OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Principios de diciembre...
Tiro de la manta para cubrirme los hombros, colocándome de lado en la cama, ahuecando la almohada para forzarme a conciliar el sueño que me esquiva hace largo rato. Por la puerta entreabierta de luz entra una rendija de luz que me molesta, así como el fresco de la madrugada que se desliza por las habitaciones de la casa, en su mayoría vacías y pocos muebles, no sé si es eso lo que hace que se sienta aún más fría. Sé que finales de otoño no es la temporada ideal para venir de visita al distrito cuatro, pero a la tarde el paisaje de la orilla de la playa se veía bonito desde los ventanales, mientras sacaba lo que traje en cajas de mi anterior departamento y me ayudaba con mi varita a acomodar algunas cosas. Tomo el primer fin de semana en el calendario para venir a hacer la prueba de habitar la casa, que mi estadía en la isla ministerial se está haciendo larga, y salvo por Hans y Meerah, no es que me sienta cómoda allí. El subidón de energía de estos días me tiene moviéndome de un lado al otro. No sé si son las hormonas, la emoción de una casa, que las náuseas se han ido, una combinación de todo, también de que el ajetreo en el ministerio me tiene tensa, que estoy subiendo y bajando la escalera todo el día y cuando llega Hans decido que todas las cosas vuelvan a cambiar de lugar.
En algún momento me recosté en la cama a descansar, con lo último de la luz del día, y no es hasta después de la medianoche que pestañeo al despertarme y me estremece el frío en la habitación, haciendo que esconda mis pies bajo las mantas. Busco la espalda de Hans para resguardarme allí y tomar parte de la calidez de su sola presencia. Al tratar de dormir es que mis pensamientos divagan, que mojo mis labios por el hambre que viene a importunar en estas horas, que no es hambre de cualquier cena, sino el antojo de algo puntual. Siento la punzada de ansiedad que va acompañada de imágenes mentales que atentan a mis sentidos, y creo que dormito un poco porque escucho el murmullo placentero de mi garganta como si acabara de probar un bocado, en una fantasía engañosa que me obliga a sacar los pies de la cama y poner fin a esto.
El suelo está helado como me temo, así que con medias avanzo por el corredor a oscuras y tanteo la pared al tener que bajar la escalera. La cocina está a la izquierda ¿o la derecha? Tropiezo con una caja de cartón y la empujo con mi pie, nada me detiene en mi camino a la heladera y toda mi ilusión decae cuando al abrir la puerta de un tirón, la encuentro llena con lo imprescindible, nada extraordinario. En esta casa no hay elfos para darme berenjenas bañadas en caramelo si así lo quiero, y con toda mi fuerza de voluntad, me recuerdo que no quiero elfos domésticos, me convenzo de que puedo salir de este apuro. Reviso en la alacena hasta dar con un paquete de harina, de la heladera saco algunos huevos, sé que algo se hace con estas cosas. Necesito buscar la receta y no tengo a mano donde hacerlo, menos un manual, que salvo la camiseta que llevo puesta no cargo con nada más, y eso explicaría también por qué tenía frío. ¡Por favor! ¿Qué tan difícil puede ser esto? Es solo una mezcla de nada para hacer una masa que luego tengo que cocinar. Lo han hecho otras personas antes que yo, millones de personas, ¿por qué yo no podría? Soy yo contra un paquete de harina y un par de huevos, ¡oh, vamos! ¡Puedo con esto!
—Hans…— susurro, moviendo su hombro con una suavidad que duda entre despertarlo o dejar que siga su sueño. —¿Hans?— repito, con mis rodillas hundidas en el centro del colchón e inclinada a medias sobre él que está durmiendo de lado, su espalda hacia mí. Sacudo su hombro con un poco más de brusquedad. —Hans— mi voz sube a un tono más grave, me estoy impacientando. —¡Hans!— lo llamo de una buena vez, para interrumpir lo que sea que lo tiene durmiendo tan profundamente. ¡Qué si está bosquejando reformas legales en sus sueños, lo voy a…! —Hans, despierta. ¡Es una emergencia!—. Por si no ha quedado claro, lo dejo saber con la evidente urgencia que me tiene sacudiéndolo. Cuando creo que se ha espabilado lo suficiente, que no le doy más que unos segundos para que se recupere y que recuerde donde estamos, por qué no estamos en su mansión en la isla, entonces pregunto: —¿Sabes hacer panqueques?
Tiro de la manta para cubrirme los hombros, colocándome de lado en la cama, ahuecando la almohada para forzarme a conciliar el sueño que me esquiva hace largo rato. Por la puerta entreabierta de luz entra una rendija de luz que me molesta, así como el fresco de la madrugada que se desliza por las habitaciones de la casa, en su mayoría vacías y pocos muebles, no sé si es eso lo que hace que se sienta aún más fría. Sé que finales de otoño no es la temporada ideal para venir de visita al distrito cuatro, pero a la tarde el paisaje de la orilla de la playa se veía bonito desde los ventanales, mientras sacaba lo que traje en cajas de mi anterior departamento y me ayudaba con mi varita a acomodar algunas cosas. Tomo el primer fin de semana en el calendario para venir a hacer la prueba de habitar la casa, que mi estadía en la isla ministerial se está haciendo larga, y salvo por Hans y Meerah, no es que me sienta cómoda allí. El subidón de energía de estos días me tiene moviéndome de un lado al otro. No sé si son las hormonas, la emoción de una casa, que las náuseas se han ido, una combinación de todo, también de que el ajetreo en el ministerio me tiene tensa, que estoy subiendo y bajando la escalera todo el día y cuando llega Hans decido que todas las cosas vuelvan a cambiar de lugar.
En algún momento me recosté en la cama a descansar, con lo último de la luz del día, y no es hasta después de la medianoche que pestañeo al despertarme y me estremece el frío en la habitación, haciendo que esconda mis pies bajo las mantas. Busco la espalda de Hans para resguardarme allí y tomar parte de la calidez de su sola presencia. Al tratar de dormir es que mis pensamientos divagan, que mojo mis labios por el hambre que viene a importunar en estas horas, que no es hambre de cualquier cena, sino el antojo de algo puntual. Siento la punzada de ansiedad que va acompañada de imágenes mentales que atentan a mis sentidos, y creo que dormito un poco porque escucho el murmullo placentero de mi garganta como si acabara de probar un bocado, en una fantasía engañosa que me obliga a sacar los pies de la cama y poner fin a esto.
El suelo está helado como me temo, así que con medias avanzo por el corredor a oscuras y tanteo la pared al tener que bajar la escalera. La cocina está a la izquierda ¿o la derecha? Tropiezo con una caja de cartón y la empujo con mi pie, nada me detiene en mi camino a la heladera y toda mi ilusión decae cuando al abrir la puerta de un tirón, la encuentro llena con lo imprescindible, nada extraordinario. En esta casa no hay elfos para darme berenjenas bañadas en caramelo si así lo quiero, y con toda mi fuerza de voluntad, me recuerdo que no quiero elfos domésticos, me convenzo de que puedo salir de este apuro. Reviso en la alacena hasta dar con un paquete de harina, de la heladera saco algunos huevos, sé que algo se hace con estas cosas. Necesito buscar la receta y no tengo a mano donde hacerlo, menos un manual, que salvo la camiseta que llevo puesta no cargo con nada más, y eso explicaría también por qué tenía frío. ¡Por favor! ¿Qué tan difícil puede ser esto? Es solo una mezcla de nada para hacer una masa que luego tengo que cocinar. Lo han hecho otras personas antes que yo, millones de personas, ¿por qué yo no podría? Soy yo contra un paquete de harina y un par de huevos, ¡oh, vamos! ¡Puedo con esto!
—Hans…— susurro, moviendo su hombro con una suavidad que duda entre despertarlo o dejar que siga su sueño. —¿Hans?— repito, con mis rodillas hundidas en el centro del colchón e inclinada a medias sobre él que está durmiendo de lado, su espalda hacia mí. Sacudo su hombro con un poco más de brusquedad. —Hans— mi voz sube a un tono más grave, me estoy impacientando. —¡Hans!— lo llamo de una buena vez, para interrumpir lo que sea que lo tiene durmiendo tan profundamente. ¡Qué si está bosquejando reformas legales en sus sueños, lo voy a…! —Hans, despierta. ¡Es una emergencia!—. Por si no ha quedado claro, lo dejo saber con la evidente urgencia que me tiene sacudiéndolo. Cuando creo que se ha espabilado lo suficiente, que no le doy más que unos segundos para que se recupere y que recuerde donde estamos, por qué no estamos en su mansión en la isla, entonces pregunto: —¿Sabes hacer panqueques?
En los últimos días no estoy notando la cantidad de sueño acumulado que cargo sobre los hombros, el suficiente como para tocar el colchón y caer dormido en pocos minutos. La cercanía del invierno no es de ayuda, el calor de las mantas se vuelve una barrera difícil de superar e, incluso cuando la casa es nueva y no reconozco los sonidos de sus rincones, me encuentro a mí mismo seguro y tranquilo, posiblemente porque se siente bien el haber resuelto una de las tantas cosas que se han sumado a una interminable lista ahora que tenemos que preparar nuestras vidas a la llegada de un nuevo integrante. Quizá es la profundidad en la que he caído la que no me permite reconocer la voz que me llama de algún punto distante, solo atino a retorcerme un poco en mi lugar y creo que el brazo que tengo por debajo de la almohada se aferra a ésta con mayor fuerza, haciendo que gire el rostro para frotar la mejilla en la tela hasta esconder la nariz en la misma. Es la sacudida, un poco más brusca, la que consigue que gire de muy mala gana, con un quejido que delata lo rasposa que aún siento la garganta — ¿De qué estás hablando? — balbuceo. Que califique “emergencia”, por favor.
Me cuesta horrores el abrir los ojos, me paso las manos por la cara y tardo un segundo en darme cuenta de que no puedo verla con claridad porque sigue siendo de noche. Tengo el impulso dormido de chequear el reloj de la mesa de luz, pero entonces me recuerdo que esta no es mi casa y dicho aparatito aquí aún no ha sido colocado. Me estoy frotando los ojos con los nudillos cuando la palabra “panqueques” hace su aparición y creo que le estoy frunciendo el ceño, no estoy seguro — ¿Tienes hambre, es eso? — sé que las embarazadas hambrientas son un problema, pero no sé que puedo hacer por ello. Ni siquiera recuerdo la última vez que preparé algo así, debieron pasar años — Búscalo en internet o come cualquier otra cosa. Estoy seguro de que Meerah dejó unas galletas en mi maletín esta mañana — y si no lo hizo, tampoco voy a ponerme a pensar demasiado ni le voy a mandar un mensaje para preguntárselo. ¿Cuánto falta para el amanecer?
El cansancio me obliga a cerrar los ojos una vez más y me acomodo, volviendo a girar para darle la espalda hasta ponerme panza abajo. Uno de los brazos se me cae por el costado de la cama y suspiro con algo de fuerza — Creo que hay sobras de la cena. ¿Por qué quieres panqueques, de todos modos? Creo que no hay con qué rellenarlos — al menos que haya hecho las compras en medio de la mudanza, pero ahí ya no me meto. Quizá estoy arriesgando mi pellejo con esto, pero es que estoy demasiado calentito.
Me cuesta horrores el abrir los ojos, me paso las manos por la cara y tardo un segundo en darme cuenta de que no puedo verla con claridad porque sigue siendo de noche. Tengo el impulso dormido de chequear el reloj de la mesa de luz, pero entonces me recuerdo que esta no es mi casa y dicho aparatito aquí aún no ha sido colocado. Me estoy frotando los ojos con los nudillos cuando la palabra “panqueques” hace su aparición y creo que le estoy frunciendo el ceño, no estoy seguro — ¿Tienes hambre, es eso? — sé que las embarazadas hambrientas son un problema, pero no sé que puedo hacer por ello. Ni siquiera recuerdo la última vez que preparé algo así, debieron pasar años — Búscalo en internet o come cualquier otra cosa. Estoy seguro de que Meerah dejó unas galletas en mi maletín esta mañana — y si no lo hizo, tampoco voy a ponerme a pensar demasiado ni le voy a mandar un mensaje para preguntárselo. ¿Cuánto falta para el amanecer?
El cansancio me obliga a cerrar los ojos una vez más y me acomodo, volviendo a girar para darle la espalda hasta ponerme panza abajo. Uno de los brazos se me cae por el costado de la cama y suspiro con algo de fuerza — Creo que hay sobras de la cena. ¿Por qué quieres panqueques, de todos modos? Creo que no hay con qué rellenarlos — al menos que haya hecho las compras en medio de la mudanza, pero ahí ya no me meto. Quizá estoy arriesgando mi pellejo con esto, pero es que estoy demasiado calentito.
¡Todo! ¡Todo tengo que explicarle! El bufido que sale de mis labios por su petición a que explique en qué consiste mi emergencia, en vez de ponerse inmediatamente de pie como por lo general las cosas que son urgentes lo requieren, es seguido por un cambio en mi semblante que me tiene arrugando la frente en respuesta a su ceño fruncido. —Tenemos hambre— aclaro, enfatizando el plural para hacerle saber que no es cosa mía, que no es el hambre vulgar y corriente de todos los días de hace treinta años, sino uno distinto y que si no me deja dormir a mí por las madrugadas, tampoco a él. Es su hijo el que tiene hambre a estas horas de panqueques con grageas picantes y miel, se tiene que hacer cargo y si sabe hacer tostadas, ¿por qué no haría panqueques? ¡Si son casi lo mismo! Todo lo que tiene que hacer es levantarse de la cama, poner un pie tras otro hacia la cocina, yo puedo romper los huevos si quiere, tengo talento en eso, y que él se encargue de la sartén. En una hora o dos podremos estar durmiendo los tres con el estómago en paz.
—¿Galletas… en… tu maletín?— respondo con la voz hueca, mi mano que cae sobre la sábana cuando se da la vuelta, se espesa el aire a mi alrededor y todo lo que dice después llega a mis oídos como una cosa tras otra que intensifica la presión de algo que está a punto de explotar. ¿Sobras de la cena? ¿No hay relleno para panqueques? ¡¿No habrá panqueques?! Dentro de mi mente, todas mis neuronas están tratando de mantener el control racional de mis actos en tanto tratan de asimilar que no habrá panqueques, no salen aún de su estado de estupefacción, que la hormona líder de las otras mil grita pidiendo la cabeza de Hans y la corean todas las demás. ¡Es que voy a matarlo! Está oscuro, estamos solos en esta casa, puedo asesinarlo y tirar su cadáver al mar, salir impune de todo esto. Y si preguntan, ¡diré que se atoró con una de sus benditas galletas! ¡No me lo puedo creer! ¡Me manda a comer galletas! Salgo de la cama con tal desorden que hago un alboroto con las sábanas y cuando tengo mis pies en el suelo, me lo pienso dos veces antes de tomar la manta con la que se abriga con mis manos y tirar de esta. —¡Ya verás cuando tu hijo te salga con cara de panqueque! Te vas a lamentar y yo te voy a decir ¡JA! ¡Eso es porque no me hiciste panqueques cuando te lo pedí!— grito, cubriendo mis hombros con la manta para llevarla conmigo, arrastrándola por el suelo, y si no es mi hambre lo que le quita el sueño, que sea el frío. —¡Y luego todos en la escuela le dirán panqueque!— sigo gritando desde el pasillo, está tan oscuro que vuelvo a chocar con la misma caja de hace un rato. —¡Y será tu culpa!
A mi salida furiosa del dormitorio procede una orquesta de sonidos metálicos en la cocina, cuando no uso más que la tercera parte de los utensilios que hago chocar entre sí para conseguir el efecto ensordecer, y todo se interrumpe de pronto haciendo que el silencio se instale en toda la casa, tan pesado y tan grave que es indicio de que algo muy malo ha ocurrido. La alarma de incendios suena mucho más fuerte de lo que podría haber conseguido golpeando una cacerola con una cuchara, y en dos minutos estoy sujetándome con mis manos al umbral de la puerta del dormitorio, después de una carrera frenética por la escalera. —¡Listo!— suelto en una exhalación con el poco aire que retengo en mis pulmones. —Se prendió fuego la cocina, ¿ya estás contento?—. Quizás no es lo que dice un incendio en toda regla, un fuego de verdad, tal vez poco menos que una llama que se desprendió de la punta de mi varita, justo debajo de la alarma de incendios para que éstas suenen con la urgencia necesaria para lograr que el ministro que pretende instalar leyes sobre dar galletas a embarazadas se levante de la cama.
