OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Nieva. El blanco llegó por fin al distrito de los vencedores, cubriendo hasta el más pequeño detalle. Las noches se vuelven heladas y largas, por lo que agradezco haberme traído el libro y las pinturas para matar el tiempo. Porque eso es lo que hago. Desde hace una semana, solamente he salido para ver a Dalerick y buscar algunas cosas en mi casa; el resto del tiempo, lo he pasado en el living de Andy. No sé exactamente por que estoy aquí; tal vez, sus gatos hacen que me sienta acompañada. No hace falta mucho tiempo para que me de cuenta de que son un trío ruidoso, curioso y, para mi sorpresa, también cariñoso. Duermo en el sofá y suelen acurrucarse a mi lado, haciendo que sus ronroneos sean lo último y lo primero que escucho en el día.
Hoy hace tanto frío que he bajado una manta y me he cubierta con ella hasta el mentón, dejando el libro en el suelo abierto de par en par para que la pintura se seque. Es cuando no pinto, el momento en el cual mi cerebro empieza a recordar cada detalle de aquel día. Todavía no entiendo como es posible que Kathleen esté embarazada y que Jeremy sea el padre. No sé si es el hecho de que me niego a aceptar la realidad, pero para mí sigue siendo una completa mentira. Estoy casi segura de que la panza de Katie nunca crecerá, que nunca tendré que escuchar el llanto de ningún bebé o, aún mejor, que todos dirán que fue una mala broma o una pesadilla. Pero como nadie viene, nadie me busca ni se molestan en saber donde estoy, sospecho que es verdad. Yo ya no importo. Ellos tampoco pueden importarme. Me destruyeron. Creo que ya no tengo nada por lo que pelear.
A media tarde me da hambre, así que me deslizo hasta la cocina envuelta en la manta, donde siguen los trozos del jarrón que tiré cuando vine para aquí. Abro la alacena, saco unas galletas saladas y vuelvo a la sala, masticando una con cierta dificultad mientras escondo el paquete entre la manta y mi brazo. Salchicha, el único gato que reconozco y el cual ya está enorme, se mete entre mis pies - ¡No hagas eso! - le ordeno en voz baja, casi como si pudiese despertar a alguien - No...¡ay! - levanto un pie, ya que ha clavado sus uñas en mi piel descalza intentando jugar. Le propino una ligera patada y el gato sale espantado, saltando sobre un mueble y tirando al suelo una lámpara, que se hace añicos y yo salto hacia atrás. Otra cosa que rompo en una casa que no es mía. Sospecho que destruyo todo lo que toco.
Lo que me detiene antes de que piense en arreglar el desastre, son los pasos en el umbral. Estúpidamente, me quedo parada en medio de la sala, subiendo la manta casi como si así pudiese protegerme. ¿Quén viene de visita, cuando se supone que el dueño de casa está internado? Si es Katie, pienso propinarle el golpe que me guardé. Si es un médico, tendré que gritar. Y si es Jeremy... prefiero no pensarlo. Sería más sencillo si él hubiese muerto en la arena. Supongo que lo que nos queda a uno del otro es la extraña sensación de saber que somos responsables de nuestra existencia.
Hoy hace tanto frío que he bajado una manta y me he cubierta con ella hasta el mentón, dejando el libro en el suelo abierto de par en par para que la pintura se seque. Es cuando no pinto, el momento en el cual mi cerebro empieza a recordar cada detalle de aquel día. Todavía no entiendo como es posible que Kathleen esté embarazada y que Jeremy sea el padre. No sé si es el hecho de que me niego a aceptar la realidad, pero para mí sigue siendo una completa mentira. Estoy casi segura de que la panza de Katie nunca crecerá, que nunca tendré que escuchar el llanto de ningún bebé o, aún mejor, que todos dirán que fue una mala broma o una pesadilla. Pero como nadie viene, nadie me busca ni se molestan en saber donde estoy, sospecho que es verdad. Yo ya no importo. Ellos tampoco pueden importarme. Me destruyeron. Creo que ya no tengo nada por lo que pelear.
A media tarde me da hambre, así que me deslizo hasta la cocina envuelta en la manta, donde siguen los trozos del jarrón que tiré cuando vine para aquí. Abro la alacena, saco unas galletas saladas y vuelvo a la sala, masticando una con cierta dificultad mientras escondo el paquete entre la manta y mi brazo. Salchicha, el único gato que reconozco y el cual ya está enorme, se mete entre mis pies - ¡No hagas eso! - le ordeno en voz baja, casi como si pudiese despertar a alguien - No...¡ay! - levanto un pie, ya que ha clavado sus uñas en mi piel descalza intentando jugar. Le propino una ligera patada y el gato sale espantado, saltando sobre un mueble y tirando al suelo una lámpara, que se hace añicos y yo salto hacia atrás. Otra cosa que rompo en una casa que no es mía. Sospecho que destruyo todo lo que toco.
Lo que me detiene antes de que piense en arreglar el desastre, son los pasos en el umbral. Estúpidamente, me quedo parada en medio de la sala, subiendo la manta casi como si así pudiese protegerme. ¿Quén viene de visita, cuando se supone que el dueño de casa está internado? Si es Katie, pienso propinarle el golpe que me guardé. Si es un médico, tendré que gritar. Y si es Jeremy... prefiero no pensarlo. Sería más sencillo si él hubiese muerto en la arena. Supongo que lo que nos queda a uno del otro es la extraña sensación de saber que somos responsables de nuestra existencia.
Llego a mi casa. No se cómo, solo sé que he caminado una eternidad, pasado incluso por la playa, oído en algún momento las sirenas de la ambulancia que probablemente está buscando al loco del distrito séis que ha conseguido eludir la seguridad y se ha escapado. No es tan difícil cuando la mayor parte de la medicación que te aplican es para dejarte groggy en la cama con la esperanza de que duermas 20 de las 24 horas al día, las otras cuatro las utilizas para comer o para hablar con el psicólogo. Esa es mi vida ahora. Mientras avanzo por el jardín hacia el interior utilizo una de mis manos para intentar romper la pulsera de mentalmente desorientado. ¿Para qué se supone que sirve? Si claro, para cuando perdía la razón de mi mismo y no sabía donde estaba. Ahora pasaré el resto de mi vida en el hospital y todo el mundo sabrá exactamente donde estoy. Aún así ahí sigue, recordándome que no soy normal, que soy diferente a los demás, que ni siquiera merezco estar en el mundo.
Al entrar al pasar al recibidor mi vista permanece en el suelo a unos metros por delante de mi tal y cómo he recorrido todo el camino, cómo si todo el mundo hubiera perdido el color y ni siquiera mereciera ser mirado de nuevo. Lo primero que distingo es el chillido de salchicha que por algún motivo que desconozco es más efusivo que los demás gatitos que he adoptado porque no tenía donde dejarlos, y lo siguiente son sus uñas enterrándose en la piel de mi pierna mientras utiliza mi pantalón para escalar hasta mis brazos. No me quejo en absoluto, siento sus uñas, sé que ha roto la piel con una facilidad increíble, que va a dejar unas líneas rojas y largas en ellas pero no las siento en realidad. Sé que están pero para mi no están. No suelen, porque ya nada me duele, ya nada me gusta, ya nada me emociona. Es prácticamente cómo haber muerto.
Agarro al gato en brazos mientras tropiezo a medias en dirección a la cocina en total silencio con los otros dos gatitos dando vueltas a mi alrededor encontrando la escalera mágica por la que su compañero ha subido para subir ellos también. De pronto en medio de aquel caos acabo pisando a uno que sale disparado hacia donde está Jolene cubierta por una manta intentando parecer invisible. De todas maneras era invisible para mi hasta ese momento, cuando el gatito ha ido a buscar consuelo en alguien que no la ha pisado. Mis ojos conectan con los suyos durante una eternidad y los recuerdos de aquella noche regresan. Apenas consigo hilar la información de lo que pasó después de que la aguja se introduciera en mi cuello y me hiciese dormir, pero el resto lo tengo tan vivido cómo si hubiese pasado hace menos de un segundo. Intento soltar un "hola" pero no tengo voz. ¿Cuánto llevo en realidad sin abrir la boca para nada que no sea suspirar?. Las palabras mío regresan a mi cabeza y la taladran, la voz de Jeremy me inunda los oídos hasta que se hace dolorosa.
Suelto salchicha y cae al suelo sobre sus pies con un bufido indignado y retomo mi camino hacia la cocina sin nada que decir. De alguna manera me alegro que esté aquí. De alguna manera debería haber supuesto que sería aquí donde estaría. Pero entonces viene el kit de la cuestión: ¿Qué le digo? ¿Que me alegro de verla? ¿Que lo siento? No ha sido mi culpa, la culpa la tienen esos dos, dos personas en las que confiamos ciegamente y que ahora van a tener un final feliz con un hijo en camino sin mirar los despojos que han dejado atrás. Además si ella me dice que lo siente juro que la golpeo, supongo que ese caso se aplica también a la inversa, ese es el motivo principal por el que no abro la boca.
Decido que no hace falta decir nada así que voy a la cocina con pasos muy mecánicos y casi lentos, una risa se me escapa al llegar a la despensa y me dejo caer en el suelo con la espalda contra la encimera y las rodillas dobladas. Aún no puedo creer que por un momento se me hubiera pasado por la cabeza que ese bebé fuera mío. Eso de alguna manera me habría hecho feliz y está más que claro que en mi vida pasada he matado a alguien y en ésta no me merezco nada de lo bueno que pueda pasarme.
Tiro de una botella para sacarla, tiro de la otra. Todas caen sobre la madera del suelo. La primera se resquebraja un poco porque ha caído desde muy alto, pero no se rompe. La segunda sale completamente ilesa. Esa es la que cojo, esa es la que destapo y esa es la que bebo de prácticamente un sorbo.
Llevo demasiado tiempo drogado, soñando, rememorando ese día cada segundo de esos sueños. Katie con la chaqueta de Jeremy, en su habitación, sus labios uno junto al otro y repentinamente agarro otra botella, ésta vez con total desprecio lanzándola al otro lado de la cocina. Estalla en mil trozos con un gran escándalo a causa de las burbujas del interior, al menos dos más le siguen antes de que consiga recordarme que tengo que reventar mis cosas no va a servirme de nada. No quiero pensar en ello, se supone que no pensar en ello es la mejor forma de olvidarlo pero allí no hacen más que obligarme a recordarlo una y otra vez, cómo si quisiera que lo grabase a fuego en mi cabeza.
Al entrar al pasar al recibidor mi vista permanece en el suelo a unos metros por delante de mi tal y cómo he recorrido todo el camino, cómo si todo el mundo hubiera perdido el color y ni siquiera mereciera ser mirado de nuevo. Lo primero que distingo es el chillido de salchicha que por algún motivo que desconozco es más efusivo que los demás gatitos que he adoptado porque no tenía donde dejarlos, y lo siguiente son sus uñas enterrándose en la piel de mi pierna mientras utiliza mi pantalón para escalar hasta mis brazos. No me quejo en absoluto, siento sus uñas, sé que ha roto la piel con una facilidad increíble, que va a dejar unas líneas rojas y largas en ellas pero no las siento en realidad. Sé que están pero para mi no están. No suelen, porque ya nada me duele, ya nada me gusta, ya nada me emociona. Es prácticamente cómo haber muerto.
Agarro al gato en brazos mientras tropiezo a medias en dirección a la cocina en total silencio con los otros dos gatitos dando vueltas a mi alrededor encontrando la escalera mágica por la que su compañero ha subido para subir ellos también. De pronto en medio de aquel caos acabo pisando a uno que sale disparado hacia donde está Jolene cubierta por una manta intentando parecer invisible. De todas maneras era invisible para mi hasta ese momento, cuando el gatito ha ido a buscar consuelo en alguien que no la ha pisado. Mis ojos conectan con los suyos durante una eternidad y los recuerdos de aquella noche regresan. Apenas consigo hilar la información de lo que pasó después de que la aguja se introduciera en mi cuello y me hiciese dormir, pero el resto lo tengo tan vivido cómo si hubiese pasado hace menos de un segundo. Intento soltar un "hola" pero no tengo voz. ¿Cuánto llevo en realidad sin abrir la boca para nada que no sea suspirar?. Las palabras mío regresan a mi cabeza y la taladran, la voz de Jeremy me inunda los oídos hasta que se hace dolorosa.
Suelto salchicha y cae al suelo sobre sus pies con un bufido indignado y retomo mi camino hacia la cocina sin nada que decir. De alguna manera me alegro que esté aquí. De alguna manera debería haber supuesto que sería aquí donde estaría. Pero entonces viene el kit de la cuestión: ¿Qué le digo? ¿Que me alegro de verla? ¿Que lo siento? No ha sido mi culpa, la culpa la tienen esos dos, dos personas en las que confiamos ciegamente y que ahora van a tener un final feliz con un hijo en camino sin mirar los despojos que han dejado atrás. Además si ella me dice que lo siente juro que la golpeo, supongo que ese caso se aplica también a la inversa, ese es el motivo principal por el que no abro la boca.
Decido que no hace falta decir nada así que voy a la cocina con pasos muy mecánicos y casi lentos, una risa se me escapa al llegar a la despensa y me dejo caer en el suelo con la espalda contra la encimera y las rodillas dobladas. Aún no puedo creer que por un momento se me hubiera pasado por la cabeza que ese bebé fuera mío. Eso de alguna manera me habría hecho feliz y está más que claro que en mi vida pasada he matado a alguien y en ésta no me merezco nada de lo bueno que pueda pasarme.
Tiro de una botella para sacarla, tiro de la otra. Todas caen sobre la madera del suelo. La primera se resquebraja un poco porque ha caído desde muy alto, pero no se rompe. La segunda sale completamente ilesa. Esa es la que cojo, esa es la que destapo y esa es la que bebo de prácticamente un sorbo.
