The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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PRIMERA PARTE
2460

La única llamada que me dejan hacer la desperdicio en una mentira a Riley, diciéndole que no podré ir esta noche porque me ha surgido otra cosa, uso el tono por el cual «otra cosa» se entiende como una única cosa posible, como si estar retenida por los aurores fuera a durar una noche y podré sostener una excusa como esa luego. Llamar a Mohini ni siquiera está en consideración, siento la gota fría del miedo cuando me enfrento a su número y decido cambiarlo por el de mi amigo. Si la llamo será para discutir, como si no tuviera suficientes problemas de por sí, sentada en medio de otros dos mecánicos esperando que aparezca el tercero al que tienen dentro de la sala de interrogatorios desde hace media hora. Nadie habla, también con ellos podría comenzar una nueva discusión si alguno dice palabra y volvemos a esto de echarnos culpas sobre quien abrió la boca para que fueran los aurores quienes llegaran al galpón en el distrito cinco, en vez de Harkness, de quien no se vio ni la sombra.  

Escucho el murmullo de mi apellido desde la puerta de la sala por la que cruza el mecánico rubio que esquiva la mirada del resto, un par de aurores se encargan de llevárselo por el pasillo que lo quita de nuestra vista y a todo nos cae la certeza de que esto se acabó, fue un error confiar en Harkness o en cualquiera de los otros traficantes del norte. Si en verdad pudiera hacer una última llamada a quien fuera, la usaría para hablar con Jefferson. La he jodido, bien jodido, quiero irme con él al norte, no importa lo que pueda decir Mohini o si intenta encerrarme en la casa, escapé antes de los intentos de mi madre de que me comportara. Pero él tampoco sabe que contacté con Harkness, no quería que se entrometiera o me aconsejara que me quedara en casa con mi madre. No tiene caso forcejear con los aurores o mostrarles todo mi desprecio haciéndoles difícil que me arrastren dentro de la sala, me dejo caer en la silla con la brusquedad que ellos mismas usan para que me siente y fallo en tratar que uno de ellos trastrabille cuando cruzo mi pierna en su camino de salida.

Estar sola entre cuatro paredes que no dicen nada es peor que estar esperando con los otros mecánicos, me hace más consciente que nunca de que caí en un pozo del infierno. Siento que el aire no llega a mis pulmones, agacho mi cabeza al colocarla entre el hueco de mis brazos extendidos sobre la mesa y miro a mis rodillas al tomar profundas respiraciones que aflojan la presión en mi pecho. Mohini morirá con esto, cuando los aurores la visiten para decirle que su hija traficaba con rebeldes, puedo imaginarla dándose cuenta de que lo poco que le quedaba lo perdió, deseará nunca haber conocido a mi padre, que yo nunca hubiera nacido. Todas nuestras últimas discusiones me duelen en los oídos, ¿por qué una persona como Mohini tiene una hija como yo? Desde que anduve mis primeros pasos se sabía que no iba a andar derecho, no iba a terminar en un lugar distinto a este. Escucho cómo se cierra la puerta, cuento tres respiraciones más antes de levantar la vista hacia el hombre gordo y con barba sucia que habló con el mecánico anterior, me sorprendo al ver que mandaron al chico del café. Y lo que es peor, sin café. —¿Disculpa?— lo miro con desconfianza al ver que lleva traje. —Oficina equivocada— hago un movimiento con mi barbilla para indicarle que puede retirarse.
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Me acomodo el saco del traje con sumo cuidado, que es nuevo y no quiero arruinarlo demasiado pronto. Puedo sentir la ansiedad recorrerme las extremidades del cuerpo y, aunque estoy seguro de que algún día va a desaparecer, no puedo evitar preguntarme si los demás ojos la notan como yo lo hago; lo dudo mucho, siempre me han hablado de la seguridad que destilo, de la clase de persona con zancadas seguras que he sabido ser hace tanto tiempo. Hay varios detalles que me mantienen con el cerebro despierto en esta tarde, podemos ir desde los permisos que he conseguido por parte de los Niniadis hasta el pequeño pero no por eso menos importante punto en el cual tengo que saber dónde pisar, porque mi nuevo trabajo aún me mantiene con ojos en la nuca, aguardando un desliz. No soy idiota, sé muy bien que no todo el mundo está contento con que alguien de mi edad pase a ser parte del Wizengamot y con honores, así que mientras me toque pagar el derecho de piso, deberé ser impecable.

Tengo la carpeta con los archivos impresos sobre Lara Scott bien pegada al pecho cuando el ascensor se abre. No es un caso demasiado complicado, todas las pruebas que se han recolectado apuntan como una flecha brillante en una única dirección. No me importan los otros sujetos, la verdad; hay poco que se pueda hacer con respecto a aquellos que ya la han cagado y tienen años de sus vidas acarreados a esas ideas. ¿Pero por qué tirar por la borda una vida joven, cuando se le puede dar otra clase de uso? He hablado con Sean Niniadis sobre estas cosas, sospecho que ha arrugado la nariz porque su mujer es un poco más estricta y cree que mis ideas son algo preocupantes, pero al fin y al cabo, confían en mí. Solo voy a testear el campo, no es difícil el salir por la puerta y aceptar ser parte de la votación que condenará a todos a muerte. A veces, los caminos están tan limpios que me dan hasta ganas de reírme de ellos.

Para cuando abro la puerta, una voz me recibe con una prepotencia que me hace detenerme en seco, hasta giro la cabeza para chequear que no ha entrado nadie más conmigo. No, no lo han hecho — No, en lo absoluto. Esta es la puerta indicada — aseguro, saco la varita de mi bolsillo para sacudirla en dirección a la puerta, cuyo chasquido deja en evidencia que nadie podrá molestarnos. Solo por si las dudas, abro el archivo para echarle un vistazo, asegurándome que el rostro moreno que tengo delante es el de la mujer que vengo a ver. Sin darle más vueltas al asunto, lanzo la carpeta sobre la mesa así tengo la libertad de acomodarme las solapas del traje mientras me siento frente a ella — Hans Powell — me presento, tendiéndole rápidamente una mano — Si enciende la televisión cada tanto, señorita Scott, debe haber oído hablar de mí. Recientemente me han nombrado juez del Wizengamot — ponerme a hablar de ese logro a esta edad y de la cantidad de casos que he resuelto me parece alardear sin razones, de todos modos no estoy aquí para eso. Acomodo el flequillo con un movimiento vago de mi cabeza y apoyo los codos sobre la mesa — Tómelo como que estoy aquí para ser su abogado, así que en primera instancia, le voy a pedir que sea completamente honesta conmigo. ¿O va a empezar a decir que es inocente y toda una sarta de sandeces que ninguno de los dos se cree? — arqueo las cejas, que estoy más que seguro que esta mujer no es una idiota, al menos no en cuestiones de lógica. Ahora, si hablamos de moral, ya es otra cosa.
Hans M. Powell
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Invitado
Invitado
Echo mi espalda hacia atrás hasta que golpea con el respaldo de la silla y cruzo los brazos por delante de mi pecho en una clara postura a la defensiva a lo que me espera en este interrogatorio con quien se ve como un secretario más, si es que los secretarios aparecen en las noticias de la televisión. Muevo mi cabeza para que los mechones de mi cabello se acomoden detrás de mis hombros, así tengo limpio el rostro cuando saco mi barbilla para escuchar lo que tenga que decirme y que hizo necesario que cierre la puerta, supongo que con las chicas usan una táctica distinta para hacerlas hablar. ¿Esto va en serio? ¿Eligieron a uno de sus chicos de catálogo para que tenga «la charla» conmigo? ¡Ok! No puedo tomarme en serio esto. —No, no escuché nada— contesto, meneo la cabeza y tuerzo la boca con un gesto de que espero que me disculpe el que no sea lo suficientemente famoso como cree para conocerlo, lo que está claro que lo hago para molestar. Si miro noticias lo hago cuando estoy cenando con Mohini y mis comentarios son para burlarme, todo me parecía gracioso en ese entonces, ahora me tomo unos momentos para considerar que tan buena idea es hacer chistes sobre el Wizengamot cuando viene su esbirro más joven viene con supuestas buenas intenciones.

