The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Jolene W. Yorkey
Mentor
Mi aliento, que ha empañado el vidrio del tren, no tarda en ser barrido por mis dedos. Me encuentro en un largo viaje desde la Isla de los Vencedores hacia el Capitolio, porque repentinamente se les ha dado por exigir mi presencia frente a las autoridades o algo por el estilo. No me dieron explicaciones y, como sé que no iban a responderme, en ningún momento las exigí. Me han buscado bien temprano por la mañana, metido en el tren y, desde ayer, todo lo que veo son paisajes cambiantes y veloces tras los cristales.

De todas formas sé que este no va a ser un viaje de placer, porque de todos los Vencedores creo que yo soy de las menos queridas por los poderosos. Puede que no haya dicho nada explícito, pero haber llegado a los Juegos anunciando que deseaba que todos se vean obligados a recordar la injusta muerte de mi hermana, no es precisamente un acto de paz. Probablemente, porque ya no queda paz en mí que pueda recitar. Desde que Erígone murió, las cosas han ido de mal en peor hasta convertirse en una hilera de malos recuerdos llenos de sombras. Pienso en mamá, a la cual se me permite ver poco y nada, y en todas las tristezas que le estoy ocasionando con mis caprichos. No creo que alguna vez me entienda. Nadie lo hace. Y yo solamente me veo obligada a pedirles que me dejen hacer lo que creo correcto, aunque ello me lleve a un final doloroso e inevitable.

Cuando el sol se encuentra en el punto máximo de la tarde de mi segundo día de viaje, puedo distinguir el Capitolio, brillante e imponente bajo la luz del día, haciendo que me muerda el labio inferior. Es la primera vez que me encuentro aquí sola: primero vine acompañada de todos los tributos y luego, por Andy y Jeremy en la Gira de la Victoria. Y ni hablar de las pocas veces que estuve haciendo de mentora con Andy. Pensar en ambos hace que se me escape un suspiro, porque al no saber que me espera y encontrarme sin su compañía, hace que los extrañe más de lo normal. Incluso cuando nos detenemos en la estación y desciendo con mi acompañante, me giro para hacer un comentario a alguno de aquellos dos que brillan por su ausencia. Entonces me doy cuenta de que nadie me está guardando las espaldas.

Me meten en un auto con vidrios oscuros junto a mi escolta y vuelvo a apoyar la frente contra la ventana, observando la ciudad de manera aburrida mientras avanzamos por las calles y avenidas tan coloridas en comparación a lo gris que me resulta donde vivo, aunque en cierto modo lo prefiero. En algún momento nos detenemos y yo me acomodo en mi sitio para asomarme por la ventana, notando la enorme casa de gobierno. Frunzo el ceño ¿Por qué exactamente me han mandado a llamar? No es por los Juegos, estoy segura. Todavía no comienzan y yo no tengo nada que organizar. Estoy tan preocupada en mis pensamientos que ni noto cuando me abren la puerta del auto y yo casi caigo de cabeza al suelo al estar apoyada en ella. Bajo con la mayor elegancia que me es posible, aunque mis movimientos son desgarbados como de costumbre, y avanzo con mi escolta hasta ingresar en el edificio.

Pocas veces estuve aquí dentro y sigue sin ser mi lugar favorito, en lo absoluto. Las paredes me huelen a encierro y represión. No abro la boca mientras soy guiada por lujosos pasillos de techo alto, escuchando nuestros pasos retumbar. Cuando nos detenemos frente a una enorme puerta de roble, nos frenan dos Agentes de la Paz que están apostados a ambos lados. Mi escolta informa que tenemos cita y uno de ellos asiente - El vicepresidente la está esperando - dice nomas. ¿Vicepresidente? ¿Me hicieron venir aquí para hablar con el vicepresidente?

Me abren la puerta y me hacen ingresar, sin escolta, sin amigos, sin protección. Apenas alcanzo a echarle un vistazo a la pomposa sala cuando la puerta se cierra atrás de mí, y mis ojos caen sobre la persona que se encuentra sentada frente a un enorme escritorio de madera. Mi corazón parece saltarse un latido y el mundo amenaza con sacudirse. Porque pasaron ocho largos años, porque siempre supe que estaba vivo, porque no comprendo como es posible que él, justamente él, sea quien me observe con los mismos ojos que alguna vez me miraron, aunque en ese entonces mi vida era muy diferente y yo era mucho más pequeña... y él, mucho más joven.

