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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Principios de noviembre...
—No la mires fijo a los ojos porque se sentirá que la estás desafiando y no le des la razón en todo, sino creerá que la estás tratando de idiota— digo, parados en la acera a pocos pasos de la casa de mi madre, alisando su ropa con mis manos como si estuviera llena de arrugas que solo ven mis ojos, y es que estoy tan nerviosa que necesito tenerlas ocupadas en algún quehacer. —Si pregunta cómo nos conocimos, le diremos la verdad, que fue hace unos años por un trámite en el juzgado. No hace falta decirle toda la verdad— aclaro, y lo tomo de las solapas de su traje para atraer su rostro a mi nariz, al tiempo que enarco una ceja. —No le vamos a decir la verdad nunca, ¿de acuerdo?
Recupero un tono más ligero en mi voz al devolverle su espacio libre de mis amenazas, otra vez metiéndome a la tarea de arreglar el cuello de su camisa y creo que todo lo que consigo es desarreglarla. —Tal vez nos conviene decirle que nos conocimos hace tres meses— me surge esta duda de último momento que no me deja dar el paso definitivo hacia la puerta y terminar con esta tortura, que las expectativas a lo que puede pasar son peores que el hecho en sí, una vez que estemos dentro que sea lo que tenga que ser. —Se lo va a creer, solíamos verte en la televisión y tal vez te diga algo sobre que siempre ponía los ojos en blanco y hacía ciertos comentarios sobre que me parecías un idiota con traje, ¡pero…! Recuerda que entonces creía que lo eras y que en realidad me gusta mucho como te quedan los trajes— parloteo a causa del nerviosismo, y le pongo fin con una profunda bocanada de aire.
—¿Estás listo?— pregunto, porque yo no me siento lista, no importa que me haya puesto una falda y unos zapatos que me dan unos centímetros más que mi madre. He postergado esta cena toda la semana, que cuando llegó el jueves decidí que sería a matar o morir, porque si lo dejaba un viernes, no tendríamos escapatoria a un interrogatorio que podría alargarse hasta la madrugada. Pero siendo jueves podíamos usar la excusa de que todos trabajábamos al día siguiente, que teníamos que irnos temprano. Y si el trabajo no era suficiente excusa, los dementores patrullando son lo mejor para escapar de cenas por compromiso. Solo para mantener los modales, toco el timbre como corresponde y nos doy unos segundos más de paz. Sujeto su mano para darle un apretón de ánimo, y me acerco a besarlo al mismo tiempo que la puerta se abre. Todo queda en un amago de nada, que casi parece que lo empujo para entrar primera y abrazar a Mohini así puedo susurrar a su oído. —Recuerda que tu nieto tiene que crecer con un padre, por favor. No seas tan dura con él…—. Con una sonrisa que a largas se nota que es de pura educación y muy falsa, muevo mis manos para señalar al uno y al otro. —Mohini, te presento a Hans. Hans, ella es mi madre—. ¿Cuánto falta para irnos?
—No la mires fijo a los ojos porque se sentirá que la estás desafiando y no le des la razón en todo, sino creerá que la estás tratando de idiota— digo, parados en la acera a pocos pasos de la casa de mi madre, alisando su ropa con mis manos como si estuviera llena de arrugas que solo ven mis ojos, y es que estoy tan nerviosa que necesito tenerlas ocupadas en algún quehacer. —Si pregunta cómo nos conocimos, le diremos la verdad, que fue hace unos años por un trámite en el juzgado. No hace falta decirle toda la verdad— aclaro, y lo tomo de las solapas de su traje para atraer su rostro a mi nariz, al tiempo que enarco una ceja. —No le vamos a decir la verdad nunca, ¿de acuerdo?
Recupero un tono más ligero en mi voz al devolverle su espacio libre de mis amenazas, otra vez metiéndome a la tarea de arreglar el cuello de su camisa y creo que todo lo que consigo es desarreglarla. —Tal vez nos conviene decirle que nos conocimos hace tres meses— me surge esta duda de último momento que no me deja dar el paso definitivo hacia la puerta y terminar con esta tortura, que las expectativas a lo que puede pasar son peores que el hecho en sí, una vez que estemos dentro que sea lo que tenga que ser. —Se lo va a creer, solíamos verte en la televisión y tal vez te diga algo sobre que siempre ponía los ojos en blanco y hacía ciertos comentarios sobre que me parecías un idiota con traje, ¡pero…! Recuerda que entonces creía que lo eras y que en realidad me gusta mucho como te quedan los trajes— parloteo a causa del nerviosismo, y le pongo fin con una profunda bocanada de aire.
