The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Un rayo de luz entra a mi habitación en el espacio que ha quedado entre las dos cortinas. Un rayo de luz que me da en plena cara como si alguien me estuviera interrogando con una linterna prendida frente a mi rostro. Intento apartar la luz con la mano, con los ojos todavía cerrados porque me molesta a horrores ese maldito resplandor, gruño por lo bajo y me doy la vuelta en la cama, para que al menos me de en la espalda y no me moleste tanto, pero ya no sirve de nada porque no puedo pegar ojo ya que mi cabeza se ha activado y piensa en mil cosas a la vez, en mil cosas que no puedo ni enumerar en voz alta porque son tan confusas y se entremezclan tanto entre ellas que no las puedo distinguir del todo. Me incorporo en la cama y golpeo con las palmas de las manos ésta. -¿¡No se puede dormir en ésta casa o qué pasa!?- grito enfadada con todo lo que me rodea, con la cama, las cortinas, el sol, la persiana, la cama, ¡con todo! Giro la cabeza hacia la mesilla y veo la foto de mi madre y mi padre, arrugo un poco la nariz y la giro para que mire hacia la pared, algunas cosas que me confunden son... de mi padre, cosas que no entiendo y no me gustan en absoluto. Me levanto, a regaña dientes, y voy en busca de la botella de agua que dejé por la tarde encima del escritorio. O al menos se supone que la dejé... llena. Suspiro cansada y la agarro para bajar a la cocina a llenarla; Marco se habrá ido al trabajo y mi madre no creo que venga a las... ¡nueve de la mañana! ¡Son las nueve de la mañana! Me dan ganas de tirarme escaleras abajo cuando llego hasta ellas pero aprieto los pies desnudos contra el suelo intentando respirar con tranquilidad; se que no tengo que hacer de un grano de arena una montaña pero ¡es difícil cuando sientes que todo va contra ti! Hasta parece que hoy hay más escaleras de lo normal.

Últimamente he estado más calmada que de costumbre, he salidos dos veces a ver a mi madre e, incluso, fui a comprar algo al supermercado, aunque después volví corriendo y con la mitad de las cosas que yo misma había apuntado en la lista. De casa me traje mi pijama favorito, osea, el que llevo puesto; pantalones cortos, tan cortos que a mi madre le parecen indecentes y yo no salgo en pijama con mi hermano cerca, y una camiseta de tirantes que se rula hacia arriba cada vez que levanto los brazos, creo que es porque estoy un poco más alta y no puede dar mas de sí la pobre camiseta. Entro en la cocina y pongo la botella a llenar, mientras tanto agarro una silla y la acerco hasta un armario, subiéndome después encima, para poder coger las galletas del estante de arriba y bajar de un saltito con el paquete entre mis manos. -A ver cuando pierde la manía de poner las cosas en la última leja.- Las abro y cojo una galleta que agarro con mis dientes porque me tengo que corriendo hasta el fregadero donde se ha saltado la botella y todo se está mojando. Me precipito a secarlo todo con un trapo, aún con la galleta cogida con los dientes, y cuando lo consigo agarro la botella con una mano, y el paquete de galletas con la otra, para subir rápida hasta mi habitación antes de que destroce algo a mi paso.

Al girarme casi me da un infarto. La botella resbala de entre mis dedos y acaba cayendo al suelo, lo que hace que parezca una fuente y salte agua hacia todos lados, mojándome por completo, y la galleta se escapa de mi boca teniendo un mal final porque cae al suelo y se empapa. Me quedo con la boca abierta, mojada entera y el paquete de galletas que se ha salvado de caerse. Balbuceo algo ininteligible y muevo la cabeza hacia ambos lados. -¡No te quedes ahí parado en silencio!- exclamo extendiendo los brazos para que sepa que me refiero a él y a donde se encuentra parado ahora mismo, un par de galletas se escurren del paquete, cuando lo señalo, y van a acabar al suelo, cosa que hace que haga un puchero un tanto cómico. Dejo las galletas que quedan encima de la encimera y me quedo mirándolo en silencio unos segundos antes de girarme resignada para recoger las cosas. Me arrodillo en el suelo, para recoger la botella y los trozos de galletas cuando, ¡no! me percato del pijama, del pijama en el que había pensado hace dos minutos y con el que había dicho que nunca saldría de mi habitación si había alguien pero no me acordaba de que Jean si que estaba. Cojo todo lo que pillo del suelo y lo tiro a la basura, ¡todo! ¡Me da igual lo que sea, solo quiero irme! Intento esbozar una sonrisa rápida y corro hasta el marco de la cocina, escondiéndome en el otro lado para que no me vea, y solo asomando la cabeza. -Veo que estás vestido-. Me quedo helada por lo que acabo de decir y casi suelto una carcajada histérica, pero la reprimo apretando los labios e intentando corregir lo que acabo de decir. -Osea, vale, no, no quería decir eso. Quería decir que me alegro que estés vestido- si pudiera verme desde fuera me pegaría una palmada en la cara para dejar de ser tan absurda. -¡Ya basta! Voy a cambiarme de ropa y en cinco minutos salimos.- acabo por decir. Una frase tan fácil que me ha costado dos errores decir.

Subo lo escalones de dos en dos y casi me como la puerta de mi habitación que... no recuerdo haber cerrado. Da igual. Entro como un huracán, cogiendo cosas del armario hasta que me decanto por unos pantalones vaqueros cortos, una camisa de tirantes blanca y unas sandalias blancas. Me quedan dos minutos. Me lo pongo todo corriendo e intento arreglar un poco el desastre de pelo que llevo por las mañanas y, aunque quede de mala persona, deseo que todas las mujeres tengan ese problema porque si solo me pasa a mi me voy a enfadar y mucho. Vuelvo a bajar las escaleras cogiendo antes, en ésta ocasión, un bolso para no armar el barullo de la vez anterior con el tema del dinero y freno en seco cuando entro en el comedor y hay más silencio del que me... bueno, me gusta el silencio, no me molesta. Me dejo caer en el sofá con los ojos cerrados para darle el tiempo que necesite, tampoco voy a meterle prisa, antes la tenía por como iba vestida, ahora me da igual ya.
Arianne L. Brawn
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Invitado
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Los primeros días fueron violentos. Es decir, Marco no paraba de mirarme con una cara extraña, y empezaba a plantearme que de la noche a la mañana fuera a pedirme que me metiera en su cuarto porque tenía un trabajo especial para mi; y su madre, bueno... su madre era otra historia. Estaba todo el día revisando lo que hacía pero no porque lo hiciera mal (que sí), sino para enseñarme. ¿Sabes hacer puré? Asentía, aún así me decía como lo hacía ella y acababa haciéndolo en mi lugar, mientras me decía las cosas paso por paso. Recuerdo a mi abuela haciendo lo mismo, y recuero porqué. Eso me causa una ligera gracia. Sufre lo mismo que sufrió ella, y que sufrió mi madre; que sufren todas las madres del mundo. - El síndrome del nido vacío. - Las palabras se escapan de mi boca, y la dejan un poco confusa. - Sí, ya sabe. Es cuando los hijos se van de casa o se vuelven auto suficientes y la madre cree que ya no hace falta. Primero quítese eso de la cabeza. Siempre les hará falta. Y segundo... ¿Alguna vez quiso aprender a hacer snowboard? - Lo segundo más importante para evitar la depresión cuando una madre ya no se siente útil para sus hijos, es rellenar el espacio que ahora tiene libre con cualquier actividad que siempre quiso hacer pero para la que nunca tuvo tiempo. - A mi madre también el pasó, y empezó a leer ciencia ficción para matar el tiempo. Luego nadie la aguantaba con las conspiraciones. - Irónicamente, al final tenía razón.

