vencedor y y yo un enemigo del gobierno. Ahora yo soy hijo del ministro de magia y él el enemigo. Lo mire por donde se mire, siempre estaremos en bandos diferentes pese a las millones de cosas que tenemos en común, las cosas que vivimos juntos y las que planeamos que nunca pasarán. Aunque esto ya lo sabíamos desde el principio, desde aquella tarde en el distrito 4 en la que una caja de música y un sentimiento en común nos hizo pensar que podían romper esa barrera que siempre ha estado ahí. Graso error. Él y yo estamos destinados al fracaso desde incluso antes de conocernos, cuando sus padres no fueron magos y los míos lo fueron. El único motivo de que no lo viéramos eran los 14 años, esa estúpida edad donde piensas que cualquier cosa es posible.
Suelto una ligera risa cuando saca a relucir el hecho de que está desnudo, que va cargada con un ligero impotencia al tiempo que culpabilidad por una situación que no puedo controlar y de la que formé parte aunque fuera indirectamente. Y sin embargo soy incapaz de soltar una broma sobre eso, porque debido a la cercanía puedo sentir como se estremece de dolor cuando las heridas hacen contacto con el agua, y eso hace que se me cierre la garganta y me den escalofríos. Ben vivió dos infiernos. La arena fue el primero, donde perdió a su hermana; y el mundo que mi madre ha creado en el cual, él no tiene derechos, el segundo. Siento el impulso de soltar una disculpa pero me limito a quedarme donde estoy y a apretar ligeramente su cabello entre mis dedos. Al principio estaba hecho pegotes pero en algún momento de mis intentos por desenredarlo, parece que vuelve a la normalidad. Puedo escucharle bufar... no, sentirlo bufar; sus labios están tan cerca de mi oído que incluso si delineara las palabras podría entenderle. - No me dejas aquí. Yo me quedo. Es como las cosas tienen que ser. Tu en el cuatro y yo en el ocho. Tu en el gobierno y yo en la resistencia. Ahora el lugar ha cambiado pero sigue siendo lo mismo. No puedes quedarte, renuncias a demasiadas cosas quedándote. - Murmuro mientras procuro que mi tono de voz salga todo lo normal posible, sin embargo no puedo; sé todo lo que supondría para él quedarse en el capitolio y soy perfectamente consciente de a qué está renunciando por no dejarme. Y en ese mismo momento sé que si algún día tengo que elegir entre salvar mi vida o la suya, salvaré la suya; porque aunque él no sea consciente de eso ahora, está salvando la mía en ese mismo instante.
Nunca se me dio bien hacer amigos, todo vino a raíz de la muerte de mi hermano pequeño, el abandono de mi tío Jared y la huida de mi madre. Todas la personas por las que sentía algo se acabaron marchando, incluso Silvan quien fue el peor de todos, estando sin estar, siendo él sin recordarnos a nosotros. Cuando con seis años tienes que tragar que todos se van y solo quedas tú, te cierras en banda. No quieres pasar por eso de nuevo, no quieres confiar en alguien, tener este tipo de relación con nadie que en tres meses no esté y sin el que tengas que aprender a vivir. No quieres que la gente te diga que lo siente como si entendieran que se siente; ni quieres que las personas que se quedaron inventen excusas sobre los que se fueron. Pero después de tanto tiempo no pude evitarlo. Ben fue la primera persona que entendió lo que era perder a un gemelo, porque él perdió la suya; fue la primera persona a la que entendí con miradas, fue la primera persona con la que romperse un brazo era divertido. Fue la primera persona con la que me reí. Él siempre me salvó de muchas maneras posibles en el pasado, sin darse cuenta; pero soy consciente de que hice lo mismo por él. Quizá por eso somos amigos. Quizá por eso incluso cuando pasamos meses en extremos diferentes del planeta, nuestra relación sigue siendo la misma.
Sé que escudar a mi madre en el resentimiento es la excusa más floja de la historia y que después de lo mucho que me esfuerzo por cabrearla, ni siquiera debería molestarme en defenderla. Pero sigue siendo mi madre, sigue siendo esa persona a la que esperaba durante semanas sólo porque tío Sean decía que volvería; la que me contaba historias mágicas por la noche y prometía que algún día estaríamos juntos. Bien, ese día llegó. Ninguno de los dos estaba preparado para eso; pero con todas las responsabilidades que tiene podría haberse desentendido de mi, y no lo hizo. Sé que me abandonó pero también sé que tuvo motivos. Todas las cosas que refieren a mi madre siempre me han dado puñaladas con navajas de doble filo. Lo hizo porque quiso. Lo hizo porque le tocó. Sería incapaz de escoger cual de ellas duele más, porque llevan golpeándome años las dos al mismo tiempo. Me arranca otra sonrisa cuando me manda a callarme, y estoy tentado a bromear respecto a que las ordenes las doy yo porque el amo soy yo; pero sé que todo esto es demasiado reciente para andar haciendo bromas. Además no me apetece discutir.
Cuando lleva mis manos a mi rostro para forzarme a mirarlo intento desviar la mirada pero estamos demasiado cerca y no puedo hacerlo. Mis ojos acaban encontrando los suyos y viendo a través de ellos. Aún recuerdo la primera vez que los vi, de ese color brillante e inocente solo enturbiado por el dolor de haber estado en la arena y haber visto morir a alguien; de la impotencia de no haberle podido salvar. Pero ahora es diferente. Han pasado mucho tiempo por esos ojos, tanto como ha pasado tiempo en los míos. Desde esa distancia puedo notar esas pecas raras casi invisibles en su nariz y lo atroz que es la herida que tiene en la frente y que está sangrando todavía. Sus palabras me golpean pese a que es la realidad de la que soy consciente y antes he intentado maquillar. Sé que si se va no es posible que volvamos a verlos en las buenas condiciones con las que lo hacíamos antaño. Nunca podremos cambiar el hecho de que andamos por caminos distintos, no al menos sacrificando algo. - ¿Y crees que si te quedas será distinto? Si metemos la pata, Ben, sólo una vez... acabaremos los dos en la basura. - Puede que yo no, puede que mi madre se lo piense dos veces y acabe aboliendo mi castigo a una eternidad en mi habitación; pero no pienso pasar el resto de mi vida siendo culpable de que hubiesen descuartizado a mi mejor amigo sólo porque no le convencí de que se marchara. - No bromeo cuando te digo que he visto sacrificar a mi madre gente por menos que esto. Aquí corres peligro y prefiero pasar el resto de mi vida sin verte que preocupándome si meterás la pata y lo próximo que harán contigo será colgarte en la plaza como ejemplo para el resto. - Puedo protegerle, pero no inmunizarle. No importa cuantas cosas intente para sacarle de los problemas, siempre está mi madre, asechando, esperando el momento oportuno de obligarme a hacer algo que se supone que debo hacer como mago pero no me parece íntegro como persona. Pero también tengo que admitir que hay una parte de mi desesperada porque se quede. - Yo estaré bien. - No sueno convincente pero intento sonreír, en eso arrugo ligeramente la nariz y roza con la suya. - O te vas, o pasamos el resto de nuestra vida en mi cuarto, porque de puertas para afuera, tu y yo no podemos ser nada
Suelto una ligera risa cuando saca a relucir el hecho de que está desnudo, que va cargada con un ligero impotencia al tiempo que culpabilidad por una situación que no puedo controlar y de la que formé parte aunque fuera indirectamente. Y sin embargo soy incapaz de soltar una broma sobre eso, porque debido a la cercanía puedo sentir como se estremece de dolor cuando las heridas hacen contacto con el agua, y eso hace que se me cierre la garganta y me den escalofríos. Ben vivió dos infiernos. La arena fue el primero, donde perdió a su hermana; y el mundo que mi madre ha creado en el cual, él no tiene derechos, el segundo. Siento el impulso de soltar una disculpa pero me limito a quedarme donde estoy y a apretar ligeramente su cabello entre mis dedos. Al principio estaba hecho pegotes pero en algún momento de mis intentos por desenredarlo, parece que vuelve a la normalidad. Puedo escucharle bufar... no, sentirlo bufar; sus labios están tan cerca de mi oído que incluso si delineara las palabras podría entenderle. - No me dejas aquí. Yo me quedo. Es como las cosas tienen que ser. Tu en el cuatro y yo en el ocho. Tu en el gobierno y yo en la resistencia. Ahora el lugar ha cambiado pero sigue siendo lo mismo. No puedes quedarte, renuncias a demasiadas cosas quedándote. - Murmuro mientras procuro que mi tono de voz salga todo lo normal posible, sin embargo no puedo; sé todo lo que supondría para él quedarse en el capitolio y soy perfectamente consciente de a qué está renunciando por no dejarme. Y en ese mismo momento sé que si algún día tengo que elegir entre salvar mi vida o la suya, salvaré la suya; porque aunque él no sea consciente de eso ahora, está salvando la mía en ese mismo instante.
Nunca se me dio bien hacer amigos, todo vino a raíz de la muerte de mi hermano pequeño, el abandono de mi tío Jared y la huida de mi madre. Todas la personas por las que sentía algo se acabaron marchando, incluso Silvan quien fue el peor de todos, estando sin estar, siendo él sin recordarnos a nosotros. Cuando con seis años tienes que tragar que todos se van y solo quedas tú, te cierras en banda. No quieres pasar por eso de nuevo, no quieres confiar en alguien, tener este tipo de relación con nadie que en tres meses no esté y sin el que tengas que aprender a vivir. No quieres que la gente te diga que lo siente como si entendieran que se siente; ni quieres que las personas que se quedaron inventen excusas sobre los que se fueron. Pero después de tanto tiempo no pude evitarlo. Ben fue la primera persona que entendió lo que era perder a un gemelo, porque él perdió la suya; fue la primera persona a la que entendí con miradas, fue la primera persona con la que romperse un brazo era divertido. Fue la primera persona con la que me reí. Él siempre me salvó de muchas maneras posibles en el pasado, sin darse cuenta; pero soy consciente de que hice lo mismo por él. Quizá por eso somos amigos. Quizá por eso incluso cuando pasamos meses en extremos diferentes del planeta, nuestra relación sigue siendo la misma.
