OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Lo prometido es deuda.
Doy vuelta el cenicero sobre el cesto de basura, dejando caer todo su contenido sobre el resto de los desechos, para después cerrar la bolsa de un tirón y cargármela al hombro. Han sido semanas complicadas y de locos, en las cuales me he hecho con atados enteros de tabaco para calmar los nervios y la ansiedad. Richard me llama todos los días para pedirme consejos, los cuales le doy cada vez con menos paciencia, y Seth no se encuentra en casa, por lo que básicamente estoy solo con Audrey intentando comprender cómo se supone que se cría a una mujer adolescente a la que apenas conoces. Hace pocos días que he recordado que ellas tienen otros cuidados y fue gracias a que no me interesé comprar en una crema específica para el cabello, como ella se tomó la molestia de recordarme unas veinte veces. Pero he prometido cuidarla y eso es lo que haré.
Dejo caer la bolsa frente a la casa, sabiendo que los recolectores se la llevarán en cuanto caiga el sol, y me limpio el sudor de la frente con el antebrazo. Odio el verano, es una época en la cual la ropa se pega a mi cuerpo gracias al sudor y todo se torna el doble de odioso y atosigante. Lo único que me consuela es la idea de beber una cerveza bien helada, cosa que solamente hago cuando Audrey está en la cama porque algo me dice que mirará con malos ojos la botella, aunque tampoco es como si me hubiese preocupado en ocultar el hecho de que introduje alcohol en la casa. Yo tenía un modo de vida antes de saber de su existencia, le guste o no.
Me quedo con la mirada perdida, observando como una mujer anda en la vereda de enfrente, con una jovencita de su brazo que debe ser su hija o su sobrina, a juzgar por su enorme parecido. Por un momento se me cruza la idea de gritarle para pedirle algún que otro consejo, pero en lugar de eso vuelvo a entrar, andando hacia el pasillo que conecta con las habitaciones - ¡Audrey! – le llamo. Estoy por abrir la puerta de su cuarto cuando recuerdo que ella odia que entre sin golpear antes, por lo que de mala gana llamo con mis nudillos, que hacen eco en toda la casa, y asomo mi cabeza a su dormitorio, encontrándola recostada en su cama – que bueno que andes aquí, creí que tendría que llamar a la policía – bromeo, como si pudiese encontrarse en cualquier otro lado. La verdad es que no entiendo el sentido del humor de las chicas de su edad (tampoco mucho el de las mayores, pero eso es otro punto), por lo que todos mis chistes suelen ser una verdadera mierda. Me apoyo en el marco de su puerta, rascando ligeramente mi barbilla, en la que se luce una barba incipiente – estaba pensando en que tal vez te gustaría ir de compras. Tal vez quieres alguna que otra cosa, ahora que andas de vacaciones. No sé qué clase de cosas usan las chicas en el verano además de vestidos – admito, encogiendo mis hombros. Lo estoy intentando, no puede negarlo - ¿vienes? O corres el riesgo de que te traiga la cosa más asquerosa de cualquier tienda.
Doy vuelta el cenicero sobre el cesto de basura, dejando caer todo su contenido sobre el resto de los desechos, para después cerrar la bolsa de un tirón y cargármela al hombro. Han sido semanas complicadas y de locos, en las cuales me he hecho con atados enteros de tabaco para calmar los nervios y la ansiedad. Richard me llama todos los días para pedirme consejos, los cuales le doy cada vez con menos paciencia, y Seth no se encuentra en casa, por lo que básicamente estoy solo con Audrey intentando comprender cómo se supone que se cría a una mujer adolescente a la que apenas conoces. Hace pocos días que he recordado que ellas tienen otros cuidados y fue gracias a que no me interesé comprar en una crema específica para el cabello, como ella se tomó la molestia de recordarme unas veinte veces. Pero he prometido cuidarla y eso es lo que haré.
Dejo caer la bolsa frente a la casa, sabiendo que los recolectores se la llevarán en cuanto caiga el sol, y me limpio el sudor de la frente con el antebrazo. Odio el verano, es una época en la cual la ropa se pega a mi cuerpo gracias al sudor y todo se torna el doble de odioso y atosigante. Lo único que me consuela es la idea de beber una cerveza bien helada, cosa que solamente hago cuando Audrey está en la cama porque algo me dice que mirará con malos ojos la botella, aunque tampoco es como si me hubiese preocupado en ocultar el hecho de que introduje alcohol en la casa. Yo tenía un modo de vida antes de saber de su existencia, le guste o no.
Me quedo con la mirada perdida, observando como una mujer anda en la vereda de enfrente, con una jovencita de su brazo que debe ser su hija o su sobrina, a juzgar por su enorme parecido. Por un momento se me cruza la idea de gritarle para pedirle algún que otro consejo, pero en lugar de eso vuelvo a entrar, andando hacia el pasillo que conecta con las habitaciones - ¡Audrey! – le llamo. Estoy por abrir la puerta de su cuarto cuando recuerdo que ella odia que entre sin golpear antes, por lo que de mala gana llamo con mis nudillos, que hacen eco en toda la casa, y asomo mi cabeza a su dormitorio, encontrándola recostada en su cama – que bueno que andes aquí, creí que tendría que llamar a la policía – bromeo, como si pudiese encontrarse en cualquier otro lado. La verdad es que no entiendo el sentido del humor de las chicas de su edad (tampoco mucho el de las mayores, pero eso es otro punto), por lo que todos mis chistes suelen ser una verdadera mierda. Me apoyo en el marco de su puerta, rascando ligeramente mi barbilla, en la que se luce una barba incipiente – estaba pensando en que tal vez te gustaría ir de compras. Tal vez quieres alguna que otra cosa, ahora que andas de vacaciones. No sé qué clase de cosas usan las chicas en el verano además de vestidos – admito, encogiendo mis hombros. Lo estoy intentando, no puede negarlo - ¿vienes? O corres el riesgo de que te traiga la cosa más asquerosa de cualquier tienda.
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Otro día más que se vuelve aburrido. Simplemente decido que lo mejor sería seguir leyendo esos libros que tanto me gustan. Solo un par de horas pasaron hasta que me dan ganas de tomar algo. Me dirijo hacia la cocina no sin antes cruzarme con Sean y verlo. ¡Otra vez fumando! Pienso seriamente en decirle que no lo haga pero es su vida, así que lo ignoro por completo y me sirvo un baso de agua, el cual me llevo conmigo hacia mi habitación colocándolo en una de las mesitas de luz que se encuentran a los lados de mi cama. Me recuesto sobre mi litera para continuar leyendo. Todavía no me acostumbro a estar con gente, a esta situación en la cual un hombre que dice ser mi padre y que nunca había visto; se muda a vivir conmigo para "cuidarme". Yo no necesito que me cuiden, mi madre solo me daba plata necesaria y yo cuidaba de mí por mi propia cuenta. Mi madre... ella... Los ojos se me vuelven llorosos al recordarla pero enseguida muevo la cabeza haciendo lo posible por olvidarlo. Ella está en el pasado, debo intentar olvidarla.
Los libros de filósofos antiguos se van acumulando rápidamente durante el tiempo que va pasando. Pero en cuanto voy por uno de los últimos libros que hay en mi habitación, uno de los que más me gustan, escucho la voz de Sean llamándome. ¿Que le ocurre ahora? Vuelvo a ignorar la voz y continúo inmersa en mis pensamientos y la palabras escrita de hombres que ya no podrían volver a escribir. Pero parece que "el hombre" decide no rendirse en el intento de que le preste atención y llama a la puerta de mi cuarto. ¿Acaso nunca quiere dejarme en paz? Suelto un suspiro y luego me encojo de hombros restándole importancia a su broma. No me resultaba divertida después de todo. Cuando veo que se acomoda en el marco de la puerta sé que esto tiene para rato. Seguro intentaría otro de esas cosas de "pasar tiempo padre-hija", aunque para mí fuera solo tiempo perdido. Cierro el libro sin necesidad de un separador ya que es muy probable que hasta recordara la página por la que iba. La 257. Me siento en mi cama e intento escucharlo, de esta manera todo se pasaría más rápido y podría terminar con mi libro.
Escucho sus palabras y miro mi armario. Me acerco para abrirlo notando que muchas de las cosas de adentro ya están bastante viejas, algunas ya ni me van. Lo pienso solo un segundo y me doy vuelta para mirar a Sean mientras cierro el placar. -Está bien- comento asintiendo con la cabeza -Necesito ropa- admito. Además no quiero que él elija cosas para mí, no solo porque no es alguien en que confíe del todo, sino también que por su ropa puedo decir que tiene un gusto horrible en cuanto a vestimenta se hable. Como si fuera poco, aunque quería seguir leyendo, ya estoy con los últimos libros y cuando los termine tendré tiempo libre en el que no sabré que hacer. -Iré. Ahora sal que me tengo que cambiar- encamino hacia la puerta esperando que se aleje, cerrando la puerta tras de él.
Me alisto lo más rápido que puedo y una vez que estoy preparada salgo en busca de Sean para ya poder irnos a comprar algo nuevo que pueda ponerme.
Los libros de filósofos antiguos se van acumulando rápidamente durante el tiempo que va pasando. Pero en cuanto voy por uno de los últimos libros que hay en mi habitación, uno de los que más me gustan, escucho la voz de Sean llamándome. ¿Que le ocurre ahora? Vuelvo a ignorar la voz y continúo inmersa en mis pensamientos y la palabras escrita de hombres que ya no podrían volver a escribir. Pero parece que "el hombre" decide no rendirse en el intento de que le preste atención y llama a la puerta de mi cuarto. ¿Acaso nunca quiere dejarme en paz? Suelto un suspiro y luego me encojo de hombros restándole importancia a su broma. No me resultaba divertida después de todo. Cuando veo que se acomoda en el marco de la puerta sé que esto tiene para rato. Seguro intentaría otro de esas cosas de "pasar tiempo padre-hija", aunque para mí fuera solo tiempo perdido. Cierro el libro sin necesidad de un separador ya que es muy probable que hasta recordara la página por la que iba. La 257. Me siento en mi cama e intento escucharlo, de esta manera todo se pasaría más rápido y podría terminar con mi libro.