Cuando me pregunta por mi madre arrugo la nariz, al principio parece tener pena de que no esté aquí conmigo; pero después la devasto por completo con unas palabras que no se esperaba, y mucho menos dichas en el tono neutral en el que salieron de mi boca. - Morir es parte de la vida. Aceptando eso desde el principio es más fácil - Desde entonces, todas la mañanas me abraza, lo cual me pillaba por sorpresa al inicio, antes de entender que provocaba ese comportamiento. Le doy lástima. Mis abuelos también pasaron con eso, incluso mis padres, el día en el que mi mejor amigo murió en la arena el mismo año que se presentó como voluntario para ocupar mi lugar. Creen que no entiendo la magnitud del asunto; que en realidad estoy triste pero no sé como estarlo así que finjo que no siento algo que no siento. Y quizá tengan razón.

Así que me dejo abrazar. Es lo último que hace antes de marcharse. Desayuna, me habla sobre lo que tiene que hacer, sobre las cosas que le faltan, me dice que cuide a su hija, coge las llaves, me abraza y se marcha.

Esa mañana todos habían salido temprano. Marco fue el primero en salir, como siempre; y como siempre, me aseguro de estar levantado antes que él, para que salga de casa, al menos, con un café en el estómago. La segunda es la señora Brawn, que siempre se levanta con excesiva energía y cuando ella se marcha, sólo me queda una persona en esa casa. Adelanto bastantes tareas en el tiempo que tarda despertando, pero esa noche apenas pegué ojo. Marco llegó muy tarde, y siempre me aseguro de que cene antes de acostarse; así que eran las cuatro de la mañana y yo todavía estaba dando tumbos en la cocina, intentando acordarme que el orden para hacer un emparedado es pan queso jamón pan, y no queso pan pan jamón. En cuanto la señora Brawn sale por la puerta, estoy bostezando. Tengo pensado irme a ordenar algo, que tenia pendiente de ordenar, pero el sofá me puso la zancadilla y me caí sobre él. Siendo sinceros, me desmayé sobre el sofá porque en cuanto mi cabeza tocó los cojines, frito me quedé.

Son los chillidos provenientes de la habitación de Arianne lo que me despiertan. Me quedo babeando un rato en el sofá hasta que escucho sus pasos, incluso la siento pasar bastante cerca, aunque por lo visto ni siquiera me ve. Me siento atontado unos segundos, limpiándome los ojos, acomodándome la ropa y andando arrastrando los pies hasta la puerta de la cocina para preguntarle si quiere algo especial para desayunar. Tal es el susto que le meto que casi le da un infarto, y a mi otro. - ¡Iba a hablar, pero no me has dado tiempo! - En cuanto se agacha para recoger cosas, hago lo mismo, hasta que mis ojos se van involuntariamente hacia ese enorme, ENORME escote que se le forma cuando su pecho está ligeramente arqueado. Me freno en seco mirando hacia otra parte, un poco incómodo. La desnudez en sí nunca me molestó, en fin, después de trabajar con un chiflado que piensa que la ropa es un complot del gobierno para controlar la mente y el cuerpo de los que lo llevan, hay pocas cosas que me escandalizan; me intimida un poco su desnudez. Concretamente. Ella salta hacia atrás de inmediato, y asumo que nota lo mismo que yo. Asiento ligeramente y sus tartamudeos y desvaríos me parecen adorables... espera, divertidos; no adorables; ella no es adorable, no puede ser adorable para mi. Cierro uno de mis ojos y me llevo la mano a la frente, dando un ligero golpe, que apenas pasa desapercibido.

Sus palabras me dejan un poco confuso. Me miro y luego la miro a ella. - Pues si... si quieres me desvisto. - No sé de donde saco humor para bromear. Al final, no puedo evitar soltar una carcajada cuando se corrige la tercera vez. Apenas sale de mi boca un "vale" mientras se precipita escaleras arriba; y hasta que no está arriba del todo no me doy cuenta de que la observo hasta que desaparece de mi vista. Sacudo la cabeza y me auto-riño mentalmente, haciendo gestos con las manos y dejando los gritos sólo en mi cabeza. Céntrate. Céntrate. Céntrate. Aprovecho lo que tarda para limpiar en condiciones el desastre del suelo, secando el agua correctamente antes de que alguien se caiga: más concretamente yo, porque soy de resbalar con cualquier cosa. Después, voy al baño para lavarme la cara, y terminar de despertar, porque siento que todavía estoy un poco aturdido tras la pequeña siesta de dos horas que me he pegado nada más empezar el día.

Bostezo por el camino observando su cabeza asomar por el sofá. - Yo ya estoy. Aunque si vamos a comprar, deberías hacer una lista... ya sabes, para no volver con la mitad de lo que en realidad hace falta - La pico.
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
No sé que ha pasado pero, de repente, mamá ahora siempre quiere estar en casa con nosotros, hacer cosas conmigo; ir de compras, ver fotografías de cuando éramos pequeños, contarme anécdotas graciosas... ahora siempre está en casa. No me molesta en absoluto pero vivo con Marco, es decir, me dieron a elegir entre vivir con ella, en nuestra casa de siempre, o tener la opción de estar con Marco, el cual se mudó del Capitolio por una razón más que obvia, aunque él diga que es solo porque así está más tranquilo. Supongo que le ha tomado cariño a Jean, pero tampoco estoy del todo segura porque cuando yo me despierto, o al menos me decido a salir de mi habitación, ella ya se ha ido diciendo que tiene que hacer cosas aunque creo que se va a casa. Algo me dice que Jean le ha comentado algo que hace que quiera estar todos los días aquí, o eso, o está enamorada de él y... en fin, creo que me molesta bastante la segunda opción. Frunzo el ceño porque no me había dado cuenta de que me molestaba hasta que me he parado a pensarlo, ¿por qué me molesta? Paso las manos por mi rostro, frustrada, y suspiro. No me molesta, es decir, no debería molestarme, es solo un chico mono más suelto en NeoPanem y encima humano... no es que me moleste que sea humano pero las normas son las normas, no quiero que me vuelvan a encerrar otra vez. ¡Que no! Que no tengo ni que pensar en que me podrían encerrar porque solo es Jean; el Jean que hace unos meses detestaba y quería que desapareciera de la faz de la tierra y que ahora vive en el piso de abajo. ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Aprieto las manos contra el marco de la puerta, completamente avergonzada por sus palabras, y niego rápidamente con la cabeza. -¡No hace falta que te desvistas!- La voz se me traba y me sale un gallo al final de la frase. Me muerdo el labio inferior antes de salir corriendo a mi habitación.