Llevo demasiado tiempo drogado, soñando, rememorando ese día cada segundo de esos sueños. Katie con la chaqueta de Jeremy, en su habitación, sus labios uno junto al otro y repentinamente agarro otra botella, ésta vez con total desprecio lanzándola al otro lado de la cocina. Estalla en mil trozos con un gran escándalo a causa de las burbujas del interior, al menos dos más le siguen antes de que consiga recordarme que tengo que reventar mis cosas no va a servirme de nada. No quiero pensar en ello, se supone que no pensar en ello es la mejor forma de olvidarlo pero allí no hacen más que obligarme a recordarlo una y otra vez, cómo si quisiera que lo grabase a fuego en mi cabeza.
Los gatos se emocionan, maullan y andan en círculos; entonces, la puerta se abre y por ella entra la última persona que esperaba ver, algo demasiado irónico teniendo en cuenta que ésta es su casa. Andy está mucho más delgado, pálido y, me atrevo a pensar, demacrado de lo que lo recuerdo. Me pregunto si yo me mostraré en un estado parecido, pero entonces caigo en la cuenta de que yo no pasé el último tiempo en el hospital y él sí. No parece reparar en mí y no sé que me duele más, su estado o que me ignore por completo, porque eso significa que yo tampoco importo para el único que creo que puede llegar a entenderme.
Un gato se acerca a mí pero no me tomo la molestia de acariciarlo, sino que me encierro mejor en el agarre de la manta para que el frío no me alcance, aunque no sé si me molesta el clima o el ambiente. Cuando levanto los ojos del animal, me topo con la mirada fija y atormentada de Anderson, en donde veo reflejados cientos de malos recuerdos, algunos que parecen incluso ser los míos. No sé si lo hago de masoquista, pero no puedo apartar la mirada hasta que él lo hace. Sujeto la manta con una sola mano y acomodo mi cabello detrás de mis orejas con tal de hacer algo, incluso pensando en disculparme por los objetos rotos, pero él no dice nada y camina hacia la cocina. Eso provoca que el malestar en mi estómago crezca hasta sentir que llevo una bolsa en mi interior y me conformo con quedarme donde estoy.
No es hasta que escucho los golpes en la cocina, los vidrios rotos que indican que otra cosa más importante se encuentra en pedazos, que cierro los ojos y me tapo los oídos. Tarareo por lo bajo para mí misma, intentando no escuchar otra cosa que el sonido de mi propia voz de un modo completamente tonto, como cuando tenía cinco años y mis padres discutían en la sala y yo evitaba por todos los medios escucharlos. Llega un momento donde parpadeo al sentir una sombra y entonces, noto que se debe a los copos de nieve que pasan por delante de la ventana. Creo que Andy ya ha dejado su terapia rompe-cosas, así que me inclino, tomo el cuaderno del suelo y voy hacia la cocina, arrastrando la manta como si fuese una capa.
Lo encuentro sentado en el suelo y no me cabe duda de que se ha descargado rompiendo absolutamente todo lo que estaba a su alcance, porque el líquido se desparrama allí donde miro. No voy a decirle que no haga tonterías porque yo he roto muchas cosas ya y además, comprendo que necesita descagar su frustración en alguna parte. No sé que más hacer, así que me siento a su lado, pongo el cuento sobre mis piernas y me ocupo de acomodar la manta para que nos cubra a los dos. Casi como si volviese a ser su mejor amiga de siete años, apoyo la cabeza en su hombro mientras saco el cuaderno y lo pongo entre ambos, de modo que los dos tengamos una visión de éste.
Paso las primeras hojas, hasta encontrar el primer dibujo de aquella princesa de largos cabellos dorados, vestido de un rosa muy chillón y todo el típico decorado de un cuento de hadas - Quería mostrártelo. Cuando me lo devolviste, pasé horas decorándolo - cosas tontas sin sentido, eso es lo que necesito ahora. Algo que no me recuerde a todo lo malo que pasa afuera de esta cocina. Me dedico un instante a pasar las páginas, una tras otra cargadas de ilustraciones torpes y brillantes - Creo que tal vez puedes ayudarme con los últimos. Una especie de trabajo en equipo - la definición que en verdad buscaba era "terapia en grupo", pero no me atrevo a usarla.
Me aventuro a mirarlo y a esta distancia tan corta casi puedo decir que está muerto. Levanto un poco mi cabeza y apoyo el mentón en su hombro, arrugando ligeramente el ceño. ¿Qué se supone que se dice en casos como estos? No puedo disculparme. No puedo decirle que lamento haber dicho lo que dije y que nos hayan engañado hasta hacernos sentir basura. Pero, de alguna forma, yo lo estaba esperando en su casa, donde no estoy sola, y eso significa que volvemos a ser amigos. Tal vez no los mejores ni todo lo que fuimos alguna vez, pero creo que puedo conformarme - No me importa - no sé a que me refiero. Si es lo que pasó entre nosotros, lo que pasó en el hospital, el bebé... supongo que es un poco de todo - Nos tenemos el uno al otro. Como en los viejos tiempos - debería sonreírle, pero me he olvidado como se hace. Me conformo con apartar el mentón y posar un beso en su hombro, allí donde estaba apoyada, tal como hacía mamá cuando yo me enfermaba y buscaba calmarme. No sé si ahora mismo hay un remedio para esta enfermedad.
Un gato se acerca a mí pero no me tomo la molestia de acariciarlo, sino que me encierro mejor en el agarre de la manta para que el frío no me alcance, aunque no sé si me molesta el clima o el ambiente. Cuando levanto los ojos del animal, me topo con la mirada fija y atormentada de Anderson, en donde veo reflejados cientos de malos recuerdos, algunos que parecen incluso ser los míos. No sé si lo hago de masoquista, pero no puedo apartar la mirada hasta que él lo hace. Sujeto la manta con una sola mano y acomodo mi cabello detrás de mis orejas con tal de hacer algo, incluso pensando en disculparme por los objetos rotos, pero él no dice nada y camina hacia la cocina. Eso provoca que el malestar en mi estómago crezca hasta sentir que llevo una bolsa en mi interior y me conformo con quedarme donde estoy.
No es hasta que escucho los golpes en la cocina, los vidrios rotos que indican que otra cosa más importante se encuentra en pedazos, que cierro los ojos y me tapo los oídos. Tarareo por lo bajo para mí misma, intentando no escuchar otra cosa que el sonido de mi propia voz de un modo completamente tonto, como cuando tenía cinco años y mis padres discutían en la sala y yo evitaba por todos los medios escucharlos. Llega un momento donde parpadeo al sentir una sombra y entonces, noto que se debe a los copos de nieve que pasan por delante de la ventana. Creo que Andy ya ha dejado su terapia rompe-cosas, así que me inclino, tomo el cuaderno del suelo y voy hacia la cocina, arrastrando la manta como si fuese una capa.
Lo encuentro sentado en el suelo y no me cabe duda de que se ha descargado rompiendo absolutamente todo lo que estaba a su alcance, porque el líquido se desparrama allí donde miro. No voy a decirle que no haga tonterías porque yo he roto muchas cosas ya y además, comprendo que necesita descagar su frustración en alguna parte. No sé que más hacer, así que me siento a su lado, pongo el cuento sobre mis piernas y me ocupo de acomodar la manta para que nos cubra a los dos. Casi como si volviese a ser su mejor amiga de siete años, apoyo la cabeza en su hombro mientras saco el cuaderno y lo pongo entre ambos, de modo que los dos tengamos una visión de éste.
Paso las primeras hojas, hasta encontrar el primer dibujo de aquella princesa de largos cabellos dorados, vestido de un rosa muy chillón y todo el típico decorado de un cuento de hadas - Quería mostrártelo. Cuando me lo devolviste, pasé horas decorándolo - cosas tontas sin sentido, eso es lo que necesito ahora. Algo que no me recuerde a todo lo malo que pasa afuera de esta cocina. Me dedico un instante a pasar las páginas, una tras otra cargadas de ilustraciones torpes y brillantes - Creo que tal vez puedes ayudarme con los últimos. Una especie de trabajo en equipo - la definición que en verdad buscaba era "terapia en grupo", pero no me atrevo a usarla.
Me aventuro a mirarlo y a esta distancia tan corta casi puedo decir que está muerto. Levanto un poco mi cabeza y apoyo el mentón en su hombro, arrugando ligeramente el ceño. ¿Qué se supone que se dice en casos como estos? No puedo disculparme. No puedo decirle que lamento haber dicho lo que dije y que nos hayan engañado hasta hacernos sentir basura. Pero, de alguna forma, yo lo estaba esperando en su casa, donde no estoy sola, y eso significa que volvemos a ser amigos. Tal vez no los mejores ni todo lo que fuimos alguna vez, pero creo que puedo conformarme - No me importa - no sé a que me refiero. Si es lo que pasó entre nosotros, lo que pasó en el hospital, el bebé... supongo que es un poco de todo - Nos tenemos el uno al otro. Como en los viejos tiempos - debería sonreírle, pero me he olvidado como se hace. Me conformo con apartar el mentón y posar un beso en su hombro, allí donde estaba apoyada, tal como hacía mamá cuando yo me enfermaba y buscaba calmarme. No sé si ahora mismo hay un remedio para esta enfermedad.
Destapo otra botella, no se si fue muy buena idea pedir la última carga de cervezas con tapón de desenroscar. Por lo menos si tuviera que buscar un abrebotellas habría tenido que moverme y no resultaría tan fácil liquidarme a mi mismo a punta de alcohol, sin embargo a pesar de que abro la segunda botella apenas le doy un sorbo. Los pasos de Jolene en la puerta me obligan a detenerme de modo muy random, aunque no le dirijo una mirada en absoluto. Pero no es la única que entra, los gatos van detrás de ella y se asoman del mismo modo que si estuvieran cotilleando lo que ha pasado.
No es hasta que pone la manta también alrededor de mi y se apoya contra mi hombro que me animo a mirarla de nuevo. De ésta manera no tengo que verle a la cara y pensar nuevamente en qué se supone que tengo que decirle porque sigo tan en blanco cómo la primera vez. Bajo la vista hacia el libro que abre y que conozco tan bien, tanto incluso cómo para sabérmelo de memoria. Alzo mi mano pasando los dedos por el dibujo de la princesa y sintiendo el impulso de sonreír pero solo me sale una leve mueca. - Creía que lo habrías tirado a la basura - La voz me sale carrasposa, cómo si no la hubiese usado en mucho tiempo y así ha sido. Mis terapias con el psicólogo ahora se limitan a dos horas seguidas conmigo en silencio mientras él hace preguntas confiando en que tarde o temprano me cansaré de escucharle y acabaré respondiéndole. Se equivoca. Llevo en terapias mucho tiempo y me he pasado semestres enteros en hospitales sin decir una sola palabra.
Paso un par de hojas más con tanto cuidado que parece que tenga miedo de romperlo, en parte es así. Apoyo mi mejilla contra su cabeza con la leve sensación de paz que hace varios días que no tengo. Ni siquiera sé por qué peleamos o porqué nos dijimos todo lo que nos dijimos, siempre creyendo que de verdad Katie y Jeremy se merecían que nos diéramos la espalda. Ahora estoy más seguro que nunca de que la pulsera siempre tuvo razón, de que nos juntó una vez porque así es cómo debíamos estar. Un equipo. Solos ella y yo contra el mundo. - Tu pintas. Y yo coloreo - Una parte de mi quiere que el libro quede más bonito que ningún otro en el mundo y para eso yo no puedo pintar en absoluto porque yo pinto fatal. A ella en cambio no se le da mal, se le da incluso tan bien como escribir.
Retiro mi mejilla de su cabello cuando cambia de postura sintiendo su mirada sobre mi pero siendo incapaz de devolverle la mirada durante varios minutos. Mi abuela siempre decía que los ojos de la gente son las puertas al alma, no quiero ver el alma destrozada de mi mejor amiga por un embrollo del que yo he tenido, en una gran parte, la culpa. Si nunca me hubiese ido Jeremy no habría entrado en su vida, probablemente Katie en la mía tampoco, yo no habría estado en casa esa tarde para acogerla cuando la perseguían los agentes de la paz. Me acuerdo también de que podrían haberla lastimado, pero por algún egoísta motivo en ese momento ni siquiera me da pena. - Cómo siempre - Murmuro ante sus palabras. Mi voz es lo que al final me da el animo suficiente para girarme a mirarla dedicándole una mueca que intenta ser una sonrisa.
Cuando pongo mi vista sobre sus ojos me doy cuenta de que estoy siendo egoísta con ella en tantos aspectos que ni siquiera estoy seguro de merecerla como amiga. Se me quiebra el rostro otra vez y unas ganas irrefrenables de llorar me invaden. Entierro mi cabeza contra su cuello reprimiendo el llanto todo lo que puedo hasta que consigo tragármelo por completo, con todo ésto yo no soy el único que ha salido afectado, ella también, probablemente tanto o más que yo pero ahí está, intentando parecer entera para que yo no me desmorone. Suelto un suspiro y retiro mis labios de su piel, donde los he atrapado para poder conseguir controlar lo que estoy sintiendo cuando morderme el labio interiormente no está sirviendo para nada. - Hay algo que nunca te he dicho. Hay algo que hace que todo el mundo prefiera estar lejos de mi - Murmuro lentamente. Siempre lo he sabido. Todos mis amigos me abandonaron tras vivir mi primera crisis, y la única persona que creí que se quedaría no lo hizo, se fue también, aunque prometió que no se iría. - Estoy enfermo - Mi voz es demasiado baja como para catalogarla de un susurro, casi parece que más bien he delineado las palabras con los labios. - Yo soy... yo tengo... es un... - El miedo de que Jolene también se vaya al escuchar eso me resulta insoportable pero necesito saberlo, necesito que de verdad somos ella y yo contra el mundo cómo siempre, independientemente de cualquier cosa.
