OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Y ya va medio año. Medio año en el hospital, claro. Medio año transcurrido ya en el lugar al que, después de insistir e insistir y demostrar que puedo ser la persona más pesada de todo Europa, he conseguido entrar. Hoy entro temprano, por la mañana, como cada día. Media hora antes de lo establecido. Nadie podrá decir que no me gustaba mi trabajo, eso está más que claro. De las siete de la mañana hasta las diez de la noche, cada día de la semana, sin fallar ni uno solo, como un clavo. Y me enorgullezco de ello, para qué mentir. Quiero llegar a ser alguien en este hospital, en el gran San Mungo, en mi mundo de ilusión y fantasía, en la representación de mi futuro ideal. Y ya va medio año de camino, medio año de esfuerzo, de estudio intensivo, de ganas de demostrar que soy buena en este mundillo.
Sin ser hipócritas, tengo que reconocer que ser una adolescente en plena revolución hormonal y estar trabajando en ese hospital no es precisamente lo mejor para mantener mi estado de ánimo en cierta estabilidad. La verdad es que siempre ando demasiado contenta, o hiperactiva. No sé si es por lo que me gusta estar aquí o porque se me junta todo y termino liberando todas las tensiones y todos los sentimientos contradictorios y acumulados en unas pulsiones de felicidad que no son normales. Al menos mis ataques de bipolaridad adolescente divierten a los pacientes, creo que a la mayoría de internos ya les caigo bien. Aunque hay unos viejos verdes en la cuarta planta a los que creo que caigo demasiado bien. Cada vez que me toca subir ahí me miran como si quisieran comerme con los ojos, y es bastante… Incómodo. O raro. No lo sé, pero cada vez intento ir lo menos posible a esa planta.
Son las siete menos cinco de la mañana, y yo ya estoy en la puerta. La mayoría de doctores y trabajadores del turno de día llegan a partir de las siete y media. Sonrío para mis adentros y abro la puerta del hospital. Saludo a un par de enfermeras del turno de noche que pasan por ahí, y me dirijo a la habitación donde tenemos taquillas con nuestras cosas. Algún día tendré un despacho, un despacho de verdad, de doctora. Sonrío de emoción solo con la idea. Sería tan maravilloso… Un despacho grande, como los de los Doctores importantes, con una placa metálica que dijera “Doctora Weynart”. Algún día lo conseguiré. Me coloco delante de mi taquilla y la abro con tranquilidad. En el interior de la puerta hay una foto de una gata de pelaje claro y ojos azules (poca gente sabe que esa gata soy yo en una foto que tomó la Señora Cassandra la primera vez que me transformé), y también hay imágenes de mi familia. Alec, Annie, Keiran, Aaron, papá y mamá… Es bonito tenerles aquí, como si contemplaran mi sueño desde un rincón escondido. Cada vez que abro mi taquilla me repito que papá estaría orgulloso.
Cojo la bata blanca que hay dentro y me la pongo. Algún día, en la etiqueta que ahora dice “E. Weynart”, pondrá “Doctora Weynart”, y yo seré feliz con ello. Cierro mi taquilla con suavidad y me recojo el pelo en una trenza, saliendo luego de la habitación y dirigiéndome al mostrador. Cuando me ve, la chica que hay ahí, que ya me conoce, me tiende un papel y me dice que me vaya a la cuarta planta. Genial, la cuarta, a reponer el suero fisiológico de los viejos verdes. A pesar de no gustarme mucho la idea, le sonrío a la chica y me apresuro de ir a la cuarta planta. Cuando llego, con el carrito de los repuestos, me abrocho la bata hasta el último botón. Cuanto menos vean, mejor. Voy primero a la sala grande, la sala donde los tienen juntos, y los que están despiertos me saludan con la mano o con un par de palabras alegres. Yo respondo con amabilidad y empiezo a cambiar los sueros por orden. Casi puedo notar sus ojos clavados en mi mientras les doy la espalda y me pongo de puntillas para ir cambiando los sobres de cada uno, que cuelgan en la pared.
Sin ser hipócritas, tengo que reconocer que ser una adolescente en plena revolución hormonal y estar trabajando en ese hospital no es precisamente lo mejor para mantener mi estado de ánimo en cierta estabilidad. La verdad es que siempre ando demasiado contenta, o hiperactiva. No sé si es por lo que me gusta estar aquí o porque se me junta todo y termino liberando todas las tensiones y todos los sentimientos contradictorios y acumulados en unas pulsiones de felicidad que no son normales. Al menos mis ataques de bipolaridad adolescente divierten a los pacientes, creo que a la mayoría de internos ya les caigo bien. Aunque hay unos viejos verdes en la cuarta planta a los que creo que caigo demasiado bien. Cada vez que me toca subir ahí me miran como si quisieran comerme con los ojos, y es bastante… Incómodo. O raro. No lo sé, pero cada vez intento ir lo menos posible a esa planta.
Son las siete menos cinco de la mañana, y yo ya estoy en la puerta. La mayoría de doctores y trabajadores del turno de día llegan a partir de las siete y media. Sonrío para mis adentros y abro la puerta del hospital. Saludo a un par de enfermeras del turno de noche que pasan por ahí, y me dirijo a la habitación donde tenemos taquillas con nuestras cosas. Algún día tendré un despacho, un despacho de verdad, de doctora. Sonrío de emoción solo con la idea. Sería tan maravilloso… Un despacho grande, como los de los Doctores importantes, con una placa metálica que dijera “Doctora Weynart”. Algún día lo conseguiré. Me coloco delante de mi taquilla y la abro con tranquilidad. En el interior de la puerta hay una foto de una gata de pelaje claro y ojos azules (poca gente sabe que esa gata soy yo en una foto que tomó la Señora Cassandra la primera vez que me transformé), y también hay imágenes de mi familia. Alec, Annie, Keiran, Aaron, papá y mamá… Es bonito tenerles aquí, como si contemplaran mi sueño desde un rincón escondido. Cada vez que abro mi taquilla me repito que papá estaría orgulloso.
Cojo la bata blanca que hay dentro y me la pongo. Algún día, en la etiqueta que ahora dice “E. Weynart”, pondrá “Doctora Weynart”, y yo seré feliz con ello. Cierro mi taquilla con suavidad y me recojo el pelo en una trenza, saliendo luego de la habitación y dirigiéndome al mostrador. Cuando me ve, la chica que hay ahí, que ya me conoce, me tiende un papel y me dice que me vaya a la cuarta planta. Genial, la cuarta, a reponer el suero fisiológico de los viejos verdes. A pesar de no gustarme mucho la idea, le sonrío a la chica y me apresuro de ir a la cuarta planta. Cuando llego, con el carrito de los repuestos, me abrocho la bata hasta el último botón. Cuanto menos vean, mejor. Voy primero a la sala grande, la sala donde los tienen juntos, y los que están despiertos me saludan con la mano o con un par de palabras alegres. Yo respondo con amabilidad y empiezo a cambiar los sueros por orden. Casi puedo notar sus ojos clavados en mi mientras les doy la espalda y me pongo de puntillas para ir cambiando los sobres de cada uno, que cuelgan en la pared.