No lo sé, Rick. Parece falso…— murmuro. Mis manos sobre la mesa se entrelazan al impulsarme hacia adelante para asumir mi postura de negocios en la que los hombros se cuadran y mis ojos no rehúyen a los suyos. Tomo un mechón oscuro que cae sobre mi pecho para lanzarlo hacia atrás y con ese movimiento de la mano limpio en el aire cualquier indicio que le haya dado, equivocadamente, de que puede venir a tratarme como una ingenua. Puedo estar asustada al punto de que me duele el estómago y esto solo ayuda que ignore el miedo que tengo asentado ahí mismo, pero eso no me hace una imbécil que crea en las buenas intenciones de nadie. —¿Por qué el Wizengamot mandaría a uno de sus jueces si no hay lugar a dudas de que soy culpable?— inquiero, interrogándole yo a él para que los términos sean fijados desde un principio. —Tengo dos hijos, Powell. John ni siquiera ha dicho su primera palabra, estamos llenos de deudas, hice esto porque no me quedó otra alternativa. Su padre nos abandonó hace unos meses— digo en un falso y exagerado tono lastimero, —dijo que iría a comprar cigarrillos y nunca volvió… por cierto, ¿tiene un cigarrillo? Dudo que en el traje guarde una petaca de whisky, pero si lo tiene aceptaría un trago, ¿sabe lo que es pasar horas esperando que te digan que ya autorizaron tu sentencia de muerte? ¿Las sandeces que no quiere escuchar son esas?

Trueno mis dedos para demostrar que esto me lo tomo en serio, ¿quiere que hablemos claro? —Hice lo que hice porque lo que haga corre por mi cuenta, no hay nadie que dependa de mí. Y mi suerte no le importa a nadie tampoco, no tengo un apellido que vaya a salir en primera plana mañana. ¿Por qué un abogado me ofrecería su trabajo si ya tengo una sentencia así?— no agarro un paquete sin mirarlo por todos lados, en especial si la suerte ya está echada y con un final fijo. No tengo nada más que perder, tampoco voy a colaborar para que comprueben que más pueden sacar de mí antes de descartarme como la vida prescindible que soy para todos ellos. —O esto es una muy rara manera que tiene nuestro sistema de justicia de tratar a sus condenados a muerte mandando a un… ¿se les sigue diciéndole gigolós en esta época? ¿O esta es la falsa promesa de ayuda para que empiece a dar nombres y declaraciones? Voy a ser directa, Powell… si me convence de que puede conseguir que no me maten mañana, diré que Sean Niniadis o el político que usted quiera tiene una fábrica en el norte donde fabrican armas, peluches con explosivos, borda, canta y abre la puerta para ir a jugar… si quiere me pongo creativa también con qué tipo de juegos. ¿A quién busca que incrimine?—. No, no tiene caso fingir heroísmo cuando te matarán en unas pocas horas por un intento patético de cambiar todo esto, no pierdo nada en negociar esas horas para que se conviertan en un poco más de tiempo, porque parto de ya no tener nada. Si a él le gusta salir en la televisión, bien por él. Yo no quiero ser una cara en las noticias que mi madre verá a la noche. Y si está decidido que voy a morir, a las horas que llevo esperando, no quiero sumar otras en las que me traten de idiota.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Todo lo que sale de su boca hace que mis cejas se vayan arqueando, poco a poco, hasta que estoy seguro de que mi frente está completamente lisa y tengo que retener el impulso de no mirar hacia una de las cámaras de seguridad para demostrar mi indignación. De entre todas las personas que podía encontrarme el día de hoy, tenía que ser alguien con lengua venenosa cuando debería saber que no tiene derecho a mostrarse prepotente, aunque tampoco me sorprende del todo. He aprendido que el miedo se delata de diferentes maneras, decir estupideces es una de ellas, fingir despreocupación es otra — No, no lo sé, señorita Scott. Porque a diferencia de usted, algunas personas tenemos la decencia de saber lo que es bueno para nuestra gente y nos mantenemos dentro de los parámetros aceptados de la ley — un montón de magos no dieron su vida y su integridad para que gente como ella venga a pisotear todo lo que conseguimos tras siglos de muertes y represión. Jamás entenderé a los rebeldes, en especial si ellos mismos tienen sangre mágica y deciden darle la espalda, a pesar de que la historia siempre nos ha demostrado lo que eso significa — En cuanto a las sandeces… Somos personas adultas, estaría bien que actúe como tal — que no tengo tiempo para sus obras de teatro.

Al menos, consigo sus razones, esas que me hacen pasear mis ojos por lo que tengo a la vista de su cuerpo. Hay algo en su postura que me hace pensar en un animal nervioso, de esos que intentan mostrarse más amenazantes de lo que en realidad son frente a un depredador más grande. Algo en la pila de sus palabras hace que curve mis labios hacia un lado, reprimiendo una risa despectiva — ¿Tengo esas pintas? — pregunto como quien no quiere la cosa, recargo mi espalda contra mi asiento y acomodo la postura de mis piernas, separando las rodillas — No busco que incrimine a nadie, señorita Scott. Toda la información que pudiera conseguir de este grupo patético que tiene consigo nos lo ha dado el veritaserum. Sus compañeros no son muy brillantes, ¿no es así? — mi mirada es mucho más clara que la suya, más pequeña y fría. Se entorna al buscar sus ojos, tratando de medir cuánto es capaz de mantenerse frente a mí sin desviar la vista — Pero algo me dice que usted no. Que hay algo más dentro de esa cabeza y que sería una lástima el desperdiciarlo, a tan corta edad…

Mi seriedad es la que me evita el rodar los ojos — Como sea, si le interesa, ya he conseguido el permiso — me basta con estirarme para rebuscar dentro de la carpeta de su archivo para sacar el papel, el cual lanzo con cuidado delante de ella para que sea capaz de tomarlo y verlo por su cuenta — Sean Niniadis me ha dado la autorización en nombre de su familia de limpiar su nombre. Podremos eliminarla de este desafortunado evento, como si nunca hubiera estado ahí, al menos para el resto de los mortales. Puede volver a hacer su vida, a tener su taller, a beber cerveza o lo que sea que usted disfrute, siempre y cuando acepte cumplir ciertas pautas — se siente como negociar con el vendedor de esclavos, pero a un nivel un poco más personal. Mis dedos golpetean rítmicamente el borde de la mesa — Lo único que cambiará es que tendrá a alguien que podrá pedirle sus servicios y favores, sin resoplar ni chistar, a partir de ahora hasta que deje de respirar — con una floritura de la mano, me señalo a mí mismo — Usted decide, señorita Scott. Puede regresar a su casa o puedo enviarla directamente a cumplir la sentencia que en verdad se merece. Yo que usted, no me lo pienso demasiado.
Hans M. Powell
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Invitado
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Pongo los ojos en blanco cuando hace de esto una cuestión de decencia, en la cual nunca he pensado cuando decido hacer una cosa u otra, no me acomodo entre los que agachan la cabeza y tratan de mantener sus trajes tan impolutos como lo tiene Powell. La sospecha hace que entrecierre mis ojos, juzgando hasta el último hilo gris de su saco, y lo que digo a continuación lo hago con una lenta modulación que disfruto: —Toda persona que dice ese discurso tiene un cadáver en el armario con el que se revuelca—. No creo en los moralistas, no creo en que los hombres de zapatos caros nunca se los hayan ensuciado de polvo, todos –tal vez con excepción de mi madre– se han corrido de los límites de lo permitido o lo correcto alguna vez. Oh, no, sus mejillas rosadas no van convencerme de lo contrario, lo único que consiguen es que me cueste entender cómo alguien llega a juez cuando tiene cara de haber dejado hace poco el Royal. —¿Tienes siquiera la edad legal para decir esa frase? ¿«Somos personas adultas»? Supongo que eso es lo que hacen en el Wizengamot, reclutan chicos de la escuela y le drenan su sangre joven para meter dentro del traje un alma de ochenta años. No puede decir que me sorprenda, todos tienen caras de pervertidos…— comento como al pasar, en honor a las sandeces que quiere que deje a un lado.