No es hasta que pone la manta también alrededor de mi y se apoya contra mi hombro que me animo a mirarla de nuevo. De ésta manera no tengo que verle a la cara y pensar nuevamente en qué se supone que tengo que decirle porque sigo tan en blanco cómo la primera vez. Bajo la vista hacia el libro que abre y que conozco tan bien, tanto incluso cómo para sabérmelo de memoria. Alzo mi mano pasando los dedos por el dibujo de la princesa y sintiendo el impulso de sonreír pero solo me sale una leve mueca. - Creía que lo habrías tirado a la basura - La voz me sale carrasposa, cómo si no la hubiese usado en mucho tiempo y así ha sido. Mis terapias con el psicólogo ahora se limitan a dos horas seguidas conmigo en silencio mientras él hace preguntas confiando en que tarde o temprano me cansaré de escucharle y acabaré respondiéndole. Se equivoca. Llevo en terapias mucho tiempo y me he pasado semestres enteros en hospitales sin decir una sola palabra.
Paso un par de hojas más con tanto cuidado que parece que tenga miedo de romperlo, en parte es así. Apoyo mi mejilla contra su cabeza con la leve sensación de paz que hace varios días que no tengo. Ni siquiera sé por qué peleamos o porqué nos dijimos todo lo que nos dijimos, siempre creyendo que de verdad Katie y Jeremy se merecían que nos diéramos la espalda. Ahora estoy más seguro que nunca de que la pulsera siempre tuvo razón, de que nos juntó una vez porque así es cómo debíamos estar. Un equipo. Solos ella y yo contra el mundo. - Tu pintas. Y yo coloreo - Una parte de mi quiere que el libro quede más bonito que ningún otro en el mundo y para eso yo no puedo pintar en absoluto porque yo pinto fatal. A ella en cambio no se le da mal, se le da incluso tan bien como escribir.
Retiro mi mejilla de su cabello cuando cambia de postura sintiendo su mirada sobre mi pero siendo incapaz de devolverle la mirada durante varios minutos. Mi abuela siempre decía que los ojos de la gente son las puertas al alma, no quiero ver el alma destrozada de mi mejor amiga por un embrollo del que yo he tenido, en una gran parte, la culpa. Si nunca me hubiese ido Jeremy no habría entrado en su vida, probablemente Katie en la mía tampoco, yo no habría estado en casa esa tarde para acogerla cuando la perseguían los agentes de la paz. Me acuerdo también de que podrían haberla lastimado, pero por algún egoísta motivo en ese momento ni siquiera me da pena. - Cómo siempre - Murmuro ante sus palabras. Mi voz es lo que al final me da el animo suficiente para girarme a mirarla dedicándole una mueca que intenta ser una sonrisa.
Cuando pongo mi vista sobre sus ojos me doy cuenta de que estoy siendo egoísta con ella en tantos aspectos que ni siquiera estoy seguro de merecerla como amiga. Se me quiebra el rostro otra vez y unas ganas irrefrenables de llorar me invaden. Entierro mi cabeza contra su cuello reprimiendo el llanto todo lo que puedo hasta que consigo tragármelo por completo, con todo ésto yo no soy el único que ha salido afectado, ella también, probablemente tanto o más que yo pero ahí está, intentando parecer entera para que yo no me desmorone. Suelto un suspiro y retiro mis labios de su piel, donde los he atrapado para poder conseguir controlar lo que estoy sintiendo cuando morderme el labio interiormente no está sirviendo para nada. - Hay algo que nunca te he dicho. Hay algo que hace que todo el mundo prefiera estar lejos de mi - Murmuro lentamente. Siempre lo he sabido. Todos mis amigos me abandonaron tras vivir mi primera crisis, y la única persona que creí que se quedaría no lo hizo, se fue también, aunque prometió que no se iría. - Estoy enfermo - Mi voz es demasiado baja como para catalogarla de un susurro, casi parece que más bien he delineado las palabras con los labios. - Yo soy... yo tengo... es un... - El miedo de que Jolene también se vaya al escuchar eso me resulta insoportable pero necesito saberlo, necesito que de verdad somos ella y yo contra el mundo cómo siempre, independientemente de cualquier cosa.
Hago una mueca, pasando una mano por la unión de las páginas del cuento, casi alegre por el hecho de que he logrado sacarle al menos algunas palabras, por más roncas que sean o que me traigan el recuerdo de aquella conversación - No pude tirarlo - admito, alzando ligeramente los hombros como si aquello fuese la mejor excusa que puedo dar sobre el tema. Supongo que haber tirado el cuento habría significado tirar nuestra amistad a la basura y tal vez por eso no lo hice, del mismo modo en el cual no me deshice de su moneda en mi pulsera.
Una sonrisa más honesta se da el gusto de cruzar mi rostro en cuanto acepta mi propuesta, porque lo siento como un avance; al menos, tiene ganas de hacer algo. Entonces me encuentro a mí misma intentando seguir, cuando se supone que he gastado estos últimos días en desear morir. Tal vez, la costumbre de cuidar de Andy es más fuerte que mi necesidad de dejarme caer. Le echo la culpa a todos los años en los cuales me he molestado en protegerlo hasta hacerlo un juego repetitivo; en el bosque, en los días donde los problemas eran más grandes de los que creíamos, en la arena, luego de ella. Es casi una cadena viciosa y a veces sospecho que seguirá hasta el día en que muera. Yo, porque no voy a permitirle que él lo haga primero.
Asiento ante sus palabras, ensanchando la sonrisa hasta que se parece a las de antes, aunque las mejillas duelan al no estar acostumbradas. Sí, como siempre. Entonces, su intenso de sonrisa se borra y la mía se patina con una facilidad que debería asustarme, pero no lo hace porque me preocupa más el hecho de que esté enterrando su cabeza en el hueco de mi cuello. No sé exactamente qué se supone que tengo que hacer, de modo que me encuentro pasando un brazo por detrás de su cuello y dándole palmaditas torpes en la cabeza, casi como si se tratara de un cachorro. No me molesto en decir nada, porque sé que eso no sirve, así que me conformo con sostenerlo. Siento sus labios atrapando mi piel y no me importa, casi como si estuviese demasiado acostumbrada a ese gesto como para siquiera reparar en él. Pero se aparta y con eso llega lo que parece ser una confesión.
Entrecierro un poco los ojos mientras aparto el brazo que lo rodeaba para tener la mano libre y acomodar la manta para cubrir mejor nuestros pies, con tal de hacer algo mientras habla. Tengo que admitir que siento cierto temor ante cualquier cosa que me vaya a decir, porque no entiendo qué puede ser tan malo como para que la gente quiera irse lejos suyo. Vuelvo a mirarlo, justo a tiempo para casi tener que leerle los labios. Me encuentro con que no estoy sorprendida; así que cuando parece tener que seguir hablando sobre algo que le duele demasiado, levanto un dedo para callarlo - Ya lo sé - hago una mueca, algo parecido a una sonrisa débil y dolorosa - Bueno... en realidad no, pero siempre pasaste más tiempo que nosotros en el hospital y debí imaginarme que algo de eso era.
Le quito la botella de cerveza de las manos y la observo un momento, sin darle el sorbo que se me antoja - ¿Cuándo cambiamos las chocolatadas por ésto? - murmuro, aunque la verdad es que no espero una respuesta, porque ya la sé. Fue justo en el momento en el cual todo se fue a la mierda. Entonces, cuando lo miro veo a alguien que no tiene dieciséis años, sino cincuenta. Alguien que le grita a las computadoras, las destruye, que se desploma y que necesita que lo manden a dormir para que todo acabe - Sé que dije cosas horribles y sé que quise sacarte de mi vida por cosas que todavía no entiendo. Pero soy tu amiga, Andy, y tú eres la mejor cosa que me pasó en toda la vida. Así que no voy a abandonarte y, mucho menos, juzgarte. No soy nadie para hacer eso.
Me silencio a mí misma dándole un sorbo a la botella, llenándome la boca de ese líquido que siempre me pareció asqueroso. Mientras trago, clavo la vista en uno de los gatos, que lame la bebida derramada por el suelo. Entonces me asalta el recuerdo de que el motivo por el cual Andy no volvió y que desencadenó todo esto, fue la muerte de su hermana. Una muerte producida vaya a saber por que enfermedad. Entonces, sé que lo miro con los ojos demasiado grandes como para expresar temor - Tú no vas a irte...¿verdad? No es esa clase de enfermedad - y casi es una súplica por que me de la razón.
Una sonrisa más honesta se da el gusto de cruzar mi rostro en cuanto acepta mi propuesta, porque lo siento como un avance; al menos, tiene ganas de hacer algo. Entonces me encuentro a mí misma intentando seguir, cuando se supone que he gastado estos últimos días en desear morir. Tal vez, la costumbre de cuidar de Andy es más fuerte que mi necesidad de dejarme caer. Le echo la culpa a todos los años en los cuales me he molestado en protegerlo hasta hacerlo un juego repetitivo; en el bosque, en los días donde los problemas eran más grandes de los que creíamos, en la arena, luego de ella. Es casi una cadena viciosa y a veces sospecho que seguirá hasta el día en que muera. Yo, porque no voy a permitirle que él lo haga primero.
Asiento ante sus palabras, ensanchando la sonrisa hasta que se parece a las de antes, aunque las mejillas duelan al no estar acostumbradas. Sí, como siempre. Entonces, su intenso de sonrisa se borra y la mía se patina con una facilidad que debería asustarme, pero no lo hace porque me preocupa más el hecho de que esté enterrando su cabeza en el hueco de mi cuello. No sé exactamente qué se supone que tengo que hacer, de modo que me encuentro pasando un brazo por detrás de su cuello y dándole palmaditas torpes en la cabeza, casi como si se tratara de un cachorro. No me molesto en decir nada, porque sé que eso no sirve, así que me conformo con sostenerlo. Siento sus labios atrapando mi piel y no me importa, casi como si estuviese demasiado acostumbrada a ese gesto como para siquiera reparar en él. Pero se aparta y con eso llega lo que parece ser una confesión.
Entrecierro un poco los ojos mientras aparto el brazo que lo rodeaba para tener la mano libre y acomodar la manta para cubrir mejor nuestros pies, con tal de hacer algo mientras habla. Tengo que admitir que siento cierto temor ante cualquier cosa que me vaya a decir, porque no entiendo qué puede ser tan malo como para que la gente quiera irse lejos suyo. Vuelvo a mirarlo, justo a tiempo para casi tener que leerle los labios. Me encuentro con que no estoy sorprendida; así que cuando parece tener que seguir hablando sobre algo que le duele demasiado, levanto un dedo para callarlo - Ya lo sé - hago una mueca, algo parecido a una sonrisa débil y dolorosa - Bueno... en realidad no, pero siempre pasaste más tiempo que nosotros en el hospital y debí imaginarme que algo de eso era.
Le quito la botella de cerveza de las manos y la observo un momento, sin darle el sorbo que se me antoja - ¿Cuándo cambiamos las chocolatadas por ésto? - murmuro, aunque la verdad es que no espero una respuesta, porque ya la sé. Fue justo en el momento en el cual todo se fue a la mierda. Entonces, cuando lo miro veo a alguien que no tiene dieciséis años, sino cincuenta. Alguien que le grita a las computadoras, las destruye, que se desploma y que necesita que lo manden a dormir para que todo acabe - Sé que dije cosas horribles y sé que quise sacarte de mi vida por cosas que todavía no entiendo. Pero soy tu amiga, Andy, y tú eres la mejor cosa que me pasó en toda la vida. Así que no voy a abandonarte y, mucho menos, juzgarte. No soy nadie para hacer eso.
Me silencio a mí misma dándole un sorbo a la botella, llenándome la boca de ese líquido que siempre me pareció asqueroso. Mientras trago, clavo la vista en uno de los gatos, que lame la bebida derramada por el suelo. Entonces me asalta el recuerdo de que el motivo por el cual Andy no volvió y que desencadenó todo esto, fue la muerte de su hermana. Una muerte producida vaya a saber por que enfermedad. Entonces, sé que lo miro con los ojos demasiado grandes como para expresar temor - Tú no vas a irte...¿verdad? No es esa clase de enfermedad - y casi es una súplica por que me de la razón.
Utilizo una de mis manos para tirar mi trozo de manta por mi lado y que no se caiga porque ahora que estoy en casa y encima tirado en el suelo si que tengo un poco de frío. Los gatos han decidido colarse donde han podido incluso uno de ellos ha decidido inoportunamente tirarse en el hueco estrecho que hay entre las piernas de jole y las mías y me apostaría a que es nutella, que le puse así porque la primera vez que lo acogí en mi habitación del centro de entrenamiento se le cayó encima mi taza de chocolate, por suerte ya fría, y se pegó tal susto que empezó a correr por toda la habitación maullando como un psicópata. Creo que desde entonces él siempre huele a chocolate. Veo a Waffle por su parte intentar meter los morros en la cerveza, y si tuviese un zapato que tirarse lo haría. Él no debería beber, es un bebé, mas o menos, es un gato bebé.
La palabra bebé me reconcome entero.
Que me diga que ya sabe que estoy enfermo me toma desprevenido, me quedo mirándola durante un instante hasta que se explica, sumido en una confusión absoluta antes de suspirar. Claro que sospechaba algo, no me extrañaría, pero hay una parte de mi que se alegra de que no lo sepa a ciencia cierta hasta el momento que recuerdo que quiero que lo sepa, porque necesito que lo sepa y que se quede de todas maneras.
Siento la botella deslizarse fuera de mis manos y agacho la cabeza de inmediato, no quiero mirarle a la cara, quiero pasarme de nuevo la vida en silencio en aquella cocina apoyado en ella del mismo modo que ella en mi y con tres gatos debajo de la manta escurridos donde les da la gana. Eso sería un bonito modo de acabar con mi vida, si bien no voy a ser feliz, ésto es lo más próximo a ser feliz y que probablemente no tenga nada mejor en el futuro. Al inclinarme mi frente choca levemente contra su sien, aunque no es mi intención en absoluto porque solo rehuyo de su mirada y su flequillo me hace cosquillas. - Nunca fue solo por la arena - Explico, aunque tampoco doy más detalles porque no sé si los detalles le hagan falta.