Escucho sus palabras y miro mi armario. Me acerco para abrirlo notando que muchas de las cosas de adentro ya están bastante viejas, algunas ya ni me van. Lo pienso solo un segundo y me doy vuelta para mirar a Sean mientras cierro el placar. -Está bien- comento asintiendo con la cabeza -Necesito ropa- admito. Además no quiero que él elija cosas para mí, no solo porque no es alguien en que confíe del todo, sino también que por su ropa puedo decir que tiene un gusto horrible en cuanto a vestimenta se hable. Como si fuera poco, aunque quería seguir leyendo, ya estoy con los últimos libros y cuando los termine tendré tiempo libre en el que no sabré que hacer. -Iré. Ahora sal que me tengo que cambiar- encamino hacia la puerta esperando que se aleje, cerrando la puerta tras de él.
Me alisto lo más rápido que puedo y una vez que estoy preparada salgo en busca de Sean para ya poder irnos a comprar algo nuevo que pueda ponerme.
Por lo poco que la conozco he podido adivinar lo fuerte que es su carácter y a veces me pregunto cómo es que todavía lo sigo intentando. No me sorprende que, a juzgar por su expresión, me quiere comer vivo, pero yo no me pienso mover de mi lugar porque el orgullo me lo impide y también, porque se supone que estoy haciendo esto por los dos. De todas formas descubro que me afecta más de lo que hubiese creído. ¿Por qué simplemente no lo intenta? ¿Qué tienen los adolescentes que son tan testarudos? Tuve que dejar un trabajo por ella, mi vida por ella, y me lo paga poniéndome mala cara incluso cuando le deseo las buenas noches. De acuerdo, admito que no soy el tipo más agradable del mundo, pero yo no tengo la culpa de que Margareth se haya ido. Ella perdió una madre, lo entiendo, pero la vida continúa. Nosotros continuamos.
De todas formas no tengo que decir nada más y me sorprendo al ver como se levanta de la cama, yendo a hurgar su armario, de modo que me mordisqueo una y otra vez el pulgar mientras ella se toma todo el tiempo del mundo en aceptar mi propuesta. Asiento – ropa será – pero antes de que pueda decirle algo más, al menos unas palabras de agradecimiento o lo que carajo sea, básicamente me quita de en medio y yo me quedo perplejo frente a la puerta cerrada – te espero en la puerta – gruño, bufando. Busco algo de dinero para esconderlo entre mis bolsillos y ruego que no se le ocurra ir a las tiendas más costosas, porque lo único que me falta es llenarme de deudas que luego no podré pagar; no conozco mucho este distrito, de modo que algunos precios me tienen algo confundido. De todas formas admito que la espera se me hace corta y, cuando me alcanza en la puerta, hago un esfuerzo gigante para sonreírle – vas a tener que decirme cuales son los negocios que te gustan. Nunca he comprado ropa para mujer, excepto para una novia que tuve una vez que le gustaba… - me callo a mitad de la frase y me mastico la lengua, mirándola con los ojos bien grandes como si esperase que no me haya escuchado. A veces simplemente se me olvida que no todos los niños son Seth e incluso con él intento tener cuidado de las cosas que digo.
Comenzamos a andar por las calles en dirección a la zona comercial y, a decir verdad, no hablamos demasiado porque, para qué mentir, no tenemos nada que decirnos. Vivimos juntos y apenas tenemos conversación, de modo que con eso queda todo dicho. En cuanto llegamos a la calle principal, en la cual puedo ver tiendas en todas direcciones y telas de tantos colores que me hacen marear, la observo – estaba pensando… dentro de poco será tu cumpleaños. ¿Quieres escoger un regalo también? – ofrezco – Podemos pensar en organizar una fiesta con tus compañeritas de la escuela. A Seth le organicé algunas cuantas, pero no te gustaría, porque creo que no juegas con coches y videojuegos o a la pelota, ¿no? – el tono de mi voz es insistente y ansioso, dejando al descubierto mis intenciones de que ella comience a darme una mano. Le doy un suave empujoncito, invitándole a elegir una tienda. Hoy, ella es mi guía.
De todas formas no tengo que decir nada más y me sorprendo al ver como se levanta de la cama, yendo a hurgar su armario, de modo que me mordisqueo una y otra vez el pulgar mientras ella se toma todo el tiempo del mundo en aceptar mi propuesta. Asiento – ropa será – pero antes de que pueda decirle algo más, al menos unas palabras de agradecimiento o lo que carajo sea, básicamente me quita de en medio y yo me quedo perplejo frente a la puerta cerrada – te espero en la puerta – gruño, bufando. Busco algo de dinero para esconderlo entre mis bolsillos y ruego que no se le ocurra ir a las tiendas más costosas, porque lo único que me falta es llenarme de deudas que luego no podré pagar; no conozco mucho este distrito, de modo que algunos precios me tienen algo confundido. De todas formas admito que la espera se me hace corta y, cuando me alcanza en la puerta, hago un esfuerzo gigante para sonreírle – vas a tener que decirme cuales son los negocios que te gustan. Nunca he comprado ropa para mujer, excepto para una novia que tuve una vez que le gustaba… - me callo a mitad de la frase y me mastico la lengua, mirándola con los ojos bien grandes como si esperase que no me haya escuchado. A veces simplemente se me olvida que no todos los niños son Seth e incluso con él intento tener cuidado de las cosas que digo.
Comenzamos a andar por las calles en dirección a la zona comercial y, a decir verdad, no hablamos demasiado porque, para qué mentir, no tenemos nada que decirnos. Vivimos juntos y apenas tenemos conversación, de modo que con eso queda todo dicho. En cuanto llegamos a la calle principal, en la cual puedo ver tiendas en todas direcciones y telas de tantos colores que me hacen marear, la observo – estaba pensando… dentro de poco será tu cumpleaños. ¿Quieres escoger un regalo también? – ofrezco – Podemos pensar en organizar una fiesta con tus compañeritas de la escuela. A Seth le organicé algunas cuantas, pero no te gustaría, porque creo que no juegas con coches y videojuegos o a la pelota, ¿no? – el tono de mi voz es insistente y ansioso, dejando al descubierto mis intenciones de que ella comience a darme una mano. Le doy un suave empujoncito, invitándole a elegir una tienda. Hoy, ella es mi guía.
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Sigo por las calles a Sean fingiendo estar hundida en mis pensamientos pero realmente prestando atención tanto a mi entorno como a las palabras que él dice. No habla mucho, pero cuando se dicta a comentar lanza algo sobre una ex-novia pero se detiene en la mirad. Lo miro de reojo sin entender que es lo que evitó decirme. ¿Porque me importa tanto? Quizás fuera porque una de sus ex-novias podría haber sido mi madre, la persona que aunque me mantenía en algunos aspectos, no me cuidaba correctamente y casi nunca veía. Por primera vez siento que me interesa saber más del pasado "del hombre" que camina junto a mí. Me guardo esas ganas de hablar porque justo llegamos a la zona comercial del Distrito.
Ya en la calle principal Sean vuelve a dirigirme la palabra. No tengo idea de porque se encuentra tan callado. Generalmente intenta sacar algún tipo de conversación. Creo que pensé demasiado rápido, porque en cuanto termina de pasarse esa idea por mi cabeza "el hombre" se dispone a hablar. Nada más y nada menos que mi cumpleaños. Comienzo a recordar todos los anteriores, mi madre siempre se tomaba vacaciones para estar conmigo justo el día de mi cumpleaños y este es el primero que no la paso con ella. Llevo una de mis manos hacia mis ojos y los froto para calmar las ganas de llorar, pero disimulando haciéndolo parecer como si en realidad me doliera la cabeza. -No es necesario que compres un regalo. Pero si quieres, un buen libro de medicina está bien, me cuesta conseguir de esos- admito después de soltar un tranquilo suspiro. Me alegraba no estar sola en mi cumpleaños, aunque Sean fuera el que estuviera conmigo ya no me importa, solo quiero no estar sola en mi primer cumpleaños sin la mujer que me crió. -No tengo amigas, y mis compañeras no se juntas conmigo- digo como si fuera un asunto normal. Yo estoy completamente acostumbrada a eso, duele un poco, pero después de tantos años uno se va haciendo a la idea. Soy una marginada en la escuela.
Soy empujada suavemente y eso me indica que yo debía guiarlo a partir de ahí. Está bien, lo haré. Seguramente Sean no tiene demasiada plata y por ahí cerca hay unos excelentes locales de ropa de calidad con muy bajos precios. Las tiendas caras no me interesan demasiado, así que las paso enseguida. -Por aquí hay un par de tiendas donde venía a comprar cuando tenía plata, la ropa es barata y es duradera- yo desde los 11 años ya sabía de todos los lugares cercanos que tenían descuentos, ofertas o que eran baratos. Comienzo mi caminata mirando disimuladamente hacia atrás para ver si "el hombre" me sigue entre la multitud de gente y una vez que llegamos me detengo para mirar a mi alrededor. Unos pequeños locales de ropa inundaban las calles y debido a la hora en ellos no se encuentra tanta gente como había usualmente. -A mi me gusta la ropa de acá- me hecho a correr hacia el local más cercano y busco a Sean con la vista haciéndole una señal con la mano cuando lo encuentro. Comienzo a rebuscar entre la ropa de la tienda para elegir lo que necesito y me gusta. Una pequeña sonrisa se me dibuja en la cara, después de todo: me gusta un montón ir de compras.
Ya en la calle principal Sean vuelve a dirigirme la palabra. No tengo idea de porque se encuentra tan callado. Generalmente intenta sacar algún tipo de conversación. Creo que pensé demasiado rápido, porque en cuanto termina de pasarse esa idea por mi cabeza "el hombre" se dispone a hablar. Nada más y nada menos que mi cumpleaños. Comienzo a recordar todos los anteriores, mi madre siempre se tomaba vacaciones para estar conmigo justo el día de mi cumpleaños y este es el primero que no la paso con ella. Llevo una de mis manos hacia mis ojos y los froto para calmar las ganas de llorar, pero disimulando haciéndolo parecer como si en realidad me doliera la cabeza. -No es necesario que compres un regalo. Pero si quieres, un buen libro de medicina está bien, me cuesta conseguir de esos- admito después de soltar un tranquilo suspiro. Me alegraba no estar sola en mi cumpleaños, aunque Sean fuera el que estuviera conmigo ya no me importa, solo quiero no estar sola en mi primer cumpleaños sin la mujer que me crió. -No tengo amigas, y mis compañeras no se juntas conmigo- digo como si fuera un asunto normal. Yo estoy completamente acostumbrada a eso, duele un poco, pero después de tantos años uno se va haciendo a la idea. Soy una marginada en la escuela.