- ¿Padre?

Jolene W. Yorkey
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Aquella tarde me encontraba solo en mi despacho. Sabia que ella pronto llegaría, deje sobre mi escritorio de varios expedientes sobre mentores. Me levante y me pare, para ir frente a uno de los grandes ventanales del palacio, en el exterior podía ver a los guardias en filas de tres recorrer las calles seguras del Capitolio, así como a su vez vigilaban de cerca el palacete del gobierno. El presidente me informo sobre los rebeldes que atentaban contra el Capitolio, personas que nos trataban de tiranos, ignorantes a mi noble parecer. Sin embargo no solo pasaba por ahí, mi hija había sido vista entre aquellos rebeldes, y, solo yo podría intervenir en esto. De nuevo debería enfrentarme a personas que querían destruir esta utopía de poder, un estado como el Capitolio, que bajo sus gobernantes se extiende una enorme raíz de magia. Suspire un poco mirándome las manos, la magia que corría por mis venas era la mas pura y fuerte que se haya visto en años; con ella yo mate a mis padres al ser sobornados por ellos, la odiaba pero la amaba, un sin fin de emociones sin sentido.

Una hermosa mujer de cabellos rubios cuyo peinado parecía una diosa griega, hizo presencia detrás de mi. Sus brazos me abrazan uniendo sus manos en mi pecho, recostando al final su mejilla en mi espalda; ella era mi nueva esposa, ella me amaba con locura y daría su propia vida por mi, estaba enamorada en cambio, yo no. No fui hecho para amar, no la amaba, pero fue quien me dio a mis dos hijos, a mis gemelos varones, mi orgullo como hombre, una familia sin hijas mujeres. Inconscientemente mis manos se posaron sobre las de ella, dejando ver por el brillo de la luna que entraba por el ventanal las dos alianzas que nos unían.-Teseo, se que no me haces caso una vez que tomas una decisión. Respeto mucho tu palabra llena de sabiduría querido, pero, trátala con amabilidad, ella después de todo es tu hija.-la mujer alzo su mano derecha acariciando mi mejilla para demostrarme un afecto que yo no sentía; mis labios se mantuvieron gélidos sin mostrar algún efecto de emoción en la cara.-No. No tendré piedad con ella, no solo para mi es una hija bastarda, si no que se atreve a meterse con esos malditos rebeldes, ella sera sentenciada como los demás.-dije sin mas, ella cerro de forma suave los ojos, ella era la que menos quería que me enfrentara a mi hija, siempre trato de hacerme ver que no tenia sentido pelear con mi hija, quería que arregle las cosas con alguien de mi misma sangre, se presto ella misma a ayudar monetariamente a mi ex familia pero me negué rotundamente.-Vamos, tenemos que descansar.-dije separándome de ella, tome su mano para salir de aquella oficina, cerré la puerta dejando todo en un durmiente silencio.-

A la mañana siguiente estaba en mi despacho sentado nuevamente, portaba un elegante traje de color negro acompañado de una túnica como usaban antes los magos, larga y acampanada de un color verde oscuro con detalles en rojo bordados en los bordes, detrás de mi espalda resplandecía el escudo del Neopanem que imponía fuerza a quien lo mirase. Me levante de mi escritorio, los guardias entraron lanzando a un joven de no mas de 20 años delante de mi el cual callo de rodillas temblando ante mi presencia, mis jueces e consejeros se pusieron a un lado de mi pare mirar a aquella persona con enojo en sus rostros.-Mi señor, piedad, mi señor te lo ruego.-dijo aquel joven llorando, quien no me tenia miedo era un estúpido, era una persona que hacia llorar a cualquiera que callera en mis garras.-Alexander Ashemborn, se te acusa del uso de la magia delante de menores, se te acusa de portar una familia mágica, se te acusa de tener dos hijas de 9 años que saben usar magia, ¿es verdad o mentira?.-sentencie mientras los jueces a mi lado anotaban todo lo que se decía en esa sala, el hombro lloroso tomo mi túnica pero no me moví mas bien esperaba una respuesta.-Es cierto, es cierto mi señor. Mi familia es mágica pero te lo ruego, no lastimes a mis hijas, lastimadme a mi, te lo suplico. Tu tienes hijos sabes lo que es perderlos, te lo ruego mi señor..por..favor mis hijas no.-comenzó a llorar suplicante de que no lastimara a su familia, mire a los guardias los cuales sujetaron a Alexander de los brazos con fuerza, me quede en silencio meditando que haría con él, suspire escuchando a mis consejeros, lamentablemente debía hacerlo, por el bien de todos.-