Mi ropa de la Isla se quemó, con todo lo que tenía allí, así que tengo la ropa que tenía en casa antes de todo lo que pasó. Dicen que me ayudará a recordar los buenos tiempos y que me darán fuerza para volver a querer crear recuerdos así pero no es verdad, solo me recuerdan lo que fui y lo que jamás volveré a ser. Mi madre aún tiene la esperanza de que su Arianne vuelva a casa, he vuelto a casa, no como ella recordaba pero... al menos no tan mal como estuve. Me alegra que no me hayan tenido que ver así, que no lo tuvieran que soportar también. No es que tenga un gran vacío dentro de mi armario pero después de lo que acaba de pasar en la cocina creo que necesito otro pijama o que me cercioraré seis veces de que no hay nadie en casa antes de salir así, cosa poco probable porque Jean siempre va a estar... y si no está me enfadaría; no puedo ocultarlo es como... no sé, 'mío', no me gusta que le anden mandando cosas porque no quiero que sea un esclavo de verdad, no quiero que le manden a comprar o a hacer cualquier cosa fuera de casa sin que yo lo sepa. Presiono el puente de mi nariz con los dedos pulgar e índice recriminándome a mi misma que no debería ser tan 'posesiva', total, tampoco es que le haya prestado mucha atención desde que vino a casa...

Me siento en el sofá con los brazos cruzados, y apoyados sobre el respaldo, dejando reposar la barbilla sobre mis manos con gesto sereno. 'Como pasar de la histeria a la calma; escrito por Arianne Brawn.' Sería un ben título para un libro sobre mí, quien sabe, quizá un día me de un ramalazo y me ponga a escribir una autobiografía, aunque sospecho que no llegaría muy lejos porque soy demasiado lenta escribiendo, demasiado confusa para expresarme y... demasiado repetitiva en ocasiones. Parpadeo un par de veces porque, a veces, me quedo tan inmersa en mis pensamientos que todo lo demás pasa desapercibido para mi. Pongo morritos por su comentario y me giro, dándole la espalda. -¿Qué clase de comentario es ese con tu ama?- estiro los brazos hacia arriba mientras hablo y luego me levanto de un salto, del sofá, para acercarme hasta él y pasarle la mano por el pelo, intentándo arreglárselo un poco ya que parece que se hubiera peleado con alguien esta noche. De puntillas me concentro en arreglarle el pelo hasta que bajo la mirada hasta su ojos y arrugo el entrecejo un poco molesta. -¿No duermes bien?- murmuro pasando un dedo lentamente bajo uno de sus ojos pero, de súbito, doy un salto hacia atrás, como si me acabara de dar la corriente o acabara de asustarme por algo. Carraspeo con fuerza agarrándole de la mano y tirando de él hacia la puerta. -Tengo que comprarme algo de ropa y tú también así que iremos a la zona de tiendas.- La voz me tiembla un poco y suelto su mano antes de abrir la puerta porque se que no está bien que ande cogiéndolo de la mano. Nunca lo había hecho, ¿de dónde sale ahora ésta costumbre tan malsana?

La casa es bastante céntrica así que no deberíamos tardar mucho en llegar hasta la zona comercial, es por ello que he decidido hacerlo porque tengo más que claro que si tuviera que caminar una distancia muy larga en el distrito no lo haría; puedo ir a cualquier sitio, les suena tu cara pero no pasa nada, pero en el cuatro... dios, el cuatro es horrible, mis recuerdos no le hacen justicia en absoluto. Trago saliva caminando lo más rápido que puedo, intentando evitar todo contacto visual con la gente que está en la calle y que, por desgracia, nos miran al pasar. No miro a nadie, no molesto a nadie, ¡no le hablo a nadie! ¿Por qué demonios se tienen que andar parando a mirar? Todos, y cada uno de ellos, sacan lo peor de mi, sacan que tenga ganas de golpear a alguien hasta sentirme realizada. Me muerdo la mejilla por dentro y consigo respirar cuando entro al gran edificio mirando hacia Jean, al cual no le he prestado atención en el viaje por dos razones: primera porque estaba tan enfadada con la gente que me quedo en blanco, segunda porque no podemos hablar de forma amigable y prefiero no hablar con él si no puedo ser yo misma; aunque sin duda hay más de la primera que de la segunda.

Lo cojo de la muñeca y lo llevo conmigo dentro de una tienda, la primera que se me ha cruzado por delante y no he visto a gente dentro. -Mmmm...-. Muevo los bañadores de un lado para otro, porque es lo primero que se ve en el muestrario al entrar a la tienda puesto que estamos en verano, preguntándome si debería comprarme uno... tengo dos en casa, uno rojo que me regaló mi madre y otro azul... pero quizá uno con lunares... Agarro el que veo negro con lunares blancos y se lo muestro a Jean. -No sé si el negro me quedaría bien... si estuviera más blanca no mucho pero estando morena quizá si que quede- el principio lo digo hablándole a él pero, a lo largo de la frase, acabo mirando hacia otro lado porque estoy hablando más conmigo misma que con él y, claro, es lo que hay. -Oh, mira, ¡allí hay ropa de chico!- Lo agarro, de nuevo, por la muñeca y tiro de él para que venga conmigo hasta donde está la ropa. -Te dejo que elijas lo que quieras pero te lo tienes que probar, no voy a dejar que salgas de aquí con ropa que te quede mal o que no conjunte o yo que se.- Lo animo empujándole un poco hacia la ropa para que vea si algo le gusta. Miro hacia ambos lados, un par de dependientas nos observan, alzo ambas cejas y regreso la mirada hacia él, que está de espaldas. Le doy un repaso rápido, de forma involuntaria, y cuando me doy cuenta de lo que hago me giro para mirar cualquier cosa que no sea... la espalda o el culo de Jean.
Arianne L. Brawn
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Invitado
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Me hace gracia que se denomine ama a sí misma y me encojo de hombros. - No es un comentario al azar. Se llaman estrategias de retención de información. Y no quiero decir literalmente "tienes mala memoria"; pero tienes mala memoria - Hago las comillas con los dedos mientras pasa los suyos por mi pelo, un poco humillado porque ese mismo gesto lo hacía mi madre cuando era un crío, y también cuando deje de serlo; sin embargo, al igual que siempre, acabo callándomelo, porque esos gestos me gustan, porque me muestran su lado tierno y vulnerable; algo desconocido para mi hasta ahora y que me provoca cierta fascinación. - Un poco. Pero no es tu culpa. - Añado antes de que se lo atribuya inconscientemente. Entrecierro un ojo conforme baja, sintiendo un escalofrío en el momento en el que roza parte de mi mejilla con la punta del índice. Para entonces, ya ha saltado lejos y en mis labios hay una media sonrisa. Estoy tentado a soltar alguna clase de comentario perverso, sólo porque de alguna forma, empiezo a disfrutar de sus enfados infantiles, de cómo arruga la nariz, o se indigna por tonterías. Pero no lo hago. - Tenía un trabajo estresante. - Aún no me acostumbro a hablar de ciertas cosas en pasado, así que el tenía me suena tan ajeno que por un momento creo que estoy contando la historia de otro. - Aunque duermo fatal desde incluso antes. De mayor por trabajo, de enano por... bueno, por cualquier cosa. Cualquier excusa era buena para no dormir. - Me dejo arrastrar, trastabillando los primeros pasos porque me pilla de improviso casi chocando de lleno contra ella cuando se para en seco en la puerta. - Cómo leer un libro. Me leí el DSM-I con 8 años. Ese libro pesaba más que yo. Y sinceramente, cinco versiones y 15 años después, sigue pesado más que yo. - Para entonces creo que ya no me oye, porque dice lo de comprar ropa, soltando un suspiro porque esta era una de las partes mas odiosas de ser persona. - No quiero ropa. -