Soy empujada suavemente y eso me indica que yo debía guiarlo a partir de ahí. Está bien, lo haré. Seguramente Sean no tiene demasiada plata y por ahí cerca hay unos excelentes locales de ropa de calidad con muy bajos precios. Las tiendas caras no me interesan demasiado, así que las paso enseguida. -Por aquí hay un par de tiendas donde venía a comprar cuando tenía plata, la ropa es barata y es duradera- yo desde los 11 años ya sabía de todos los lugares cercanos que tenían descuentos, ofertas o que eran baratos. Comienzo mi caminata mirando disimuladamente hacia atrás para ver si "el hombre" me sigue entre la multitud de gente y una vez que llegamos me detengo para mirar a mi alrededor. Unos pequeños locales de ropa inundaban las calles y debido a la hora en ellos no se encuentra tanta gente como había usualmente. -A mi me gusta la ropa de acá- me hecho a correr hacia el local más cercano y busco a Sean con la vista haciéndole una señal con la mano cuando lo encuentro. Comienzo a rebuscar entre la ropa de la tienda para elegir lo que necesito y me gusta. Una pequeña sonrisa se me dibuja en la cara, después de todo: me gusta un montón ir de compras.
No quería hacerlo, pero es más fuerte que yo; en cuanto me dice que lo que quiere es un libro de medicina, la miro con las cejas alzadas y no puedo evitar preguntarme qué clase de adolescente he engendrado. Asiento lentamente, procesando la información - eres como Seth. Yo dije que le organizaba las fiestas, no que le gustaran - explico, y estoy por decirle algo así como "si lees libros de medicina a tu edad es obvio que van a mirarte raro", pero no se lo digo porque se supone que estamos trabajando en esta relación, no buscando arruinarla. Sé que los chicos de su edad odian que anden metiendo la nariz en sus asuntos o discutiendo tonterías, de modo que escondo mis manos en los bolsillos y la sigo, observando los locales por donde me hace caminar. Su comentario me hace silbar con suavidad - El dinero no es problema. Tengo que cobrarme los regalos de trece años, ¿o no? - a pesar de que suena como una broma, está bien en claro que no lo es. Tampoco es mi culpa el haber sido un padre ausente. Su madre no tuvo la decencia de siquiera llamarme por teléfono y decir algo de tan magnitud como "ey, voy a parir a tu retoño".
Audrey no tarda en meterse en unos de los locales y la sigo sin mucho entusiasmo, sobresaltándome y echándome hacia atrás para no llevarme puesto un maniquí que no había visto hasta el momento. Honestamente, el distrito ocho parece un lugar triste y no tiene rico olor en general, pero los colores de las telas parecen arreglarlo todo. Me detengo a mirar un vestido que tiene florecillas que seguro le iría bien a una nena de cinco años pero no a Audrey, antes de voltearme a mirarla. Puedo verla sonreír un poco detrás de la cortina de su cabello, de modo que reprimo una pequeña sonrisa que se me quiere escapar. Al menos he acertado en algo, por mínimo que sea.
Me acerco con total disimulo, mirando alrededor como si fuese más interesante y no me estuviese fijando en lo que está haciendo, hasta que llego a su lado y observo por encima de su hombro - Ese seguro te queda bien - no tengo ni idea de qué es lo que está mirando, pero creo que es el comentario adecuado. Carraspeo y me pongo a mirar las prendas a su lado, revolviendo sin siquiera fijarme qué eslo que tengo en mis manos - Así que, cuéntame... ¿cómo te ha caído Seth? - no fue capaz de decírmelo y, ahora que estamos solos en un lugar que no sea su ambiente natural, tal vez es capaz de soltar la lengua con algo tan simple como eso - no debe ser fácil consumir que tienes un primo, además de...- no me sale la palabra "padre" y tampoco estoy seguro de poder hacer referencia al resto de la familia que tenemos. Que tuvimos. Que perdimos.
Audrey no tarda en meterse en unos de los locales y la sigo sin mucho entusiasmo, sobresaltándome y echándome hacia atrás para no llevarme puesto un maniquí que no había visto hasta el momento. Honestamente, el distrito ocho parece un lugar triste y no tiene rico olor en general, pero los colores de las telas parecen arreglarlo todo. Me detengo a mirar un vestido que tiene florecillas que seguro le iría bien a una nena de cinco años pero no a Audrey, antes de voltearme a mirarla. Puedo verla sonreír un poco detrás de la cortina de su cabello, de modo que reprimo una pequeña sonrisa que se me quiere escapar. Al menos he acertado en algo, por mínimo que sea.
Me acerco con total disimulo, mirando alrededor como si fuese más interesante y no me estuviese fijando en lo que está haciendo, hasta que llego a su lado y observo por encima de su hombro - Ese seguro te queda bien - no tengo ni idea de qué es lo que está mirando, pero creo que es el comentario adecuado. Carraspeo y me pongo a mirar las prendas a su lado, revolviendo sin siquiera fijarme qué eslo que tengo en mis manos - Así que, cuéntame... ¿cómo te ha caído Seth? - no fue capaz de decírmelo y, ahora que estamos solos en un lugar que no sea su ambiente natural, tal vez es capaz de soltar la lengua con algo tan simple como eso - no debe ser fácil consumir que tienes un primo, además de...- no me sale la palabra "padre" y tampoco estoy seguro de poder hacer referencia al resto de la familia que tenemos. Que tuvimos. Que perdimos.
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No puedo evitar pensar cuales eran las clases de fiestas haría ese hombre y contengo una risa. Seguro que lo único que lograría sería poner en ridículo a la persona por la cual haría la fiesta. Sigo fingiendo que no le presto atención a sus comentarios, pero no me pierdo ninguna de sus palabras. Después de todo, con mi memoria, lograría usar sus palabras a mi favor. Finalmente consigo un buen motivo para no odiar la memoria eidética. Durante mis años de vida no le había encontrado ningún uso, pero esta vez me divertiría con ello. Trece años. ¿Verdad? Increíble. A ver... ¿Regalos?¿Cuantos serían los regalos acumulados en 13 años? Mi mente rápidamente pone el número 26. Supongo que como mínimo hubiera recibido 26 regalos de su parte, por mi cumpleaños y por navidad. Aunque pensándolo bien, con su personalidad, quizás hubieran sido más.
Hago una mueca cuando escucho el cumplido sobre la prenda que tengo en manos. "Asqueroso" es lo primero que pienso. No porque me diera asco el comentario, sino porque el gusto de Sean por la ropa es asqueroso. Miro la prenda una vez más y la arrojo de nuevo donde estaba, prefería no volver a verla. Miro de reojo al hombre un segundo, negando al ver como revuelve un montón de ropa sin objetivo alguno, pero en custión de poco tiempo vuelvo a buscar por mi propia cuenta. Estoy distraída, tanto que por fin logro dejar de prestar atención a los sonidos de mi alrededor pero el escuchar un nombre me saca de ese estado. Seth."¿¡Seth!? ¿A que viene Seth en este momento?" Mis ojos se abren bien grandes por solo un segundo. -Emmm... Su... Supongo que bien. Seth... Seth me cae bien- agrego ocultando un poco de vergüenza. No quiero hablar del tema, me pone incómoda. Pero por suerte el agrega un comentario del cual poder atajarme para poder hablar de otra cosa. - ¿Además de un padre?- suelto sin más aunque a él le costaba horrores decirlo -Desde que era muy niña me hice a la idea de que no tengo ningún padre, que murió. Que de repente aparezca... eso es difícil de asimilar. Pero un primo... de esos debo tener hasta por parte de mi mamá- no denoto ni tristeza ni alegría, solo mantengo una facción inexpresiva.
Sigo revisando la ropa que se encuentra en frente mío. Encuentro una remera por completo ridícula, llena de flores y colores horribles para el gusto de casi cualquier persona, y encuentro otra bastante delicada, de un color claro casi neutro, que combina con todo. Yo estoy segura de cual es la que más me gusta, pero antes de decirle cual de las dos es la que me quiero llevar decido hacer una prueba. Necesito cambiar ese ambiente tenso que generé con ese comentario frío. Porque sí, lo reconozco, me pasé un poco al hablar de esa manera. Levanto las dos remeras en el aire para mostrárselas a Sean -¿Cual de las dos te gusta más?- necesito saber que tan malo es su gusto en ropa.
Hago una mueca cuando escucho el cumplido sobre la prenda que tengo en manos. "Asqueroso" es lo primero que pienso. No porque me diera asco el comentario, sino porque el gusto de Sean por la ropa es asqueroso. Miro la prenda una vez más y la arrojo de nuevo donde estaba, prefería no volver a verla. Miro de reojo al hombre un segundo, negando al ver como revuelve un montón de ropa sin objetivo alguno, pero en custión de poco tiempo vuelvo a buscar por mi propia cuenta. Estoy distraída, tanto que por fin logro dejar de prestar atención a los sonidos de mi alrededor pero el escuchar un nombre me saca de ese estado. Seth."¿¡Seth!? ¿A que viene Seth en este momento?" Mis ojos se abren bien grandes por solo un segundo. -Emmm... Su... Supongo que bien. Seth... Seth me cae bien- agrego ocultando un poco de vergüenza. No quiero hablar del tema, me pone incómoda. Pero por suerte el agrega un comentario del cual poder atajarme para poder hablar de otra cosa. - ¿Además de un padre?- suelto sin más aunque a él le costaba horrores decirlo -Desde que era muy niña me hice a la idea de que no tengo ningún padre, que murió. Que de repente aparezca... eso es difícil de asimilar. Pero un primo... de esos debo tener hasta por parte de mi mamá- no denoto ni tristeza ni alegría, solo mantengo una facción inexpresiva.
