OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Recuerdo del primer mensaje :
Principios de noviembre...
—No la mires fijo a los ojos porque se sentirá que la estás desafiando y no le des la razón en todo, sino creerá que la estás tratando de idiota— digo, parados en la acera a pocos pasos de la casa de mi madre, alisando su ropa con mis manos como si estuviera llena de arrugas que solo ven mis ojos, y es que estoy tan nerviosa que necesito tenerlas ocupadas en algún quehacer. —Si pregunta cómo nos conocimos, le diremos la verdad, que fue hace unos años por un trámite en el juzgado. No hace falta decirle toda la verdad— aclaro, y lo tomo de las solapas de su traje para atraer su rostro a mi nariz, al tiempo que enarco una ceja. —No le vamos a decir la verdad nunca, ¿de acuerdo?
Recupero un tono más ligero en mi voz al devolverle su espacio libre de mis amenazas, otra vez metiéndome a la tarea de arreglar el cuello de su camisa y creo que todo lo que consigo es desarreglarla. —Tal vez nos conviene decirle que nos conocimos hace tres meses— me surge esta duda de último momento que no me deja dar el paso definitivo hacia la puerta y terminar con esta tortura, que las expectativas a lo que puede pasar son peores que el hecho en sí, una vez que estemos dentro que sea lo que tenga que ser. —Se lo va a creer, solíamos verte en la televisión y tal vez te diga algo sobre que siempre ponía los ojos en blanco y hacía ciertos comentarios sobre que me parecías un idiota con traje, ¡pero…! Recuerda que entonces creía que lo eras y que en realidad me gusta mucho como te quedan los trajes— parloteo a causa del nerviosismo, y le pongo fin con una profunda bocanada de aire.
—¿Estás listo?— pregunto, porque yo no me siento lista, no importa que me haya puesto una falda y unos zapatos que me dan unos centímetros más que mi madre. He postergado esta cena toda la semana, que cuando llegó el jueves decidí que sería a matar o morir, porque si lo dejaba un viernes, no tendríamos escapatoria a un interrogatorio que podría alargarse hasta la madrugada. Pero siendo jueves podíamos usar la excusa de que todos trabajábamos al día siguiente, que teníamos que irnos temprano. Y si el trabajo no era suficiente excusa, los dementores patrullando son lo mejor para escapar de cenas por compromiso. Solo para mantener los modales, toco el timbre como corresponde y nos doy unos segundos más de paz. Sujeto su mano para darle un apretón de ánimo, y me acerco a besarlo al mismo tiempo que la puerta se abre. Todo queda en un amago de nada, que casi parece que lo empujo para entrar primera y abrazar a Mohini así puedo susurrar a su oído. —Recuerda que tu nieto tiene que crecer con un padre, por favor. No seas tan dura con él…—. Con una sonrisa que a largas se nota que es de pura educación y muy falsa, muevo mis manos para señalar al uno y al otro. —Mohini, te presento a Hans. Hans, ella es mi madre—. ¿Cuánto falta para irnos?
Principios de noviembre...
—No la mires fijo a los ojos porque se sentirá que la estás desafiando y no le des la razón en todo, sino creerá que la estás tratando de idiota— digo, parados en la acera a pocos pasos de la casa de mi madre, alisando su ropa con mis manos como si estuviera llena de arrugas que solo ven mis ojos, y es que estoy tan nerviosa que necesito tenerlas ocupadas en algún quehacer. —Si pregunta cómo nos conocimos, le diremos la verdad, que fue hace unos años por un trámite en el juzgado. No hace falta decirle toda la verdad— aclaro, y lo tomo de las solapas de su traje para atraer su rostro a mi nariz, al tiempo que enarco una ceja. —No le vamos a decir la verdad nunca, ¿de acuerdo?
Recupero un tono más ligero en mi voz al devolverle su espacio libre de mis amenazas, otra vez metiéndome a la tarea de arreglar el cuello de su camisa y creo que todo lo que consigo es desarreglarla. —Tal vez nos conviene decirle que nos conocimos hace tres meses— me surge esta duda de último momento que no me deja dar el paso definitivo hacia la puerta y terminar con esta tortura, que las expectativas a lo que puede pasar son peores que el hecho en sí, una vez que estemos dentro que sea lo que tenga que ser. —Se lo va a creer, solíamos verte en la televisión y tal vez te diga algo sobre que siempre ponía los ojos en blanco y hacía ciertos comentarios sobre que me parecías un idiota con traje, ¡pero…! Recuerda que entonces creía que lo eras y que en realidad me gusta mucho como te quedan los trajes— parloteo a causa del nerviosismo, y le pongo fin con una profunda bocanada de aire.
—¿Estás listo?— pregunto, porque yo no me siento lista, no importa que me haya puesto una falda y unos zapatos que me dan unos centímetros más que mi madre. He postergado esta cena toda la semana, que cuando llegó el jueves decidí que sería a matar o morir, porque si lo dejaba un viernes, no tendríamos escapatoria a un interrogatorio que podría alargarse hasta la madrugada. Pero siendo jueves podíamos usar la excusa de que todos trabajábamos al día siguiente, que teníamos que irnos temprano. Y si el trabajo no era suficiente excusa, los dementores patrullando son lo mejor para escapar de cenas por compromiso. Solo para mantener los modales, toco el timbre como corresponde y nos doy unos segundos más de paz. Sujeto su mano para darle un apretón de ánimo, y me acerco a besarlo al mismo tiempo que la puerta se abre. Todo queda en un amago de nada, que casi parece que lo empujo para entrar primera y abrazar a Mohini así puedo susurrar a su oído. —Recuerda que tu nieto tiene que crecer con un padre, por favor. No seas tan dura con él…—. Con una sonrisa que a largas se nota que es de pura educación y muy falsa, muevo mis manos para señalar al uno y al otro. —Mohini, te presento a Hans. Hans, ella es mi madre—. ¿Cuánto falta para irnos?