—¿Galletas… en… tu maletín?— respondo con la voz hueca, mi mano que cae sobre la sábana cuando se da la vuelta, se espesa el aire a mi alrededor y todo lo que dice después llega a mis oídos como una cosa tras otra que intensifica la presión de algo que está a punto de explotar. ¿Sobras de la cena? ¿No hay relleno para panqueques? ¡¿No habrá panqueques?! Dentro de mi mente, todas mis neuronas están tratando de mantener el control racional de mis actos en tanto tratan de asimilar que no habrá panqueques, no salen aún de su estado de estupefacción, que la hormona líder de las otras mil grita pidiendo la cabeza de Hans y la corean todas las demás. ¡Es que voy a matarlo! Está oscuro, estamos solos en esta casa, puedo asesinarlo y tirar su cadáver al mar, salir impune de todo esto. Y si preguntan, ¡diré que se atoró con una de sus benditas galletas! ¡No me lo puedo creer! ¡Me manda a comer galletas! Salgo de la cama con tal desorden que hago un alboroto con las sábanas y cuando tengo mis pies en el suelo, me lo pienso dos veces antes de tomar la manta con la que se abriga con mis manos y tirar de esta. —¡Ya verás cuando tu hijo te salga con cara de panqueque! Te vas a lamentar y yo te voy a decir ¡JA! ¡Eso es porque no me hiciste panqueques cuando te lo pedí!— grito, cubriendo mis hombros con la manta para llevarla conmigo, arrastrándola por el suelo, y si no es mi hambre lo que le quita el sueño, que sea el frío. —¡Y luego todos en la escuela le dirán panqueque!— sigo gritando desde el pasillo, está tan oscuro que vuelvo a chocar con la misma caja de hace un rato. —¡Y será tu culpa!
A mi salida furiosa del dormitorio procede una orquesta de sonidos metálicos en la cocina, cuando no uso más que la tercera parte de los utensilios que hago chocar entre sí para conseguir el efecto ensordecer, y todo se interrumpe de pronto haciendo que el silencio se instale en toda la casa, tan pesado y tan grave que es indicio de que algo muy malo ha ocurrido. La alarma de incendios suena mucho más fuerte de lo que podría haber conseguido golpeando una cacerola con una cuchara, y en dos minutos estoy sujetándome con mis manos al umbral de la puerta del dormitorio, después de una carrera frenética por la escalera. —¡Listo!— suelto en una exhalación con el poco aire que retengo en mis pulmones. —Se prendió fuego la cocina, ¿ya estás contento?—. Quizás no es lo que dice un incendio en toda regla, un fuego de verdad, tal vez poco menos que una llama que se desprendió de la punta de mi varita, justo debajo de la alarma de incendios para que éstas suenen con la urgencia necesaria para lograr que el ministro que pretende instalar leyes sobre dar galletas a embarazadas se levante de la cama.
Juro que nada de lo que dice sirve como para despertarme y paso de preocuparme por su tono indignado con respecto a las galletas; no es hora para este tipo de reclamos que posiblemente me traigan algún malestar en la mañana. ¿Ven? Estas cosas cuando estaba soltero y sin hijos no me pasaban. No es una queja, es una observación. La estoy poniendo en mute cuando el tirón de las sábanas me deja sin abrigo, lo que me produce un sonido de queja al hacerme bolita en un intento de mantener el calor corporal. Esta no es mi casa, los calzoncillos y la camiseta que llevaba debajo de la camisa del traje no sirve de mucho contra el frío costero y no tengo más abrigo que ponerme, lo que me hace maldecir entre dientes en lo que ella anda gritando idioteces por el pasillo — ¡Lo que dices no tiene nada de sentido! — le acuso, apenas recuperando la voz como para hacerla llegar a donde sea que esté. Da igual, por lo que puedo distinguir se ha puesto a luchar en la cocina y me acomodo con la fina sábana, que no sirve de nada, para tratar de seguir durmiendo. No sé de dónde saco la ridícula idea de que eso es una opción para ella.
El pitido que reconozco como una alarma hace que abra los ojos de sopetón, pero me quedo quieto hasta que ella aparece en la puerta y sus palabras amenazan con despertar una ira que no sabía que podía tener con la mitad del cuerpo dormido — ¿Y esa es mi culpa porque...? — espeto, casi notando un tic en el ojo — ¡Solo tenías que aguantarte un rato, por todos los cielos! — empujo las sábanas con fuerza, tanteo hasta dar con mi varita y salgo disparado hacia la puerta, pasando por su lado sin siquiera mirarla. No conozco del todo esta casa así que tropiezo un par de veces hasta llegar a la luz encendida de la cocina, aunque no hay siquiera olor a humo y lo único que veo es la alarma chillando en el techo. Me freno en seco en el marco de la entrada, tomando dos segundos para atar cabos y me decido, en segundos, que voy a matarla. Si vuelve a quejarse de que la llamo caprichosa, le recordaré este preciso instante.
Me basta una sacudida de la varita para que el sonido deje de romperme los tímpanos, pero me quedo callado y apoyado contra la pared hasta que me percato de que la tengo al lado. La mandíbula tensa delata que estoy masticando un par de palabras que crearían un caos, así que respiro con fuerza para relajarme — ¿Era necesario todo el espectáculo o podrías siquiera haber buscado en internet cómo encender una hornalla? — le espeto. Le quito la manta de un tirón, me envuelvo con ella y me apoyo en la mesada con toda la dignidad que poseo, resignado a que ya me he despertado — Los panqueques son mezclar huevo, harina, leche y manteca, solo eso. No recuerdo las medidas, pero voy a quedarme aquí solo supervisando que no hagas un desastre. ¿De verdad no puedes comer otra cosa o vas a seguir haciendo escándalo hasta que tengas lo que quieres? Porque yo tengo sueño — y mañana me espera una larga jornada, para variar.
El pitido que reconozco como una alarma hace que abra los ojos de sopetón, pero me quedo quieto hasta que ella aparece en la puerta y sus palabras amenazan con despertar una ira que no sabía que podía tener con la mitad del cuerpo dormido — ¿Y esa es mi culpa porque...? — espeto, casi notando un tic en el ojo — ¡Solo tenías que aguantarte un rato, por todos los cielos! — empujo las sábanas con fuerza, tanteo hasta dar con mi varita y salgo disparado hacia la puerta, pasando por su lado sin siquiera mirarla. No conozco del todo esta casa así que tropiezo un par de veces hasta llegar a la luz encendida de la cocina, aunque no hay siquiera olor a humo y lo único que veo es la alarma chillando en el techo. Me freno en seco en el marco de la entrada, tomando dos segundos para atar cabos y me decido, en segundos, que voy a matarla. Si vuelve a quejarse de que la llamo caprichosa, le recordaré este preciso instante.
Me basta una sacudida de la varita para que el sonido deje de romperme los tímpanos, pero me quedo callado y apoyado contra la pared hasta que me percato de que la tengo al lado. La mandíbula tensa delata que estoy masticando un par de palabras que crearían un caos, así que respiro con fuerza para relajarme — ¿Era necesario todo el espectáculo o podrías siquiera haber buscado en internet cómo encender una hornalla? — le espeto. Le quito la manta de un tirón, me envuelvo con ella y me apoyo en la mesada con toda la dignidad que poseo, resignado a que ya me he despertado — Los panqueques son mezclar huevo, harina, leche y manteca, solo eso. No recuerdo las medidas, pero voy a quedarme aquí solo supervisando que no hagas un desastre. ¿De verdad no puedes comer otra cosa o vas a seguir haciendo escándalo hasta que tengas lo que quieres? Porque yo tengo sueño — y mañana me espera una larga jornada, para variar.
¿Siquiera tiene que preguntarlo? Mi mirada cae sobre él, todavía aferrado a la almohada de la cama, preguntándole con mis ojos acusadores qué está esperando para saltar de las sábanas y encargarse de un fuego que podría ser real, si hubiera cedido al mal humor de mis hormonas. Fui racional al final de todo, que la casa es nueva como para arder en una primera discusión. Desprenderse de las sábanas será lo complicado, una vez fuera de éstas me encargaré de que no vuelva. Lo que es un poco irónico a estas alturas si me lo planteo, pero no puedo detenerme a pensar en ironías si está camino a la cocina y tengo que colocar los ingredientes en sus manos para recordarle lo que tiene que hacer, el motivo real por el cual lo necesito ahí. Estrujo los bordes de la manta con mis dedos, reacomodándola sobre mis hombros y cerrándola por delante de mi pecho, y como si se tratara de una majestuosa capa desciendo por los peldaños de la escalera cuidando que no se me enrienden los pies en la tela. Me detengo a su lado en la cocina con una sonrisa triunfal y libre de remordimientos, de quien ha conseguido lo que quiere. Las alarmas están silenciadas, las paredes se ven mucho más blancas con la intensidad de los focos y el contraste de la oscuridad a través de los cristales, si hasta el mar se ve negro, arrastrándose a la orilla con una marea suave.
—Sé prender una hornalla, ¿sabes?— le aclaro, imitando su tonito enojado. Piso con fuerza hacia la cocina al quedar libre del peso de la manta que me ha quitado para envolverse como a mí me gustaría que queden envueltos mis panqueques, que no se harán de la nada. Reviso los botones y perillas a la vista, cubriéndolas con mi cuerpo así no puede ver más que mi espalda, y cuando se escucha el chasquido de la hornalla al encenderse, me giro para dedicarle mi sonrisa más socarrona, con una mano en mi cadera. —¿Ves?— me burlo, uso la otra mano para enseñar la llama y en el mismo tono, continúo: —¡Oh, Magia!—. Si, bien, mi yo de cinco años se siente muy orgullosa de la adulta en la que me he convertido. Pasemos a lo importante, que tengo todo lo que me pide sobre la mesada y me falta lo más importante: que lo haga él. —¿Tengo que hacerlo yo?— repito, es tal mi incredulidad que dejo correr lo que dice después. Me llevo una mano al pecho, la sorpresa está patente en cada facción de mi rostro. —¿Yo?— vuelvo a balbucear, y no dejo correr nada: —Y discúlpame, ¿me estás llamando caprichosa? No me lo puedo creer…
Está indignación está logrando que me sulfure y me impida quedarme quieta, que tengo que hacer algo con mis manos, si no es cerrarse alrededor de su garganta, al menos que sea rompiendo huevos. Boqueo como si me faltara el aire, me atraganto con un par de réplicas que no llego a pronunciar, aprieto con fuerza mi mandíbula y revuelvo con alboroto los recipientes que dejé desperdigados por ahí hasta dar con un bowl. Estrello los huevos para empezar a batirlos con una cuchara que agarro al vuelo, que podría hacerlo con mi varita, pero me viene bien para relajar la tensión nerviosa en mi cuerpo. —Mira, Hans Powell…— lo enfrento recargando mi cadera contra el borde de la mesada, rodeando el bowl con un brazo para tenerlo sujeto y moviendo con rapidez mi muñeca hasta marear a las claras. —Siento que estoy poniendo mucho de mí en este embarazo y no estás colaborando en la misma medida. Yo pongo mi vientre por nueve meses. A ti solo te toca hacer panqueques… y no quieres hacerlo. Yo vomitaba todo lo que desayunaba las primeras semanas, y ahora que todo lo que quiero es un antojo de nada, me pones a cocinar a mí. ¿No te parece un poco abusivo?— le acerco el bowl para que pueda inspeccionar el contenido y le consulto: —¿Así está bien o sigo batiendo?
—Sé prender una hornalla, ¿sabes?— le aclaro, imitando su tonito enojado. Piso con fuerza hacia la cocina al quedar libre del peso de la manta que me ha quitado para envolverse como a mí me gustaría que queden envueltos mis panqueques, que no se harán de la nada. Reviso los botones y perillas a la vista, cubriéndolas con mi cuerpo así no puede ver más que mi espalda, y cuando se escucha el chasquido de la hornalla al encenderse, me giro para dedicarle mi sonrisa más socarrona, con una mano en mi cadera. —¿Ves?— me burlo, uso la otra mano para enseñar la llama y en el mismo tono, continúo: —¡Oh, Magia!—. Si, bien, mi yo de cinco años se siente muy orgullosa de la adulta en la que me he convertido. Pasemos a lo importante, que tengo todo lo que me pide sobre la mesada y me falta lo más importante: que lo haga él. —¿Tengo que hacerlo yo?— repito, es tal mi incredulidad que dejo correr lo que dice después. Me llevo una mano al pecho, la sorpresa está patente en cada facción de mi rostro. —¿Yo?— vuelvo a balbucear, y no dejo correr nada: —Y discúlpame, ¿me estás llamando caprichosa? No me lo puedo creer…
Está indignación está logrando que me sulfure y me impida quedarme quieta, que tengo que hacer algo con mis manos, si no es cerrarse alrededor de su garganta, al menos que sea rompiendo huevos. Boqueo como si me faltara el aire, me atraganto con un par de réplicas que no llego a pronunciar, aprieto con fuerza mi mandíbula y revuelvo con alboroto los recipientes que dejé desperdigados por ahí hasta dar con un bowl. Estrello los huevos para empezar a batirlos con una cuchara que agarro al vuelo, que podría hacerlo con mi varita, pero me viene bien para relajar la tensión nerviosa en mi cuerpo. —Mira, Hans Powell…— lo enfrento recargando mi cadera contra el borde de la mesada, rodeando el bowl con un brazo para tenerlo sujeto y moviendo con rapidez mi muñeca hasta marear a las claras. —Siento que estoy poniendo mucho de mí en este embarazo y no estás colaborando en la misma medida. Yo pongo mi vientre por nueve meses. A ti solo te toca hacer panqueques… y no quieres hacerlo. Yo vomitaba todo lo que desayunaba las primeras semanas, y ahora que todo lo que quiero es un antojo de nada, me pones a cocinar a mí. ¿No te parece un poco abusivo?— le acerco el bowl para que pueda inspeccionar el contenido y le consulto: —¿Así está bien o sigo batiendo?
— Increíble, desbloqueaste el nivel hornalla. Ahora te toca saber darle uso — tomo venganza de su tonito burlón haciendo una vaga imitación del mismo, me envuelvo un poco mejor en la manta y estoy seguro de que parezco un largo burrito enfurruñado en el rincón de la cocina. Su pregunta me causa cierta incredulidad, la suficiente como para arquear una rápida ceja en su dirección como mera respuesta — No estaré aquí siempre que quieras panqueques, así que deberías aprender a hacerlos… ¿No? — lo comento como si fuese la idea más lógica del mundo, que en cierto modo no estoy errado. Y con respecto a llamarla caprichosa… me encojo de hombros porque sí, lo estoy haciendo, una vez más. Ya tuvimos una conversación sobre las cosas que nos molestan del otro, no tenemos por qué volver a pasar por esto cuando es obvio que ninguno se encuentra de buen humor.
En lo que ella se pone a cocinar, yo empiezo a bostezar y ni me molesto en cubrirme la boca. Que me llame por mi nombre y apellido como siempre que quiere reprocharme algo hace que mis ojos la busquen con el cansancio reluciendo en cada rincón, sin querer saber si lo está diciendo en serio o es una de sus extrañas bromas. Quizá por eso tardo un momento en contestar, el suficiente como apenas echarle una ojeada a sus huevos batidos — Echa el resto y mezcla hasta que no queden grumos. La manteca debe estar derretida y procura no pasarte en cantidad, porque estarás haciendo panqueques hasta pasado mañana — empujo el bowl hacia ella con un dedo y poco me tardo en volver a esconder la mano debajo de la manta — ¿Vas a jugar la carta de hacer todo el trabajo durante los dos trimestres que faltan? Porque no me molesta cocinar, salvo que ahora son… — me giro, buscando el microondas cuyo reloj titila a una distancia decente como para chequear los números — las jodidas tres de la mañana. En serio, Scott… ¿No podías tener un antojo mucho menos elaborado?
Como no puedo quedarme de pie sin hacer nada por mucho tiempo, tengo al menos la decencia de moverme y acomodo la manta como una especie de capa para tener las manos en libertad. Me cuesta horrores encontrar un platillo profundo que me permita colocar un trozo de manteca y, con la varita, lo derrito en un santiamén para tendérselo — ¿Recuerdas donde estaba el control del sistema de calefacción? Se me está congelando hasta el estómago — no pintaba que iba a hacer tanto frío esta noche, así que ni me he molestado en consultarlo en cuanto llegué hace unas horas. Con echar un vistazo alrededor, reparo en que aún quedan algunas cajas y recuerdo una de mis dudas — ¿Con qué piensas rellenarlos? No saldré a conseguir jalea a estas horas, no debe haber nada abierto — no hablemos de que no pienso ir a molestar a mi hermana o nuestros amigos por sus antojos. Solo por si las dudas, pongo mi mejor cara de inocente palomita — Siempre quedan las galletas.
En lo que ella se pone a cocinar, yo empiezo a bostezar y ni me molesto en cubrirme la boca. Que me llame por mi nombre y apellido como siempre que quiere reprocharme algo hace que mis ojos la busquen con el cansancio reluciendo en cada rincón, sin querer saber si lo está diciendo en serio o es una de sus extrañas bromas. Quizá por eso tardo un momento en contestar, el suficiente como apenas echarle una ojeada a sus huevos batidos — Echa el resto y mezcla hasta que no queden grumos. La manteca debe estar derretida y procura no pasarte en cantidad, porque estarás haciendo panqueques hasta pasado mañana — empujo el bowl hacia ella con un dedo y poco me tardo en volver a esconder la mano debajo de la manta — ¿Vas a jugar la carta de hacer todo el trabajo durante los dos trimestres que faltan? Porque no me molesta cocinar, salvo que ahora son… — me giro, buscando el microondas cuyo reloj titila a una distancia decente como para chequear los números — las jodidas tres de la mañana. En serio, Scott… ¿No podías tener un antojo mucho menos elaborado?