—¿Estás listo?— pregunto, porque yo no me siento lista, no importa que me haya puesto una falda y unos zapatos que me dan unos centímetros más que mi madre. He postergado esta cena toda la semana, que cuando llegó el jueves decidí que sería a matar o morir, porque si lo dejaba un viernes, no tendríamos escapatoria a un interrogatorio que podría alargarse hasta la madrugada. Pero siendo jueves podíamos usar la excusa de que todos trabajábamos al día siguiente, que teníamos que irnos temprano. Y si el trabajo no era suficiente excusa, los dementores patrullando son lo mejor para escapar de cenas por compromiso. Solo para mantener los modales, toco el timbre como corresponde y nos doy unos segundos más de paz. Sujeto su mano para darle un apretón de ánimo, y me acerco a besarlo al mismo tiempo que la puerta se abre. Todo queda en un amago de nada, que casi parece que lo empujo para entrar primera y abrazar a Mohini así puedo susurrar a su oído. —Recuerda que tu nieto tiene que crecer con un padre, por favor. No seas tan dura con él…—. Con una sonrisa que a largas se nota que es de pura educación y muy falsa, muevo mis manos para señalar al uno y al otro. —Mohini, te presento a Hans. Hans, ella es mi madre—. ¿Cuánto falta para irnos?
Estoy demasiado quieto, con ambas manos sujetando la botella de vino en una postura similar a la cual recuerdo tener en mi primer día de escuela, cuando mi madre me daba consejos de cómo debería desempeñarme en un ámbito completamente nuevo; supongo que no difiere tanto con la realidad actual. No sé si me pone más nervioso la expectativa o el parloteo de Lara, al cual solo asiento con los labios vagamente fruncidos — ¿Es tu madre una banshee o algo así? Por poco parece que temes que me chupe el alma — busco quitarle algo de peso al escenario desconocido en el cual nos estamos sumiendo y me pregunto si debería haberme cambiado de ropa; quizá venir con traje de oficina no ha sido buena idea, Scott no parece poder dejar de arreglarlo como si cada detalle fuese una excusa. Me encuentro tratando de no bizquear cuando me pega a su nariz y doy un asentimiento firme, casi militar — Tranquila. No vine aquí a contarle a tu madre de tu pasado delictivo — tampoco es algo en lo que he estado pensando desde que quemamos sus papeles. La vida ahora es demasiado complicada como para preocuparme por ello.
Ahí por donde pasan sus manos se mueve una de las mías, busco acomodar la camisa de la manera más disimulada que soy capaz y hasta me atrevo a sonreírle con gracia. Sé las opiniones que tenía de mí, jamás se tomó mucho la molestia de ocultarlas — Creí que no te gustaban. Como siempre insistes en quitarlos... — me encojo de hombros con falsa resignación y acomodo un mechón de su cabello detrás de su oreja — Si cambiamos mucho la versión de los hechos será confuso y nos pasaremos. Solo digamos la verdad, omitiendo los detalles complicados — estoy seguro de que ocultarle una parte de la verdad en lugar de inventar una mentira es mucho más llevadero para todos. Puedo apostar a que ninguno aquí busca complicar las cosas más de lo que ya están.
He pasado el día teniendo que el tiempo pase rápido, pero estoy casi seguro de que cuando uno desea que los segundos se congelen, éstos pisan el acelerador. No estoy listo pero no se lo voy a decir, me convenzo de que esto tiene que pasar tarde o temprano y me resigno a que posiblemente no le agrade a la persona que vaya a abrirnos la puerta. No es que no tenga confianza en mí mismo porque sé que puedo ganarme a las personas si así lo deseo, pero esto es nuevo, desconocido y me estoy presentando como el sujeto salido de la nada que embarazó a su única hija. Me conformo con un apretón a su mano y tengo intenciones de besarla cuando ella se inclina, pero pronto me encuentro con sus labios lejos de mi alcance y me quedo rezagado en lo que ella se lanza a abrazar a su madre. Bien, este es el momento incómodo en el cual me quedo parado detrás con la botella entre las manos y sin saber dónde meterme, hasta que Lara decide proceder con las presentaciones y me obligo a sonreír — Es bueno conocer por fin a la persona que Lara siempre menciona — intento no sonar tan formal, pero creo que fallo cuando doy un paso hacia delante con la mano estirada para que la estreche. Una vez más en mi vida, acto cometido por pura costumbre. Muevo un poco mis dedos y paso a enseñarle la botella — Espero que le guste, es una buena cosecha, aunque no conozco sus preferencias — ya, creo que estoy hablando mucho.
Con una petición de su permiso a modo de gesto, doy un paso dentro de la casa y, en cuanto la puerta está cerrada a nuestras espaldas, me permito el mirar alrededor. No quiero ser tan obvio, pero una parte de mí tiene curiosidad por fotografías ridículas de infancia y un hogar en el cual puedo ver a Scott crecer. Quizá, eso mezclado con lo que sé de mí mismo, me ayude a darme una idea de cómo será el bebé en camino — ¿Quieren que ayude en algo con la cena o...? — no tengo idea de qué comida posiblemente hindú vayamos a comer hoy, pero cualquier excusa para evitar un interrogatorio detallado está bien. Al menos, espero que las instrucciones de su hija me sirvan de algo.