Se me escapa un leve gemido cuando dice que se quedará, que después de todo lo que hemos pasado, que aunque yo añada más problemas a todo éste asunto se quedará. Aprieto mi trozo de manta en una mano hasta que lo hago una bola e intento que no se me quiebre la voz al volver a hablar. Su pregunta hace que levante la vista y me encuentre con su mirada otra vez, casi desesperada. Para mi desgracia no puedo decirle que no. - Depende... de a que llames irte - Suspiro y apoyo la sien contra la pared que tengo detrás volviendo a desviar la mirada buscando el modo de explicárselo. - Me voy y vuelvo, pero nada es permanente - Intento hacer un gesto con mi mano que le explique a que me refiero pero no encuentro uno que valga para algo y al final se queda en un simple aspaviento al azar. - A veces hay gente que no está, gente que murió pero que va por ahí cómo si no hubiese pasado nada, gente que no conozco pero que veo de todas formas, sitios a los que nunca he ido que se materializan delante de mi aunque esté en mi casa - Empiezo a enterrar la uña en el dorso del dedo pulgar hasta que se torna rojo y luego arde tanto que por momentos parece que la piel se va a romper. - Lo llaman esquizofrenia. Y se supone que tiene cura pero... - Está claro que esa cura a mi no me sirve.
Suelto un suspiro y dirijo mi vista hacia mi brazo donde la muñequera ya no cubre la pulsera de mentalmente desorientado y que pongo delante de ella para que quede a la vista. - Pulseras a juego - Aún recuerdo cuando ella la tenía también, siempre que estamos en el hospital regresa a su brazo, cómo al de todos los que acabamos allí por perder la cabeza. - La mía siempre ha estado ahí. Desde los doce años -
La palabra bebé me reconcome entero.
Que me diga que ya sabe que estoy enfermo me toma desprevenido, me quedo mirándola durante un instante hasta que se explica, sumido en una confusión absoluta antes de suspirar. Claro que sospechaba algo, no me extrañaría, pero hay una parte de mi que se alegra de que no lo sepa a ciencia cierta hasta el momento que recuerdo que quiero que lo sepa, porque necesito que lo sepa y que se quede de todas maneras.
Siento la botella deslizarse fuera de mis manos y agacho la cabeza de inmediato, no quiero mirarle a la cara, quiero pasarme de nuevo la vida en silencio en aquella cocina apoyado en ella del mismo modo que ella en mi y con tres gatos debajo de la manta escurridos donde les da la gana. Eso sería un bonito modo de acabar con mi vida, si bien no voy a ser feliz, ésto es lo más próximo a ser feliz y que probablemente no tenga nada mejor en el futuro. Al inclinarme mi frente choca levemente contra su sien, aunque no es mi intención en absoluto porque solo rehuyo de su mirada y su flequillo me hace cosquillas. - Nunca fue solo por la arena - Explico, aunque tampoco doy más detalles porque no sé si los detalles le hagan falta.
Se me escapa un leve gemido cuando dice que se quedará, que después de todo lo que hemos pasado, que aunque yo añada más problemas a todo éste asunto se quedará. Aprieto mi trozo de manta en una mano hasta que lo hago una bola e intento que no se me quiebre la voz al volver a hablar. Su pregunta hace que levante la vista y me encuentre con su mirada otra vez, casi desesperada. Para mi desgracia no puedo decirle que no. - Depende... de a que llames irte - Suspiro y apoyo la sien contra la pared que tengo detrás volviendo a desviar la mirada buscando el modo de explicárselo. - Me voy y vuelvo, pero nada es permanente - Intento hacer un gesto con mi mano que le explique a que me refiero pero no encuentro uno que valga para algo y al final se queda en un simple aspaviento al azar. - A veces hay gente que no está, gente que murió pero que va por ahí cómo si no hubiese pasado nada, gente que no conozco pero que veo de todas formas, sitios a los que nunca he ido que se materializan delante de mi aunque esté en mi casa - Empiezo a enterrar la uña en el dorso del dedo pulgar hasta que se torna rojo y luego arde tanto que por momentos parece que la piel se va a romper. - Lo llaman esquizofrenia. Y se supone que tiene cura pero... - Está claro que esa cura a mi no me sirve.
Suelto un suspiro y dirijo mi vista hacia mi brazo donde la muñequera ya no cubre la pulsera de mentalmente desorientado y que pongo delante de ella para que quede a la vista. - Pulseras a juego - Aún recuerdo cuando ella la tenía también, siempre que estamos en el hospital regresa a su brazo, cómo al de todos los que acabamos allí por perder la cabeza. - La mía siempre ha estado ahí. Desde los doce años -
En cuanto siento al pequeño gatito acomodarse entre los dos, aprovecho a acariciarle la cabeza de un modo que lo hace ronronear, encontrando así como no tener que enfrentarme a los ojos de Andy, aunque él los haya desviado. Sé que no fue solo por la arena, sé que estaba roto desde mucho antes que eso sucediera y casi me consuela saber que yo no fui la que le llevó la desgracia a su vida, sino que eso sucedió cuando yo no estaba presente en su vida. Me dedico entonces a escuchar su explicación, manteniendo un ritmo casi mecánico en las caricias que le propino al animal. Mi mirada se pierde en algún punto de la pared, cuando las cosas comienzan a tomar cierto sentido. Cuando hace una pausa lo observo y veo como se clava la uña en su propio dedo, haciendo que tome un color rojizo. Como no quiero que se haga daño, le tomo la mano y enrosco sus dedos con los míos para que deje de hacer eso, pero no lo interrumpo. Asiento con la cabeza para darle a entender que comprendo, pero entonces me siento pequeña.
Toda mi vida me la pasé llorando por mis desgracias y tal vez no me asomé a ver cosas peores que le ocurrían a personas mejores que yo. Mientras yo lloraba en mi egoísmo y me encerraba en un mundo demasiado deprimente... ¿qué cosas habrá estado viviendo Andy? ¿Que verá que lo supera o que le pasará por la mente cuando todo se desborda? Me siento culpable y a la vez triste, así que presiono su mano con mayor firmeza porque no sé que decir. Creo que ese gesto vale lo suficiente como para darle a entender que no voy a salir corriendo, ya no más. En estos días de soledad, decidí que no va a ser necesario que nadie regrese porque yo no voy a irme a ningún lado. Que voy a quedarme junto a la persona que siempre supe que necesitaba para estar completa y equilibrada. Que aquel otro lo único que hizo fue desmoronarme y alejarme del único amigo verdadero que tengo, porque a pesar de lo que pasó entre ambos y sin importar que lo quiero más de lo que debería querer a un compinche, eso es lo que somos. Amigos.
Me saca de mis pensamientos el hecho de que estire el brazo para dejar frente a mis ojos la pulsera de mentalmente desorientado que tan bien conozco. Me quedo un momento en mi lugar, lo miro a él, miro a la pulsera, y entonces actúo por instinto. Dejo la botella a un lado, entre el hueco que queda entre la pared y la manta, para arrancársela sin ningún miramiento. Me pongo de pie, sosteniéndola como si tuviese un bicho muerto, y la tiro al cesto de basura - Las odio - explico, mirándola allí, casi burlándose entre los envases vacíos. Acabo por frustrarme y cierro la bolsa de un modo algo violento - Tú no estás loco y no decidiste encontrarte con esto. Nadie puede decirte lo que eres ni calificarte ni... marcarte - me volteo, apoyándome en la pared junto a la puerta, sintiendo el frío volver a mí ahora que he dejado la manta. Observo un momento la nieve acumulándose en la ventana, hasta que me doy cuenta de que quiero llorar y me encuentro haciendo morritos para reprimir las lágrimas.
Todo esto me supera y es demasiado injusto. Me llevo una mano a los labios mientras cierro los ojos y cuento mentalmente hasta diez, logrando aflojar un poco el nudo de la garganta y logrando que el impulso de llorar se quede dentro de mí - ¿Cómo lo soportaste tanto tiempo? - pregunto en un murmullo, pero es más bien un modo de darle a entender de que yo no hubiese podido hacerlo. Cuando vuelvo a abrir los ojos, escondo ambas manos detrás de mí, unidas, con tal de hacer algo con ellas - Las cosas no deberían ser así. Tú no deberías estar aquí. Yo no debería estar aquí. Y... - no se me ocurre nadie más que valga la pena, así que arrugo la nariz al darme cuenta de que casi meto la pata por simple costumbre - Tendríamos que habernos ido cuando podíamos hacerlo. Haberlo vuelto a intentar. Así yo no me habría equivocado como lo hice y tú tampoco y esto no estaría pasando. Y nadie te estaría diciendo que estás loco.
Los médicos de aquí no me caen bien porque para mí, solo intentan mantenernos encerrados en nuestras mentes y presos de nuestros miedos. Así, somos más fáciles de controlar para el Capitolio. Y ahora mismo, les tengo un mayor desprecio. Con tal de moverme, porque no soporto más estarme quieta y mis pies helados ya gritan en señal de protesta, me acerco y comienzo a levantar los fragmentos de vidrio del suelo, al menos los más grandes - Hipócritas. Cretinos. Sucios embusteros... - tiro los pedazos a la bolsa que me veo obligada a abrir, antes de tomar la escoba de un rincón y ponerme a barrer, sin importarme que estoy desparramando la bebida por el suelo. Sigo murmurando insultos sin sentido, pero ya no sé a quienes van destinados. Hay tanta gente a la que odio que creo que podría pasarme la vida entera de esta forma - No los necesitamos ni ellos nos necesitan. Estamos solos y no podemos confiar en nadie. Creo que esa es la metáfora de todo el asunto - y sin más, tiro lo que queda en el cesto, apoyo la escoba contra la pared y dejo caer mi frente contra ella sin brusquedad, apoyándome allí donde nadie puede verme y comenzar a sollozar, justo cuando creí que no tenía más llanto que derramar.
Toda mi vida me la pasé llorando por mis desgracias y tal vez no me asomé a ver cosas peores que le ocurrían a personas mejores que yo. Mientras yo lloraba en mi egoísmo y me encerraba en un mundo demasiado deprimente... ¿qué cosas habrá estado viviendo Andy? ¿Que verá que lo supera o que le pasará por la mente cuando todo se desborda? Me siento culpable y a la vez triste, así que presiono su mano con mayor firmeza porque no sé que decir. Creo que ese gesto vale lo suficiente como para darle a entender que no voy a salir corriendo, ya no más. En estos días de soledad, decidí que no va a ser necesario que nadie regrese porque yo no voy a irme a ningún lado. Que voy a quedarme junto a la persona que siempre supe que necesitaba para estar completa y equilibrada. Que aquel otro lo único que hizo fue desmoronarme y alejarme del único amigo verdadero que tengo, porque a pesar de lo que pasó entre ambos y sin importar que lo quiero más de lo que debería querer a un compinche, eso es lo que somos. Amigos.
Me saca de mis pensamientos el hecho de que estire el brazo para dejar frente a mis ojos la pulsera de mentalmente desorientado que tan bien conozco. Me quedo un momento en mi lugar, lo miro a él, miro a la pulsera, y entonces actúo por instinto. Dejo la botella a un lado, entre el hueco que queda entre la pared y la manta, para arrancársela sin ningún miramiento. Me pongo de pie, sosteniéndola como si tuviese un bicho muerto, y la tiro al cesto de basura - Las odio - explico, mirándola allí, casi burlándose entre los envases vacíos. Acabo por frustrarme y cierro la bolsa de un modo algo violento - Tú no estás loco y no decidiste encontrarte con esto. Nadie puede decirte lo que eres ni calificarte ni... marcarte - me volteo, apoyándome en la pared junto a la puerta, sintiendo el frío volver a mí ahora que he dejado la manta. Observo un momento la nieve acumulándose en la ventana, hasta que me doy cuenta de que quiero llorar y me encuentro haciendo morritos para reprimir las lágrimas.
Todo esto me supera y es demasiado injusto. Me llevo una mano a los labios mientras cierro los ojos y cuento mentalmente hasta diez, logrando aflojar un poco el nudo de la garganta y logrando que el impulso de llorar se quede dentro de mí - ¿Cómo lo soportaste tanto tiempo? - pregunto en un murmullo, pero es más bien un modo de darle a entender de que yo no hubiese podido hacerlo. Cuando vuelvo a abrir los ojos, escondo ambas manos detrás de mí, unidas, con tal de hacer algo con ellas - Las cosas no deberían ser así. Tú no deberías estar aquí. Yo no debería estar aquí. Y... - no se me ocurre nadie más que valga la pena, así que arrugo la nariz al darme cuenta de que casi meto la pata por simple costumbre - Tendríamos que habernos ido cuando podíamos hacerlo. Haberlo vuelto a intentar. Así yo no me habría equivocado como lo hice y tú tampoco y esto no estaría pasando. Y nadie te estaría diciendo que estás loco.
Los médicos de aquí no me caen bien porque para mí, solo intentan mantenernos encerrados en nuestras mentes y presos de nuestros miedos. Así, somos más fáciles de controlar para el Capitolio. Y ahora mismo, les tengo un mayor desprecio. Con tal de moverme, porque no soporto más estarme quieta y mis pies helados ya gritan en señal de protesta, me acerco y comienzo a levantar los fragmentos de vidrio del suelo, al menos los más grandes - Hipócritas. Cretinos. Sucios embusteros... - tiro los pedazos a la bolsa que me veo obligada a abrir, antes de tomar la escoba de un rincón y ponerme a barrer, sin importarme que estoy desparramando la bebida por el suelo. Sigo murmurando insultos sin sentido, pero ya no sé a quienes van destinados. Hay tanta gente a la que odio que creo que podría pasarme la vida entera de esta forma - No los necesitamos ni ellos nos necesitan. Estamos solos y no podemos confiar en nadie. Creo que esa es la metáfora de todo el asunto - y sin más, tiro lo que queda en el cesto, apoyo la escoba contra la pared y dejo caer mi frente contra ella sin brusquedad, apoyándome allí donde nadie puede verme y comenzar a sollozar, justo cuando creí que no tenía más llanto que derramar.