Sacudo la cabeza con las palmas de las manos ligeramente en alto como para desentenderme del tema de rasgos, inclinándome hacia delante en el asiento para apañar un trozo de pastel que enseguida me meto en la boca. No lo he probado hasta ahora porque preferí dejarlo reposar en frío durante un par de horas, pero ahora que lo saboreo puedo decir que no me ha quedado del todo mal. Tengo que reírme por lo bajo al tener la boca llena de chocolate cuando los gestos de Hans provocan que me salte la risa, llevándome delicadamente el dorso de la mano a los labios. — ¿Viste? ¡Esa misma reacción tuve yo cuando lo propuso! Esta mujer quiere matarnos a ambos, ya lo dije. — ¿Dos nietos de golpe? ¡Si aun me estoy acostumbrando a la idea de tener uno! Aun así, me sale rodar los ojos aun con la sonrisa en el rostro. Coincidir en tantos puntos con mi yerno no es como esperaba que fuera la noche, si voy a ser sincera, pero me alegra el confirmar que no debo preocuparme demasiado por las elecciones de mi hija a partir de ahora. Al menos, sé que serán de a dos, aunque no confío mucho en que se pongan de acuerdo a la primera.
Poso el pequeño plato sobre mis piernas junto con la cuchara cuando Hans me tiende una fotografía, repasándome las muelas con la lengua en lo que analizo la misma de cerca. — Mira qué cara de enfado llevaba, con esos cachetes. No le gustaba el papel que hacía en la función, mucho menos el traje que le hice, pero ¿a que no está divina? Ya le dije yo a la maestra, que la pusiera de roca ahí no iba a seguir quejándose por hacer de campesina. — Me río ante el recuerdo y le paso la imagen a Lara para ver si ella se acuerda igual de bien que yo de la turra que me dio todas las vacaciones de navidad por haberle hecho ponerse semejante disfraz. Aun estoy tendiéndole la fotografía cuando lo que dice el hombre hace que gire la cabeza en su dirección, segundos antes de volverla hacia mi hija con las cejas alzadas. — Pues no, ese detalle también se le debió de escapar. — Le reprocho, pero no me molesta tanto como la idea de que haya pensado en irse a vivir al distrito cuatro sin haberme invitado a un crucero antes. ¿Ya dije que estoy a punto de jubilarme? — Si es lo que quiere Lara, me parece que es una gran idea, tal y como están las cosas lo mejor es que mi nieto crezca en un lugar tranquilo, fuera de todas esas movidas que os traéis en la isla. — El cuatro parece el sitio idóneo: playas, alejado de los problemas… Suena tan poco a Lara que no se cuánto tiempo durará esto de querer vivir en normalidad. — ¿Ya habéis mirado algún lugar? — Sobra decir que si no lo han hecho, me pido acompañar, ¡y tiene que tener habitación de invitados! Nunca se sabe cuándo la abuela puede hacer una aparición estelar. Con el comentario del baile, se me escapa una risa, mientras como Hans me acomodo a un lado para hacerle hueco a Lara. Le acaricio el pelo cuando se sienta, apartándoselo del rostro, ¡qué manía con ponérselo tapándose la cara! Con lo guapa que está con el pelo recogido. Suspiro dramáticamente, mirándolos a ambos cuando dejo en paz su cabello, como si no fuera capaz de creer en cómo ha pasado el tiempo tan deprisa que mi bebé está embarazada. Bueno, es que sigo sin creérmelo en el fondo.
Poso el pequeño plato sobre mis piernas junto con la cuchara cuando Hans me tiende una fotografía, repasándome las muelas con la lengua en lo que analizo la misma de cerca. — Mira qué cara de enfado llevaba, con esos cachetes. No le gustaba el papel que hacía en la función, mucho menos el traje que le hice, pero ¿a que no está divina? Ya le dije yo a la maestra, que la pusiera de roca ahí no iba a seguir quejándose por hacer de campesina. — Me río ante el recuerdo y le paso la imagen a Lara para ver si ella se acuerda igual de bien que yo de la turra que me dio todas las vacaciones de navidad por haberle hecho ponerse semejante disfraz. Aun estoy tendiéndole la fotografía cuando lo que dice el hombre hace que gire la cabeza en su dirección, segundos antes de volverla hacia mi hija con las cejas alzadas. — Pues no, ese detalle también se le debió de escapar. — Le reprocho, pero no me molesta tanto como la idea de que haya pensado en irse a vivir al distrito cuatro sin haberme invitado a un crucero antes. ¿Ya dije que estoy a punto de jubilarme? — Si es lo que quiere Lara, me parece que es una gran idea, tal y como están las cosas lo mejor es que mi nieto crezca en un lugar tranquilo, fuera de todas esas movidas que os traéis en la isla. — El cuatro parece el sitio idóneo: playas, alejado de los problemas… Suena tan poco a Lara que no se cuánto tiempo durará esto de querer vivir en normalidad. — ¿Ya habéis mirado algún lugar? — Sobra decir que si no lo han hecho, me pido acompañar, ¡y tiene que tener habitación de invitados! Nunca se sabe cuándo la abuela puede hacer una aparición estelar. Con el comentario del baile, se me escapa una risa, mientras como Hans me acomodo a un lado para hacerle hueco a Lara. Le acaricio el pelo cuando se sienta, apartándoselo del rostro, ¡qué manía con ponérselo tapándose la cara! Con lo guapa que está con el pelo recogido. Suspiro dramáticamente, mirándolos a ambos cuando dejo en paz su cabello, como si no fuera capaz de creer en cómo ha pasado el tiempo tan deprisa que mi bebé está embarazada. Bueno, es que sigo sin creérmelo en el fondo.