Sigo revisando la ropa que se encuentra en frente mío. Encuentro una remera por completo ridícula, llena de flores y colores horribles para el gusto de casi cualquier persona, y encuentro otra bastante delicada, de un color claro casi neutro, que combina con todo. Yo estoy segura de cual es la que más me gusta, pero antes de decirle cual de las dos es la que me quiero llevar decido hacer una prueba. Necesito cambiar ese ambiente tenso que generé con ese comentario frío. Porque sí, lo reconozco, me pasé un poco al hablar de esa manera. Levanto las dos remeras en el aire para mostrárselas a Sean -¿Cual de las dos te gusta más?- necesito saber que tan malo es su gusto en ropa.
El tono dudoso de Audrey por un momento me hace dar cuenta de que no he hecho la pregunta correcta o que, tal vez, nos estamos esforzando demasiado por decirnos alguna que otra palabra cortés sin la necesidad de echarnos miradas de desconfianza, en especial de su parte. No comprendo cómo es que, después de todo, yo sigo siendo el malo de la película; me he mudado por ella, lo estoy intentando por ella. Al menos es un alivio al descubrir que Seth parece caerle bien sin siquiera intentarlo y suspiro, porque no comprendo cómo es que mi sobrino tiene la capacidad de comprarse a Audrey de la que yo carezco por completo. Tendré que pedirle consejo. Paso saliva de manera ruidosa ante su respuesta y mis ojos se quedan clavados en las estanterías, mientras me demoro al menos unos minutos intentando procesar lo que acaba de decirme.
Sacudo la cabeza al regresar a la realidad, observando una vez más a mi hija, pero en esta ocasión ella anda pidiendo opinión alguna sobre las prendas que se encuentra sosteniendo. Me relamo los labios de manera ansiosa porque nunca se me ha dado bien esta clase de actividades y, con obvia mala gana, me paso una mano nerviosa por el cabello mientras paso los ojos de una prenda a la otra. Los colores de la primera me lastiman la vista, de modo que mis dedos se enroscan en aquella de color natural, sintiendo la suave textura de ésta; parece fresca, ideal para la estación en la cual nos encontramos, y sospecho que le quedará bien, teniendo en cuenta que tiene el mismo tono claro de piel que una muñeca de porcelana. Igual que su madre.
- Creo que te verías genial con esto. Tu madre usaba un color parecido cuando… - me sorprendo a mí mismo sonriendo de medio lado de un modo algo nostálgico, con la mirada perdida en la vestimenta que huele a ropa nueva, de modo que me obligo a mirarla y a apagar un poco la sonrisa – ... cuando salíamos juntos, también en los veranos – hace demasiado tiempo que no me doy el lujo de pensar en ella de esta forma, intentando rememorar cada uno de los detalles que Jamie parece haber borrado con el tiempo. Suelto la tela y doy un paso hacia atrás, haciendo una ligera mueca al torcer los labios – supongo que lo escuchas siempre, pero te pareces mucho a ella. Al menos, como la recuerdo… - todavía éramos jóvenes, unos años más que Audrey hoy en día. Tal vez hice mal en no continuar aquel romance. Si las cosas hubiesen sido diferentes en el pasado, probablemente no tendríamos que estar lidiando con toda esta mierda en el presente.
Me aparto un poco de ella, recorriendo los estantes y un poco aturdido por las memorias, hasta que llego a la puerta del local, pero no salgo de éste. Simplemente me cruzo de brazos y me apoyo en el marco de la puerta, observando a la cabellera rubia tan similar a la mía; el sitio es lo suficientemente pequeño como para seguir estando cerca de ella, de modo que suspiro - ¿quieres llevar eso? – le pregunto – cuando terminemos, podemos ir por comida. Daría lo que fuese por una hamburguesa con queso – con Seth solíamos devorarnos las dobles que preparaban en mi bar y de las cuales chorreaba grasa y los condimentos, además de que era casi imposible poder meterlas en la boca. Esas sí que son buenas memorias.
Sacudo la cabeza al regresar a la realidad, observando una vez más a mi hija, pero en esta ocasión ella anda pidiendo opinión alguna sobre las prendas que se encuentra sosteniendo. Me relamo los labios de manera ansiosa porque nunca se me ha dado bien esta clase de actividades y, con obvia mala gana, me paso una mano nerviosa por el cabello mientras paso los ojos de una prenda a la otra. Los colores de la primera me lastiman la vista, de modo que mis dedos se enroscan en aquella de color natural, sintiendo la suave textura de ésta; parece fresca, ideal para la estación en la cual nos encontramos, y sospecho que le quedará bien, teniendo en cuenta que tiene el mismo tono claro de piel que una muñeca de porcelana. Igual que su madre.
- Creo que te verías genial con esto. Tu madre usaba un color parecido cuando… - me sorprendo a mí mismo sonriendo de medio lado de un modo algo nostálgico, con la mirada perdida en la vestimenta que huele a ropa nueva, de modo que me obligo a mirarla y a apagar un poco la sonrisa – ... cuando salíamos juntos, también en los veranos – hace demasiado tiempo que no me doy el lujo de pensar en ella de esta forma, intentando rememorar cada uno de los detalles que Jamie parece haber borrado con el tiempo. Suelto la tela y doy un paso hacia atrás, haciendo una ligera mueca al torcer los labios – supongo que lo escuchas siempre, pero te pareces mucho a ella. Al menos, como la recuerdo… - todavía éramos jóvenes, unos años más que Audrey hoy en día. Tal vez hice mal en no continuar aquel romance. Si las cosas hubiesen sido diferentes en el pasado, probablemente no tendríamos que estar lidiando con toda esta mierda en el presente.
Me aparto un poco de ella, recorriendo los estantes y un poco aturdido por las memorias, hasta que llego a la puerta del local, pero no salgo de éste. Simplemente me cruzo de brazos y me apoyo en el marco de la puerta, observando a la cabellera rubia tan similar a la mía; el sitio es lo suficientemente pequeño como para seguir estando cerca de ella, de modo que suspiro - ¿quieres llevar eso? – le pregunto – cuando terminemos, podemos ir por comida. Daría lo que fuese por una hamburguesa con queso – con Seth solíamos devorarnos las dobles que preparaban en mi bar y de las cuales chorreaba grasa y los condimentos, además de que era casi imposible poder meterlas en la boca. Esas sí que son buenas memorias.
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Estoy sorprendida, realmente sorprendida. -No es tan malo como pensé- susurro. De verdad, su gusto no estaba tan mal, aunque puede que haya sido de pura suerte su elección. Pero no me quedo sorprendida solo por la elección correcta de la prenda, sino también por el comentario. Hasta ese entonces "el hombre" que dice ser mi padre había evitado por completo los comentarios sobre mi madre, pero ahora se encontraba hablando de ella, del tiempo que pasaron siendo novios. Dejo la prenda horrible de vuelta entre la pila de ropa y bajo la mirada para acariciar la prenda que tengo en mis manos. ¿Así que mi madre solía usar cosas como esta? Mi gesto se vuelve nostálgico rápidamente. Es verdad, la extraño, y no hay nada que pueda hacer porque ella ya no está conmigo. Cierro los ojos por un momento para poder concentrarme y contenerme. Llorar no era el plan, como mi madre siempre dice... bueno, decía "Tienes que ser fuerte, tienes que ser buena niña. No dejes que te vean llorar". Un gran suspiro lo arregla todo y aunque las palabras que Sean suelta me hacen volver a recordarla, ya estoy un poco más calmada. -Sin embargo ella siempre me decía que me parezco bastante a tí- realmente decía que me parecía a "mi padre". Aunque yo no quiero aceptar que ese hombre es mi padre, hay muchas pruebas que dicen que sí lo es. Así que solo por este momento utilizo ese termino. -Realmente no sé porque lo decía- agrego mientras me encojo de hombros.
Quiero saber más y más de mi madre, saber como la veían los demás. Pero justo cuando abro mi boca para hacer la pregunta, Sean se aleja y comienza a revisar los estantes de ropa sin objetivo alguno. Está bien, ya le preguntaré en otra ocasión. Reviso de reojo lo que el "hombre" hace mientras busco algo que convine con la prenda en mis manos y noto que se encuentra un poco aturdido. Desde que ella murió, muchos de los que la conocían ponían esa cara al enterarse lo que le había sucedido. Era muy probable que fuera una persona fácil de querer, por lo menos eso me pareció a mi en los últimos momentos que pasé con ella. Vuelvo a fijarme en Sean y lanzo una media sonrisa sin prestar atención en si alguien me mira. ¿Acaso yo me veía igual al recordarla? Sacudo la cabeza un poco, la idea de que yo pusiera esa cara no es algo que me agrada. Así que, para olvidarme, sigo buscando algo del mismo estilo que lo que llevo en la mano. Después de enterarme que mi madre usaba algo como eso, quería ver si me parezco a ella realmente.
Las palabras de Sean llegan a mis oídos mientras continuó con mi búsqueda. -Tiene muchas calorías y no es sano. El pan tiene 271 calorías cada 100 gramos. La carne picada unos 220 cada 100 gramos, y si se cocina frita eso aumenta mucho más, el queso...- me detengo en medio del comentario mirando hacia un punto fijo delante mío, porque sé que estoy sonando como un libro de nutrición y eso no le interesa a nadie. No lo hago a propósito, siempre fui así, cada vez que sé un dato lo lanzo sin pensar en si al otro le interesa escucharlo o no. -Está bien, vayamos por una hamburguesa- me doy por vencida, seguro que comer una hamburguesa grasienta por una vez no me haría nada.
Encuentro un pantalón de jean y un vestido bastantes delicados que no desentonan para nada con el estilo de la blusa. Así que me acerco al "hombre" y le muestro las tres prendas de ropa. -Llevaré esto, las tres cosas salen lo mismo que una remera de esas caras que no te importaba comprarme- le comento mientras me acerco a la dependiente para darle lo que compraré. Le dirijo una mirada a Sean esperando que pague para poder irnos. No lo quiero admitir, pero estoy completamente ansiosa porque una vez que lleguemos al lugar donde comeremos podré preguntarle cosas sobre mi madre, cosas que antes no me hubiera animado a comentarlas.
