OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Recuerdo del primer mensaje :
La única llamada que me dejan hacer la desperdicio en una mentira a Riley, diciéndole que no podré ir esta noche porque me ha surgido otra cosa, uso el tono por el cual «otra cosa» se entiende como una única cosa posible, como si estar retenida por los aurores fuera a durar una noche y podré sostener una excusa como esa luego. Llamar a Mohini ni siquiera está en consideración, siento la gota fría del miedo cuando me enfrento a su número y decido cambiarlo por el de mi amigo. Si la llamo será para discutir, como si no tuviera suficientes problemas de por sí, sentada en medio de otros dos mecánicos esperando que aparezca el tercero al que tienen dentro de la sala de interrogatorios desde hace media hora. Nadie habla, también con ellos podría comenzar una nueva discusión si alguno dice palabra y volvemos a esto de echarnos culpas sobre quien abrió la boca para que fueran los aurores quienes llegaran al galpón en el distrito cinco, en vez de Harkness, de quien no se vio ni la sombra.
Escucho el murmullo de mi apellido desde la puerta de la sala por la que cruza el mecánico rubio que esquiva la mirada del resto, un par de aurores se encargan de llevárselo por el pasillo que lo quita de nuestra vista y a todo nos cae la certeza de que esto se acabó, fue un error confiar en Harkness o en cualquiera de los otros traficantes del norte. Si en verdad pudiera hacer una última llamada a quien fuera, la usaría para hablar con Jefferson. La he jodido, bien jodido, quiero irme con él al norte, no importa lo que pueda decir Mohini o si intenta encerrarme en la casa, escapé antes de los intentos de mi madre de que me comportara. Pero él tampoco sabe que contacté con Harkness, no quería que se entrometiera o me aconsejara que me quedara en casa con mi madre. No tiene caso forcejear con los aurores o mostrarles todo mi desprecio haciéndoles difícil que me arrastren dentro de la sala, me dejo caer en la silla con la brusquedad que ellos mismas usan para que me siente y fallo en tratar que uno de ellos trastrabille cuando cruzo mi pierna en su camino de salida.
Estar sola entre cuatro paredes que no dicen nada es peor que estar esperando con los otros mecánicos, me hace más consciente que nunca de que caí en un pozo del infierno. Siento que el aire no llega a mis pulmones, agacho mi cabeza al colocarla entre el hueco de mis brazos extendidos sobre la mesa y miro a mis rodillas al tomar profundas respiraciones que aflojan la presión en mi pecho. Mohini morirá con esto, cuando los aurores la visiten para decirle que su hija traficaba con rebeldes, puedo imaginarla dándose cuenta de que lo poco que le quedaba lo perdió, deseará nunca haber conocido a mi padre, que yo nunca hubiera nacido. Todas nuestras últimas discusiones me duelen en los oídos, ¿por qué una persona como Mohini tiene una hija como yo? Desde que anduve mis primeros pasos se sabía que no iba a andar derecho, no iba a terminar en un lugar distinto a este. Escucho cómo se cierra la puerta, cuento tres respiraciones más antes de levantar la vista hacia el hombre gordo y con barba sucia que habló con el mecánico anterior, me sorprendo al ver que mandaron al chico del café. Y lo que es peor, sin café. —¿Disculpa?— lo miro con desconfianza al ver que lleva traje. —Oficina equivocada— hago un movimiento con mi barbilla para indicarle que puede retirarse.
PRIMERA PARTE
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La única llamada que me dejan hacer la desperdicio en una mentira a Riley, diciéndole que no podré ir esta noche porque me ha surgido otra cosa, uso el tono por el cual «otra cosa» se entiende como una única cosa posible, como si estar retenida por los aurores fuera a durar una noche y podré sostener una excusa como esa luego. Llamar a Mohini ni siquiera está en consideración, siento la gota fría del miedo cuando me enfrento a su número y decido cambiarlo por el de mi amigo. Si la llamo será para discutir, como si no tuviera suficientes problemas de por sí, sentada en medio de otros dos mecánicos esperando que aparezca el tercero al que tienen dentro de la sala de interrogatorios desde hace media hora. Nadie habla, también con ellos podría comenzar una nueva discusión si alguno dice palabra y volvemos a esto de echarnos culpas sobre quien abrió la boca para que fueran los aurores quienes llegaran al galpón en el distrito cinco, en vez de Harkness, de quien no se vio ni la sombra.