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¿Cual es el precio de la vida y la muerte? ¿Cuántos tienen que morir para que el mundo sea un hogar de paz? ¿Si las palabras no sirven, si los tratados no se cumplen, que es lo que queda? ¿Una sociedad dictada por la ley del más fuerte?
Una sociedad donde el más fuerte impone su ley y los renegados, los que no estamos de acuerdo con ella, perecemos, pero lo hacemos luchando hasta que la ley se equilibre... hasta que el fuerte sea vencido.
Una sociedad donde el más fuerte impone su ley y los renegados, los que no estamos de acuerdo con ella, perecemos, pero lo hacemos luchando hasta que la ley se equilibre... hasta que el fuerte sea vencido.
Mis ojos miran, cansados, el blanco techo que por encima de mi reina, cuando no pueden dormir o cuando están hastiados de ver tanta muerte y tanto odio. Mi alma, rota y despierta se acurruca en algún punto de mi nublosa mente, llena de recuerdos recientes y tan dolorosos que ellos mismos cierran sus propios ojos para ver la oscuridad. Oscuridad en la que estoy sumido, ahogado y aniquilado.
Un llanto me saca de la ensoñación; un llanto que dicta en mi vida luz, ganas de seguir con vida y ganas por lo que luchar. Un objetivo y una meta. Eso era ella. Mi salvación. Suspiro y obligo a mis ojos que se retiren de la nada y me levanto con cierta dificultad entre las sábanas, rodeado de fatalidad y olor a alcohol. Esa bella bebida que martiriza al ser humano y cae en sus redes atrapándolo como una araña atrapa a la mosca. Todo está desordenado, no hay orden ni ahí ni en mi vida. No había orden en ningún sitio desde que se había muerto ella hace apenas menos de un año. En unos meses lo haría y todo seguía igual y no me importaba, ya nada me importaba.
Suspiro de nuevo y me acerco descalzo a la habitación de la pequeña y me asomo con cautela a la cuna. Su rostro, redondito y feliz, sonríe a un hombre deshecho, herido, con ojos hinchados de haber estado llorando toda la noche, de rostro enfermizo y a pesar de la tétrica imagen, la pequeña sigue sonriendo y pataleando, alegre, al ver el rostro de su padre. Al ver mi rostro. La cojo en mis brazos y me la apoyo en el pecho desnudo, dándole calor, cobijo, protección mientras ella juega con la cadena que prende de mi cuello entre el suave y poco espeso vello de mi pecho. Le canto una nana para volverla a dormir con el suave movimiento de mi cuerpo al caminar por la habitación en un intento vano, puesto que sus grandes y preciosos ojos me miran mientras mueve con energía el chupete en sus labios. Sonrío, mirándola y viendo en ella a Elena, su madre, y otra lágrima furtiva escapa de mis ojos hasta perderse en la barba de varios días que corona mi rostro. La estrecho entre mis brazos más aún, llorando hasta que pasan unos minutos y el sollozo se apaga cuando su pequeña mano toca mi mejilla y sus dedos se impregnan de lágrimas. Me mira, yo la miro y cierro los ojos obligándome a sonreír.
Miro la hora que indica que tengo que marchar hacia el hospital. No hay niñeras, no hay nadie por lo que arreglo a mi hija, me arreglo yo como buenamente puedo, pero sin cambiar mi apariencia dejada, descuidada y desaliñada. Cojo todo lo necesario y salimos de allí, andando hacia el hospital, marchando en un traslador. Llego allí, como todas las mañanas, sin fijarme en nadie yendo automáticamente a la pequeña guardería habilitada para los hijos del personal y dejo allí a mi hija donde una enfermera la recoge y se la lleva a jugar con los demás. Mi rostro impasible e impávido, se pasea por los pasillos, saludando secamente a todos hasta llega a mi despacho donde cierro la puerta tras de sí, ahogando el murmullo y el jaleo del hospital. Me apoyo en la puerta con los ojos cerrados y me obligo de nuevo a reaccionar. No estoy en casa, estoy en el hospital. Me pongo el uniforme aguamarina con el distintivo de San Mungo y encima la bata blanca con la plaquita de "Doctor Larsen". Me acerco a la mesa donde leo informes y frunzo el ceño cuando leo la hoja donde declaraba que me asignarían a una becaria, a una aprendiz para que yo fuera su tutor. Me quedo quieto sin mostrar ninguna expresión y acepto con un pequeño gruñido y me siento en el sillón, esperándola.
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Me mordisqueo el labio de forma nerviosa, se me ha encallado una de las bolsitas de suero al hacerse un nudo en el tubo. Trago saliva, tensando todo el cuerpo. No me gusta cometer errores, pero tampoco me gusta demasiado quedarme tanto tiempo quieta en ese lugar. Consigo deshacer el nudo, con las manos levemente temblorosas, y cambio el líquido de la bolsa, inyectando por la apertura correspondiente la medicación antibiótica que, según la lista, necesita ese paciente. Me alejo de la camilla, yendo a la siguiente y repitiendo el proceso. Es todo el rato lo mismo. Quitar bolsa, reponer suero, poner medicación, colgar bolsa de nuevo. Y los ojos de esos viejos no se despegan de mi. Tal vez tendrían que poner a un enfermero encargándose de esa tarea, y no a una chica de diecisiete años que está aquí porque se pasó meses insistiendo y mostrando sus cualidades antes de que la aceptaran realmente, sin haber cumplido todavía los diecisiete. Voy pasando por todas y cada una de las camillas, cambiando los sueros y haciendo el proceso con la mayor rapidez de que soy capaz, no quiero pasar más tiempo del necesario en esta sala. Llego a la última camilla, el viejo me mira con descaro, y prefiero centrarme en la bolsa de suero e intentar olvidar al paciente.
Noto entonces unos golpes en mi hombro y me giro, algo sobresaltada. El hombre, que debe de tener unos setenta años, me mira con una sonrisa a la que le faltan algunos dientes. Farfulla unas palabras que ni siquiera puedo entender, y le sonrío, de forma cordial - Ahora le pongo su medicación, señor Nickson, si tiene algún otro problema hable con su doctor, ¿de acuerdo? - vuelvo a girarme hacia el suero y de nuevo noto los golpes en el hombro. Me giro, y el hombre vuelve a hablar, esta vez con más claridad. Sus palabras son algo confusas, pero el mensaje viene a ser que es metamorfomago. Le sonrío y asiento con la cabeza. Pero luego me dice que si sé que los de su tipo pueden cambiar partes de su cuerpo a placer, y me dedica de nuevo esa sonrisa medio desdentada que derrama lascivia por todos lados. Cuelgo la bolsa en su sitio y, sin decir nada, me voy hacia las escaleras lo más rápido que puedo, roja de rabia y vergüenza. Pero no voy a decir nada. Me gusta demasiado estar aquí, si me quejo de esos hombres podrían quitarme mi lugar. Y no quiero que eso pase. Llego a la planta de recepción y se me acerca una enfermera con un papel. Me lo tiende y lo leo detenidamente.