Prescindiré de las sandeces si me daba buenos motivos para que tome con seriedad lo que está siendo el momento más de mierda de mi vida, agradecería poder seguir recurriendo a mi humor que me ha servido de coraza antes para no largarme a llorar, reconociéndome como la idiota que puedo ser, o lo que me sería mucho más agradable, comenzar a rogarle a alguien pisando todo mi orgullo, que lamentablemente es mucho. —Sí, de hecho la tiene, unas pintas muy caras— bromeo con sequedad, y rodar los ojos ayuda a que no se vea la frustración que siento por lo que fue la mayor estupidez en la que pude haberme involucrado, que no han sido pocas. Me pondría a gritar y a golpear paredes si estuviera a solas por estar atrapada en lo que siempre fue una posibilidad, para descargar esa rabia de otra manera recurro a pasar mis dedos desde mi frente, recogiendo algunos mechones para echarlos hacia atrás. —He escuchado esa frase antes— digo con un chasqueo desdeñoso de mi lengua. —Una chica con su inteligencia, pero con un carácter así, un auténtico desperdicio— remedo lo mejor que puedo a mis profesores del Royal cuando veían mis exámenes en blanco y luego hacía cosas como presentarme a las competencias de matemática. —Me han marcado el camino— sonrío, hago mofa de esos comentarios que no dejé que hicieran mella en este carácter maldito, por acertados que fueran. Y no es que quiera traer mis recuerdos de estudiante a colación, es él quien está actuando como un profesor consejero que ¿me mandará a casa con una palmadita en la cabeza?

No, un momento, ¿qué? ¿A qué viene todo esto? —No, aguarda… ¿qué demonios…?— balbuceo, lanzándome hacia adelante con todo mi cuerpo recargado en la mesa y mis manos en el aire para acompañar a mi estupor, ¿qué mierda es esto del permiso? ¿A quién carajos salvé en otra vida para que venga un chico rubio de mejillas redondas a colocar este papel sobre la mesa y dice ser juez de no sé qué? Esto debe ser cosa de mi madre que anda bien con los dioses de todas las religiones, me han mandado a un embajador. No lo merezco, está claro que no lo merezco, pero me aviento sobre el papel para comprobar que sea real y que todas las palabras están bien puestas en su sitio. —Estoy drogada— murmuro, —me han drogado, estoy inconsciente, estoy alucinando a punto de morir, esto no puede estar pasando en serio…— pero la textura del papel se siente real. —Oh, por todos los demonios…— mi exclamación de repentina fe se interrumpe al escuchar lo que sigue, porque esto se pone cada vez mejor. —¿Este permiso lo concedió Sean Niniadis?— pregunto, eso da lugar a que piense una única cosa, así que clavo mi codo con confianza sobre la mesa y una sonrisa curva mi boca hacia un lado, no logro ni es mi intención disimular el sesgo pícaro en ese gesto. —Y a cambio Sean Niniadis quiere pedirme servicios y favores. Suena como un trato bastante turbio, pero seguiré su consejo de que es eso o la muerte, así que…— queda claro que estoy fingiendo cuando lo hago ver como un trato que me exige sacrificios. —Voy a ponerme seria de una vez— digo, mi mano golpea sobre el papel. —En serio, ¿ese es el trato? ¿Me perdonan la vida y a cambio tengo que ir cada vez que chasquean los dedos por el resto de mi vida?— lo interrogo, ¿en serio este es uno de esos episodios trillados en que viene el abogado a hacer los negocios sucios de un tipo poderoso? —Tiene a su favor que, en estos momentos, estoy valorando mi vida como si efectivamente fuera a perderla, pero me pone en un dilema que esto parezca tener que elegir entre la esclavitud y la muerte— ironías si las hay, todo esto comenzó por la maldita esclavitud. —Nadie sabe que estoy metida en esto, ni mi madre. No quiero que nadie lo sepa, ni tampoco que sepan cómo salí de esto. Nunca. No quiero morir, Powell, quiero volver a casa. Haré lo que me pidan, las veces que me pidan, si me dejan conservar mi vida, toda mi vida— sé que no estoy en condiciones de negociar, pero cuando se trata de vivir o morir, es válido querer poner algunos términos.
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Hans M. Powell
Ministro de Justicia
No me voy a molestar por todo lo que sale de su boca, no cuando tengo bien en claro que estoy unos cuantos peldaños más arriba que ella en esta escalera de valores. Solamente puedo mirarla allí, reaccionando como un niño asombrado a la mañana de Navidad. Hay cierto deleite en observar a estas personas, el ver cómo la oportunidad se le mete entre los dedos y se aferran a ella, perdiendo la poca dignidad que les queda por conservar. No es que la esté juzgando, para nada, estoy seguro de que yo también haría lo mismo de estar en su posición. Es solo un poco incómodo verlo desde mi vereda, no sé si me entienden — Lo concedió, sí, gracias a que yo se lo pedí. Así que… De nada — no todos los días tienes la oportunidad de echarle en cara a alguien que acabas de salvarle el culo, así que espero poder repetirlo un par de veces en los próximos años.

Me encojo de hombros, paseando la mirada por la habitación como no estuviera en verdad interesado en nuestra conversación, cuando sé muy bien que no estamos debatiendo la compra del supermercado. En vista de que no toma mi mano, hago tronar mis dedos — Tengo que recordarle, señorita Scott, que usted no está en posición de negociar absolutamente nada — le aclaro. Mejor dejar algunos tantos en limpio antes de continuar con esto — Si hay una razón por la cual le estoy ofreciendo esta salida, es porque yo mismo encuentro un beneficio. Verá, hay ciertos acuerdos dentro del gobierno, movimientos que los civiles promedio no conocen y que nos ayudan a mantener al sistema estable. Necesitamos de personas como usted, pero no todo el mundo está dispuesto a hacerlo y tienden a querer cobrar sumas exorbitantes de dinero.  Hay misiones… Trabajos sucios que no puedo hacer solo y necesito del talento de una mecánica joven que no pueda decir jamás que no a mis peticiones — con una rápida mirada que barre su rostro, creo que digo absolutamente todo — Su madre no necesita saberlo, ni absolutamente nadie y en eso estamos de acuerdo.

Sin darle más vueltas, agarro el archivo y lo meto en el amplio bolsillo que se encuentra en el interior de mi saco — Si acepta mi oferta, limpiaré su nombre, no habrá registros dentro del ministro o de la base de seguridad que la inculpen de ningún acto de rebeldía o terrorismo. Diremos que fue un malentendido, que Lara Scott no sabía absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo y que solamente se encontraba en el lugar y el momento equivocado. Y eso es todo. Veo que está bastante emocionada con esto de empezar a trabajar para mí — le sonrío de lado, uniendo mis manos sobre la mesa y jugueteo con mis pulgares — Con los tantos aclarados, solamente me queda una cosa por decir: espero que, a partir de ahora, camine en línea recta. Si dibuja fuera de la línea… Pues el trato se evapora y usted es directamente condenada por sus crímenes bajo la pena de muerte. ¿Fui claro, señorita Scott?
Hans M. Powell
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Invitado
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Tardo en caer en ese cambio de titularidad del favor que me está salvando el cuello el día de hoy, en esa primera aclaración que hace sobre que el favor me fue concedido gracias a que él lo pidió, queda más claro cuando continua y mis supuestos servicios a prestar quedan a su nombre, saliendo del lugar de intermedio con un tercer hombre ausente, para que sea un trato exclusivo de dos personas. Me lamentaré algún día de lo exagerada que pudo llegar a ser mi arrogancia por creer que, aunque mis posibilidades de negociar fueran nulas, estábamos colocados a una altura similar en la que podría sostenerle la mirada sin pestañear y que en lo que viniera a pasar luego de este encuentro, sabría cómo lidiar con alguien que no me llevaba más que unos pocos años. Mis labios se van torciendo en una forzada sonrisa de conformidad. —Todo sea por mantener al sistema estable— digo lentamente en una mofa con un tono moderado, no quiero caer en mi grosería cuando ha quedado claro que esto se trata de decir que sí o dar el paso que resta para caer al vacío por mi propia cuenta. —Está bien— acepto sin más, golpeo la mesa al apoyar mis palmas. —Si es mi trabajo lo que necesita, no es nada que no me hayan pedido ellos y si fue lo que me colocó aquí, que sea también lo que me saque— lo monótono de mi voz contradice al alivio que comienzo a sentir en mi estómago al irse deshaciendo todas las tensiones de las últimas horas y si se cumple el poder poner un pie fuera de este maldito edificio, lloraré en la acera.