Ahí por donde pasan sus manos se mueve una de las mías, busco acomodar la camisa de la manera más disimulada que soy capaz y hasta me atrevo a sonreírle con gracia. Sé las opiniones que tenía de mí, jamás se tomó mucho la molestia de ocultarlas — Creí que no te gustaban. Como siempre insistes en quitarlos... — me encojo de hombros con falsa resignación y acomodo un mechón de su cabello detrás de su oreja — Si cambiamos mucho la versión de los hechos será confuso y nos pasaremos. Solo digamos la verdad, omitiendo los detalles complicados — estoy seguro de que ocultarle una parte de la verdad en lugar de inventar una mentira es mucho más llevadero para todos. Puedo apostar a que ninguno aquí busca complicar las cosas más de lo que ya están.
He pasado el día teniendo que el tiempo pase rápido, pero estoy casi seguro de que cuando uno desea que los segundos se congelen, éstos pisan el acelerador. No estoy listo pero no se lo voy a decir, me convenzo de que esto tiene que pasar tarde o temprano y me resigno a que posiblemente no le agrade a la persona que vaya a abrirnos la puerta. No es que no tenga confianza en mí mismo porque sé que puedo ganarme a las personas si así lo deseo, pero esto es nuevo, desconocido y me estoy presentando como el sujeto salido de la nada que embarazó a su única hija. Me conformo con un apretón a su mano y tengo intenciones de besarla cuando ella se inclina, pero pronto me encuentro con sus labios lejos de mi alcance y me quedo rezagado en lo que ella se lanza a abrazar a su madre. Bien, este es el momento incómodo en el cual me quedo parado detrás con la botella entre las manos y sin saber dónde meterme, hasta que Lara decide proceder con las presentaciones y me obligo a sonreír — Es bueno conocer por fin a la persona que Lara siempre menciona — intento no sonar tan formal, pero creo que fallo cuando doy un paso hacia delante con la mano estirada para que la estreche. Una vez más en mi vida, acto cometido por pura costumbre. Muevo un poco mis dedos y paso a enseñarle la botella — Espero que le guste, es una buena cosecha, aunque no conozco sus preferencias — ya, creo que estoy hablando mucho.
Con una petición de su permiso a modo de gesto, doy un paso dentro de la casa y, en cuanto la puerta está cerrada a nuestras espaldas, me permito el mirar alrededor. No quiero ser tan obvio, pero una parte de mí tiene curiosidad por fotografías ridículas de infancia y un hogar en el cual puedo ver a Scott crecer. Quizá, eso mezclado con lo que sé de mí mismo, me ayude a darme una idea de cómo será el bebé en camino — ¿Quieren que ayude en algo con la cena o...? — no tengo idea de qué comida posiblemente hindú vayamos a comer hoy, pero cualquier excusa para evitar un interrogatorio detallado está bien. Al menos, espero que las instrucciones de su hija me sirvan de algo.
No estoy nerviosa. En lo absoluto. He tenido que tratar con cosas bastante peores que la presentación de mi yerno. Que no estoy tan segura de que lo es porque según mi hija el título que recibe es el de padre de mi futuro nieto, así que tengo que ingeniármelas para averiguar lo que realmente es para ella, sin ser necesariamente demasiado evidente. Pero vamos, que soy yo, nadie se resiste a mis encantos. Por eso, le preguntaré directamente sin pelos y señales. Está bien, está bien, intentaré centrarme primero en otros temas, no voy a ser tan lanzada que luego Lara se me enfada, y no voy a decir que con razón. Por el momento, prefiero prestar mi atención a cosas que sí puedo controlar, como la comida que voy a servir, y ese es el motivo por el cual me paso el día entero funcionando de un lado a otro de la cocina sin apenas mover los ojos del libro de recetas y de las sartenes que se encuentran encendidas. No voy a lanzarme flores antes de que siquiera lo hayan probado, pero creo profundamente que hoy me he esmerado con creces para hacer de esta cena la mejor de mis elaboraciones. Quizás me haya pasado ligeramente, como no me decidí por ningún plato en específico, lo mejor que se me ocurrió fue hacer básicamente TODO. Así se pueden llevar las sobras.
Siempre me gustaron los detalles, de manera que al poner la mesa me centro en cada uno de ellos, desde las servilletas y el mantel hasta el orden de las velas, porque sí, las velas hacen que todo sea más acogedor, aunque estoy por quitarlas cuando se me ocurre que las vean como algo romántico. Ups. Bueno, como sea. Cuando estoy satisfecha con mi trabajo, lo suficiente para que no parezca esto una cena de Navidad, pero tampoco una noche de parranda con los amigos, me presto unos minutos largos a mí misma para arreglarme. Estoy retocándome el cabello cuando suena el timbre de la puerta, y me tomo un último suspiro en el espejo en lo que observo el aspecto que tengo. Si no fuera porque abro la puerta en ese preciso instante, creo que se hubieran morreado ahí mismo, lo cual dejo expresar con mi cara al alzar una ceja, siendo mi hija la que se encarga de que cambie de expresión al verme envuelta en sus brazos. Deposito un beso en su mejilla con una sonrisa, sin apartar la vista de Powell en cuanto lo tengo en mi radar otra vez. Las palabras de Lara, esas que ya escuché cuando me informó de que tendríamos una presentación digna por fin, me entran por un oído bien claras. Por esa misma razón, cuando tengo la mano de Hans entre la mía, me permito el sonreír amablemente. — Oh, ¿de veras? Curioso que Lara no haya hecho lo mismo contigo. — Primera bomba. Uuuuuuuuuups. — El placer es todo mío, Hans ¡pero pasad, pasad! — Indico con la sonrisa aun entre mis labios, dejándolos entrar sin quitarle los ojos de encima al susodicho.