Tengo que ahogar un grito de ilusión. Les gusta el empeño con el que desarrollo mis tareas y han visto que mis conocimientos son suficientes, por lo que me han asignado un tutor. Como si fuera una especie de becada. Miro el nombre. Doctor E. Larsen. Tengo que ir a verle, según dice el papel, y la cita es dentro de cinco minutos. Me muerdo el labio, con nerviosismo, y me dirijo rápidamente al despacho de ese doctor. Ya lo he visto antes, por el hospital. Yendo hacia ahí, me aparto un momento del camino de una enfermera mucho mayor que yo en una silla de ruedas. Abro mucho los ojos cuando veo al hombre de la silla, es el señor Nickson, y cuando él clava sus ojos en mi, vuelve a dedicarme ese gesto que me hace estremecer de asco, rabia y vergüenza. Me doy prisa y termino llegando al despacho. Llamo a la puerta, todavía con las mejillas encendidas y las rodillas temblorosas, y abro un poco - ¿D-Doctor Larsen? Soy Elle Weynart, me han... Asignado aquí - musito, y noto que la voz también me tiembla. Maldito viejo. Intento respirar hondo, para tratar de disipar el color demasiado marcado que tendrán mis mejillas, pero es casi imposible, así que abandono la tarea, agarrándome a la puerta de forma casi inconsciente.
Noto entonces unos golpes en mi hombro y me giro, algo sobresaltada. El hombre, que debe de tener unos setenta años, me mira con una sonrisa a la que le faltan algunos dientes. Farfulla unas palabras que ni siquiera puedo entender, y le sonrío, de forma cordial - Ahora le pongo su medicación, señor Nickson, si tiene algún otro problema hable con su doctor, ¿de acuerdo? - vuelvo a girarme hacia el suero y de nuevo noto los golpes en el hombro. Me giro, y el hombre vuelve a hablar, esta vez con más claridad. Sus palabras son algo confusas, pero el mensaje viene a ser que es metamorfomago. Le sonrío y asiento con la cabeza. Pero luego me dice que si sé que los de su tipo pueden cambiar partes de su cuerpo a placer, y me dedica de nuevo esa sonrisa medio desdentada que derrama lascivia por todos lados. Cuelgo la bolsa en su sitio y, sin decir nada, me voy hacia las escaleras lo más rápido que puedo, roja de rabia y vergüenza. Pero no voy a decir nada. Me gusta demasiado estar aquí, si me quejo de esos hombres podrían quitarme mi lugar. Y no quiero que eso pase. Llego a la planta de recepción y se me acerca una enfermera con un papel. Me lo tiende y lo leo detenidamente.
Tengo que ahogar un grito de ilusión. Les gusta el empeño con el que desarrollo mis tareas y han visto que mis conocimientos son suficientes, por lo que me han asignado un tutor. Como si fuera una especie de becada. Miro el nombre. Doctor E. Larsen. Tengo que ir a verle, según dice el papel, y la cita es dentro de cinco minutos. Me muerdo el labio, con nerviosismo, y me dirijo rápidamente al despacho de ese doctor. Ya lo he visto antes, por el hospital. Yendo hacia ahí, me aparto un momento del camino de una enfermera mucho mayor que yo en una silla de ruedas. Abro mucho los ojos cuando veo al hombre de la silla, es el señor Nickson, y cuando él clava sus ojos en mi, vuelve a dedicarme ese gesto que me hace estremecer de asco, rabia y vergüenza. Me doy prisa y termino llegando al despacho. Llamo a la puerta, todavía con las mejillas encendidas y las rodillas temblorosas, y abro un poco - ¿D-Doctor Larsen? Soy Elle Weynart, me han... Asignado aquí - musito, y noto que la voz también me tiembla. Maldito viejo. Intento respirar hondo, para tratar de disipar el color demasiado marcado que tendrán mis mejillas, pero es casi imposible, así que abandono la tarea, agarrándome a la puerta de forma casi inconsciente.
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Mis dedos tamborilean en la mesa del escritorio mientras mi mirada queda fija en la pequeña foto que reposa en la mesa. Dos caras sonrientes me sonríen, pero yo no le devuelvo la sonrisa. Mi sonrisa se había apagado desde el mismo momento en que la vida de ella se apagó para siempre. Mi sonrisa y mi vida. Me acerqué a la foto y acaricié la superficie transparente que nos separaba y levemente mis labios se curvaron, pero regresaron inmediatamente a su posición inicial en cuanto alguien llama a la puerta y esta se abre poco a poco para dar paso a la chica que me habían asignado como aprendiz.
Su voz era temblorosa, su cuerpo temblaba y sus mejillas estaban encendidas. ¿Qué le había pasado? Me levanto inmediatamente y me acerco a ella, cogiéndola por el brazo para entrarla de inmediato dentro. Asomo la cabeza y veo como uno de los viejos de la cuarta planta posaba su vista en nuestra dirección. No sabía su nombre, apenas pisaba esa planta, pero sabía perfectamente que había allí. Siempre había dicho que era mejor mandar ahí personal masculino que femenino y como me tocasen mucho la moral, montaría una buena con todo eso.
El viejo apartó la mirada al ver la mía y cerré la puerta.- Siéntate.- le ordené a la chica y me dirigí al archivero para sacar la ficha de ella. Elle Weynart. La había visto por los pasillos, había visto como trabajaba, pero tampoco me había fijado mucho. De hecho no me fijaba en nadie, salvo en los pacientes. Saqué la carpeta y me senté en el sillón, abriendo la carpeta y hojeando su ficha por encima.- Elle Saskia Weynart, diecisiete años y aprendiz en medicina, ¿verdad?- repasé su expediente y fruncí el ceño. Demasiado joven para estar donde está, me planteé y alcé la vista hacia ella.- Tienes un expediente excelente, Elle, y dime, ¿quién te enseñó medicina?- pregunté, recostándome en el sillón, mirándola.
Su voz era temblorosa, su cuerpo temblaba y sus mejillas estaban encendidas. ¿Qué le había pasado? Me levanto inmediatamente y me acerco a ella, cogiéndola por el brazo para entrarla de inmediato dentro. Asomo la cabeza y veo como uno de los viejos de la cuarta planta posaba su vista en nuestra dirección. No sabía su nombre, apenas pisaba esa planta, pero sabía perfectamente que había allí. Siempre había dicho que era mejor mandar ahí personal masculino que femenino y como me tocasen mucho la moral, montaría una buena con todo eso.