Pone a prueba mis nervios escuchar cómo será el procedimiento de limpiar mi nombre, me niego a llorar delante de un muchacho que se ve que tiene facilidad para sonreír con suficiencia a otros, que no espere que me arrastre dándole las gracias, que él también saca su beneficio de esto así que estamos más o menos en igualdad de condiciones. Sé que no es así, que todo se tratará de que tan útil puedo ser y que responda cada vez que escuche un «señorita Scott», mi sonrisa se ensancha en una mueca cuando alude a mi supuesta emoción por trabajar a sus órdenes. —Iré a beber para celebrar apenas salga de aquí, no sabe lo emocionada que estoy— musito. Si puedo olvidar todo lo que ha pasado hoy y evadir la que será mi vida en los años que se vienen, me daré por satisfecha. Difícilmente camine en línea recta luego de que eso ocurra, pero me guardo el chiste para otra ocasión. —He aprendido la lección— digo, mis manos en alto. —Lo juro, no lo volveré a hacer. Nunca. Ya me quedó claro que les pasa a los que infringen la ley, si quiero seguir teniendo mi cabeza sobre mi cuello, debo ir por lo legal. Prometo vivir el resto de mis días con decencia y sirviendo al país— esto lo he hecho antes, cada vez que terminaba la charla con un consejero de la escuela luego de una detención, prometía concentrarme en mis calificaciones y dejar los problemas, lo hice tantas veces que conozco el discurso que quieren escuchar.

Bajo mis manos para cruzarme de brazos sobre la mesa. —Gracias— escupo la palabra lo más rápido que se puede. —Le diría que acaba de ganarse el cielo al salvar un alma descarriada, pero no lo creo posible— sus intenciones no van a poder burlar las condiciones de auténtico altruismo que se espera para alcanzar tal mérito. —Me encargaré de que su parcela en el infierno tenga un sillón cómodo cuando nos encontremos ahí como muestra de mi agradecimiento— le ofrezco a cambio. Y ya que estamos hablando de enfrentar lo que nos espera, cruzo mi brazo sobre la mesa con mi palma abierta hacia arriba. —¿Me va a dar su tarjeta para agendar su número o prefiere el estilo psicópata de llamarme a las tres de la madruga y decirme «Soy yo»?— consulto, por las dudas, quiero saber si todo esto de pedirme trabajos sucios se hará dentro del margen de lo decente o si vamos a seguir por el lado de los modos turbios.
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Hans M. Powell
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SEGUNDA PARTE
2462



He llegado a ciertos puntos lamentables en mi vida. Observar a un montón de compañeros del ministerio en completa ebriedad parece ser uno de ellos. Las luces de fiesta y el calor producido por un montón de personas que beben, ríen, se abrazan y besan hacen que sea muy sencillo olvidarse que afuera hay nieve, acompañada por una ventisca que nos recuerda la fecha en la cual nos encontramos. Me mantengo apoyado a una columna en la cual se lucen guirnaldas, bebiendo de mi copa con suma calma mientras trato de no reírme de Kirke, que está tratando de robarle un beso a una de las nuevas abogadas con la excusa de que es año nuevo. El pobre se ha perdido la parte de que la cuenta regresiva fue hace ya casi unos quince minutos y esa excusa le quedó vieja.

Para aclarar, no me deprime en lo absoluto pasar las fiestas en un bar, para nada. Sé que no tengo nada mejor que hacer y que no hay nadie allá afuera esperando por mí, así que brindar con unos cuantos colegas y ver qué tienen para festejar es mejor que quedarse mirando a la nada e irse a dormir. Quizá debería hablarle a alguien para no irme a la cama en soledad, para variar. Mi saco vibra y chequeo como los mensajes de feliz año me distraen por un momento de mi cometido. No hay muchas personas. Reynald, Jack, Annie. Eso es todo. Sí que la he hecho bien en la vida, eh. Vuelvo a guardar el teléfono y vacío mi copa de un saque, mantengo el líquido entre mis mejillas un momento y luego, trago de manera escandalosa. Hago una mueca y avanzo entre los borrachos, esquivo un beso de Kirke y me apoyo contra la barra, estirando el cuello al dejar la copa sobre la misma y buscando a alguien para que me atienda. Estoy por llamar a la bartender, cuando me percato de la persona que tengo al lado.

Sí, ese día en el cual le salvé la vida le di mi número de teléfono, pero nuestras conversaciones casi siempre empiezan por mi culpa. No, casi no, siempre. La imagen que tengo de Lara Scott no tiene nada que ver con bares y fiestas y, aún así, me es sencillo el reconocerla en un ambiente en el cual me parece simplemente una caricatura, posiblemente de una de las historietas que leía cuando era niño. No parece estar acompañada, un simple vistazo me lo deja en claro y, tal vez, está en la misma que yo o su compañía se marchó al baño, vaya a saber. Solo pido un martini seco y golpeteo la barra con mis nudillos — Feliz año nuevo, Scott — digo simplemente. Tiene quinientos veinticinco mil seiscientos minutos más para seguir respirando y no cagarla en el proceso.
Hans M. Powell
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La ruleta gira y esta noche todos tenemos nuestro shot de suerte, vuelco el mío en mi garganta sin pensarlo demasiado. He dejado de pensar hace como una hora cuando crucé la puerta del bar, luego de unos primeros tragos que le fueron dando el tono a esta noche vieja. Dentro el ambiente festivo hace imposible reconocer caras, de pronto todos son amigos cuando dan las doce y si los saludos efusivos con lengua auguran un buen año, creo que más de uno sacará la lotería para comprarse una mansión… o gastarlo aquí. El calor de los cuerpos permite que olvide el frío helado que sentía en las piernas hace un rato cuando esperaba en la acera, por culpa del vestido corto que se ganó un arqueo de ceja por parte de Mohini cuando le dije que salía y a su consejo de que me llevara un abrigo para no sufrir de hipotermia, obedecí llevándome una chaqueta ligera con la que tengo que disimular que no me da escalofríos y pierdo al colgarla en el respaldo de alguna de las banquetas que abandoné hace unos minutos para participar de la ruleta en un extremo de la barra.

Una corneta suena contra mi oído y alguien vuelve a desear un feliz año nuevo para todos, no es una buena idea ponerme a saltar con los demás porque el alcohol está pesándome en la cabeza. Trato de sujetar con mis dedos la vincha de luces con los números 2, 4, 6 y 2 para que no se me caiga y la siento resbalar al suelo, mis movimientos son demasiado lentos para detener la caída. Tengo que doblar las rodillas para agacharme y recuperarla entre los muchos zapatos que están pisando colillas tiradas. Presiono la palma de mi mano con fuerza contra mis sienes para no ser yo quien tenga problemas con la gravedad cuando me incorporo rápidamente y estoy tratando de estabilizarme cuando entre las caras amigas y desconocidas, aparece la que debe ser la pesadilla de principios de enero. —Oh, jod…— mascullo. Recuerdo haber tenido un dilema el año anterior de si correspondía o no mandarle un mensaje de saludo, lo escribí y lo borre muchas veces a eso de las cuatro de las mañanas y volví a intentarlo a eso de las siete cuando despuntaba el día. Esta vez puedo clavar mi codo en la barra y apoyarme contra el borde de la barra, así controlo mi inestabilidad al quitarme los mechones de la cara echando todo mi cabello hacia atrás, para poder hablarle con la sonrisa de satisfacción que siento al darle mi saludo un año más tarde. —¡FELIZ JODIDO AÑO NUEVO!— grito por encima de las voces que tenemos cerca y para enfatizar levanto en alto el shot de tequila que está al alcance. —¿Ahora toca besarnos o algo así?— pregunto antes de acercar el tequila a mis labios, cierro los ojos por un momento al tragar. —Pensé que los ricos pasaban año nuevo en sus yates o en el club de golf, ¿se les metió alguna rata?— ah, no, que conmigo ni intente el cuento de ser un tipo que creció desde abajo, el perfume a niño criado en el Capitolio o uno de los distritos principales se le siente desde aquí.
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Hans M. Powell
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No sé cómo consigo escuchar la voz de Scott por encima de la corneta que alguien me sopla prácticamente en el oído, lo que hace que le lance una mirada venenosa al sujeto que reconozco como Tyler Poe, cuya expresión denota que acaba de darse cuenta de lo que ha hecho. En cuanto se gira, me froto el costado de la oreja, meneando la cabeza ante las palabras de la morena — No estás en mis opciones como mi primer beso del año, lamento decepcionarte — me permito mofarme sin prestarle mucha atención, que estoy más entretenido en chequear cómo se prepara mi trago. Si hay algo que huele a alcohol en este lugar, es Scott, aunque tampoco puedo reprochárselo porque creo que, por regla general, todos están pasados de copas y debo ser uno de los pocos que sigue sobrio, lo cual es un completo milagro. Si hay algo que he descubierto es que, con el correr de los años adultos, mi aguante con las bebidas ha ido disminuyendo de manera considerable.