Icono :
—Tu voluntad ya conoce a la mía y nunca te deja salirte del todo con la tuya, pero podemos llegar a un acuerdo…—. Frunzo mi nariz cuando toca la punta con un dedo y con ese mohín arrugando mi rostro, hago un recuento de nuestras virtudes físicas. —Serán entonces mis ojos dominantes, tus pómulos de muñeco, mi nariz de botón y los dientitos delanteros de ambos, que tú también los tienes bien marcados— apunto, haciendo la misma evaluación visual que mi madre, como si no me conociera sus rasgos casi de memoria. Mis manos al menos las tengo apartadas, más ocupadas en servirme cucharadas del pastel que llevo a mi boca para colmar mi estómago que apenas si recuerda lo que fue la cena. —¡Morgana me libre de tener a un mini Hans llamándome Scott por toda la casa!— exclamo, evocando la misma imagen que me plateé en casa de Riley, ese niño que me miraría y haría rodar sus ojitos en un ruego de paciencia a mis torpezas, más parecido a su padre si es que tenemos suerte y con algún que otro defecto mío solo para no ponérselas tan fácil.
A ese rostro todavía sin poder precisar de un niño o una niña, reemplazo con la idea de un par que podrían repartirse a gusto nuestros rasgos, así podríamos jugar a nuestras anchas diciendo qué tienen de cada quien. Tal como le dije a mi madre cuando hice la misma broma al contarle lo del embarazo, no creo que mi cuerpo esté hecho para albergar dos bebés y en mi familia tampoco hay antecedentes de nacimiento múltiples como temer que sea así. El comentario me vale para regodearme a costa de Hans, con quien creo que voy a divertirme mucho en los meses que quedan, que se está adaptando rápido a todos los cambios que se han venido dando, pero tiene de esos sobresaltos que me dan tanta risa. Mis carcajadas chocan con su tos, que hasta me siento culpable, que le quería hacer una broma, no que se me muera en la sala de mi madre. —Calma, hombre, que no estaba hablando en serio. Respira, respira— lo animo, moviendo el aire hacia arriba con mis manos como si quisiera hacerle llegar hasta su nariz desde el sitio en el que me encuentro, todavía inclinada sobre los álbumes y usando las rodillas de Mohini para recargar mi hombro. —Yo no quiero matar a nadie, que los necesito a ambos con salud y paciencia mientras a mí me hacen estragos las hormonas sentimentales y el cuerpo me cambia como si estuviera mutando a un ornitorrinco—. ¡Que el susto de un par de mellizos es lo de menos! ¡Que yo estuve mañanas enteras vaciándome el alma sobre el retrete! Por suerte, esas nauseas van desapareciendo al mismo tiempo que lo hace mi cintura. —¿Un perro, eh? — lo tomo como la broma que doy por hecho que es, cuando Hans lo menciona. —¿Me lo traerás para Navidad?
La mención del perro imaginario, que no sé cómo ha llegado a estar tan presente en nuestras conversación, así como lo estuvo en mis fantasías de niña cuando trepaba por los muebles de la casa de mis padres diciéndoles que estaba jugando con Tesla, me trae a la mente todo lo que dijimos hace poco sobre las cosas que podríamos tener y si bien la lista está ahí, no sé cuánto de todo eso llegará a cumplirse. ¿Lo de las tortugas se habrá tomado en serio? —No dije nada, porque todavía no conocías a Hans, y no te hubiera gustado saber que andábamos jugando a la casita, de una casita a otra…—, que de un verano en mi departamento, pasamos a unas semanas en la mansión que demasiado grande para mi gusto, y de ahí a un distrito en el que nunca me hubiera visto más que para unas vacaciones. Tomo al vuelo la foto que están inspeccionando los dos y me espanto con ese horrible disfraz gris que simulaba ser una roca con sus puntas limadas. —¡Es que ni una línea tenía! Todos recitaban sus frases y yo me tenía que quedar con cara de roca, en silencio. ¡Por eso el enojo en mi carita! ¡Que hasta los que iban de hongos tenían una canción y hacían pasitos de baile! Pero, no, yo era el guijarro— bufo, incorporándome para tomar el lugar que me hacen en medio de ambos en el sillón, para volver a un tema que es mucho más interesante que mis incursiones en el teatro.
—Tranquilo y seguro— apunto cuando hablamos de la casa, que yo hubiera preferido el siete o el nueve, pero le veo sus conveniencias al cuatro. —Estaremos cerca de nuestros amigos que son aurores y Hans tendrá a toda su familia en un mismo lugar— al decirlo, con las manos de mi madre limpiando el pelo de mi cara, sostengo su mirada. —Sé que el seis es nuestra casa, Mo, pero al menos yo no quiero seguir aquí. Tal vez podrías venir al cuatro, poner tu restaurante ahí, conocer a un surfista o uno de esos millonarios con barcos de vela, el mundo se está yendo en picada como para que sigas postergando tus sueños de retiro— insinúo, que la decisión final la tiene ella, que es mi madre y sabrá mejor qué hará con su vida. —Hay cosas en el seis a las que nos aferramos demasiado tiempo y toca dejarlas ir en algún momento…—, que por algo entre todas las fotos que está mostrando Mohini, ni siquiera busco las que tienen al único ausente de nuestra familia. Pese a que logro recordar con toda claridad, cada día, como se escuchaba mi nombre dicho con su voz. —No hemos mirado nada todavía— vuelvo al tema, —Así que si quieres nos acompañas y mientras buscamos una para este bebé, buscamos una para ti—. Que la quiero cerca, pero no tan cerca. —Lo de ser una familia normal…— ladeo mi rostro hacia Hans y esbozo una sonrisa de disculpa, que no sé si el calificativo de «normal» sea algo que se pueda aplicar a nosotros alguna vez. Rozo su pómulo con una caricia, como si quisiera consolarlo. —Pero podemos tener un perro— lo hago parecer como si es algo que le fuera a servir de compensación a él, —No sé si un cachorro, porque me volvería loca con llantos y ladridos. Podría ser uno más grande, que sirva de perro guardián—. Y es que mi pasiva paranoia no cree que todos los recaudos sean suficientes, que me conozco y haré de esa casa una fortaleza para mi familia, por eso también quiero que mi madre este ahí. Que yo en crear muros tengo experiencia.