El viejo apartó la mirada al ver la mía y cerré la puerta.- Siéntate.- le ordené a la chica y me dirigí al archivero para sacar la ficha de ella. Elle Weynart. La había visto por los pasillos, había visto como trabajaba, pero tampoco me había fijado mucho. De hecho no me fijaba en nadie, salvo en los pacientes. Saqué la carpeta y me senté en el sillón, abriendo la carpeta y hojeando su ficha por encima.- Elle Saskia Weynart, diecisiete años y aprendiz en medicina, ¿verdad?- repasé su expediente y fruncí el ceño. Demasiado joven para estar donde está, me planteé y alcé la vista hacia ella.- Tienes un expediente excelente, Elle, y dime, ¿quién te enseñó medicina?- pregunté, recostándome en el sillón, mirándola.
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Sigo agarrada a la puerta y por alguna razón bajo la mirada, sabiéndome observada por él. Cuando la levanto de nuevo, sin embargo, me sorprende encontrarme al doctor a pocos pasos de mi. Me aparta de la puerta y asoma la cabeza fuera. Yo no digo nada, poniéndome todavía más roja. Lo que me faltaba, que en mi primer día con él ya tenga esta imagen de mi, la de adolescente que no sabe controlar sus emociones y que reacciona exageradamente a lo que hay a su alrededor. Niego con la cabeza mientras la puerta se cierra, todavía extremadamente nerviosa por culpa del viejo y a la vez temblorosa porque se está haciendo realidad uno de mis sueños.
Me siento, casi con brusquedad, cuando me lo ordena, mirándole. Me noto con todo el cuerpo en tensión, rígida, alerta, casi a la defensiva ante esta situación tan nueva para mi. Observo al doctor con discreción, con la cabeza gacha, mientras hojea lo que supongo que será mi historial. Me he fijado algunas veces en este doctor, desde que rondo por el hospital. Nunca le he visto sonreír. No sé por qué esa característica concreta me viene a la mente pero el caso es que termino observando su rostro con detenimiento, tratando de adivinar cómo una sonrisa podría transformar por completo la expresión de este hombre. Bajo los ojos con rapidez, sin embargo, cuando él habla de nuevo. Califica mi historial de "excelente", eso me hace sentir orgullosa.
Pero entonces me pregunta que quién me ha enseñado. Se me hace un nudo en la garganta. ¿Qué representa que tengo que decir? No me ha enseñado nadie, solamente los autores de los libros que he leído, y... Bueno, y la Señora Cassandra. ¿Tengo que hablarle de ella al Doctor Larsen? Trago saliva una vez, luego otra, algo nerviosa - Hace... Hace años conocí a una mujer. Era muy mayor, pero se convirtió... En algo parecido a una segunda madre para mi. Ella fue la primera en hablarme de medicina - noto un nudo muy fuerte en la garganta. La echo de menos. Pensar que solo hace unos meses que ya no está conmigo, me tortura - Ella... F-falleció hace poco. La mayoría de lo que sé me lo enseñó ella, o me lo han enseñado los libros, Doctor - digo, respirando hondo para tratar de frenar la oleada de recuerdos de la Señora Cassandra que han acudido a mi mente con tan solo recordarla a ella.
Me siento, casi con brusquedad, cuando me lo ordena, mirándole. Me noto con todo el cuerpo en tensión, rígida, alerta, casi a la defensiva ante esta situación tan nueva para mi. Observo al doctor con discreción, con la cabeza gacha, mientras hojea lo que supongo que será mi historial. Me he fijado algunas veces en este doctor, desde que rondo por el hospital. Nunca le he visto sonreír. No sé por qué esa característica concreta me viene a la mente pero el caso es que termino observando su rostro con detenimiento, tratando de adivinar cómo una sonrisa podría transformar por completo la expresión de este hombre. Bajo los ojos con rapidez, sin embargo, cuando él habla de nuevo. Califica mi historial de "excelente", eso me hace sentir orgullosa.
Pero entonces me pregunta que quién me ha enseñado. Se me hace un nudo en la garganta. ¿Qué representa que tengo que decir? No me ha enseñado nadie, solamente los autores de los libros que he leído, y... Bueno, y la Señora Cassandra. ¿Tengo que hablarle de ella al Doctor Larsen? Trago saliva una vez, luego otra, algo nerviosa - Hace... Hace años conocí a una mujer. Era muy mayor, pero se convirtió... En algo parecido a una segunda madre para mi. Ella fue la primera en hablarme de medicina - noto un nudo muy fuerte en la garganta. La echo de menos. Pensar que solo hace unos meses que ya no está conmigo, me tortura - Ella... F-falleció hace poco. La mayoría de lo que sé me lo enseñó ella, o me lo han enseñado los libros, Doctor - digo, respirando hondo para tratar de frenar la oleada de recuerdos de la Señora Cassandra que han acudido a mi mente con tan solo recordarla a ella.
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Nunca escucho a nadie, nunca. Me siento en mi despacho y las horas vuelan, como si se las llevara el viento. El tiempo corre, ajeno a todo lo que pasa a su alrededor sin darle importancia, avisándonos de que no somos nada, porque somos sus esclavos, estamos tan sometidos a él que solo el tiempo puede curarnos. A unos más y a otros menos. Suspiro levemente cuando la chica sigue hablando, inmerso en mis pensamientos, sin prestar atención a lo que verdaderamente tengo que prestarle. Mi mirada se pasea vagamente entre su rostro y las hojas del escritorio. Podía parecer que no estaba prestándole atención y de hecho no lo estaba haciendo. Su voz solo era un murmullo en la lejanía que interrumpía mis pensamientos.
Me levanto, cansado, y voy al pequeño armario de al lado de la ventana y cojo un vaso y una botella de licor. No tiene alcohol, por supuesto, no podía jugar con mi trabajo así como así, pero el sabor del líquido me calma, me entretiene. Entretiene a mi cerebro con algo y lo aparta de la realidad tétrica en que se había sumado y luego observo a Elle. No me siento culpable de no haber escuchado nada, pero la sigo mirando y me siento en la mesa del escritorio.- ¿Quieres?- le ofrezco a modo de respuesta ante toda la información que había salido de sus labios.- No tiene alcohol, no te preocupes. La paredes de este puto hospital oyen y bueno, no te pueden temblar la mano cuando tengas que operar, ¿verdad?- sonrío de manera irónica, solo un poco y le lleno un vaso de licor de mora a ella.- Bebe, te sentirás bien después de que te haya mirado el viejo ese con ojos de quiero follarte entera.- relleno de nuevo mi vaso y guardo los papeles y la botella.- Empezarás ahora mismo conmigo, bajo mi tutela. Te observaré y te enseñaré cosas. Diagnosticarás enfermedades conmigo y bla bla bla. Seremos compañeros.- le sonreí, pero sin llegar esa sonrisa a mis ojos. Ninguna llega a mis ojos.