No me ofende su comentario, sí me hace sonreír con gracia — No, la fumigación mensual fue la semana pasada — el martini se desliza hacia quedar delante de mí y me demoro un segundo en hacerme con la aceituna — Si mis compañeros decidieron juntarse en este lugar, no voy a arrastrarlos conmigo al bar del club de golf. Digamos que estar aquí fue mi única opción para esta noche — literalmente, la única. Pincho la aceituna entre mis dientes, la degusto en lo que me giro para ver como el círculo de abogados ha empezado a hacer imitaciones de los altos cargos a grito pelado y, con un suspiro, trago y me decido a beber un poco — ¿Y qué hay de ti, Scott? ¿No había alcohol para el brindis en la cueva en donde trabajas? — no puedo evitar echarle un vistazo, mis ojos son escrutadores hasta que regreso a su rostro, que estoy demasiado acostumbrado a su ropa de mecánica como para haberme siquiera imaginado que en su armario tendría un vestido de esos.

Me giro hasta que apoyo mi espalda y uno de mis codos en la barra, jugueteando con la copa en una de mis manos. La imagen que se alza delante de mí es vagamente lamentable, pero no por eso deja de ser un entretenimiento — He estado haciendo una apuesta mental a cuanto tardan en romper una copa y quién es el primero en vomitar — comento con tono cansino. Tras un nuevo trago, apunto con el mentón a una de las nuevas secretarias — Ella ha estado tambaleando su vaso hace fácil una hora y Thomas Higgins ya se anda poniendo verde — lo sé, todo un entretenimiento. Ladeo el rostro para poder fijarme una vez más en Scott, cuya vincha produce ciertos reflejos por culpa de la luz que provocan que me fije en esos números sobre su cabeza por un segundo — ¿Algún propósito para este año o tampoco hay esperanzas? — que quede en claro que yo no me siento identificado con esa frase.
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Ruedo los ojos por lo que parece ser un rechazo y ese gesto por si solo me provoca un ligero mareo. —Pierdes más tú, que yo— es la frase rápida que me sale de los labios, no hace falta que lo piense demasiado, ni siquiera va cargada de lo que pueda tomarse como una actitud ofendida de mi parte, solo fue un comentario al pasar y como todos los comentarios de este tipo, ha pasado de largo y no creo que el alcohol me permita recordarlo luego, de eso se trata venir a celebrar en un bar todas las mierdas que nos esperan el próximo año, ¿no? Por lo mismo, creo que siento una ligera simpatía hacia las ratas que fueron masacradas sobre fin de año, para que gente que puedo imaginar con esmoquin y tiaras, brinden donde todavía queda un ligero olor del veneno, esperemos que no haga el mismo efecto en alguno de ellos.

¿Eso es lo que haces?— pregunto cuando explica qué lo ha apartado de un lugar mucho más lujoso que este porque se ha visto arrastrado por amigos que supongo que son los del trabajo, creo identificar al grupo en cuestión en una esquina, gente así se reconoce lleven puesta la ropa que lleven. —¿Eres de los que se sacuden el traje y se sientan en una esquina quejándose de que no han tenido otra opción, todo amargados?— sonrío por encima del vaso para que sepa que es una broma, no estoy oficiando de psicomaga, bastante con que le hago de mecánica personal. —Tienes pinta de ser de los que se boicotean la diversión— lo digo al aire, rastreando entre la barra alguno de los platillos donde sirven maní para tener algo que pueda llevarme a los dientes. —Se me acabó hace unos días, culpa de tener beber un poco cada día para matar el estrés que me provoca las llamadas de cierto… ¿cliente? ¿socio?— ambos sabemos que la palabra correcta es «acreedor», pero lo único que pido es no tener que pensar en términos de deudas cuando el año recién empieza. —¿Ya terminaste o quieres que me coloque de perfil así tienes otro vistazo?— pregunto con un movimiento de cejas que es más una mofa que una provocación, cuando noto que está más sorprendido que otra cosa por ver que dejé de lado los vaqueros por esta noche.

Su concepto de diversión sigue siendo cuestionable, lo que está claro es que sea en el ambiente que sea, a este tipo nada le pasa desapercibido y tiene que estar sobre el resto, sobrevolando como un ave rapaz. Ufff, abogados. —Powell, tengo que ponerte al tanto de que esto se trata precisamente de que rompamos muchos vasos contra la pared y todos terminemos vomitando cuando salgamos a la calle. Si no lo haces, ¿se puede decir en verdad que festejaste año nuevo?— se lo planteo como la duda más honesta, y esto ni siquiera puedo decir que sea culpa del molde de su trabajo, si la mesa de la que viene es la que creo, lo que sea que están tomando, que parece una combinación de varias cosas, se les está derramando sobre los zapatos. Pongo los ojos en blanco una vez más y pido al barman otro martini mientras espero que mi propia cabeza se despeje, no suele llevarme mucho, más allá de mis propias palabras tengo otros planes para esta noche. —Tampoco hay esperanzas, nunca hace bien tenerlas, es lo más dañino que pueda guardarse— contesto sin más, de la manera más simple. —Carpe diem, vive el día presente, que tu yo del futuro se encargue de cómo lidiar con el mañana— murmuro, recibo la copa de martini y la coloco cerca suyo contribuyendo a la noble causa de ir mermando la sobriedad aparente de Powell. —¿Tienes tu propia lista de propósitos, verdad? Ordenada en incisos…— muerdo mis labios para no soltar una carcajada al imaginar el “propósito 2 punto inciso b”.
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Hans M. Powell
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Aunque sea una risa breve, puedo prometer que es sincera —  No sabía que daba esos aires — sé que jamás he sido la imagen de la diversión asegurada, pero tampoco esperaba ser alguien que destilara amargura. No me molesta, no viniendo de ella, una persona que claramente tiene diferentes intereses a los que tengo yo. No, no hablo solamente de los hechos que hicieron que nos conozcamos, sino de la simpleza que todo el mundo puede ver con tal solo echarnos un vistazo. Cuando yo era más joven, solía decir que simplemente la gente de mi edad me parecía estúpida, eso no ha cambiado demasiado. Me sonrío con petulancia, nada de andar pidiendo disculpas — Pobrecilla… — es lo único que puedo decir con falsedad. Puedo perderme de esa parte de la conversación al beber un largo trago — ¿Qué? ¿Quieres que te eche otro vistazo? Porque por mí, yo ya he terminado mi análisis — me encojo de hombros, que no tengo nada de qué avergonzarme.

¿Para festejar año nuevo tienes que beber tanto alcohol como para olvidarte de tus errores de los pasados doce meses? Lo siento un poco penoso — digo simplemente, sin una verdadera intención de atacarla, sino de señalar mi manera de ver las cosas. Para aumentar mis sospechas, toda su respuesta se me hace algo pesimista y tengo que tomar algo de aire. No conozco a Lara Scott en profundidad, nuestro vínculo se ha mantenido profesional desde el momento en el cual nos conocimos y tampoco pienso cambiarlo, así que me ahorro los consuelos que podrían venir en esta ocasión. Solo me recargo en la barra, bebiendo como sé hacer, hasta que sus palabras casi hacen que me atragante. Se me escapa una risa y tengo que aclararme la garganta, que casi se me pasa algo del martini para el otro lado — Casi… — bromeo — Tengo la teoría de que está bueno el tener pequeñas metas que cumplir, parte de un plan todavía más grande. Quiero llegar a juez supremo para los treinta y creo que estoy en buena racha — giro el rostro hacia ella, a ver si me lo niega. Pueden discutirme lo que quieran, pero no que soy malo en mi trabajo.