A ese rostro todavía sin poder precisar de un niño o una niña, reemplazo con la idea de un par que podrían repartirse a gusto nuestros rasgos, así podríamos jugar a nuestras anchas diciendo qué tienen de cada quien. Tal como le dije a mi madre cuando hice la misma broma al contarle lo del embarazo, no creo que mi cuerpo esté hecho para albergar dos bebés y en mi familia tampoco hay antecedentes de nacimiento múltiples como temer que sea así. El comentario me vale para regodearme a costa de Hans, con quien creo que voy a divertirme mucho en los meses que quedan, que se está adaptando rápido a todos los cambios que se han venido dando, pero tiene de esos sobresaltos que me dan tanta risa. Mis carcajadas chocan con su tos, que hasta me siento culpable, que le quería hacer una broma, no que se me muera en la sala de mi madre. —Calma, hombre, que no estaba hablando en serio. Respira, respira— lo animo, moviendo el aire hacia arriba con mis manos como si quisiera hacerle llegar hasta su nariz desde el sitio en el que me encuentro, todavía inclinada sobre los álbumes y usando las rodillas de Mohini para recargar mi hombro. —Yo no quiero matar a nadie, que los necesito a ambos con salud y paciencia mientras a mí me hacen estragos las hormonas sentimentales y el cuerpo me cambia como si estuviera mutando a un ornitorrinco—. ¡Que el susto de un par de mellizos es lo de menos! ¡Que yo estuve mañanas enteras vaciándome el alma sobre el retrete! Por suerte, esas nauseas van desapareciendo al mismo tiempo que lo hace mi cintura. —¿Un perro, eh? — lo tomo como la broma que doy por hecho que es, cuando Hans lo menciona. —¿Me lo traerás para Navidad?
La mención del perro imaginario, que no sé cómo ha llegado a estar tan presente en nuestras conversación, así como lo estuvo en mis fantasías de niña cuando trepaba por los muebles de la casa de mis padres diciéndoles que estaba jugando con Tesla, me trae a la mente todo lo que dijimos hace poco sobre las cosas que podríamos tener y si bien la lista está ahí, no sé cuánto de todo eso llegará a cumplirse. ¿Lo de las tortugas se habrá tomado en serio? —No dije nada, porque todavía no conocías a Hans, y no te hubiera gustado saber que andábamos jugando a la casita, de una casita a otra…—, que de un verano en mi departamento, pasamos a unas semanas en la mansión que demasiado grande para mi gusto, y de ahí a un distrito en el que nunca me hubiera visto más que para unas vacaciones. Tomo al vuelo la foto que están inspeccionando los dos y me espanto con ese horrible disfraz gris que simulaba ser una roca con sus puntas limadas. —¡Es que ni una línea tenía! Todos recitaban sus frases y yo me tenía que quedar con cara de roca, en silencio. ¡Por eso el enojo en mi carita! ¡Que hasta los que iban de hongos tenían una canción y hacían pasitos de baile! Pero, no, yo era el guijarro— bufo, incorporándome para tomar el lugar que me hacen en medio de ambos en el sillón, para volver a un tema que es mucho más interesante que mis incursiones en el teatro.
—Tranquilo y seguro— apunto cuando hablamos de la casa, que yo hubiera preferido el siete o el nueve, pero le veo sus conveniencias al cuatro. —Estaremos cerca de nuestros amigos que son aurores y Hans tendrá a toda su familia en un mismo lugar— al decirlo, con las manos de mi madre limpiando el pelo de mi cara, sostengo su mirada. —Sé que el seis es nuestra casa, Mo, pero al menos yo no quiero seguir aquí. Tal vez podrías venir al cuatro, poner tu restaurante ahí, conocer a un surfista o uno de esos millonarios con barcos de vela, el mundo se está yendo en picada como para que sigas postergando tus sueños de retiro— insinúo, que la decisión final la tiene ella, que es mi madre y sabrá mejor qué hará con su vida. —Hay cosas en el seis a las que nos aferramos demasiado tiempo y toca dejarlas ir en algún momento…—, que por algo entre todas las fotos que está mostrando Mohini, ni siquiera busco las que tienen al único ausente de nuestra familia. Pese a que logro recordar con toda claridad, cada día, como se escuchaba mi nombre dicho con su voz. —No hemos mirado nada todavía— vuelvo al tema, —Así que si quieres nos acompañas y mientras buscamos una para este bebé, buscamos una para ti—. Que la quiero cerca, pero no tan cerca. —Lo de ser una familia normal…— ladeo mi rostro hacia Hans y esbozo una sonrisa de disculpa, que no sé si el calificativo de «normal» sea algo que se pueda aplicar a nosotros alguna vez. Rozo su pómulo con una caricia, como si quisiera consolarlo. —Pero podemos tener un perro— lo hago parecer como si es algo que le fuera a servir de compensación a él, —No sé si un cachorro, porque me volvería loca con llantos y ladridos. Podría ser uno más grande, que sirva de perro guardián—. Y es que mi pasiva paranoia no cree que todos los recaudos sean suficientes, que me conozco y haré de esa casa una fortaleza para mi familia, por eso también quiero que mi madre este ahí. Que yo en crear muros tengo experiencia.