-Alexander, te acuso de practicar magia cuando sabes que esta prohibida. Te sentencio a morir esta misma tarde en manos de nuestro verdugo. Decreto ante mis jueces de paz y testigos, que esta misma tarde la esposa de Alexander sera llevada a la horca por el uso de magia y sus dos hijas Elizabeth y Marie Ashemborn, serán sentenciadas a la hoguera, que el fuego libre sus pecados.-el hombre me miro lleno de furia al mismo tiempo de dolor, intento venir contra mi pero no pudo, lo sacaron de la sala arrastrándolo. Todos se marcharon dejándome solo, mire al gran ventanal para observar con calma todo el panorama, suspire pensando con calma, para sentarme en el borde de mis escritorio para escuchar aun los gritos de aquel hombre en la calle siendo golpeado para llevarlo a la decapitación ordenada.-Era necesario, vendrás a cuestionarme.-alce la mirada mirando a mi esposa con los dos gemelos en cada mano mirándome con sus sonrisas típicas.-Eran dos niñas, dos niñas de 9 años, ¿como puedes ordenar la hoguera Teseo?, eran niñas por el amor de dios, niñas.-alce la mano y la lengua de esta se trabo en su garganta, ella era una mujer mágica también por ende sabia de mi poder, me miro poniéndose roja tras el uso de mi oscura mágica.-Silencio, no te atrevas a levantarme la voz.-libere su lengua para que tosiera, uno de los gemelos se soltó tomando la mano de su hermano, fueron a dos amplios sillones color carmín, tomaron un libro del despacho para leerlo juntos, como los respaldos daban hacia mi no se veía la presencia de los mismos.-Vete, ahora.-gire, ella me miro dolida para marcharse del despacho, me quede parado en el medio de la sala, camine hasta mis hijos para darles un beso en la frente a cada uno abrazándolos con ternura, era a los únicos que trataba así.-Algún día, ustedes deberán ser justos, quiero que aprendan todo lo que puedan aprender del Capitolio, ¿entendido?.-ellos me miraron.-Si, padre.-dijeron, los deje leyendo lo que desearan.-

La tarde al poco tiempo volvió a caer, la gente fue hacia donde seria el espectáculo, la sentencia seria leída y declara por el presidente ya que yo debía esperar la visita de alguien mas. Cuando la puerta se abrió a mis espaldas gire para ver a mi hija delante de mi, era hermosa debía admitirlo pero era para mi la nada total. Ella me llamo "padre", yo solo amague para que se sentara en uno de los sillones mientras que yo me quede parado.-Jolene, hija.-dije con calma al mismo tiempo fríamente.-Gracias por venir, por favor, toma asiento. Tenemos que hablar de un tema especial.-gire esperando a que no se sentara, estaba claro que no lo haría, veía en ella furia, tristeza, enojo, lo que menos haría es abrazarme, me puse a la defensiva sin que se notara.-
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Jolene W. Yorkey
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¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Dónde? Mi padre no puede ser vicepresidente. Él es un hombre humilde del Distrito 8, que puede no prestarle atención a su familia, pero no tiene poder. No puede ser la mano derecha del Presidente. No puede... ¿qué? ¡Claro que puede! Si él nos dejó justamente por este motivo: ser alguien en la vida, alguien que la familia que él detestaba no le permitía ser. Puede que yo era pequeña la última vez que la vi, pero no era idiota y tampoco lo soy ahora. Siento una oleada de rabia, una rabia producida por el odio. Mientras él se dedicaba a escalar posiciones, nosotros luchábamos contra el hambre, el dolor de la muerte de Erígone y mi propio enfrentamiento con la muerte. Muerte. Él podría haberlo evitado, pero se limitó a sentarse en un despacho chupando las medias a los poderosos para ser alguien.