Una vez en las calles, nos dirigimos en dirección a algún lugar donde poder comprar esas hamburguesas grasientas que tanto se le antojan a Sean. Pero mis ansias se vuelven incontrolables y no puedo evitar preguntar lo que tantas ganas tenía de escuchar. -¿Como era mi madre cuando estaba contigo?- aprovecho la calle desprovista de gente para hablar y agacho un poco la cabeza para evitar la mirada de el "hombre". Sonó medio tonta la pregunta pero mis ganas de saber todo de esa persona que ya no esta conmigo son cada vez mas excesivas. -Es que... no recuerdo mucho de cuando era chica. Y mis últimos años... ella... trabajaba mucho. Y yo... bueno... no asaba mucho con ella- hablar de esto me pone un poco nerviosa así que rasco un poco mi nuca mirando hacia un costado. Aún así hago lo posible por escuchar a quien dice ser mi padre. Porque por primera vez estoy verdaderamente interesada en lo que pueda llegar a decir.
Quiero saber más y más de mi madre, saber como la veían los demás. Pero justo cuando abro mi boca para hacer la pregunta, Sean se aleja y comienza a revisar los estantes de ropa sin objetivo alguno. Está bien, ya le preguntaré en otra ocasión. Reviso de reojo lo que el "hombre" hace mientras busco algo que convine con la prenda en mis manos y noto que se encuentra un poco aturdido. Desde que ella murió, muchos de los que la conocían ponían esa cara al enterarse lo que le había sucedido. Era muy probable que fuera una persona fácil de querer, por lo menos eso me pareció a mi en los últimos momentos que pasé con ella. Vuelvo a fijarme en Sean y lanzo una media sonrisa sin prestar atención en si alguien me mira. ¿Acaso yo me veía igual al recordarla? Sacudo la cabeza un poco, la idea de que yo pusiera esa cara no es algo que me agrada. Así que, para olvidarme, sigo buscando algo del mismo estilo que lo que llevo en la mano. Después de enterarme que mi madre usaba algo como eso, quería ver si me parezco a ella realmente.
Las palabras de Sean llegan a mis oídos mientras continuó con mi búsqueda. -Tiene muchas calorías y no es sano. El pan tiene 271 calorías cada 100 gramos. La carne picada unos 220 cada 100 gramos, y si se cocina frita eso aumenta mucho más, el queso...- me detengo en medio del comentario mirando hacia un punto fijo delante mío, porque sé que estoy sonando como un libro de nutrición y eso no le interesa a nadie. No lo hago a propósito, siempre fui así, cada vez que sé un dato lo lanzo sin pensar en si al otro le interesa escucharlo o no. -Está bien, vayamos por una hamburguesa- me doy por vencida, seguro que comer una hamburguesa grasienta por una vez no me haría nada.
Encuentro un pantalón de jean y un vestido bastantes delicados que no desentonan para nada con el estilo de la blusa. Así que me acerco al "hombre" y le muestro las tres prendas de ropa. -Llevaré esto, las tres cosas salen lo mismo que una remera de esas caras que no te importaba comprarme- le comento mientras me acerco a la dependiente para darle lo que compraré. Le dirijo una mirada a Sean esperando que pague para poder irnos. No lo quiero admitir, pero estoy completamente ansiosa porque una vez que lleguemos al lugar donde comeremos podré preguntarle cosas sobre mi madre, cosas que antes no me hubiera animado a comentarlas.
Una vez en las calles, nos dirigimos en dirección a algún lugar donde poder comprar esas hamburguesas grasientas que tanto se le antojan a Sean. Pero mis ansias se vuelven incontrolables y no puedo evitar preguntar lo que tantas ganas tenía de escuchar. -¿Como era mi madre cuando estaba contigo?- aprovecho la calle desprovista de gente para hablar y agacho un poco la cabeza para evitar la mirada de el "hombre". Sonó medio tonta la pregunta pero mis ganas de saber todo de esa persona que ya no esta conmigo son cada vez mas excesivas. -Es que... no recuerdo mucho de cuando era chica. Y mis últimos años... ella... trabajaba mucho. Y yo... bueno... no asaba mucho con ella- hablar de esto me pone un poco nerviosa así que rasco un poco mi nuca mirando hacia un costado. Aún así hago lo posible por escuchar a quien dice ser mi padre. Porque por primera vez estoy verdaderamente interesada en lo que pueda llegar a decir.
Pensar en el hecho de que Margaret se haya atrevido a hacer comentarios como esos me deja lugar a creer en que ella pensaba en mí más de lo que yo he pensado en ella. Hay algo en el modo en el cual Audrey habla que indica que no eran comentarios con malas intenciones y es imposible que no me ponga a analizar las pequeñas cosas que tenemos en común; no hay demasiadas, pero si nos vamos a todo el asunto físico, ahí podemos comenzar a enumerarlas. Estoy seguro de que si yo cometiese el horror de llevar el pelo largo se vería exactamente igual que el suyo y sus ojos, me cueste admitirlo o no, me recuerdan a los míos, casi como si me viese en un espejo. Y ni hablar del modo en el cual mueve sus manos al intentar gesticular, o como tuerce los labios, o arruga el ceño… es como ver una versión femenina y pequeña de mí mismo algunas veces y, teniendo en cuenta de que nos conocimos hace poco, realmente me asusta.
Y ahí va, lo hace de nuevo. Creo que nunca terminaré de acostumbrarme a aquellos comentarios de nerd que tiene la costumbre de dejar caer como si nada, de modo que mis ojos se bizcan un momento antes de mirarla otra vez con cierto desconcierto. De todas formas ella acaba accediendo y eso consigue que le regale una sonrisa orgullosa – eso quería escuchar. Además, si no comes todas esas calorías ahora que eres joven, ¿cuándo lo harás? ¿Cuándo tu cuerpo no lo aguante? – comento con diversión, tomando el atrevimiento de acercarme para picarle una sola vez el estómago, aunque de inmediato me arrepiento. Que yo sepa, así es como se los trata a los pequeños, no a los adolescentes. Me froto la barbilla como si aquello fuese suficiente para callarme la boca, mirando las prendas que ha elegido, y no puedo evitar pellizcar el vestido – esto… Audrey, ¿no es muy escotado? – pregunto de forma dudosa, eligiendo las palabras con cuidado para no ganarme su bipolar odio. En mi opinión, las niñas usan vestiditos con florecillas hasta los quince años y luego de ello comienzan a maquillarse de una forma horrenda y exagerada que nunca he logrado comprender. De todas formas, rápidamente sacudo las manos, negando con la cabeza con la intención de que no me haga caso - ¿sabes qué? No me escuches. Tu regalo. Tú eliges – reitero. La sigo mientras saco la billetera y comienzo a chequear el dinero, hasta que hago entrega de éste y podemos huir del local. No se lo diré nunca, pero cuando salimos, me es imposible no sentir que he hecho algo bien por ella y eso me llena de una pizca de anormal orgullo.
Caminamos por las calles del distrito una vez más y mantengo un paso apretado, intentando dar con algún sitio en el cual podamos sentarnos a conversar con tranquilidad y a llenar nuestros estómagos, cuando la voz de Audrey me llega a los oídos desde algún punto a mi izquierda y tengo que girar la cabeza para mirarla y asegurarme que ha sido ella quien me ha hablado. Nunca hubiese imaginado que llegaría el día en el cual ella me pregunte por su madre, intentando hablar de ella… intentando hablar conmigo. Dejo salir un “ehh” pensativo, frotando mi mano contra mi cabello, y le hago un gesto que se detenga en un pequeño y simple restaurante aparentemente familiar que está bastante concurrido en una esquina - ¿quieres que nos quedemos aquí? Podemos … - no me demoro mucho en encontrar una pequeña mesa colocada en el exterior, ideal para estos días de verano, y me siento en ella, haciéndole una seña – creo que aquí estamos bien – miro alrededor con la excusa de encontrar a alguien que nos atienda, pero en lugar de eso me encuentro sumido en mis pensamientos, mordiendo mis labios como hago siempre que necesito pensar. Mis manos se encuentran sobre la mesa, frotándose ansiosamente entre sí, hasta que finalmente atrevo clavar mis ojos en los de mi hija – Ella era… bueno. La pregunta en realidad sería “¿qué no era?” – le sonrío, notando la nostalgia tanto en esa mueca como en mi voz. Dejo de mirarla porque me es imposible mantener la vista fija, sino que se pierde en algún punto lejano sin ver, centrándome en los detalles de mi memoria – tu madre era magnífica, Audrey. Tal vez éramos muy jóvenes, no lo sé, pero ella siempre supo como divertirse y hacía sentir a todos bien consigo mismos, especialmente a mí. Tenía esta cosa... está manía de obligarme a tomar el desayuno con ella todas las mañanas, en cualquier parte, y en cocinar unas tostadas de muerte – tomo aire y lo dejo salir con fuerza – te mentiría si no te dijese que fue el mejor verano de mi vida – acabo admitiendo, aunque me interrumpo al ver que se acercan para preguntarnos si deseamos la carta o ya vamos a pedir. Indico lo segundo, haciendo petición de dos hamburguesas y dos gaseosas, aunque mi mente está en otro lado. En todos aquellos instantes que inesperadamente, culminaron en el ahora, en el cual puedo sentarme y ver al resultado en vida de esos momentos que fueron tan perfectos.