Como no puedo quedarme de pie sin hacer nada por mucho tiempo, tengo al menos la decencia de moverme y acomodo la manta como una especie de capa para tener las manos en libertad. Me cuesta horrores encontrar un platillo profundo que me permita colocar un trozo de manteca y, con la varita, lo derrito en un santiamén para tendérselo — ¿Recuerdas donde estaba el control del sistema de calefacción? Se me está congelando hasta el estómago — no pintaba que iba a hacer tanto frío esta noche, así que ni me he molestado en consultarlo en cuanto llegué hace unas horas. Con echar un vistazo alrededor, reparo en que aún quedan algunas cajas y recuerdo una de mis dudas — ¿Con qué piensas rellenarlos? No saldré a conseguir jalea a estas horas, no debe haber nada abierto — no hablemos de que no pienso ir a molestar a mi hermana o nuestros amigos por sus antojos. Solo por si las dudas, pongo mi mejor cara de inocente palomita — Siempre quedan las galletas.
Puede mofarse de mi toda la madrugada si quiere, que a diferencia de él no tengo una pizca de sueño y puedo improvisar todas las respuestas que hagan falta para devolverle la burla, pero me hace callar con un simple comentario, que por poco me quita todo el ánimo de bromear. Prenso mis labios en una línea de rotundo silencio para no darle la razón sobre que no estará aquí todas las veces que me surja un antojo, que no lo había pensado así cuando hablamos de que una casa en otro distrito era un buen plan, y mucho tenía que ver con mi propia incomodidad de estar en la isla de los ministros, que mi idea de casa no congeniaba con mi departamento en el seis ni con la mansión. Pero se suponía que íbamos a estar en un lado y el otro, moviéndonos todo el tiempo, no me detuve a pensar en lo que sería de mis ratos a solas, en los que siempre me encontré a gusto, salvo por estas cosas que quizás están hechas para ser de a dos. Y él estará ausente, es consciente de esto y me instruye para subsistir por mi cuenta. — Más despacio, master chef. No me abrumes de indicaciones— lo detengo, en tanto recupero mi bowl con los huevos batidos, a lo que agrego los otros ingredientes midiendo con la precisión que uso para mi trabajo, de algo me tienen que servir tantas matemáticas.
—¿En serio crees que puedo quedarme panzona y callada en una esquina por nueve meses y hablar solo para decirte que todo está bien, que las náuseas me han dejado recuerdos encantadores, casi tan dulces como el necesitar un baño cada cinco minutos, y que no te preocupes, que sigas con lo tuyo, mientras lloro porque vi un estúpido video de un patito que fue adoptado por una perra y sus cachorros?— pregunto, descargando la harina en la fuente hasta que creo que es suficiente y vuelvo a tomar la cuchara para continuar revolviendo la mezcla. Sin grumos, entendido. —Usaré la carta de que hago todo el trabajo y también todas las otras cartas del mazo— digo, la cuchara va ganando velocidad al poder unirlo todo. —La de que yo no elijo la hora, yo no elijo el menú. Hay alguien mucho más caprichoso que yo y es quien te ha hecho levantar a estas horas de la cama, cuando lo único que querías era dormir, ¿sabes de quien se trata?— inquiero. Desvío mi mirada de la mezcla para posar mis ojos en él con una sonrisa burlesca. —Tu hijo. Porque durante la madrugada es tu hijo, así que no me digas Scott con ese tonito de reproche, porque es culpa de la pequeña cosa Powell de la que me hago cargo veinticuatro horas, siete días a la semana.
Me encojo de hombros para hacerle saber que desconozco donde se encontrará el tablero de control, sin abandonar mi trabajo en el que estoy involucrada con todo mi esmero, porque no quiero que se inmiscuya ni un grumo en mi propósito de comer panqueques antes del amanecer. La manteca de la que me había olvidado también cae para ser parte de la masa que se va formando. —Con grageas— contesto, me detengo cuando se niega a ir a una tienda para comprar jalea, porque este hombre es pura negación en persona. No iré, no lo haré, no, no, no. Se salva de que por puro berrinche le diga que quiero jalea, por la idea que acaba de darme. —¡Eso es! ¡Haremos panqueques con grageas y galletas! ¡Y caramelo!— Porque con algo hay que bañar las grageas y galletas, ¿no? Suelto el bowl con la mezcla sobre la mesada para ir a revolver en una de las cajas que están sobre la mesa circular que ocupa un rincón de la cocina. —Yo haré el caramelo, no te sientas obligado. Ya soy casi una profesional en esto— presumo, más no sea para demostrarle que puedo hacerlo por mi cuenta. Del interior de la caja saco tres bolsas medianas rellenas de grageas. — ¿Dónde están tus galletas?— pregunto, así podemos tener lo que es nuestro relleno al alcance de la mano, pero lo detengo antes de que vaya a buscarlas. —¡Espera! ¡Espera! ¿Qué tengo que hacer ahora con la mezcla?— ¡Lo importante! ¿Cómo demonios se cocinan estas cosas?
—¿En serio crees que puedo quedarme panzona y callada en una esquina por nueve meses y hablar solo para decirte que todo está bien, que las náuseas me han dejado recuerdos encantadores, casi tan dulces como el necesitar un baño cada cinco minutos, y que no te preocupes, que sigas con lo tuyo, mientras lloro porque vi un estúpido video de un patito que fue adoptado por una perra y sus cachorros?— pregunto, descargando la harina en la fuente hasta que creo que es suficiente y vuelvo a tomar la cuchara para continuar revolviendo la mezcla. Sin grumos, entendido. —Usaré la carta de que hago todo el trabajo y también todas las otras cartas del mazo— digo, la cuchara va ganando velocidad al poder unirlo todo. —La de que yo no elijo la hora, yo no elijo el menú. Hay alguien mucho más caprichoso que yo y es quien te ha hecho levantar a estas horas de la cama, cuando lo único que querías era dormir, ¿sabes de quien se trata?— inquiero. Desvío mi mirada de la mezcla para posar mis ojos en él con una sonrisa burlesca. —Tu hijo. Porque durante la madrugada es tu hijo, así que no me digas Scott con ese tonito de reproche, porque es culpa de la pequeña cosa Powell de la que me hago cargo veinticuatro horas, siete días a la semana.
Me encojo de hombros para hacerle saber que desconozco donde se encontrará el tablero de control, sin abandonar mi trabajo en el que estoy involucrada con todo mi esmero, porque no quiero que se inmiscuya ni un grumo en mi propósito de comer panqueques antes del amanecer. La manteca de la que me había olvidado también cae para ser parte de la masa que se va formando. —Con grageas— contesto, me detengo cuando se niega a ir a una tienda para comprar jalea, porque este hombre es pura negación en persona. No iré, no lo haré, no, no, no. Se salva de que por puro berrinche le diga que quiero jalea, por la idea que acaba de darme. —¡Eso es! ¡Haremos panqueques con grageas y galletas! ¡Y caramelo!— Porque con algo hay que bañar las grageas y galletas, ¿no? Suelto el bowl con la mezcla sobre la mesada para ir a revolver en una de las cajas que están sobre la mesa circular que ocupa un rincón de la cocina. —Yo haré el caramelo, no te sientas obligado. Ya soy casi una profesional en esto— presumo, más no sea para demostrarle que puedo hacerlo por mi cuenta. Del interior de la caja saco tres bolsas medianas rellenas de grageas. — ¿Dónde están tus galletas?— pregunto, así podemos tener lo que es nuestro relleno al alcance de la mano, pero lo detengo antes de que vaya a buscarlas. —¡Espera! ¡Espera! ¿Qué tengo que hacer ahora con la mezcla?— ¡Lo importante! ¿Cómo demonios se cocinan estas cosas?
Sospecho que estoy desarrollando una extraña habilidad para ignorar la mitad de las cosas que está diciendo y me han dicho que es algo muy normal cuando pasas tiempo siempre con una misma mujer. Debe ser porque no entiendo de dónde viene tanto dramatismo, porque es obvio por mi cara que no la veo tan gorda y tampoco voy que quejarme de sus nuevas curvas, así como tampoco puedo hacer nada en contra de todos los males que la atacan, porque no soy quien para ir contra la biología. — Oye, hablas como si yo hubiera hecho todo el trabajo. Te recuerdo que fuimos los dos los que tuvimos sexo sin protección por culpa de las drogas de tu casa — aprovecho a tirarle un poco la bola, solo porque sí — Dile a mi hijo de mi parte que su papá necesita descansar ahora, porque cuando nazca no va a pegar un ojo — creo que esa es una de las cosas que más miedo me dan. No sé tratar niños, mucho menos las dificultades que éstos llevan consigo.
Bien, debo encontrar el control de la calefacción si vamos a quedarnos aquí por vaya a saber cuánto tiempo más. Tengo intenciones de ponerme a buscarlo, pero el entusiasmo repentino de Scott me deja quieto en mi sitio, aferrado a la manta como si ésta fuese suficiente como para salvarme de sus ataques de locura hormonal — Yo no quise decir... — bah, no tiene sentido que explique que hablaba de las galletas por sí solas, porque lo que me esta planteando es un poco... — Es una mezcla algo asquerosa, ¿no crees? — aventuro. Al menos, que me pida ayuda con los panqueques me salva de una posible discusión sobre su horrible paladar y hago uso de un accio para atraer el control de mando. En segundos, la casa está empezando a calentarse y puedo dejar la manta sobre una de las sillas para evitar que nos quedemos aquí hasta el amanecer — Ya, verás que no es tan complicado.
Tomo un cucharón que me permite juntar algo de la mezcla que lanzo a la sartén y el aroma dulce no se demora en hacer acto de presencia, llenando la cocina de manera tal que ayuda a que me despierte un poco — Solo no pongas mucho, mi abuela decía que así se cocinaban mal. Y trata de despegar los bordes antes de darlo vuelta — ni siquiera sé cómo recuerdo eso. Las épocas donde pasaba tiempo con mi abuela quedaron muy atrás, especialmente aquellas en las cuales estuve solo y esa mujer era la única familia que me quedaba; vivía haciéndome panqueques y no puedo evitar preguntarme si no será algo genético. Tras dar vuelta la masa, le tiendo la cuchara y la espátula para que ella sea quien se haga cargo — Jamás te pregunté — es una duda repentina, posiblemente salida del hilo mental en el cual intenté conectar a mi familia — ¿Hay nombres que te gusten para el bebé? No hablamos de eso aún y siento que el tiempo está pasando rápido — hace nada estábamos discutiendo por si teníamos citas o no y ahora conseguimos una casa para tener una familia y cocinar panqueques. No hace falta que diga más.
Bien, debo encontrar el control de la calefacción si vamos a quedarnos aquí por vaya a saber cuánto tiempo más. Tengo intenciones de ponerme a buscarlo, pero el entusiasmo repentino de Scott me deja quieto en mi sitio, aferrado a la manta como si ésta fuese suficiente como para salvarme de sus ataques de locura hormonal — Yo no quise decir... — bah, no tiene sentido que explique que hablaba de las galletas por sí solas, porque lo que me esta planteando es un poco... — Es una mezcla algo asquerosa, ¿no crees? — aventuro. Al menos, que me pida ayuda con los panqueques me salva de una posible discusión sobre su horrible paladar y hago uso de un accio para atraer el control de mando. En segundos, la casa está empezando a calentarse y puedo dejar la manta sobre una de las sillas para evitar que nos quedemos aquí hasta el amanecer — Ya, verás que no es tan complicado.
Tomo un cucharón que me permite juntar algo de la mezcla que lanzo a la sartén y el aroma dulce no se demora en hacer acto de presencia, llenando la cocina de manera tal que ayuda a que me despierte un poco — Solo no pongas mucho, mi abuela decía que así se cocinaban mal. Y trata de despegar los bordes antes de darlo vuelta — ni siquiera sé cómo recuerdo eso. Las épocas donde pasaba tiempo con mi abuela quedaron muy atrás, especialmente aquellas en las cuales estuve solo y esa mujer era la única familia que me quedaba; vivía haciéndome panqueques y no puedo evitar preguntarme si no será algo genético. Tras dar vuelta la masa, le tiendo la cuchara y la espátula para que ella sea quien se haga cargo — Jamás te pregunté — es una duda repentina, posiblemente salida del hilo mental en el cual intenté conectar a mi familia — ¿Hay nombres que te gusten para el bebé? No hablamos de eso aún y siento que el tiempo está pasando rápido — hace nada estábamos discutiendo por si teníamos citas o no y ahora conseguimos una casa para tener una familia y cocinar panqueques. No hace falta que diga más.
Si me viene con argumentos de defensa que se remontan al origen de todo, puedo dar por terminada mi hora de quejas de embarazada, que si me meto en la discusión de que la culpa la tuvo su espermatozoide, dirá que mi óvulo también, en una rencilla de nunca acabar, que nos puede tener batiendo la mezcla de panqueques durante tres días. —Pues diría que la parte de hacer el trabajo es de la que justamente no me quejaría, es de las mejores en medio de todo lo que es hacer un bebé— apunto, que no hace falta ir tan lejos. Fueron semanas en las que mi cuerpo pasó por un caos de síntomas que me asaltaban en cualquier momento y lugar, en que todo a mi alrededor fue cambiando como si alguien más estuviera encargado de ir variando el montaje del escenario, mientras yo me quedaba dormida por nada y me sacudía por náuseas matutinas, nocturnas y vespertinas. De pronto estoy en una casa nueva, en una cocina diferente a la que compartimos durante el verano, en un distrito que no me esperaba, después de una serie de decisiones que tomé con mi propia voz y los síntomas se van suavizando. Estos días no me siento cansada, todo lo contrario, tengo mas energía de la conveniente y hasta podría prestarle un poco a Hans, que sí lo necesita.
—Bien— digo, que me use de intermediaria para comunicarse con el bebé me saca una risa fácil, que sé que es un chiste, pero lo hago formal, con el tono que usarían sus secretarias en la oficina, a viva voz en la cocina aprovechando que estamos solos en toda la casa. —Pequeño Powell, tengo un mensaje del ministro papá para usted. Quiere saber si pueden reprogramar sus citas de antojo a una hora más conveniente. Digamos que... eh, salir a comprar jalea a las tres de la mañana es un poco riesgoso en estos tiempos que corren—. No había pensando en esto, tendré que tener cuidado y resignarme a lo que haya en la heladera de ahora en más, en especial si estaré sola. Tendré que llenar la alacena de tonterías. ¿Y que si se le ocurre que quiere papas fritas y chocolate? ¿Anchoas con menta? ¿Qué si esto es un poco asqueroso? Solo un poco. —Te lo digo, yo no elijo el menú. De pronto me dan ganas terribles de comer algo y tengo que...— explico, la temperatura de la cocina cambia con la calefacción, que sumado al trabajo de estar revolviendo los ingredientes y saltar de un lado buscándolos, hace que palpe mis mejillas con el dorso de mi mano al percibir que se enrojecen. Tendré mejillas como bolas de Navidad para cuando llegue esa fecha con todo lo que como y además los platos imprevistos de madrugada.
-No digas que no es complicado. Soy yo, podría hacer de algo mínimo un verdadero desastre- le recuerdo, no hace falta. Me coloco detrás de su espalda para espiar como mueve la masa con la cuchara, tomando nota de los detalles, que por la diferencia de estaturas quedo a la altura de su brazo y tengo que moverlo un poco para poder ver. —De acuerdo, poca mezcla, cuidado con los bordes. Lo tengo— asiento con mi barbilla, no se ve difícil. —¡Ahora lo hago yo!— grito con la emoción de que los panqueques están tomando la forma de panqueques. Tomo posesión de la cuchara de mando y lo muevo con mis manos para que me deje el lugar frente a la sartén. Bien, aquí vamos... poca mezcla... ¡ah, maldición! Recojo con la cuchara el exceso y lo devuelvo al bowl. —¿Nombres?—. Tengo mis ojos puestos en la masa cuyos bordes no quiero que se peguen, que es como si acabara de preguntarme una ecuación en la que no puedo pensar en este momento, en el que estoy lidiando con algo más complejo. —No... no lo pensé... pensé que era demasiado pronto y pueden pasar muchas cosas...— reconozco. —Cuando le pones nombres a las cosas te encariñas y... nada—. Dejo la cuchara por un momento, a riesgo de que se eche a perder mi primer intento, y busco en el techo de la cocina alguna inspiración en cuanto a nombres para bebés, alguno que le quede bien a este algo que no sabemos cómo será y eso hace del trabajo de elegir un nombre una cuestión tan imprecisa. —¿Cómo se llamaba tu abuela?—, nos queda esa, ir haciendo un repaso de abuelos y tíos abuelos, si revisar el árbol genealógico no es un tema sensible. —¿Por qué no buscas sugerencias en internet?— propongo por si las dudas.