— Depende… ¿Quieres un perro para Navidad? — puede que sea una pregunta que suene con un tono ciertamente divertido, pero me encuentro a mí mismo descubriendo que soy capaz de dárselo si es lo que quiere. Voy a ser sincero, es una mala costumbre que he estado tomando desde la llegada de Meerah a mi vida y me he dado cuenta de que no se trata de tener dinero, sino de poseer gente en quien gastarlo. Al comienzo de mi pequeña fortuna, hice abuso de ella para conseguir caprichos e independencia, pero llega un punto donde simplemente te aburres de poseerlo todo con demasiada facilidad. Phoebe ya se ha quejado de la cantidad de tonterías que le he conseguido desde que volvimos a encontrarnos, pero no tengo razones para tener tantos galeones guardados en el banco. Mi ambición siempre estuvo destinada al control, no al oro y tengo ambos como para mantenerme satisfecho .
Siento que he metido la pata, aunque sea un poquito. Me hago el desentendido ante las aclaraciones de por qué Lara no comentó lo de la mudanza y la anécdota de su traje de roca se lleva toda mi atención, le regalo una sonrisa que se debate entre una risa y un gesto comprensivo — Si te sirve de consuelo, en un acto escolar hice de hoja de árbol y tuve que bailar salsa — una de esas memorias que tenía demasiado enterradas para mi propio bien — En mi defensa, tenía seis años — aclaro por las dudas. No sea que ahora piense que estaba llegando a la pubertad y seguía prestándome para hacer el ridículo. Al menos, el recuerdo es suficiente como para evitar que me quiebre en risa por la indignación de Scott, cosa que espero que agradezca, porque sabe lo pesado que me puedo poner.
La sensación de que soy un intruso es repentina. Así como yo quiero tener a los míos cerca, es comprensible que Scott tenga el mismo deseo. Quizá aquí estamos jugando a ser una familia feliz, pero todos sabemos que el mundo del otro lado de la puerta tiene otros planes. Juego el papel de adorno del sofá, me acomodo con un brazo alrededor de la cintura de Scott como si solo quisiera respaldar sus palabras pero no agregar nada a ellas, mis dedos aprovechan la cercanía para juguetear sobre su vientre al tenerla bien sujeta. Al menos, es una charla que no se prolonga demasiado y me encuentro con una caricia, atreviéndome a una sonrisa pequeña — Podemos conseguir una cerca blanca también, si quieres hacerlo un poco más tradicional — bromeo — Pero bueno… si quieres, podemos verlo cerca de Navidad. Meerah quería festejarlo este año — por fuera de lugar que parezca, tengo la sensación de que sí tenemos cosas para sentirnos agradecidos. A pesar de conocer gente que ha volado por los aires, tenemos nuestra pequeña recompensa. Pienso aferrarme a ello el tiempo que dure. Debe ser por eso que me acomodo para hacerme con un poco más de pastel, haciendo uso de mi mano libre y me hago cargo de la conversación más banal que se puede tener con la madre de tu … loquesea — Si vamos a seguir comiendo así, tengo la sensación de que Lara no será la única que engorde estos meses. ¿Cómo se llamaba el postre ese que me hiciste probar una vez y que tenías en un tupper? — en tiempos lejanos, cuando no había planes de terminar así, en el sofá de su madre y conversando sobre la idea de comprar una casa para criar a nuestro hijo. Las cosas pueden cambiar en un segundo y, por vertiginoso que sea, sé muy bien que he cerrado los ojos y saltado con gusto.
Siento que he metido la pata, aunque sea un poquito. Me hago el desentendido ante las aclaraciones de por qué Lara no comentó lo de la mudanza y la anécdota de su traje de roca se lleva toda mi atención, le regalo una sonrisa que se debate entre una risa y un gesto comprensivo — Si te sirve de consuelo, en un acto escolar hice de hoja de árbol y tuve que bailar salsa — una de esas memorias que tenía demasiado enterradas para mi propio bien — En mi defensa, tenía seis años — aclaro por las dudas. No sea que ahora piense que estaba llegando a la pubertad y seguía prestándome para hacer el ridículo. Al menos, el recuerdo es suficiente como para evitar que me quiebre en risa por la indignación de Scott, cosa que espero que agradezca, porque sabe lo pesado que me puedo poner.
La sensación de que soy un intruso es repentina. Así como yo quiero tener a los míos cerca, es comprensible que Scott tenga el mismo deseo. Quizá aquí estamos jugando a ser una familia feliz, pero todos sabemos que el mundo del otro lado de la puerta tiene otros planes. Juego el papel de adorno del sofá, me acomodo con un brazo alrededor de la cintura de Scott como si solo quisiera respaldar sus palabras pero no agregar nada a ellas, mis dedos aprovechan la cercanía para juguetear sobre su vientre al tenerla bien sujeta. Al menos, es una charla que no se prolonga demasiado y me encuentro con una caricia, atreviéndome a una sonrisa pequeña — Podemos conseguir una cerca blanca también, si quieres hacerlo un poco más tradicional — bromeo — Pero bueno… si quieres, podemos verlo cerca de Navidad. Meerah quería festejarlo este año — por fuera de lugar que parezca, tengo la sensación de que sí tenemos cosas para sentirnos agradecidos. A pesar de conocer gente que ha volado por los aires, tenemos nuestra pequeña recompensa. Pienso aferrarme a ello el tiempo que dure. Debe ser por eso que me acomodo para hacerme con un poco más de pastel, haciendo uso de mi mano libre y me hago cargo de la conversación más banal que se puede tener con la madre de tu … loquesea — Si vamos a seguir comiendo así, tengo la sensación de que Lara no será la única que engorde estos meses. ¿Cómo se llamaba el postre ese que me hiciste probar una vez y que tenías en un tupper? — en tiempos lejanos, cuando no había planes de terminar así, en el sofá de su madre y conversando sobre la idea de comprar una casa para criar a nuestro hijo. Las cosas pueden cambiar en un segundo y, por vertiginoso que sea, sé muy bien que he cerrado los ojos y saltado con gusto.