Les hago pasar hacia el salón, donde ya las luces se encargan de iluminar la mesa en un ambiente cálido y familiar. Me encuentro negando con la cabeza con velocidad, acompañando el gesto un poco con mis manos mientras les indico que pueden sentarse donde quieran. Nadie entra en mi cocina. — Muy amable, pero de eso me encargo yo. Tengo entendido que te gusta mi comida… — Digo alzando ligeramente las cejas divertida. Alzo un dedo para señalar que vuelvo en un minuto, moviendo mi trasero en dirección a la cocina. Suelto el aire acumulado en mis pulmones, uniendo mis dedos al tiempo que vuelvo a inspirar a modo de ejercicio de relajación. Mo, cálmate. Esto no es nada que no puedas controlar. Con un chasquido de los mismos hago que los boles que he preparado con salsas cien por cien caseras se eleven y me sigan por el pasillo mientras en mis manos cargo con el plato principal. — Espero que te guste lo picante, Hans, aunque bueno, supongo que no hay plato más picante que mi hija, ¿no es cierto? — Boom. Voy a relajarme que la noche solo empieza. Poso el arroz basmati en el centro de la misma mientras ocurre por arte de magia lo mismo con el resto de platos con verduras, pollo, salsas de tomate, de curry, ajo y cebolla con pimientos… vamos, que he hecho comida para un regimiento. — Lara, cariño, he preparado algo más ligero para ti, con el bebé… — Que lo enciendo incluso antes de que lo hagan sus padres. Porque vaya dos bombas se fueron a juntar.
Me siento en el extremo de la mesa, presidiendo la misma, y junto mis dedos para analizarlos a los dos con una sonrisa entre mis labios. Giro la cabeza hacia el intruso. — Bueno, cuéntame, Hans. ¿Cómo van las cosas en el ministerio? — Venga, voy a darles un respiro antes de ponerme en modo inquisidora. Con un gesto de mis manos les indico que pueden empezar, porque vaya dos momias tengo en frente. — Vamos, vamos, que la comida no muerde. — Todavía. Veamos qué estómago tiene este hombre.
Siempre me gustaron los detalles, de manera que al poner la mesa me centro en cada uno de ellos, desde las servilletas y el mantel hasta el orden de las velas, porque sí, las velas hacen que todo sea más acogedor, aunque estoy por quitarlas cuando se me ocurre que las vean como algo romántico. Ups. Bueno, como sea. Cuando estoy satisfecha con mi trabajo, lo suficiente para que no parezca esto una cena de Navidad, pero tampoco una noche de parranda con los amigos, me presto unos minutos largos a mí misma para arreglarme. Estoy retocándome el cabello cuando suena el timbre de la puerta, y me tomo un último suspiro en el espejo en lo que observo el aspecto que tengo. Si no fuera porque abro la puerta en ese preciso instante, creo que se hubieran morreado ahí mismo, lo cual dejo expresar con mi cara al alzar una ceja, siendo mi hija la que se encarga de que cambie de expresión al verme envuelta en sus brazos. Deposito un beso en su mejilla con una sonrisa, sin apartar la vista de Powell en cuanto lo tengo en mi radar otra vez. Las palabras de Lara, esas que ya escuché cuando me informó de que tendríamos una presentación digna por fin, me entran por un oído bien claras. Por esa misma razón, cuando tengo la mano de Hans entre la mía, me permito el sonreír amablemente. — Oh, ¿de veras? Curioso que Lara no haya hecho lo mismo contigo. — Primera bomba. Uuuuuuuuuups. — El placer es todo mío, Hans ¡pero pasad, pasad! — Indico con la sonrisa aun entre mis labios, dejándolos entrar sin quitarle los ojos de encima al susodicho.