—Bien— digo, que me use de intermediaria para comunicarse con el bebé me saca una risa fácil, que sé que es un chiste, pero lo hago formal, con el tono que usarían sus secretarias en la oficina, a viva voz en la cocina aprovechando que estamos solos en toda la casa. —Pequeño Powell, tengo un mensaje del ministro papá para usted. Quiere saber si pueden reprogramar sus citas de antojo a una hora más conveniente. Digamos que... eh, salir a comprar jalea a las tres de la mañana es un poco riesgoso en estos tiempos que corren—. No había pensando en esto, tendré que tener cuidado y resignarme a lo que haya en la heladera de ahora en más, en especial si estaré sola. Tendré que llenar la alacena de tonterías. ¿Y que si se le ocurre que quiere papas fritas y chocolate? ¿Anchoas con menta? ¿Qué si esto es un poco asqueroso? Solo un poco. —Te lo digo, yo no elijo el menú. De pronto me dan ganas terribles de comer algo y tengo que...— explico, la temperatura de la cocina cambia con la calefacción, que sumado al trabajo de estar revolviendo los ingredientes y saltar de un lado buscándolos, hace que palpe mis mejillas con el dorso de mi mano al percibir que se enrojecen. Tendré mejillas como bolas de Navidad para cuando llegue esa fecha con todo lo que como y además los platos imprevistos de madrugada.
-No digas que no es complicado. Soy yo, podría hacer de algo mínimo un verdadero desastre- le recuerdo, no hace falta. Me coloco detrás de su espalda para espiar como mueve la masa con la cuchara, tomando nota de los detalles, que por la diferencia de estaturas quedo a la altura de su brazo y tengo que moverlo un poco para poder ver. —De acuerdo, poca mezcla, cuidado con los bordes. Lo tengo— asiento con mi barbilla, no se ve difícil. —¡Ahora lo hago yo!— grito con la emoción de que los panqueques están tomando la forma de panqueques. Tomo posesión de la cuchara de mando y lo muevo con mis manos para que me deje el lugar frente a la sartén. Bien, aquí vamos... poca mezcla... ¡ah, maldición! Recojo con la cuchara el exceso y lo devuelvo al bowl. —¿Nombres?—. Tengo mis ojos puestos en la masa cuyos bordes no quiero que se peguen, que es como si acabara de preguntarme una ecuación en la que no puedo pensar en este momento, en el que estoy lidiando con algo más complejo. —No... no lo pensé... pensé que era demasiado pronto y pueden pasar muchas cosas...— reconozco. —Cuando le pones nombres a las cosas te encariñas y... nada—. Dejo la cuchara por un momento, a riesgo de que se eche a perder mi primer intento, y busco en el techo de la cocina alguna inspiración en cuanto a nombres para bebés, alguno que le quede bien a este algo que no sabemos cómo será y eso hace del trabajo de elegir un nombre una cuestión tan imprecisa. —¿Cómo se llamaba tu abuela?—, nos queda esa, ir haciendo un repaso de abuelos y tíos abuelos, si revisar el árbol genealógico no es un tema sensible. —¿Por qué no buscas sugerencias en internet?— propongo por si las dudas.
Me contengo el impulso de bromear sobre el factor de que al final está haciendo uso de mi apellido y no del suyo para el bebé, quizá porque apenas contengo la sonrisa divertida ante su anuncio formal hacia una persona que no se ve, pero que ambos sabemos que está aquí. Tengo cientos de miedos en base a nuestro futuro hijo, pero también estoy seguro de que su existencia me regala una nueva calma, inesperada y completamente impensada. Mi refunfuño se opaca un poco, decido inmediatamente el seguir su juego — Si quieres también lo firmo, así es una petición un poco más formal a la cual no podrá negarse — como, aparentemente, yo tampoco podré negarme mucho que digamos a sus reclamos de embarazo. Hago una muequita que grita a los cuatro vientos que no discutiré, pero eso no significa que vaya a tomar todo esto con calma; lo que me falta es que interrumpa mis reuniones en reclamo de un platillo en especial.
— Eso es un buen punto — se lo concedo, no tengo pruebas pero tampoco dudas. Me veo empujado ante su repentino entusiasmo por hacer los panqueques y le cedo el control, aunque me quedo cruzado de brazos a su lado como si estuviera supervisando un trabajo de suma complejidad y no algo tan simple como esto. Y sí, sé que es demasiado pronto y aún tenemos mucho tiempo, ni siquiera lo había considerado hasta ahora, pero... — Scott... compramos una casa para este bebé... ¿Y dices que es arriesgado el pensar nombres? — una vez más, sospecho que no tiene sus prioridades muy bien organizadas. No me espero que pregunte por mi abuela, intento hacer memoria pero creo que no le he dicho mucho sobre ella — Prudence. Ella era la madre de mi madre, Penélope. Mamá fue quien insistió para que Phoebe y yo llevemos las iniciales de nuestros padres, un capricho — a veces me pregunto si de ella heredé el amor por el orden, incluso en los pequeños detalles. Mamá era una persona muy pulcra, en más de un sentido.
Ni siquiera lo pienso cuando pellizco el borde del panqueque ya preparado y me lo llevo a la boca, meneando la cabeza — Dudo que internet ayude. Siempre he sido más clásico, como que... no sé, me gustaría un nombre que signifique algo. Con Meerah no pude elegir así que... — no me disgusta su nombre, pero jamás le hubiera puesto Margaret por el simple hecho de que le pertenece a alguien más — ¿Que tal Gabriel o Christian? O Elena, o Jasmine si es niña ... — que sigo diciendo que será niño, pero ya. Solo por molesto controlador, le tomo la muñeca para ayudar a regular la cantidad de mezcla que pone en la sartén — Aunque tiene que tener un segundo nombre con la letra M. Todos los Powell lo tenemos, incluso Meerah — dudo mucho que Audrey lo haya hecho a propósito, pero es una buena casualidad.
— Eso es un buen punto — se lo concedo, no tengo pruebas pero tampoco dudas. Me veo empujado ante su repentino entusiasmo por hacer los panqueques y le cedo el control, aunque me quedo cruzado de brazos a su lado como si estuviera supervisando un trabajo de suma complejidad y no algo tan simple como esto. Y sí, sé que es demasiado pronto y aún tenemos mucho tiempo, ni siquiera lo había considerado hasta ahora, pero... — Scott... compramos una casa para este bebé... ¿Y dices que es arriesgado el pensar nombres? — una vez más, sospecho que no tiene sus prioridades muy bien organizadas. No me espero que pregunte por mi abuela, intento hacer memoria pero creo que no le he dicho mucho sobre ella — Prudence. Ella era la madre de mi madre, Penélope. Mamá fue quien insistió para que Phoebe y yo llevemos las iniciales de nuestros padres, un capricho — a veces me pregunto si de ella heredé el amor por el orden, incluso en los pequeños detalles. Mamá era una persona muy pulcra, en más de un sentido.
Ni siquiera lo pienso cuando pellizco el borde del panqueque ya preparado y me lo llevo a la boca, meneando la cabeza — Dudo que internet ayude. Siempre he sido más clásico, como que... no sé, me gustaría un nombre que signifique algo. Con Meerah no pude elegir así que... — no me disgusta su nombre, pero jamás le hubiera puesto Margaret por el simple hecho de que le pertenece a alguien más — ¿Que tal Gabriel o Christian? O Elena, o Jasmine si es niña ... — que sigo diciendo que será niño, pero ya. Solo por molesto controlador, le tomo la muñeca para ayudar a regular la cantidad de mezcla que pone en la sartén — Aunque tiene que tener un segundo nombre con la letra M. Todos los Powell lo tenemos, incluso Meerah — dudo mucho que Audrey lo haya hecho a propósito, pero es una buena casualidad.
Suelto la cuchara con la que me encargo de la mezcla para sostener el bowl y usar la otra para buscar la de Hans, colocándola sobre mi vientre con la palma abierta sobre la tela de camiseta, la cubro con la mía para su tacto haga presión y el bebé lo reconozca. —Ya está firmado— volteo mi rostro hacía él para que pueda ver la sonrisa que me cruza de una mejilla a la otra, más redondeadas de lo que está mi vientre, que no acompaña al resto de mi cuerpo en los cambios y se ve tan plano aún que cuesta imaginar que ahí hay un bebé caprichoso, que no respeta horarios para hacer sus exigencias. —Supongo que mañana sabremos su resolución— digo, liberándolo de mi agarre y recuperando la cuchara, que no tiene manera de hacernos llegar una respuesta, por el momento es algo así como un ser que está y no está. No es que sienta un vacío donde se supone que debe estar, pero tampoco lo siento como un peso, como algo dentro mío. Es más loco que eso, es como si estuviera en todo lo que soy, en todas esas cosas raras que le pasan a mi cuerpo que en treinta años no experimenté ni creí que pudiera sentir.
—Es diferente— lo corrijo, no sé qué me lleva a decir esto que suena a una tontería a mis propios oídos. ¡Hemos comprado una casa! ¡Una casa! He tomado la decisión de que no quiero seguir en un sitio que era solo para mí, demasiado arraigado a muchas cosas, mudarme de distrito y construir algo que sea un lugar en el mundo para este bebé. —Si lo piensas, puede que lo de esta casa tenga que ver con todos los miedos de que algo le haga daño, de que necesito darle un sitio que lo proteja. Pensaba instalar controles de seguridad que harán que lo de la isla ministerial parezca de juguetería. ¿Y crees que esconder la ubicación sería un tanto antisocial con los vecinos? Porque también lo he considerado…— me explayo, poniendo en voz alta en la madrugada todas las paranoias que rondan mi mente en estas semanas, antiguo vicio de mi carácter que se sigue manifestando de vez en cuando. —Ponerle un nombre es…—. ¿Y si no hay bebé y solo me quedo con un nombre? Se me atora la voz en la garganta, lo disimulo moviendo la masa dentro de la sartén y haciendo fuerza con la cuchara para desprender la base que se me ha adherido por las puntas, ¡maldición! Se me rompe un poco el panqueque, pero logro pasarlo a un plato. —No me hagas caso, es una tontería de mi parte. Sabes que me cuesta ponerle nombres a las cosas.
Me consuela pensar al mirar al panqueque roto, de que podría haber sido peor, apenas si está feo en los bordes. Si al bebé se le ha dado por este antojo, puede que sea un guiño a la abuela de Hans, sin embargo… —¿Te imaginas que una hija nuestra se llame Prudence?— inquiero, mis cejas enmarcan mi expresión de quien se ha imaginado un imposible. —Tenían una tradición en nombres, entonces…— comento y me abstengo de mencionar que si entre las mujeres se heredaron la letra P, a él le correspondió la H por parte de su padre. Siguiendo esa lógica, de tener un niño ¿le tocaría un nombre con H? ¿Y qué tan cómodo estaría con esas referencias familiares? Me entretengo con mis cavilaciones mientras cargo la cuchara con un poco más de la mezcla. —Yo quiero un nombre que tenga fuerza, que haga que esté bebé pueda gritarle al mundo que está aquí— complemento a su deseo de que sea un nombre clásico, echándole una mirada disimulada de soslayo cuando dice que con Meerah no pudo elegir, me muerdo la lengua antes de decir que podríamos instaurar una nueva tradición en nombres a nuestro gusto porque eso implicaría más de lo que está en discusión en este momento.
Mi expresión sorprendida no la puedo ocultar, que no me esperaba su talento en estas cosas y me olvido del panqueque para voltearme hacia él con la cuchara en alto. —¡Gabriel! ¡Me gusta! Y Christian también… ¿qué te parece Nicholas? Gabe Powell, Christian Powell, Nicholas Powell… ¿suena bien, no crees?— hago la prueba de cómo suena con su apellido, se escucha bien para mí. —Elena Scott, ¡ese tiene tanta fuerza! Podría ser Elena, no Helen… Helen es la madre de Riley y es una— resoplo fuerte por la nariz, —insoportable arpía—. Mencionar a mi amigo me recuerda a algo que comentamos hace tanto que casi lo había dejado pasar. —Riley dijo que podríamos usar su nombre también, es unisex. Pero me gustaría que tenga uno propio, con Meerah entendí que no es bueno imponerles el nombre de otra persona—, que cada quien tenga su identidad, que nadie sea reflejo o sombra de nadie. —Los segundos nombres son por lo general inútiles, ¿para qué le vas a dar uno que nunca va a usar? Solo será una M de adorno, como la tuya. Ni siquiera sé de qué es esa M— arrugo mi nariz, que yo no tengo y nunca lo he necesitado.
—Es diferente— lo corrijo, no sé qué me lleva a decir esto que suena a una tontería a mis propios oídos. ¡Hemos comprado una casa! ¡Una casa! He tomado la decisión de que no quiero seguir en un sitio que era solo para mí, demasiado arraigado a muchas cosas, mudarme de distrito y construir algo que sea un lugar en el mundo para este bebé. —Si lo piensas, puede que lo de esta casa tenga que ver con todos los miedos de que algo le haga daño, de que necesito darle un sitio que lo proteja. Pensaba instalar controles de seguridad que harán que lo de la isla ministerial parezca de juguetería. ¿Y crees que esconder la ubicación sería un tanto antisocial con los vecinos? Porque también lo he considerado…— me explayo, poniendo en voz alta en la madrugada todas las paranoias que rondan mi mente en estas semanas, antiguo vicio de mi carácter que se sigue manifestando de vez en cuando. —Ponerle un nombre es…—. ¿Y si no hay bebé y solo me quedo con un nombre? Se me atora la voz en la garganta, lo disimulo moviendo la masa dentro de la sartén y haciendo fuerza con la cuchara para desprender la base que se me ha adherido por las puntas, ¡maldición! Se me rompe un poco el panqueque, pero logro pasarlo a un plato. —No me hagas caso, es una tontería de mi parte. Sabes que me cuesta ponerle nombres a las cosas.
Me consuela pensar al mirar al panqueque roto, de que podría haber sido peor, apenas si está feo en los bordes. Si al bebé se le ha dado por este antojo, puede que sea un guiño a la abuela de Hans, sin embargo… —¿Te imaginas que una hija nuestra se llame Prudence?— inquiero, mis cejas enmarcan mi expresión de quien se ha imaginado un imposible. —Tenían una tradición en nombres, entonces…— comento y me abstengo de mencionar que si entre las mujeres se heredaron la letra P, a él le correspondió la H por parte de su padre. Siguiendo esa lógica, de tener un niño ¿le tocaría un nombre con H? ¿Y qué tan cómodo estaría con esas referencias familiares? Me entretengo con mis cavilaciones mientras cargo la cuchara con un poco más de la mezcla. —Yo quiero un nombre que tenga fuerza, que haga que esté bebé pueda gritarle al mundo que está aquí— complemento a su deseo de que sea un nombre clásico, echándole una mirada disimulada de soslayo cuando dice que con Meerah no pudo elegir, me muerdo la lengua antes de decir que podríamos instaurar una nueva tradición en nombres a nuestro gusto porque eso implicaría más de lo que está en discusión en este momento.
Mi expresión sorprendida no la puedo ocultar, que no me esperaba su talento en estas cosas y me olvido del panqueque para voltearme hacia él con la cuchara en alto. —¡Gabriel! ¡Me gusta! Y Christian también… ¿qué te parece Nicholas? Gabe Powell, Christian Powell, Nicholas Powell… ¿suena bien, no crees?— hago la prueba de cómo suena con su apellido, se escucha bien para mí. —Elena Scott, ¡ese tiene tanta fuerza! Podría ser Elena, no Helen… Helen es la madre de Riley y es una— resoplo fuerte por la nariz, —insoportable arpía—. Mencionar a mi amigo me recuerda a algo que comentamos hace tanto que casi lo había dejado pasar. —Riley dijo que podríamos usar su nombre también, es unisex. Pero me gustaría que tenga uno propio, con Meerah entendí que no es bueno imponerles el nombre de otra persona—, que cada quien tenga su identidad, que nadie sea reflejo o sombra de nadie. —Los segundos nombres son por lo general inútiles, ¿para qué le vas a dar uno que nunca va a usar? Solo será una M de adorno, como la tuya. Ni siquiera sé de qué es esa M— arrugo mi nariz, que yo no tengo y nunca lo he necesitado.
Mis dedos presionan un poco su vientre en cuanto toma ese simple gesto como una firma, lo que me hace imitar su sonrisa de manera involuntaria — Espero que se lo tome en serio o tendré que hacerle una carta de documento — bromeo con mucha más calma, dándole una suave palmadita para apartar la mano de allí, dónde aún no puedo hacerme la idea de que hay algo con vida. Quizá para ella todo esto es mucho más real, su cuerpo es el que está cambiando mientras que yo sigo igual, apenas siendo consciente de los cambios por lo que ella me comparte o no. Sé que los procesos son diferentes, Jack me ha tratado de instruir sobre el camino que me queda por recorrer, pero creo que nada de esto será completamente real hasta que vea al bebé con mis propios ojos y, aunque el tiempo pase volando, siento que es una eternidad.
¿En qué es diferente el haber comprado una casa que el pensar un nombre? Ambos son pasos enormes, le estamos dando un lugar tanto físico como mental — Lara… — su explicación me obliga a utilizar su nombre de pila, tratar de llamarle la atención con un toque más de calidez que de costumbre. Me apoyo en la mesada para poder verla mejor, obligándome a sonreír de la manera más tranquilizadora que soy capaz — Nada le va a suceder, no hará falta cargar esta casa de encantamientos o secretismo. Quiero que su vida sea lo más normal posible y me encargaré de que nada los toque, a ninguno de ustedes — porque ellos dos y Meerah son mi responsabilidad, al menos a mis ojos. Como están las cosas ahora, tengo bien en claro que nadie va a ponerles un dedo encima mientras yo siga con vida. Como cuando envuelves una bola de cristal dentro de papel burbuja.