Escucho el murmullo de mi apellido desde la puerta de la sala por la que cruza el mecánico rubio que esquiva la mirada del resto, un par de aurores se encargan de llevárselo por el pasillo que lo quita de nuestra vista y a todo nos cae la certeza de que esto se acabó, fue un error confiar en Harkness o en cualquiera de los otros traficantes del norte. Si en verdad pudiera hacer una última llamada a quien fuera, la usaría para hablar con Jefferson. La he jodido, bien jodido, quiero irme con él al norte, no importa lo que pueda decir Mohini o si intenta encerrarme en la casa, escapé antes de los intentos de mi madre de que me comportara. Pero él tampoco sabe que contacté con Harkness, no quería que se entrometiera o me aconsejara que me quedara en casa con mi madre. No tiene caso forcejear con los aurores o mostrarles todo mi desprecio haciéndoles difícil que me arrastren dentro de la sala, me dejo caer en la silla con la brusquedad que ellos mismas usan para que me siente y fallo en tratar que uno de ellos trastrabille cuando cruzo mi pierna en su camino de salida.
Estar sola entre cuatro paredes que no dicen nada es peor que estar esperando con los otros mecánicos, me hace más consciente que nunca de que caí en un pozo del infierno. Siento que el aire no llega a mis pulmones, agacho mi cabeza al colocarla entre el hueco de mis brazos extendidos sobre la mesa y miro a mis rodillas al tomar profundas respiraciones que aflojan la presión en mi pecho. Mohini morirá con esto, cuando los aurores la visiten para decirle que su hija traficaba con rebeldes, puedo imaginarla dándose cuenta de que lo poco que le quedaba lo perdió, deseará nunca haber conocido a mi padre, que yo nunca hubiera nacido. Todas nuestras últimas discusiones me duelen en los oídos, ¿por qué una persona como Mohini tiene una hija como yo? Desde que anduve mis primeros pasos se sabía que no iba a andar derecho, no iba a terminar en un lugar distinto a este. Escucho cómo se cierra la puerta, cuento tres respiraciones más antes de levantar la vista hacia el hombre gordo y con barba sucia que habló con el mecánico anterior, me sorprendo al ver que mandaron al chico del café. Y lo que es peor, sin café. —¿Disculpa?— lo miro con desconfianza al ver que lleva traje. —Oficina equivocada— hago un movimiento con mi barbilla para indicarle que puede retirarse.
¿Cómo que esta es su mesa? Maldita Rose, me había dicho que me iba a ubicar cerca del amigo de Jack que estaba bueno y que tenía parla para convencer a cualquiera de que el cielo se pondría rojo si chasqueaba los dedos. No sé en qué mesa lo habrá ubicado y espero que no me haya traicionado mandándolo con la estirada de Cloe, porque sería la segunda traición en un mismo día de quien considero una buena amiga. Habrán cambiado el orden de las mesas a última hora y ¡me tocó con Powell! ¿Cuántas catástrofes faltan para que acabe este día? ¿El huracán llevándose toda la carpa y pastel volando por los aires? —A mi favor diré que…— me acomodo en la silla de modo que puedo verlo de frente al girar mi torso, —que simplemente no me fijo en lo que no me llama la atención—, ni tampoco en lo que no sabía que se encontraba allí, le eché una mirada rápida a la fila de hombres incómodos y no pasó de eso. Yo también me sentí terriblemente incómoda, en especial en el momento en que decían los votos en voz alta, me preguntaba todo el tiempo en qué momento de perturbación, Rose pudo escribir algo como eso. Estaba concentrada en el pensamiento de que ojalá todo terminara pronto, como para mirar alrededor.
