La vida de Allan Wilde no era como la de muchos magos que se marcaba con un antes o un después de la caída de los Black. Oriundo del distrito dos, trabajaba en una pequeña reserva de animales exóticos siendo él el encargado del manejo de algunas de las bestias. Muchos decían que tenía un don natural para manejarlas, la realidad es que siendo mago había algunos trucos que podía utilizar, incluyendo el mantener criaturas que muchos muggles veían como algo más. No era una tarea sencilla, pero se las apañó lo suficientemente bien. Tanto, que para el momento en el que la sociedad de los magos se alzó, no le costó demasiado encontrar trabajo en el ministerio como Cazador cuando la oportunidad se presentó.

Conocer a Ciara fue cosa del azar. Enamorarse de ella y quedar ciego a la verdad, no tanto. Nunca se le había pasado por la cabeza que la mujer había buscado engañarlo, seducirlo y darle una hija para ganar protección, pero para el momento en que descubrió la verdad Allan tenía muy en claro que jamás arriesgaría a Nellie, ni siquiera por ella. Le dió una hora de aviso antes de dejar a su pequeña bajo el cuidado de su hermana y dirigirse a reportarla. Sometido a dar testimonio bajo veritaserum y aportando un par de memorias para probar su inocencia, quedó demostrado que él no sabía que Ciara era muggle y tras ese evento, la mujer quedó como una mancha en el pasado de los Wilde. Nunca le dijo a Nellie la verdad, solo que su madre los había dejado sin dar explicaciones; incluso eso era mejor que decirle que su nacimiento había sido a causa de una mujer manipuladora que solo la veía como un medio para un fin.

No fue fácil criar a una niña de meses siendo padre soltero, pero tuvo mucha tanto de sus amigos como de su hermana y, tras contratar a algunas niñeras, la infancia de Leonella pasó sin graves incidentes. Puede que pasara unos días sin ver a su padre cuando este terminaba en el hospital, o que hiciera algún berrinche de más cuando sus cuidadoras no satisfacían sus necesidades, pero tras algunas muestras de magia accidental y más de un soborno en forma de juguetes o salidas a algún lugar nadie podía decir que la niña no había sido feliz. Sobre todo cuando podía coincidir con su padre con el hobbie que ambos compartían: el quidditch. El regalo de cumpleaños de su primer año había sido una escoba de juguete, el de los cuatro, una escoba infantil deluxe que le habían entregado a su padre como táctica publicitaria, el de los siete… bueno, se dan una idea. Cuando Allan cuenta que Leonella aprendió a volar antes que a caminar, no exagera. La pelirroja pasaba más tiempo con los pies en el aire antes que en la tierra y amaba jactarse de ello.

El ingreso al Royal no le trajo muchos cambios a su vida, tenía seis años, mucha curiosidad y energía casi sin límite. Le gustaba aprender aunque no fuese muy aplicada a ello, y sobretodo, amaba socializar. No le era difícil hacer amigos y rara vez la veían pasando algún momento en soledad; si ese no hubiera sido el caso tal vez se hubiera ahorrado un par de problemas, pero le gustaba hablar con la gente, conocer sus historias y… Bien, tal vez había escuchado de más, pero no podía decir que defendía los ideales de su padre de la misma forma que él. Ella no entendía qué había de malo al no poseer magia, y si bien el atentado al ministerio había sido una experiencia horrible al haberla vivido de cerca, no podía encontrar en ella la misma firmeza para tomar una postura definitiva dentro de la guerra que estaban viviendo.

O al menos eso era hasta hechos recientes...

El haber participado de forma activa tanto en el atentado contra el nueve, como en la ocupación del distrito uno; sin contar con el secuestro de su mejor amiga causado por los muggles, Nellie ha encontrado más que razones suficientes para encontrar que su vocación era convertirse en auror.