Les hago pasar hacia el salón, donde ya las luces se encargan de iluminar la mesa en un ambiente cálido y familiar. Me encuentro negando con la cabeza con velocidad, acompañando el gesto un poco con mis manos mientras les indico que pueden sentarse donde quieran. Nadie entra en mi cocina. — Muy amable, pero de eso me encargo yo. Tengo entendido que te gusta mi comida… — Digo alzando ligeramente las cejas divertida. Alzo un dedo para señalar que vuelvo en un minuto, moviendo mi trasero en dirección a la cocina. Suelto el aire acumulado en mis pulmones, uniendo mis dedos al tiempo que vuelvo a inspirar a modo de ejercicio de relajación. Mo, cálmate. Esto no es nada que no puedas controlar. Con un chasquido de los mismos hago que los boles que he preparado con salsas cien por cien caseras se eleven y me sigan por el pasillo mientras en mis manos cargo con el plato principal. — Espero que te guste lo picante, Hans, aunque bueno, supongo que no hay plato más picante que mi hija, ¿no es cierto? — Boom. Voy a relajarme que la noche solo empieza. Poso el arroz basmati en el centro de la misma mientras ocurre por arte de magia lo mismo con el resto de platos con verduras, pollo, salsas de tomate, de curry, ajo y cebolla con pimientos… vamos, que he hecho comida para un regimiento. — Lara, cariño, he preparado algo más ligero para ti, con el bebé… — Que lo enciendo incluso antes de que lo hagan sus padres. Porque vaya dos bombas se fueron a juntar.
Me siento en el extremo de la mesa, presidiendo la misma, y junto mis dedos para analizarlos a los dos con una sonrisa entre mis labios. Giro la cabeza hacia el intruso. — Bueno, cuéntame, Hans. ¿Cómo van las cosas en el ministerio? — Venga, voy a darles un respiro antes de ponerme en modo inquisidora. Con un gesto de mis manos les indico que pueden empezar, porque vaya dos momias tengo en frente. — Vamos, vamos, que la comida no muerde. — Todavía. Veamos qué estómago tiene este hombre.
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-Pobre, chico- es todo lo que murmuro, con una mirada que es una disculpa anticipada de todo lo que le espera. Mi madre no será una banshee, pero tiene su carácter, uno que va a poder conocer de cerca, si es que no acaba en el blanco mismo. Con la tranquilidad de que mi "pasado delictivo" no será mencionado, podemos cerrar esa cuestión y pasar a uno más interesante como sus trajes, que no le he dado tiempo a que se cambie para que pueda plantarse delante de Mohini con su seguridad habitual, la misma que le veo en su oficina. Y si, porque me gusta mucho cómo le quedan, aunque si tengo que ponerme a pensar que bien le queda una ropa y que tan bien queda sin esta, tengo que recordarme que estoy en el umbral de la casa de mi madre. -Solo lo complicado, bien... ¿eso deja algo que sí podamos contar?- vuelvo a preguntar, esta vez con una sonrisa que cruza por mi boca.
La misma que no llega a encontrarse con la suya, por la interrupción de mi madre y con la debida advertencia hecha, puedo hacerme a un lado para que se midan entre ellos como un duelo a matar muy formal, muy educado. ¿Sólo Hans? Lo he pensado así tanto tiempo que el resto de sus títulos de honor me los olvidé, en cambio Mohini carga con la autoridad reconocida como madre y la hace sentir en un primer golpe que me da por un costado, que es a él a quien mira, pero soy quien nunca lo mencionó... y no sé a cuál de los dos pedir disculpas primero o si tengo que hacerlo siquiera. -Hans era mi placer oculto, mamá. Y la gracia de los placeres ocultos es que sean secretos- le hago un guiño. Es que yo no sé de dónde saco el humor para decir esto, que incluso muevo mis cejas con una insinuación hacia ella. -Las madres no deben enterarse- y hasta estampo una sonrisa en mi cara.
Me interpongo entre los ojos incisivos de Mohini y la figura de Hans, al pararme al lado de este y me sujeto a su codo cuando mi madre rechaza su ofrecimiento para darnos unos segundos a solas al hacerse cargo de traer la cena. Tironeo de la tela de su saco para que se voltee hacia mí al quedarnos a solas y tomo su cara con mis manos. -Lo estás haciendo bien, bien. Respira, se te nota tenso. Quizás lo del vino se escuchó algo... forzado. Relaja un poco- froto sus hombros por encima de su traje, y lo beso lo que dura un pestañeo. -Puedes ser espontáneo, todo saldrá bien...-. Y el chillido que surge de mi garganta cuando reconozco los pasos de mi madre desbarata mi intento de animarlo. -¡Ahí viene! ¡Rápido! ¡En posición!- grito, asentándome sobre mis pies en una postura erguida y con las manos entrelazadas en mi espalda, la imagen misma de que no estábamos haciendo nada. ¡¿Y que es eso?! A Mohini la siguen más platos de los que he visto en un tiempo, y por un momento tengo el ingenuo pensamiento de que como sabe que a Hans le gusta su comida, quiere que pruebe todos sus platos. Ay, dulce e inocente Lara.