— ¡Un perro! ¿Vais a llamarlo Scott también o sería demasiado? — Bromeo, incluyéndome en la tertulia sobre el perro imaginario que mi hija desea aun a sabiendas de que para mi gusto, con un bebé en sus manos ya tiene suficiente para preocuparse por los siguientes veinte años… qué digo, por el resto de su vida, que un hijo no es una responsabilidad que tenga fecha de expiración, que un bebé está para cuidarlo por siempre, tenga la edad que tenga. — ¿Un ornitorrinco, hija mía? ¿De veras? A veces me pregunto de dónde sacaste esas ocurrencias, ¡que se trata de la mejor experiencia que vas a tener en la vida como mujer! — Ya sueno como las mujeres gurú de la televisión que se dedican a lanzar esta clase de comentarios a las embarazadas para espantarles la idea de abortar a la primera de cambio. — Ríete, ríete, ya verás cuando no puedas ni verte los pies desde arriba. — Digo con tono humorístico, riéndome entre dientes que me da un aspecto de malvada total, pero que soy capaz de camuflar como una pequeña broma de madre con experiencia en lo que le pellizco la mejilla.
Su propuesta a que sea yo también la que se mude de distrito me toma completamente por sorpresa, y tengo que echar hacia atrás la cabeza y un poco el pecho como si me lo acabara de decir en chino, porque creo que hubiera tenido la misma reacción. El discurso que acompaña su invitación, por otra parte, me hace plantearme cosas que hasta este momento ni se me habían pasado por la cabeza, como la idea de dejar esta casa. El hogar donde creció Lara, que guarda tantos recuerdos con mi difunto marido que no sé si estoy dispuesta a dejar eso atrás, por mucho que me lo pida mi hija como arrebato de embarazada. — No lo sé, cariño…Ya sabía que no querías desprenderte de mí tan fácil, ¿pero dejar el seis? ¿este lugar? No podría vender esta casa, simplemente… no. — Me hago con un poco de ayuda de la broma que hago al principio para que no se haga entrever lo que verdaderamente me importa un pasado que ya debería haber encerrado en una cajita, pero que esa cajita es esta propia casa y no puedo llevármela conmigo, porque en el fondo soy una blanda, pero debo mantener mi propia armadura de acero si quiero proteger a mi pequeña familia, ya no tan pequeña. Al final, me resigno a soltar un suspiro porque tampoco puedo negarle una petición como esa si es que lo quiere de verdad, a fin de cuentas es mi hija y que tenga el mundo entero y más entra dentro de la lista de cosas que hacer por ella. — Pero puedo hacerlo por un tiempo, si es lo que quieres, mientras estés embarazada y cuando nazca el bebé, hasta que sientas que ya no necesitas a esta vieja madre tuya y ya si quieres, cuando llegue el momento, me envías a ese crucero con hombres que den masajes y mojitos gratis, ¿de acuerdo? — Sonrío, tan honesta como me lo permite la gracia que seguimos alargando con los días a nuestra propia costa.
Me apunto a la idea de visitar casitas con un movimiento afirmativo de mi cabeza, aunque la mención de las festividades me hace pensar en que se encuentran a a vuelta de la esquina y la simple idea de todo lo que se viene con el bebé, nueva casa al igual que nuevas caras, hace que me lata el corazón con más ímpetu. — ¡Panda de exagerados! Hasta que no hayáis probado mi menú navideño no sabéis lo que es engordar en condiciones. — Porque sí, se me pasa enseguida las preocupaciones anteriores al pensar que puedo cocinar para más de dos o tres personas y ser feliz engordando a gente, que están los dos muy escuálidos. Me quedo observándolos a ambos desde mi lugar, con una sonrisa fina en mis labios que aparece de a poco al darme cuenta de lo mucho que he ganado en las últimas semanas sin siquiera pedirlo, sin que venga a cuento y de la manera más inesperada posible, que dicen que lo inesperado es por lo que vale la pena apostar y yo no sé si mi hija apostó alto, pero desde luego se llevó el gordo sin quererlo, o queriéndolo, el resultado no difiere.