Y ahí va, lo hace de nuevo. Creo que nunca terminaré de acostumbrarme a aquellos comentarios de nerd que tiene la costumbre de dejar caer como si nada, de modo que mis ojos se bizcan un momento antes de mirarla otra vez con cierto desconcierto. De todas formas ella acaba accediendo y eso consigue que le regale una sonrisa orgullosa – eso quería escuchar. Además, si no comes todas esas calorías ahora que eres joven, ¿cuándo lo harás? ¿Cuándo tu cuerpo no lo aguante? – comento con diversión, tomando el atrevimiento de acercarme para picarle una sola vez el estómago, aunque de inmediato me arrepiento. Que yo sepa, así es como se los trata a los pequeños, no a los adolescentes. Me froto la barbilla como si aquello fuese suficiente para callarme la boca, mirando las prendas que ha elegido, y no puedo evitar pellizcar el vestido – esto… Audrey, ¿no es muy escotado? – pregunto de forma dudosa, eligiendo las palabras con cuidado para no ganarme su bipolar odio. En mi opinión, las niñas usan vestiditos con florecillas hasta los quince años y luego de ello comienzan a maquillarse de una forma horrenda y exagerada que nunca he logrado comprender. De todas formas, rápidamente sacudo las manos, negando con la cabeza con la intención de que no me haga caso - ¿sabes qué? No me escuches. Tu regalo. Tú eliges – reitero. La sigo mientras saco la billetera y comienzo a chequear el dinero, hasta que hago entrega de éste y podemos huir del local. No se lo diré nunca, pero cuando salimos, me es imposible no sentir que he hecho algo bien por ella y eso me llena de una pizca de anormal orgullo.
Caminamos por las calles del distrito una vez más y mantengo un paso apretado, intentando dar con algún sitio en el cual podamos sentarnos a conversar con tranquilidad y a llenar nuestros estómagos, cuando la voz de Audrey me llega a los oídos desde algún punto a mi izquierda y tengo que girar la cabeza para mirarla y asegurarme que ha sido ella quien me ha hablado. Nunca hubiese imaginado que llegaría el día en el cual ella me pregunte por su madre, intentando hablar de ella… intentando hablar conmigo. Dejo salir un “ehh” pensativo, frotando mi mano contra mi cabello, y le hago un gesto que se detenga en un pequeño y simple restaurante aparentemente familiar que está bastante concurrido en una esquina - ¿quieres que nos quedemos aquí? Podemos … - no me demoro mucho en encontrar una pequeña mesa colocada en el exterior, ideal para estos días de verano, y me siento en ella, haciéndole una seña – creo que aquí estamos bien – miro alrededor con la excusa de encontrar a alguien que nos atienda, pero en lugar de eso me encuentro sumido en mis pensamientos, mordiendo mis labios como hago siempre que necesito pensar. Mis manos se encuentran sobre la mesa, frotándose ansiosamente entre sí, hasta que finalmente atrevo clavar mis ojos en los de mi hija – Ella era… bueno. La pregunta en realidad sería “¿qué no era?” – le sonrío, notando la nostalgia tanto en esa mueca como en mi voz. Dejo de mirarla porque me es imposible mantener la vista fija, sino que se pierde en algún punto lejano sin ver, centrándome en los detalles de mi memoria – tu madre era magnífica, Audrey. Tal vez éramos muy jóvenes, no lo sé, pero ella siempre supo como divertirse y hacía sentir a todos bien consigo mismos, especialmente a mí. Tenía esta cosa... está manía de obligarme a tomar el desayuno con ella todas las mañanas, en cualquier parte, y en cocinar unas tostadas de muerte – tomo aire y lo dejo salir con fuerza – te mentiría si no te dijese que fue el mejor verano de mi vida – acabo admitiendo, aunque me interrumpo al ver que se acercan para preguntarnos si deseamos la carta o ya vamos a pedir. Indico lo segundo, haciendo petición de dos hamburguesas y dos gaseosas, aunque mi mente está en otro lado. En todos aquellos instantes que inesperadamente, culminaron en el ahora, en el cual puedo sentarme y ver al resultado en vida de esos momentos que fueron tan perfectos.
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¿Acaso se piensa que tengo tres años? Son las primeras palabras que se cruzan en mi mente en cuanto miro y escucho su reacción ante mi decisión de aceptar ir a comer una hamburguesa. No puedo creerlo y mi cabeza comienza a moverse de un lado a otro en modo de resignación. Para colmo ahora me pregunta sobre si la ropa que elegí es escotada. A él que le importa esas cosas, además ya no tengo cinco como para ir usando esos ridículos vestidos con dibujos de tiernos ositos. -No lo es, está bien. Además...- mis palabras son interrumpidas por las suyas y asiento. Obviamente que voy a hacer lo que quiero, no pensaba escucharlo de todos modos.
Lo sigo esperando una respuesta. Ya que tanto quería hablar conmigo, ya que tanto intentaba llevarse bien, que pensé que su respuesta sería mucho más rápida. pero indudablemente no es así. Me hace señas a las cuales respondo deteniéndome. Busco con la mirada el lugar señalado y suspiro. Un pequeño restaurante familiar no es algo que me entusiasme y me entusiasma mucho menos aún el hecho de que me vean comer. La elección de una mesa cerca de la calle hace aún peor la situación. Una mueca de desaprobación ocupa mi cara, pero enseguida me acerco y tomo mi lugar justo en frente de Sean. Esta vez no me importa seguir sus ideas diferentes pero solo con el objetivo de escuchar lo que tanto deseo oír. Mis pies llegan con dificultad hacia el suelo, casi puedo moverlos juguetonamente para pasar el tiempo, pero se detienen cuando escucho la respuesta a mi pregunta. Lo miro de lado intentando comprender cada una de esas palabras pero cuanto más oígo más me hace pensar que todo esto es una tontería. Me dice todo lo que las demás personas dicen sobre ella, pero de repente escucho un comentario bastante único hasta ahora. Siempre pensé que yo era la única que sabía esa manía que tenía mi madre de desayunar acompañada. Me invaden todo tipo de pensamientos que me obligan a bajar la mirada por lo cual no me percato de que pide el hombre para comer, y muevo mis pies nuevamente mientras una gran pero nostálgica sonrisa se deja ver en mi rostro. -Era su manía, no podía desayunar sola. Decía que era muy triste.- susurro aunque me aseguro que Sean me escuche. -Y aunque solía cocinar fatal, siempre hacía las tostadas a su punto justo y sus café con leche eran riquísimos-admito soltando una segunda sonrisa pero sin levantar la mirada.
Su manera de hablar de mi madre parece ser cariñosa y eso genera en mí una nueva duda. Yo sé que mi madre nunca pudo olvidar a este hombre que está enfrente mío. Tanto así que en los momentos en que, según ella "me comportaba como mi padre", se alejaba de mí y desaparecía justo por la puerta principal de la casa; tanto así que en los últimos años había preferido pasar el tiempo fuera de casa que estando conmigo. ¿Pero él en algún momento la había amado? Tengo miedo de preguntar eso, porque en el caso de que el hombre no la haya amado... Bueno... De ser así yo sería un simple error del momento ¿No? ¿Cual sería la respuesta?
Ignoro mi duda y miro a la gente a mi alrededor. Diviso a una mujer leyendo y nuevos recuerdos me invaden. Señalo con la cabeza casi automáticamente a la mujer -A mi mamá le encantaba leer, decía que los libros podían hacer que conocieras nuevos mundos a los que no podías llegar a pie- acaricio la punta de mis cabellos tímidamente y con un suave suspiro me encojo de hombros- ella hizo que me guste tanto leer, o eso creo - dirijo una mirada de reojo al que dice ser mi padre -Sean, cuando era más joven, ¿Ella leía mucho?- aunque no vuelvo a observarlo espero su respuesta y detengo mi mirada en una familia que no para de reírse. Y una nueva pregunta me surge y la suelto como si nada- ¿También era tan torpe? Porque recuerdo que a veces se tropezaba en la calle y comenzaba a reírse - una pequeña risa atraída por el recuerdo sale de mi boca - Aunque quizás se reía para que no me asustara porque estaba sangrando o algo así- agrego mientras me doy cuenta que comienzo a balbucear. Estoy atosigando al hombre con preguntas, así que me callo y escucho lo que Sean tiene para decir.
Lo sigo esperando una respuesta. Ya que tanto quería hablar conmigo, ya que tanto intentaba llevarse bien, que pensé que su respuesta sería mucho más rápida. pero indudablemente no es así. Me hace señas a las cuales respondo deteniéndome. Busco con la mirada el lugar señalado y suspiro. Un pequeño restaurante familiar no es algo que me entusiasme y me entusiasma mucho menos aún el hecho de que me vean comer. La elección de una mesa cerca de la calle hace aún peor la situación. Una mueca de desaprobación ocupa mi cara, pero enseguida me acerco y tomo mi lugar justo en frente de Sean. Esta vez no me importa seguir sus ideas diferentes pero solo con el objetivo de escuchar lo que tanto deseo oír. Mis pies llegan con dificultad hacia el suelo, casi puedo moverlos juguetonamente para pasar el tiempo, pero se detienen cuando escucho la respuesta a mi pregunta. Lo miro de lado intentando comprender cada una de esas palabras pero cuanto más oígo más me hace pensar que todo esto es una tontería. Me dice todo lo que las demás personas dicen sobre ella, pero de repente escucho un comentario bastante único hasta ahora. Siempre pensé que yo era la única que sabía esa manía que tenía mi madre de desayunar acompañada. Me invaden todo tipo de pensamientos que me obligan a bajar la mirada por lo cual no me percato de que pide el hombre para comer, y muevo mis pies nuevamente mientras una gran pero nostálgica sonrisa se deja ver en mi rostro. -Era su manía, no podía desayunar sola. Decía que era muy triste.- susurro aunque me aseguro que Sean me escuche. -Y aunque solía cocinar fatal, siempre hacía las tostadas a su punto justo y sus café con leche eran riquísimos-admito soltando una segunda sonrisa pero sin levantar la mirada.
Su manera de hablar de mi madre parece ser cariñosa y eso genera en mí una nueva duda. Yo sé que mi madre nunca pudo olvidar a este hombre que está enfrente mío. Tanto así que en los momentos en que, según ella "me comportaba como mi padre", se alejaba de mí y desaparecía justo por la puerta principal de la casa; tanto así que en los últimos años había preferido pasar el tiempo fuera de casa que estando conmigo. ¿Pero él en algún momento la había amado? Tengo miedo de preguntar eso, porque en el caso de que el hombre no la haya amado... Bueno... De ser así yo sería un simple error del momento ¿No? ¿Cual sería la respuesta?