Pero no me escucha, creo que ni siquiera puede escuchar lo que está pensando ella misma. Entre más anda, más rápido va, y empieza a preocuparme que le pase algo. Voy a abrir la boca para que se detenga, incluso mi mano va hacia ella pero me detengo cuando me recuerdo donde estoy. Ahora las cosas han cambiado, ya no estamos en casa donde puedo meterme con ella si quiero porque las cosas quedan entre nosotros; ahora, si yo hago algo así, puedo provocarle un problema que podría matarla. Así que me callo y me limito a seguirla pese a que de vez en cuando no puedo evitar que los ojos se me vayan hacia otra parte que no sean sus pies, los cuales van a toda prisa por delante. Al final entramos en un edificio y nos detenemos un instante. - ¿Estás bi...? - Su mano acaba en mi muñeca y empieza a andar otra vez, supongo que no es momento de hablar así que vuelvo a callar. Hay algo en lo que pienso mientras mis ojos están sobre ella, fijos, mientras nos movemos. Recuerdo que siempre quiso salir de la isla, volver a su casa, hacer las cosas normales; pero aquí no parece cómoda. Ya tiene todo lo que quería, y ha descubierto que en realidad no lo quería.

También pienso en que la situación es otra, y no alcanzo a sacar nada en claro porque su pregunta me distrae - ¿Eh? - Si me hubiera preguntado si compraba el negro podría haber dicho si o no, sin que se notara excesivamente que a partir de que menciona colores de piel y los relaciona con colores de ropa, me ha dejado en blanco por completo por dos motivos; uno, que no sé de que habla, y dos, porque estúpidamente he pensado, sólo un instante, si ese bikini negro le quedaría o no le quedaría bien. Antes de que pueda recuperarme y decir algo coherente, está tirando de mi otra vez. Esa vez, ya me hace gracia. - Eres como una adicta a las compras que conocí una vez, todo para compensar sus pechos enanos. - En cuanto la palabra "pechos enanos" sale de mi boca, me doy cuenta de que no ha sonado muy bien. - Fueron exactamente sus palabras - Siendo sincero, ni siquiera recuerdo si los tenía pequeños.

Bufo cuando me pone a escoger ropa y paso y paso cosas sin fijarme en nada concreto realmente ajeno a las miradas de las dependientas y también de las de Arianne. Nunca me gustó ir de compras, y cuando trabajaba tenía la excusa perfecta para no tener que gastar tiempo realizando estas tareas; además mi madre y mi abuela siempre estaban encantadas de elegir cómo vestirme; especialmente cuando lo hacían juntas en sus regulares visitas al distrito 8. Y ya ni te digo cuando se juntaban con la madre de mi madre también. Recuerdo que me renovaron el armario entero al menos 8 veces, en 5 años. Al buen rato suspiro cansado, girándome para mirarla. - ¿Es realmente necesario? Esto se me da fatal. Si lo que intentas es regalarme algo, la nueva edición del tratado de psiquiatría acaba de salir a la venta. - Lo dejo caer de la forma más casual que puedo, evidente para todo el mundo, y mantengo mi inocente mirada de "aquí no ha pasado nada" hasta que veo en ella, la misma mirada que ponía mi abuela cuando le pedía alguna estupidez que no pensaba darme.

Me rindo y vuelvo a mirar ropa, esta vez pasando más despacio y prestando atención a lo que hay colgado, agarrando un pantalón la mar de soso y de un color marrón claro extraño y casi mohoso, y una camisa a cuadro chillona, que básicamente me gusta porque me hace gracia. - ¿Que tal esto? Dice... oh si, mira que guay soy con tantos colores en mi cuerpo. Creo que el arcoiris ha vomitado esta camisa - Me la pongo por encima, y después de mi chiste, que me hace gracia a mi mismo, decido que me encanta.
Anonymous
Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Lo cierto es que me da igual que durmiera mal antes de estar aquí, lo que me importa es el ahora mismo, y, ahora mismo, él es, en cierto modo, una responsabilidad mía  y no soportaría que se sintiera mal o incómodo en mi casa, si eso fuera así… no sé, me sentiría mal porque algo estaré haciendo mal. Bajo la mirada, un segundo, hasta mis pies pero la muevo hacia los lados para retirar esos pensamientos de mi cabeza. Si alguien pudiera leer mis pensamientos me habría metido en más de un problema, no solamente hoy, sino desde hace mucho tiempo. Intento concentrarme en otras cosas, porque si me pusiera a pensar donde estoy tengo claro que me iría ahora mismo. Con suerte no voy a tener que estar cerca de nadie, que no sea Jean y las dependientas, por desgracia; el hecho de elegir esta tienda no ha sido al azar, cuando hemos pasado por delante he visto que no había gente así que eso ha sido lo que me ha invitado a que entrar en la tienda, a que decidiera al segundo que esta sería mi salida hoy, aunque obviamente después quiero ver alguna otra tienda donde ver más ropa, una chica no puede comprarse las cosas solamente en una tienda, tiene que mirar varias, aunque hay que conseguir las cosas que te gustan sean en la primera o sean en la última tienda que miras.