Me importa poco y nada el proceso de los panqueques cuando su sugerencia de llamarle como mi abuela me hace reír — Meerah jamás te lo perdonaría, detesta llamarse como su abuela — le recuerdo. Me encojo de hombros porque sí, puede llamarlo “tradición” si así lo desea — No tenemos por qué seguirla, no se me ocurre un buen nombre con P para niña, pero estoy seguro de que Phoebe me lo reprochará — o no, pero supongo que dirá algo sobre que a nuestra madre le gustaría. No es como que pueda preguntarle, así que no importa. Lo que no me espero es que acepte mis sugerencias y creo que los ojos se me ensanchan cuando empieza a hacer combinaciones, provocando una sonrisa guasona en mis labios — Te dije, será un Powell Scott. Pero me agrada, quizá podemos hacernos una lista y ver de qué tiene cara cuando lo conozcamos — y dale que sigo hablando como si fuese varón. A decir verdad, me tardo un momento en comprender de quién me habla hasta que uno hilos y recuerdo que el nombre de Kavalier es Riley, a lo que respondo arrugando un poco la nariz por, exactamente, lo mismo que dice de Meerah — De Michael. Hans Michael Powell — jamás me percaté de que no le conté eso, simplemente supuse que cualquier persona que busque mi nombre en internet puede saberlo. Por alguna razón, cruzo mis brazos con algo más de fuerza — Mi padre quería llamarme así, pero mamá insistió en su tradición y decidieron llamarme Hans, ya que él era Hermann, así que quedó de segundo. Phoebe se llama Mae. Es como algo muy… nuestro — sé que no me interesaría si fuese cosa de papá, pero sé de dónde viene y le tengo un poquito más de respeto — El lado positivo de los dos nombres es que siempre pueden elegir el que les guste más — no recuerdo haber hecho eso, pero hay gente que sí.
Me inclino para chequear el estado de la pila de panqueques y levanto uno con un dedo para poder analizar su estado, que no parece tan crudo como creía. Chasqueo la lengua en señal de aprobación — No quiero que mi hijo lleve la H, pero me gustaría darle la M. No sé si me entiendes… — lo que me hace mirarla de soslayo — Puedes elegir el primer nombre y yo me encargaré del segundo, será un empate por primera vez en todo este tiempo que pasamos juntos. ¿Quieres que vaya preparando el caramelo? Sino todo esto va a enfriarse.
¿En qué es diferente el haber comprado una casa que el pensar un nombre? Ambos son pasos enormes, le estamos dando un lugar tanto físico como mental — Lara… — su explicación me obliga a utilizar su nombre de pila, tratar de llamarle la atención con un toque más de calidez que de costumbre. Me apoyo en la mesada para poder verla mejor, obligándome a sonreír de la manera más tranquilizadora que soy capaz — Nada le va a suceder, no hará falta cargar esta casa de encantamientos o secretismo. Quiero que su vida sea lo más normal posible y me encargaré de que nada los toque, a ninguno de ustedes — porque ellos dos y Meerah son mi responsabilidad, al menos a mis ojos. Como están las cosas ahora, tengo bien en claro que nadie va a ponerles un dedo encima mientras yo siga con vida. Como cuando envuelves una bola de cristal dentro de papel burbuja.
Me importa poco y nada el proceso de los panqueques cuando su sugerencia de llamarle como mi abuela me hace reír — Meerah jamás te lo perdonaría, detesta llamarse como su abuela — le recuerdo. Me encojo de hombros porque sí, puede llamarlo “tradición” si así lo desea — No tenemos por qué seguirla, no se me ocurre un buen nombre con P para niña, pero estoy seguro de que Phoebe me lo reprochará — o no, pero supongo que dirá algo sobre que a nuestra madre le gustaría. No es como que pueda preguntarle, así que no importa. Lo que no me espero es que acepte mis sugerencias y creo que los ojos se me ensanchan cuando empieza a hacer combinaciones, provocando una sonrisa guasona en mis labios — Te dije, será un Powell Scott. Pero me agrada, quizá podemos hacernos una lista y ver de qué tiene cara cuando lo conozcamos — y dale que sigo hablando como si fuese varón. A decir verdad, me tardo un momento en comprender de quién me habla hasta que uno hilos y recuerdo que el nombre de Kavalier es Riley, a lo que respondo arrugando un poco la nariz por, exactamente, lo mismo que dice de Meerah — De Michael. Hans Michael Powell — jamás me percaté de que no le conté eso, simplemente supuse que cualquier persona que busque mi nombre en internet puede saberlo. Por alguna razón, cruzo mis brazos con algo más de fuerza — Mi padre quería llamarme así, pero mamá insistió en su tradición y decidieron llamarme Hans, ya que él era Hermann, así que quedó de segundo. Phoebe se llama Mae. Es como algo muy… nuestro — sé que no me interesaría si fuese cosa de papá, pero sé de dónde viene y le tengo un poquito más de respeto — El lado positivo de los dos nombres es que siempre pueden elegir el que les guste más — no recuerdo haber hecho eso, pero hay gente que sí.
Me inclino para chequear el estado de la pila de panqueques y levanto uno con un dedo para poder analizar su estado, que no parece tan crudo como creía. Chasqueo la lengua en señal de aprobación — No quiero que mi hijo lleve la H, pero me gustaría darle la M. No sé si me entiendes… — lo que me hace mirarla de soslayo — Puedes elegir el primer nombre y yo me encargaré del segundo, será un empate por primera vez en todo este tiempo que pasamos juntos. ¿Quieres que vaya preparando el caramelo? Sino todo esto va a enfriarse.
—¿Estás seguro?— consulto, mi voz se escucha más aguda por la nota de preocupación, ¿nada de encantamientos de protección? ¿No tendremos que lamentarlo luego? Me pongo a contar mentalmente cuántos metros nos separan de la casa de Rose y Jack, quienes serían los primeros en acudir si pasara algo, y me doy cuenta que no está tan cerca como para ver desde su ventana que nada malo ocurre aquí dentro. Claro que fui quien descartó desde un principio las casas que estaban una al lado de las otras, esas que no tenían ni una cerca divisoria, no me habría sentido cómoda con ver desayunar a mis vecinos desde la ventana de mi propia cocina, y por eso terminamos en una que está por encima de las dunas de la playa, donde hay una fracción de pasto cobrizo que me han dicho que recupera su color después del invierno, que se instaló en el distrito con un poco de anticipación. Mi mirada se desliza hacia la ventana por la cual puedo ver la noche cerrada y, está bien, nada de hechizos para hacer de esto un refugio secreto. Me tocará confiar en el mar, la ubicación del lugar… y un buen sistema de cámaras. No se moverá ni una mota de polvo cerca del techo de esta casa que no me entere, le pediré ayuda a mi madre y a Riley.
—¿Si fuera niña tendría que llevar la P? ¿No la L? Un momento, entendí que siguieron esa línea porque fue de tu abuela, que era madre de tu madre, a tu hermana… sería Phoebe quien herede la P a su hija— lo miro, esperando que comprenda lo que sonó a un trabalenguas, es que me desorienté con esa tradición en nombres, le di más importancia a que si le gustaría que se traspasara la H cuando él lo recibió de su padre, que… en fin, me hice una sopa de letras. Lo de los apellidos lo tengo más claro, casi tanto como hacer panqueques. ¿Qué no dije que me estaba volviendo una profesional en este rubro? Si ya ni se me adhieren los bordes a la sartén caliente. —El sexo determinará el orden de los apellidos, ¿suena bien, no? Y es casi lo mismo que proponía tu madre— si hasta me escucho satisfecha, a mi criterio es un buen trato. —Lo decidiremos entonces cuando nazca, me parece bien— eso relaja un poco mi ansiedad sobre ponerle un nombre al bebé, serán meses para llenar una lista y algo me dice que se volverá una lista larguísima, y eso me lleva a otra duda, que tengo que postergar porque el dilema de las letras sigue estando presente y no entiendo por qué tantas.
Me sujeto el mango de la sartén cuando lo miro con toda mi cara desencajada de la sorpresa. —¿Te llamas Michael? ¿Todo este tiempo… te llamaste Michael?— pregunto, repasando sus rasgos con mis ojos, el color de sus iris, la forma de sus cejas, su mentón partido, la pendiente de su nariz, cada detalle como si acabara de redescubrirlo. —No tienes cara de Michael— sentencio, reafirmo que lo mejor será esperar que el bebé nazca, sino pasan cosas como éstas. No obstante, me quedo masticando el nombre, que acaba de dármelo para hacer más largo mis llamados cuando pretendo hacer un reclamo. —Entiendo— asiento con mi barbilla, con su énfasis en el «nuestro» como una cuestión de familia, sobre lo cual su madre ha dejado una marca y no es algo en lo que me pondría a discutir. Más que elegir el nombre de una abuela para honrar su memoria, que puede ser un peso para quien lo carga, creo que seguir una tradición que sin embargo nos deja algo de libertad, está bien. Y que pueda a su vez elegir entre dos nombres, así como lo hizo Meerah, también está bien. Frunzo un poco mi ceño al desprender otro panqueque de la sartén al darme cuenta que Hans me está ganando en esta negociación desde lo sentimental, y suavizo mi gesto cuando descarta la H. No hago más que quedarme muda. Puedo volver a hablar con cierto tono despreocupado cuando busca concluir el trato. —Entonces yo me quedo con el primer nombre, tú con el segundo que llevará M. Si es niño es Powell, si es niña será Scott— resumo.
¿El caramelo? Bueno, los panqueques fueron mi desafío esta noche, no pensaba ir por otro experimento en la cocina, pero si se ofrece… —Si quieres, podríamos pedir que nos digan el sexo del bebé— suelto, —en estas semanas se puede empezar a ver—. Como me habían dicho que sería algo impreciso no quise preguntar más, preferiría que fuera una certeza y preguntarle a Hans, fuera de toda broma, si le gustaría saber. —¿En serio te gustaría que fuera un varón?— pregunto, cortó un pedacito del panqueque que está en la cima de la pila para tener con qué entretenerme mientras hablo. —Me acuerdo que una vez me dijiste que… tenías miedo de parecerte a tu padre— y me asombra que haya sido en una de nuestras primeras charlas sinceras, cuando no habríamos sido capaces de imaginar que llegaría a ser con quien tendría un hijo. Me guardé cada cosa que me contó sin volver a ello, que cada quien tiene sus heridas en reserva y elige el momento de abrirlas para compartirlas. —En serio lamento lo de tu padre, lo que les hizo como familia. Y puede que nosotros no seamos el modelo convencional, que tengamos que cambiar un poco las tradiciones y ni siquiera nos ponemos de acuerdo con el apellido, que en realidad Meerah y tu son una familia de por sí, nosotros llegamos después… pero serás un buen padre, lo sé. Porque pones a tu familia delante de todo. Y…— se me hace un nudo en la garganta, he tratado de mirar a Hans todo este tiempo más allá del ministro que ven los demás para verlo como un hombre, pero la vida tiene extrañas maneras de hacer que todo vuelva y mis miedos sobre este bebé son muchos. —Nunca lo abandonarías por ser diferente— si naciera sin magia, tal vez. No lo planteo como pregunta, porque no quiero que lo escuche como una duda, pero creo que me quedo esperando que me diga que nunca lo haría.
—¿Si fuera niña tendría que llevar la P? ¿No la L? Un momento, entendí que siguieron esa línea porque fue de tu abuela, que era madre de tu madre, a tu hermana… sería Phoebe quien herede la P a su hija— lo miro, esperando que comprenda lo que sonó a un trabalenguas, es que me desorienté con esa tradición en nombres, le di más importancia a que si le gustaría que se traspasara la H cuando él lo recibió de su padre, que… en fin, me hice una sopa de letras. Lo de los apellidos lo tengo más claro, casi tanto como hacer panqueques. ¿Qué no dije que me estaba volviendo una profesional en este rubro? Si ya ni se me adhieren los bordes a la sartén caliente. —El sexo determinará el orden de los apellidos, ¿suena bien, no? Y es casi lo mismo que proponía tu madre— si hasta me escucho satisfecha, a mi criterio es un buen trato. —Lo decidiremos entonces cuando nazca, me parece bien— eso relaja un poco mi ansiedad sobre ponerle un nombre al bebé, serán meses para llenar una lista y algo me dice que se volverá una lista larguísima, y eso me lleva a otra duda, que tengo que postergar porque el dilema de las letras sigue estando presente y no entiendo por qué tantas.
Me sujeto el mango de la sartén cuando lo miro con toda mi cara desencajada de la sorpresa. —¿Te llamas Michael? ¿Todo este tiempo… te llamaste Michael?— pregunto, repasando sus rasgos con mis ojos, el color de sus iris, la forma de sus cejas, su mentón partido, la pendiente de su nariz, cada detalle como si acabara de redescubrirlo. —No tienes cara de Michael— sentencio, reafirmo que lo mejor será esperar que el bebé nazca, sino pasan cosas como éstas. No obstante, me quedo masticando el nombre, que acaba de dármelo para hacer más largo mis llamados cuando pretendo hacer un reclamo. —Entiendo— asiento con mi barbilla, con su énfasis en el «nuestro» como una cuestión de familia, sobre lo cual su madre ha dejado una marca y no es algo en lo que me pondría a discutir. Más que elegir el nombre de una abuela para honrar su memoria, que puede ser un peso para quien lo carga, creo que seguir una tradición que sin embargo nos deja algo de libertad, está bien. Y que pueda a su vez elegir entre dos nombres, así como lo hizo Meerah, también está bien. Frunzo un poco mi ceño al desprender otro panqueque de la sartén al darme cuenta que Hans me está ganando en esta negociación desde lo sentimental, y suavizo mi gesto cuando descarta la H. No hago más que quedarme muda. Puedo volver a hablar con cierto tono despreocupado cuando busca concluir el trato. —Entonces yo me quedo con el primer nombre, tú con el segundo que llevará M. Si es niño es Powell, si es niña será Scott— resumo.
¿El caramelo? Bueno, los panqueques fueron mi desafío esta noche, no pensaba ir por otro experimento en la cocina, pero si se ofrece… —Si quieres, podríamos pedir que nos digan el sexo del bebé— suelto, —en estas semanas se puede empezar a ver—. Como me habían dicho que sería algo impreciso no quise preguntar más, preferiría que fuera una certeza y preguntarle a Hans, fuera de toda broma, si le gustaría saber. —¿En serio te gustaría que fuera un varón?— pregunto, cortó un pedacito del panqueque que está en la cima de la pila para tener con qué entretenerme mientras hablo. —Me acuerdo que una vez me dijiste que… tenías miedo de parecerte a tu padre— y me asombra que haya sido en una de nuestras primeras charlas sinceras, cuando no habríamos sido capaces de imaginar que llegaría a ser con quien tendría un hijo. Me guardé cada cosa que me contó sin volver a ello, que cada quien tiene sus heridas en reserva y elige el momento de abrirlas para compartirlas. —En serio lamento lo de tu padre, lo que les hizo como familia. Y puede que nosotros no seamos el modelo convencional, que tengamos que cambiar un poco las tradiciones y ni siquiera nos ponemos de acuerdo con el apellido, que en realidad Meerah y tu son una familia de por sí, nosotros llegamos después… pero serás un buen padre, lo sé. Porque pones a tu familia delante de todo. Y…— se me hace un nudo en la garganta, he tratado de mirar a Hans todo este tiempo más allá del ministro que ven los demás para verlo como un hombre, pero la vida tiene extrañas maneras de hacer que todo vuelva y mis miedos sobre este bebé son muchos. —Nunca lo abandonarías por ser diferente— si naciera sin magia, tal vez. No lo planteo como pregunta, porque no quiero que lo escuche como una duda, pero creo que me quedo esperando que me diga que nunca lo haría.
No sé si "seguro" es la palabra adecuada, pero creo que se acerca bastante — Solo algún que otro detalle básico y ya. Quiero que crezca en un ambiente normal, suficiente tendrá con la isla — el cuatro será donde podramos escapar de los problemas y las tensiones, donde tanto el bebé como Meerah puedan estar lejos de la seguridad excesiva que, temo, pueda afectar su crecimiento. A pesar de todo, me gustaría que tengan cierta normalidad con el correr de sus días. Al menos, parte de todo esto se cierra cuando ella parece estar de acuerdo y las iniciales y tradiciones pasan a ser el centro de la conversación, una de la cual me cuesta seguir el hilo. — Supongo que la P sería de Phoebe, sí... — aún no me hago la idea de que mi hermana menor tenga novio y pudo haber sido madre en el pasado, así que mi tono deja bien en claro que estoy haciendo un esfuerzo por no poner mala cara — ¿No depende del nombre que elijamos? Tienes que admitir que algunos van a rimar mejor con uno que con el otro — ya, nos estamos enroscando demasiado y es muy tarde como para tener neuronas funcionales.