Sé que escudar a mi madre en el resentimiento es la excusa más floja de la historia y que después de lo mucho que me esfuerzo por cabrearla, ni siquiera debería molestarme en defenderla. Pero sigue siendo mi madre, sigue siendo esa persona a la que esperaba durante semanas sólo porque tío Sean decía que volvería; la que me contaba historias mágicas por la noche y prometía que algún día estaríamos juntos. Bien, ese día llegó. Ninguno de los dos estaba preparado para eso; pero con todas las responsabilidades que tiene podría haberse desentendido de mi, y no lo hizo. Sé que me abandonó pero también sé que tuvo motivos. Todas las cosas que refieren a mi madre siempre me han dado puñaladas con navajas de doble filo. Lo hizo porque quiso. Lo hizo porque le tocó. Sería incapaz de escoger cual de ellas duele más, porque llevan golpeándome años las dos al mismo tiempo. Me arranca otra sonrisa cuando me manda a callarme, y estoy tentado a bromear respecto a que las ordenes las doy yo porque el amo soy yo; pero sé que todo esto es demasiado reciente para andar haciendo bromas. Además no me apetece discutir.
Cuando lleva mis manos a mi rostro para forzarme a mirarlo intento desviar la mirada pero estamos demasiado cerca y no puedo hacerlo. Mis ojos acaban encontrando los suyos y viendo a través de ellos. Aún recuerdo la primera vez que los vi, de ese color brillante e inocente solo enturbiado por el dolor de haber estado en la arena y haber visto morir a alguien; de la impotencia de no haberle podido salvar. Pero ahora es diferente. Han pasado mucho tiempo por esos ojos, tanto como ha pasado tiempo en los míos. Desde esa distancia puedo notar esas pecas raras casi invisibles en su nariz y lo atroz que es la herida que tiene en la frente y que está sangrando todavía. Sus palabras me golpean pese a que es la realidad de la que soy consciente y antes he intentado maquillar. Sé que si se va no es posible que volvamos a verlos en las buenas condiciones con las que lo hacíamos antaño. Nunca podremos cambiar el hecho de que andamos por caminos distintos, no al menos sacrificando algo. - ¿Y crees que si te quedas será distinto? Si metemos la pata, Ben, sólo una vez... acabaremos los dos en la basura. - Puede que yo no, puede que mi madre se lo piense dos veces y acabe aboliendo mi castigo a una eternidad en mi habitación; pero no pienso pasar el resto de mi vida siendo culpable de que hubiesen descuartizado a mi mejor amigo sólo porque no le convencí de que se marchara. - No bromeo cuando te digo que he visto sacrificar a mi madre gente por menos que esto. Aquí corres peligro y prefiero pasar el resto de mi vida sin verte que preocupándome si meterás la pata y lo próximo que harán contigo será colgarte en la plaza como ejemplo para el resto. - Puedo protegerle, pero no inmunizarle. No importa cuantas cosas intente para sacarle de los problemas, siempre está mi madre, asechando, esperando el momento oportuno de obligarme a hacer algo que se supone que debo hacer como mago pero no me parece íntegro como persona. Pero también tengo que admitir que hay una parte de mi desesperada porque se quede. - Yo estaré bien. - No sueno convincente pero intento sonreír, en eso arrugo ligeramente la nariz y roza con la suya. - O te vas, o pasamos el resto de nuestra vida en mi cuarto, porque de puertas para afuera, tu y yo no podemos ser nada
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Por un momento me parece demasiado amargo el pensamiento que tiene en la cabeza. No me quedo aquí porque simplemente se me antoja, pero... ¿de verdad cree que hay alguna manera en la que yo pueda escapar? ¿De verdad cree que yo sería capaz de irme y dejarlo aquí? Dejar a Seth aquí es básicamente condenarlo a la misma vida que yo tenía antes de que todo esto pasara. Solo, desgraciado, entre un montón de normas que no comprende ni aprueba y teniendo que cumplir un papel que no lo representa. Nos parecemos tanto que da miedo.
- ¿Y crees que no lo sé? - en un punto, mi murmullo dolorido suena casi caprichoso y sé que estoy siendo un maldito terco, pero es que parece no entender mi punto de vista y sigue insistiendo que su madre nos matará, que el mundo se pondrá en nuestra contra como siempre lo ha estado y que no solamente me llevará a mí, sino también a él y toda la estúpida amistad que un día creímos que podía ser posible porque se nos ocurrió montar una bicicleta y hacernos mierda contra el suelo. Como no puedo golpearlo, me limito a tironear un poco de los cabellos de su nuca que están vagamente enroscados en mis dedos mojados - no estarás bien - insisto, cerrando un momento los ojos cuando, al moverme un poco contra el borde, la herida de uno de mis costados tironea mi piel. Nuestras narices se rozan, y creo que mi quejido choca contra su aliento, y acabo negando con la cabeza de un modo tan lento que nuestras frentes crean una fricción apenas detectable, sabiendo que probablemente mi flequillo le ande haciendo cosquillas - estar en tu habitación sería escondernos. Y los dos sabemos que solo no estarás bien. No vas a soportarlo. Yo no lo soportaba, y lo sabes... te lo he dicho.
Porque él era el único al cual yo acudía cuando estaba triste y que pensaba que podía llegar a entenderme; Amelie nunca quiso hablar del tema, y Sophia era más una distracción para hacer feliz al viejo Ben que un diario íntimo; ese papel lo tomó Seth desde el primer día. Acabo abriendo los ojos lentamente, volviendo a encontrarme con su rostro más cerca de lo que lo he tenido jamás, y cuando me veo reflejado en sus orbes, simplemente no me reconozco. Casi tampoco a él, ni a nosotros, cuando la verdad es que ésto es lo que siempre fuimos. Dos polos opuestos demasiado parecidos. Realmente no entiendo como solía pensar que lo que más dolía era que Amelie no se fijara en mí, cuando ahora tengo a una de las personas que más me importan en una situación que nos mantiene atrapados entre lo imposible y lo suicida. Que mierda es crecer.
- Si me voy a marchar de aquí, solamente será si vienes conmigo - acabo susurrado con firmeza, como si el resto del mundo pudiese escucharnos pero que este secreto tuviese que ser solo nuestro - no sé cómo ni cuando, y tendré que conformarme con ser de tu propiedad como esa estúpida mesa de juegos que tienes en tu habitación hasta que encontremos una pequeña solución. Pero no puedes pedirme que te deje en un sitio como éste cuando sé que hay otras opciones... mamá siempre decía que lo único que no se puede solucionar es la muerte - lo que es una ironía, porque probablemente los dos terminemos muertos. Por ese pensamiento, le sonrío de lado, porque si sigue siendo mi amigo ha captado mi gracia - ¿vas a querer que te de más información o seguirás lamentándote de tu existencia? Que yo sepa, el mugroso muggle aquí soy yo. Sí, dije mugroso muggle, es lo que se supone que soy, ¿no?
Permito que mis manos se deslicen por su cuello hasta caer contra el borde de la bañera y me acaricio lentamente la M en mi muñeca, notando todavía algo de mugre en mi piel, y me pregunto un instante si la esponja está demasiado lejos de mí como para que soporte alcanzarla. Da igual - eres mi mejor amigo, Seth. Y eso significa que te cuidaré si tú me cuidas.
- ¿Y crees que no lo sé? - en un punto, mi murmullo dolorido suena casi caprichoso y sé que estoy siendo un maldito terco, pero es que parece no entender mi punto de vista y sigue insistiendo que su madre nos matará, que el mundo se pondrá en nuestra contra como siempre lo ha estado y que no solamente me llevará a mí, sino también a él y toda la estúpida amistad que un día creímos que podía ser posible porque se nos ocurrió montar una bicicleta y hacernos mierda contra el suelo. Como no puedo golpearlo, me limito a tironear un poco de los cabellos de su nuca que están vagamente enroscados en mis dedos mojados - no estarás bien - insisto, cerrando un momento los ojos cuando, al moverme un poco contra el borde, la herida de uno de mis costados tironea mi piel. Nuestras narices se rozan, y creo que mi quejido choca contra su aliento, y acabo negando con la cabeza de un modo tan lento que nuestras frentes crean una fricción apenas detectable, sabiendo que probablemente mi flequillo le ande haciendo cosquillas - estar en tu habitación sería escondernos. Y los dos sabemos que solo no estarás bien. No vas a soportarlo. Yo no lo soportaba, y lo sabes... te lo he dicho.
Porque él era el único al cual yo acudía cuando estaba triste y que pensaba que podía llegar a entenderme; Amelie nunca quiso hablar del tema, y Sophia era más una distracción para hacer feliz al viejo Ben que un diario íntimo; ese papel lo tomó Seth desde el primer día. Acabo abriendo los ojos lentamente, volviendo a encontrarme con su rostro más cerca de lo que lo he tenido jamás, y cuando me veo reflejado en sus orbes, simplemente no me reconozco. Casi tampoco a él, ni a nosotros, cuando la verdad es que ésto es lo que siempre fuimos. Dos polos opuestos demasiado parecidos. Realmente no entiendo como solía pensar que lo que más dolía era que Amelie no se fijara en mí, cuando ahora tengo a una de las personas que más me importan en una situación que nos mantiene atrapados entre lo imposible y lo suicida. Que mierda es crecer.
- Si me voy a marchar de aquí, solamente será si vienes conmigo - acabo susurrado con firmeza, como si el resto del mundo pudiese escucharnos pero que este secreto tuviese que ser solo nuestro - no sé cómo ni cuando, y tendré que conformarme con ser de tu propiedad como esa estúpida mesa de juegos que tienes en tu habitación hasta que encontremos una pequeña solución. Pero no puedes pedirme que te deje en un sitio como éste cuando sé que hay otras opciones... mamá siempre decía que lo único que no se puede solucionar es la muerte - lo que es una ironía, porque probablemente los dos terminemos muertos. Por ese pensamiento, le sonrío de lado, porque si sigue siendo mi amigo ha captado mi gracia - ¿vas a querer que te de más información o seguirás lamentándote de tu existencia? Que yo sepa, el mugroso muggle aquí soy yo. Sí, dije mugroso muggle, es lo que se supone que soy, ¿no?
Permito que mis manos se deslicen por su cuello hasta caer contra el borde de la bañera y me acaricio lentamente la M en mi muñeca, notando todavía algo de mugre en mi piel, y me pregunto un instante si la esponja está demasiado lejos de mí como para que soporte alcanzarla. Da igual - eres mi mejor amigo, Seth. Y eso significa que te cuidaré si tú me cuidas.