Me cuesta encontrarle la mirada, porque en sus ojos oscuros veo los de mi hermana, tan diferentes a los míos y a los de mamá. Pero en los de Teseo no existe ninguna calidez, solo un túnel frío cargado de oscuridad. Un asco me carcome con dentro cuando pronuncia mi nombre, tratándome como si nunca se hubiese ido, como si volverme a ver luego de casi nueve años no fuese nada importante. Tardo en obedecerlo y camino con lentitud hacia los sillones, sin quitarle la vista de encima, hasta que me dejo caer con desgano. Mi mano derecha se va derecho a mi cadera, donde debería estar mi cinto cargado de cuchillos, pero entonces recuerdo que estoy desarmada.

- ¿Qué tema especial? - replico en voz baja, serena, pero cargada de frialdad - ¿Vas a explicarme por qué te fuiste? - No, estoy segura que no es eso. Probablemente le interese más saber del beso con Jeremy en medio de los Juegos, mi actitud vengativa en éstos o mi reciente intento de fuga con Anderson, que ahora está en boca de todos. - ¿O cómo es que has terminado en un despacho como éste? O, tal vez... por qué no moviste ni un dedo cuando nos viste sufrir... ¡Cuando la viste morir! - sé que he ido elevando la voz y hago un enorme esfuerzo por no saltar del asiento, porque lo único que deseo ahora es clavarle las uñas en el rostro y hacerle sentir un mínimo porcentaje del dolor que mi familia y yo hemos tenido que sentir. Éste no es mi padre, es un arma del Capitolio.

Me llevo una mano a la frente y froto mis sienes, intentando acompasar la respiración. Esto no tiene sentido y al mismo tiempo, sí lo tiene. Niego levemente con la cabeza y se me escapa una risa corta, helada y llena de sarcasmo - Nunca te importamos. No sé por que te molestas en comunicarte ahora - añado, evitando por todos los medios encontrarme con sus ojos - Pudiste haberlo evitado si estabas aquí. Y simplemente, dejaste que la asesinaran. Es enfermizo y repugnante.
Jolene W. Yorkey
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Era obvio que me diría todas estas cosas, como si no la conociera, era como ver a su madre delante de mis ojos. Observe que se sentaba por ende me sorprendió pensé que vendría contra mi, pero era lista como lo era yo, era tan lista que no se atrevería a ponerme un dedo encima que ya todo el mundo estaría como ella, en este campo yo era un rey y ella era solo una princesa sin corona. Me senté sobre uno de los sillones, la puerta se abrió y una elegante mujer trajo en una bandeja de plata dos tasas de porcelana fría con té, acompañado de algunas galletas horneadas recientemente, miro a la joven haciendo una reverencia, me miro a mi para retirarse, tome una de las tasas de té sin azúcar para darle un sorbo pequeño mientras seguía escuchando lo que ella tenia que decime, era obvio que lo de su hermana se lo diría, ella merecía saber la verdad aunque no toda la verdad.-Suficiente.-dije cerrando mis ojos para que ella guardara silencio, así fue como la sala quedo en calma, ella podía odiarme pero muy por dentro me tenia el respeto que todo hijo le tiene a un padre.-¿Quieres saber la verdad?, lo sabrás.-observe sus ojos al abrir los míos.-

-Mis padre me obligaron a casarme con tu madre. Jamás la ame ella lo supo siempre. Le di tres hijos de los cuales mi admiración siempre sera Lyon, era el único que se molesto en acercarse a mi para conocerme, el resto nunca le importe, ni siquiera a tu hermana.-dije sin mas para dejar la tasa de té sobre la mesa, me levante arrastrando la túnica verde por aquel suelo de mármol bien lustrado, era como verse en un espejo. Me sujete del escritorio sin darme la vuelta, pensando en lo que le diría.-Las discusiones con tu madre con los días iban incrementando, me vi obligado a irme. Quería una vida mejor pero ella no me lo permitía, corroído por la furia escape, desee volver por Lyon pero me fue imposible, el Capitolio no me dejo regresar a ver si aun vivía, por ende me vi obligado a desaparecer para siempre.-gire para verla a los ojos, yo era quien mas se parecía a su hermana muerta, éramos tan idénticos pero a la vez tan diferentes.-Tu hermana, ella fue la peor de todas, a ella la vi en los juegos, intente decirle que se fuera, pero era terca e orgullosa, me dijo que me fuera que ella llevaría con orgullo la copa a la casa, que no me necesitaba y que nunca lo harían los demás. En la batalla final, ella grito hacia mi palco diciéndome que era un asco, cuando quise hacer algo por su distracción patética, murió.-baje la mirada, se vio en mis ojos tal vez un aire de pena pero muy vago y lejano.-