Por encima de la mesa busco la mirada de Hans, que nos ha hecho sentar enfrentados y suerte que él tiene las piernas largas, así si hace falta le puede patear el pie. Solo tengo que tratar de no dárselas a Mohini. Sino siempre me queda hacer contacto visual y que adivine lo que pienso, lo que es tan arriesgado, porque hemos comprobado de buena mano que eso no nos funciona a nosotros. -No hacía falta que cocinaras algo distinto- replico. ¿Por qué me excluye así de la comida? ¡Qué tengo hambre! -Que este bebé nacerá prendiéndole fuego a todo, un poco de picante es nada- me río, aunque quizás no sea tan chistoso para los otros dos. Es cuando cuento la cantidad de platos que hay sobre la mesa que entiendo lo que está haciendo. Ay, Merlín. ¿Esto es una variación de cuánto alcohol puede beber que harían algunos padres? Y ahí entiendo el por qué dijo que yo era un picante. ¿Te gusta lo picante? ¡Tomá! -Mohini, creo que cocinaste un poco más de la cuenta. Voy a creer que estás tratando de impresionar a Hans. Es un poco descarado de tu parte que lo hagas conmigo presente.
La misma que no llega a encontrarse con la suya, por la interrupción de mi madre y con la debida advertencia hecha, puedo hacerme a un lado para que se midan entre ellos como un duelo a matar muy formal, muy educado. ¿Sólo Hans? Lo he pensado así tanto tiempo que el resto de sus títulos de honor me los olvidé, en cambio Mohini carga con la autoridad reconocida como madre y la hace sentir en un primer golpe que me da por un costado, que es a él a quien mira, pero soy quien nunca lo mencionó... y no sé a cuál de los dos pedir disculpas primero o si tengo que hacerlo siquiera. -Hans era mi placer oculto, mamá. Y la gracia de los placeres ocultos es que sean secretos- le hago un guiño. Es que yo no sé de dónde saco el humor para decir esto, que incluso muevo mis cejas con una insinuación hacia ella. -Las madres no deben enterarse- y hasta estampo una sonrisa en mi cara.
Me interpongo entre los ojos incisivos de Mohini y la figura de Hans, al pararme al lado de este y me sujeto a su codo cuando mi madre rechaza su ofrecimiento para darnos unos segundos a solas al hacerse cargo de traer la cena. Tironeo de la tela de su saco para que se voltee hacia mí al quedarnos a solas y tomo su cara con mis manos. -Lo estás haciendo bien, bien. Respira, se te nota tenso. Quizás lo del vino se escuchó algo... forzado. Relaja un poco- froto sus hombros por encima de su traje, y lo beso lo que dura un pestañeo. -Puedes ser espontáneo, todo saldrá bien...-. Y el chillido que surge de mi garganta cuando reconozco los pasos de mi madre desbarata mi intento de animarlo. -¡Ahí viene! ¡Rápido! ¡En posición!- grito, asentándome sobre mis pies en una postura erguida y con las manos entrelazadas en mi espalda, la imagen misma de que no estábamos haciendo nada. ¡¿Y que es eso?! A Mohini la siguen más platos de los que he visto en un tiempo, y por un momento tengo el ingenuo pensamiento de que como sabe que a Hans le gusta su comida, quiere que pruebe todos sus platos. Ay, dulce e inocente Lara.
Por encima de la mesa busco la mirada de Hans, que nos ha hecho sentar enfrentados y suerte que él tiene las piernas largas, así si hace falta le puede patear el pie. Solo tengo que tratar de no dárselas a Mohini. Sino siempre me queda hacer contacto visual y que adivine lo que pienso, lo que es tan arriesgado, porque hemos comprobado de buena mano que eso no nos funciona a nosotros. -No hacía falta que cocinaras algo distinto- replico. ¿Por qué me excluye así de la comida? ¡Qué tengo hambre! -Que este bebé nacerá prendiéndole fuego a todo, un poco de picante es nada- me río, aunque quizás no sea tan chistoso para los otros dos. Es cuando cuento la cantidad de platos que hay sobre la mesa que entiendo lo que está haciendo. Ay, Merlín. ¿Esto es una variación de cuánto alcohol puede beber que harían algunos padres? Y ahí entiendo el por qué dijo que yo era un picante. ¿Te gusta lo picante? ¡Tomá! -Mohini, creo que cocinaste un poco más de la cuenta. Voy a creer que estás tratando de impresionar a Hans. Es un poco descarado de tu parte que lo hagas conmigo presente.
Sus palabras no me hubieran molestado en lo absoluto si no fuese porque no comprendo qué intenciones hay detrás de ellas. Me veo sosteniendo en un apretón la mano de la famosa Mohini con una sonrisa tan apretada que mis pómulos se elevan hasta que mis ojos se vuelven dos rendijas. Mastico un poco las palabras antes de decir algo al respecto — No esperaba haber sido mencionado — secundo las frases de Scott y alzo mis hombros para no darle demasiada importancia. Creo que aprieto un poco más fuerte la botella y temo que se me parta entre los dedos cuando no tengo permiso de meterme en la cocina, lo que me quita la oportunidad de una breve huida — Bueno, alguien tenía que comerse los tuppers... — es un intento de broma que sale mucho más natural de lo que pensaba. Mejor para mí, Mo no tarda en desaparecer en la cocina y yo no alcanzo a siquiera quitarme el saco que ya estoy siendo tironeado por su hija.