Agarro un mechón de mi pelo y lo enredo en un dedo mientras con la otra mano observo la ropa expuesta en la zona de chicas. Miro un par de camisetas, de vestidos… me encantan los vestidos, creo que tengo como… diez o doce en casa. Es algo muy típico del distrito cuatro, ¿qué mejor forma de ir a ver la playa o pasear por el puerto que con un bonito vestido corto? ¡Y unas bonitas sandalias! Me pongo de puntillas, para localizar donde están los zapatos en ésta tienda porque, aunque me apostaría una mano a que he estado en más de una ocasión aquí, ahora mismo no tengo ni idea de donde hay nada, hace tanto tiempo que no vengo de compras que hasta me resulta algo extraño; extraño ver la ropa y que no me suene de alguna revista, de algún desfile, de… de algo. Mi mirada choca con la de una de las dependientas que alterna los ojos entre Jean y yo un par de veces pero, cuando se da tiempo de que la estoy viendo, se precipita a doblar alguna camiseta de una estantería o de hacer como que le acomoda alguna prenda a un maniquí. Por uno segundos pienso que estoy haciendo algo mal porque, si simplemente fuera porque están murmurando algo de mí, no miraría a Jean también… o puede que se extrañen de que una chica como yo vaya con un chico como Jean. No, espera. Se ha corrido el rumor de que en casa ha entrado un esclavo, cosa que a todo el mundo parece que les espanta, como si ellos no tuvieran uno en casa. Hipócritas. Lo sé porque… bueno, ¡no tengo muchas cosas que hacer en casa! Así que he tomado una costumbre bastante mala que se basa en tomar el sol en la terraza y cotillear, de vez en cuando, desde las alturas el jardín de la vecina que parece la cueva de un aquelarre de brujas. Aún no me han pillado haciéndolo pero, aunque no hicieran, creo que me da un poco, bastante, igual que lo hagan. Que me denuncien.

Giro la cabeza hacia él con la boca abierta de par en par y llevo las manos a mis pechos, de forma totalmente involuntaria, y frunzo el ceño. -Yo no tengo los pechos enanos.- retiro las manos de mi pechos y me giro cual diva indignada para tocar todo lo que hay expuesto, evitando volver a llevar las manos a mis pechos; pero es inevitable, lo vuelvo a hacer y golpeo con el pie el suelo enfadada con el estúpido gesto que estoy teniendo. ¡No tengo los pechos enanos! ¿Para qué dice eso?  Bufo. -Una vez una chica me dijo que los tenía grandes.- un flashazo de Eowyn viene a mi mente y en mi rostro hay un debate, de vida o muerte, entre si soltar una carcajada o una mueca de asco por el recuerdo. Supongo que aquello fue algo extraño, una cría que me acabó ganando y, no sé cómo, me convenció para que le diera un beso, aunque luego se volviera loca y, en fin, la próxima vez que vaya al distrito seis tendré que cuidarme de encontrarme con críos por si se lo dijo a sus amiguitos.

Lo miro de reojo viendo que no hace nada con la ropa, ni elije nada, ni… ruedo los ojos, girándome hacia él y colocando las manos en las caderas. -Eres peor que ir con el novio de compras.- suspiro acercándome hasta donde está él -todos sois iguales en éstas cosas, no es tan difícil complacernos, solo elige algo y pruébatelo.- No he tenido muchos novios pero mis amig… mis antiguas amigas sí que tuvieron más de uno y de dos, sus novios las seguían cuando iban de compras pero no decía ni una palabra, solo caminaban a su lado o detrás sin mirar absolutamente nada de la tienda. Mi primer novio también hacía eso y me ponía cardíaca que solamente hablara cuando yo le preguntaba si algo me podría quedar bien o qué pensaba de algo. Con Theseus habría sido diferente. Llevo las manos a mis sienes, masajeándolas con delicadeza, con los ojos cerrados pero abro uno de ellos para mirarlo sin tener ni idea de lo que me está hablando. ¿La nueva edición del tratado de qué? No me había ni enterado de la frase entera. -No te compro ropa porque te quiera hacer un regalo, Jean.- murmuro con cierta nota de tristeza en mi voz por los pensamientos que acaban de pasar por mi cabeza, por todos aquellos ‘con esta persona podría haber sido todo más así o asao.’ No me doy ni cuenta del tono de mi voz ni de que he dicho su nombre hasta pasado unos segundos así que me alejo de él un poco.

Los segundos me pasan demasiado lentos ahora mismo. Creo que esto solo me pasaba con él en la época en la que lo detestaba, quizá era porque estaba deseando que pasara el tiempo y se fuera a su casa, que me dejara en paz de un buena vez, pero ahora, verlo por casa en ocasiones se me hace demasiado poco o me parece que aparece y desaparece de mi vista más rápido de lo que me gustaría. Salgo de mi ensueño de golpe cuando lo veo con una camisa puesta, que tiene más colores de los que a mí me gustan en una misma prenda. Abro la boca para comentar algo pero al final la cierro y me inclino para ver de más cerca la prenda. -Bueno, si a ti te gusta está bien, son colores bastante alegres- digo mientras recorro con un dedo el contorno de mi labio inferior, alzo la mirada intentando esbozar una pequeña sonrisa en mi boca. -Veamos cómo queda el conjunto de lo que has elegido. Yo me probaré estas dos cosas.- le enseño el bikini que he cogido desde un inicio y una camiseta con escote corazón que he visto en una de mis barridas de la tienda y me ha encantado.

Mi mano vuela hasta la suya pero se para en seco en el aire. No, no, no. No cogerlo de la mano. ¡No! Camino, esperando que él vaya detrás de mí, hacia los probadores. Entro dentro de uno y espero a que él elija el que le da la gana pero, como me estreso más de lo que debería porque esto es solo un entretenimiento no una obligación ni nada de eso, cierro la cortina y me precipito a desabrocharme los botones que tiene en la zona del cuello la camisa, cuando consigo atinar, con mis torpes dedos, me saco la camisa y me coloco la nueva que he cogido.
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- Ya sé que no tienes los pechos pequeños. - Digo de una vez en cuanto las palabras salen de su boca, porque veo que le afectó más de lo que pretendía. Entonces me escucho a mi mismo y me rectifico. - Es decir, no te los he visto... ni quiero... o sea... ya sabes... esas cosas se notan - Me pongo las manos en mi pecho como si estuviera sosteniendo dos bolas invisibles. Por un momento creo que me va  pegar; yo me pegaría. Me llevo las manos a la cara y suspiro cansado, maldigo un par de veces y espero. Tengo que buscar las palabras adecuadas antes de seguir metiendo la pata. - Me refiero, a que esa chica lo hacía por eso. O al menos eso decía ella. No dije nada sobre sus pechos. Lo juro - Luego descubrí que esa era su tapadera, "finjo que me importa tener pequeños los pechos" porque así también parecen más pequeños sus problemas. Al final eran historias con su padre, su madre, el divorcio violento y todas esas cosas, sin embargo no lo digo porque eso viola un secreto profesional al que estaba sometido por entonces. Y al que sigo sometido por voluntad propia. Quizá no debería. Sé muchas cosas sobre personas que ahora han tomado el poder.

Claro está que si algo de eso saliera a la luz, seguramente me matarían; incluso por tonterías. Mi vida ahora mismo vale lo mismo que la mierda del perro del suelo.