No me cuesta el vaciar la copa. La dejo sobre la barra con una mueca, que el ardor me ha hecho arder la garganta y sé muy bien que debería haberla bebido un poco más lento — Si crees que soy aburrido… ¿Qué te parece jugar un juego, Scott? — sugiero de manera repentina, tronando mis dedos — Podemos jugar a los dardos… O una carrera de tequila — antes de que pueda negarse, ya me estoy dando vuelta para estirarme sobre la barra en busca de la bartender — Si ganas, no te molestaré por una semana, es mi única propuesta.
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Le echo una mirada de soslayo al repetir en una modulación lenta la palabra que eligió usar, conteniendo las ganas de reírme por lo formal y fuera de lugar que suena. —Análisis, eso…—. No hago amago de nada porque nos hemos visto la cara las suficientes veces como para que todo lo demás sea un vistazo rápido, en el que suelo notar un cambio en el color de su corbata como mucho, no más que eso. Lo único memorable que recuerdo de un día cualquiera, es que me di cuenta que las mejillas ya no las tenía tan redondas y se le empezaban a marcar más profundamente las arrugas de los ojos por lo que asumo que será el tiempo que le desmanda la oficina a deshoras, lo he tildado como un adicto al trabajo hace bastante. Si alguien debería beber para olvidar ese estrés, debería ser él, pero no. Se para en su esquina para señalar que el resto son los que dan pena, qué hombre, qué ganas de joderse en el mundo, ¿no? —¿Por qué? ¿En doce meses no has hecho nada de lo que necesites emborracharte para olvidar los arrepentimientos?— lo provoco. —Si no hay algo de que arrepentirse, ¿en verdad puedes decir que has vivido?—. Y puede decirme lo que quiera, pero nadie pueda caminar por la línea recta de la vida durante trescientos sesenta y cinco días, mucho menos voy a creer que lo hace alguien que de la manera en que nos conocimos, estoy más que segura que le gustan los atajos con forma de curvas.

Agradezco no tener alcohol en la garganta, porque me habría atragantado por la carcajada que me inspira su soberana confianza en sí mismo. —¡Sí que apuntas alto, Powell!— exclamo, señalaría el riesgo de subir tan alto con rapidez, porque la caída suele ser igual de vertiginosa, pero no creo ser la persona que tenga derecho a hacer un comentario así, ¿acaso la caída justamente en el vértigo no es lo que  nos llena de adrenalina? —No creo que necesites que te desee suerte— porque no lo va a necesitar, algún día me voy a reír a solas por ver entre las noticias que el desgraciado es nombrado juez supremo y no quiero pensar si eso podría afectar en algo los trabajos que hago para él, estoy en el margen de toda la mugre del juego de poder de la política, no creo que en algo me influya el cambio de placa. En mi teléfono lo voy a seguir teniendo agendado como hasta ahora. —Solo controla que los frenos te funcionen bien, porque el problema de las personas que vivimos tan a prisa la vida, es que los buscamos cuando ya estamos al borde de la curva y a veces nos fallan…— no querrá luego verse en deudas con un tipo algo turbio con ambiciones descaradas.

Adopto una postura más cómoda cuando se ayuda a sí mismo a hacer más llevadera esta noche. —Nunca digo que no— contesto como lo que es, ni siquiera al hombre que me rompe los tímpanos con una llamada pasada la medianoche para ir a arrojar cacharros sobre mi escritorio, le diría que no por un desafío tonto, es lo que me dedico. —Hagamoslo, esa semana suena tentadora— aunque la ocupe en seguir quedándome en mi taller, con el teléfono debidamente guardado en un cajón. —Y podría aprovecharme de que eso sea todo lo que está en juego, pero seré justa. ¿Solo eso quieres apostar? ¿Llamarme como parte de la rutina es con lo que te conformas por ganar? Suena poco ambicioso de tu parte, por no decir penoso— lo pongo en duda, quizás solo no lo pensó así, por mi parte estoy tratando de ponerlo interesante, porque si los términos así, el premio por ganar es bueno, pero perder tampoco marcaría una diferencia de nada. —Que sea la carrera primero y los dardos se definan por la suerte— porque por la puntería claramente no será.
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Hans M. Powell
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Hay muchas cosas de las cuales me arrepiento a lo largo de mi vida, pero no son cosas que fuera a debatir con una persona como ella, en medio de un bar, en la noche de año nuevo. Si voy a terminar este ciclo entero, no empezaré a destapar desgracias del pasado con Lara Scott. Es fácil cambiar de dirección en una conversación de borrachos cuando no contestas, solo me quedo con la risa que viene tras mis palabras y le respondo con un movimiento de mis hombros, vagamente divertido — Yo no me apresuro, Scott — le aclaro — Tengo intenciones de hacer un trabajo limpio y me siento sumamente capacitado para llevar a cabo mi cometido en tiempo y forma. No soy de las personas que ejecutan sus tareas de manera desprolija, así que espero que todo coseche sus frutos y ponerse límites de tiempo ayuda a ejercer cierta presión — son metas, que personas como ella no lo entiendan es otro tema y, definitivamente, no es mi problema.

Sí, bueno, eso te ha llevado a problemas en el pasado, ¿o no? — es un comentario malicioso, eso no voy a negarlo ni ocultarlo. Decir que no a veces es bueno y aconsejable, pero no voy a ponerme a bajar la línea entre lo moral e inmoral en un sitio donde, claramente, lo último es lo que más predomina. Me encojo de hombros, mirándola por encima de uno de éstos — ¿Y qué más podría apostar? No tienes absolutamente nada que yo quiera o necesite, salvo cuando yo te lo pido — lo que deja en evidencia este juego de escalones en el cual nos encontramos parados, ella a unos cuantos más abajo que yo. No me demoro en pedir la ronda de tequila, lo que me deja cómoda la propuesta de la morena — Me parece un buen plan. Solo habrá que intentar no clavarle ningún dardo a nadie en el culo y estaremos bien.

La hilera de vasos se acomoda frente a nosotros y los separo, dejando cinco para cada uno — ¿Lista, Scott? — pregunto, aunque no me detengo a comprobarlo. Apenas noto que parece estar en posición, tomo aire y, uno a uno, empiezo a pasar el líquido por mi garganta. No es el mejor tequila que he probado en mi vida y quema bastante, así que cuando busco bajar el sabor con el limón, tengo la nariz arrugada y hago unas cuantas muecas. Tengo que poner un brazo delante de mi boca para soportar lo que parece ser un eructo y acabo por tronar mi cuello — Bastante asqueroso — admito, apoyando el último vasito. Tengo que apoyarme en la barra, seguro de que el alcohol se me ha subido a la cabeza por lo rápido que ha sido ingerido. Respiro con calma, aunque acabo presionando mis labios en una línea y le sonrío — ¿Lista para los dardos o quieres otra ronda?
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Es contradictorio que alguien que piensa avanzar tan rápido en la vida, diga también que lo deja todo a su tiempo. No lo es si pienso en aquellos que manejan contra las curvas de la pista para que eso les otorgue ventaja y saben elegir el momento en el que cual acelerar a fondo, todo el entusiasmo que pueda tener el resto no es suficiente para impedir que estos rivales le pasen por al lado. Pero no estamos en la misma competencia de nada así que puedo escucharlo sin opinar y dejar que cada quien siga por su camino, porque no es algo que pueda llegar una importancia para mí dentro de cinco años. Está ese dicho de que si algo no importará dentro de cinco años, no se merece un segundo pensamiento en el presente. Si sigo viva para cuando ese día llegue, de acá a cinco años me veo en este mismo bar, en otra conversación sin sentido, teniendo que soportar al estúpido de la corneta que vuelve a hacerla sonar en el momento del comentario oportuno de Powell. —Touché—. No negaré lo que ha sido la razón por la que nos conocemos en primer lugar, por eso mismo agrego. —Pero intentaré no meterme en ninguno este año— es una promesa vacía, que si la cumplo es porque me he puesto a mí misma prisión preventiva en el taller, esconderme entre chatarra evita que salga por ahí a darme de cabezazos contra la pared, salvo en noche vieja.

Uso el borde de la barra como apoyo para mis codos al recargar mi espalda y alzar la mirada a un techo negro en el que cada tanto se entrecruzan luces rojas, como si pensara en cómo contribuir a esta apuesta, cuando bien podría quedarme en que todo lo que puedo ofrecer de valor es mi trabajo, lo que sería la ironía de no mezclar negocios y diversión, porque los negocios se meten en lo que tendría que ser divertido como una competencia de borrachos. —Si no fuera porque sabemos a qué te refieres— lo miro de lado con una sonrisa relajada, —ese comentario lastimaría mi orgullo, pero es lo que es, ¿no?—. No lo muevo a lo personal, esto parece una plática de trabajo con un poco de alcohol en medio, el alcohol no lo saca de los límites seguros. —Lo único que te diría es que trates de ver un poco más en las personas, no sé qué tanto crees haber visto en mí para decir que no hay absolutamente nada que te pueda interesar pedirme, salvo lo obvio—. Se ve que estoy en ese momento de la noche en la que ya me pongo a dar una retahíla de consejos de vida que nadie me pidió, claramente él no lo pidió, porque todos sabemos y ha quedado claro en este bar, que no hay absolutamente nada que quiera o necesite de mí, menos mis consejos.