Durante un momento mi mundo se congela, ella sigue en su lugar y los gatos envueltos entre las cobijas resguardándose del frío como nosotros. Ahora es cuando más seguro estoy de que merecía saberlo antes, la misma tarde en la que fui a su distrito a decirle que su hermana había muerto y a devolverle esa pulsera de la suerte que llevaba encima durante la arena, la misma que ella le tejió, a la que yo le añadí una moneda y a la que se le añadió un orbe que no sé de donde salió y no estoy seguro de querer preguntar. Que arranque la pulsera me pilla por sorpresa, a pesar de que la he tenido puesto durante años y la han cambiado regularmente por diferentes motivos (se ha manchado o me quedaba pequeña) jamás me había atrevido a romperla. Durante un instante estoy algo desconcertado, una vez leí en uno de los libros de la biblioteca que en ocasiones las cadenas que te atan a algo son imaginarias. Yo creía esta atado a esa cadena de por vida y de pronto, se esfuma esa posibilidad.
Me paso la mano por la muñeca apenas siendo consciente de cuando Jole se levanta del suelo para tirarla a la basura. El ruido de la pulsera al chocar contra el fondo del reciente y el medio maullido de queja de Nutella porque ya no le hacen caso pero sigue boca-arriba junto a mis piernas son los que me arrastran de vuelta a la realidad. Una palabra de gracias quiere salir de mis labios pero al final se queda atascada en ellos como con todas las cosas importantes que quise decirle alguna vez y no lo hice.
Bajo la vista al suelo cuando se desmorona porque tengo la sensación de que quiere estar sola, de que quiere ser invisible, desaparecer en su propio mundo y llorar como una niña pequeña; recuerdo haberme sentido así más de una vez y no querer a nadie cerca para que me viese desmoronarme, pero también recuerdo esa sensación vacía de soledad que me quedaba después y creo que eso es lo que al final me hace pararme del suelo y dar pasos hacia ella muy lentos. - Pasara lo que pasara siempre había buenas personas que veían más allá de la pulsera... Nuria... - Y Kathleen, y Jeremy... - mi abuela... tú - Hago una mueca mientras acomodo la manta para que me cubra entero, agarrando los bordes de la misma y abrazándola desde atrás para cubrirla a ella también. - Ninguno de vosotros vio al pobrecito chico del distrito seis que está completamente majareta - Eso era lo que más me gustaba de todas y cada una de esas personas, incluidos los dos que saqué de la lista porque ahora desearía que no hubieran estado jamás en ella.
Apoyo mi mejilla contra su hombro apretando mi abrazo un poco cuando dice que no debería estar aquí. Tengo miedo de volver a lo de antes, de que decida que quiere marcharse cuando sabemos que no hay nada más allá del último de los árboles que separa al mundo real del nuestro. - No jole! - Suelto bruscamente separándose de ella, tomándola del brazo y obligándola a girarse. - No podemos hacer eso otra vez, casi te mato... casi... casi nos matamos ambos - Recuerdo ese accidente tan claramente que la sola idea de volver a sufrirlo me hace estremecerme de pies a cabeza. Un calambrazo me recorre entero recordándome aquella esquila que casi me atraviesa el pulmón y la pierna rota por la caída. Centímetros que me salvaron la vida, segundos que me salvaron la vida en la arena. Ya he jugado con la muerte suficientes veces a la ruleta rusa cómo para tentar la suerte una vez mas.
Respiro profundamente intentando menguar el repentino pánico de que haga una estupidez y pongo mi mano contra su mejilla. En contraste con mi piel ella está caliente, mientras mi mano prácticamente parece recién sacada de la nevera. - Quédate conmigo. No necesitamos más sitios. Podemos ser nosotros aquí - Enlazo su mano con la mía y la arrastro fuera de la cocina parándome una única vez para recoger el libro que se ha quedado en el suelo y Waffle, nutela y salchicha han usado de cama porque se han quedado sin manta. Llevo a las escaleras y las subo de dos en dos y cuando estamos en la habitación me subo a la cama con la piernas cruzadas, la manta cubriéndome incluso la cabeza y golpeando el colchón delante de mi. - Así. ¿Éste era nuestro reino recuerdas? Donde las normas las poníamos nosotros. Donde la princesa menos princesa del mundo y el príncipe sin caballo podían ser felices. Donde la realidad tenía prohibido entrar. - Ese tramo entre la fantasía y la realidad que nos construimos para estar juntos cuando teníamos 8 años.
Me paso la mano por la muñeca apenas siendo consciente de cuando Jole se levanta del suelo para tirarla a la basura. El ruido de la pulsera al chocar contra el fondo del reciente y el medio maullido de queja de Nutella porque ya no le hacen caso pero sigue boca-arriba junto a mis piernas son los que me arrastran de vuelta a la realidad. Una palabra de gracias quiere salir de mis labios pero al final se queda atascada en ellos como con todas las cosas importantes que quise decirle alguna vez y no lo hice.
Bajo la vista al suelo cuando se desmorona porque tengo la sensación de que quiere estar sola, de que quiere ser invisible, desaparecer en su propio mundo y llorar como una niña pequeña; recuerdo haberme sentido así más de una vez y no querer a nadie cerca para que me viese desmoronarme, pero también recuerdo esa sensación vacía de soledad que me quedaba después y creo que eso es lo que al final me hace pararme del suelo y dar pasos hacia ella muy lentos. - Pasara lo que pasara siempre había buenas personas que veían más allá de la pulsera... Nuria... - Y Kathleen, y Jeremy... - mi abuela... tú - Hago una mueca mientras acomodo la manta para que me cubra entero, agarrando los bordes de la misma y abrazándola desde atrás para cubrirla a ella también. - Ninguno de vosotros vio al pobrecito chico del distrito seis que está completamente majareta - Eso era lo que más me gustaba de todas y cada una de esas personas, incluidos los dos que saqué de la lista porque ahora desearía que no hubieran estado jamás en ella.
Apoyo mi mejilla contra su hombro apretando mi abrazo un poco cuando dice que no debería estar aquí. Tengo miedo de volver a lo de antes, de que decida que quiere marcharse cuando sabemos que no hay nada más allá del último de los árboles que separa al mundo real del nuestro. - No jole! - Suelto bruscamente separándose de ella, tomándola del brazo y obligándola a girarse. - No podemos hacer eso otra vez, casi te mato... casi... casi nos matamos ambos - Recuerdo ese accidente tan claramente que la sola idea de volver a sufrirlo me hace estremecerme de pies a cabeza. Un calambrazo me recorre entero recordándome aquella esquila que casi me atraviesa el pulmón y la pierna rota por la caída. Centímetros que me salvaron la vida, segundos que me salvaron la vida en la arena. Ya he jugado con la muerte suficientes veces a la ruleta rusa cómo para tentar la suerte una vez mas.
Respiro profundamente intentando menguar el repentino pánico de que haga una estupidez y pongo mi mano contra su mejilla. En contraste con mi piel ella está caliente, mientras mi mano prácticamente parece recién sacada de la nevera. - Quédate conmigo. No necesitamos más sitios. Podemos ser nosotros aquí - Enlazo su mano con la mía y la arrastro fuera de la cocina parándome una única vez para recoger el libro que se ha quedado en el suelo y Waffle, nutela y salchicha han usado de cama porque se han quedado sin manta. Llevo a las escaleras y las subo de dos en dos y cuando estamos en la habitación me subo a la cama con la piernas cruzadas, la manta cubriéndome incluso la cabeza y golpeando el colchón delante de mi. - Así. ¿Éste era nuestro reino recuerdas? Donde las normas las poníamos nosotros. Donde la princesa menos princesa del mundo y el príncipe sin caballo podían ser felices. Donde la realidad tenía prohibido entrar. - Ese tramo entre la fantasía y la realidad que nos construimos para estar juntos cuando teníamos 8 años.
Creo que todo se reduce entonces al pequeño rincón de la cocina que me doy el gusto de ocupar, sintiendo el frío helado de la pared chocar contra mi frente y casi haciendo que me congele del simple contacto. Estoy segura de que me pongo a hacer muecas en mi intento de contener las lágrimas que se me escapan, pero no es suficiente esfuerzo, entonces manchan mi rostro como lo vienen haciendo desde hace unos dos años. Después de lo que creo que son dos siglos, siento como Andy se mueve a mis espaldas y, al cabo de un momento, siento como acomoda la manta para que me cubra con él y me veo rodeada en un abrazo que no puedo corresponder, pero que en el fondo agradezco. Como no sé que decir frente a aquella pequeña lista de personas, sabiendo que algunas están ausentes, frunzo los labios, pasando mis manos por mi rostro para quitarme las lágrimas. Una risa triste y corta se escapa de modo ahogado cuando se califica a sí mismo como "majareta", aunque ya se me fueron los ánimos para negarle que él no es nada de eso.
De un momento a otro la pared desaparece de mi vista y me encuentro dada vuelta de manera repentina, encontrándome con la mirada asustada e insistente de Anderson, casi como si yo hubiese dicho que deseo cometer suicidio o algo así. Teniendo en cuenta lo que pasó la última vez, puede que sea un sinónimo de mis palabras - ¡Fue un error! Tal vez si planeamos un poco mejor... - hace meses que descartamos la posibilidad de volver a intentar escapar, en especial porque ambos estábamos tomando caminos muy distintos. Sé que me quiero apartar de todo lo que conforma mi pasado y también sé muy bien quien es la persona a la cual no puedo dejar atrás. Esos pensamientos se apagan en cuanto siento su mano colocarse sobre mi mejilla. No me espanta su temperatura, tan diferente a la mía, sino que me lleva a alzar mi mano para presionar la suya contra mi piel, casi queriendo compartirle mi calor. Quiero discutir, decirle que aquí no tenemos más que límites y condiciones que nos transforman en máquinas que no queremos ser. Pero no me sale decir nada, que ya él enroscó nuestros dedos y estamos saliendo de la cocina.
Me detengo a su lado, porque no sé a donde quiere ir, en cuanto se inclina a tomar el cuaderno y luego me arrastra escaleras arriba. Por el camino, hago malabares con mi mano libre con tal de que la manta no termine en el suelo y que tampoco se enrosque en nuestros pies, porque sé que Anderson es capaz de terminar de nuevo en el hospital por un accidente tan tonto como ese. Al final entramos a su cuarto y yo me quedo en la puerta, mientras él sigue el camino hasta la cama y se acomoda sobre ella, usando la sábana como yo recuerdo que solíamos usarlas para armar capas y tiendas de campaña dentro de la sala. Me fijo en como palmea el colchón para invitarme y entonces recuerdo perfectamente todo lo que me dice. Lentamente, una sonrisa se abre paso en mi rostro sin que yo pueda evitarlo - y cuando estar sobre la cama era encontrarse en la torre más alta del castillo más fantástico del mundo - añado - pero no podíamos reírnos alto o el dragón que custodiaba el Tesoro de los Cien Siglos iba a descubrirnos - una criatura que en realidad era mi propio hermano mayor, que solía quedarse con todas las galletas para él mismo y conseguirlas era toda una travesía. Todavía recuerdo cuando nos quedamos escondidos bajo la mesa en silencio, demasiado pequeños como para que alguien se fije en nosotros, hasta que Lyon fue al baño y pudimos cometer nuestro robo y correr a la fuente.
Me separo de la puerta y me dejo caer sobre su cama, subiendo los pies descalzos que frotan la tela del cobertor, acomodándome frente a él y dándome cuenta de que ocupamos mucho más espacio que esos dos niñatos que alguna vez fuimos. Tomo la manta que lo cubre y tiro de ella hasta taparme a mí misma, dejándola caer detrás de mí y acercándome lo suficiente como para que ambos quedemos cubiertos. Me llevo un dedo a los labios para que guarde silencio, casi como si alguien pudiese encontrarnos, cuando no hay nadie más aquí que los gatos que quedaron en el piso de abajo. Repentinamente me siento a salvo. Como si en nuestra pequeña carpa improvisada, nada ni nadie pudiese hacernos daño. Otra vez volvemos a ser solamente nosotros. Anderson y Jolene, el caballero y la princesa más raros del mundo. Mío, suya.
- ¿Y ahora qué? ¿Esperamos a que el dragón venga por nosotros? - bromeo, y casi quiero reírme por encontrarme a mí misma haciendo chistes después de todo lo que hemos pasado. Tomo el cuaderno, aunque apenas puedo verlo en este espacio donde no llega la luz, y paso las hojas por simple placer de mantenerme ocupada. En algún punto, levanto mis ojos hacia Andy, mordiéndome los labios mientras pienso en lo que voy a decir a continuación - Puedo instalarme en tu sofá...¿sabes? Allí dormí estos días y es cómodo. No quiero estar sola - sé que es obvio, porque no tenía otro motivo para esperarlo en su casa y no en la mía. Podemos volver a ser lo que alguna vez fuimos, antes de que Jeremy y Katie nos lo quitaran. Me pregunto muchas cosas, pero no me atrevo a decirlo en voz alta. Así que cuando hablo, es solo un susurro - Andy...siento lo de Katie.
No sé por que lo recuerdo, pero creo que es algo que ha quedado pendiente en el aire entre nosotros. Como cuando nunca supe en donde estaba parada nuestra amistad o qué nombre tenía en verdad esta relación - Sé que la querías. Pude verlo - porque lo veía en sus ojos cada vez que la miraba; era ese brillo que no estaba cuando me veía a mí y me hacía sentir tan enferma - Y lamento haberme comportado como una idiota por eso. Supongo que estaba muy enojada con el mundo y eso simplemente lo hacía peor, entonces terminaste cargando con toda mi frustración. Son cosas que no deberían pasarnos - y pasan, porque la vida no es como la historia que tengo entre mis manos, aquella a la que cierro con suavidad.
De un momento a otro la pared desaparece de mi vista y me encuentro dada vuelta de manera repentina, encontrándome con la mirada asustada e insistente de Anderson, casi como si yo hubiese dicho que deseo cometer suicidio o algo así. Teniendo en cuenta lo que pasó la última vez, puede que sea un sinónimo de mis palabras - ¡Fue un error! Tal vez si planeamos un poco mejor... - hace meses que descartamos la posibilidad de volver a intentar escapar, en especial porque ambos estábamos tomando caminos muy distintos. Sé que me quiero apartar de todo lo que conforma mi pasado y también sé muy bien quien es la persona a la cual no puedo dejar atrás. Esos pensamientos se apagan en cuanto siento su mano colocarse sobre mi mejilla. No me espanta su temperatura, tan diferente a la mía, sino que me lleva a alzar mi mano para presionar la suya contra mi piel, casi queriendo compartirle mi calor. Quiero discutir, decirle que aquí no tenemos más que límites y condiciones que nos transforman en máquinas que no queremos ser. Pero no me sale decir nada, que ya él enroscó nuestros dedos y estamos saliendo de la cocina.