—¿Crees que este sea un simulacro del infierno?— respondo con una pregunta igual de dramática a la suya. —Que impotencia, ¿no? Decirles a tus amigos que es la peor idea que pudieron tener, que nadie se casa en estos años, que los anillos se pierden o ¡peor! ¡se te quedan atorados en los dedos y no puede circular la sangre! Que esto es un derroche, que el divorcio les saldrá aún más caro, todo para que hagan oídos sordos…— resoplo. Bajo el pie que tengo sobre la silla para colocarlo bajo la mesa, así puedo girarme como se debe para descargar mi puño contra el hombro de Powell. —¡Eres abogado! ¡¿Por qué no detuviste esto?! ¡Es tu amigo! ¡¿Cómo puedes permitir que haga algo así?!—. ¿De qué sirve tener un amigo abogado si no es para salvarte de estos errores? Yo le ofrecí a Rose que nos fugáramos, si eso no es amistad verdadera, no sé qué puede serlo. No hacía falta que llegara a esto si no estaba segura, todavía nos quedan tantas cosas por hacer y disfrutar… —Del Royal, estábamos en distintas especialidades, pero me había fijado en ella y puede que me haya acercado porque me gustaba. Pero, como puedes ver, nadie tuvo su final feliz en esta historia…— me lamento, al mismo tiempo que me enfado porque tiene la cara de decir que Rose no me ha mencionado nunca. —¿Ah, sí? ¿Tan cercano eres a ella? Porque de haber mencionado a un Powell alguna vez lo recordaría, quizá ni reparó en ti— lo digo por resentimiento.
—Que observador…— me mofo de él por creer que puede saber cómo me siento, que no estoy feliz es algo que podría decirse a cinco distritos de distancia, y a la vez, sentirme así me hace sentir fatal por Rose. Por eso tengo puesto el ridículo vestido de todas las damas de honor, sonreí para las fotografías, huí lo más a prisa que pude para esconderme en esta mesa, a la que viene a irrumpir Powell. Pasando de las razones más egoístas de que no puedo creer que una amiga mía cometa esta locura de casarse, y el chiste de que me siento celosa de Jack, hay otra respuesta que encuentro en todos y cada uno de los detalles de esta ceremonia sobre por qué esto no me gusta. —No, Powell. Hay todo un mundo del lado de las mujeres en el que el color rosa no es el favorito, no todas sueñan con casarse de blanco y le han pensado nombres a sus hijos, ni tampoco están buscando la cara de su marido en cantantes o actores de moda…— lo digo hasta con un dejo de cansancio, —porque frustra que el casamiento esté considerado entre las metas imprescindibles de una mujer, y que entre todos los logros que se puedan conseguir en la vida, te hagan sentir que no casarte implica que fallaste en algo, que tu carácter debe ser el equivocado, tal vez si no fueras ambiciosa, que tu manía de decir cómo se harán las cosas podría hacer que el ego masculino se sienta amenazado. Si tengo más ovarios que pelotas algunos hombres, que se le va a hacer, soy así— sacudo mis hombros y el gesto brusco hace que caiga uno de los tirantes del vestido que debo recoger con mis dedos. —Hay chicas que amamos otras cosas, las deseamos con más intensidad que esto… una ceremonia para otros, flores, vestidos, discursos, buenos deseos, un padre entregando a su hija al novio… entregando, ¿lo escuchas? No somos una maldita cosa que se entrega. No, no caminaría hacia un altar de puras apariencias, camino en otra dirección, siempre lo tuve claro—. Busco entre lo que queda en la mesa algo que pueda desmenuzar con las puntas de mis dedos. —¿Y tú? ¿También eres de los hombres que fingen querer escapar de esto, pero en el fondo quieren llegar a su casa para encontrarse con la esposa que tiene su propio trabajo en orden, la casa en orden, los niños en orden, la comida sobre la mesa y que se aguanta el sexo a luces apagadas una vez por semana? Que para el resto de los días tiene a la secretaria…— hago lo que me parece la descripción realista de las verdaderas fantasías de los hombres, fuera de toda pornografía.