Si no has terminado con un dardo en el culo en Año Nuevo, ¿se puede decir realmente que lo has festejado?— pregunto con una sonrisa ancha, repitiendo mi lema de hace un rato. —Solo ten cuidado que no sea el suyo, no querrás terminar pidiéndome que te lleve a un hospital—, como el peor chiste de esta noche, lo único que necesitamos es dar un paseo por Urgencias. —Siempre estoy lista— contesto. Las maneras en que podamos llegar a cualquier lugar, después de esta carrera de tequila, es algo que pensaré más tarde si es que puedo pensar. Cosa que dudo por lo fuerte que me sienta pasar de un vaso a otro sin respiraciones en medio y escupiendo el limón cuando me atraganto por la falta de aire, tengo que usar el dorso de mi mano para cubrir mi boca al toser. —Dardos, no quiero ni una carita sonriente de tu parte durante mi semana de vacaciones, ¿ok?— advierto, me muevo al mismo tiempo que el piso, casi doy un paso en falso. —No coloques ni tu cara, ni tu culo cerca de la diana, no queremos accidentes— de eso también lo prevengo, a buena hora porque el único dardo que queda dentro del círculo lo hace a punto de caerse del borde. Me paro a su lado cuando le toca tirar, si no le pongo nervioso, al menos estoy cerca para picarle el costado así le erra. —Ni siquiera hace falta que lo hagas, ya perdí— digo, me escuece la derrota no importa los años que tenga, ni el grado de sobriedad con el que cuente. Pero soy competitiva hasta lo último, si mi puntería ha sido mala, espero poder reírme de cómo él tira sus dardos a los pies de la gente. —Te queda en juego la satisfacción de ganar— lo que sabemos que no va a pasar, —o hagámoslo un poco interesante al menos, como si tuviéramos quince años, te daré un beso si ganas— le muestro los dardos que tengo en la mano por si quiere continuar.


***
Fallo 1
Fallo 2
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Hans M. Powell
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He visto lo suficiente — es lo único que tengo para decir. Es sencillo ver el dibujo cuando te paras desde mi posición. Lara Scott es una persona que no se adapta a mis niveles de interés, al menos no fuera del área en la cual la utilizo para mis propios beneficios. No quiero meterme dentro de su vida privada ni tengo intenciones de verla por más tiempo del necesario así que, en definitiva, no, no tiene nada que yo quiera. Hay una línea delgada e invisible que se ha levantado entre nosotros desde el primer día como un muro y yo no tengo intenciones de cruzarla, que así como vamos hasta el momento, estamos bien. Cuando empiezas a ver a los números de tu carpeta como las personas que se supone que son, ahí es donde recae el enorme problema.

Tienes extrañas normas sobre lo que significa o no festejar año nuevo — me permito el bromear, que ya no sé cuantas cosas debería tener en cuenta, según ella, para que esta fecha tenga sentido. Me prometo a mí mismo que no tendré motivos para terminar en el hospital, no con ella como compañía y, a pesar de que ella asegura que se encuentra lista, encuentro entretenimiento en verla toser. Levanto una mano con la dudosa intención de golpearle la espalda, cosa que acabo por no hacer al ver que se mejora por su cuenta y, en vista de que ha escogido los dardos, acabo bajando esa misma palma sobre la barra, dándole un golpecito — Estoy empezando a creer que lo que quieres es lanzarme con dardos a mí — me mofo, que si es lo que desea tampoco puedo culparla, los dos sabemos que no soy su persona favorita y la idea se me hace hasta halagadora. Mis pasos hasta los dardos son torpes, tengo que pedirle disculpas a una rubia por pisarle el talón al tratar de pasar por detrás de ella, pero creo que está tan borracha que ni siquiera lo ha notado. Antes de que pueda darme cuenta, el partido ha empezado.

Que ella pierda no me da seguridad, aunque estoy convencido de que se encuentra más ebria que yo. A pesar de que el mundo se me tambalea, aún soy capaz de tener un pensamiento lógico y, si parpadeo un par de veces, la diana está ahí, justo delante de nosotros — Se gana con honor o no se gana, señorita Scott — sueno pomposo y burlesco, que si no quiere verse humillada, no hubiera aceptado el reto. Las risas del entorno me aturden, pero aún así soy capaz de escuchar lo que sale de sus labios y tengo que ladear el rostro para mirarla, tratando de encontrarme con sus ojos — ¿Soy yo o estás buscando excusas para besarme desde que nos topamos en la barra? — farfullo con una vaga sonrisita. Tomo con cuidado uno de los dardos que aún sostiene y hago tronar mi cuello, moviéndolo de un lado al otro como si eso pudiera ayudarme. Quizá en un estado normal lo haría, ahora solo tengo que tratar de volver a enfocar — Tienes fantasías curiosas, Scott. ¿Es porque te gusta la adrenalina de las malas decisiones? — el dardo golpea en el centro con un sonido seco que, a pesar del ruido, se puede percibir en nuestro rincón del bar. Cuando me giro hacia Scott con una sonrisita de suficiencia, estoy acomodando los bordes del cuello de mi camisa —  Lamento mucho que tengas que seguir recibiendo caritas sonrientes de mi parte durante la semana — aseguro, aunque cierto retintín en mi voz deja en claro que no lo lamento en lo absoluto — ¿Vas a tratar otro tiro o me darás mi premio? Porque sino, debo decirte que tenía planes de hablarle a Juliet Paolini antes de toparme contigo y debería probar mi suerte con ella, antes de que alguno la pesque primero.



Acierto
Hans M. Powell
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Haría mejores cálculos si no tuviera a mis neuronas ahogándose en tequila, lo que creía que eran posibilidades nulas de que Powell pudiera acertar siquiera su nombre de preguntárselo, cae en la nada cuando lo veo dándole a la diana con un tiro que es las más burda suerte de los que van por el mundo jodiéndose en otros. —Carajo— muerdo entre dientes, molesta de haber perdido más que el hecho de que haya acertado, ¿quién demonios dice que se debe ganar con honor lo que sea? Piso su pie con la excusa de que no puedo encontrar el equilibrio para caminar en línea recta hacia la barra, eso es una excusa, no lo que dice sobre que me busco algunas para besarlo, es su ego llenando su ropa y hablando a través de su boca, tan insoportable. Para no tener que lidiar con el ego desmedido de nadie es que prefiero mantenerme sola, también tengo el mío y es lo que me hace mostrarle una sonrisa que tira de mi boca en una curva forzada cuando, pese al alcohol, entiendo que está pasando de mí.

Coloco mi mano contra su mejilla para darle una palmadita al pararme frente a él, las puntas de mis botas chocando con sus zapatos. —Es solo un beso, ni que fuera a durar más de unos segundos— digo, si antes de hacerlo no recibo una patada eléctrica que me mande lejos, como ocurre cuando agarramos algo que no deberíamos. Espero a sentirla cuando dejo mi palma quieta sobre su rostro, en lo lento de mis movimientos al acercar mi boca a la suya por tener la cabeza pesada y me detengo cuando un centímetro es lo que resta para besarlo. Compruebo que nada en el aire hará que tenga que apartarme bruscamente, lo hago luego de rozar muy por encima sus labios y golpear su frente por la torpeza de estar borracha, creo que he vuelto a pisarle el pie también. —No es la gran cosa, Powell— digo al dar un paso hacia atrás. —Nada que vaya a ser memorable, para mañana lo habré olvidado— lo hago ver como lo que es, así no se da más importancia de la que tiene por gestos que se han repetido un montón de veces esta noche, en este bar.