Me detengo a su lado, porque no sé a donde quiere ir, en cuanto se inclina a tomar el cuaderno y luego me arrastra escaleras arriba. Por el camino, hago malabares con mi mano libre con tal de que la manta no termine en el suelo y que tampoco se enrosque en nuestros pies, porque sé que Anderson es capaz de terminar de nuevo en el hospital por un accidente tan tonto como ese. Al final entramos a su cuarto y yo me quedo en la puerta, mientras él sigue el camino hasta la cama y se acomoda sobre ella, usando la sábana como yo recuerdo que solíamos usarlas para armar capas y tiendas de campaña dentro de la sala. Me fijo en como palmea el colchón para invitarme y entonces recuerdo perfectamente todo lo que me dice. Lentamente, una sonrisa se abre paso en mi rostro sin que yo pueda evitarlo - y cuando estar sobre la cama era encontrarse en la torre más alta del castillo más fantástico del mundo - añado - pero no podíamos reírnos alto o el dragón que custodiaba el Tesoro de los Cien Siglos iba a descubrirnos - una criatura que en realidad era mi propio hermano mayor, que solía quedarse con todas las galletas para él mismo y conseguirlas era toda una travesía. Todavía recuerdo cuando nos quedamos escondidos bajo la mesa en silencio, demasiado pequeños como para que alguien se fije en nosotros, hasta que Lyon fue al baño y pudimos cometer nuestro robo y correr a la fuente.
Me separo de la puerta y me dejo caer sobre su cama, subiendo los pies descalzos que frotan la tela del cobertor, acomodándome frente a él y dándome cuenta de que ocupamos mucho más espacio que esos dos niñatos que alguna vez fuimos. Tomo la manta que lo cubre y tiro de ella hasta taparme a mí misma, dejándola caer detrás de mí y acercándome lo suficiente como para que ambos quedemos cubiertos. Me llevo un dedo a los labios para que guarde silencio, casi como si alguien pudiese encontrarnos, cuando no hay nadie más aquí que los gatos que quedaron en el piso de abajo. Repentinamente me siento a salvo. Como si en nuestra pequeña carpa improvisada, nada ni nadie pudiese hacernos daño. Otra vez volvemos a ser solamente nosotros. Anderson y Jolene, el caballero y la princesa más raros del mundo. Mío, suya.
- ¿Y ahora qué? ¿Esperamos a que el dragón venga por nosotros? - bromeo, y casi quiero reírme por encontrarme a mí misma haciendo chistes después de todo lo que hemos pasado. Tomo el cuaderno, aunque apenas puedo verlo en este espacio donde no llega la luz, y paso las hojas por simple placer de mantenerme ocupada. En algún punto, levanto mis ojos hacia Andy, mordiéndome los labios mientras pienso en lo que voy a decir a continuación - Puedo instalarme en tu sofá...¿sabes? Allí dormí estos días y es cómodo. No quiero estar sola - sé que es obvio, porque no tenía otro motivo para esperarlo en su casa y no en la mía. Podemos volver a ser lo que alguna vez fuimos, antes de que Jeremy y Katie nos lo quitaran. Me pregunto muchas cosas, pero no me atrevo a decirlo en voz alta. Así que cuando hablo, es solo un susurro - Andy...siento lo de Katie.
No sé por que lo recuerdo, pero creo que es algo que ha quedado pendiente en el aire entre nosotros. Como cuando nunca supe en donde estaba parada nuestra amistad o qué nombre tenía en verdad esta relación - Sé que la querías. Pude verlo - porque lo veía en sus ojos cada vez que la miraba; era ese brillo que no estaba cuando me veía a mí y me hacía sentir tan enferma - Y lamento haberme comportado como una idiota por eso. Supongo que estaba muy enojada con el mundo y eso simplemente lo hacía peor, entonces terminaste cargando con toda mi frustración. Son cosas que no deberían pasarnos - y pasan, porque la vida no es como la historia que tengo entre mis manos, aquella a la que cierro con suavidad.
Insisto haciendo un poco un puchero cuando en vez de sentarse en la cama se ríe y vuelvo a dar un par de golpes contra el colchón antes de que acabe sobre él. Estar debajo de la manta nos soluciona dos problemas, el primero de ellos y el más obvio es que ya hace tanto frío; el segundo es que como ahora no vemos nada del exterior, repentinamente todos los problemas dejan de importar. Bajo la vista al libro mientras pasa las hojas, acercándome también a ella hasta que nuestras rodillas quedan completamente pegadas. Me río un poco por lo del dragón al recordar todas esas cosas que nos pasaban de pequeños y que ahora parecen tan lejanas, los resquicios de recuerdos que se han alejado de nosotros demasiado. - Ahora ya no hay dragón. Ya tienen una cosa menos de que preocuparse la princesa rara y el caballero más raro todavía - Aquello es un intento por seguir su broma y aunque no estoy por la labor queda bastante más parecida que si lo hubiera intentado en la cocina.
Aquel lugar, alejado del mundo, sin exterior, solo bajo la manta, es un lugar donde los problemas carecen de importancia; donde el mayor terror es quien saldrá cuando nos de hambre a traer provisiones. Paso los dedos por algunos de los dibujos o las letras de las páginas en las que se detiene y cuando me es prácticamente imposible seguir ignorando que tengo sus ojos sobre mi, alzo la vista. Hago una mueca que intenta ser una sonrisa cuando dice lo del sofá y niego. - Puedes quedarte en mi cama - Suelto un suspiro y de pronto me siento de nuevo incapaz de mirarla a los ojos. Pongo mis brazos sobre las piernas y junto mis manos intentando arrancar parte de los cueritos que se sueltan al lado de las uñas. - No pueden estarme buscando para siempre - No quiero decir que no estaré aquí dentro de algunas horas, que probablemente ya se hayan dado cuenta de que no estoy y estén buscándome desesperados. Tarde o temprano sopesarán la idea de que esté en mi propia casa, por estúpido que sea; me encontrarán, me llevarán de vuelta al hospital y allí permaneceré, probablemente, el resto de mi existencia, a no ser que consiga el modo de calmarme.
Pero hablar del tema no ayuda, mucho menos con la psicóloga de aquel hospital que siempre me trata cómo lo que soy, su paciente. Me molesta cuando abre la boca cómo si supiera más cosas de mi de las que debería basándose en el informe que otros han escrito. - La odio - Murmuro. Tal vez debería decírselo a alguien que pueda hacer algo. Sacudo la cabeza levemente. - Y cuando vuelva, te equiparé la habitación junto a la mía, esa de ahí - Señalo hacia la puerta refiriéndome a la habitación de en frente. - Sería como tu lugar perfecto. Es donde guardo los libros que me traigo de la biblioteca - Sé que le gusta leer, sé que le gusta escribir, ahora mismo no conozco mejor complemento que una habitación llena de libros para una escritora de corazón. - Mientras yo no esté... - Golpeo un par de veces el colchón para referirme a que puede dormir ahí. - y Salchicha, nutella y waffle pueden hacerte compañía - Escucho mi nombre y hago una leve pausa, pero cuando se disculpa por lo de Katie siento el impulso de interrumpirla y seguir hablando.
No puedo, la sola mención de ella me ha dejado sin aliento. Bajo la cabeza otra vez usando mi uña para raspar la piel del dedo de la mano contraria mientras los recuerdos de aquella noche me vuelven a la cabeza. Repentinamente me apetece llorar otra vez, tirar cosas hasta que exploten y se desmorone cómo todo lo que tengo dentro. - No fue tu culpa - Me las ingenio para decirlo sin que se me quiebre la voz. Niego casi de inmediato cuando sigue hablando, cuando dice que sabe que la quería porque negarlo es más fácil que admitirlo. Admitirlo significaría aceptar que la quería y que aún así no era suficiente para ella y por eso se fue con otro. - No lo sientas! - Mi voz suena enfadada y es así como estoy, aunque no con ella. - Si yo me hubiese metido más en lo tuyo con Jeremy, al menos uno de los dos no habría pasado por todo ésto - Tal vez debimos hacer caso a esos sentimientos de recelo que sentíamos cuando teníamos que compartirnos con alguien más, si lo hubiésemos hecho probablemente ninguno habría sufrido porque ellos no habrían conseguido llegar a nosotros.
En cuanto escupo aquellas palabras me doy cuenta de que no es lo que quería decir, o al menos hay un momento en el que pienso en ello realmente. Intento limpiar parte de las lágrimas que se me escapan antes de que salgan de mis ojos y acerco mis labios a su frente para depositar ahí un beso y luego a su mejilla para lo mismo. - Yo siento que pasaras por todo ésto - Y no sabe cuanto. - Pero ya no importa. Aún estamos aquí... aún estamos tu y yo - Acaricio su brazo con mi mano hasta llegar a la palma, enlazando sus dedos entre los míos y acercando su mano hacia mis labios. - Al final siempre... tu y yo -
Aquel lugar, alejado del mundo, sin exterior, solo bajo la manta, es un lugar donde los problemas carecen de importancia; donde el mayor terror es quien saldrá cuando nos de hambre a traer provisiones. Paso los dedos por algunos de los dibujos o las letras de las páginas en las que se detiene y cuando me es prácticamente imposible seguir ignorando que tengo sus ojos sobre mi, alzo la vista. Hago una mueca que intenta ser una sonrisa cuando dice lo del sofá y niego. - Puedes quedarte en mi cama - Suelto un suspiro y de pronto me siento de nuevo incapaz de mirarla a los ojos. Pongo mis brazos sobre las piernas y junto mis manos intentando arrancar parte de los cueritos que se sueltan al lado de las uñas. - No pueden estarme buscando para siempre - No quiero decir que no estaré aquí dentro de algunas horas, que probablemente ya se hayan dado cuenta de que no estoy y estén buscándome desesperados. Tarde o temprano sopesarán la idea de que esté en mi propia casa, por estúpido que sea; me encontrarán, me llevarán de vuelta al hospital y allí permaneceré, probablemente, el resto de mi existencia, a no ser que consiga el modo de calmarme.
Pero hablar del tema no ayuda, mucho menos con la psicóloga de aquel hospital que siempre me trata cómo lo que soy, su paciente. Me molesta cuando abre la boca cómo si supiera más cosas de mi de las que debería basándose en el informe que otros han escrito. - La odio - Murmuro. Tal vez debería decírselo a alguien que pueda hacer algo. Sacudo la cabeza levemente. - Y cuando vuelva, te equiparé la habitación junto a la mía, esa de ahí - Señalo hacia la puerta refiriéndome a la habitación de en frente. - Sería como tu lugar perfecto. Es donde guardo los libros que me traigo de la biblioteca - Sé que le gusta leer, sé que le gusta escribir, ahora mismo no conozco mejor complemento que una habitación llena de libros para una escritora de corazón. - Mientras yo no esté... - Golpeo un par de veces el colchón para referirme a que puede dormir ahí. - y Salchicha, nutella y waffle pueden hacerte compañía - Escucho mi nombre y hago una leve pausa, pero cuando se disculpa por lo de Katie siento el impulso de interrumpirla y seguir hablando.
No puedo, la sola mención de ella me ha dejado sin aliento. Bajo la cabeza otra vez usando mi uña para raspar la piel del dedo de la mano contraria mientras los recuerdos de aquella noche me vuelven a la cabeza. Repentinamente me apetece llorar otra vez, tirar cosas hasta que exploten y se desmorone cómo todo lo que tengo dentro. - No fue tu culpa - Me las ingenio para decirlo sin que se me quiebre la voz. Niego casi de inmediato cuando sigue hablando, cuando dice que sabe que la quería porque negarlo es más fácil que admitirlo. Admitirlo significaría aceptar que la quería y que aún así no era suficiente para ella y por eso se fue con otro. - No lo sientas! - Mi voz suena enfadada y es así como estoy, aunque no con ella. - Si yo me hubiese metido más en lo tuyo con Jeremy, al menos uno de los dos no habría pasado por todo ésto - Tal vez debimos hacer caso a esos sentimientos de recelo que sentíamos cuando teníamos que compartirnos con alguien más, si lo hubiésemos hecho probablemente ninguno habría sufrido porque ellos no habrían conseguido llegar a nosotros.
En cuanto escupo aquellas palabras me doy cuenta de que no es lo que quería decir, o al menos hay un momento en el que pienso en ello realmente. Intento limpiar parte de las lágrimas que se me escapan antes de que salgan de mis ojos y acerco mis labios a su frente para depositar ahí un beso y luego a su mejilla para lo mismo. - Yo siento que pasaras por todo ésto - Y no sabe cuanto. - Pero ya no importa. Aún estamos aquí... aún estamos tu y yo - Acaricio su brazo con mi mano hasta llegar a la palma, enlazando sus dedos entre los míos y acercando su mano hacia mis labios. - Al final siempre... tu y yo -
Por un momento, me imagino como será todo aquello que pinta con sus palabras. Ya no viviría sola y tendria algún motivo por el cual cocinar, porque generalmente preparo comida solamente cuando mi estómago gruñe más de la cuenta, pero si somos dos tendría que adaptarme. Volveríamos a pasar horas y horas juntos como cuando era de verdad feliz, porque sé muy bien que los días donde era completamente dichosa eran esos donde estábamos juntos, algo que Jeremy le robó con el tiempo y ahora me arrepiento como nunca creí hacerlo. No estaría sola cuando el sol se ponga y no me darían miedo las habitaciones enormes y vacías que me gritan los cientos de recuerdos que intento borrar. Sería una especie de nueva vida, dejando atrás las cosas que ya no podemos cambiar, compartiendo un camino que es mucho más sencillo si es de a dos. Incluso le muestro todos los dientes en la sonrisa más amplia que he dado en mucho tiempo, cuando menciona lo de los libros. Lo único que no me gusta es que hable de aquello como si pasara cuando las cosas malas queden atrás. No quiero que vuelva al hospital, pero no se lo digo, simplemente porque no quiero arruinar el clima de nuestro pequeño espacio bajo la manta.