Nunca imaginé que después de todo este tiempo siguiera conociéndome tan bién. Claro que no voy a estar bien encerrado en mi cuarto pensando en si habrá conseguido llegar al 14 o lo han asesinado por el camino; volveré al principio, a donde estaba cuando colgué ese teléfono hace seis meses, a revisar periódicos diariamente y a suspirar de alivio cuando sus nombres no aparecían en la lista de muggles muertos que siempre ponen al final del todo donde a nadie le importa; ni tendré que colarme en el despacho de mi madre a escuchar conversaciones para las que ella cree que no estoy listo. Tengo que mejorar eso. Si algún día necesito algo de verdad, tengo que tener acceso a información que solo ella puede darme, y solo me dará si no cree que voy a salirme de mis casillas. Bueno, controlar mi ira no es precisamente una habilidad que me sobre. - Llevo meses escondido en mi cuarto deseando que no estuvieras muerto. Creo que podré soportarlo seis meses más. - ¿Ese es el límite que me he dado? ¿Seis meses para arreglar las cosas? Sea lo que sea si no puedo arreglarlo en ese tiempo, Ben no puede seguir aquí; no voy a obligarlo a seguir haciendo esto, a seguir sufriendo por un racismo absurdo.
Cierro los ojos y dejo caer del todo mi cabeza contra su rostro porque me está desesperando, cierro mis ojos y me limito a sentirlo respirar contra mi mejilla y a estremecerme ligeramente por las cosquillas que eso me provoca; pocas veces he dejado que nadie invada mi espacio de esa manera pero con Ben siempre fue fácil, es como si de alguna manera su espacio y el mío se hubieran fusionado en uno solo desde la primera vez que nos subimos a una bicicleta e intentamos matarnos cuesta abajo. - Necio - Farfullo rindiéndome. Gana esta vez, pero porque también hay una parte de mi, no tan escondida como yo creo, que lo prefiere así. Me dejo caer de vuelta hacia atrás ligeramente, recuperando la distancia entre ambos cuando se atreve a regarñarme. Ahora sí que no puedo contenerme y aunque intento que mi voz suene tajante, se nota desde la distancia que es es una broma, especialmente cuando utilizo las mismas palabras que él para describirse. - Si te acabaras de bañar ya no estarías tan mugroso, aunque sigues siendo un mugroso muggle - Pese a lo blanda que es la moqueta me empiezan a doler las rodillas así que me acabo separando para buscar otra postura. Recuerdo que aún están tirados por ahí el libro de medicina (que además no es mío) y mi varita y me levanto para recogerlos. - Deberías terminar de bañarte. No estás para añadir un resfriado a la lista de cosas que no te he curado todavía. - Murmuro dándole un último vistazo a mi demacrado amigo, a ese párpado levemente caído de un puñetazo que un desconocido le ha dado, a esas marcas de los latigazos que asoman por encima de sus hombros. Extiendo mi mano para acariciar con el pulgar su mejilla, llevándome en el proceso algunas de las marcas de mugre que el agua aún no ha quitado y una gota que resbala por su cara. No puedo poner en palabras lo mucho que me alegro de que esté vivo, ni tampoco de que esté aquí; y mucho menos podría describir ese sentimiento de alivio, mezclado con agradecimiento y con algo más, por el hecho de que sacrifique su libertad para quedarse. Antes de darme cuenta mi otra mano se ha ido también hacia su rostro atrapándolo suavemente. El resto de mis dedos se deslizan por su piel hasta que están en su nuca y puedo acomodarlo a mi antojo. Elevo ligeramente su mentón hasta que sus labios quedan cerca de los míos mientras mis ojos están puestos sobre esa atroz herida de la cabeza que empiezo a pensar que voy a tener que vendarle.
Farfullo algo de que voy a por crema para heridas y vendas soltando un largo suspiro cargado de preocupación que choca contra su mejilla. Cuando soy consciente de lo cerca que estamos paso mi dedo pulgar por sus labios, la primera mi dedo resbala muy fácilmente por la humedad, pero la segunda, su piel revela una herida que no había visto antes pero que sé que no le han hecho, es producto de la propia sequedad de sus labios y de la poca atención que seguramente prestaron a sus necesidades principales antes de que le vendieran. - Dios... quien diablos te encontró. - Me pongo agua en la lista de cosas que tengo que encontrar antes de que salga de la lucha, justo debajo de un pijama, las vendas y la pomada. Golpeo ligeramente su frente contra la mía una última vez, en el desnivel de altura y suelto su rostro. - Ahora vengo. Ten cuidado al salir. - Agarro el libro y la varita y camino al exterior siendo la moqueta resbalosa, seguramente por toda el agua que cayó mientras intentaba quitarle la ropa. - Resbala - Lanzo las cosas de mis manos sobre la cama y bajo a la cocina a por una jarra de agua con hielo y un par de vasos, para después meterme en el armario (si, tengo una habitación solo para ropa) en busca del pijama. Las vendas tienen que seguir en el botiquín del suelo y allí también tiene que estar la pomada.
Termino por quitarme la ropa mojada también, dejándola en el cesto de ropa sucia aunque tendida en los bordes para darle tiempo de que al menos se seque y luego salgo del armario con una toalla en la cabeza y la camisa aún a medio poner.
Cierro los ojos y dejo caer del todo mi cabeza contra su rostro porque me está desesperando, cierro mis ojos y me limito a sentirlo respirar contra mi mejilla y a estremecerme ligeramente por las cosquillas que eso me provoca; pocas veces he dejado que nadie invada mi espacio de esa manera pero con Ben siempre fue fácil, es como si de alguna manera su espacio y el mío se hubieran fusionado en uno solo desde la primera vez que nos subimos a una bicicleta e intentamos matarnos cuesta abajo. - Necio - Farfullo rindiéndome. Gana esta vez, pero porque también hay una parte de mi, no tan escondida como yo creo, que lo prefiere así. Me dejo caer de vuelta hacia atrás ligeramente, recuperando la distancia entre ambos cuando se atreve a regarñarme. Ahora sí que no puedo contenerme y aunque intento que mi voz suene tajante, se nota desde la distancia que es es una broma, especialmente cuando utilizo las mismas palabras que él para describirse. - Si te acabaras de bañar ya no estarías tan mugroso, aunque sigues siendo un mugroso muggle - Pese a lo blanda que es la moqueta me empiezan a doler las rodillas así que me acabo separando para buscar otra postura. Recuerdo que aún están tirados por ahí el libro de medicina (que además no es mío) y mi varita y me levanto para recogerlos. - Deberías terminar de bañarte. No estás para añadir un resfriado a la lista de cosas que no te he curado todavía. - Murmuro dándole un último vistazo a mi demacrado amigo, a ese párpado levemente caído de un puñetazo que un desconocido le ha dado, a esas marcas de los latigazos que asoman por encima de sus hombros. Extiendo mi mano para acariciar con el pulgar su mejilla, llevándome en el proceso algunas de las marcas de mugre que el agua aún no ha quitado y una gota que resbala por su cara. No puedo poner en palabras lo mucho que me alegro de que esté vivo, ni tampoco de que esté aquí; y mucho menos podría describir ese sentimiento de alivio, mezclado con agradecimiento y con algo más, por el hecho de que sacrifique su libertad para quedarse. Antes de darme cuenta mi otra mano se ha ido también hacia su rostro atrapándolo suavemente. El resto de mis dedos se deslizan por su piel hasta que están en su nuca y puedo acomodarlo a mi antojo. Elevo ligeramente su mentón hasta que sus labios quedan cerca de los míos mientras mis ojos están puestos sobre esa atroz herida de la cabeza que empiezo a pensar que voy a tener que vendarle.
Farfullo algo de que voy a por crema para heridas y vendas soltando un largo suspiro cargado de preocupación que choca contra su mejilla. Cuando soy consciente de lo cerca que estamos paso mi dedo pulgar por sus labios, la primera mi dedo resbala muy fácilmente por la humedad, pero la segunda, su piel revela una herida que no había visto antes pero que sé que no le han hecho, es producto de la propia sequedad de sus labios y de la poca atención que seguramente prestaron a sus necesidades principales antes de que le vendieran. - Dios... quien diablos te encontró. - Me pongo agua en la lista de cosas que tengo que encontrar antes de que salga de la lucha, justo debajo de un pijama, las vendas y la pomada. Golpeo ligeramente su frente contra la mía una última vez, en el desnivel de altura y suelto su rostro. - Ahora vengo. Ten cuidado al salir. - Agarro el libro y la varita y camino al exterior siendo la moqueta resbalosa, seguramente por toda el agua que cayó mientras intentaba quitarle la ropa. - Resbala - Lanzo las cosas de mis manos sobre la cama y bajo a la cocina a por una jarra de agua con hielo y un par de vasos, para después meterme en el armario (si, tengo una habitación solo para ropa) en busca del pijama. Las vendas tienen que seguir en el botiquín del suelo y allí también tiene que estar la pomada.
Termino por quitarme la ropa mojada también, dejándola en el cesto de ropa sucia aunque tendida en los bordes para darle tiempo de que al menos se seque y luego salgo del armario con una toalla en la cabeza y la camisa aún a medio poner.
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Ojalá fuesen solamente seis meses más, pero no se lo digo. Ojalá que hubiese un límite de sufrimiento por vida y que me dejasen regresar a mi casita en el distrito cuatro, entre los muñecos que ya no usaba y la ventana que me separa del ruido de la playa, afirmando que todo lo que ha ocurrido fue solamente un error y una pesadilla, y que el mundo volvería a empezar para que todos sigan vivos y donde deberían de estar de haber tenido un poquito más de suerte. A veces me doy cuenta de que estoy comenzando a olvidar a mamá, a mis hermanos y personas como Alex y Martin, y ellos no se lo merecen, pero es que, simplemente, ha sucedido tanto, que pensar en ellos es como tratar de recordar una cinta que he visto hace siglos y que se perdió bajo tierra.
También de verdad me gustaría que no me doliese el sonreír, porque cuando me llama necio, sé que he ganado esta batalla que al final del día, acabará por joderme la vida; no tengo idea de cómo es en realidad vivir siendo un esclavo, pero de lo que sí estoy seguro es de que estar bajo el mismo techo que Seth, al final de cuentas, no será tan malo. Obviamente, no estoy diciendo que será un lecho de rosas, pero si voy a estar con él aquí, al menos tengo que pensar que no me ha comprado algún loco que le guste regodearse de que ha adquirido un vencedor y me hiciera hacer cosas del estilo de lavar el suelo con la lengua. Seth no me haría eso, ni siquiera cuando se ha limitado a llamarme mugroso muggle y, viniendo de él, lo tomo como la broma que es. Si hubiese sido de otra persona, en otro contexto, personalmente y de sentirme bien le habría saltado a la yugular.