Su propuesta a que sea yo también la que se mude de distrito me toma completamente por sorpresa, y tengo que echar hacia atrás la cabeza y un poco el pecho como si me lo acabara de decir en chino, porque creo que hubiera tenido la misma reacción. El discurso que acompaña su invitación, por otra parte, me hace plantearme cosas que hasta este momento ni se me habían pasado por la cabeza, como la idea de dejar esta casa. El hogar donde creció Lara, que guarda tantos recuerdos con mi difunto marido que no sé si estoy dispuesta a dejar eso atrás, por mucho que me lo pida mi hija como arrebato de embarazada. — No lo sé, cariño…Ya sabía que no querías desprenderte de mí tan fácil, ¿pero dejar el seis? ¿este lugar? No podría vender esta casa, simplemente… no. — Me hago con un poco de ayuda de la broma que hago al principio para que no se haga entrever lo que verdaderamente me importa un pasado que ya debería haber encerrado en una cajita, pero que esa cajita es esta propia casa y no puedo llevármela conmigo, porque en el fondo soy una blanda, pero debo mantener mi propia armadura de acero si quiero proteger a mi pequeña familia, ya no tan pequeña. Al final, me resigno a soltar un suspiro porque tampoco puedo negarle una petición como esa si es que lo quiere de verdad, a fin de cuentas es mi hija y que tenga el mundo entero y más entra dentro de la lista de cosas que hacer por ella. — Pero puedo hacerlo por un tiempo, si es lo que quieres, mientras estés embarazada y cuando nazca el bebé, hasta que sientas que ya no necesitas a esta vieja madre tuya y ya si quieres, cuando llegue el momento, me envías a ese crucero con hombres que den masajes y mojitos gratis, ¿de acuerdo? — Sonrío, tan honesta como me lo permite la gracia que seguimos alargando con los días a nuestra propia costa.
Me apunto a la idea de visitar casitas con un movimiento afirmativo de mi cabeza, aunque la mención de las festividades me hace pensar en que se encuentran a a vuelta de la esquina y la simple idea de todo lo que se viene con el bebé, nueva casa al igual que nuevas caras, hace que me lata el corazón con más ímpetu. — ¡Panda de exagerados! Hasta que no hayáis probado mi menú navideño no sabéis lo que es engordar en condiciones. — Porque sí, se me pasa enseguida las preocupaciones anteriores al pensar que puedo cocinar para más de dos o tres personas y ser feliz engordando a gente, que están los dos muy escuálidos. Me quedo observándolos a ambos desde mi lugar, con una sonrisa fina en mis labios que aparece de a poco al darme cuenta de lo mucho que he ganado en las últimas semanas sin siquiera pedirlo, sin que venga a cuento y de la manera más inesperada posible, que dicen que lo inesperado es por lo que vale la pena apostar y yo no sé si mi hija apostó alto, pero desde luego se llevó el gordo sin quererlo, o queriéndolo, el resultado no difiere.
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Si ha vuelto a preguntar es porque va en serio, que si digo que quiero el tonto perro, me traerá uno como si se lo hubiera encargado y, de pronto, no quiero quedar como una niña caprichosa por fuera de las bromas o tomar la costumbre de empezar a pedir cosas, que eso se vuelve una manía luego. No le respondo, en cambio tomo el chiste de mi madre y simulo un sobresalto de susto. —¡Sería un caos! Si Hans se pone a gritar Scott en la casa con su tono regañón, nunca sabremos si me habla a mí, al perro ¡o al bebé!—. Puesto que la discusión sobre el nombre y también el apellido sigue abierta, la última es un detalle que no podemos obviar. Lo que no me doy cuenta es que le estoy dando fama de gritón delante de mi madre, aunque a estas alturas de la noche, creo que no hay comentario que le quite el efecto de amortentia a mi madre en el que la indujo con su parla. —¡Pobre, hombre! Se volvería loco si hay más de una Scott— busco sus ojos, más claros que los míos o de mi madre, pero con ese resplandor de humor que hace que este primer encuentro con mi madre sea cualquier cosa, menos la reunión tensa que esperábamos al estar esperando fuera de la casa. —¿La mejor experiencia de una mujer? Y yo que estaba segura de que la mejor era la…— me interrumpo, mi mirada cruzándose con la de Mohini, mis facciones mostrando una expresión tan inocente que podemos seguir con sus predicciones a mi embarazo. —¡Eso es lo que digo! ¡Tendré pies de pato!— me quejo, que la comparación con el ornitorrinco tiene su razón de ser.
Su anécdota escolar provoca mi ternura que se expresa en un sonido arrullante y sale de mis labios que forman un mohín, que me ha dado ganas de pellizcarle las mejillas sabiendo que si con veinte y algo de años las tenía tan llenas y sonrojadas, ¡lo que habrá sido con seis años! Me apunto como una de las tareas prioritarias en mi agenda sacar una cita con Phoebe para que me ilustre con su propia versión de cada una de sus anécdotas, y es que más allá de las primeras cosas que me enteré sobre los Powell, por trágicas que fueron, no llegaron a empañar del todo otros recuerdos. Y es cuando pienso que hasta Meerah, él no tenía más que a Phoebe, que en mi caso la única familia de sangre que he tenido ha sido mi madre hasta saber que estaba embarazada, se me hace más fácil armar una imagen mental donde podamos ir encajando aunque seamos piezas de distintos puzzles y de normales no tengamos nada, que estamos demasiado lejos de esa fantasía de casas con cercas blancas, pero podemos tener una playa en el patio trasero ¿y no es eso genial? Puedo prestarle a mi madre para que le haga recetas, postres… —¿Hablas del gulab yamun?—, y platos navideños que nos tengan hasta finales de enero con el estómago pesado. —Si mi madre se ha propuesto engodarte, creo que pronto volverás a tener tus cachetes rellenos. Serás lo más rico luego de Navidad— me río sentada a su lado, inclinándome hacia él para acariciar su mejilla con un beso que apenas roza su piel, en tanto coloco una mano sobre la suya, entrelazándolas de un modo natural e inconsciente en que no reparo, simplemente lo hago.