Hago una mueca de disgusto cuando afirma que no es mi culpa, porque claro que lo es. Si yo no hubiese sido tan descuidada, Katie no habría pensado nada malo y no habría ido corriendo a los brazos de su primo. Tengo ganas de golpearme la cabeza contra la pared una y otra vez para castigarme a mí misma, pero por algún motivo no lo hago. Le echo una mirada pesada, apretando mis labios en una delgada curva, casi sin poderme creer que estuviese tocando el tema de la relación que tuve o creí tener con el mentor del siete y mucho menos desde ese punto de vista - No te metiste porque no quisiste, porque bien podrías haberlo hecho. Yo estaba simplemente ahí - reprocho, arrugando el ceño y encontrando que, de alguna forma, eso me fastidia - y decidiste quedarte con ella - soltar el "ella" como si fuese una palabra demasiado mala me duele, porque hasta hace unos días creí que Katie era mi amiga o al menos lo estábamos intentando.
Quiero ignorar el hecho de que parece que lo estoy acusando sobre un tema que todavía considero demasiado delicado como para introducirlo a una conversación, asi que bajo la vista y jugueteo con la tela que se asoma entre mis piernas, buscando mantener el contacto visual lo más lejos posible. El calor en mis mejillas me informa que me he sonrojado, más por la repentina incomodidad que por otra cosa, y el solo notarlo hace que el color aumente. Tampoco quiero ver como se limpia las lágrimas, aunque logro notarlo en su movimiento, pero entonces siento sus labios sobre mi frente y cierro mis ojos, sin saber exactamente el motivo. El beso pasa a ser en mi mejilla y abro un párpado en cuanto se aparta, dejando la mano muerta para que él la tome a su gusto.
Me doy cuenta entonces que estiro los dedos, que chocan contra sus labios, sintiendo como su aliento los golpea y me inclino hacia delante, observándolo como si nunca lo hubiese visto antes. No sé si tomar sus disculpas o dejarlas pasar, por eso mismo reprimo cualquier comentario al respecto. Mi lengua produce un chasquido, lanzando un suspiro luego que creo que se extiende demasiado tiempo como para dejarme sin aire dentro - Tú y yo hasta que algo salga mal. Quiero creer lo contrario pero... es tan difícil - confieso, moviéndome en mi lugar como si al acomodarme pudiese estar más cerca, pero en éste espacio es casi imposible - Todas las personas que dijeron que se quedarían, acaban marchándose. Y todos a los que amo, los pierdo. Tengo miedo de que no seas la excepción. - mis dedos abandonan sus labios para pellizcar levemente su barbilla, aunque luego aparto la mano y la escondo al abrazarme a mí misma - ¿Cómo puedo saber que esto está bien y que no terminará ... - ¿mal? ¿acabándome? ¿quitándome lo poco que me queda? No sé cual es la opción correcta, así que no me tiro por ninguna - llevo esperándote desde los siete años, Andy - alzo mis hombros, dedicándole una sonrisa pequeña cargada de algo parecido a la tristeza, casi como si admitiese algo demasiado penoso como para ser verdad - y las cosas cambiaron tanto que siento que hasta elegir sentarme a tu lado y no al lado de cualquier otra persona en el tren, es un riesgo enorme.
Y de todas formas, acepto quedarme a su lado, sabiendo que su partida me dolería más que cualquier otra tanto por ser simplemente mi único ser querido como por dejarme sola. Bajo la vista y jugueteo con mi pulsera, hasta que reparo en el dije que me regaló Mills en mi cumpleaños. Alzo ligeramente la muñeca para enseñársela, con cierta expresión resentida - Me la regaló él, en mi último cumpleaños - explico, sin atreverme siquiera a mencionar su nombre. Observo la piedra un momento, antes de quitarla de la pulsera, donde solamente queda la moneda. Entonces, la guardo en el bolsillo, donde la tendré hasta que recuerde que debo tirarla - y ya no existe más.
Hago una mueca de disgusto cuando afirma que no es mi culpa, porque claro que lo es. Si yo no hubiese sido tan descuidada, Katie no habría pensado nada malo y no habría ido corriendo a los brazos de su primo. Tengo ganas de golpearme la cabeza contra la pared una y otra vez para castigarme a mí misma, pero por algún motivo no lo hago. Le echo una mirada pesada, apretando mis labios en una delgada curva, casi sin poderme creer que estuviese tocando el tema de la relación que tuve o creí tener con el mentor del siete y mucho menos desde ese punto de vista - No te metiste porque no quisiste, porque bien podrías haberlo hecho. Yo estaba simplemente ahí - reprocho, arrugando el ceño y encontrando que, de alguna forma, eso me fastidia - y decidiste quedarte con ella - soltar el "ella" como si fuese una palabra demasiado mala me duele, porque hasta hace unos días creí que Katie era mi amiga o al menos lo estábamos intentando.
Quiero ignorar el hecho de que parece que lo estoy acusando sobre un tema que todavía considero demasiado delicado como para introducirlo a una conversación, asi que bajo la vista y jugueteo con la tela que se asoma entre mis piernas, buscando mantener el contacto visual lo más lejos posible. El calor en mis mejillas me informa que me he sonrojado, más por la repentina incomodidad que por otra cosa, y el solo notarlo hace que el color aumente. Tampoco quiero ver como se limpia las lágrimas, aunque logro notarlo en su movimiento, pero entonces siento sus labios sobre mi frente y cierro mis ojos, sin saber exactamente el motivo. El beso pasa a ser en mi mejilla y abro un párpado en cuanto se aparta, dejando la mano muerta para que él la tome a su gusto.
Me doy cuenta entonces que estiro los dedos, que chocan contra sus labios, sintiendo como su aliento los golpea y me inclino hacia delante, observándolo como si nunca lo hubiese visto antes. No sé si tomar sus disculpas o dejarlas pasar, por eso mismo reprimo cualquier comentario al respecto. Mi lengua produce un chasquido, lanzando un suspiro luego que creo que se extiende demasiado tiempo como para dejarme sin aire dentro - Tú y yo hasta que algo salga mal. Quiero creer lo contrario pero... es tan difícil - confieso, moviéndome en mi lugar como si al acomodarme pudiese estar más cerca, pero en éste espacio es casi imposible - Todas las personas que dijeron que se quedarían, acaban marchándose. Y todos a los que amo, los pierdo. Tengo miedo de que no seas la excepción. - mis dedos abandonan sus labios para pellizcar levemente su barbilla, aunque luego aparto la mano y la escondo al abrazarme a mí misma - ¿Cómo puedo saber que esto está bien y que no terminará ... - ¿mal? ¿acabándome? ¿quitándome lo poco que me queda? No sé cual es la opción correcta, así que no me tiro por ninguna - llevo esperándote desde los siete años, Andy - alzo mis hombros, dedicándole una sonrisa pequeña cargada de algo parecido a la tristeza, casi como si admitiese algo demasiado penoso como para ser verdad - y las cosas cambiaron tanto que siento que hasta elegir sentarme a tu lado y no al lado de cualquier otra persona en el tren, es un riesgo enorme.
Y de todas formas, acepto quedarme a su lado, sabiendo que su partida me dolería más que cualquier otra tanto por ser simplemente mi único ser querido como por dejarme sola. Bajo la vista y jugueteo con mi pulsera, hasta que reparo en el dije que me regaló Mills en mi cumpleaños. Alzo ligeramente la muñeca para enseñársela, con cierta expresión resentida - Me la regaló él, en mi último cumpleaños - explico, sin atreverme siquiera a mencionar su nombre. Observo la piedra un momento, antes de quitarla de la pulsera, donde solamente queda la moneda. Entonces, la guardo en el bolsillo, donde la tendré hasta que recuerde que debo tirarla - y ya no existe más.
Desvío la mirada cuando claramente me echa la culpa de irme con Katie, me gustaría poder decirle que me arrepiento en el alma porque ahora mismo lo hago, pero en su momento creía que era lo mejor. - No creas que no me di cuenta de también le querías a él - Suspiro y me llevo una de las manos a la mejilla pasando la uña por la piel al principio de modo suave y luego cada vez mas intenso. Aunque parezca otra cosa, ese simple gesto me ayuda a centrarme en lo que realmente importa. No creo que ponernos a buscar un culpable a lo que nos paso; porque sí, lamentable y asquerosamente NOS pasó a los dos; sirva para algo. - Lo pensé mucho, creía que era lo mejor. Si tu y yo... estábamos juntos, ellos iban a sufrir - Ahora que me oigo a mi mismo decirlo en voz alta después de lo que nos pasó me siento como un asqueroso estúpido. - Supongo que me equivoqué - Ellos simplemente tenían que juntarse y olvidarse de nosotros.
Bajo la vista al libro apretando su mano entre las mías hasta que siento mis dedos pidiendo socorro por el dolor. Cuando menguo la fuerza de mi mano acabo suspirando, ésta vez a modo de resignación. Debería haber visto las señales. Debería haber sabido desde el principio que mientras yo tenga que estar en alguna parte de una decisión, todo lo posible e imposible existente saldrá mal. - Lo siento. de verdad que lo siento - Sueno lo más sincero que me permite aquel susurro y añado una mueca al final. - Creo que es un buen momento para hacerle caso a mi abuela y volverme jodidamente egoísta - Ella no intentaba convertirme en una mala persona, solo intentaba que dejara de pensar en los demás antes que en mi, que dejara de irme de los sitios solo porque la gente se callaba al verme, dejar de intentar no molestar. Ella quería que la molestara, quería si tenía algo de que quejarme hablara sobre ello horas y horas mientras cocinaba, quería que ser la primera en enterarse de quien me pegaba o quien no, quería incluso que la despertara cuando tuviera pesadillas porque eso era una familia, gente que se molesta hasta que se hartan todos de todos pero siguen estando juntos.
Al principio quiero ponerme a discutir por qué esta vez podemos empeñarnos enormemente en que nada salga mal pero lo siguiente que dice me hace callarme. Alzo mi vista del libro hacia ella manteniendo el contacto visual en silencio demasiado tiempo, pero por primera vez desde que la conozco soy consciente de por qué nos hicimos amigos, de por qué pasamos tantos años haciendo tonterías, de por qué resulta tan insoportable perderla, de por qué siempre somos ella y yo; y cada uno de esos motivos se va esclareciendo en mi cabeza mientras sus dedos recorren mi piel. Ahogo una risa en una especie de suspiro y me encojo de hombros. - Vamos Jole. Tu y yo ya hemos peleado suficientes veces el último año cómo para que superásemos lo de perdernos - Intenta ser una burla, pero no queda tan burla cómo pretendía que lo hiciera. - En cada una de esas peleas nos dijimos cosas horribles. De esas que te ha hacen pensar que nada volverá a ser lo mismo nunca, pero aquí estamos porque somos un poco cabezotas los dos - Si me pongo a hacer un balance sobre quien se enfadó con quien y por qué, todo puede resumirse en una palabra: Miedo. Miedo de que muriera, de que se fuera para siempre, de que acabara lejos de éste sitio sin mi, de que muriese por el camino intentando salvar al idiota que ahora le ha roto el corazón, miedo de no estar ahí para ella cuando haga falta; y eso se aplica a la inversa. Protegernos el uno al otro, eso es lo que hacemos desde siempre, desde que ella es la princesa menos princesa del mundo y yo soy el inútil caballero sin caballo.
Llevo mi vista a la pulsera cuando le arranca aquel dije y por un momento frunzo el entrecejo hasta que me explica el por qué. Ahogo un suspiro de entendimiento y asiento débilmente. Por un instante mi mirada se va hacia las mantas, al lugar donde estaría mi estantería de cosas importantes si no tuviera la vista bloqueada. Katie nunca me dio nada, pero hay algo mío que ella todavía tiene. Puede que haya tirado mis diarios a la basura pero si no lo ha hecho, los quiero de vuelta. - Yo le di mis diarios - Sacudo la cabeza tras acabar la frase. - No todos. Solo los libros en los que había cosas sobre ella - Me paso otra vez la uña por la mejilla que a éste paso ya se ha quedado rojiza en exceso y se nota porque contrasta con la otra que sigue en el color habitual de mi piel. - Me los pidió una vez. Eran un préstamo, ni siquiera se los regalé - Por algún extraño motivo no puedo parar de intentar desligar todo tipo de emociones de ese recuerdo pero soy incapaz de hacerlo, mucho más cuando la noche en la que esos diarios acabaron en sus manos acude a mi cabeza. - Se los pediré - parezco seguro al principio pero en cuanto acabo la frase flaqueo. - O no, mejor no. Que los tire a la basura - Por un momento se me ocurre la estúpida idea de incendiar su casa y así conseguir que mis diarios desaparezcan de una vez por todas y se lleven con ellos todos sus recuerdos, pero una parte de mi sabe que las cosas no funcionan así. Esos diarios recogen mis memorias, lo que pasa cada día en mi cabeza separado por colores sobre lo real, lo cuestionable y lo que fue una alucinación. Lo cuestionable eran cosas que nadie que no fuera yo podía comprobar, pero que Paul no veía como una potencial alucinación. Quedan perdidas entre el pudo haber pasado... o a lo mejor no. De todas maneras, arrancar páginas de los libros no suprime los recuerdos de mi vida. Ojalá fuese tan fácil.