Finalmente, él se aleja y de alguna manera, me doy cuenta de que su cuerpo tapaba la corriente de aire, lo que me hace temblar ligeramente al comenzar a extrañar su calor, de modo que me obligo a estirarme y atrapo la esponja entre mis dedos, sintiéndola más pesada de lo que debería ser. Estoy buscando el jabón con la mirada, cuando el pulgar de Seth se desliza por mi rostro y provoca que me encoja en mi sitio de manera inconsciente, esperando, por un segundo, la paliza que nunca llega; porque es obvio, él no está aquí para golpearme como aquel vendedor de esclavos, sino todo lo contrario. Entonces mi cuerpo vuelve a tranquilizarse, porque cuando mi mejor amigo se hace con mi rostro entre las manos de una manera que me obliga a volver a mirarlo, lo hace con tranquilidad, lejos de lastimarme, hasta que nos encontramos lo suficientemente cerca como para que la respiración que sale de su boca haga cosquillas sobre mis labios. Por alguna razón, estrujo la esponja entre mis dedos mientras él se fija en la herida de mi frente, y estoy a punto de decir algo, probablemente un chiste que no viene a cuento con tal de evitar cualquier preocupación, pero sus dedos paseando por mis labios rotos no me lo permiten. Me encuentro conteniendo el aliento para no fastidiarlo, aunque arrugo suavemente mi entrecejo en busca de respuestas, hasta que su pregunta me hace suspirar contra sus nudillos - ¿Acaso eso cambia las cosas? - quien lo ha hecho no importa, sino los motivos, y él ya los sabe - carroñeros. Algunos son souvenires del viaje, otros, de la poca paciencia de aquel tipo... - arrugo un poco la nariz, y el apriete a la esponja se vuelve más firme al recordar el desprecio del vendedor de esclavos, como si cada palabra que saliese de mi boca o por el simple hecho de existir, me mereciera esos tratos. Ni siquiera he podido fijarme en si en verdad era conmigo el problema o si era con todos igual, aunque probablemente solamente sea un sádico enfermo.
El golpe suave de su frente me hace cerrar los ojos un instante, y casi me encuentro en el papel ridículo de susurrarle que no se vaya, pero él desaparece por la puerta dándome consejos que ya sé y acabo bufando despacito, encontrándome repentinamente solo. No sé como sobrevivo los minutos siguientes, oyendo como del otro lado de la pared Seth va y viene mientras yo intento, de alguna manera, pasarme el jabón por la piel hasta que ésta duele más de lo normal y parece tornarse rojiza, pero aún así, poco a poco, comienzo a notar los moretones y los cortes sin que nada más los cubra. Al final, creo que si no fuese por mi estado penoso, creo que he quedado vagamente aceptable, y dejo que la esponja caiga al agua mientras me giro como me es posible, aún sentado en la tina, para apagar el agua. De inmediato, el frío vuelve a sacudirme.
En primer lugar, cierro los dedos en el borde de la bañera para asomar la cabeza y poder ver el agua brillando en todas direcciones, incluso goteando en algunas zonas, y no sé como me las arreglo para impulsarme con cuidado y me pongo de pie, sacando una pierna de la bañera. ¿Acaso el mundo se transformó en hielo y no me he enterado? Toda mi debilidad me deja bien en claro que no me encuentro en condiciones, y tengo que sostenerme un momento del lavamanos para no irme al suelo de cara. El baño, por un instante, parece darme vueltas, y tengo que cerrar los ojos otra vez en un intento de que mi cabeza se aclare - ¡Seth! - mi voz no es realmente un grito, sino un llamado de ayuda con los dientes apretados. Igual, alcanzo a parpadear, y me estiro agarrando una toalla cualquiera para empezar a secarme con movimientos lentos y cuidadosos, hasta que creo que él ya anda regresando y me giro para enfrentar la puerta, fijándome primero en la toalla que adorna su cabeza y luego en su ropa desarreglada y mal puesta - ¿querías que vayamos a juego? - pregunto casi a modo de burla, poniéndome la toalla, demasiado larga, en una especie de capa caliente sobre los hombros y cruzándola por delante de mi cuerpo para cubrirme, como si él no hubiese visto ya absolutamente todo. De esta forma consigo conservar el calor, lo que es algo relativamente bueno, pero no me demoro en acercarme a él en busca de algo de apoyo.
Como si fuese un imán, dejo que mi frente se vaya de lleno contra su hombro, y mantengo los ojos perdidos en la ventana más cercana, por donde entra algo de luz que ilumina el cuarto con una calidez que yo no logro sentir del todo. Guardo silencio, sin siquiera moverme, hasta que trato de humedecerme los labios con la lengua - lo llamamos el catorce. Era un sitio abandonado, asqueroso... y no está en las mejores condiciones, pero ahí somos libres - acabo explicando en un murmullo. Cuando doy un último empujoncito con mi frente para impulsarme hacia atrás y separarme a medias de él, le sonrío de manera perezosa - si alguna vez llegas a verlo, te gustará.
También de verdad me gustaría que no me doliese el sonreír, porque cuando me llama necio, sé que he ganado esta batalla que al final del día, acabará por joderme la vida; no tengo idea de cómo es en realidad vivir siendo un esclavo, pero de lo que sí estoy seguro es de que estar bajo el mismo techo que Seth, al final de cuentas, no será tan malo. Obviamente, no estoy diciendo que será un lecho de rosas, pero si voy a estar con él aquí, al menos tengo que pensar que no me ha comprado algún loco que le guste regodearse de que ha adquirido un vencedor y me hiciera hacer cosas del estilo de lavar el suelo con la lengua. Seth no me haría eso, ni siquiera cuando se ha limitado a llamarme mugroso muggle y, viniendo de él, lo tomo como la broma que es. Si hubiese sido de otra persona, en otro contexto, personalmente y de sentirme bien le habría saltado a la yugular.
Finalmente, él se aleja y de alguna manera, me doy cuenta de que su cuerpo tapaba la corriente de aire, lo que me hace temblar ligeramente al comenzar a extrañar su calor, de modo que me obligo a estirarme y atrapo la esponja entre mis dedos, sintiéndola más pesada de lo que debería ser. Estoy buscando el jabón con la mirada, cuando el pulgar de Seth se desliza por mi rostro y provoca que me encoja en mi sitio de manera inconsciente, esperando, por un segundo, la paliza que nunca llega; porque es obvio, él no está aquí para golpearme como aquel vendedor de esclavos, sino todo lo contrario. Entonces mi cuerpo vuelve a tranquilizarse, porque cuando mi mejor amigo se hace con mi rostro entre las manos de una manera que me obliga a volver a mirarlo, lo hace con tranquilidad, lejos de lastimarme, hasta que nos encontramos lo suficientemente cerca como para que la respiración que sale de su boca haga cosquillas sobre mis labios. Por alguna razón, estrujo la esponja entre mis dedos mientras él se fija en la herida de mi frente, y estoy a punto de decir algo, probablemente un chiste que no viene a cuento con tal de evitar cualquier preocupación, pero sus dedos paseando por mis labios rotos no me lo permiten. Me encuentro conteniendo el aliento para no fastidiarlo, aunque arrugo suavemente mi entrecejo en busca de respuestas, hasta que su pregunta me hace suspirar contra sus nudillos - ¿Acaso eso cambia las cosas? - quien lo ha hecho no importa, sino los motivos, y él ya los sabe - carroñeros. Algunos son souvenires del viaje, otros, de la poca paciencia de aquel tipo... - arrugo un poco la nariz, y el apriete a la esponja se vuelve más firme al recordar el desprecio del vendedor de esclavos, como si cada palabra que saliese de mi boca o por el simple hecho de existir, me mereciera esos tratos. Ni siquiera he podido fijarme en si en verdad era conmigo el problema o si era con todos igual, aunque probablemente solamente sea un sádico enfermo.
El golpe suave de su frente me hace cerrar los ojos un instante, y casi me encuentro en el papel ridículo de susurrarle que no se vaya, pero él desaparece por la puerta dándome consejos que ya sé y acabo bufando despacito, encontrándome repentinamente solo. No sé como sobrevivo los minutos siguientes, oyendo como del otro lado de la pared Seth va y viene mientras yo intento, de alguna manera, pasarme el jabón por la piel hasta que ésta duele más de lo normal y parece tornarse rojiza, pero aún así, poco a poco, comienzo a notar los moretones y los cortes sin que nada más los cubra. Al final, creo que si no fuese por mi estado penoso, creo que he quedado vagamente aceptable, y dejo que la esponja caiga al agua mientras me giro como me es posible, aún sentado en la tina, para apagar el agua. De inmediato, el frío vuelve a sacudirme.
En primer lugar, cierro los dedos en el borde de la bañera para asomar la cabeza y poder ver el agua brillando en todas direcciones, incluso goteando en algunas zonas, y no sé como me las arreglo para impulsarme con cuidado y me pongo de pie, sacando una pierna de la bañera. ¿Acaso el mundo se transformó en hielo y no me he enterado? Toda mi debilidad me deja bien en claro que no me encuentro en condiciones, y tengo que sostenerme un momento del lavamanos para no irme al suelo de cara. El baño, por un instante, parece darme vueltas, y tengo que cerrar los ojos otra vez en un intento de que mi cabeza se aclare - ¡Seth! - mi voz no es realmente un grito, sino un llamado de ayuda con los dientes apretados. Igual, alcanzo a parpadear, y me estiro agarrando una toalla cualquiera para empezar a secarme con movimientos lentos y cuidadosos, hasta que creo que él ya anda regresando y me giro para enfrentar la puerta, fijándome primero en la toalla que adorna su cabeza y luego en su ropa desarreglada y mal puesta - ¿querías que vayamos a juego? - pregunto casi a modo de burla, poniéndome la toalla, demasiado larga, en una especie de capa caliente sobre los hombros y cruzándola por delante de mi cuerpo para cubrirme, como si él no hubiese visto ya absolutamente todo. De esta forma consigo conservar el calor, lo que es algo relativamente bueno, pero no me demoro en acercarme a él en busca de algo de apoyo.
Como si fuese un imán, dejo que mi frente se vaya de lleno contra su hombro, y mantengo los ojos perdidos en la ventana más cercana, por donde entra algo de luz que ilumina el cuarto con una calidez que yo no logro sentir del todo. Guardo silencio, sin siquiera moverme, hasta que trato de humedecerme los labios con la lengua - lo llamamos el catorce. Era un sitio abandonado, asqueroso... y no está en las mejores condiciones, pero ahí somos libres - acabo explicando en un murmullo. Cuando doy un último empujoncito con mi frente para impulsarme hacia atrás y separarme a medias de él, le sonrío de manera perezosa - si alguna vez llegas a verlo, te gustará.