—¿Crees que este sea un simulacro del infierno?— respondo con una pregunta igual de dramática a la suya. —Que impotencia, ¿no? Decirles a tus amigos que es la peor idea que pudieron tener, que nadie se casa en estos años, que los anillos se pierden o ¡peor! ¡se te quedan atorados en los dedos y no puede circular la sangre! Que esto es un derroche, que el divorcio les saldrá aún más caro, todo para que hagan oídos sordos…— resoplo. Bajo el pie que tengo sobre la silla para colocarlo bajo la mesa, así puedo girarme como se debe para descargar mi puño contra el hombro de Powell. —¡Eres abogado! ¡¿Por qué no detuviste esto?! ¡Es tu amigo! ¡¿Cómo puedes permitir que haga algo así?!—. ¿De qué sirve tener un amigo abogado si no es para salvarte de estos errores? Yo le ofrecí a Rose que nos fugáramos, si eso no es amistad verdadera, no sé qué puede serlo. No hacía falta que llegara a esto si no estaba segura, todavía nos quedan tantas cosas por hacer y disfrutar… —Del Royal, estábamos en distintas especialidades, pero me había fijado en ella y puede que me haya acercado porque me gustaba. Pero, como puedes ver, nadie tuvo su final feliz en esta historia…— me lamento, al mismo tiempo que me enfado porque tiene la cara de decir que Rose no me ha mencionado nunca. —¿Ah, sí? ¿Tan cercano eres a ella? Porque de haber mencionado a un Powell alguna vez lo recordaría, quizá ni reparó en ti— lo digo por resentimiento.
—Que observador…— me mofo de él por creer que puede saber cómo me siento, que no estoy feliz es algo que podría decirse a cinco distritos de distancia, y a la vez, sentirme así me hace sentir fatal por Rose. Por eso tengo puesto el ridículo vestido de todas las damas de honor, sonreí para las fotografías, huí lo más a prisa que pude para esconderme en esta mesa, a la que viene a irrumpir Powell. Pasando de las razones más egoístas de que no puedo creer que una amiga mía cometa esta locura de casarse, y el chiste de que me siento celosa de Jack, hay otra respuesta que encuentro en todos y cada uno de los detalles de esta ceremonia sobre por qué esto no me gusta. —No, Powell. Hay todo un mundo del lado de las mujeres en el que el color rosa no es el favorito, no todas sueñan con casarse de blanco y le han pensado nombres a sus hijos, ni tampoco están buscando la cara de su marido en cantantes o actores de moda…— lo digo hasta con un dejo de cansancio, —porque frustra que el casamiento esté considerado entre las metas imprescindibles de una mujer, y que entre todos los logros que se puedan conseguir en la vida, te hagan sentir que no casarte implica que fallaste en algo, que tu carácter debe ser el equivocado, tal vez si no fueras ambiciosa, que tu manía de decir cómo se harán las cosas podría hacer que el ego masculino se sienta amenazado. Si tengo más ovarios que pelotas algunos hombres, que se le va a hacer, soy así— sacudo mis hombros y el gesto brusco hace que caiga uno de los tirantes del vestido que debo recoger con mis dedos. —Hay chicas que amamos otras cosas, las deseamos con más intensidad que esto… una ceremonia para otros, flores, vestidos, discursos, buenos deseos, un padre entregando a su hija al novio… entregando, ¿lo escuchas? No somos una maldita cosa que se entrega. No, no caminaría hacia un altar de puras apariencias, camino en otra dirección, siempre lo tuve claro—. Busco entre lo que queda en la mesa algo que pueda desmenuzar con las puntas de mis dedos. —¿Y tú? ¿También eres de los hombres que fingen querer escapar de esto, pero en el fondo quieren llegar a su casa para encontrarse con la esposa que tiene su propio trabajo en orden, la casa en orden, los niños en orden, la comida sobre la mesa y que se aguanta el sexo a luces apagadas una vez por semana? Que para el resto de los días tiene a la secretaria…— hago lo que me parece la descripción realista de las verdaderas fantasías de los hombres, fuera de toda pornografía.