Sacudo la cabeza oyendo con decepción que no intenta hacerme un regalo, lo cual significa que no puedo cambiar mi ropa por libros, apenas notando que usa mi nombre. - Pues deberías. - Mascullo, ocultando una sonrisa cuando por fin mi cabeza procesa que ha usado mi nombre. Ahora que lo pienso, es la primera vez; ni siquiera usaba mi apellido. Últimamente me siento demasiado cómodo con todo esto, con sus deslices, con sus sonrisas fugaces, con sus confianzas; y debería empezar a poner límites. Claro está que los límites nunca fueron lo mío y nunca tuve una relación con nadie más allá que la de médico paciente; ni siquiera con mis padres. Esto es nuevo para mi, y voy dando palos de ciego como un niño pequeño que intenta aprender a caminar.

Avanzo hacia los vestidores conforme con que me deje probar mi super camisa hortera y veo la puerta del suyo cerrarse. Me pregunto mentalmente si le hará falta ayuda y luego me pregunto a mi mismo porqué diablos me he hecho esa pregunta. - No es que quiera ver sus pechos. Aunque nadie podría culparme... la discusión la empezó ella y es mera curiosidad científica - Murmuro las palabras mientras voy hacia otro de los separadores, parándome en seco cuando aquella mujer me llama, o al menos creo que me llama porque hace un ruido muy extraño parecido al de "pst" que usa una persona para captar la atención de su perro. - Ropa - Su pregunta de "¿qué llevas ahí?" me hace plantearme que le falten algunas cuantas neuronas. Luego me dice que no puedo usar los probadores para clientes y que allí no venden ropa para "Los de mi clase". Antes de que pueda devolver las cosas a su lugar y conservar un poco de mi dignidad, me las arrebata y me señala un sitio donde "puedo esperar a mi ama". Asiento ligeramente mientras se marcha, echando miradas furtivas hacia atrás por si me da por coger algo más.

Me voy a ese lugar donde esperamos los de la plebe y meto las manos a los bolsillos. Desde allí al menos puedo ver la televisión, lo cual mitiga un poco el mal rato. Tienen el canal donde se pasan el día poniendo documentales, no sé para que; si la gente viene a comprar al menos deberían poner el canal de música, es pura táctica comercial. Cuando Arianne sale de su vestidor, me separo de la pared para ojear lo que lleva puesto. Le queda bien. Yo lo sé. Ella lo sabe. Lo sabe todo el mundo. Pero mi boca me engaña, y en vez de salir un "estas preciosa", sale un comentario receloso, sólo porque esa ropa, quizá no cubra la cantidad de piel que yo considero "suficiente" para que vea un desconocido. - No deberías salir así a la calle -
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Hago un leve movimiento con la mano, aún de espaldas a él porque me siento totalmente avergonzada. ¿No sabe que muchas chicas se han operado los pechos después de que un insensible les dijera que los tenía pequeños? ¡Es de lógica absoluta! Algunas pillan depresiones y todo… Yo no voy a pillar una depresión de aúpa o me voy a poner pechos… pero aun así no me ha gustado, ¡porque no son pequeños y punto! Cuando mi cabeza se ‘aclara’ un poco me cercioro de lo que acaba de decir, y que antes me ha pasado de inadvertido por mi enfado sobre mis pechos. ¿Le miraba los pechos a esa chica? Por un segundo siento que me rostro arde de rabia o de… ¿envidia? No, de envidia no, no, no, no. -Tranquilo no los vas a tener que ver-balbuceo rápidamente porque sé que si no digo nada va a ser mucho peor, bastante tengo con estar completamente roja. Es raro que no me importara que viera a locos que les gustaba ir desnudos pero si me moleste el hecho de que se fijara en los pechos de una chica por encima de la ropa… en mi mente me viene la imagen de la situación que menos me gusta. ¡Una chica con grandes pechos que tiene la manía de ir desnuda! Presiono las palmas de las manos contra mi rostro, totalmente contrariada por mis pensamientos, e intento alejarlos de mi cabeza. Una parte de mí quiere saber si eso le ha pasado pero otra parte sabe que si la respuesta fuera afirmativa me enfadaría; me enfadaría porque… ¡no sé! ¡Simplemente me enfadaría!

Los primeros días me costó acostumbrarme, es más, antes de salir de la habitación intentaba ir con ropa mona, no ir despeinada, intentar sonreír y, sobretodo, abrirle la puerta a mi madre, aunque ya se ocupaba él de hacerlo. Supongo que no me acostumbraba a que estuviera en mi casa, en casa de Marco pero a fin de cuentas yo también vivo aquí, y a que mi madre siempre quisiera estar aquí para enseñarle a hacer algunas cosas que no entendía del todo o que a ella le gustaba que supiera hacer mi comida favorita para que el día que me viera con mala cara o con el ánimo bajo me alegrara con ese plato. En fin, que parece que se han aliado. Simplemente me sentaba en el comedor a leer alguna cosa, aunque el ochenta por ciento del tiempo me lo tiraba en mi ‘guarida’ de la terraza tomando el sol o haciendo algún rompecabezas; creo que me he viciado  esas tonterías de juegos, aunque hay veces que me ponen histérica, tiro las piezas al jardín y, después, me toca bajar todas las escaleras y buscar lo que he tirado. Esto se ha convertido casi en un ritual para mí, no tengo ni idea de qué haré cuando llegue el invierno y no pueda estar en la terraza de casa, creo que me tiraré las horas muertas sentada en el suelo de mi habitación, frente a la ventana, observando a la gente pasar, si es que algún alma se decide a salir a la calle.

En la vida me había parado a pensar en lo incómodas que son las camisas con los botones en la parte del cuello. ¡Son una aberración! Lo peor es que creo que tengo tres o cuatro camisas así, sin contar con los dos vestidos que llevan unos botones justo en la parte central de la espalda y siempre le tengo que ir pidiendo ayuda a Marco cuando quiero abrocharlos o desabrocharlos. Dejo mi camisa sobre un pequeño saliente que hay en la pared y me pongo la adquisición que he tomado en mi camino hasta el probador. La intento acomodar porque, no quiero engañar a nadie, pero no soy muy fan de las camisetas que no llevan tirantes, ni nada por el estilo, porque me tiro todo el rato tirando de ellas hacia arriba por el miedo de que se me pueda ver algo. Pero me queda bien, creo que el color rosa palo me favorece, y eso que no soy de colores pastelosos, y aún menos de rosas. Pienso si debería probarme el bikini o no pero, finalmente, decido que no porque es mi talla así que no creo que tenga muchos problemas, por otro lado… -No tengo muy claro si…- voy diciendo mientras abro la cortina del probador, esperando a Jean esté al otro lado, cosa que no pasa. Me inclino hacia un lado y veo que está en otro sitio, vamos, que no está donde yo le he dicho que tenía estar, es decir, probándose la camiseta esa colorida que eligió antes. Me encamino hacia donde está, para preguntarle qué leches hace ahí, cuando suelta un ‘no deberías salir así a la calle’ . ¿Cómo que no debería salir así a la calle? Frunzo el ceño, girando la cabeza y viendo a las dependientas, que nos miran, pero enseguida se ponen a hacer algo al captar mi mirada, me vuelvo hacia él con una ceja alzada.  -¿En serio? Pues yo creo que me queda bien…- murmuro bajando la mirada hacia la camiseta, aunque da la sensación de que me estoy mirando el escote de la camiseta y me avergüenzo rápidamente. Soplo mi flequillo hacia arriba y esbozo una pequeña sonrisa. -Voy a cambiarme y pagar esto, no te vayas.- al segundo de decirle que ‘no se vaya’ me arrepiento, ¿dónde se iba a ir? Bueno, quizá con la confianza que tenemos es capaz de coger e irse a casa solo, cosa que no haría ninguna otra persona en su situación.