Escucho mi nombre en un grito ahogado y me apresuro un par de pasos tirando de mi ropa hasta que se queda encajada de forma rara y arrugada porque debido a la humedad se me pega al cuerpo. Durante esos microsegundos en los que no sé porqué me necesita me imagino la peor de las escenas. Planto mi vista en él, abrigado con la toalla como si fuera un niño pequeño desprotegido alrededor de su cuerpo del que caen gotas al suelo. La mayor parte de la toalla que me cubría la cabeza me cae alrededor del cuello por las prisas. Ese susto momentáneo cuando gritó mi nombre desaparece y se transforma en alivio mientras avanza hacia mi lentamente casi tan intacto como lo he dejado aunque con una imagen más frágil ahora que su piel paliducha está a la vista y no recubierta por el mugre. Apoyo mi mejilla contra su cabeza cuando su frente se queda contra mi hombro y río ahogadamente por su intento de chiste. - Me faltan las marcas de látigos y pareceremos gemelos - Mientras intento ahogar una risa cruel por el chiste cruel que me ha salido de la boca, uso la toalla de mi cuello para cubrirnos a los dos con ella como si fuese un manto que cae desde mi cabeza.
Al principio solo quiero esconderlo, como cuando adoptas un gatito de la calle que tu madre se opondrá a dejarte quedar y que defenderás con uñas y muelas; pero cuando las gotas que deja su pelo sobre mi mejilla resbalan por el cuello y me hacen estremecerme, meto su pijama bajo uno de mis brazos y las muevo ligeramente sobre su cabeza para secarle. Masajeo suavemente sintiéndome responsable de él por completo, de su seguridad, de sus labios rotos, de cada una de las heridas hechas por ese mastodonte que le encontró e intentó reeducar cómo un esclavo, incluso de esos escalofríos que sufre cada vez que la brisa de la ventana lo golpea directamente. Si pudiera ahora mismo, cambiaría mi lugar con él, para reemplazar todas... ¿las ultimas semanas? ¿los últimos meses? no estoy seguro de cuanto tiempo lleve fuera pero él no se lo merece. Antes le reclamé de manera egoísta que yo he pasado por lo mismo que él y no me quejaba tanto, estaba enfadado y él también; aunque nos desquitamos con las personas erróneas. Nada de lo que yo he vivido en el once, aunque fuera asquerosamente horrible, puede compararse a la arena en la que perdió a su hermana y sólo toda su travesía hacia el catorce puede compararse a la mía.
Pego mi nariz contra su cabello aspirando su olor por inercia intentando recordar si era así como olía cuando estábamos en el cuatro, pero no; ahora cada parte de mis pulmones se inundan de mi olor y no del suyo. Me separo ligeramente agarrando la camisa del pijama y deslío los botones antes de cubrirlo con ella, ni siquiera sé como me las arreglo para que meta los brazos porque cada movimiento lo hace rabiar de dolor y no tiene ni siquiera que gritar para que lo note, estamos lo suficientemente cerca como para que esas respiraciones aceleradas repentinamente por el dolor, me transmitan cada uno de los calambrazos que el solo roce de la ropa o de mis manos le provoca. Mientras abrocho los botones uno por uno, me las ingenio para mantener a raya ese nudo en el pecho que amenaza con estallar en cualquier momento y que siento ahí desde el momento en el que entré por la puerta de mi cuarto y le vi sobre mi cama, después de tanto tiempo. Paso saliva pesadamente mientras esos segundos me parecen eternos. Le escucho hablar del catorce como si no fuera conmigo, como si me hablara desde el otro lado de un campo de fútbol. Aún con la distancia irreal de sus palabras y mi cerebro, siento el catorce como un lugar lejano que realmente no pisaremos jamás. Seamos realistas, eldía en el que intentemos hacer algo como escapar de mi madre, puede que sea nuestra última aventura juntos. Una para la que no estoy listo todavía. - Mi habitación también está asquerosa la mayor parte del tiempo - farfullo restándole importancia y tengo que admitir que mientras lo digo, aquellas palabras me hacen la suficiente gracia como para que las acabe entre leves risitas.
Cuando por fin acabo de abrocharle, noto lo delgado que está y lo pequeño que parece en comparación conmigo. Siempre fue más pequeño que yo, incluso cuando pegó el estirón y por momentos pensé que a la larga acabaría siendo más alto; pero ahora no es la altura lo que me preocupa, ocupa la mitad de mi pijama. - Te voy a poner todo gordito en cuanto piense como voy a explicarle a mi madre que vamos a vivir juntos - No le hará gracia porque para empezar es un enemigo del estado. Aún recuerdo el infarto que casi sufrí cuando pusieron precio a su cabeza; si mi madre hubiera dado la orden de matarlo en vez de apresarlo... no sé que habría hecho. ¿Habría podido convencerla de lo contrario? Ben es la persona más importante de mi mundo, nadie podrá cambiar el hecho de que fue mi primer amigo, no solo por casualidad, no solo por interés, no solo porque vivimos en el mismo distrito o teníamos cosas en común, sino porque nos entendíamos y nos apoyábamos. A veces solo necesitamos que las personas estén ahí, sin hacer nada en particular, creyendo en ti cuando hasta tú has dejado de creer en ti mismo. Si mi madre lo hubiese matado hay una parte de mi que habría muerto con él, una demasiado grande como para seguir siendo yo el resto de mi vida. - Algún día... - Miento, hay una parte de mi que sabe que el trayecto al 14 es el peor y que podemos perdernos intentando sobrevivir a eso, una situación al límite que pondrá en todo su esplendor la crueldad de mi madre. Es algo que no quiero averiguar pero que tarde o temprano tendré que hacer. - porque si no piensas irte sin mi y yo no pienso dejar que pases el resto de tu vida en este sitio... sólo podemos fugarnos -
Al principio solo quiero esconderlo, como cuando adoptas un gatito de la calle que tu madre se opondrá a dejarte quedar y que defenderás con uñas y muelas; pero cuando las gotas que deja su pelo sobre mi mejilla resbalan por el cuello y me hacen estremecerme, meto su pijama bajo uno de mis brazos y las muevo ligeramente sobre su cabeza para secarle. Masajeo suavemente sintiéndome responsable de él por completo, de su seguridad, de sus labios rotos, de cada una de las heridas hechas por ese mastodonte que le encontró e intentó reeducar cómo un esclavo, incluso de esos escalofríos que sufre cada vez que la brisa de la ventana lo golpea directamente. Si pudiera ahora mismo, cambiaría mi lugar con él, para reemplazar todas... ¿las ultimas semanas? ¿los últimos meses? no estoy seguro de cuanto tiempo lleve fuera pero él no se lo merece. Antes le reclamé de manera egoísta que yo he pasado por lo mismo que él y no me quejaba tanto, estaba enfadado y él también; aunque nos desquitamos con las personas erróneas. Nada de lo que yo he vivido en el once, aunque fuera asquerosamente horrible, puede compararse a la arena en la que perdió a su hermana y sólo toda su travesía hacia el catorce puede compararse a la mía.
Pego mi nariz contra su cabello aspirando su olor por inercia intentando recordar si era así como olía cuando estábamos en el cuatro, pero no; ahora cada parte de mis pulmones se inundan de mi olor y no del suyo. Me separo ligeramente agarrando la camisa del pijama y deslío los botones antes de cubrirlo con ella, ni siquiera sé como me las arreglo para que meta los brazos porque cada movimiento lo hace rabiar de dolor y no tiene ni siquiera que gritar para que lo note, estamos lo suficientemente cerca como para que esas respiraciones aceleradas repentinamente por el dolor, me transmitan cada uno de los calambrazos que el solo roce de la ropa o de mis manos le provoca. Mientras abrocho los botones uno por uno, me las ingenio para mantener a raya ese nudo en el pecho que amenaza con estallar en cualquier momento y que siento ahí desde el momento en el que entré por la puerta de mi cuarto y le vi sobre mi cama, después de tanto tiempo. Paso saliva pesadamente mientras esos segundos me parecen eternos. Le escucho hablar del catorce como si no fuera conmigo, como si me hablara desde el otro lado de un campo de fútbol. Aún con la distancia irreal de sus palabras y mi cerebro, siento el catorce como un lugar lejano que realmente no pisaremos jamás. Seamos realistas, eldía en el que intentemos hacer algo como escapar de mi madre, puede que sea nuestra última aventura juntos. Una para la que no estoy listo todavía. - Mi habitación también está asquerosa la mayor parte del tiempo - farfullo restándole importancia y tengo que admitir que mientras lo digo, aquellas palabras me hacen la suficiente gracia como para que las acabe entre leves risitas.
Cuando por fin acabo de abrocharle, noto lo delgado que está y lo pequeño que parece en comparación conmigo. Siempre fue más pequeño que yo, incluso cuando pegó el estirón y por momentos pensé que a la larga acabaría siendo más alto; pero ahora no es la altura lo que me preocupa, ocupa la mitad de mi pijama. - Te voy a poner todo gordito en cuanto piense como voy a explicarle a mi madre que vamos a vivir juntos - No le hará gracia porque para empezar es un enemigo del estado. Aún recuerdo el infarto que casi sufrí cuando pusieron precio a su cabeza; si mi madre hubiera dado la orden de matarlo en vez de apresarlo... no sé que habría hecho. ¿Habría podido convencerla de lo contrario? Ben es la persona más importante de mi mundo, nadie podrá cambiar el hecho de que fue mi primer amigo, no solo por casualidad, no solo por interés, no solo porque vivimos en el mismo distrito o teníamos cosas en común, sino porque nos entendíamos y nos apoyábamos. A veces solo necesitamos que las personas estén ahí, sin hacer nada en particular, creyendo en ti cuando hasta tú has dejado de creer en ti mismo. Si mi madre lo hubiese matado hay una parte de mi que habría muerto con él, una demasiado grande como para seguir siendo yo el resto de mi vida. - Algún día... - Miento, hay una parte de mi que sabe que el trayecto al 14 es el peor y que podemos perdernos intentando sobrevivir a eso, una situación al límite que pondrá en todo su esplendor la crueldad de mi madre. Es algo que no quiero averiguar pero que tarde o temprano tendré que hacer. - porque si no piensas irte sin mi y yo no pienso dejar que pases el resto de tu vida en este sitio... sólo podemos fugarnos -
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Su chiste es una mierda, pero por alguna razón probablemente conectada con el hecho de que me importa, dejo salir una breve y suave risa que probablemente él no podría haber escuchado de no haber estado tan cerca de mi cuerpo. Noto como la toalla se desliza lentamente por encima de mi cabeza hasta el punto de armar una carpa sobre nosotros, como las que Melanie y yo hacíamos con las sábanas cuando éramos pequeños, y la temperatura se vuelve mucho más agradable, porque el viento no llega tanto a mi piel a excepción de mis piernas y sirve de burbuja para que él me contagie de su calor corporal que sirve como estufita humana. Y entonces simplemente me dejo hacer, cerrando los ojos porque solamente puedo esperar a que los tirones del dolor en algún momento van a terminar, mientras él me seca el cabello, me trata como si fuese de un material fácil de romperse y me obligo a separarme al menos un poco para dejar caer la toalla que colgué a mis hombros para que pueda meter mis brazos dentro de la ropa. Ni siquiera sé como no me quejo en voz alta, pero doy por asumido que él capta las muecas que cruzan mi rostro, los saltos que dan mis suspiros y los suspiros que se vuelven en quejidos ligeramente audibles. Finalmente, no tengo que hacer otra cosa que quedarme de pie, notando como mi peso se tambalea suavemente de atrás para adelante, mientras observo como sus dedos abotonan la camisa del pijama con cuidado. Pobre Seth... si yo lo estoy pasando mal, sé que la culpa le hará sentir peor. ¿Cómo estaría yo en su sitio, sabiendo que uno de mis padres le ha hecho esto a mi mejor amigo?