Ella se preocupa por el dinero, en lo único que puedo pensar ahora mismo es en que tengo que dar gracias a que no se les ocurrió hacer una ceremonia con juramento inquebrantable. Solo reacciono porque tiene el atrevimiento de golpearme el hombro, me sobresalta lo suficiente como para que el desdén se me vea en las facciones y limpio, sin ningún disimulo, la tela que ella se ha atrevido a tocar sin que tengamos la confianza suficiente como para hacerlo — Le hice una larga lista de contras sobre el matrimonio y Jack decidió ignorar cada una de ellas. Parece un adolescente bajo los efectos del amortentia — que haya decidido refutar cada uno de los puntos ya era cosa suya y acabé por darme por vencido, que al fin y al cabo no había mucho más que pudiera hacer. No me sorprende en lo absoluto de dónde se conocen, hasta me atrevo a reír entre dientes — Jamás dije que fuese cercano a ella. Solo hemos compartido cenas y salidas por medio de Jack. Ha tenido varios intentos de querer presentarme amigas, pero ya se me están acabando las excusas para decirle que no… — quizá sólo debería darle una muy mala cita a una y con eso podría calmarse. ¿Quién sabe? Quizá hasta la paso bien.
Mis labios se abren y cierran en más de una ocasión, que no tenía intenciones de escuchar un enorme discurso sobre un tema en el cual jamás discutiría. Solo me espero a que se calle de una buena vez, que por momentos me pregunto si Scott es una de esas personas a la cual le dan cuerda y comienzan a hablar sin poder parar — ¿Fingir? — inquiero — No, Scott, yo no finjo. No me interesa en lo absoluto casarme con alguien, porque sé muy bien que no soy material de esposo. Tengo otras metas, un poco más egoístas. ¿Niños? Olvídalo — hago una mueca y busco en la mesa, la botella de vino blanco está lo suficientemente cerca como para que me llene una copa. No hablo de Audrey, jamás. Jack es de las pocas personas que saben mi gran duda, una que será una incógnita y que, de alguna manera, hasta me prohíbe siquiera pensar en tener hijos. Si fui una mierda para uno, sería una mierda para todos — Para que quede en claro, solo estaba bromeando, Scott. No creo que nadie debería casarse como imposición social acorde a su género, es una idea de la prehistoria. No soy un hombre de familia, así que no planeo condenar a ninguna a tener que tolerarme — o yo a ellos, pero eso ya es otra cosa. Bebo un buen trago, pero a pesar de lo dulzón del vino, se siente hasta ácido. Me recargo en el respaldo y le echo un vistazo a la pista de baile, que si el plato principal no llega pronto, acabaré por terminar ebrio antes del brindis — Prefiero las mujeres que juegan con la ilusión de una buena noche y luego podemos olvidarnos de lo que ha pasado. Si alguna vez me caso, será negocios. Nada dura tanto como para querer poner mi firma en un papel. Pero bien, creo que no son temas que deberían hablarse en bodas — añado con gracia, revoleando un poco los ojos.
Mis labios se abren y cierran en más de una ocasión, que no tenía intenciones de escuchar un enorme discurso sobre un tema en el cual jamás discutiría. Solo me espero a que se calle de una buena vez, que por momentos me pregunto si Scott es una de esas personas a la cual le dan cuerda y comienzan a hablar sin poder parar — ¿Fingir? — inquiero — No, Scott, yo no finjo. No me interesa en lo absoluto casarme con alguien, porque sé muy bien que no soy material de esposo. Tengo otras metas, un poco más egoístas. ¿Niños? Olvídalo — hago una mueca y busco en la mesa, la botella de vino blanco está lo suficientemente cerca como para que me llene una copa. No hablo de Audrey, jamás. Jack es de las pocas personas que saben mi gran duda, una que será una incógnita y que, de alguna manera, hasta me prohíbe siquiera pensar en tener hijos. Si fui una mierda para uno, sería una mierda para todos — Para que quede en claro, solo estaba bromeando, Scott. No creo que nadie debería casarse como imposición social acorde a su género, es una idea de la prehistoria. No soy un hombre de familia, así que no planeo condenar a ninguna a tener que tolerarme — o yo a ellos, pero eso ya es otra cosa. Bebo un buen trago, pero a pesar de lo dulzón del vino, se siente hasta ácido. Me recargo en el respaldo y le echo un vistazo a la pista de baile, que si el plato principal no llega pronto, acabaré por terminar ebrio antes del brindis — Prefiero las mujeres que juegan con la ilusión de una buena noche y luego podemos olvidarnos de lo que ha pasado. Si alguna vez me caso, será negocios. Nada dura tanto como para querer poner mi firma en un papel. Pero bien, creo que no son temas que deberían hablarse en bodas — añado con gracia, revoleando un poco los ojos.