-No volví a saber de nadie mas, por eso no regrese para ver si respiraban. Los Black han sido generosos conmigo, me dieron un sitio donde quedarme, me educaron a semejanza de ellos, aquí estoy vivo por ellos y por nadie mas.-camine por la sala para saca una caja de madera vieja, al abrirla tenia una medalla de plata la cual portaba la foto en movimiento de su hija fallecida, la tomo entre sus manos para acercarse a Jolene. Se inclino hacia adelante para ponérsela en el cuello a su hija. La medalla de plata era para Erigone pero al estar muerta la recibí yo, la misma mostraba una foto de ella sonriendo, como si nos mirase desde el mas allá.-No se por que la guarde, ahora es tuya.-musite sin mas alejándome de ella, cerré mis ojos con parsimonia para mirarla de nuevo al abrir mis orbes.-Fuiste convocada aquí..-carraspea la garganta para cambiar totalmente de tema.-Por que se te a visto con los rebeldes, necesito saber si eso es cierto. De ser así, eres arrestada en este mismo momento por atentar contra el Capitolio.-la mire de forma fría.-
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Jolene W. Yorkey
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Que ingrese una mujer para dejar una bandeja no me interesa, porque no se me da bien eso de aceptar la comida de extraños. Además, la primera vez que vine al Capitolio vivía comiendo ya que nunca había tenido tales lujos, pero ahora que soy Vencedora, tengo todo lo que se me antoje y más en mi propia casa como para arriesgarme a probar las galletas de mi padre. Escucho su voz, pero no me interesan sus palabras, porque recordar esos tiempos simplemente duele y yo, como si fuese una niña pequeña tal como cuando se fue, me llevo las manos a las orejas, como si ayudase a no escuchar. Sé que intenta excusarse, pero las excusas no valen nada para mí, y mucho menos ahora. No puedo creer que se atreva a nombrar a mamá, a Lyon, a Erígone... Siento náuseas, ganas de correr en otra dirección, esconderme en algún punto lejano donde nadie pueda encontrarme.

El único momento en el cual levanto la vista y dejo de presionar mis orejas, es cuando noto que lo tengo frente a mí, inclinado, colocándome algo en el cuello. ¿Una medalla? ¿Qué se supone que es esto? ¿Un regalo estúpido? Mis manos temblorosas la toman y abro el relicario, encontrándome con la foto de mi hermana. Una sacudida en el estómago. No comprendo como él, justamente él, tenía esto. Mi padre no se lo merece. Ni siquiera entiendo como tiene la cara dura...

Me veo obligada a mirarlo de nuevo cuando la palabra "arrestada" hace eco en mi cabeza. Creo que la confusión en mi rostro es notable, porque que yo recuerde, no he hecho absolutamente nada. Bueno, sí, he dicho que la muerte de mi hermana es una injusticia frente a las cámaras. Pero... ¿Con rebeldes? Yo no he realizado ningún acto de rebelión, salvo desear escaparme de la Isla...

Cuando creo saber de que se trata, sé que he palidecido. Andy y yo nos hemos subido a una moto de su propia creación hace poco tiempo para escaparnos juntos, y aunque el plan no funcionó, fue una noticia que recorrió el país. Obviamente no podían dejarlo visto como un acto de rebelión, así que decidieron venderlo como la acción de dos adolescentes "llenos de hormonas". Es lo único relativamente "rebelde" en lo que he estado envuelta, al menos que Anderson esté implicado en algo extraño, porque es el único con quien hablo desde que me distancié de Jeremy. Jeremy... ¿Estará metido en algo raro? ¿Estarán los dos en problemas y yo no sé nada?

