The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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My favourite faded fantasy | Hans
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Recuerdo del primer mensaje :

Principios de diciembre...

Tiro de la manta para cubrirme los hombros, colocándome de lado en la cama, ahuecando la almohada para forzarme a conciliar el sueño que me esquiva hace largo rato. Por la puerta entreabierta de luz entra una rendija de luz que me molesta, así como el fresco de la madrugada que se desliza por las habitaciones de la casa, en su mayoría vacías y pocos muebles, no sé si es eso lo que hace que se sienta aún más fría. Sé que finales de otoño no es la temporada ideal para venir de visita al distrito cuatro, pero a la tarde el paisaje de la orilla de la playa se veía bonito desde los ventanales, mientras sacaba lo que traje en cajas de mi anterior departamento y me ayudaba con mi varita a acomodar algunas cosas. Tomo el primer fin de semana en el calendario para venir a hacer la prueba de habitar la casa, que mi estadía en la isla ministerial se está haciendo larga, y salvo por Hans y Meerah, no es que me sienta cómoda allí. El subidón de energía de estos días me tiene moviéndome de un lado al otro. No sé si son las hormonas, la emoción de una casa, que las náuseas se han ido, una combinación de todo, también de que el ajetreo en el ministerio me tiene tensa, que estoy subiendo y bajando la escalera todo el día y cuando llega Hans decido que todas las cosas vuelvan a cambiar de lugar.  

En algún momento me recosté en la cama a descansar, con lo último de la luz del día, y no es hasta después de la medianoche que pestañeo al despertarme y me estremece el frío en la habitación, haciendo que esconda mis pies bajo las mantas. Busco la espalda de Hans para resguardarme allí y tomar parte de la calidez de su sola presencia. Al tratar de dormir es que mis pensamientos divagan, que mojo mis labios por el hambre que viene a importunar en estas horas, que no es hambre de cualquier cena, sino el antojo de algo puntual. Siento la punzada de ansiedad que va acompañada de imágenes mentales que atentan a mis sentidos, y creo que dormito un poco porque escucho el murmullo placentero de mi garganta como si acabara de probar un bocado, en una fantasía engañosa que me obliga a sacar los pies de la cama y poner fin a esto.

El suelo está helado como me temo, así que con medias avanzo por el corredor a oscuras y tanteo la pared al tener que bajar la escalera. La cocina está a la izquierda ¿o la derecha? Tropiezo con una caja de cartón y la empujo con mi pie, nada me detiene en mi camino a la heladera y toda mi ilusión decae cuando al abrir la puerta de un tirón, la encuentro llena con lo imprescindible, nada extraordinario. En esta casa no hay elfos para darme berenjenas bañadas en caramelo si así lo quiero, y con toda mi fuerza de voluntad, me recuerdo que no quiero elfos domésticos, me convenzo de que puedo salir de este apuro. Reviso en la alacena hasta dar con un paquete de harina, de la heladera saco algunos huevos, sé que algo se hace con estas cosas. Necesito buscar la receta y no tengo a mano donde hacerlo, menos un manual, que salvo la camiseta que llevo puesta no cargo con nada más, y eso explicaría también por qué tenía frío. ¡Por favor! ¿Qué tan difícil puede ser esto? Es solo una mezcla de nada para hacer una masa que luego tengo que cocinar. Lo han hecho otras personas antes que yo, millones de personas, ¿por qué yo no podría? Soy yo contra un paquete de harina y un par de huevos, ¡oh, vamos! ¡Puedo con esto!

Hans…— susurro, moviendo su hombro con una suavidad que duda entre despertarlo o dejar que siga su sueño. —¿Hans?— repito, con mis rodillas hundidas en el centro del colchón e inclinada a medias sobre él que está durmiendo de lado, su espalda hacia mí. Sacudo su hombro con un poco más de brusquedad. —Hans— mi voz sube a un tono más grave, me estoy impacientando. —¡Hans!— lo llamo de una buena vez, para interrumpir lo que sea que lo tiene durmiendo tan profundamente. ¡Qué si está bosquejando reformas legales en sus sueños, lo voy a…! —Hans, despierta. ¡Es una emergencia!—. Por si no ha quedado claro, lo dejo saber con la evidente urgencia que me tiene sacudiéndolo. Cuando creo que se ha espabilado lo suficiente, que no le doy más que unos segundos para que se recupere y que recuerde donde estamos, por qué no estamos en su mansión en la isla, entonces pregunto: —¿Sabes hacer panqueques?
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Porque lo haré— contesto, —así tu segundo nombre no será solo una M de adorno— una ceja al curvarse acompaña mi tono de broma, que esto es como cuando descubrí que estar en un bote le daba mareos o que tiene poca resistencia al alcohol, ¿cómo saberlo y no insinuar que lo usaré como motivo de chiste cada vez que tenga la oportunidad? No importa que después no lo haga. Porque no lo hago, detengo con una presión de mi mano sobre su piel, ese enredo mental que se hace sobre lo que implica casarse con alguien que lo lleva hasta a recordar que una vez hace mucho tiempo, y sí, yo creo que ese tiempo lo ha dejado muy atrás, besar niñas le daba asco. —Hans— me quedo con su nombre de pila, no necesito del otro, —está bien. Lo importante aquí es que… se te da muy bien besar niñas— le sonrío muy amplio, riéndome con él, no de él. —Así que sí, todo es cuestión de tiempo y tal vez solo necesitas un par de años para darte cuenta que cosas que creías asquerosas, no lo eran. Veinte o treinta años…— suelto una carcajada y acaricio su brazo. —Tal vez tu mamá tenía razón, un día solo sentirás que debe ser y será, con la persona que deba ser— o no será. ¿Quién lo sabe? Tal vez Phoebe, quizás tampoco ella. Nosotros evidentemente no.