Me levanto, cansado, y voy al pequeño armario de al lado de la ventana y cojo un vaso y una botella de licor. No tiene alcohol, por supuesto, no podía jugar con mi trabajo así como así, pero el sabor del líquido me calma, me entretiene. Entretiene a mi cerebro con algo y lo aparta de la realidad tétrica en que se había sumado y luego observo a Elle. No me siento culpable de no haber escuchado nada, pero la sigo mirando y me siento en la mesa del escritorio.- ¿Quieres?- le ofrezco a modo de respuesta ante toda la información que había salido de sus labios.- No tiene alcohol, no te preocupes. La paredes de este puto hospital oyen y bueno, no te pueden temblar la mano cuando tengas que operar, ¿verdad?- sonrío de manera irónica, solo un poco y le lleno un vaso de licor de mora a ella.- Bebe, te sentirás bien después de que te haya mirado el viejo ese con ojos de quiero follarte entera.- relleno de nuevo mi vaso y guardo los papeles y la botella.- Empezarás ahora mismo conmigo, bajo mi tutela. Te observaré y te enseñaré cosas. Diagnosticarás enfermedades conmigo y bla bla bla. Seremos compañeros.- le sonreí, pero sin llegar esa sonrisa a mis ojos. Ninguna llega a mis ojos.
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Mientras hablo voy observando al doctor de vez en cuando. ¿Realmente me está escuchando? Lo dudo bastante, pero ya me va bien. No me gusta hablar con nadie de la Señora Cassandra. Porque parezco débil, porque se me ve en los ojos que la echo de menos. Sacudo la cabeza, dándome cuenta de que seguramente le he parecido débil desde el momento en el que he entrado temblando por culpa de ese maldito hombre. El Doctor se levanta y veo como echa un líquido dentro de dos vasos. Escucho sus palabras y aún así, cuando me tiende el vaso, lo acepto con algo de recelo. No quiero tomar alcohol, pero cuando me dice que no lleva me relajo bastante y le doy un trago al vaso. El alcohol es una de esas cosas en la vida que me hacen sentir rara. Con solo diecisiete años, a veces siento que me gustaría optar por esa salida que he visto tantas veces en gente de mi alrededor para olvidar todo lo que me atormenta, pero nunca me he llegado a emborrachar de verdad. Intento evitar el mirarle directamente, pero levanto la cabeza de golpe ante sus palabras acerca del Señor Nickson. Me cago en todo. Lo ha visto, ha visto al viejo, y ha visto su mirada también. Me encojo en mi asiento, como si así pudiera hacerme más pequeña, y me limito a asentir lentamente a sus palabras, que suenan bastante bien a mis oídos después de la brusquedad de lo otro que ha dicho. Empezar ahora mismo. Sonrío para mis adentros. Próxima parada, Doctora Weynart. Pero primero me hace falta aprender.
Me quedo callada un rato, mirando el vaso que tengo entre manos y sintiendo el líquido resbalar por mi cuello con una lentitud exquisita. En un momento dado, sacando el valor de algún lugar que desconozco, levanto la mirada, dudosa – D-doctor Larsen… M-me preguntaba si sería posible que el Señor Nickson tuviera… Bueno, un trastorno obsesivo compulsivo. Solo he hablado con un familiar suyo, y aunque sé que no debí hacerlo le pregunté un par de cosas y… Y bueno, se ve que el Señor Nickson es bastante homófobo, y desde pequeño ha estado evitando a las personas homosexuales. Se ve que decía que no quería ser como ellos y bueno… Una vez quiso enseñarme... Ya sabe, eso, diciendo "mira, nena, los gays no la tienen así" - me muerdo el labio, bastante nerviosa por estar diciendo todo eso, además de terriblemente avergonzada. Vuelven a temblarme las manos, y la voz también – Eso, que sabiendo que hay diferentes tipos de trastornos obsesivo-compulsivos y que uno de ellos es el sexual… - bufo. No quiero que parezca que estoy diciendo esto porque lleva mirándome así desde que entré en este hospital – Lo que quiero decir es que he estado observando su comportamiento y todo coincide. Y en su historial no se hace mención de ningún tipo de enfermedad mental o… O trastorno, solo se habla de sus problemas de hígado – bajo la mirada a mis manos, que mantengo agarradas encima de mi regazo con un nerviosismo evidente. ¿Quién me mandaría a mí empezar a decir estas cosas? Tendría que haberme callado.
Me quedo callada un rato, mirando el vaso que tengo entre manos y sintiendo el líquido resbalar por mi cuello con una lentitud exquisita. En un momento dado, sacando el valor de algún lugar que desconozco, levanto la mirada, dudosa – D-doctor Larsen… M-me preguntaba si sería posible que el Señor Nickson tuviera… Bueno, un trastorno obsesivo compulsivo. Solo he hablado con un familiar suyo, y aunque sé que no debí hacerlo le pregunté un par de cosas y… Y bueno, se ve que el Señor Nickson es bastante homófobo, y desde pequeño ha estado evitando a las personas homosexuales. Se ve que decía que no quería ser como ellos y bueno… Una vez quiso enseñarme... Ya sabe, eso, diciendo "mira, nena, los gays no la tienen así" - me muerdo el labio, bastante nerviosa por estar diciendo todo eso, además de terriblemente avergonzada. Vuelven a temblarme las manos, y la voz también – Eso, que sabiendo que hay diferentes tipos de trastornos obsesivo-compulsivos y que uno de ellos es el sexual… - bufo. No quiero que parezca que estoy diciendo esto porque lleva mirándome así desde que entré en este hospital – Lo que quiero decir es que he estado observando su comportamiento y todo coincide. Y en su historial no se hace mención de ningún tipo de enfermedad mental o… O trastorno, solo se habla de sus problemas de hígado – bajo la mirada a mis manos, que mantengo agarradas encima de mi regazo con un nerviosismo evidente. ¿Quién me mandaría a mí empezar a decir estas cosas? Tendría que haberme callado.
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Interesante deducción, si señor. No puedo negar que el diagnóstico que había dado ella de algo que a nosotros se nos había pasado por encima, era de momento una luz dentro de un túnel. No era del todo malo cuando nosotros sabíamos que había algo, pero no el que, y la teoría que había explicado ella me gustaba.
La miro a los ojos y doy vueltas al líquido de la copa, observándolo mientras pienso. Me levanto de la mesa, guardo la botella, le doy un último trago y guardo también el vaso. Todo esto era algo automático, era lo que siempre hacía al llegar al despacho, pero claro, hoy era diferente. Ahora soy un puñetero tutor, como una niñera. Genial.
Me acerco a ella y le cojo el vaso vacío, rozándole levemente la piel con la mano. Tenía una piel suave. Sonreí un poco. No iba a dejar que los viejos de esa planta la traumatizasen. Me siento de nuevo en el sillón y me apoyo en el escritorio.- Transtorno obsesivo compulsivo... suena bien. De hecho creo que nos has arrojado algo de luz. Sabíamos que le pasaba algo a ese viejo, pero claro, solo se porta bien con las mujeres y contigo además y no habíamos hablado con su familia.- sonrío y esta vez un poco más.- Bien hecho, Elle, bien hecho.- me levanto y le cojo la mano para que se levantase conmigo.- Vamos a trabajar y ver mejor a ese viejo.- abrí la puerta y le solté la mano.