¿Forzado, tenso? Que intente ella pasar por todo esto sin sentir que está siendo analizada bajo un montón de rayos X de última tecnología — No sabía que tenía que tener un guión preparado. ¿Cómo se supone que suene espontáneo cuando creo que quiere comerme vivo? — me quejo en un farfullo sobre su boca después de ese beso, uno que no sabía que necesitaba para sentir que todo esto es un poquito más normal. Y solo porque me he acostumbrado, porque hace meses habría dicho que esto está totalmente fuera de lógica. Obvio que todo se va por la borda rápido y Lara se aleja, dejándome de pie junto a la mesa sin poder responder a sus indicaciones, pero con la vista puesta en el desfile de platillos que, para qué negarlo, huelen demasiado bien y me despiertan el hambre que no sabía que tenía. Reacciono un poco lento, pero me las arreglo para estirarme y poso la botella en el centro de la mesa, me quito el saco y lo acomodo en el respaldar de la silla que voy a ocupar. Casi se me cae por lo que escucho y suelto una risa entre dientes bastante incómoda; eso no es algo que se me dé bien fingir — Creo que su hija puede responder sobre mis gustos mejor que yo. ¿No, Scott? — para variar le paso la bola con una sonrisa burlona y tomo asiento de una vez.
Ignoro un poco la charla sobre el bebé porque estoy acercándome un bol de lo que parece ser pollo para echarle un vistazo por encima, hasta que escucho mi nombre y levanto los ojos tan rápido que parece que estaba haciendo algo indebido — Estaré bien. Se necesita un poco más de curry para superarte — ironizo, aunque solo dos de nosotros sabemos bien el significado tras ese dicho. Me sirvo un poco de cada bol que tengo delante, si Mohini se ha esmerado tanto en cocinar no puedo hacer menos. Con respecto a la pregunta inicial, me demoro unos segundos más en contestar — Bueno, los tres trabajamos ahí. Sería muy obvio si miento y digo que las cosas van bien con el señor psicópata — siempre apoyaré a quien defienda las políticas de beneficio para los magos, pero los dementores se ha pasado un poco de la raya — Así que supongo que... agotador. Habrán demasiadas reformas constitucionales y eso consume gran parte de mi tiempo — sé lo poco interesante que es hablar de trabajo, así que decido silenciarme con la comida.
No tengo idea de qué es lo que me meto en la boca, así que mastico con lentitud en un intento de descifrar los sabores que se me pegan al paladar. Miro a Lara justo delante de mí y trato de ver en ella alguna señal de que la charla va bien, aunque creo que me delato cuando trago y estoy seguro de que mis mejillas han enrojecido. Sí, definitivamente picante — Y Mohini... Lara dice que estás feliz con esto de ser abuela. ¿Ya pudo hacerse la idea? — no sé si disimulo o no, pero me apresuro a usar la varita para llenar las copas de vino y vacío la mía casi de un tirón.
¿Forzado, tenso? Que intente ella pasar por todo esto sin sentir que está siendo analizada bajo un montón de rayos X de última tecnología — No sabía que tenía que tener un guión preparado. ¿Cómo se supone que suene espontáneo cuando creo que quiere comerme vivo? — me quejo en un farfullo sobre su boca después de ese beso, uno que no sabía que necesitaba para sentir que todo esto es un poquito más normal. Y solo porque me he acostumbrado, porque hace meses habría dicho que esto está totalmente fuera de lógica. Obvio que todo se va por la borda rápido y Lara se aleja, dejándome de pie junto a la mesa sin poder responder a sus indicaciones, pero con la vista puesta en el desfile de platillos que, para qué negarlo, huelen demasiado bien y me despiertan el hambre que no sabía que tenía. Reacciono un poco lento, pero me las arreglo para estirarme y poso la botella en el centro de la mesa, me quito el saco y lo acomodo en el respaldar de la silla que voy a ocupar. Casi se me cae por lo que escucho y suelto una risa entre dientes bastante incómoda; eso no es algo que se me dé bien fingir — Creo que su hija puede responder sobre mis gustos mejor que yo. ¿No, Scott? — para variar le paso la bola con una sonrisa burlona y tomo asiento de una vez.
Ignoro un poco la charla sobre el bebé porque estoy acercándome un bol de lo que parece ser pollo para echarle un vistazo por encima, hasta que escucho mi nombre y levanto los ojos tan rápido que parece que estaba haciendo algo indebido — Estaré bien. Se necesita un poco más de curry para superarte — ironizo, aunque solo dos de nosotros sabemos bien el significado tras ese dicho. Me sirvo un poco de cada bol que tengo delante, si Mohini se ha esmerado tanto en cocinar no puedo hacer menos. Con respecto a la pregunta inicial, me demoro unos segundos más en contestar — Bueno, los tres trabajamos ahí. Sería muy obvio si miento y digo que las cosas van bien con el señor psicópata — siempre apoyaré a quien defienda las políticas de beneficio para los magos, pero los dementores se ha pasado un poco de la raya — Así que supongo que... agotador. Habrán demasiadas reformas constitucionales y eso consume gran parte de mi tiempo — sé lo poco interesante que es hablar de trabajo, así que decido silenciarme con la comida.