Ignoro mi duda y miro a la gente a mi alrededor. Diviso a una mujer leyendo y nuevos recuerdos me invaden. Señalo con la cabeza casi automáticamente a la mujer -A mi mamá le encantaba leer, decía que los libros podían hacer que conocieras nuevos mundos a los que no podías llegar a pie- acaricio la punta de mis cabellos tímidamente y con un suave suspiro me encojo de hombros- ella hizo que me guste tanto leer, o eso creo - dirijo una mirada de reojo al que dice ser mi padre -Sean, cuando era más joven, ¿Ella leía mucho?- aunque no vuelvo a observarlo espero su respuesta y detengo mi mirada en una familia que no para de reírse. Y una nueva pregunta me surge y la suelto como si nada- ¿También era tan torpe? Porque recuerdo que a veces se tropezaba en la calle y comenzaba a reírse - una pequeña risa atraída por el recuerdo sale de mi boca - Aunque quizás se reía para que no me asustara porque estaba sangrando o algo así- agrego mientras me doy cuenta que comienzo a balbucear. Estoy atosigando al hombre con preguntas, así que me callo y escucho lo que Sean tiene para decir.
No me he dado el lujo de pensar en Margareth con detenimiento en muchos años, lo que transforma el tenerla presente todo el tiempo, en una especie de acto involuntario y un poco confuso, incluso tortuoso. La verdad es que no he hablado de ella con nadie en mucho tiempo, y casi podría decirse que me tomé mi espacio para fingir que incluso nunca había ocurrido. Vamos, éramos muy chicos, en ese momento apenas tenía pensamientos acomodados con todo lo que me estaba pasando y allí estaba ella. No hubiese imaginado jamás que iba a encontrarme a cargo de su hija. Nuestra hija. A decir verdad me es sorprendente el alcanzar a vislumbrar un asomo de sonrisa en los labios de Audrey, y hasta puedo decir que he encontrado el punto crucial que tenemos en común. Tal vez ella haya perdido a una madre, pero yo también he perdido a una vieja amiga, alguien a quien le guardo mucho cariño; he escuchado que muchas veces, el compartir no incluye necesariamente acciones físicas. Margareth nos ha dejado solos, pero ambos nos tenemos el uno al otro, incluso cuando ella no se da cuenta; quizá es muy joven todavía como para entender algunas cosas, aunque no se lo reprocho porque a mí también se me complica el intentar darles una forma.
- Sí, diablos. ¿Alguna vez intentó hacerte comer su tortilla? Era asquerosa - comento con una risa cargada de nostalgia, recargándome en el asiento y negando levemente con la cabeza - pero jamás se lo dije. Lo bueno era simplemente sonreír y fingir que estabas disfrutando para evitar su furia - probablemente ella no se enojaría; solamente no me gustaba negarle las cosas porque me daba gusto el ver sus ojos felices por el simple hecho de compartir algo tan tonto como una comida. Apoyo mi codo en el apoyabrazos de la silla, de modo que recargo mi cabeza al rascarme la barbilla una y otra vez mientras continúo con mi mente en otro lado, cuando Audrey comenta algo que me hace mirarla con curiosidad. Son obvios los esfuerzos que hace por contenerse, o tal vez es que simplemente está luchando consigo misma al entablar una conversación decente conmigo. Sea cual sea el punto, puedo comprender totalmente que quiera saber de su madre, incluso cuando hablar del tema me produce un extraño sentimiento vacío en mi estómago. Así que simplemente hago tripas corazón y cruzo mis manos sobre mi pecho, casi recostándome en la silla mientras clavo la mirada en el cielo, pensativo - ella nombraba constantemente frases de libros y me contaba sobre ellos, pero a decir verdad, en ese verano se encontraba leyendo uno solo. Un tomo bastante gordo que no puedo recordar - admito. Me gustaría poder decirle algo más útil, pero lamentablemente eso es todo lo que tengo. Tal vez no me tomé la molestia de conocerla tanto como debería.
La risa de la familia atrapa nuestras miradas, y yo me demoro en ellos, preguntándome cómo se supone que seamos como esa gente, cuando Audrey sigue con sus preguntas. Ni siquiera tiene que dar aclaraciones para conseguir que se me escape una risa bastante ruidosa que soy incapaz de contener - no, tu madre ya estaba acostumbrada. Una vez cayó dentro de una zanja solamente por querer esquivarme en medio de la calle. Hay que admitir que tenía su encanto - añado a modo de broma. Podría seguir con las anécdotas mil años más, pero somos interrumpidos cuando llega nuestro pedido, así que me siento derecho dando las gracias y de inmediato paso a la tarea de ponerme a condimentar mi hamburguesa - cuando Seth era más pequeño, hasta jugábamos carreras para ver quien terminaba más rápido la hamburguesa más grande - le comento, luchando con la boquilla de la salsa de tomate - era un buen modo de convencerlo para que se termine su comida. A veces hay que darse maña... - en cuanto termino con aquel aderezo, se lo dejo cerca a Audrey por si quiere y aplasto el pan contra el resto de la hamburguesa para "compactarla" y que no se le salga nada por los costados.
Le doy el primer mordisco y observo detenidamente a la niña, hasta que trago y doy un sorbo a la bebida - tu madre no se tomó el tiempo de contarte nada de esto, ¿verdad? ¿Ni siquiera como una anécdota casual? - hay muchas cosas que no comprenderé de Margareth, mucho menos ahora.
- Sí, diablos. ¿Alguna vez intentó hacerte comer su tortilla? Era asquerosa - comento con una risa cargada de nostalgia, recargándome en el asiento y negando levemente con la cabeza - pero jamás se lo dije. Lo bueno era simplemente sonreír y fingir que estabas disfrutando para evitar su furia - probablemente ella no se enojaría; solamente no me gustaba negarle las cosas porque me daba gusto el ver sus ojos felices por el simple hecho de compartir algo tan tonto como una comida. Apoyo mi codo en el apoyabrazos de la silla, de modo que recargo mi cabeza al rascarme la barbilla una y otra vez mientras continúo con mi mente en otro lado, cuando Audrey comenta algo que me hace mirarla con curiosidad. Son obvios los esfuerzos que hace por contenerse, o tal vez es que simplemente está luchando consigo misma al entablar una conversación decente conmigo. Sea cual sea el punto, puedo comprender totalmente que quiera saber de su madre, incluso cuando hablar del tema me produce un extraño sentimiento vacío en mi estómago. Así que simplemente hago tripas corazón y cruzo mis manos sobre mi pecho, casi recostándome en la silla mientras clavo la mirada en el cielo, pensativo - ella nombraba constantemente frases de libros y me contaba sobre ellos, pero a decir verdad, en ese verano se encontraba leyendo uno solo. Un tomo bastante gordo que no puedo recordar - admito. Me gustaría poder decirle algo más útil, pero lamentablemente eso es todo lo que tengo. Tal vez no me tomé la molestia de conocerla tanto como debería.
La risa de la familia atrapa nuestras miradas, y yo me demoro en ellos, preguntándome cómo se supone que seamos como esa gente, cuando Audrey sigue con sus preguntas. Ni siquiera tiene que dar aclaraciones para conseguir que se me escape una risa bastante ruidosa que soy incapaz de contener - no, tu madre ya estaba acostumbrada. Una vez cayó dentro de una zanja solamente por querer esquivarme en medio de la calle. Hay que admitir que tenía su encanto - añado a modo de broma. Podría seguir con las anécdotas mil años más, pero somos interrumpidos cuando llega nuestro pedido, así que me siento derecho dando las gracias y de inmediato paso a la tarea de ponerme a condimentar mi hamburguesa - cuando Seth era más pequeño, hasta jugábamos carreras para ver quien terminaba más rápido la hamburguesa más grande - le comento, luchando con la boquilla de la salsa de tomate - era un buen modo de convencerlo para que se termine su comida. A veces hay que darse maña... - en cuanto termino con aquel aderezo, se lo dejo cerca a Audrey por si quiere y aplasto el pan contra el resto de la hamburguesa para "compactarla" y que no se le salga nada por los costados.
Le doy el primer mordisco y observo detenidamente a la niña, hasta que trago y doy un sorbo a la bebida - tu madre no se tomó el tiempo de contarte nada de esto, ¿verdad? ¿Ni siquiera como una anécdota casual? - hay muchas cosas que no comprenderé de Margareth, mucho menos ahora.
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¿Tortilla? Asiento con la cabeza indicándole a Sean que sí, que había comido eso a lo que mi mamá solía decirle "tortilla" que no se parecía y no sabía a eso en realidad. Era una de las comidas que, según ella, "sabía hacer". Pero yo nunca logré entender como una persona podía hacer terminar algo tan simple como una tortilla en algo totalmente diferente. Todo, desde su mala cocina hasta su torpeza era lo que la hacía tan especial y que todos lograran quererle, porque sí, todos los que la llegaron a conocer la querían. Solo el recordar toda su forma de ser me hace soltar una delicada carcajada contenida, mientras me llevo la mano hacia la boca por simple hecho de vergüenza.
Nuestra charla es interrumpida por el hombre que nos trae lo que Sean pidió. Coloca dos gaseosas y dos enormes hamburguesas, las cuales no puedo evitar mirarlas mientras me pregunto porque no pueden ser de un tamaño más normal. Largo un pequeño suspiro ignorando completamente el comentario sobre las competencias de comida. Por más de que parece un poco divertido, no pienso hacer esa clase de cosas mientras hay gente alrededor. Solo agarro el condimento que "el hombre" me alcanza y le agrego un poco a la hamburguesa. La cual me la llevo a la boca para darle el primer mordisco, no sin antes imitar a Sean y "compactarla".