La miro a los ojos y doy vueltas al líquido de la copa, observándolo mientras pienso. Me levanto de la mesa, guardo la botella, le doy un último trago y guardo también el vaso. Todo esto era algo automático, era lo que siempre hacía al llegar al despacho, pero claro, hoy era diferente. Ahora soy un puñetero tutor, como una niñera. Genial.
Me acerco a ella y le cojo el vaso vacío, rozándole levemente la piel con la mano. Tenía una piel suave. Sonreí un poco. No iba a dejar que los viejos de esa planta la traumatizasen. Me siento de nuevo en el sillón y me apoyo en el escritorio.- Transtorno obsesivo compulsivo... suena bien. De hecho creo que nos has arrojado algo de luz. Sabíamos que le pasaba algo a ese viejo, pero claro, solo se porta bien con las mujeres y contigo además y no habíamos hablado con su familia.- sonrío y esta vez un poco más.- Bien hecho, Elle, bien hecho.- me levanto y le cojo la mano para que se levantase conmigo.- Vamos a trabajar y ver mejor a ese viejo.- abrí la puerta y le solté la mano.
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Noto sus ojos clavados en mi mientras el poco líquido que queda en su vaso va dando vueltas a causa del movimiento de su mano. Me encuentro a mi misma mordisqueándome el labio con cierto nerviosismo, deseando no haberme excedido en confianza al haber aventurado esa posibilidad acerca del viejo Nickson. Levanto la mirada y me encuentro con los ojos del doctor, parece pensativo. No digo nada pero esta vez tampoco aparto la mirada, agonizante a la espera de una respuesta. Me tenso levemente en la silla, a pesar de que trato de evitarlo, y me mantengo rígida durante el rato en el que él se entretiene guardando al botella y el vaso en el sitio de donde lo ha sacado.
Levanto casi sin fuerzas la mano con la que sostengo el vaso ya vacío permitiendo que él lo coja. Noto sus dedos rozando levemente mi piel y por alguna razón me estremezco levemente. Sacudo la cabeza, bajando la mirada a mis manos, que cruzo encima de mi regazo. Me obligo a levantar la mirada cuando se sienta delante de mi. Escucho sus palabras con atención y, por primera vez dentro de ese despacho, estoy relajada. Casi me cuesta creerlo. Trato de mantener la expresión serena pero cuando él sonríe simplemente sigo ese gesto, tal vez por pura inercia, tal vez porque esa sonrisa suya hace que parezca que rejuvenece mínimo cinco años. Me coge la mano diciéndome unas palabras que casi me hinchan de orgullo. Me muerdo el labio, mirándole, reprimiendo la alegría o lo que sea que está invadiendo mi cuerpo - Gr-gracias, Doctor... - va hacia la puerta y cuando la abre suelta mi mano. Salgo delante de él y me planto en el pasillo, mirándole -¿Qué se hará con el señor Nickson si resulto tener razón, Doctor Larsen? - pregunto, frotándome las manos con nerviosismo.
Levanto casi sin fuerzas la mano con la que sostengo el vaso ya vacío permitiendo que él lo coja. Noto sus dedos rozando levemente mi piel y por alguna razón me estremezco levemente. Sacudo la cabeza, bajando la mirada a mis manos, que cruzo encima de mi regazo. Me obligo a levantar la mirada cuando se sienta delante de mi. Escucho sus palabras con atención y, por primera vez dentro de ese despacho, estoy relajada. Casi me cuesta creerlo. Trato de mantener la expresión serena pero cuando él sonríe simplemente sigo ese gesto, tal vez por pura inercia, tal vez porque esa sonrisa suya hace que parezca que rejuvenece mínimo cinco años. Me coge la mano diciéndome unas palabras que casi me hinchan de orgullo. Me muerdo el labio, mirándole, reprimiendo la alegría o lo que sea que está invadiendo mi cuerpo - Gr-gracias, Doctor... - va hacia la puerta y cuando la abre suelta mi mano. Salgo delante de él y me planto en el pasillo, mirándole -¿Qué se hará con el señor Nickson si resulto tener razón, Doctor Larsen? - pregunto, frotándome las manos con nerviosismo.
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Cierro los ojos, sopesando el repentino dolor de cabeza que ha aparecido de repente y comienzo a caminar hacia el ascensor para subir a la cuarta planta. No me molesto en mirar hacia atrás por si me sigue o no. Debería hacerlo si quiere aprender. Aprieto el botón y espero, mirando hacia ambos lados para posar mi mirada en los ojos claros de ella.- Ponerle tratamiento y bajarle los humos.- digo distraídamente volviendo mis ojos a las puertas del ascensor.
Ambas se abren y me cuelo dentro esperando a que ella hiciese lo mismo para darle al cuatro.- Vamos.- le insto y le doy al número. Me apoyo en la pared del fondo y me cruzo de brazos.- ¿Que es lo que te hace exactamente?- pregunto volviéndola a mirar a los ojos.
Ambas se abren y me cuelo dentro esperando a que ella hiciese lo mismo para darle al cuatro.- Vamos.- le insto y le doy al número. Me apoyo en la pared del fondo y me cruzo de brazos.- ¿Que es lo que te hace exactamente?- pregunto volviéndola a mirar a los ojos.
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Me apresuro a seguir al Doctor Larsen cuando se pone a andar, algo me impulsa a estar cerca de él. Tal vez el saber que el poder o no llevar una placa donde ponga "Doctora Weynart" en un futuro depende de él y solo de él. Porque es mi tutor, mi mentor, o como sea que quieran llamarle. Me espero a un metro de él cuando le da al botón del ascensor, y noto como me pongo nerviosa solo por estar yendo a la cuarta planta, donde están todos esos viejos, donde estará el Señor Nickson. Pero no puedo demostrarlo, es mejor que me muestre... Fuerte, o algo parecido. Asiento con la cabeza ante su respuesta, clavando la mirada en el suelo. Hay veces en los que mis pies son realmente interesantes, sí.
Cuando se abren las puertas del ascensor me apresuro a entrar tras él, atenta a su palabra que me urge darme prisa. Me apoyo contra la puerta cuando se cierra, quedando de cara a él, y su pregunta me incomoda bastante, pero tengo que decírselo - Pues... Me... Me intenta tocar, a veces lo consigue, y... Y me dice cosas fuera de lugar... No sabría explicarlo exactamente - mascullo, con el nerviosismo que siento haciendo su aparición en el ambiente de forma demasiado clara para mi gusto.
Cuando se abren las puertas del ascensor me apresuro a entrar tras él, atenta a su palabra que me urge darme prisa. Me apoyo contra la puerta cuando se cierra, quedando de cara a él, y su pregunta me incomoda bastante, pero tengo que decírselo - Pues... Me... Me intenta tocar, a veces lo consigue, y... Y me dice cosas fuera de lugar... No sabría explicarlo exactamente - mascullo, con el nerviosismo que siento haciendo su aparición en el ambiente de forma demasiado clara para mi gusto.
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Frunzo el ceño mientras me paso la lengua por los labios, pensando. Las prácticas poco éticas que se me estaban ocurriendo ahora mismo eran cuanto mejores para poner a todos esos viejos más rectos que un palo, y aunque había conseguido que me respetasen con los años y con mi trabajo, sabía que sería una ardua tarea. No sabía algo más terco que un viejo.