- Tú estás asqueroso todo el tiempo - me limito a acotar en un murmullo que pretende ser una broma, pero que suena demasiado natural y sincero como para que me ría, mientras trato de estirar un poco la camisa que ha dejado algo torcida por culpa de que no soy exactamente la mejor ayuda del mundo en éstos momentos; de todas formas, por algún motivo, Seth ya se está riendo. Es extraño, porque yo recuerdo esa misma risa, quizá un poco más aguda, en situaciones que me gustaban, como las fogatas en la playa, o con el sabor del tabaco, o mis intentos de que juegue conmigo a la pelota. No así. No aquí. Y no ahora.
Su pijama me queda como una bolsa de basura, y muevo vagamente mis brazos para ver como la tela sobra alrededor de ellos y mis dedos sobresalen de manera que puedo aferrarlos a los bordes de las mangas. De todas formas, no digo nada más, y me limito a presionar los labios en una fina línea para hacerme con el pantalón del pijama que tiene entre su brazo y su torso apretujado, con algo de dificultad por el poco espacio que tenemos debajo de su toalla y que tanto por el frío como por mi propia necesidad, no aparto. No quiero hablar de su madre, ni quiero saber lo que ella va a opinar de nosotros viviendo debajo del mismo techo, y tampoco quiero verla porque ella es justamente la persona que puso un precio a mi cabeza y colgó esos carteles que robé varias veces con tal de que nadie más los viera, aunque fuese básicamente imposible eliminar su búsqueda de esa forma. A veces cuando se trata de sobrevivir, hacemos locuras... como las que haces por la gente que quieres. Como el aceptar ser esclavo de alguien para no dejarlo solo. O asumir que acabarás muriendo de todas formas.
No sé cómo lo hago. Solo sé que Seth está hablando mientras yo me recargo contra él para ponerme el pantalón, que también me queda gigante y en parte agradezco que su tela fina no roce mi piel, al menos no demasiado. Igual, es una sola palabra de las que dice la que me llama la atención - ¿Fugarnos? - repito, y cuando acabo de sujetar como me es posible la prenda a mi cintura, mis manos se acaban enroscando en su cuerpo en un intento de mantenerme de pie. Parpadeo una y otra vez, tratando de enfocarlo mejor en la poca luz que entra por culpa de la toalla, y como vuelvo a tambalearme, mi cabeza choca la suya y me quejo cuando nuestras narices parecen rebotar entre sí; incluso él huele a limpio, aunque yo haya sido el que tomó el baño - siempre me agradaron tus idioteces, Seth - alcanzo a modular, sonriendo de manera perezosa y pequeña, presa de un suspiro causado por el agotamiento. Ya ni siquiera sé por qué estoy cansado. ¿Fue el baño, es la fiebre, o el millón de emociones fundidas en una? Mis manos tiemblan un poco y las subo a sus hombros, bajando la vista un momento mientras me hago con bocanadas de aire. Quiero agua, quiero tirarme en su cama, quiero dormir hasta que la vida me lo permita y despertar a cientos de kilómetros de aquí. El calor de la temperatura parece llenar mi cuerpo de nueva porquería, haciendo que mis brazos tiemblen ligeramente y sé que debo preocuparlo. Sé que en cualquier momento va a ponerse en plan enfermera paranoica. Y lo peor es que no puedo hacer nada para decirle que estoy bien, porque sabrá que estoy mintiendo.
Para cuando consigo levantar la cabeza, el cosquilleo de mi espalda que grita a cuatro vientos que mi anatomía ya no soporta encontrarse débil se incrementa, y tengo la sensación de que en un jadeo, me he puesto vagamente bizco, tanteando hasta encontrarlo tan cerca que cuando respira, me despeina el flequillo. ¿Hace cuanto que no he tenido a alguien tan cerca? Eowyn no cuenta. Me pregunto qué diría ella en un momento como éste; seguro se reiría y haría bromas sobre la exclusividad besadora. Es una tonta. ¿Por qué estoy pensando en Eowyn justamente ahora cuando la fuerza me está chillando que me deje caer? ¿Siempre ha estado tan oscuro?
- Esto es estúpido - acabo gruñendo, con los ojos ligeramente entornados, palpitando en un obvio intento de quedarse abiertos a pesar de no lograrlo. Me gustaría poder separarme por mi propia cuenta, pero el calor se siente tan bien, y sé que no servirá de nada. Algo me hace reír, pero no sé que es; debe ser el mareo. O el frío que me hace cosquillas en los pies, que es el único lugar donde llega. O el dolor de mis dedos cuando se cierran en el cuello de su camisa, o lo que sea que lleve puesto, porque creo que es una camisa, pero no estoy seguro. Tampoco estoy seguro cuando me percato de que podría contar todos los lunares que tiene en la cara, o medir su nariz, y cuando lo miro de modo burlón, siento que es alguien más y no yo quien tiene posesión de mi cordura - estás lleno de acné, Seth... te vuelve viejo- mi voz es solamente un eco en mi cerebro, y no estoy seguro de si lo he dicho o lo estoy pensando. Quizá es una voz en mi cerebro y él no tiene por qué enterarse.... ¿o todo se volvió más oscuro porque estoy soñando? Debe ser eso. Debo estar durmiendo hace un buen rato dentro de su pijama y la persona que me abraza puede ser cualquiera, pero lo que me importa es que está cerca como nadie se ha tomado la molestia de estarlo sin pensar que voy a llevarlos a la ruina en mucho tiempo. Y me gusta como se siente, como si no estuviera solo.
Debe ser por eso que mis labios se estrellan contra los de esa persona.
Es una presión curiosamente firme para tener un cuerpo de gelatina, y tiene sabor a algo que no logro reconocer porque no se siente como los otros besos que he dado, lo que tiene sentido porque éste no es real. Soy consciente de como mis brazos lo aferran en un intento de que no se vaya como todos lo hacen, y de un suspiro que se mezcla con el de alguien más, y de que es un beso que no sé si dura dos segundos, cinco minutos, o diez horas. Pero sé cuando mis brazos empiezan a aflojarse, el mundo parece girar en círculos y, tras un pequeño infierno, mis labios patinan de los ajenos para ir cayendo, hasta que finalmente, creo que algo me atrapa y me sostiene en la oscuridad. Ojalá los sueños fuesen tan reales y ligeros como éste.
- Tú estás asqueroso todo el tiempo - me limito a acotar en un murmullo que pretende ser una broma, pero que suena demasiado natural y sincero como para que me ría, mientras trato de estirar un poco la camisa que ha dejado algo torcida por culpa de que no soy exactamente la mejor ayuda del mundo en éstos momentos; de todas formas, por algún motivo, Seth ya se está riendo. Es extraño, porque yo recuerdo esa misma risa, quizá un poco más aguda, en situaciones que me gustaban, como las fogatas en la playa, o con el sabor del tabaco, o mis intentos de que juegue conmigo a la pelota. No así. No aquí. Y no ahora.
Su pijama me queda como una bolsa de basura, y muevo vagamente mis brazos para ver como la tela sobra alrededor de ellos y mis dedos sobresalen de manera que puedo aferrarlos a los bordes de las mangas. De todas formas, no digo nada más, y me limito a presionar los labios en una fina línea para hacerme con el pantalón del pijama que tiene entre su brazo y su torso apretujado, con algo de dificultad por el poco espacio que tenemos debajo de su toalla y que tanto por el frío como por mi propia necesidad, no aparto. No quiero hablar de su madre, ni quiero saber lo que ella va a opinar de nosotros viviendo debajo del mismo techo, y tampoco quiero verla porque ella es justamente la persona que puso un precio a mi cabeza y colgó esos carteles que robé varias veces con tal de que nadie más los viera, aunque fuese básicamente imposible eliminar su búsqueda de esa forma. A veces cuando se trata de sobrevivir, hacemos locuras... como las que haces por la gente que quieres. Como el aceptar ser esclavo de alguien para no dejarlo solo. O asumir que acabarás muriendo de todas formas.
No sé cómo lo hago. Solo sé que Seth está hablando mientras yo me recargo contra él para ponerme el pantalón, que también me queda gigante y en parte agradezco que su tela fina no roce mi piel, al menos no demasiado. Igual, es una sola palabra de las que dice la que me llama la atención - ¿Fugarnos? - repito, y cuando acabo de sujetar como me es posible la prenda a mi cintura, mis manos se acaban enroscando en su cuerpo en un intento de mantenerme de pie. Parpadeo una y otra vez, tratando de enfocarlo mejor en la poca luz que entra por culpa de la toalla, y como vuelvo a tambalearme, mi cabeza choca la suya y me quejo cuando nuestras narices parecen rebotar entre sí; incluso él huele a limpio, aunque yo haya sido el que tomó el baño - siempre me agradaron tus idioteces, Seth - alcanzo a modular, sonriendo de manera perezosa y pequeña, presa de un suspiro causado por el agotamiento. Ya ni siquiera sé por qué estoy cansado. ¿Fue el baño, es la fiebre, o el millón de emociones fundidas en una? Mis manos tiemblan un poco y las subo a sus hombros, bajando la vista un momento mientras me hago con bocanadas de aire. Quiero agua, quiero tirarme en su cama, quiero dormir hasta que la vida me lo permita y despertar a cientos de kilómetros de aquí. El calor de la temperatura parece llenar mi cuerpo de nueva porquería, haciendo que mis brazos tiemblen ligeramente y sé que debo preocuparlo. Sé que en cualquier momento va a ponerse en plan enfermera paranoica. Y lo peor es que no puedo hacer nada para decirle que estoy bien, porque sabrá que estoy mintiendo.