- No puedes encerrarme, soy mentora y una imagen pública para sus horribles Juegos - digo con calma, incluso con cierto tono inocente en la voz - Y dudo que quieras explicar públicamente como alguien como yo ha desaparecido si ni siquiera tienes pruebas. No sé de que me estás hablando... - la peor parte, es que es verdad. Sí, deseo que el Capitolio caiga, pero no soy tan idiota como para gritarlo a los cuatro vientos. Pero ahora el horror me carcome por dentro. Si Andy o Jeremy están metidos en problemas, no sé como diablos voy a hacer para protegerlos. Ya he deseado dar la vida por ellos en los Juegos...¿Y ahora qué se viene? ¿Defenderlos del gobierno? No puedo dejar que lo note, así que intento parecer tranquila.- Si eso era todo, pido permiso para retirarme. Tengo un viaje largo como para venir a soportar acusaciones inválidas de tu parte.
Jolene W. Yorkey
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Examine lo que ella hacia y decía por ende camine con elegancia por el salón tomando un pequeño grabador antiguo que puse sobre la mesa mientras ponía un cassette dentro para cerra la tapa del mismo quedándome donde estaba.-Claro, adelante vete hija.-dije dejando que se diera la vuelta para irse, oprimí el botón para escucharse una pequeña canción donde una voz transfigurada empezó a sonar con calma, por ende apreté retroceder para que la voz fuera mas clara con el mensaje esta vez. Note que ella no se marcho, yo en mi poder tenia dos nombres de los cuales sabia muchas cosas, una orden mía bastaba para que los mataran y todo pareciera un pequeño accidente trágico. Yo era dios ante la presencia de mi hija y ella iba a entender que nadie me daba la espalda o me hablaba de esa manera sin mi permiso total. Nuevamente mi dedo índice apretó el botón de "play" para que la música bizarra invadiera la sala y sin mas se dejara oír el mensaje.-"Ciudadanos de los distritos, a todos les hablo con valor y fuerza. Estamos artos de la corrupción por parte del Capitolio, estamos cansados de los tiranos que se hacen llamar lideres, unamos fuerzas, acabemos con ellos y tengamos una sociedad democrática y no monárquica!".-el mensaje se corta,me levanto de mi escritorio para pararme a pocos centímetros de ella lanzándole al suelo un diario con una noticia falsa que saldría en las noticias mañana mismo.-

-Anderson Looper y Jeremy Mills..uno de ellos sale en esta grabación, están levantando un ejercito de rebeldes para atentar contra el Capitolio. No somos idiotas Jolene, esto es un ultraje en lo cual estas involucrada. Mira ese diario con determinación.-sonríe de lado, se sienta en el sillón de su escritorio para suspirar mirando los expedientes de esos dos chicos.-Ahí dice, trágico accidente, dos jóvenes mueren en una casa tras una explosión por un desperfecto de gas en la residencia, la ciudad despide a los dos ganadores de los juegos Anderson Looper y Jeremy Mills.-pasa la mirada sobre su hija con una sonrisa agradable, la tenia donde quería, ella ni siquiera podría gritarle por que si me ponía histérico hacerla desaparecer a ella tampoco seria mucho problema. Suspire para llevarla de nuevo al sillón donde la deje sentada mientras toma el diario para dejarlo sobre su regazo así ella tendría la oportunidad de caer en la realidad, no la hice venir por que ella estuviera metida, la hice venir para que supiera lo que haría si ella no cedía a cooperar con el Capitolio.-Te ofrezco la libertad de ellos, si accedes a ayudarnos a encontrar al resto de los rebeldes, de lo contrario los matare a todos, en especial a ellos dos. Intentaste huir con uno de ellos si no mal informado estoy, que pasaría si mañana aparece muerto, ¿que harías?, nada, eso harías, nada!.-le grite y las cosas a mi alrededor temblaron, los cristales también lo hicieron, mi magia estaba a flor de piel pero ella no sabría de eso aun.-
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Jolene W. Yorkey
Mentor
Lo miro con sospecha en cuanto me permite marcharme, por lo que cuando me pongo de pie, lo hago de modo vacilante, como si estuviese comprobando que no va a detenerme. Finalmente, logro incorporarme en totalidad y doy un paso hacia la puerta, cuando un sonido hace que me detenga en seco y me voltee a verlo. Mi padre se encuentra junto a una grabadora, de donde sale un sonido molesto, hasta que finalmente comienza a hablar una voz. Y sus palabras son la viva esencia de la revolución.

Sé que me he quedado clavada en el suelo y estoy más que segura de que mi expresión es de horror, en especial cuando miro a mi padre y él ya está anunciando que aquella voz es de Jeremy o de Andy. Me muevo con lentitud, escuchando su discurso, mientras tomo el diario que ha lanzado y le echo una ojeada, notando como mi mundo parece derrumbarse. Así que esto es lo que sucede: a mis espaldas, se han unido a un movimiento rebelde que proclama la revolución y los han pillado. Idiotas, los dos. Intento analizar la voz de la grabación y estoy casi segura de que se trata de Jeremy. ¿Entonces, dónde cuadra Andy en esto, si no se toleran entre sí? Me espanta darme cuenta de que, para montar una radio, Jeremy necesitaba de alguien que sepa de tecnología. Y ahí entra Andy.