Miro distraído el número dos del panel, y luego la miro a ella.- Hay que hacerse respetar, Elle, y aunque eso es difícil para una adolescente de diecisiete años... - sonrío un poco y ladeo la cabeza.- Tú tienes el poder aquí, pequeña. Con tan solo un movimiento puedes dejarlos fiambres o puedes darle un sustito.- sonrío más y las puertas de abren. Estaba sonriendo más de lo normal y eso era bastante raro. Aprieto la mandíbula y me dirijo a las habitaciones.- Creo que no hace falta que me digas cuales son los que te molestan. He tratado con estos y se de que pie cojean cada uno.- paso por el lado de una habitación y la señalo.- Ese es adicto a la morfina, quítale su ración diaria y lo tendrás comiendo de tu mano y te dejará en paz.- sigo caminando y paso por otra habitación.- Ese le tiene miedo a su familia, cree que lo van a matar o algo por el estilo. Solo bastaría con transformarme en un miembro de ellos y hacer que se vuelva loco.- río un poco y camino hacia la habitación del señor Nickson.- Y por último y peor está este, ¿no?- asiento un poco y entro dentro.
Inmediatamente veo como posa los ojos en ella, y luego en mi. Se queda callado y me planto justo enfrente de su campo de visión con una media sonrisa y cruzado de brazos.- Buenos días señor Nickson, ¿como le va?- pregunto con algo de alegría fingida.- Aquí vengo con la señorita Weynart, mi aprendiz.- me siento en el borde de la cama y el viejo me mira con cautela. Se queda callado.- Nos hemos dado cuenta que sufre usted un transtorno obsesivo compulsivo en relación a lo sexual.- frunzo los labios y ladeo la cabeza.- ¿Le tiene miedo a los homosexuales?- alzo las cejas y al viejo se le cambia la cara. Bingo. Se pone nervioso y adopta una figura ofensiva en todo su cuerpo arrugado.- Eso es un sí... Vaya, vaya.- me levanto y miro a Elle, guiñándole un ojo y me vuelvo al hombre y le cojo la mano.- No tiene porqué tener miedo, no pasa nada.- adopto un poco de sensualidad en mi voz.- Usted está a salvo de convertirse en gay, solo le digo una cosa, a la señorita Elle le incomoda su actitud, señor Nickson y eso no puede ser. No me puede obligar a hacer algo que no quiera o quizá haga otra cosa.- la amenaza la dejo en el aire y me levanto.- Si veo más coqueteo hacia ella, tocamientos o algo.... tendré que hacerle una visita por la noche, pero shh.- sonrío de lado y le guiño el ojo. El viejo traga saliva, dándose cuenta de por donde iban los tiros y su cara de miedo era de risa. Asintió despacio y me vuelvo hacia la salida cogiendo a Elle y mirándola con una sonrisa.- Ya no te molestará más y si lo hace será para pedirte perdón. Eso espero, he puesto mi orientación sexual en tela de juicio por ese viejo.- camino por los pasillos tranquilamente mientras me meto las manos en los bolsillos. Este aprendizaje prometía.
Miro distraído el número dos del panel, y luego la miro a ella.- Hay que hacerse respetar, Elle, y aunque eso es difícil para una adolescente de diecisiete años... - sonrío un poco y ladeo la cabeza.- Tú tienes el poder aquí, pequeña. Con tan solo un movimiento puedes dejarlos fiambres o puedes darle un sustito.- sonrío más y las puertas de abren. Estaba sonriendo más de lo normal y eso era bastante raro. Aprieto la mandíbula y me dirijo a las habitaciones.- Creo que no hace falta que me digas cuales son los que te molestan. He tratado con estos y se de que pie cojean cada uno.- paso por el lado de una habitación y la señalo.- Ese es adicto a la morfina, quítale su ración diaria y lo tendrás comiendo de tu mano y te dejará en paz.- sigo caminando y paso por otra habitación.- Ese le tiene miedo a su familia, cree que lo van a matar o algo por el estilo. Solo bastaría con transformarme en un miembro de ellos y hacer que se vuelva loco.- río un poco y camino hacia la habitación del señor Nickson.- Y por último y peor está este, ¿no?- asiento un poco y entro dentro.
Inmediatamente veo como posa los ojos en ella, y luego en mi. Se queda callado y me planto justo enfrente de su campo de visión con una media sonrisa y cruzado de brazos.- Buenos días señor Nickson, ¿como le va?- pregunto con algo de alegría fingida.- Aquí vengo con la señorita Weynart, mi aprendiz.- me siento en el borde de la cama y el viejo me mira con cautela. Se queda callado.- Nos hemos dado cuenta que sufre usted un transtorno obsesivo compulsivo en relación a lo sexual.- frunzo los labios y ladeo la cabeza.- ¿Le tiene miedo a los homosexuales?- alzo las cejas y al viejo se le cambia la cara. Bingo. Se pone nervioso y adopta una figura ofensiva en todo su cuerpo arrugado.- Eso es un sí... Vaya, vaya.- me levanto y miro a Elle, guiñándole un ojo y me vuelvo al hombre y le cojo la mano.- No tiene porqué tener miedo, no pasa nada.- adopto un poco de sensualidad en mi voz.- Usted está a salvo de convertirse en gay, solo le digo una cosa, a la señorita Elle le incomoda su actitud, señor Nickson y eso no puede ser. No me puede obligar a hacer algo que no quiera o quizá haga otra cosa.- la amenaza la dejo en el aire y me levanto.- Si veo más coqueteo hacia ella, tocamientos o algo.... tendré que hacerle una visita por la noche, pero shh.- sonrío de lado y le guiño el ojo. El viejo traga saliva, dándose cuenta de por donde iban los tiros y su cara de miedo era de risa. Asintió despacio y me vuelvo hacia la salida cogiendo a Elle y mirándola con una sonrisa.- Ya no te molestará más y si lo hace será para pedirte perdón. Eso espero, he puesto mi orientación sexual en tela de juicio por ese viejo.- camino por los pasillos tranquilamente mientras me meto las manos en los bolsillos. Este aprendizaje prometía.
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No puedo evitar bajar la vista a sus labios cuando se los humedece con la lengua y sacudo la cabeza rápidamente, negando para mi misma. Pienso en un par de compañeras que más de una vez han comentado que el Doctor Larsen si se preocupara un poco más por su aspecto y lo cuidara más sería realmente guapo. Ahora entiendo lo que quieren decir, pero no quiero pensar en eso. No quiero ser una de esas mojabragas. Quiero ser una doctora seria y respetable. Y ahora no llego ni a enfermera, así que me queda un largo camino por recorrer, y depende de este hombre que lo complete o no.