Bajo mi mano de inmediato para palpar en los bolsillos de mi chaqueta hasta que doy con la forma de mi teléfono a través del cuero, lo saco para mostrarle la pantalla apagada. —Malas noticias, quizás se te haga un poco difícil contactarme por una semana, tengo que conseguirme un teléfono nuevo porque el mío terminó en un vaso de martini— no hace falta que arrastre las palabras, de hecho no lo hago, hablo con bastante claridad pese a que es lo último que hay en mi mente y eso de la adrenalina de las malas decisiones es tan cierto, no puedo comenzar un nuevo año sin tomarlas. Camino hacia la barra para dejar caer el teléfono dentro de la copa que pedí y no tomó, por mi parte busco la ruleta de tragos para que mi mirada vuelva a cruzarse con su rostro cuando me sujeto al borde de la barra con poca discreción. —Deberías apurarte, Powell, se te va la suerte de esta noche y perderás a la chica, terminará yéndose con otro idiota— muevo mi barbilla para indicarle que se vaya, —nos vemos dentro de una semana.
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Hans M. Powell
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TERCERA PARTE
OCTUBRE 2462


Considerando que es otoño, los novios tendrían que haber agradecido que el clima aún es favorable y les ha permitido el llevar a cabo su festejo tal y como habían planificado. A simple vista, todo esto parece ser la clase de celebración que yo jamás podría llevar a cabo, incluso cuando en el trabajo suelen preguntarme si tengo planes de conseguirme “una buena chica” para iniciar el tortuoso camino del matrimonio. Me encantaría poder decirles que ni loco, pero muchas veces los que preguntan aquello son personas de importancia que buscan presentarme a alguien y tener esa reacción no es lo más adecuado, que no soy idiota. A mi buen amigo Jack parece que le ha salido bien o, al menos, ha optado por un camino muy diferente al mío. Fue una ceremonia sencilla a pocos metros y ahora, bajo un toldo lo suficientemente grande como para abarcar la fiesta, nos encontramos bajo un montón de luces que nos mantienen iluminados a pesar de que ha caído la noche. Los bocadillos de entrada son deliciosos, pero se sienten un poco amargos cuando me doy cuenta de que me he perdido mucho en la vida de mis amigos por haber estado trabajando.

Hay muchas personas aquí y, siendo sincero, estoy tratando de escaparme de la mayoría. Muchos de mis antiguos compañeros de colegio siguen con vida, se acercan a preguntar cuestiones personales que no me interesa contar y ya he perdido la cuenta de la cantidad de sonrisas que he forzado esta noche. Me bebo un vaso de champagne en lo que me muevo en busca de mi mesa, preguntándome si Annie estará con nosotros o dónde se habrá metido. Al menos, el primer baile sigue sonando y, después de haber sido forzado a bailar con Rose, ya puedo perderme sin que nadie me moleste. A estas alturas ni me sorprende cuando llego a la mesa que me ha tocado y, en cuanto veo quien es la única persona que ya se ha sentado, no me sorprendo. He asumido que tenemos la mala suerte de toparnos en los lugares más ridículos — ¿Quién diría que nuestros mejores amigos serían otro hilo en común en nuestra vida? — bromeo en lo que me estiro por encima de la cabeza de Scott para agarrar un pancito saborizado — Esto se está tornando un poco ridículo. ¿O acaso me estás siguiendo? — que no me sorprendería enterarme que anda buscando un modo de deshacerse de mí, pero eso sería darle demasiado crédito.
Hans M. Powell
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Invitado
Coloco otra copa vacía de champagne sobre la mesa, tengo que parar o seré la amiga borracha que grita «¡YOOOO ME OPONGOOO!» a destiempo. Ah, no, mierda, ahí viene Robert Walpole otra vez. —¿Tiene otra copa de champagne?— pregunto al mozo al tirar de la manga de su saco cuando lo veo pasar a mi lado, no me paro por la excusa de haberme torcido el tobillo al terminar de bailar el vals obligatorio con Jack y hasta ahí llegaron mis buenos deseos a Rose por su matrimonio, falsos buenos deseos, estúpido Jack, nunca te lo perdonaré. Puedo fingir que estoy bien, que lo acepto, pero sigo sintiendo que la traición me quema, ¿¿lo eligió a él?? ¿¿a él?? Tener mi pierna tendida, mi pie ocupando una silla, a las hermanas Locke chismorreando en las otras dos sillas cercanas a la mía, me salvó de la compañía de algún imbécil como Walpole que cree que a las amigas de la novia todo este blanco y flores las hace proclives a aceptar lo que sea.

No discuto que en honor al acontecimiento, es casi que obligatorio echar un polvo con alguno de los padrinos del novio, algún hermano o primo segundo, pero… hace media hora que perdí de vista a Annie y quiero creer que ella ya se está encargando de cumplir con nuestro deber. A mí no hay nada que me saque más las ganas que una boda, debe ser el blanco, no lo sé, es psicológico, mi mente no coopera y anula mi libido, reduciéndome a ser la planta de la esquina que se ahoga en champagne. No, un momento, hermanas Locke, ¿a dónde van? ¡Nooooooooo! ¡No se vayan! Mierda, no, no, ahí viene Walpole… ¿Es que nadie piensa en la maldita lisiada? Echo una plegaria rápida a los dioses del infierno para que me coloquen un pavo de Navidad o lo que sea en la silla de al lado, ¡lo que sea! —Powell— suelto de mala gana. ¡Rápido, Walpole! ¿Por qué no caminas más a prisa ahora que te necesito? Mierda, ¿qué hace Lisa invitándolo a bailar? ¡Ah, zorra!

Me giro hacia mi compañero de mesa y reacomodo la falda del vestido que nos hizo usar Rose a todas sus damas de honor, con cierta incomodidad por estar con este simulacro de tobillo torcido. —¿Otro hilo… qué?—  le pregunto con las cejas arqueadas y lo que dice luego sí que me hace reír con una única carcajada. —¿Disculpa? Cruzaste media fiesta para venir a sentarte en mi mesa, a mi lado, y me dices no sé qué cosa de que estamos destinados a encontrarnos, ¿y soy yo la que te está siguiendo?— le echo una mirada larga. —Fuera de toda broma, ¿qué haces aquí? ¿Eres el primo segundo de Jack?— porque de todas las personas en este mundo, ¿qué demonios hace este sujeto en la boda de mi amiga, la traidora?
Anonymous
Hans M. Powell
Ministro de Justicia
Lejos de resultarme ofensivo, el ataque de risa que le nace de vaya a saber dónde solamente consigue que alce mis hombros con una obvia falta de interés. Lara Scott es una de esas personas que ha llegado a tener una influencia nula en mi estado de humor, con menos importancia que cualquier perro callejero que puedo toparme en la calle. Tiendo a olvidarme de su existencia hasta que necesito de ella o, en su defecto, me la encuentro en lugares impensados como en este preciso momento — Esta también es mi mesa, así que tendrás que soportarme durante toda la velada — sé que todo esto se ahorraría si fuésemos casi honestos con los novios para decirles que nos conocemos y no nos toleramos, pero eso caería en cientos de preguntas que ninguno quiere contestar. Creo que a dos aurores no les gustaría saber la verdadera historia que nos conecta, así que es mejor dejar las cosas como están.

Pellizco un trozo de pan y lo mastico en lo que me toma el sentarme en la silla junto a la suya, aunque lo hago de costado así apoyo mi codo sobre el respaldo y puedo verla de frente — Es mi amigo desde hace años. Buenos amigos. Estoy seguro de que ni te fijaste en mi presencia entre los padrinos… A tu favor, diré que me puse al fondo de la fila porque no creí el poder tolerar tanta melosidad en tan poco tiempo — siendo sincero, durante toda la ceremonia tuve la cabeza en millones de cosas diferentes que poco tienen que ver con una boda. Creo que lo más cercano a la idea fueron mis lamentos sobre que Jack estaba dejando definitivamente nuestras salidas, esas que no son precisamente aptas para hombres casados — ¿Crees que esta sea la mesa destinada a las pobres almas como nosotros que tuvieron que presenciar tal sacrificio de libertad en primera fila? — aunque si Madison va a sentarse con nosotros, no voy a quejarme. Solo espero que Ernst no esté demasiado conversador, a veces resulta agobiante.

Me distraigo de ella para clavar la mirada en la pista de baile. Los padres de Jack y Rose no han dejado de lloriquear emocionados toda la noche, lo cual me parece hasta simpático a pesar de lo funerario de la situación — ¿De dónde conoces a Rosie? — inquiero de manera repentina — No recuerdo haberte visto en los cumpleaños o que siquiera te haya mencionado — admito que mis reuniones con la morena han sido más bien limitadas, que en realidad siempre es el plus one de Jack cuando nos juntamos. Me agrada, lo admito, pero no pensé que Jack querría hacerlo tan formal en al menos diez años más — No pareces demasiado feliz, Scott, si me lo permites decir. ¿No es que las chicas aman estas cosas? — sé que no todas, por lo que mi pregunta es claramente una mofa.
Hans M. Powell
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