Sólo sé que en este momento estamos aquí, haciéndolo a nuestra manera, experimentando cosas que creímos que nunca sucederían, ¡como hacer panqueques en mi caso! ¿Más cosas extrañas pueden pasar en mi vida? Todo se está sucediendo como si fuéramos ese coche y ese GPS del que hablo, andando por esa ruta de curvas peligrosas a gran velocidad, que a algún lugar nos llevará. Tiene su propio estilo, es cierto, tenía un sesgo temerario en un principio, se ha vuelto doméstico en este punto en el que lo importante es estar juntos, ¿no? Ladeo mi rostro para sonreírle, darle la razón sin más palabras, pero me río con su broma y me rindo a esa expresión traviesa que tiene. —Eres muy clásico, en serio. Comenzaré a creer que de verdad esperabas que me ponga de rodillas y saque un anillo. Lo tendré en cuenta para un segundo intento, te compraré un anillo de diamantes— lo dejo correr así, como el chiste que puede ser para nosotros, que tengo muchas cosas de las cuales preocuparme como para detenerme en esto, que lo único que quería saber con una pregunta sin compromiso, es sí cabía en nuestra imaginación vernos en la vida del otro como alguien que está ahí, vernos capaces de construir y cuidar algo, juntos. ¿Qué mejor que este bebé para descubrirlo?

La pregunta sobre el color del vestido me descoloca, tengo presente lo de mis raíces, pero se habrá dado cuenta que me corro bastante de las tradiciones. —Sólo porque me gusta cómo me quedan,— le aclaro, —No lo decía en serio. Si fuera en serio diría que tendría que ser de color azul, pero…— muevo mis hombros, supongo que alguna vez mis padres también bromearon sobre que me casaría, tengo el ligero recuerdo que sacaba la lengua con expresión de asco y nunca hice planes sobre eso. —Si te soy sincera, solía pensar que siendo vieja, haría un repaso de mi vida y me daría la vuelta donde sea que esté para ir a buscar a quien, entre tantas personas, me hubiera dado un día que valiera más que todos los que hubiera vivido, si es que lo hubiera conocido— cuento, si hasta llegué a pensar que con ochenta años el único que me habría soportado para esas fechas sería Riley, ahora no soy tan egoísta y creo que él encontrará su propio camino. Si este hijo o hija algún día también tomará su rumbo, no es como si pensara obligarlo a permanecer conmigo, no podría. Si se cumple lo de estar sola a los ochenta años, quien sabe, tal vez a quien vuelva a buscar sea a Hans. Sonrío a los panqueques cuando dice que no me dejará pasar, que puede ser mío, esta vez no lo contradigo como en otra ocasión. —Me quedaré contigo entonces— murmuro. Cuido con la cuchara que el caramelo no se desparrame, pero con lo de manta desvío mi mirada y dejo lo que estoy haciendo para ir hacia él, que nadie tocará los panqueques. Lo abrazo con mis manos colándose por debajo de su camiseta, así puedo rodear su cintura y presionar mi pecho contra su cuerpo, que todavía no hay una panza que sea un obstáculo para anular toda la distancia que molesta entre nosotros. —¿Así de cerca? ¿Un poco más?— bromeo, me acerco a su cuello para besarlo allí poniéndome de puntitas de pie, mi risa escondiéndose en su piel y esperando que una manta sea suficiente para envolvernos a los tres en esta sensación de seguridad que solo se da cuando puedo pensar que estamos juntos en esto, y es tan raro, cuando antes fuimos un peligro para nosotros mismos. De todos los riesgos que podíamos llegar a asumir y que nos rozaron, caímos en el menos pensado, en sentirnos seguros con el otro. Y creer que podemos dar esto también a alguien más.
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