Cuando el Doctor Larsen empieza a hablar centro toda mi atención en él y en sus palabras, casi bebiendo de lo que dice. Me da un enfoque, una visión que yo nunca me había planteado, y me sorprendo al ver que tiene razón. Que ellos son enfermos y yo tengo el poder. Y sin embargo, al mismo tiempo que me hace sentir poderosa, también me hace sentir minúscula y vulnerable cuando me llama pequeña. Le sigo fuera del ascensor y voy escuchando lo que explica de cada uno de los pacientes que menciona. Morfina, familiares y... Y Nickson. Sí, es el peor, es el peor y el que menos me apetece ver ahora. Respiro hondo, no puedo echarme atrás, no ahora. Cuando entramos, enseguida noto los ojos del viejo clavados en mí y me remuevo, incómoda, hasta que dirige la mirada al Doctor Larsen.
Me quedo quieta y en completo silencio cuando empieza a hablarle al Señor Nickson. Está sentado en el borde de la cama y la mirada del interno me hace plantearme muchas cosas. Me sorprende lo directo que es el Doctor, y el efecto que tienen sus palabras en el viejo. Me apoyo en la pared de la habitación con la mirada gacha, escuchando las preguntas del Doctor Larsen. Pero algo me hace levantar la cabeza de golpe. ¿Me lo parece a mi o su voz ha adoptado un tono que no estaba ahí antes? Parpadeo varias veces ante la pretendida sensualidad que tanto me acaba de sorprender, pero no digo nada. Simplemente me limito a observar detenidamente al enfermo, a sus reacciones y, de vez en cuando, lanzándole una mirada furtiva al Doctor. Mis ojos se abren más que en todo este rato cuando escucho su amenaza. Bueno, si es que se le puede llamar amenaza. La cara de miedo de Nickson es de foto, y cuando el Doctor me coge y salimos de la sala me quedo con la boca entreabierta, todavía sorprendida, mirándole. Me río un poco, incómoda, cuando habla y le sigo – Esto… Gracias, Doctor Larsen, me ha… Hecho un gran favor, pero… – ”no, Elle, no puedes hacer esto, no puedes hacer una pregunta así. Bueno, en realidad sí que puedes. Pero no deberías”, me voy diciendo a mi misma a medida que miro al Doctor, andando a su lado. Al final me pongo delante de él, frenando en seco al tiempo que pregunto, con la duda corroyéndome entera – ¿Es usted gay, Doctor Larsen? – y al tiempo que hablo me doy cuenta de mi idiotez y del color carmín que están adquiriendo mis mejillas, fruto de la vergüenza.
Cuando el Doctor Larsen empieza a hablar centro toda mi atención en él y en sus palabras, casi bebiendo de lo que dice. Me da un enfoque, una visión que yo nunca me había planteado, y me sorprendo al ver que tiene razón. Que ellos son enfermos y yo tengo el poder. Y sin embargo, al mismo tiempo que me hace sentir poderosa, también me hace sentir minúscula y vulnerable cuando me llama pequeña. Le sigo fuera del ascensor y voy escuchando lo que explica de cada uno de los pacientes que menciona. Morfina, familiares y... Y Nickson. Sí, es el peor, es el peor y el que menos me apetece ver ahora. Respiro hondo, no puedo echarme atrás, no ahora. Cuando entramos, enseguida noto los ojos del viejo clavados en mí y me remuevo, incómoda, hasta que dirige la mirada al Doctor Larsen.
Me quedo quieta y en completo silencio cuando empieza a hablarle al Señor Nickson. Está sentado en el borde de la cama y la mirada del interno me hace plantearme muchas cosas. Me sorprende lo directo que es el Doctor, y el efecto que tienen sus palabras en el viejo. Me apoyo en la pared de la habitación con la mirada gacha, escuchando las preguntas del Doctor Larsen. Pero algo me hace levantar la cabeza de golpe. ¿Me lo parece a mi o su voz ha adoptado un tono que no estaba ahí antes? Parpadeo varias veces ante la pretendida sensualidad que tanto me acaba de sorprender, pero no digo nada. Simplemente me limito a observar detenidamente al enfermo, a sus reacciones y, de vez en cuando, lanzándole una mirada furtiva al Doctor. Mis ojos se abren más que en todo este rato cuando escucho su amenaza. Bueno, si es que se le puede llamar amenaza. La cara de miedo de Nickson es de foto, y cuando el Doctor me coge y salimos de la sala me quedo con la boca entreabierta, todavía sorprendida, mirándole. Me río un poco, incómoda, cuando habla y le sigo – Esto… Gracias, Doctor Larsen, me ha… Hecho un gran favor, pero… – ”no, Elle, no puedes hacer esto, no puedes hacer una pregunta así. Bueno, en realidad sí que puedes. Pero no deberías”, me voy diciendo a mi misma a medida que miro al Doctor, andando a su lado. Al final me pongo delante de él, frenando en seco al tiempo que pregunto, con la duda corroyéndome entera – ¿Es usted gay, Doctor Larsen? – y al tiempo que hablo me doy cuenta de mi idiotez y del color carmín que están adquiriendo mis mejillas, fruto de la vergüenza.
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Lo que me temía, el numerito de hace escasos minutos iba a malinterpretar muchas cosas y todo por ayudar a una persona que aunque hubiese visto más de una vez, no dejaba de ser una "compañera" de trabajo desconocida. Nunca me había importado lo que la gente dijese de mi, pero que creyesen que era gay era otra historia, más aún cuando tenías una hija, tu mujer muerta de hace unos meses y los posibles rumores y malentendidos que eso pudiese generar.
Me paro cuando Elle me corta el paso y la analizo con la mirada. Sus mejillas sonrojadas son cuanto más tiernas y aunque no me apetece para nada sonreír, mis comisuras me traicionan y se curvan en un leve movimiento hacia arriba.- De nada, Elle y no, no soy gay.- mi voz suena ronca, suave, pero firme.- Tenía que asustarlo, meterle miedo y como no podía inyectarle nada en la vía. Le he dado el susto así.- sonreí más.- Vas a tener mucho tiempo para conocerme, verás algunos métodos poco éticos que tengo, pero no dudes que la enseñanza será intensa y difícil.- echo de nuevo a andar por el pasillo.- Bienvenida a San Mungo, Elle, ahora si que vas a notar el hospital.- río de forma algo traviesa y suspiro. Van a ser unos largos años.
Me paro cuando Elle me corta el paso y la analizo con la mirada. Sus mejillas sonrojadas son cuanto más tiernas y aunque no me apetece para nada sonreír, mis comisuras me traicionan y se curvan en un leve movimiento hacia arriba.- De nada, Elle y no, no soy gay.- mi voz suena ronca, suave, pero firme.- Tenía que asustarlo, meterle miedo y como no podía inyectarle nada en la vía. Le he dado el susto así.- sonreí más.- Vas a tener mucho tiempo para conocerme, verás algunos métodos poco éticos que tengo, pero no dudes que la enseñanza será intensa y difícil.- echo de nuevo a andar por el pasillo.- Bienvenida a San Mungo, Elle, ahora si que vas a notar el hospital.- río de forma algo traviesa y suspiro. Van a ser unos largos años.
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