No sé cómo tomar su sorpresa y me toco la cara con una de mis manos como si de ese modo pudiera darle la razón, aunque me surge una duda ciertamente divertida — ¿Y de qué tengo cara? — casi la estoy retando con una sonrisa, porque siendo yo me tiraría a cualquier respuesta ofensiva. La incomodidad de remover el cajón de los recuerdos es la que me apaga un poco el gesto, seguro de que Phoebe recuerda mucho más seguido que yo todos estos pequeños detalles que se quedaron en mi memoria, pero que prefiero no sacar a relucir. Es extraño el poseer un pasado, uno tan distinto a la actualidad que me obliga a preguntarme qué fue de ese niño fanático de la ciencia ficción y los libros. No lo reconozco en el adulto lleno de remordimientos que hoy se planta como padre en busca de tradiciones familiares impuestas por una persona que le pertenece al niño de antaño y su realidad. Sacudo una mano con respecto al tema de los nombres y apellidos para dar a entender que será un debate futuro, quizá muy perdido en mis propios pensamientos sobre el pasado.
Como no hay negación, lo tomo como un permiso y me pongo a buscar el azúcar en lo que ella habla — ¿No es un poco pronto? — tengo entendido que ese bebé apenas está empezando a tener forma de feto, acorde a las últimas ecografías. Enciendo la hornalla para colocar una segunda sartén y empiezo a llenarla del famoso polvillo blanco y dulce, el cual pronto comienza a derretirse — Yo... no lo sé. No me importa lo que sea, pero como ya tengo una niña, no estaría mal saber lo que es tener un varón. Ya sabes... aunque tampoco he podido criar a Meerah, así que por ese lado también sería nuevo — puede que ya tenga una hija, pero sé que los dos aquí somos padres primerizos. Tendré que aprender con ella todos esos detalles que no pensé recorrer con nadie una vez que decidí que mi vida fuese exclusivamente mía, pero que parecen haberse ido al caño no solo por haber conocido a Meerah, sino también por haber dejado que Scott entre. Estoy revolviendo el azúcar cuando me quedo quieto, casi conteniendo el aliento frente a un recuerdo que no pensé que ella conservara. Hay cierta amargura que se desliza por mi garganta y me gustaría saber a qué viene ese comentario, el cual elimina cualquier sensación de calidez de la cocina, a pesar de la calefacción y los panqueques hogareños. Creo que estoy apretando el mango de la sartén un poco más fuerte de lo normal, porque siento que se clava en la palma de mi mano.
— ¿Me preguntas que pasaría si el bebé fuese squib? — hay cientos de cosas que podrían salir mal en un embarazo, pero con mencionar a mi padre solo puedo pensar en una de ellas. Paso de mirarla, trago con algo de fuerza a pesar de la lentitud con la cual se presiona mi garganta y retomo la mezcla antes de que se me queme, pero mucho más pausado — No lo dejaría de lado, pero tendría que renunciar a mi puesto. Sería hipócrita y estaría mal visto — quizás no son tratados como los muggles, pero los squibs casi que ni carecen de derechos porque, vamos, no tener magia los vuelven el eslabón débil que contamina y elimina la genética mágica del árbol en muchas ocasiones — Pero no será squib — no sé cómo lo digo tan convencido, tal vez porque sé que el mundo será cada vez más cruel con gente así y me niego a tener un hijo bajo ese enorme riesgo. ¿Eso me vuelve como mi padre? ¿El no desear que sea diferente, a pesar de que yo sé que no lo dejaría? Porque me importa, no voy a negarlo, pero jamás podría...
Bajo un poco el fuego de la hornalla para evitar que se queme el caramelo y doy algunos golpes en el borde con la cuchara — Ya dejé a Meerah en una ocasión y me he arrepentido. Planeo ser lo mejor que pueda ser ahora, porque pienso que es una segunda oportunidad que no puedo dejar pasar. Y me hace bien que sea contigo, aunque no seamos tradicionales, como tú dices — pero ahora sí me atrevo a mirarla, aunque no hay un ápice de alegría en mis ojos — ¿Eso piensas de mí? ¿Que me iré si algo sale mal? ¿Que no voy a quererle? — creí que me conocía un poco mejor que eso. Un poco mejor que mi padre.
No sé cómo tomar su sorpresa y me toco la cara con una de mis manos como si de ese modo pudiera darle la razón, aunque me surge una duda ciertamente divertida — ¿Y de qué tengo cara? — casi la estoy retando con una sonrisa, porque siendo yo me tiraría a cualquier respuesta ofensiva. La incomodidad de remover el cajón de los recuerdos es la que me apaga un poco el gesto, seguro de que Phoebe recuerda mucho más seguido que yo todos estos pequeños detalles que se quedaron en mi memoria, pero que prefiero no sacar a relucir. Es extraño el poseer un pasado, uno tan distinto a la actualidad que me obliga a preguntarme qué fue de ese niño fanático de la ciencia ficción y los libros. No lo reconozco en el adulto lleno de remordimientos que hoy se planta como padre en busca de tradiciones familiares impuestas por una persona que le pertenece al niño de antaño y su realidad. Sacudo una mano con respecto al tema de los nombres y apellidos para dar a entender que será un debate futuro, quizá muy perdido en mis propios pensamientos sobre el pasado.
Como no hay negación, lo tomo como un permiso y me pongo a buscar el azúcar en lo que ella habla — ¿No es un poco pronto? — tengo entendido que ese bebé apenas está empezando a tener forma de feto, acorde a las últimas ecografías. Enciendo la hornalla para colocar una segunda sartén y empiezo a llenarla del famoso polvillo blanco y dulce, el cual pronto comienza a derretirse — Yo... no lo sé. No me importa lo que sea, pero como ya tengo una niña, no estaría mal saber lo que es tener un varón. Ya sabes... aunque tampoco he podido criar a Meerah, así que por ese lado también sería nuevo — puede que ya tenga una hija, pero sé que los dos aquí somos padres primerizos. Tendré que aprender con ella todos esos detalles que no pensé recorrer con nadie una vez que decidí que mi vida fuese exclusivamente mía, pero que parecen haberse ido al caño no solo por haber conocido a Meerah, sino también por haber dejado que Scott entre. Estoy revolviendo el azúcar cuando me quedo quieto, casi conteniendo el aliento frente a un recuerdo que no pensé que ella conservara. Hay cierta amargura que se desliza por mi garganta y me gustaría saber a qué viene ese comentario, el cual elimina cualquier sensación de calidez de la cocina, a pesar de la calefacción y los panqueques hogareños. Creo que estoy apretando el mango de la sartén un poco más fuerte de lo normal, porque siento que se clava en la palma de mi mano.
— ¿Me preguntas que pasaría si el bebé fuese squib? — hay cientos de cosas que podrían salir mal en un embarazo, pero con mencionar a mi padre solo puedo pensar en una de ellas. Paso de mirarla, trago con algo de fuerza a pesar de la lentitud con la cual se presiona mi garganta y retomo la mezcla antes de que se me queme, pero mucho más pausado — No lo dejaría de lado, pero tendría que renunciar a mi puesto. Sería hipócrita y estaría mal visto — quizás no son tratados como los muggles, pero los squibs casi que ni carecen de derechos porque, vamos, no tener magia los vuelven el eslabón débil que contamina y elimina la genética mágica del árbol en muchas ocasiones — Pero no será squib — no sé cómo lo digo tan convencido, tal vez porque sé que el mundo será cada vez más cruel con gente así y me niego a tener un hijo bajo ese enorme riesgo. ¿Eso me vuelve como mi padre? ¿El no desear que sea diferente, a pesar de que yo sé que no lo dejaría? Porque me importa, no voy a negarlo, pero jamás podría...
Bajo un poco el fuego de la hornalla para evitar que se queme el caramelo y doy algunos golpes en el borde con la cuchara — Ya dejé a Meerah en una ocasión y me he arrepentido. Planeo ser lo mejor que pueda ser ahora, porque pienso que es una segunda oportunidad que no puedo dejar pasar. Y me hace bien que sea contigo, aunque no seamos tradicionales, como tú dices — pero ahora sí me atrevo a mirarla, aunque no hay un ápice de alegría en mis ojos — ¿Eso piensas de mí? ¿Que me iré si algo sale mal? ¿Que no voy a quererle? — creí que me conocía un poco mejor que eso. Un poco mejor que mi padre.
Todo esto de los nombres es demasiado complicado, es una cátedra aparte de todo lo que tiene que ver con el embarazo y puede que necesitemos de otros nueve meses para ponernos de acuerdo, a menos que ver el rostro del bebé sea todo lo que necesitemos para tomar una decisión. Y no sé qué esperar de eso, podría ser cualquier cara. No tiene ninguna definida por el momento, es poco más que un renacuajo que está mutando a bebé con piecitos y una cabecita que va tomando forma, lo sé, porque lo busqué por internet. Su nombre es tan impreciso como todo en él o en ella, y para hacer una prueba, tengo a Hans que me mira esperando que le diga de qué tiene cara. Abro y cierro mi boca un par de veces, no doy con uno que me deje conforme. Junto mis cejas, golpeteo mis labios con los dedos, sopeso un par. —Tienes cara de Christian… también de Matthew…— sonrío por lo entretenido que es esta bobería, —¿De qué tengo cara yo?— pregunto. Toda esta discusión sobre nombres podemos dejarla ahí, que si le sugiero anticipar la ecografía para ver el sexo del bebé no es porque quiera echar un vistazo a sus rasgos y proseguir con el debate, sino entender cuánto podría afectarle tener un hijo varón y que su inconsciente haga que vea a ambos como un reflejo del pasado, que hay fantasmas silenciosos que no se pueden hacer a un lado tan fácil como a la letra H.
Si es que yo sé que muchos de mis miedos vienen por cosas que no tengo del todo claro, que a veces parecen ser resultado de memorias ajenas, que entenderlas me obligaría a echar luz sobre ciertos escondrijos de la mente que todos tenemos y preferimos solo ignorar, mantener a oscuras. Me digo que son preocupaciones innecesarias de mi parte si él puede ver lo del sexo del bebé como quien admira un cuadro familiar a una prudente distancia, si se lo plantea todo como algo nuevo y que le dará nuevas experiencias, casi como quien tiene su mirada bien puesta en el futuro, que tal vez sea solo yo arrastrándolo a mis cavilaciones una vez más. No me da culpa levantarlo a la madrugada para que se ponga a cocinar, pero sí tener que hacer que se preocupe por posibilidades que quizás no se den, cuando en el ministerio tiene como para diez años. Así que suspiro al dar un paso hacia él y acariciar su sien con mis dedos, apartando algunos mechones. —No, no creo que lo sea. Son tantas cosas las que pueden pasar, justo…— eso, pero algo sé sobre anticiparnos a los peligros a partir del miedo y es que embarazada se me han ocurrido todos los males posibles, se trata en todo momento de ir esbozando un plan, de que nada nos tome por sorpresa, que si hace falta construir algo que sea como un búnker de metal, tendremos tiempo y, tal vez también, si debo tomar algunas decisiones por mi cuenta, porque él en su afán de hacer las cosas bien, como dice que quiere hacerlas, quizás no las tomaría.
—¡No! No, Hans. Yo sé que no te irías— digo vehemente, con las palmas de mis manos sobre su cuello para hacer que se gire hacia mí, así puedo lograr que sus ojos se crucen con los míos y sujetar nuestras miradas como el puente que me asegura que siempre nos vamos a encontrar, que en medio de todas las discusiones que tenemos por todo y nada, hay algo que puedo ver en él que es lo que me mantuvo cerca y atados a una suerte que era como un vaivén, porque en todo lo que desconfío del mundo, sólo me arriesgaría a tener un bebé con quien sé que lo protegería. Porque es alguien que se sobrepone al pasado y a los errores para hacerlo mejor. —Pero a veces falta decirlo en voz alta y para uno mismo. No te irás. No me iré. Es la mejor manera...— aparto mi mirada y vuelvo al plato de panqueques que agarro por los bordes. —De espantar fantasmas— musito, tan bajo que no se escucha por fuera del espacio que compartimos. Llevo el plato a la mesa redonda, hago a un lado las cajas para que nos quede sitio y recojo el paquete de grageas que vuelco sobre la madera para ir separando las de color rojo. Separo mis labios para pedirle que traiga las galletas, pero los presiono en una línea pensativa, algo vuelve a contraer mi rostro, una sensación. —No nos mates, pero creo que tu hijo ya no quiere panqueques. ¿Se habrá enojado?— pregunto, cortando un poco de la masa con el tenedor para llevarlo a mi boca y recordarle que hicimos todo esto, falsa alarma de incendios incluída, por su postre de madrugada.
Si es que yo sé que muchos de mis miedos vienen por cosas que no tengo del todo claro, que a veces parecen ser resultado de memorias ajenas, que entenderlas me obligaría a echar luz sobre ciertos escondrijos de la mente que todos tenemos y preferimos solo ignorar, mantener a oscuras. Me digo que son preocupaciones innecesarias de mi parte si él puede ver lo del sexo del bebé como quien admira un cuadro familiar a una prudente distancia, si se lo plantea todo como algo nuevo y que le dará nuevas experiencias, casi como quien tiene su mirada bien puesta en el futuro, que tal vez sea solo yo arrastrándolo a mis cavilaciones una vez más. No me da culpa levantarlo a la madrugada para que se ponga a cocinar, pero sí tener que hacer que se preocupe por posibilidades que quizás no se den, cuando en el ministerio tiene como para diez años. Así que suspiro al dar un paso hacia él y acariciar su sien con mis dedos, apartando algunos mechones. —No, no creo que lo sea. Son tantas cosas las que pueden pasar, justo…— eso, pero algo sé sobre anticiparnos a los peligros a partir del miedo y es que embarazada se me han ocurrido todos los males posibles, se trata en todo momento de ir esbozando un plan, de que nada nos tome por sorpresa, que si hace falta construir algo que sea como un búnker de metal, tendremos tiempo y, tal vez también, si debo tomar algunas decisiones por mi cuenta, porque él en su afán de hacer las cosas bien, como dice que quiere hacerlas, quizás no las tomaría.
—¡No! No, Hans. Yo sé que no te irías— digo vehemente, con las palmas de mis manos sobre su cuello para hacer que se gire hacia mí, así puedo lograr que sus ojos se crucen con los míos y sujetar nuestras miradas como el puente que me asegura que siempre nos vamos a encontrar, que en medio de todas las discusiones que tenemos por todo y nada, hay algo que puedo ver en él que es lo que me mantuvo cerca y atados a una suerte que era como un vaivén, porque en todo lo que desconfío del mundo, sólo me arriesgaría a tener un bebé con quien sé que lo protegería. Porque es alguien que se sobrepone al pasado y a los errores para hacerlo mejor. —Pero a veces falta decirlo en voz alta y para uno mismo. No te irás. No me iré. Es la mejor manera...— aparto mi mirada y vuelvo al plato de panqueques que agarro por los bordes. —De espantar fantasmas— musito, tan bajo que no se escucha por fuera del espacio que compartimos. Llevo el plato a la mesa redonda, hago a un lado las cajas para que nos quede sitio y recojo el paquete de grageas que vuelco sobre la madera para ir separando las de color rojo. Separo mis labios para pedirle que traiga las galletas, pero los presiono en una línea pensativa, algo vuelve a contraer mi rostro, una sensación. —No nos mates, pero creo que tu hijo ya no quiere panqueques. ¿Se habrá enojado?— pregunto, cortando un poco de la masa con el tenedor para llevarlo a mi boca y recordarle que hicimos todo esto, falsa alarma de incendios incluída, por su postre de madrugada.
— ¿De Christian? ¿Matthew? — no me hubiese esperado esa respuesta, aunque me hace pensar que si es varón y se parece a mí, esto solucionaría las cosas. Mi mirada pasea por sus rasgos, se fijan en lo puntiagudo de su nariz, en lo alto de sus pómulos y lo enorme de sus ojos, tratando de hacerme con una idea que pueda rememorarme a un nombre — De muchas cosas, pero si nos mantenemos en el tema de los nombres creo que te llamaría Amelia. O tal vez Victorie. Me gusta Victorie — intento tomármelo con la gracia que pronto se evapora de nuestra conversación, demasiada ligada al pasado en el cual ella no estuvo pero que, poco a poco, parece conocer más a fondo. Jamás pensé que me tomaría el permiso de compartir estas cosas con ella, es como cederle el camino por las rutas privadas que nadie más pisó y que yo he estado evitando por años. Siendo sincero, se siente bien, como si de esta manera pudiese sanar poco a poco las cosas que por tanto tiempo he negado o tratado de suprimir. Y sí, hay miles de cosas que puedan pasar, pero no siento que la vida pueda ser tan injusta como para colocarme en la situación de tener un hijo que tambalee mi forma de ver los escenarios que se están alzando a nuestro alrededor. Tendré un bebé con magia, lo sé. La miro entre los mechones que ella aparta con sus caricias, Tomo su consuelo y lo guardo para mí.