—Y luego los efectos pasan…— murmuro. A la sonrisa que veo en estos momentos en la cara de Rose no quiero ponerle un número de años, pero sé que todo lo que comienza con risas tiende a terminar en llanto, sobre arrepentimientos y todo lo que quedó pendiente, la promesa de lo eterno suele durar muy poco. —Los afectados por amortentia suelen querer que todos se sientan de la misma manera— opino al comentario que hace sobre las intenciones de casamentera de mi amiga, que bien conozco, por haber sido víctima también de sus persuasiones para que acepte alguna de cita de cuatro, a la que me negué con la infalible excusa de estar tapada de trabajo. Porque a la gente le debes poner excusas, tienden a asumir cuando le dices que prefieres estar sola, que alguien te rompió el corazón alguna vez o que es cosa de que tus padres se hayan separado, con más ahínco buscan a alguien con quien te aseguras que “vas a encajar”, otro que tampoco cree en nada así que llegan a nada. No creo que exista eso alguien con quien encajar cuando estás bien y completa por tu propia cuenta. Para más explicaciones, mi monólogo.
—Eso es bueno— apunto, lo bien que me vendría otra copa. —Reconocer que serías pésimo en algo así, aceptarlo y apartarte de eso te salva a ti, a alguien más y al resto de las personas que se verían perjudicadas—. Hijos, esos que también dice no querer, yo ni siquiera los incluyo en un plano de lo improbable, porque es una imagen que no acepta mi mente, el verme a mí siendo quien carga con un embarazo. Todas mis proyecciones a futuro me muestran sola, lo bueno es que habrá personas como Riley en su mismo camino solitario a quien ir a visitar de vez en cuando, haremos de las nuestras hasta la muerte me lleve siendo joven como siempre he sabido que pasará, porque otra cosa que no logro ver es a mí misma envejeciendo. —Está bien ser egoístas, a veces incluso es lo que menos perjudica a otros— porque cada quien va por su lado.
Escucho lo que me dice con mi mirada puesta en él, si callo es porque no entiendo qué de todo es una broma, tomo en serio cuando me dice que no quiere imponer a nadie el pésimo esposo y padre de familia que podría ser, porque yo sí creo que algunas personas vivimos ese sentimiento de manera auténtica. —Por negocios…— ahí si se va a la mierda mi comentario sobre que ser egoístas suele ser algo que no daña a otros, porque los matrimonios por acuerdo, suelen tener hijos por acuerdo y a esos niños tiendo a imaginarlos como si los compraran de jugueterías. Pero, ¿voy a derrochar saliva en criticar algo que la gente de su entorno tiende a hacer con la misma naturalidad que dedica a jugar golf una vez por semana? —¿Por qué no hacerlo? ¿Realmente puedes decir que has ido a una boda si no hay un par, sentados en el fondo, quejándose de todo?— esta vez sí sonrío al soltar una carcajada, con un humor que rebusco por debajo de este vestido incómodo y una plática de escepticismo. —Nada dura— repito en un tono susurrado. En mi trabajo las cosas sí duran, conseguimos que duren, mejor seguir dedicándome a lo que sé que funcionará. —Hay dos males terribles en este mundo. Uno, es no conseguir lo que quieres. El otro, es conseguirlo…— me fijo en la carpa inmensa, todos los adornos y los novios que están viviendo la emoción que han vivido muchos otros novios antes que ellos. —¿Es cierto?— le pregunto. —Fuera de todo lo que tenga que ver con bodas, habías dicho una vez que tienes una escalera de metas por ir superando. ¿Qué se siente cada vez que alcanzas una? ¿Qué viene después? ¿Qué harás cuando alcances la última?— inquiero.