Para cuando consigo levantar la cabeza, el cosquilleo de mi espalda que grita a cuatro vientos que mi anatomía ya no soporta encontrarse débil se incrementa, y tengo la sensación de que en un jadeo, me he puesto vagamente bizco, tanteando hasta encontrarlo tan cerca que cuando respira, me despeina el flequillo. ¿Hace cuanto que no he tenido a alguien tan cerca? Eowyn no cuenta. Me pregunto qué diría ella en un momento como éste; seguro se reiría y haría bromas sobre la exclusividad besadora. Es una tonta. ¿Por qué estoy pensando en Eowyn justamente ahora cuando la fuerza me está chillando que me deje caer? ¿Siempre ha estado tan oscuro?
- Esto es estúpido - acabo gruñendo, con los ojos ligeramente entornados, palpitando en un obvio intento de quedarse abiertos a pesar de no lograrlo. Me gustaría poder separarme por mi propia cuenta, pero el calor se siente tan bien, y sé que no servirá de nada. Algo me hace reír, pero no sé que es; debe ser el mareo. O el frío que me hace cosquillas en los pies, que es el único lugar donde llega. O el dolor de mis dedos cuando se cierran en el cuello de su camisa, o lo que sea que lleve puesto, porque creo que es una camisa, pero no estoy seguro. Tampoco estoy seguro cuando me percato de que podría contar todos los lunares que tiene en la cara, o medir su nariz, y cuando lo miro de modo burlón, siento que es alguien más y no yo quien tiene posesión de mi cordura - estás lleno de acné, Seth... te vuelve viejo- mi voz es solamente un eco en mi cerebro, y no estoy seguro de si lo he dicho o lo estoy pensando. Quizá es una voz en mi cerebro y él no tiene por qué enterarse.... ¿o todo se volvió más oscuro porque estoy soñando? Debe ser eso. Debo estar durmiendo hace un buen rato dentro de su pijama y la persona que me abraza puede ser cualquiera, pero lo que me importa es que está cerca como nadie se ha tomado la molestia de estarlo sin pensar que voy a llevarlos a la ruina en mucho tiempo. Y me gusta como se siente, como si no estuviera solo.
Debe ser por eso que mis labios se estrellan contra los de esa persona.
Es una presión curiosamente firme para tener un cuerpo de gelatina, y tiene sabor a algo que no logro reconocer porque no se siente como los otros besos que he dado, lo que tiene sentido porque éste no es real. Soy consciente de como mis brazos lo aferran en un intento de que no se vaya como todos lo hacen, y de un suspiro que se mezcla con el de alguien más, y de que es un beso que no sé si dura dos segundos, cinco minutos, o diez horas. Pero sé cuando mis brazos empiezan a aflojarse, el mundo parece girar en círculos y, tras un pequeño infierno, mis labios patinan de los ajenos para ir cayendo, hasta que finalmente, creo que algo me atrapa y me sostiene en la oscuridad. Ojalá los sueños fuesen tan reales y ligeros como éste.
Cuando es él quien lo dice suena bien incluso aunque su tono es de incredulidad e ironía; podríamos coger mis cosas mañana y largarnos de aquí pero hay varias cosas que me detienen, la primera es él y sus heridas y la segunda es mi madre. Quiero recuperarla, a esa que me vendieron de pequeño, que me contaba historias por las noches y soñaba con mundos justos e igualitarios para todos, que no dejaría que nadie sufriera de nuevo por perder a alguien que le importa y en el que ella era feliz conmigo; pero entre más pienso en esa versión de la historia más me alejo de ella. Ya no tengo 6 años, ya no puedo confiar ciegamente en una mujer que lo dejó todo para hacerse con un país y luego matarlos a todos. - No es una idiotez - Farfullo un tanto caprichoso e infantil y mi propio tono de voz añade un "eres idiota" que ni siquiera necesita salir de mis labios convertido en una palabra.
Por un leve instante me olvido de su situación mientras lo ayudo a equilibrarse cuando acaba de vestirse. A través de la ropa soy incapaz de darme cuenta de la vertiginosa velocidad con la que la fiebre le está subiendo. Trastabilla un par de veces, me río cuando se ríe y luego intento preguntarle de qué se ríe pero mis palabras están camufladas en una risa y su cerebro ni siquiera puede decodificarlas. Pero ese momento de risas acaba ahí, al menos para mi. Cuando mueve sus manos hacia mis hombros lo noto temblar, ¿son escalofríos? ¿Al final se resfrió? pero la cosa va a peor. Empieza a moverse de adelante hacia atrás, empieza a trastabillar, empieza a decir incoherencias que ni siquiera entiendo porque sus palabras se transforman en farfullos y de repente, siento la temperatura de su cuerpo en contraste con la mía y me alarma de golpe. Nunca lo había sentido así, ni siquiera creo que me haga falta un termómetro para saber que está ardiendo por dentro. - Siéntate. - Creo que mi voz suena lo suficiente autoritaria como para que me haga paso, pero solo lo hace en mi cabeza. Si él enferma no sabría que hacer, el hospital no es una opción y... no voy a meter a Alice en esto, ya tiene bastantes problemas fingiendo ser alguien que no puede ser.
Doy un paso hacia adelante para forzarlo a meterse en la cama colando una de mis piernas entre las suyas que se mantienen en su sitio. Hasta su respiración es fuego. Estoy demasiado ocupado intentando moverlo de su lugar que el hecho de que me bese me haga reaccionar por inercia, atrapo sus labios con los míos y puedo saborear mi propio champú mezclado con el sabor metálico de la sangre que aún brota de forma casi imperceptible de los cortes de su boca. Mientras sus piernas empiezan a flaquear y antes de que note que lo hace, hay una escena que veo en cámara lenta, ese instante previo a que sus labios se despeguen de los míos a los que se aferra con los dientes muy levemente; y luego su cuerpo precipitándose hacia el suelo donde mi cerebro recupera la velocidad normal. Solo tengo tiempo de agarrar su pijama con mis manos mientras se desvanece. Su nombre sale de mis labios un millón de veces de una forma ahogada, confusa y aturdida mientras me aterra la idea de que ese beso que me ha dado sea una especie de condena y despedida, como lo hizo judas a jesús en la última cena.
Ejerce demasiado peso hacia abajo y soy incapaces de sostenerle, la tela se me resbala entre las manos pese a la fuerza inhumana que estoy usando para intentar mantenerlo en pie. Al final tengo que limitarme a menguar la velocidad con la que cae, apoyando primero mis rodillas mientras sus piernas se cuelan entre las mías y su cabeza toca el suelo con cuidado. No sé cuantas veces le he llamado desesperado aunque mi voz no salga del todo de mi garganta. Acabo de entrar en modo pánico. Sus heridas era graves, son graves, él necesita un hospital pero no puedo llevarle a uno, mi madre le arrebató eso. Se me pasan miles de cosas aterradoras por la cabeza y entre ellas que realmente se muera entre mis brazos. No puedo soportarlo. No puedo quedarme aquí pensando en qué tengo que hacer y con la mente en blanco. En medio de ese pozo de angustia ya no chillo su nombre. - ¡¡ALLEN!! ¡¡ALLEEEEEEEN!! - En el cajón de la mesa de noche hay un espejo comunicador que detesto usar porque mi madre siempre aprovecha para meterse en mis asuntos conectándolo al suyo cuando menos me lo espero; sin embargo sé que Allen tiene otro y es la primera persona en la que pienso mientras Ben yace en el suelo herido, inconsciente y ardiendo. Solo grito incoherencias pero Allen es listo, lo suficiente como para saber que no puede hacerme preguntas ahora mismo porque mi cerebro no responde. Sabe que algo pasa y aunque no sepa el qué, se limita a aparecer en mi casa y luego a guiarse por mis gritos. Me encuentra aferrado al cuerpo de Ben, que he levantado del suelo y puesto sobre mis piernas, meciéndolo de adelante hacia atrás mientras le ruego que no se muera porque eso es todo lo que yo puedo hacer.
Tiene que poner sus manos sobre las mías y rogarme que le suelte para poder hacer algo, porque incluso cuando yo soy quien le ha llamado y sé que es la única persona en el mundo a la que puedo confiarle a mi amigo; no estoy dispuesto a soltarlo. Al final son sus manos las que arrancan las mías del cuerpo inconsciente de Ben, justo antes de que lo levante del suelo para ponerlo sobre la cama y ponerse a trabajar en él. Hay un momento de silencio en el que creo que me olvido de respirar al menos dos minutos, hasta que el horror, la consternación, y el repentino frío ahora que Ben no está cerca, se apoderan de mis actos. Siempre que entro en pánico reacciono con violencia, así que lo primero que hago es levantarme del suelo para chillarle que lo salve o al menos eso creo, mi voz se entrecorta a la vez que mi respiración y que la impotencia desencadena la desesperación mezclada con un odio hacia mi mismo.
El estúpido de Allen Whiteley siempre mantiene la calma y en ese mismo instante, por eso tan simple, le detesto con toda mi alma; así que cuando sigue con su trabajo curando las heridas de Ben con su varita me desquito con lo primero que tengo delante cuando me pide que me calme. Las cosas de mi escritorio se van todas al suelo de una sola barrida, algunas de ellas se rompen pero me dan exactamente lo mismo, sólo puedo escuchar como las palabras del propio Allen, haciendo de médico y apoyo al mismo tiempo, se alejan cada vez más de mi cerebro. Estoy perdiendo el juicio. No importa cuantas veces respire, nunca es suficiente. No importa cuantas veces camine, esa habitación no es lo bastante grande para que toda la tensión acumulada se libere con un par de pasos. Me llevo las manos a la cabeza apretando fuertemente mis oídos hasta que me provoco un dolor de cabeza y acabo agachándome en el suelo en pleno ataque de pánico. En algún momento las lágrimas salen de mis ojos a borbotones mientras el habla se bloquea y no sirvo ni siquiera para responder la pregunta que hace Allen cuando ve que incluso mis pulmones no funcionan como deben.