Veo mi oportunidad de dar mis comentarios sobre la cena cuando estamos de vuelta en la isla ministerial, con el alma de Hans segura dentro de su cuerpo, que ha sobrevivido al encuentro con mi madre y nos hemos librado de cruzarnos con dementores por volver antes de la hora del toque de queda. Me deshago de las botas después de cruzar la puerta de entrada, recogiéndolas con una mano y emprendo la subida por la escalera con mis pies liberados de esa incomodidad, dejando que mis palabras lleguen a él que me sigue hacia el dormitorio con la poca luz que nos basta para orientarnos. —¡Es que yo no sé cómo lo haces!— exclamo, no lo suficientemente alto como para el resto de los habitantes de la casa nos escuchen, solo en el tono para que él perciba mi incredulidad. —¡Lograste seducirla al tercer bocado! Se retiró de la competencia de picantes nada más comenzar y se quedó planeando recetas navideñas. ¡Se ha enamorado de ti en la primera cita!— bufo, sacudiendo mis brazos en el aire y con ellos, mis zapatos al borde del barandal. —¡Es increíble! ¡Nunca visto! A este paso, creeré que soy la única que es capaz de resistirse a tus encantos— digo, dándome la vuelta al alcanzar el final de la escalera. A pesar de mi estatura en desventaja por estar descalza, me aprovecho de que esté unos peldaños más abajo para acusarlo con mi dedo índice. —Eres peligroso, Hans Powell— sentencio. —Y no quiero enterarme que te ves a solas con ella, porque me di cuenta cómo la mirabas. Mi madre logró seducirte también con sus recetas— resoplo con fuerza por mi nariz, un gesto que se acompaña de una postura de hombros y brazos rígidos que no tiene el efecto intimidante que pretendo por un pasillo que está casi sumido en las penumbras, y lo siguiente que digo al darle la espalda para seguir andando, es más un farfullo enfadado dicho entre dientes que otra cosa, como para no despertar a Meerah. —¡El único novio que llevo a mi casa y mi madre me lo roba! ¡Se ha visto!—. Y abrir la puerta del dormitorio, en vez de dejarla abierta ya que viene detrás, la cierro con un golpe seco a mi espalda y me voy a encerrar en el baño a lavarme los dientes por quince minutos.
Su anécdota escolar provoca mi ternura que se expresa en un sonido arrullante y sale de mis labios que forman un mohín, que me ha dado ganas de pellizcarle las mejillas sabiendo que si con veinte y algo de años las tenía tan llenas y sonrojadas, ¡lo que habrá sido con seis años! Me apunto como una de las tareas prioritarias en mi agenda sacar una cita con Phoebe para que me ilustre con su propia versión de cada una de sus anécdotas, y es que más allá de las primeras cosas que me enteré sobre los Powell, por trágicas que fueron, no llegaron a empañar del todo otros recuerdos. Y es cuando pienso que hasta Meerah, él no tenía más que a Phoebe, que en mi caso la única familia de sangre que he tenido ha sido mi madre hasta saber que estaba embarazada, se me hace más fácil armar una imagen mental donde podamos ir encajando aunque seamos piezas de distintos puzzles y de normales no tengamos nada, que estamos demasiado lejos de esa fantasía de casas con cercas blancas, pero podemos tener una playa en el patio trasero ¿y no es eso genial? Puedo prestarle a mi madre para que le haga recetas, postres… —¿Hablas del gulab yamun?—, y platos navideños que nos tengan hasta finales de enero con el estómago pesado. —Si mi madre se ha propuesto engodarte, creo que pronto volverás a tener tus cachetes rellenos. Serás lo más rico luego de Navidad— me río sentada a su lado, inclinándome hacia él para acariciar su mejilla con un beso que apenas roza su piel, en tanto coloco una mano sobre la suya, entrelazándolas de un modo natural e inconsciente en que no reparo, simplemente lo hago.
Veo mi oportunidad de dar mis comentarios sobre la cena cuando estamos de vuelta en la isla ministerial, con el alma de Hans segura dentro de su cuerpo, que ha sobrevivido al encuentro con mi madre y nos hemos librado de cruzarnos con dementores por volver antes de la hora del toque de queda. Me deshago de las botas después de cruzar la puerta de entrada, recogiéndolas con una mano y emprendo la subida por la escalera con mis pies liberados de esa incomodidad, dejando que mis palabras lleguen a él que me sigue hacia el dormitorio con la poca luz que nos basta para orientarnos. —¡Es que yo no sé cómo lo haces!— exclamo, no lo suficientemente alto como para el resto de los habitantes de la casa nos escuchen, solo en el tono para que él perciba mi incredulidad. —¡Lograste seducirla al tercer bocado! Se retiró de la competencia de picantes nada más comenzar y se quedó planeando recetas navideñas. ¡Se ha enamorado de ti en la primera cita!— bufo, sacudiendo mis brazos en el aire y con ellos, mis zapatos al borde del barandal. —¡Es increíble! ¡Nunca visto! A este paso, creeré que soy la única que es capaz de resistirse a tus encantos— digo, dándome la vuelta al alcanzar el final de la escalera. A pesar de mi estatura en desventaja por estar descalza, me aprovecho de que esté unos peldaños más abajo para acusarlo con mi dedo índice. —Eres peligroso, Hans Powell— sentencio. —Y no quiero enterarme que te ves a solas con ella, porque me di cuenta cómo la mirabas. Mi madre logró seducirte también con sus recetas— resoplo con fuerza por mi nariz, un gesto que se acompaña de una postura de hombros y brazos rígidos que no tiene el efecto intimidante que pretendo por un pasillo que está casi sumido en las penumbras, y lo siguiente que digo al darle la espalda para seguir andando, es más un farfullo enfadado dicho entre dientes que otra cosa, como para no despertar a Meerah. —¡El único novio que llevo a mi casa y mi madre me lo roba! ¡Se ha visto!—. Y abrir la puerta del dormitorio, en vez de dejarla abierta ya que viene detrás, la cierro con un golpe seco a mi espalda y me voy a encerrar en el baño a lavarme los dientes por quince minutos.
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