Me cambio rápidamente, volviendo a ponerme mi camisa, aunque no abrocho los botones de la nuca porque perdería mucho tiempo y salgo con ambas cosas para dejarlas sobre el mostrador y pagar. Una de las dependientas se va y la otra me saluda con una amplia sonrisa mientras pasa las cosas por el escáner intentando mientras mantener una conversación alegre conmigo, aunque yo le ignore por completo de forma deliberada. Saco el dinero del bolso, ¡sí, bolso! Y agarro la bolsa pero, antes de irme chaqueo la lengua. -Le he dicho que se tenía que probar la ropa que llevaba en las mano y tú, o tu amiguita, me habéis, de cierto modo, quitado la autoridad negándoselo. Me importa una mierda las normas de vuestra empresa o que os guste más o menos el hecho de que un… esclavo se pruebe la ropa en el mismo sitio que los demás, la próxima vez lo hará.- no le doy tiempo a que me responda nada porque, seguramente, será alguna impertinencia y al final me meteré en un lío por arrearle. Acomodo mi pelo cuando llego hasta él, esperando que no haya escuchado lo que le he dicho a la dependienta, aunque me da igual si lo ha hecho o no, y le hago un gesto para que salgamos de aquí. -¿Te apetece tomar algo o ya has tenido suficiente aventura en el distrito cuatro por hoy?- Oh, la amabilidad de los habitantes... tan conocida en el mundo como inexistente.
Arianne L. Brawn
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La observo pensando si está vacilándome o sólo llevándome la contraria, y acaba yendo a pagar antes de que lo decida y pueda refutarlo. Esa camisa no le queda bien. O tal vez le queda bien, demasiado bien. ¿Maldita sea desde cuando soy un puto experto en ropa? No, corrijo ¿desde cuando mierdas soy un puto experto en ropa femenina? No me sé comprar ropa ni para mi; con 23 años, aún me vestían mi madre y mi abuela. Entonces me siento un poco patético, y como ese novio que se queda en el rincón sin estorbar mientras su chica va de compras. Aunque por mi actitud, más parezco un niño perdido esperando a su madre en la esquina, al cual ha dejado sólo porque se ha olvidado algo en los pasillos del supermercado.

Por la cara de la dependienta deduzco que Arianne dice algo que le molesta bastante, puedo verla perfectamente en la distancia, al menos a la primera, especialmente cuando se me pasa un poco la molestia de no haber sido capaz de reaccionar a tiempo para conseguir que no se compre esa estúpida y sexy camisa. Estúpida camisa. No sexy. No he dicho Sexy... o de haber reaccionado a tiempo para comentar algo inteligente sobre... un tema que realmente no debería incumbirme (y me recalco mentalmente, que no me incumbe la ropa que mi ama se ponga); aunque no sé exactamente qué es lo que le dice y no tengo tiempo de averiguarlo porque entonces me llama para que nos vayamos. Suspiro de alivio, porque ese lugar no me gusta demasiado, así que pego unos ligeros pasos acelerados, choco contra uno de los percheros, casi tiro algo, tropiezo yo, casi me choco con otra cosa, y al final consigo salir de la tienda con todas mis partes en su sitio y la dignidad lo más intacta posible.

Alcanzo a dar un par de saltitos porque me he dado en el dedo meñique de un pie, escuchando sus palabras. La verdad es que me llega olor a comida de todas partes, y mi estómago pide a gritos cualquier cosa, aunque sea comida basura. Me encojo de hombros. - Estás muy rara hoy. Generalmente ni siquiera sales de casa, pero hoy... Primero de tiendas. Luego de compras. Luego dependientas cabreadas y ahora comida. - Cuando digo en voz alta todas esas cosas, me cruzo de brazos, apoyando uno de mis codos en el antebrazo del otro y llevando mi mano al mentón con cierto aspecto pensativo. - Eso me suena a algo... - De repente estoy balbuceando cosas que sólo son lógicas para mi, y en cuestión de segundos sólo tengo datos en la mente, pasando a velocidades de vértigo. De alguna forma consigo hilar todos los esquemas hasta encontrar la palabra que estoy buscando. - Condescendiente - Hay pocas razones por las que una persona se ponga condescenciente: porque es así de nacimiento, o porque intenta compensar algo. La palabra compensar cobra luz entre todo lo que pienso. Luego chasco la lengua repetidas veces. - ¿Qué intentas compensar, Ari? - El diminutivo de su nombre sale de mis labios antes de que pueda retenerlo. Por suerte, si alguien más que ella lo escucha, no parece captar su atención.