Cielos, si el Capitolio no los mata, yo voy a hacerlo. Meterse en la boca del lobo de esta forma, sin precaución. Y la peor parte, es que yo no estaba enterada y ahora me encuentro metida en un enorme aprieto, sujetando el anuncio de sus muertes públicas como si fuese un hecho.

Sus palabras me hacen dar cuenta de que estaba en lo cierto, que él sabe perfectamente de mi intento de huída con Andy y, por lo tanto, la clase de relación que mantengo con él. Probablemente, Jeremy tampoco se le escape, gracias a mi estúpido beso frente a las cámaras en los Juegos. ¿Por qué diablos fui tan impulsiva? Yo besé a Jeremy en público. Yo convencí a Andy de escapar. Que mi padre los amenace directamente, es mi culpa.

Lo miro con desconcierto, ignorando el tono de su voz, porque no puede hacer nada peor que lo que ya ha hecho en estos momentos. Lo poco que sé es lo que me ha dicho. ¿Cómo espera que coopere, cuando no tengo idea de que es lo que me habla exactamente? Lo que me desespera es que mi ignorancia va a valerle la vida a las dos personas que son todo para mí. ¿Cómo se supone que voy a mantenerlos a salvo?

- Si los matas, nadie se va a tragar que fue un accidente después de eso y avivarás la furia de los rebeldes - aconsejo con la voz dura, intentando que no me tiemble, aunque estoy segura de que hago un enorme esfuerzo para no derrumbarme en el suelo - No puedo ayudarte. Yo no sé nada... Juro que no... - mis palabras quedan en el aire, porque sé que no va a creerme y mi desesperación hace que mis ojos se abran de par en par para demostrar mi horror. Las lágrimas se apiñan, pero yo no quiero dejarlas salir, lo que convierte mi voz en algo ahogado y lastimero - Nunca había escuchado de esa radio ni de los rebeldes y no tengo idea de quienes pueden estar metidos en ello. Por favor, no los mates. No les hagas daño. No puedes...

Me siento inútil y lo peor es demostrar mi debilidad. Él es mi padre, aquí hay algo mucho mas profundo y personal que la simple revolución. Aunque no lo diga en palabras, sé que sabe lo que ellos son para mí.

Este es el momento en el cual mi amor dejó de ser su protección, para resultar ser su condena.
Jolene W. Yorkey
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Mire a mi hija, era débil ante ellos dos, tocarle lo que ama la debilita demasiado entonces yo había encontrado cuales eran sus puntos débiles, sabia que si ordenaba la muerte de ambos en este mismo momento ella morirá al poco tiempo, me quede sobre mi escritorio cuando regrese a él, mire entre los expedientes una foto de Erígone la cual sonreía por lo que cerré mis orbes para quedarme en silencio, odiaba cuando no podía ser cruel, a veces me ponía a pensar que yo no era así antes pero la vida me enseño a tener que ser cruel, estaba claro que con ella debía serlo, después de todo las profecías siempre se cumplían, o eso eso lo que dijo aquel mago antes de morir en la ejecución. Tome el diario de entre sus manos para lanzarlo al fuego de la chimenea.-Vete de aquí..lárgate de mi vista.-anuncie para pararme frente a los ventanales pensativo.-

-Ellos no caerán en mis manos si tu misma tienen un sano juicio para castigarlos. Mucha gente va a morir, ¿lo entiendes?, muchas personas inocentes morirán por culpa de ellos. Nadie es capas de destruir el Capitolio, esos estúpidos magos lo intentaron y ahora arden en hogueras eternamente.-toque el cristal con las yemas de mis dedos de la mano derecha, podía recordar lo que le hicieron a los magos cuando era mas joven, yo mande a muchos a la hoguera por ordenes del señor Black, suspire apenas un poco para calmar mi respiración.-Calma tu a esos dos, o de lo contrario, no me quedara mas remedio que matarlos.-camine con ella para que me siguiera amagando la cabeza, las puertas las abrí de par a par para caminar delante de mi hija siendo seguida por ella para entrar a una sala enorme de muros oscuros donde había miles de expedientes.-Niños, bebes, ancianos, mujeres, hombres, jóvenes...Esta es la lista de personas que el Capitolio mandara a matar hoy mismo si yo digo que un ejercito se levantara en nuestra contra, todos ellos morirás por culpa de esos dos críos..-le hace frente para verla a los ojos.-Detenlos..no te hagas preguntas de por que te muestro esto solo hazlo, detén lo que se aproxima.-hice amagan para salir de allí.-