No me iré, no se irá. Acaricio su muñeca en medio de su agarre, mis ojos delatan que estoy buscando creerle y puedo sentir que la presión de mi estómago se afloja un poco. ¿Y qué si estoy equivocado? ¿Qué sucederá si algo malo pasa con este bebé y estaré obligado a ser peor que mi padre? Ya lo he dicho, esta familia es mi prioridad y he descubierto, quizá muy repentinamente, que daría mi vida con dientes y patadas por mis hijos. Mi madre tenía una extraña manía con arroparnos y darnos las buenas noches todos los días, en su momento no lo comprendía y pensaba que no tenía que hacerlo porque seguiríamos viéndonos mañana. Ahora puedo comprender que la vida es incierta, que no sabemos lo que va a suceder y despedirme de Meerah todos los días se ha vuelto una especie de religión. Es una satisfacción extraña, porque jamás me había interesado que las personas que quiero estén seguras en sus camas hasta ahora. Por estas cosas creo que no seré como mi padre — Hay fantasmas que no pueden espantarse, pero puedes evitar ser un espejo. Aprendes a vivir con ello — porque es parte de mí y lo será hasta el día en que muera. Solo espero que mis hijos no lleven esa cruz, sé que me destruiría.
Apago la hornalla y empujo los rastros de caramelo para chequear su estado, el cual parece el justo y necesario para no acabar quemándose. Aprovecho que Lara ha llevado los panqueques a la mesa y el darle la espalda para pasarme una mano por el rostro, preguntándome si la garganta cerrada se debe a una emoción contenida que, sospecho, no dejaré salir nunca. No reacciono hasta que ella habla y me giro con algo de confusión, tal y como si no recordase por qué estábamos aquí despiertos en primer lugar y me aclaro la garganta — No importa. Mañana podemos desayunarlos. Te vendrá bien para aguantar las primeras horas con la panza llena — que últimamente está demasiado hambrienta y creo que me estoy pasando de la raya con esto de mandarle mensajes para preguntarle si necesita algo. Me acerco con un andar quedo, hasta que presiono cariñosamente uno de sus hombros y me asomo por encima del contrario — ¿Crees que se enojaría porque le dije que no moleste o porque no le gusta ninguno de los nombres? — a pesar de ser una broma, no se oye demasiado como una. Me obligo a sonreír aunque sea un poco para indicarla y me tomo el permiso de besar detrás de su oreja — El otro día tuve una charla interesante con Kenna. Ya sabes, mi amiga — ahora no recuerdo si se la mencioné o no, pero creo que no importa porque no hace a mi idea — Le conté que íbamos a tener un hijo y pude saber… bueno, pude poner en palabras lo que mucho que quiero esto. Esta estabilidad, en esta casa, contigo. No quiero irme a ningún lado, ya he tenido demasiado de mí mismo por mucho tiempo — me burlo de mi propia persona, de mi egocentrismo, del egoísmo que rodeó mi vida desde que dejé a Audrey hasta que Meerah llamó a la puerta — A veces creo que llegará el día en el que te des cuenta de que cometiste un error al quedarte con alguien tan problemático como yo, pero también creo que ese es el punto. Y lo necesitaba, eres un buen norte a perseguir, incluso cuando quería que la brújula se fuese para el otro lado. Y aquí estamos, con una nueva oportunidad que me alegra haber elegido — por inercia y aunque exista la calefacción, froto su espalda como si deseara darle algo de calor — ¿Quieres comer otra cosa o prefieres regresar a la cama?
No me iré, no se irá. Acaricio su muñeca en medio de su agarre, mis ojos delatan que estoy buscando creerle y puedo sentir que la presión de mi estómago se afloja un poco. ¿Y qué si estoy equivocado? ¿Qué sucederá si algo malo pasa con este bebé y estaré obligado a ser peor que mi padre? Ya lo he dicho, esta familia es mi prioridad y he descubierto, quizá muy repentinamente, que daría mi vida con dientes y patadas por mis hijos. Mi madre tenía una extraña manía con arroparnos y darnos las buenas noches todos los días, en su momento no lo comprendía y pensaba que no tenía que hacerlo porque seguiríamos viéndonos mañana. Ahora puedo comprender que la vida es incierta, que no sabemos lo que va a suceder y despedirme de Meerah todos los días se ha vuelto una especie de religión. Es una satisfacción extraña, porque jamás me había interesado que las personas que quiero estén seguras en sus camas hasta ahora. Por estas cosas creo que no seré como mi padre — Hay fantasmas que no pueden espantarse, pero puedes evitar ser un espejo. Aprendes a vivir con ello — porque es parte de mí y lo será hasta el día en que muera. Solo espero que mis hijos no lleven esa cruz, sé que me destruiría.
Apago la hornalla y empujo los rastros de caramelo para chequear su estado, el cual parece el justo y necesario para no acabar quemándose. Aprovecho que Lara ha llevado los panqueques a la mesa y el darle la espalda para pasarme una mano por el rostro, preguntándome si la garganta cerrada se debe a una emoción contenida que, sospecho, no dejaré salir nunca. No reacciono hasta que ella habla y me giro con algo de confusión, tal y como si no recordase por qué estábamos aquí despiertos en primer lugar y me aclaro la garganta — No importa. Mañana podemos desayunarlos. Te vendrá bien para aguantar las primeras horas con la panza llena — que últimamente está demasiado hambrienta y creo que me estoy pasando de la raya con esto de mandarle mensajes para preguntarle si necesita algo. Me acerco con un andar quedo, hasta que presiono cariñosamente uno de sus hombros y me asomo por encima del contrario — ¿Crees que se enojaría porque le dije que no moleste o porque no le gusta ninguno de los nombres? — a pesar de ser una broma, no se oye demasiado como una. Me obligo a sonreír aunque sea un poco para indicarla y me tomo el permiso de besar detrás de su oreja — El otro día tuve una charla interesante con Kenna. Ya sabes, mi amiga — ahora no recuerdo si se la mencioné o no, pero creo que no importa porque no hace a mi idea — Le conté que íbamos a tener un hijo y pude saber… bueno, pude poner en palabras lo que mucho que quiero esto. Esta estabilidad, en esta casa, contigo. No quiero irme a ningún lado, ya he tenido demasiado de mí mismo por mucho tiempo — me burlo de mi propia persona, de mi egocentrismo, del egoísmo que rodeó mi vida desde que dejé a Audrey hasta que Meerah llamó a la puerta — A veces creo que llegará el día en el que te des cuenta de que cometiste un error al quedarte con alguien tan problemático como yo, pero también creo que ese es el punto. Y lo necesitaba, eres un buen norte a perseguir, incluso cuando quería que la brújula se fuese para el otro lado. Y aquí estamos, con una nueva oportunidad que me alegra haber elegido — por inercia y aunque exista la calefacción, froto su espalda como si deseara darle algo de calor — ¿Quieres comer otra cosa o prefieres regresar a la cama?
Saboreo la masa dulce al morder el tenedor y los deslizo fuera de mis dientes sin que me embargue esa sensación de gula que se fue volviendo parte de mí, la que reaccionaba a todo lo que fuera de chocolate y esponjoso, y que tomé como indicio de que el bebé se parecía a mí en esto de querer tomar siempre un poco más en vez de sentirse lleno, que tendré que darle la razón a su padre al decir que podemos ser caprichosos. —Creo que no le gusta que discutamos si vamos a quererlo o no— contesto, que he notado que influye en mis emociones como yo en las suyas, que los miedos y las dudas nos ponen a ambos en un estado emocional impreciso. Presiono mi vientre con la palma de mi mano luego de alisar la camiseta, el calor de la presencia de Hans a mi espalda, y trato de que el bebé se sienta dentro de algo que no estrictamente un abrazo, pero es la cercanía que le promete resguardo y que podemos sostener para ella o él. Busco la muñeca de Hans para cruzar su brazo por delante, recorro su piel en una caricia que va desde su codo hasta sus dedos que entrelazo con los míos, sin darme la vuelta, solo escuchando lo que tiene para decirme con su voz susurrando en mi oído.
Podría hacerle una broma, de que está claudicando a su ego para que el de su hijo tome espacio en esta casa, pero pensarlo así hace que repase las paredes de la cocina con mi mirada y me repita una vez más que esta es una casa para los cuatro, para una familia, que podría quedarse aquí conmigo. Por más que seamos erráticos, con presiones que tiran de nosotros en todas las direcciones y nos acabemos encontrando en esto que creamos para que pudiera ser posible. No sé cuánto podremos alargar este momento, porque hay interrogantes que podríamos resolver ahora, cuando el bebé nazca o cuando cumpla seis años, depende de cuánto tiempo más querramos quedarnos seguros en este mismo lugar donde habita una felicidad que antes era salvaje y esquiva, y llegamos a domesticar, a hacerla parte de algo tan simple y extraño como la idea de un hogar. —¿Escuchas eso, pequeño Powell? — digo, la sonrisa saliéndome de los labios, que en las madrugadas es su hijo. —Tu padre está haciendo a un lado su egocentrismo por ti, eso es mucho. Es toda una declaración sobre lo mucho que te quiere. ¿Ahora sí te comerás los panqueques? — bromeo, hablándole a la pequeña cosa silenciosa que nos tiene desvelados.
Lo que no me espero es lo que viene luego, en serio que no me lo veía venir, que me callo para no hacer un chiste que le caiga mal y lo haga retractarse, como que problemático es el menor de sus defectos, pero que tiene un par de cosas que lo compensan, no muchas, un par que lo valen. Yo misma estoy más hecha de defectos que de virtudes como para que me diga que puedo ser su norte, y tengo que reconocer que me conmueve entera, me provoca un sentimiento intenso en el pecho, más cálido que esta cocina y un poco más que el contacto de su mano en mi espalda, ¡pero no lloro! Y eso es increíble, tanto que no hay nada que pueda decir por un segundo o dos, que no me animo a mirarlo, no sea que al vernos las caras se desvanezca el repentino arrojo. —Hans...— murmuro su nombre en una oración que interrumpo al empezar, se me ahoga la voz por algo que no alcanzo a precisar con palabras, y no es porque de por sí no soy buena en esto, sino que hay cosas que en verdad, superan todos los límites que conocemos. —Antes de volver a la cama y llevarme los panqueques, por si las dudas, hay algo que te quiero preguntar—. Me rodeo de sus brazos para que su cuerpo me abrigue con mi espalda aun contra su pecho, sentirlo tan cerca en un abrazo en que no necesito que sea a piel desnuda para que sea íntimo. Y es que ha logrado joder todo mi maldito mundo conocido, que debe ser cierto que no todos los fantasmas se espantan, que aprendemos a convivir con ellos, que no sólo lidia con los suyos sino que también lo intenta con los míos, que aquí nos encontramos todos en esta casa y este bebé les hace un lugar para decirles que estarán bien.—No estás obligado a contestar y no tienes que verlo como algo formal, lo que respondas no debes tomarlo como un compromiso a nada. Es sólo una pregunta, algo que podamos imaginar, que tal vez le de un sentido a un par de cosas sueltas e imprecisas, ¿de acuerdo? Hans... ¿te casarías conmigo?
Podría hacerle una broma, de que está claudicando a su ego para que el de su hijo tome espacio en esta casa, pero pensarlo así hace que repase las paredes de la cocina con mi mirada y me repita una vez más que esta es una casa para los cuatro, para una familia, que podría quedarse aquí conmigo. Por más que seamos erráticos, con presiones que tiran de nosotros en todas las direcciones y nos acabemos encontrando en esto que creamos para que pudiera ser posible. No sé cuánto podremos alargar este momento, porque hay interrogantes que podríamos resolver ahora, cuando el bebé nazca o cuando cumpla seis años, depende de cuánto tiempo más querramos quedarnos seguros en este mismo lugar donde habita una felicidad que antes era salvaje y esquiva, y llegamos a domesticar, a hacerla parte de algo tan simple y extraño como la idea de un hogar. —¿Escuchas eso, pequeño Powell? — digo, la sonrisa saliéndome de los labios, que en las madrugadas es su hijo. —Tu padre está haciendo a un lado su egocentrismo por ti, eso es mucho. Es toda una declaración sobre lo mucho que te quiere. ¿Ahora sí te comerás los panqueques? — bromeo, hablándole a la pequeña cosa silenciosa que nos tiene desvelados.
Lo que no me espero es lo que viene luego, en serio que no me lo veía venir, que me callo para no hacer un chiste que le caiga mal y lo haga retractarse, como que problemático es el menor de sus defectos, pero que tiene un par de cosas que lo compensan, no muchas, un par que lo valen. Yo misma estoy más hecha de defectos que de virtudes como para que me diga que puedo ser su norte, y tengo que reconocer que me conmueve entera, me provoca un sentimiento intenso en el pecho, más cálido que esta cocina y un poco más que el contacto de su mano en mi espalda, ¡pero no lloro! Y eso es increíble, tanto que no hay nada que pueda decir por un segundo o dos, que no me animo a mirarlo, no sea que al vernos las caras se desvanezca el repentino arrojo. —Hans...— murmuro su nombre en una oración que interrumpo al empezar, se me ahoga la voz por algo que no alcanzo a precisar con palabras, y no es porque de por sí no soy buena en esto, sino que hay cosas que en verdad, superan todos los límites que conocemos. —Antes de volver a la cama y llevarme los panqueques, por si las dudas, hay algo que te quiero preguntar—. Me rodeo de sus brazos para que su cuerpo me abrigue con mi espalda aun contra su pecho, sentirlo tan cerca en un abrazo en que no necesito que sea a piel desnuda para que sea íntimo. Y es que ha logrado joder todo mi maldito mundo conocido, que debe ser cierto que no todos los fantasmas se espantan, que aprendemos a convivir con ellos, que no sólo lidia con los suyos sino que también lo intenta con los míos, que aquí nos encontramos todos en esta casa y este bebé les hace un lugar para decirles que estarán bien.—No estás obligado a contestar y no tienes que verlo como algo formal, lo que respondas no debes tomarlo como un compromiso a nada. Es sólo una pregunta, algo que podamos imaginar, que tal vez le de un sentido a un par de cosas sueltas e imprecisas, ¿de acuerdo? Hans... ¿te casarías conmigo?
Su broma a mí costa me hace revolotear los ojos hacia un lado, a pesar de ser incapaz de contener una sonrisa que me tironea una de las comisuras. No digo nada, acompaño al silencio que se desparrama por la habitación en lo que parece ser uno de esos momentos extraños que tenemos para nosotros y que permito que ella rompa llamando mi nombre, lo que me obliga a ladear la cabeza con un sonido de mi garganta que indica que tiene toda mi atención. El abrazo se afianza, la rodeo con una presión suave que le regala mi calor en lo que escucho lo que tiene para decir y asiento con la cabeza en señal de que la escucho. Estoy por hacer una broma, una que suena en mi mente muy parecido a un "no me vas a pedir matrimonio, espero" pero que se muere antes de que pueda siquiera sonreírme por ello, dejándome estático por unos momentos. Creo que tengo la vista clavada en la ventana que tenemos delante, una demasiado oscura como para ser capaces de ver nuestros reflejos, esos que evidencian mi cara de completa confusión. Creo que parpadeo cuando me doy cuenta de que estoy pasando mucho tiempo en silencio — Bueno, si querías pedirme matrimonio al menos te habrías agachado... — bromeo. Ah sí, siempre rompiendo el hielo.
Me gustaría poder decirle algunas cosas a la cara, pero en su lugar me aprieto a ella y me acomodo para apoyar mi mentón en su cabello, en un gesto pensativo. Sé que no está pidiendo un compromiso, pero de todos modos intento imaginar cómo sería y si podría hacer algo así, con ella. ¿Podría? Digo, estamos hablando de volverlo legal, cuando no hace mucho ella huía cuando se mencionaba cierta formalidad entre ambos. Y aquí estamos, con esas palabras saliendo de su boca — Siento que hablar de eso sería apresurarnos y sí, ya sé que nos saltamos un paso importante — le doy una palmadita en el vientre —Pero... creo que primero deberíamos saber cómo funcionamos como pareja. La convivencia y un bebé siempre sacuden las cosas y... bueno, un papel debería ser firmado con cuidado. Pero lo haría, me casaría contigo si las cosas van bien y estamos seguros de que no vamos a asesinarnos mutuamente en la mañana — bien, creo que es una respuesta madura y precisa. Creo que es lo mejor que puedo darle a las tres de la mañana, cuando me ha agarrado totalmente desprevenido.
Mis labios besan su coronilla y me asomo por su hombro para poder ver su cara, atreviéndome a una ligera sonrisa — ¿Le pusiste azúcar a los panqueques o de dónde viene eso? Me sorprende de tu parte — me explico, sospecho principalmente de sus hormonas. No se lo digo, pero últimamente la veo mucho más alegre y cariñosa que antes y aún no sé si es por el embarazo o porque ha dejado de lado las barreras que sostuvo por tanto tiempo — Solo hazme un favor y, si nos casamos, no vayas de blanco. Sería muy hipócrita para nosotros — apenas me río, me silencio con el beso que dejo en su mejilla y busco distracción al pellizcar un poco del panqueque que está sobre la fila. Esto se ha salido de las manos, lo sé hace mucho, pero nunca creí que todo se diera vuelta tan rápido como un panqueque en menos de un año.