Me siento ligeramente incómodo por el lapsus, que podría costarme la vida y tal vez a ella la suya por culpa de mi absurda e inoportuna familiaridad. Por inercia meto las manos en los bolsillos incluso cuando sé que esa es una actitud cerrada, pegando mucho los pies, como si quisiera fusionarlos y convertirlos en uno. Mi respuesta es cambiar de tema, aunque no lo suficientemente rápido porque hablar de cosas cotidianas no es precisamente mi punto fuerte. - Según tus revistas ese sitio tiene mucha fama. - Hago un gesto con el mentón señalando el lugar y encogiendo los hombros. La verdad es que sólo leí "lugar del momento", aunque no sé si es sólo publicidad o realmente es el lugar del momento. Por lo vacío que está, sospecho que era mero marketing. - No me malinterpretes - Bajo la voz y agacho la cabeza, intentando que las palabras no lleguen a los oídos de quien no deben. - Está bien que salgas de casa, para variar; sea por la razón que sea. -
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Arianne L. Brawn
Consejo 9 ¾
Después de las cosas que le he dicho a la dependienta me siento, en cierta parte, como una 'salvaje'. Pero odio que la gente sea así. Es una de las partes que me quedan de mi antigua yo; no puedo callarme las cosas cuando las veo mal, no soporto que se metan con nadie o lo menosprecien por ser 'diferente', no me gusta ver como tratan mal a los demás sin una razón de fuerza. ¿Una ley? Una ley no significa nada porque, ante todo, están las personas y tú no puedes tratar mal a alguien por tener una sangre diferente, ¿qué será lo siguiente? ¿Tendremos que tratar mal a las personas que llevan gafas por que tienen una deficiencia o un problema de vista? O... ¡Los rubios! Ya no tendrán nombre, ahora serán, rubios a secas. Todo eso hace que me arda la sangre y tenga ganas de golpear algo hasta que me libere del todo. Acaricio los nudillos de mis manos por los recuerdos. Al inicio de volver al distrito cuatro, cuando pensé que podía tener lo que deseaba, una vida normal con mi familia, volver a tener amigos... tuve el incidente del colegio donde, 'por casualidad', cayó en mis manos una nota con un dibujo mío y un par de críticas la mar de infantiles que hicieron que estallara, que todas las ilusiones o las ganas que tenía de volver a ser yo desaparecieran y las acabara escondiendo en lo más hondo de mi pecho para no volver a sacarlas jamás; corrí hasta casa y me liberé golpeando todo lo que pillé en mi camino en el patio trasero de casa, no lo hice hasta que me cansé, hasta que liberé toda mi rabia y todo lo que llevaba dentro, no, paré cuando las manos ni me respondían y notaba un dolo tan agudo que solamente podía llorar. Llorar de dolor, por todos los tipos de dolor que existen. Todavía recuerdo a mi madre curándome y mis susurros ahogados de que no quería volver a ir allí. Me tiré una semana sin salir de la cama, tendida allí, sin tener ni un ápice de ganas de vivir. Los niños son crueles, los adultos lo son, el mundo lo es.

Aprieto los labios contrariada cuando salimos de la tienda, notando el peso de la bolsa en mi mano y pensando en por qué me he comprado esas cosas, total, no se si alguna vez me las voy a poner. El traje de baño seguro que sí, porque tengo mi afición matutina de tomar el sol en la terraza, pero la camiseta... acaba de ser una pérdida de tiempo. -¿Uhm?- Giro la cabeza hacia él, con gesto confundido por todo lo que acaba de decir, sin entender mucho por qué lo dice ahora mismo. Todos se llevan la contraria entre sí. Dios, ¿no pueden dejar de hacer eso de una buena vez? Primero quieren que salga, que intente mi vida normal, que vaya de compras, ría, lea un libro... y cuando lo hago me preguntan por qué lo he hecho. Presiono el puente de la nariz durante unos segundos, pero no le digo nada porque no hay respuesta para sus palabras. Podría decirle que he acabado el último puzzle que me trajo mi madre y que quería comprar uno nuevo pero viendo las tiendas no me he podido resistir pero tampoco veo la necesidad de tener que mentirle en esto también. Pongo la bolsa frente a mi cuerpo, agarrando las ansas con mis dos manos, y frunzo el ceño profundamente. -No estoy siendo cond...- casi en un abrir y cerrar de ojos empieza a decir cosas que solamente entiende él, para variar, y una punzada de nostalgia se clava en mi pecho. Siempre lo hace, siempre hace lo mismo. Bajo la mirada con una pequeña sonrisa, dándome igual, por unos segundos, que crea que estoy siendo condescendiente porque no lo estoy siendo, ¿no? No hago esto porque crea que le debo algo, aunque realmente si considere que le debo, que todavía le debo muchas cosas. -Solo me apetecía estar contigo a solas, aunque creo que es difícil conseguir eso si ni siquiera puedo ser yo misma.- lo suelto todo de golpe, sin pensar ni un ápice las palabras que salen de mi boca hasta que todas y cada una de ellas han sido pronunciadas. Tomo una gran bocanada de aire y la suelto con un sonoro resoplido que deja entrever, claramente, el malestar que me ha provocado soltarlas; primero porque no deberían existir y segundo porque ya que existen se deberían quedar dentro de mi cabeza y ya está. -Aunque se que lo podría hacer en casa porque casi nunca hay nadie pero allí no te hago caso y... no sé.- me encojo ligeramente de hombros después de hablar, después de soltar toda esa parrafada de palabras que ni yo misma se que significan.

Me alegro bastante de haberme equivocado porque, en un inicio, pensé que habría mucha gente, por eso de que hace calor en la calle y aquí dentro hay aire acondicionado, pero no ha sido así. Es mucho más divertido ir a la playa con los amigos y hacer el tonto por allí. Paso la mano por mi pelo, enredando los dedos entre los rizos, y miro de reojo la tienda que ha dicho, casi por inercia, pero luego lo miro a él alzando una ceja. -No hay mucha gente así que estaría bien entrar aquí.- acabo por murmurar mordiéndome el labio inferior. Volver a los hábitos de solamente entrar a sitios donde no hay mucha gente por miedo a que me miren mal, por miedo a los cuchicheos y tener que agachar la cabeza. Me pellizco en el brazo para dejar de comportarme como una lunática bipolar, por estar bien unos segundos y a los siguientes estar con la cabeza agachada. Lo cojo de la muñeca y tiro de él para entrar dentro del local, donde un chico nos recibe con una sonrisa enorme que se consume un poco al vernos. Suelto su muñeca e intento esbozar una sonrisa mientras hago un gesto con la mano de que seremos dos personas. El chico nos conduce hasta una mesa que está, para mi gusto, demasiado cerca de otra mesa ocupada y le acabo diciendo que me gustaría tener una mesa lejos de las ocupadas, sin más, no le doy una explicación de por qué más que nada porque no estoy obligada a ello. Estiro las piernas cuando me siento. -Dos hamburguesas.- digo sin dar tiempo ni a mirar la carta, ya que las he visto en el cartel de la puerta y no me gusta tener a gente desconocida cerca. Afianzo ambos codos en la mesa, apoyando después la barbilla en mis manos, para observarlo con curiosidad. -Todos queréis que camine hacia adelante, que salga e intente estar bien pero, cuando lo hago, me preguntáis por qué lo hago o decís que estoy siendo condescendiente, ¿de verdad no me queréis volver loca?- murmuro lo suficientemente alto para que él me escuche pero no los demás, aunque de todas formas estemos alejados noto las miradas de algunas personas. -Más aún, me refiero.- no puedo evitar esbozar una sonrisa en mis labios cuando lo digo. Me autodenomino loca porque creo que lo estoy un poco; no ese tipo de locura de ir secuestrando bebés para hacer ritos satánicos. Apoyo la espalda contra el respaldo cuando veo al chico venir para traer dos bebidas y decir que traerá la comida enseguida. Apreso la pajita entre mis labios mientras lo observo irse y luego la dirijo hacia mi acompañante. -Nos van a servir rápido porque somos demasiado guapos como para estar en un sitio como éste, no se sienten capaces de darle de comer a una bella vencedora y a su guapo esclavo.- le guiño el ojo divertida sabiendo que no es así pero que me importa más bien poco.
Arianne L. Brawn
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