—Eso es bueno— apunto, lo bien que me vendría otra copa. —Reconocer que serías pésimo en algo así, aceptarlo y apartarte de eso te salva a ti, a alguien más y al resto de las personas que se verían perjudicadas—. Hijos, esos que también dice no querer, yo ni siquiera los incluyo en un plano de lo improbable, porque es una imagen que no acepta mi mente, el verme a mí siendo quien carga con un embarazo. Todas mis proyecciones a futuro me muestran sola, lo bueno es que habrá personas como Riley en su mismo camino solitario a quien ir a visitar de vez en cuando, haremos de las nuestras hasta la muerte me lleve siendo joven como siempre he sabido que pasará, porque otra cosa que no logro ver es a mí misma envejeciendo. —Está bien ser egoístas, a veces incluso es lo que menos perjudica a otros— porque cada quien va por su lado.
Escucho lo que me dice con mi mirada puesta en él, si callo es porque no entiendo qué de todo es una broma, tomo en serio cuando me dice que no quiere imponer a nadie el pésimo esposo y padre de familia que podría ser, porque yo sí creo que algunas personas vivimos ese sentimiento de manera auténtica. —Por negocios…— ahí si se va a la mierda mi comentario sobre que ser egoístas suele ser algo que no daña a otros, porque los matrimonios por acuerdo, suelen tener hijos por acuerdo y a esos niños tiendo a imaginarlos como si los compraran de jugueterías. Pero, ¿voy a derrochar saliva en criticar algo que la gente de su entorno tiende a hacer con la misma naturalidad que dedica a jugar golf una vez por semana? —¿Por qué no hacerlo? ¿Realmente puedes decir que has ido a una boda si no hay un par, sentados en el fondo, quejándose de todo?— esta vez sí sonrío al soltar una carcajada, con un humor que rebusco por debajo de este vestido incómodo y una plática de escepticismo. —Nada dura— repito en un tono susurrado. En mi trabajo las cosas sí duran, conseguimos que duren, mejor seguir dedicándome a lo que sé que funcionará. —Hay dos males terribles en este mundo. Uno, es no conseguir lo que quieres. El otro, es conseguirlo…— me fijo en la carpa inmensa, todos los adornos y los novios que están viviendo la emoción que han vivido muchos otros novios antes que ellos. —¿Es cierto?— le pregunto. —Fuera de todo lo que tenga que ver con bodas, habías dicho una vez que tienes una escalera de metas por ir superando. ¿Qué se siente cada vez que alcanzas una? ¿Qué viene después? ¿Qué harás cuando alcances la última?— inquiero.
Le sonrío, no con muchas ganas para ser honesto. Siempre he pensado que Scott tiene demasiado sarcasmo y exceso de filosofía para un cuerpo tan pequeño, a veces ni siquiera sé de dónde saca la confianza para hablar conmigo cuando estoy más que seguro que debo ser la última persona en su lista de favoritos, ni hablemos de esta noche, que lo más probable es que aquí existan amigos y personas un poco más gratas a sus ojos. Me limito a alzar uno de mis hombros y bebo, que no hay ánimos para otra cosa, no cuando la noche recién empieza y ya he encontrado al menos cinco puntos para bajarme una botella de vino entera. Pienso que es momento de callarme y esperar a que venga la comida, cuando su pregunta me deja en mi asiento, que no es la primera vez que la he oído. Muchas veces incluso sale de mí mismo, más de las que me gustaría admitir.