-La vida nos pone en situación complicadas hija, tendrás tu momento de gloria cuando nos enfrentemos, cuando me mates...eso pasara cuando las cosas tomen un rumbo diferente a este. Ve a donde están ellos, detenlos, de lo contrario tendré que tomar medidas.-el auto abrió sus puertas, le regresaron las armas con las que ella había venido, la tome de las mejillas para besarle la frente, se sintió raro hacer eso pero era necesario, ella debía entender las cosas como era.-Cuando subas a ese auto seremos enemigos, el conductor es un mentor..huye como puedas...ahora eres enemiga del Capitolio.-susurre dejando que ella suba, retrocedí para atrás al ver que cerro la puerta.-Guardias guardias!!!...-grite escuchando como venían a mi.-Vete Jolene..-murmure siendo protegido por los guardias de paz.-
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Jolene W. Yorkey
Mentor
La posibilidad de que Jeremy y Andy estén en peligro me ha dejado con la mente nublada, de modo que ni siquiera me percato seriamente de que mi padre me quita el diario de las manos para que arda en el fuego de la chimenea. No puedo comprender, ni por un segundo, como es que se arriesgaron tanto y no fueron siquiera capaces de informarme. Es casi tan admirable como estúpido.

- ¿Que los calme? - repito finalmente, frunciendo el entrecejo. Sí, claro. Yo misma voy a detener el movimiento anti Capitolio, después de todo lo que he pasado por culpa de ellos. Ni en sueños. Pero sé que decirlo en voz alta va a significar la muerte de quienes me importan, así que me limito a hacer un movimiento indefinido con la cabeza. Suspiro y sigo sus pasos al notar su indicación, ingresando a una enorme habitación cargada, al parecer, de archivos. Me pregunto si mi expediente se encuentra por allí. Tengo solo quince años, pero sospecho que he causado demasiados problemas como para que me tomen como alguien mucho más serio en esta cuestión.

No puedo evitar sentir un arranque de ira al escuchar sus palabras. Si toda esa gente muere no va a ser por culpa de Jeremy y Anderson, va a ser porque el Capitolio les tiene demasiado miedo como para dejarlos con vida ya que no les es favorable. A mí no me engañan, ellos no trabajan para los demás; aquí los políticos trabajan para sí mismos y no soy tan tonta como para pensar lo contrario. En cuanto me obliga a volver a salir antes de lo que hubiese creído, una mueca se planta en mi cara, que puede ser tanto seria como de puro sarcasmo - No te preocupes, padre. Ya me las arreglaré yo con ellos - aclaro. Me guardo que me refiero a gritarles un poco en lugar de frenarlos.

Caminamos por los pasillos, hasta salir por la escalera de piedra y observando el auto que me llevará de vuelta a la estación, donde mi escolta me espera con una cara que me hace pensar que se muere de curiosidad por saber que ha ocurrido. Le echo un vistazo a mi padre cuando sus palabras toman un significado que yo no buscaba. ¿Matarlo? Estoy por abrir la boca para preguntar a que se refiere exactamente con eso, cuando me toma por las mejillas para besarme la frente, lo que me deja más muda de lo que ya estaba. Me conformo con asentir una vez y abrir la puerta del auto. Sin embargo, algo me detiene antes de perderme en el coche y me volteo a mi padre. El que me abandonó. El que nos dejó morir - Si salen heridos, sabré que fuiste tú. Y voy a encontrarte.

Sin decir más, me deslizo en el asiento, cierro la puerta y el auto vuelve a marchar por las calles del Capitolio, dejando la Casa de Gobierno atrás. Estoy confundida y me llevo las manos a la frente, pensando. Mi padre es el vicepresidente; yo soy una vencedora llena de sed de venganza; mis amigos están en peligro de muerte; hay una revolución a punto de estallar.

Ya comienzo a extrañar los tiempos en los que solamente me preocupaba por saber a quien amaba más.
Jolene W. Yorkey
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Daddy can you hear the devil drawing near like a bullet from a gun? || Yorkeys D57zdHN
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