Voy a darle un segundo mordisco pero el comentario de "el hombre" me hace bajar la hamburguesa lentamente. Bajo también la mirada mientras pienso cuales serían las palabras correctas en este momento. La verdad que no me gustaba recordar las actitudes de mi madre cuando pasaba algo que le hacía recordar a Sean. -Esto... Mi madre... Ella no me dijo casi nada sobre el momento que pasaron juntos- suspiro y me encojo de hombros decidida esta vez a darle un gran mordisco a mi comida. Luego de tragar, tomo un sorbo de gaseosa y continúo -Yo siempre supuse que bueno... que estabas muerto o algo así. Aunque a veces dudaba un poco de eso y solo me parecía que te odiaba. - vuelvo a morder mi hamburguesa y trago-El último tiempo ella se alejaba mucho de casa, hacía viajes muy largos y yo casi no la veía. Y cuando estaba conmigo a veces se enojaba y me decía que me parecía mucho a mi padre... aunque nunca la entendí bien,- frunzo el ceño demostrando un poco de confusión- porque por momentos me miraba mientras sonreía y me decía que me parecía a mi padre.- suelto un suspiro de resignación - Nunca supe bien como actuar frente a ella, a veces se enojaba, otras veces se alegraba y cuando le preguntaba por mi padre siempre respondía lo mismo: "Lo único que tienes que saber es que ya no se encuentra aquí".- hablar del tema me frustra, siempre ha sido así. -Yo siempre quise saber que fue lo que pasó para que ella tuviera reacciones tan contradictorias- lanzo un suspiro de resignación, y me dedico a comer mi hamburguesa sin soltar ni una palabra más ni dedicarle una mirada "al hombre".
Doy el último bocado y me bebo lo último de mi gaseosa para ayudarme a tragar lo que me queda en la boca. Finalmente decido observar cuanto es lo que le falta a Sean para terminar. -Mamá nunca te dijo que estaba embarazada ¿no?- pregunto tomando un poco de valor aunque ya se cual es la respuesta. Lo que en realidad quiero preguntar hace tiempo es otra cosa, así que trago un poco de saliva y finalmente me decido a hacerlo - Si hubieras sabido que Margareth estaba embarazada ¿te hubieras quedado con nosotras?- no puedo evitar el soltar las palabras con una voz temblorosa mientras bajo la mirada tímidamente. ¿Que contestará? Si dice que no... bueno... no sé porqué pero realmente estaré triste. El valor que se me había llenado hace un rato ahora es remplazado por una total inseguridad. No sé realmente si quiero escuchar la respuesta después de todo. Por lo que sin ver si quiera si Sean terminó de comer o no y sin dejarle hablar, me levanto de la silla bruscamente - Olvídalo, olvida lo que pregunté. Es algo muy tonto.- miro de un lado a otro a la gente que ahora me miraba. Creo que no fue buena idea lo de levantarme tan violentamente porque había llamado la atención de todos los de alrededor, cosa que hace que me ruborice. -Quiero irme- alego alejándome de la mesa y de ese restaurante lo más rápido posible, mientras froto uno de mis brazos para intentar calmar un poco los nervios (que evidentemente me habían surgido a causa de la pregunta y de mi extraña manera de llamar la atención). Solo me dirijo a casa a paso veloz, sin mirar hacia atrás para ver si Sean me sigue o no. Entrar en casa, encerrarme en mi habitación y leer es lo único que me apetece en este momento.
Nuestra charla es interrumpida por el hombre que nos trae lo que Sean pidió. Coloca dos gaseosas y dos enormes hamburguesas, las cuales no puedo evitar mirarlas mientras me pregunto porque no pueden ser de un tamaño más normal. Largo un pequeño suspiro ignorando completamente el comentario sobre las competencias de comida. Por más de que parece un poco divertido, no pienso hacer esa clase de cosas mientras hay gente alrededor. Solo agarro el condimento que "el hombre" me alcanza y le agrego un poco a la hamburguesa. La cual me la llevo a la boca para darle el primer mordisco, no sin antes imitar a Sean y "compactarla".
Voy a darle un segundo mordisco pero el comentario de "el hombre" me hace bajar la hamburguesa lentamente. Bajo también la mirada mientras pienso cuales serían las palabras correctas en este momento. La verdad que no me gustaba recordar las actitudes de mi madre cuando pasaba algo que le hacía recordar a Sean. -Esto... Mi madre... Ella no me dijo casi nada sobre el momento que pasaron juntos- suspiro y me encojo de hombros decidida esta vez a darle un gran mordisco a mi comida. Luego de tragar, tomo un sorbo de gaseosa y continúo -Yo siempre supuse que bueno... que estabas muerto o algo así. Aunque a veces dudaba un poco de eso y solo me parecía que te odiaba. - vuelvo a morder mi hamburguesa y trago-El último tiempo ella se alejaba mucho de casa, hacía viajes muy largos y yo casi no la veía. Y cuando estaba conmigo a veces se enojaba y me decía que me parecía mucho a mi padre... aunque nunca la entendí bien,- frunzo el ceño demostrando un poco de confusión- porque por momentos me miraba mientras sonreía y me decía que me parecía a mi padre.- suelto un suspiro de resignación - Nunca supe bien como actuar frente a ella, a veces se enojaba, otras veces se alegraba y cuando le preguntaba por mi padre siempre respondía lo mismo: "Lo único que tienes que saber es que ya no se encuentra aquí".- hablar del tema me frustra, siempre ha sido así. -Yo siempre quise saber que fue lo que pasó para que ella tuviera reacciones tan contradictorias- lanzo un suspiro de resignación, y me dedico a comer mi hamburguesa sin soltar ni una palabra más ni dedicarle una mirada "al hombre".
Doy el último bocado y me bebo lo último de mi gaseosa para ayudarme a tragar lo que me queda en la boca. Finalmente decido observar cuanto es lo que le falta a Sean para terminar. -Mamá nunca te dijo que estaba embarazada ¿no?- pregunto tomando un poco de valor aunque ya se cual es la respuesta. Lo que en realidad quiero preguntar hace tiempo es otra cosa, así que trago un poco de saliva y finalmente me decido a hacerlo - Si hubieras sabido que Margareth estaba embarazada ¿te hubieras quedado con nosotras?- no puedo evitar el soltar las palabras con una voz temblorosa mientras bajo la mirada tímidamente. ¿Que contestará? Si dice que no... bueno... no sé porqué pero realmente estaré triste. El valor que se me había llenado hace un rato ahora es remplazado por una total inseguridad. No sé realmente si quiero escuchar la respuesta después de todo. Por lo que sin ver si quiera si Sean terminó de comer o no y sin dejarle hablar, me levanto de la silla bruscamente - Olvídalo, olvida lo que pregunté. Es algo muy tonto.- miro de un lado a otro a la gente que ahora me miraba. Creo que no fue buena idea lo de levantarme tan violentamente porque había llamado la atención de todos los de alrededor, cosa que hace que me ruborice. -Quiero irme- alego alejándome de la mesa y de ese restaurante lo más rápido posible, mientras froto uno de mis brazos para intentar calmar un poco los nervios (que evidentemente me habían surgido a causa de la pregunta y de mi extraña manera de llamar la atención). Solo me dirijo a casa a paso veloz, sin mirar hacia atrás para ver si Sean me sigue o no. Entrar en casa, encerrarme en mi habitación y leer es lo único que me apetece en este momento.
Nada de lo que me cuenta me sorprende en realidad, así que, para no meter la pata, me dedico a comer en silencio mientras clavo mi mirada en la señorita que tengo delante. Admito que Audrey se parece demasiado a mí, pero muchos de sus gestos parecen haber sido pintados de las memorias que tengo de su madre, hace ya tanto tiempo que creo que es la vida de alguien más la que estoy recordando y no la mía propia. Pasaron demasiadas cosas, la mayoría no muy agradables. Me limpio un poco los rastros de aderezo que quedan en mi boca con el dorso de la mano y trago con fuerza porque he mordido un pedazo en especial grande, y acabo torciendo los labios – muchas cosas pasaron, creo yo. No tuvimos una ruptura especialmente amigable – ella tenía que marcharse y yo no pensaba dejar mi hogar, y ni hablar de que Margareth no parecía muy contenta con las cosas que andaban ocurriendo en esos tiempos con mi querida prima.
Doy otro bocado y, por un momento, creo que voy a atragantarme por culpa de su pregunta, así que tengo que darme un par de golpes en el pecho para pasar el enorme tamaño de la comida que parece encontrarse muy cómoda en medio de mi garganta. Niego lentamente con la cabeza cuando creo que ya no voy a morirme y bebo un poco para pasar la comida. Su siguiente pregunta me deja un momento pensativo, o al menos, el tiempo suficiente como para que de golpe ella se ponga de pie tan rápido que ni siquiera me di cuenta de que se terminó la comida - ¡Audrey! – le llamo, confundido. Vale, los adolescentes y sus cambios de humor siempre me resultaron llamativos, pero ahora mismo me desconcierta - ¡Audrey, espera! – me meto lo que queda de la hamburguesa en mi boca y bebo tan rápido la gaseosa que todos los sabores se me mezclan en la boca, mientras le hago señas al camarero. Hago malabares para sacar el dinero, dejarlo sobre la mesa y tomar sus compras, y entonces me doy el gusto de salir corriendo tras ella. Tal vez ahora no es momento de hablar. Tal vez, no está preparada para escuchar que nunca las habría abandonado de haberlo sabido. Ya habrá tiempo para todo lo que nos hemos perdido durante casi catorce años.
Doy otro bocado y, por un momento, creo que voy a atragantarme por culpa de su pregunta, así que tengo que darme un par de golpes en el pecho para pasar el enorme tamaño de la comida que parece encontrarse muy cómoda en medio de mi garganta. Niego lentamente con la cabeza cuando creo que ya no voy a morirme y bebo un poco para pasar la comida. Su siguiente pregunta me deja un momento pensativo, o al menos, el tiempo suficiente como para que de golpe ella se ponga de pie tan rápido que ni siquiera me di cuenta de que se terminó la comida - ¡Audrey! – le llamo, confundido. Vale, los adolescentes y sus cambios de humor siempre me resultaron llamativos, pero ahora mismo me desconcierta - ¡Audrey, espera! – me meto lo que queda de la hamburguesa en mi boca y bebo tan rápido la gaseosa que todos los sabores se me mezclan en la boca, mientras le hago señas al camarero. Hago malabares para sacar el dinero, dejarlo sobre la mesa y tomar sus compras, y entonces me doy el gusto de salir corriendo tras ella. Tal vez ahora no es momento de hablar. Tal vez, no está preparada para escuchar que nunca las habría abandonado de haberlo sabido. Ya habrá tiempo para todo lo que nos hemos perdido durante casi catorce años.
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