Me gustaría poder decirle algunas cosas a la cara, pero en su lugar me aprieto a ella y me acomodo para apoyar mi mentón en su cabello, en un gesto pensativo. Sé que no está pidiendo un compromiso, pero de todos modos intento imaginar cómo sería y si podría hacer algo así, con ella. ¿Podría? Digo, estamos hablando de volverlo legal, cuando no hace mucho ella huía cuando se mencionaba cierta formalidad entre ambos. Y aquí estamos, con esas palabras saliendo de su boca — Siento que hablar de eso sería apresurarnos y sí, ya sé que nos saltamos un paso importante — le doy una palmadita en el vientre —Pero... creo que primero deberíamos saber cómo funcionamos como pareja. La convivencia y un bebé siempre sacuden las cosas y... bueno, un papel debería ser firmado con cuidado. Pero lo haría, me casaría contigo si las cosas van bien y estamos seguros de que no vamos a asesinarnos mutuamente en la mañana — bien, creo que es una respuesta madura y precisa. Creo que es lo mejor que puedo darle a las tres de la mañana, cuando me ha agarrado totalmente desprevenido.
Mis labios besan su coronilla y me asomo por su hombro para poder ver su cara, atreviéndome a una ligera sonrisa — ¿Le pusiste azúcar a los panqueques o de dónde viene eso? Me sorprende de tu parte — me explico, sospecho principalmente de sus hormonas. No se lo digo, pero últimamente la veo mucho más alegre y cariñosa que antes y aún no sé si es por el embarazo o porque ha dejado de lado las barreras que sostuvo por tanto tiempo — Solo hazme un favor y, si nos casamos, no vayas de blanco. Sería muy hipócrita para nosotros — apenas me río, me silencio con el beso que dejo en su mejilla y busco distracción al pellizcar un poco del panqueque que está sobre la fila. Esto se ha salido de las manos, lo sé hace mucho, pero nunca creí que todo se diera vuelta tan rápido como un panqueque en menos de un año.
—No es una proposición formal— aclaro a lo que sé que es su manera de quitarle el impacto a la pregunta, colaboro con él para hacerlo más ligero y que pueda respirar con normalidad. —Si algún día llego a hacerte una proposición en serio, prometo que te traeré flores— sonrío aunque el gesto esté escondido a sus ojos, —no un plato de panqueques—. Agacho mi rostro hacia la pila de lo que no fue del todo un terrible primer intento de supervivencia en la cocina, explorando recetas que estaban fuera de mis rudimentarias habilidades. Como necesito un punto donde enfocar mi vista mientras habla, lo hago en los panqueques, pero no hago el amago de probar otro bocado, nada puede pasar por mi garganta hasta que acabe y es que mis respiraciones se han hecho más lentas. Cualquiera diría que por mi atención en la torre de panqueques esta es toda una belleza arquitectónica, porque no digo nada, los silencios se hacen pesados cuando escuchamos al otro y es algo nuevo, nuestras voces siempre han pisado, contradiciéndose en cada ocasión que tenían, que esperar unos momentos cuando ha terminado y que yo siga sin decir nada, es lo que se merece admiración. Con un par de palmaditas suaves sobre su brazo al que todavía me agarro, me recupero y puedo alzar mi mirada a la ventana que da la oscuridad de la playa. —Eso ha sido un rechazo muy gentil, Hans Michael Powell. Pero para ser el primer intento, es más de lo que cabía esperar…— digo, con un asentimiento de mentón que lo da como una respuesta válida. —Podrías haberte desmayado. O decir que sí de buenas a primeras, ¿entonces que habría hecho yo? Tal vez se me adelantaba el parto de la impresión— me río, mi pecho sacudiéndose dentro de su abrazo, que recién entonces ladeo un poco mi rostro al encontrar tan cerca el suyo y busco sus labios con mi sonrisa para un besarlo en un roce breve.
—¿Te sorprendes por qué es la primera vez que me adelanto a lo que podías llegar a decir? Que soy quien quiere acostarse contigo, que soy quien está loca por ti… que me he enamorado de ti…— recito con un dejo de regodeo burlón esos dichos a los que me hacía enfrentarme, que me los arrojaba como una broma si quería tomarlo como tal y yo gritaba del susto de que el estúpido estuviera en lo cierto. Tendré en cuenta que si se pone inesperadamente romántico, no es porque espere una petición de matrimonio, su mente no parece haber llegado aún a ese punto, aunque a mí me ha dado qué pensar el que podamos construir algo juntos y que nos sorprenda cada día que podemos estar bien con esto. —Solo me adelanté un poco, ¿para no salir corriendo cuando lo dijeras? Porque tal vez un día me lo soltabas, como quien no quiere la cosa, yo entraba en pánico y me decías que no era para tanto, que si somos una pareja, con tu lógica de un orden, que a veces solo entiendes tú… o será que la que no puede entender el orden soy yo…— me encojo de hombros, explicar cómo funcionamos puede ser tan complejo como resolver una ecuación que daría dolores de cabeza incluso a Mohini. —Sólo quería saber dónde estamos para ti en tu comprensión de las cosas, que si has llegado hasta ahí y yo ni enterada. No sé si es la comparación más acertada, ¿pero no crees que nos parecemos a veces a un coche con malos frenos que tiene un GPS que va marcando a dónde vamos y dónde estamos, y entonces el coche se pasa tres calles siempre o frena de golpe, ahí el GPS se pone a gritar?—. No hace falta decir quién es el coche o el GPS, ¿verdad? También podía dar el ejemplo de una escoba con GPS, es por respeto a sus malas experiencias, no lo hice.
—Si nos casamos— apunto como quien comienza a establecer las variables fijas de un cálculo imposible, «si se dan tales condiciones para… entonces…». — Sabemos que sería Meerah quien se haría cargo del vestido y no aceptaría la opinión de nadie sobre color, diseño y detalles. Pero podría pedirle que sea rojo o naranja…— digo como de pasada, girando mi rostro para que su boca se deslice de mi mejilla a mis labios y besarlo una última vez, casi como si fuésemos a abandonar la conversación y volver a los panqueques que se están enfriando. Tiendo mi mano por fuera de sus brazos para ir colocando las grageas que tengo al alcance sobre la cima y creo que puedo prescindir de las galletas en esta ocasión. ¿Dónde quedó el caramelo? Me giro hacia él desprendiéndome de su agarre y con una distancia entre nuestras miradas que me hacen alzar un poco la barbilla. —Sólo…— empiezo, —ten en cuenta que hay una casa, donde está una chica que te ama— rodeo su mejilla con la palma de mi mano, —por más que las cosas puedan ir mal y a veces ella tenga ganas de asesinarte por las madrugadas— acaricio su pómulo y las líneas que bajan alrededor de sus labios haciendo que cada una de sus muecas sea tan expresiva. —Eres un tonto con suerte, Hans. Te diría que no la dejes pasar— me sonrío con todo ese ego que busca hacerle pulla al suyo. Recupero mi plato para encaminarme hacia la olla y volcar el caramelo con la ayuda de una cuchara, que si todo se enfría por la huelga de antojo del bebé, puedo calentarlo luego con la varita y comer cuando se pongo todo berrinchudo con sus exigencias por la mañana.
—¿Te sorprendes por qué es la primera vez que me adelanto a lo que podías llegar a decir? Que soy quien quiere acostarse contigo, que soy quien está loca por ti… que me he enamorado de ti…— recito con un dejo de regodeo burlón esos dichos a los que me hacía enfrentarme, que me los arrojaba como una broma si quería tomarlo como tal y yo gritaba del susto de que el estúpido estuviera en lo cierto. Tendré en cuenta que si se pone inesperadamente romántico, no es porque espere una petición de matrimonio, su mente no parece haber llegado aún a ese punto, aunque a mí me ha dado qué pensar el que podamos construir algo juntos y que nos sorprenda cada día que podemos estar bien con esto. —Solo me adelanté un poco, ¿para no salir corriendo cuando lo dijeras? Porque tal vez un día me lo soltabas, como quien no quiere la cosa, yo entraba en pánico y me decías que no era para tanto, que si somos una pareja, con tu lógica de un orden, que a veces solo entiendes tú… o será que la que no puede entender el orden soy yo…— me encojo de hombros, explicar cómo funcionamos puede ser tan complejo como resolver una ecuación que daría dolores de cabeza incluso a Mohini. —Sólo quería saber dónde estamos para ti en tu comprensión de las cosas, que si has llegado hasta ahí y yo ni enterada. No sé si es la comparación más acertada, ¿pero no crees que nos parecemos a veces a un coche con malos frenos que tiene un GPS que va marcando a dónde vamos y dónde estamos, y entonces el coche se pasa tres calles siempre o frena de golpe, ahí el GPS se pone a gritar?—. No hace falta decir quién es el coche o el GPS, ¿verdad? También podía dar el ejemplo de una escoba con GPS, es por respeto a sus malas experiencias, no lo hice.
—Si nos casamos— apunto como quien comienza a establecer las variables fijas de un cálculo imposible, «si se dan tales condiciones para… entonces…». — Sabemos que sería Meerah quien se haría cargo del vestido y no aceptaría la opinión de nadie sobre color, diseño y detalles. Pero podría pedirle que sea rojo o naranja…— digo como de pasada, girando mi rostro para que su boca se deslice de mi mejilla a mis labios y besarlo una última vez, casi como si fuésemos a abandonar la conversación y volver a los panqueques que se están enfriando. Tiendo mi mano por fuera de sus brazos para ir colocando las grageas que tengo al alcance sobre la cima y creo que puedo prescindir de las galletas en esta ocasión. ¿Dónde quedó el caramelo? Me giro hacia él desprendiéndome de su agarre y con una distancia entre nuestras miradas que me hacen alzar un poco la barbilla. —Sólo…— empiezo, —ten en cuenta que hay una casa, donde está una chica que te ama— rodeo su mejilla con la palma de mi mano, —por más que las cosas puedan ir mal y a veces ella tenga ganas de asesinarte por las madrugadas— acaricio su pómulo y las líneas que bajan alrededor de sus labios haciendo que cada una de sus muecas sea tan expresiva. —Eres un tonto con suerte, Hans. Te diría que no la dejes pasar— me sonrío con todo ese ego que busca hacerle pulla al suyo. Recupero mi plato para encaminarme hacia la olla y volcar el caramelo con la ayuda de una cuchara, que si todo se enfría por la huelga de antojo del bebé, puedo calentarlo luego con la varita y comer cuando se pongo todo berrinchudo con sus exigencias por la mañana.
— ¿Por qué tengo la ligera sensación de que ahora en más me llamarás por mi nombre completo? — comento, no demasiado sorprendido al respecto — No fue un rechazo en toda regla. Ha sido más bien un “no ahora, veamos cómo resulta todo esto”. Casarse es algo que yo jamás… — se me escapa una risa, quizá ligeramente tocada por un extraño nerviosismo — No consideré con nadie, no cuando estuve solo y el mundo me pertenecía por completo. Quizá, cuando era niño, tenía otras ideas sobre mi adultez. Me daba asco la idea de besar niñas, pero como mis padres estaban casados, decían que algún día yo lo estaría. Mamá decía que algún día “conocería a alguien y lo sabría” — ruedo un poco los ojos, en especial porque estoy seguro de que esa regla no se aplica a nosotros. No recuerdo con quién me acostaba cuando nos conocimos, pero sé muy bien que jamás habría adivinado nada de lo que está pasando hace siete años atrás. Estoy perdido en esos detalles, que apenas y reacciono ante su toque en mis labios — Intenta no parir ahora, que el pequeño Powell se vería bastante feo — ¿No es como un mini alien sin extremidades?
El repaso de mis propias acusaciones me hace reír, se siente demasiado lejano a pesar de haber sido hace algunos meses, como si el tiempo no corriese ya muy rápido como para analizar nuestro propio crecimiento personal — Bueno, me gusta que las cosas tengan su lugar. Si hubiera podido elegir, tendría un hijo recién después de un largo tiempo de convivencia que, tal vez, incluiría un casamiento. Pero me gusta esto, tiene su estilo — además, tengo la sensación de que jamás habríamos dado el paso entre nosotros si la pelusa no hubiese existido. La idea de un GPS con su voz exaltada se me hace demasiado acertada, pero no le pongo ese ejemplo gráfico porque no quiero que se me ofenda, de nuevo — No lo sé. Estamos juntos, ¿eso no es lo importante al fin y al cabo? De momento no necesitamos un acta de matrimonio que dicte cómo debemos comportarnos. Esta casa y nuestro hijo ya es suficiente, aunque si quieres un anillo de compromiso… — lo dejo caer como una broma, moviendo mis cejas pícaramente en su dirección. Ahora que lo pienso, quizá necesitemos uno más adelante, cuando su vientre ya no se oculte y los rumores cobren vida señalándonos con el dedo.
Puedo verlo, por un extraño segundo. No el vestido, no tengo imaginación para esas cosas y no sé de dónde es que mi hija ha sacado ese talento, sino la emoción de Meerah por algo que conlleve tanta organización y diseño — Creo que eres la única persona que conozco que podría casarse con esos colores y lucir bien. ¿Lo dices por tus raíces? — solo es una suposición, no me importa mucho la respuesta gracias a que ahora sí soy consciente de cómo busca mi boca; a veces, no comprendo como desperdicié siete años de este vicio ahora que lo he probado. El agarre se afloja, permito que se acomode para llevar el postre de madrugada a la cama y estoy pensando en que debería recuperar la manta, pero encontrarme con ella de frente me deja quieto, a espera de sus palabras. Se cuelan en la poca distancia que revolotea entre nosotros, con una dulzura cálida que me hace sonreír como si no me lo mereciera, como si las caricias que desparrama por mi rostro no fuesen más que un permitido que me estoy dando ahora que encontré dónde quiero quedarme — Lo sé, soy un jodido suertudo — le concedo. Tengo que dejarla ir, ella se encamina hacia el caramelo y yo recupero la manta, la cual vuelve a mis hombros a pesar de que la calefacción ha vuelto esta casa un sitio de lo más agradable. Mi silencio delata que mi cerebro no se ha callado, por lo que me volteo para verla en lo que avanzo hacia la salida — Pero no soy tan tonto como para dejarla pasar. Te lo dije una vez, puedo ser tuyo si lo quieres. Entonces lo soy. Lo único que no te voy a ceder… — el misterio se cuela en forma de mueca burlona y me aferro más a mi abrigo — es esta manta. Será mía por haberme despertado de madrugada, aunque quizá te la comparto si te acuestas muy pero muy cerca — podemos dormir, solo dormir, como si no hubiera nada más seguro que nuestra cama. Estoy seguro de que se ha transformado en nuestro oasis secreto.
El repaso de mis propias acusaciones me hace reír, se siente demasiado lejano a pesar de haber sido hace algunos meses, como si el tiempo no corriese ya muy rápido como para analizar nuestro propio crecimiento personal — Bueno, me gusta que las cosas tengan su lugar. Si hubiera podido elegir, tendría un hijo recién después de un largo tiempo de convivencia que, tal vez, incluiría un casamiento. Pero me gusta esto, tiene su estilo — además, tengo la sensación de que jamás habríamos dado el paso entre nosotros si la pelusa no hubiese existido. La idea de un GPS con su voz exaltada se me hace demasiado acertada, pero no le pongo ese ejemplo gráfico porque no quiero que se me ofenda, de nuevo — No lo sé. Estamos juntos, ¿eso no es lo importante al fin y al cabo? De momento no necesitamos un acta de matrimonio que dicte cómo debemos comportarnos. Esta casa y nuestro hijo ya es suficiente, aunque si quieres un anillo de compromiso… — lo dejo caer como una broma, moviendo mis cejas pícaramente en su dirección. Ahora que lo pienso, quizá necesitemos uno más adelante, cuando su vientre ya no se oculte y los rumores cobren vida señalándonos con el dedo.
Puedo verlo, por un extraño segundo. No el vestido, no tengo imaginación para esas cosas y no sé de dónde es que mi hija ha sacado ese talento, sino la emoción de Meerah por algo que conlleve tanta organización y diseño — Creo que eres la única persona que conozco que podría casarse con esos colores y lucir bien. ¿Lo dices por tus raíces? — solo es una suposición, no me importa mucho la respuesta gracias a que ahora sí soy consciente de cómo busca mi boca; a veces, no comprendo como desperdicié siete años de este vicio ahora que lo he probado. El agarre se afloja, permito que se acomode para llevar el postre de madrugada a la cama y estoy pensando en que debería recuperar la manta, pero encontrarme con ella de frente me deja quieto, a espera de sus palabras. Se cuelan en la poca distancia que revolotea entre nosotros, con una dulzura cálida que me hace sonreír como si no me lo mereciera, como si las caricias que desparrama por mi rostro no fuesen más que un permitido que me estoy dando ahora que encontré dónde quiero quedarme — Lo sé, soy un jodido suertudo — le concedo. Tengo que dejarla ir, ella se encamina hacia el caramelo y yo recupero la manta, la cual vuelve a mis hombros a pesar de que la calefacción ha vuelto esta casa un sitio de lo más agradable. Mi silencio delata que mi cerebro no se ha callado, por lo que me volteo para verla en lo que avanzo hacia la salida — Pero no soy tan tonto como para dejarla pasar. Te lo dije una vez, puedo ser tuyo si lo quieres. Entonces lo soy. Lo único que no te voy a ceder… — el misterio se cuela en forma de mueca burlona y me aferro más a mi abrigo — es esta manta. Será mía por haberme despertado de madrugada, aunque quizá te la comparto si te acuestas muy pero muy cerca — podemos dormir, solo dormir, como si no hubiera nada más seguro que nuestra cama. Estoy seguro de que se ha transformado en nuestro oasis secreto.
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