He visto morir a mucha gente, he visto las caras de las personas cuando pierden a alguien pero nunca me he visto a mi mismo porque siempre que me pasa, no soy yo. Me desconecto de la misma manera que un ordenador recalentado. No tengo ni la menor idea de cuanto tiempo paso murmurando un "no te mueras" hecho un ovillo contra la pared y aún agarrado a mis propios cabellos con más fuerza de la que debería, pero Allen aparece delante de mi. Al principio ni siquiera lo noto y mucho menos escucho sus palabras, pero de alguna manera consigue calmarme, consigue recuperar mi sentido común y audición y por fin puedo escucharle decirme algo que lleva intentando que oiga al menos diez minutos: que Ben está bien pero va a tener que descansar bastante. Estoy demasiado aturdido para entender las palabras a la primera pero mi cuerpo no. Respiro de nuevo, relajo mis manos y las bajo del todo, luego me animo a echar un vistazo a la cama. Ben aún respira. Forzosamente pero respira.
Gateo irregularmente hasta la cama sin quitar la vista de su rostro por miedo a que si lo hago deje de respirar. Es absurdo lo sé, pero me pasa. Escucho indicaciones de Allen que suenan lejanas pero sé que me repetirá cuando me calme lo suficiente como para recordarlas y después me dice que debería dormir un rato. Aún así se marcha antes de quedarse a comprobar si decido hacerle caso. Durante al menos un par de horas me quedo simplemente ahí, observando como duerme y asegurándome de que no se muere, pero conforme pasan las horas y me doy cuenta de que no se va a romper ni a hacer polvito, deslizo una de mis manos por el colchón hasta aferrarla con una de las suyas. Intercalo sus dedos con los míos y los dejó frente a su nariz, donde puedo sentir su respiración hirviendo contra mi dorso. Me hace cosquillas, incluso cuando empiezo a caer semi inconsciente chocando mi frente contra el colchón en varias ocasiones. Eso me tranquiliza. Mientras respire, todo es posible.
Acabo cayendo dormido casi entrada la madrugada sin moverme de mi sitio ni un sólo centímetro y cuando las cosquillas que me provocaba su respiración contra el dorso de la mano, se convierten en ligeras caricias en mi frente.
Por un leve instante me olvido de su situación mientras lo ayudo a equilibrarse cuando acaba de vestirse. A través de la ropa soy incapaz de darme cuenta de la vertiginosa velocidad con la que la fiebre le está subiendo. Trastabilla un par de veces, me río cuando se ríe y luego intento preguntarle de qué se ríe pero mis palabras están camufladas en una risa y su cerebro ni siquiera puede decodificarlas. Pero ese momento de risas acaba ahí, al menos para mi. Cuando mueve sus manos hacia mis hombros lo noto temblar, ¿son escalofríos? ¿Al final se resfrió? pero la cosa va a peor. Empieza a moverse de adelante hacia atrás, empieza a trastabillar, empieza a decir incoherencias que ni siquiera entiendo porque sus palabras se transforman en farfullos y de repente, siento la temperatura de su cuerpo en contraste con la mía y me alarma de golpe. Nunca lo había sentido así, ni siquiera creo que me haga falta un termómetro para saber que está ardiendo por dentro. - Siéntate. - Creo que mi voz suena lo suficiente autoritaria como para que me haga paso, pero solo lo hace en mi cabeza. Si él enferma no sabría que hacer, el hospital no es una opción y... no voy a meter a Alice en esto, ya tiene bastantes problemas fingiendo ser alguien que no puede ser.
Doy un paso hacia adelante para forzarlo a meterse en la cama colando una de mis piernas entre las suyas que se mantienen en su sitio. Hasta su respiración es fuego. Estoy demasiado ocupado intentando moverlo de su lugar que el hecho de que me bese me haga reaccionar por inercia, atrapo sus labios con los míos y puedo saborear mi propio champú mezclado con el sabor metálico de la sangre que aún brota de forma casi imperceptible de los cortes de su boca. Mientras sus piernas empiezan a flaquear y antes de que note que lo hace, hay una escena que veo en cámara lenta, ese instante previo a que sus labios se despeguen de los míos a los que se aferra con los dientes muy levemente; y luego su cuerpo precipitándose hacia el suelo donde mi cerebro recupera la velocidad normal. Solo tengo tiempo de agarrar su pijama con mis manos mientras se desvanece. Su nombre sale de mis labios un millón de veces de una forma ahogada, confusa y aturdida mientras me aterra la idea de que ese beso que me ha dado sea una especie de condena y despedida, como lo hizo judas a jesús en la última cena.
Ejerce demasiado peso hacia abajo y soy incapaces de sostenerle, la tela se me resbala entre las manos pese a la fuerza inhumana que estoy usando para intentar mantenerlo en pie. Al final tengo que limitarme a menguar la velocidad con la que cae, apoyando primero mis rodillas mientras sus piernas se cuelan entre las mías y su cabeza toca el suelo con cuidado. No sé cuantas veces le he llamado desesperado aunque mi voz no salga del todo de mi garganta. Acabo de entrar en modo pánico. Sus heridas era graves, son graves, él necesita un hospital pero no puedo llevarle a uno, mi madre le arrebató eso. Se me pasan miles de cosas aterradoras por la cabeza y entre ellas que realmente se muera entre mis brazos. No puedo soportarlo. No puedo quedarme aquí pensando en qué tengo que hacer y con la mente en blanco. En medio de ese pozo de angustia ya no chillo su nombre. - ¡¡ALLEN!! ¡¡ALLEEEEEEEN!! - En el cajón de la mesa de noche hay un espejo comunicador que detesto usar porque mi madre siempre aprovecha para meterse en mis asuntos conectándolo al suyo cuando menos me lo espero; sin embargo sé que Allen tiene otro y es la primera persona en la que pienso mientras Ben yace en el suelo herido, inconsciente y ardiendo. Solo grito incoherencias pero Allen es listo, lo suficiente como para saber que no puede hacerme preguntas ahora mismo porque mi cerebro no responde. Sabe que algo pasa y aunque no sepa el qué, se limita a aparecer en mi casa y luego a guiarse por mis gritos. Me encuentra aferrado al cuerpo de Ben, que he levantado del suelo y puesto sobre mis piernas, meciéndolo de adelante hacia atrás mientras le ruego que no se muera porque eso es todo lo que yo puedo hacer.
Tiene que poner sus manos sobre las mías y rogarme que le suelte para poder hacer algo, porque incluso cuando yo soy quien le ha llamado y sé que es la única persona en el mundo a la que puedo confiarle a mi amigo; no estoy dispuesto a soltarlo. Al final son sus manos las que arrancan las mías del cuerpo inconsciente de Ben, justo antes de que lo levante del suelo para ponerlo sobre la cama y ponerse a trabajar en él. Hay un momento de silencio en el que creo que me olvido de respirar al menos dos minutos, hasta que el horror, la consternación, y el repentino frío ahora que Ben no está cerca, se apoderan de mis actos. Siempre que entro en pánico reacciono con violencia, así que lo primero que hago es levantarme del suelo para chillarle que lo salve o al menos eso creo, mi voz se entrecorta a la vez que mi respiración y que la impotencia desencadena la desesperación mezclada con un odio hacia mi mismo.
El estúpido de Allen Whiteley siempre mantiene la calma y en ese mismo instante, por eso tan simple, le detesto con toda mi alma; así que cuando sigue con su trabajo curando las heridas de Ben con su varita me desquito con lo primero que tengo delante cuando me pide que me calme. Las cosas de mi escritorio se van todas al suelo de una sola barrida, algunas de ellas se rompen pero me dan exactamente lo mismo, sólo puedo escuchar como las palabras del propio Allen, haciendo de médico y apoyo al mismo tiempo, se alejan cada vez más de mi cerebro. Estoy perdiendo el juicio. No importa cuantas veces respire, nunca es suficiente. No importa cuantas veces camine, esa habitación no es lo bastante grande para que toda la tensión acumulada se libere con un par de pasos. Me llevo las manos a la cabeza apretando fuertemente mis oídos hasta que me provoco un dolor de cabeza y acabo agachándome en el suelo en pleno ataque de pánico. En algún momento las lágrimas salen de mis ojos a borbotones mientras el habla se bloquea y no sirvo ni siquiera para responder la pregunta que hace Allen cuando ve que incluso mis pulmones no funcionan como deben.
He visto morir a mucha gente, he visto las caras de las personas cuando pierden a alguien pero nunca me he visto a mi mismo porque siempre que me pasa, no soy yo. Me desconecto de la misma manera que un ordenador recalentado. No tengo ni la menor idea de cuanto tiempo paso murmurando un "no te mueras" hecho un ovillo contra la pared y aún agarrado a mis propios cabellos con más fuerza de la que debería, pero Allen aparece delante de mi. Al principio ni siquiera lo noto y mucho menos escucho sus palabras, pero de alguna manera consigue calmarme, consigue recuperar mi sentido común y audición y por fin puedo escucharle decirme algo que lleva intentando que oiga al menos diez minutos: que Ben está bien pero va a tener que descansar bastante. Estoy demasiado aturdido para entender las palabras a la primera pero mi cuerpo no. Respiro de nuevo, relajo mis manos y las bajo del todo, luego me animo a echar un vistazo a la cama. Ben aún respira. Forzosamente pero respira.
Gateo irregularmente hasta la cama sin quitar la vista de su rostro por miedo a que si lo hago deje de respirar. Es absurdo lo sé, pero me pasa. Escucho indicaciones de Allen que suenan lejanas pero sé que me repetirá cuando me calme lo suficiente como para recordarlas y después me dice que debería dormir un rato. Aún así se marcha antes de quedarse a comprobar si decido hacerle caso. Durante al menos un par de horas me quedo simplemente ahí, observando como duerme y asegurándome de que no se muere, pero conforme pasan las horas y me doy cuenta de que no se va a romper ni a hacer polvito, deslizo una de mis manos por el colchón hasta aferrarla con una de las suyas. Intercalo sus dedos con los míos y los dejó frente a su nariz, donde puedo sentir su respiración hirviendo contra mi dorso. Me hace cosquillas, incluso cuando empiezo a caer semi inconsciente chocando mi frente contra el colchón en varias ocasiones. Eso me tranquiliza. Mientras respire, todo es posible.
Acabo cayendo dormido casi entrada la madrugada sin moverme de mi sitio ni un sólo centímetro y cuando las cosquillas que me provocaba su respiración contra el dorso de la mano, se convierten en ligeras caricias en mi frente.
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