Cuando estoy a punto de seguir dando ideas o sugerencias sobre si ir o no ir a quemar la casa de Kathleen y Jeremy un poco en venganza y un poco por mis diarios, me doy cuenta de que el sol prácticamente se ha escondido y pueden verse las luces de las sirenas parpadeando sutilmente incluso a través de la sábana. Eso solo significa que me han encontrado y probablemente acabe yendo de rastras al hospital. Asomo mi cabeza fuera de la manta justo para ver entrar a los tres gatitos dando saltos por el lugar intentando atrapar las luces que se les escapan de las patas. Por algún motivo me pongo nervioso, siento el corazón a mil por hora y poniéndome a cuatro patas para salir de debajo de la manta me detengo un momento colocando mi frente contra la suya y cerrando los ojos permaneciendo así un rato, en completo silencio sintiendo su respiración acariciando mi piel suavemente. - Volveré - Susurro antes de separarme e intentar ofrecerle una sonrisa que no me sale del todo bien pero me sale. - Te lo prometo -
Bajo la vista al libro apretando su mano entre las mías hasta que siento mis dedos pidiendo socorro por el dolor. Cuando menguo la fuerza de mi mano acabo suspirando, ésta vez a modo de resignación. Debería haber visto las señales. Debería haber sabido desde el principio que mientras yo tenga que estar en alguna parte de una decisión, todo lo posible e imposible existente saldrá mal. - Lo siento. de verdad que lo siento - Sueno lo más sincero que me permite aquel susurro y añado una mueca al final. - Creo que es un buen momento para hacerle caso a mi abuela y volverme jodidamente egoísta - Ella no intentaba convertirme en una mala persona, solo intentaba que dejara de pensar en los demás antes que en mi, que dejara de irme de los sitios solo porque la gente se callaba al verme, dejar de intentar no molestar. Ella quería que la molestara, quería si tenía algo de que quejarme hablara sobre ello horas y horas mientras cocinaba, quería que ser la primera en enterarse de quien me pegaba o quien no, quería incluso que la despertara cuando tuviera pesadillas porque eso era una familia, gente que se molesta hasta que se hartan todos de todos pero siguen estando juntos.
Al principio quiero ponerme a discutir por qué esta vez podemos empeñarnos enormemente en que nada salga mal pero lo siguiente que dice me hace callarme. Alzo mi vista del libro hacia ella manteniendo el contacto visual en silencio demasiado tiempo, pero por primera vez desde que la conozco soy consciente de por qué nos hicimos amigos, de por qué pasamos tantos años haciendo tonterías, de por qué resulta tan insoportable perderla, de por qué siempre somos ella y yo; y cada uno de esos motivos se va esclareciendo en mi cabeza mientras sus dedos recorren mi piel. Ahogo una risa en una especie de suspiro y me encojo de hombros. - Vamos Jole. Tu y yo ya hemos peleado suficientes veces el último año cómo para que superásemos lo de perdernos - Intenta ser una burla, pero no queda tan burla cómo pretendía que lo hiciera. - En cada una de esas peleas nos dijimos cosas horribles. De esas que te ha hacen pensar que nada volverá a ser lo mismo nunca, pero aquí estamos porque somos un poco cabezotas los dos - Si me pongo a hacer un balance sobre quien se enfadó con quien y por qué, todo puede resumirse en una palabra: Miedo. Miedo de que muriera, de que se fuera para siempre, de que acabara lejos de éste sitio sin mi, de que muriese por el camino intentando salvar al idiota que ahora le ha roto el corazón, miedo de no estar ahí para ella cuando haga falta; y eso se aplica a la inversa. Protegernos el uno al otro, eso es lo que hacemos desde siempre, desde que ella es la princesa menos princesa del mundo y yo soy el inútil caballero sin caballo.
Llevo mi vista a la pulsera cuando le arranca aquel dije y por un momento frunzo el entrecejo hasta que me explica el por qué. Ahogo un suspiro de entendimiento y asiento débilmente. Por un instante mi mirada se va hacia las mantas, al lugar donde estaría mi estantería de cosas importantes si no tuviera la vista bloqueada. Katie nunca me dio nada, pero hay algo mío que ella todavía tiene. Puede que haya tirado mis diarios a la basura pero si no lo ha hecho, los quiero de vuelta. - Yo le di mis diarios - Sacudo la cabeza tras acabar la frase. - No todos. Solo los libros en los que había cosas sobre ella - Me paso otra vez la uña por la mejilla que a éste paso ya se ha quedado rojiza en exceso y se nota porque contrasta con la otra que sigue en el color habitual de mi piel. - Me los pidió una vez. Eran un préstamo, ni siquiera se los regalé - Por algún extraño motivo no puedo parar de intentar desligar todo tipo de emociones de ese recuerdo pero soy incapaz de hacerlo, mucho más cuando la noche en la que esos diarios acabaron en sus manos acude a mi cabeza. - Se los pediré - parezco seguro al principio pero en cuanto acabo la frase flaqueo. - O no, mejor no. Que los tire a la basura - Por un momento se me ocurre la estúpida idea de incendiar su casa y así conseguir que mis diarios desaparezcan de una vez por todas y se lleven con ellos todos sus recuerdos, pero una parte de mi sabe que las cosas no funcionan así. Esos diarios recogen mis memorias, lo que pasa cada día en mi cabeza separado por colores sobre lo real, lo cuestionable y lo que fue una alucinación. Lo cuestionable eran cosas que nadie que no fuera yo podía comprobar, pero que Paul no veía como una potencial alucinación. Quedan perdidas entre el pudo haber pasado... o a lo mejor no. De todas maneras, arrancar páginas de los libros no suprime los recuerdos de mi vida. Ojalá fuese tan fácil.
Cuando estoy a punto de seguir dando ideas o sugerencias sobre si ir o no ir a quemar la casa de Kathleen y Jeremy un poco en venganza y un poco por mis diarios, me doy cuenta de que el sol prácticamente se ha escondido y pueden verse las luces de las sirenas parpadeando sutilmente incluso a través de la sábana. Eso solo significa que me han encontrado y probablemente acabe yendo de rastras al hospital. Asomo mi cabeza fuera de la manta justo para ver entrar a los tres gatitos dando saltos por el lugar intentando atrapar las luces que se les escapan de las patas. Por algún motivo me pongo nervioso, siento el corazón a mil por hora y poniéndome a cuatro patas para salir de debajo de la manta me detengo un momento colocando mi frente contra la suya y cerrando los ojos permaneciendo así un rato, en completo silencio sintiendo su respiración acariciando mi piel suavemente. - Volveré - Susurro antes de separarme e intentar ofrecerle una sonrisa que no me sale del todo bien pero me sale. - Te lo prometo -
No puedo hacer más que ponerle mala cara cuando me recuerda que alguna vez quise a Jeremy, pero tal vez lo que más me molesta es saber que una parte de mí continúa haciéndolo y que por eso lo detesto tanto. Me muerdo el labio inferior para reprimir cualquier comentario, sabiendo de mala gana que cualquier cosa que pueda opinar sobre el asunto acabará en una pelea completamente idiota. Ya estoy harta de peleas y no se me antoja gritarle cosas horribles otra vez, así que por hoy lo dejaré pasar. No voy a tentar a la suerte y dejar que Andy se vaya otra vez. Lo único que me sale es asentir con la cabeza, lanzando un largo suspiro - ya te perdóne hace días, deberías dejar de disculparte - mascullo, dando por finalizado el tema.
Se me ocurre la idea de reírme y casi lo hago, si no fuese porque las muchas peleas de éste año no fueron lo que se dice, realmente divertidas - supongo que eso quiere decir que no me puedo librar de ti ni aunque quiera hacerlo - respondo, haciendo una mueca exagerada de disgusto, casi como si me gustaría quitarlo de mi camino para siempre. No hace falta que aclare que estoy bromeando, porque sabe muy bien que no se me antoja perderlo. La gente dice que no sabes lo que tienes hasta que ya no está, y experimenté aquello con Anderson mucho más de lo que me gustaría. Entonces me doy cuenta de que no podría pedir nada más. Que ésto es lo que necesito para aferrarme y no caerme otra vez. Una tienda improvisada con sábanas, un cuento entre mis manos, a Andy lo suficientemente cerca como para saber que se encuentra conmigo y la promesa de que pase lo que pase vamos a ser un equipo. A pesar de la nieve, de los corazones rotos y el rencor, éste momento, justo ahora, es perfecto y no quiero que se acabe.
Sigo su vista hacia la nada, porque allí a donde miro veo la manta, pero entonces comprendo lo que quiere decir y abro la boca en una ligera "o" que indica que he comprendido. Vuelvo a él en medio de sus explicaciones y alzo una ceja al verlo dudar un instante, aunque no acoto nada al respecto. Me conformo con encogerme de brazos como si aquello no me interesara en lo absoluto, sabiendo que parezco una niña de doce años que la están obligando a terminarse el plato de comida que menos le gusta - Si eso es lo que quieres... son tus diarios. Si los necesitas debes pedírselos. Sino... - que se los meta por donde mejor le entren, porque la verdad es que Katie me parece casi tan despreciable en éste momento como Jeremy y no puedo pensar nada agradable sobre ella. Que enorme mentira son sus consuelos, que falsos me resultan los gestos de cariño de esos dos ahora que los veo de lejos. Llego a la repentina conclusión de que no valen la pena, de que tengo que dejarlos pasar y que mi vida continúa, con o sin ellos.
Andy parece estar a punto de decir algo y yo le presto toda mi atención, pero entonces las luces iluminan el cuarto que se ha quedado a oscuras con el correr del tiempo y sin que nos demos cuenta. Siento como mi garganta parece cerrarse y como mi pecho de golpe resulta pesado, tardando en comprender que se debe a que ésto es lo que marca el final de nuestra reunión. Puedo divisar algo del exterior en cuanto Andy asoma la cabeza, escuchando claramente el sonido de la puerta del coche cerrándose gracias a la ventana semi-abierta. No sé por que tengo miedo, si ya sé lo que van a hacerle y lo que le espera y es algo que ya pasó antes e incluso sobrevivió. Tal vez se deba a que conozco demasiado sobre el tema como para no preocuparme.
En cuanto su frente choca contra la mía, mis dedos se cierran alrededor de una de sus muñecas y no puedo hacer otra cosa que imitarlo y cerrar los ojos, contando cada una de las respiraciones que cortan el ambiente. No quiero que se vaya, no quiero que se lo lleven. Entonces me veo obligada a soltarlo y Andy se aparta, prometiendo que va a regresar y yo abro los ojos justo a tiempo para ver su sonrisa. Intento imitarla, aunque creo que es demasiado pequeña - Estaré aquí esperando - respondo, en un tono de voz que admite que no podría estar en ningún otro lugar. La verdad es que, cuando él ya se ha ido y las luces se apagan, me acuesto en su cama cubriéndome con las mantas y pensando, justo cuando comienzan los ronroneos de los gatos que suben a hacerme compañía, que en realidad no tengo otro sitio a donde ir.
Se me ocurre la idea de reírme y casi lo hago, si no fuese porque las muchas peleas de éste año no fueron lo que se dice, realmente divertidas - supongo que eso quiere decir que no me puedo librar de ti ni aunque quiera hacerlo - respondo, haciendo una mueca exagerada de disgusto, casi como si me gustaría quitarlo de mi camino para siempre. No hace falta que aclare que estoy bromeando, porque sabe muy bien que no se me antoja perderlo. La gente dice que no sabes lo que tienes hasta que ya no está, y experimenté aquello con Anderson mucho más de lo que me gustaría. Entonces me doy cuenta de que no podría pedir nada más. Que ésto es lo que necesito para aferrarme y no caerme otra vez. Una tienda improvisada con sábanas, un cuento entre mis manos, a Andy lo suficientemente cerca como para saber que se encuentra conmigo y la promesa de que pase lo que pase vamos a ser un equipo. A pesar de la nieve, de los corazones rotos y el rencor, éste momento, justo ahora, es perfecto y no quiero que se acabe.
Sigo su vista hacia la nada, porque allí a donde miro veo la manta, pero entonces comprendo lo que quiere decir y abro la boca en una ligera "o" que indica que he comprendido. Vuelvo a él en medio de sus explicaciones y alzo una ceja al verlo dudar un instante, aunque no acoto nada al respecto. Me conformo con encogerme de brazos como si aquello no me interesara en lo absoluto, sabiendo que parezco una niña de doce años que la están obligando a terminarse el plato de comida que menos le gusta - Si eso es lo que quieres... son tus diarios. Si los necesitas debes pedírselos. Sino... - que se los meta por donde mejor le entren, porque la verdad es que Katie me parece casi tan despreciable en éste momento como Jeremy y no puedo pensar nada agradable sobre ella. Que enorme mentira son sus consuelos, que falsos me resultan los gestos de cariño de esos dos ahora que los veo de lejos. Llego a la repentina conclusión de que no valen la pena, de que tengo que dejarlos pasar y que mi vida continúa, con o sin ellos.
Andy parece estar a punto de decir algo y yo le presto toda mi atención, pero entonces las luces iluminan el cuarto que se ha quedado a oscuras con el correr del tiempo y sin que nos demos cuenta. Siento como mi garganta parece cerrarse y como mi pecho de golpe resulta pesado, tardando en comprender que se debe a que ésto es lo que marca el final de nuestra reunión. Puedo divisar algo del exterior en cuanto Andy asoma la cabeza, escuchando claramente el sonido de la puerta del coche cerrándose gracias a la ventana semi-abierta. No sé por que tengo miedo, si ya sé lo que van a hacerle y lo que le espera y es algo que ya pasó antes e incluso sobrevivió. Tal vez se deba a que conozco demasiado sobre el tema como para no preocuparme.
En cuanto su frente choca contra la mía, mis dedos se cierran alrededor de una de sus muñecas y no puedo hacer otra cosa que imitarlo y cerrar los ojos, contando cada una de las respiraciones que cortan el ambiente. No quiero que se vaya, no quiero que se lo lleven. Entonces me veo obligada a soltarlo y Andy se aparta, prometiendo que va a regresar y yo abro los ojos justo a tiempo para ver su sonrisa. Intento imitarla, aunque creo que es demasiado pequeña - Estaré aquí esperando - respondo, en un tono de voz que admite que no podría estar en ningún otro lugar. La verdad es que, cuando él ya se ha ido y las luces se apagan, me acuesto en su cama cubriéndome con las mantas y pensando, justo cuando comienzan los ronroneos de los gatos que suben a hacerme compañía, que en realidad no tengo otro sitio a donde ir.
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