— Me gusta creer que siempre encuentras un nuevo escalón al cual apuntar. No sé cuándo será ese momento en el cual pueda sentirme satisfecho, si es que alguna vez lo hago. Todavía soy joven, así que no pienso demasiado en eso, sino que estoy más ocupado en tratar de alcanzar las metas más cercanas — si llega el día en el cual he tenido suficiente, siempre puedo colgar el traje y la paciencia, pero aún lo veo como una posibilidad demasiado remota. Me llevo la copa a los labios, pero me sorprendo con que ya se encuentra vacía — Con respecto a qué se siente… Por mí, puedo decir que es sumamente satisfactorio. Me gusta lo que he hecho con mi vida, Scott. Para las personas de nuestra edad hubiera sido muy fácil el perderse en la miseria y, no obstante, estoy completo — el cambio de gobierno hizo estragos con muchos, me gusta pensar que yo no hice más que sacarle provecho. Estoy jugando una carrera conmigo mismo, en espera de que podré solucionar todo lo que he visto que no me ha gustado, que me llevará a tener una hermana que he perdido y, tal vez, pueda conseguir algo de paz.
El apretón en mi hombro se lleva mi atención y me giro, encontrándome con los familiares ojos oscuros de la madre de Jack, recientemente nombrada suegra oficial de Rose. Asiento a su murmullo y, para cuando se va, me estiro para volver a llenar mi copa — Para tu desgracia y la mía, me ha tocado preparar un discurso para esta noche. Para cuando los dos estemos ebrios, quizá podamos reírnos de la cantidad de tonterías que he tenido que memorizar sobre una servilleta — me pongo de pie de muy mala gana, aferrándome a la copa como si la vida se me fuera en ello y le echo un vistazo — Espero que disfrutes de estos minutos sin mí. Si quieres mi consejo de abogado… se nota a leguas que tu herida en el pie es fingida — le sonrío a medias, levanto mi bebida en su dirección como si quisiera brindar por ella y me volteo, buscando ir hacia la luz que me permitirá llamar la atención de los presentes. Las bodas no son lo mío y no hubiese creído que tendría que pasar el resto de las horas de ella junto a Lara Scott, pero si sobrevivo a esto, podré decir que he subido otro escalón.
— Me gusta creer que siempre encuentras un nuevo escalón al cual apuntar. No sé cuándo será ese momento en el cual pueda sentirme satisfecho, si es que alguna vez lo hago. Todavía soy joven, así que no pienso demasiado en eso, sino que estoy más ocupado en tratar de alcanzar las metas más cercanas — si llega el día en el cual he tenido suficiente, siempre puedo colgar el traje y la paciencia, pero aún lo veo como una posibilidad demasiado remota. Me llevo la copa a los labios, pero me sorprendo con que ya se encuentra vacía — Con respecto a qué se siente… Por mí, puedo decir que es sumamente satisfactorio. Me gusta lo que he hecho con mi vida, Scott. Para las personas de nuestra edad hubiera sido muy fácil el perderse en la miseria y, no obstante, estoy completo — el cambio de gobierno hizo estragos con muchos, me gusta pensar que yo no hice más que sacarle provecho. Estoy jugando una carrera conmigo mismo, en espera de que podré solucionar todo lo que he visto que no me ha gustado, que me llevará a tener una hermana que he perdido y, tal vez, pueda conseguir algo de paz.
El apretón en mi hombro se lleva mi atención y me giro, encontrándome con los familiares ojos oscuros de la madre de Jack, recientemente nombrada suegra oficial de Rose. Asiento a su murmullo y, para cuando se va, me estiro para volver a llenar mi copa — Para tu desgracia y la mía, me ha tocado preparar un discurso para esta noche. Para cuando los dos estemos ebrios, quizá podamos reírnos de la cantidad de tonterías que he tenido que memorizar sobre una servilleta — me pongo de pie de muy mala gana, aferrándome a la copa como si la vida se me fuera en ello y le echo un vistazo — Espero que disfrutes de estos minutos sin mí. Si quieres mi consejo de abogado… se nota a leguas que tu herida en el pie es fingida — le sonrío a medias, levanto mi bebida en su dirección como si quisiera brindar por ella y me volteo, buscando ir hacia la luz que me permitirá llamar la atención de los presentes. Las bodas no son lo mío y no hubiese creído que tendría que pasar el resto de las horas de ella junto a Lara Scott, pero si sobrevivo a esto, podré decir que he subido otro escalón.
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