No tengo idea de qué es lo que me meto en la boca, así que mastico con lentitud en un intento de descifrar los sabores que se me pegan al paladar. Miro a Lara justo delante de mí y trato de ver en ella alguna señal de que la charla va bien, aunque creo que me delato cuando trago y estoy seguro de que mis mejillas han enrojecido. Sí, definitivamente picante — Y Mohini... Lara dice que estás feliz con esto de ser abuela. ¿Ya pudo hacerse la idea? — no sé si disimulo o no, pero me apresuro a usar la varita para llenar las copas de vino y vacío la mía casi de un tirón.
Bien. Desde donde estoy sentada puedo contemplarlos a los dos sin necesidad de mover mucho la cabeza, un ojo para cada uno. Solo espero no ponerme bizca cuando empiecen a hablar los dos a la vez, como estoy segura de que pasará en algún momento de la noche. No hay más que verlos juntos para entender que a los dos les gusta llevar la voz cantante. Al menos, sé que me hija no se doblega ante nada, Powell tampoco parece el tipo. — ¿Impresionar? Prfffff, no sé de que hablas, querida, solo quise asegurarme de que fuera de su agrado, si no ha sido nada… — Sonrío, pasando la mirada primero de ella hasta que poso los ojos sobre Hans. — ¿Lara también mencionó mi sueño por abrir un restaurante? — Giro la conversación hacia un tema más ameno, tampoco estoy aquí para asustar a mi invitado, y viendo que es el padre de mi futuro nieto, no siento incorrecto compartir algunos datos de confianza, esa misma que espero tener algún día con él. — Sí, sí, ya lo tengo todo planeado en mi cabeza para cuando me jubile, una a veces se cansa de trabajar con cacharros. — Bromeo, atajando con mis manos el bol de arroz para servirme unas cucharadas antes de añadir también un puñado de verduras. En verdad, no es que me aburra mi trabajo porque todos sabemos que me apasiona, pero para cuando sea vieja la cocina me llama más.
Alzo una ceja curiosa, no muy segura de a dónde ha querido ir a parar con ese comentario con respecto a mi hija y al curry, y estoy por preguntar cuándo se decide por responder a mi previa formulación y tengo que girar la cabeza hacia él. Chico sincero, me gusta. — Ah, sí, nuestro nuevo y espléndido presidente. — Dejo caer sin más, de la misma manera en que él le ha llamado psicópata, que me da a entender que no está del todo conforme con sus métodos. Suerte que somos nosotras y no otros los que están aquí sentados o acabaríamos en otro lugar mucho menos acogedor que un salón de escuchar nuestra sinceridad. El tema político me aburre, así que decido tirar por otra duda que asalta mi curiosidad. — Dime, Hans, ¿el trabajo será un problema a la hora de criar a mi nieto? — Poso el tenedor, tomándome algo de tiempo en observarle mientras mastico con calma. Nunca me gustaron los padres ausentes y si como dice está tan ocupado con las nuevas reformas… Quizá no sea la mejor conveniencia para él tener un bebé. Por su bien espero que eso no sea un problema o ya me encargaré yo de librarle de sus tareas como venga mi nieto o nieta a quejarse de que su padre pasa demasiado tiempo encerrado en el despacho.
Vuelvo a llevarme algo de comida a la boca, acompañando el sabor con un poco de vino al terminar de tragar, lo que me hace dirigirle una mirada indiscreta a mi hija como si quisiera advertirla de que no tome alcohol en su estado. — ¿Feliz? Reboso más que felicidad, aunque no voy a negar que los términos en los que vais a tener este bebé no son muy… tradicionales. — Me muerdo la lengua, echándole un vistazo a Lara, pero en seguida me arrepiento y elevo un poco las manos a modo de disculpa en su dirección. ¿Demasiado pronto para insinuar una correlación matrimonial? Parece que sí. Sacudo la mano, como para restarle importancia al comentario después de haberlo soltado ya, así que vuelvo a cambiar de tema. — ¿Y tú? ¿También te has hecho a la idea? — Alzo las cejas, no valen los actos de cobardía conmigo. — ¿Tengo entendido que tienes una hija? — Es una pregunta porque no lo he escuchado de su boca, pese a que Lara ya tuvo la amabilidad de rellenarme algunos detalles acerca de su vida. No obstante, prefiero que sea él quien lo diga antes de entrometerme demasiado en asuntos donde no me llaman. Pero que va, es el padre del bebé, es normal que me encuentre curiosa.
Alzo una ceja curiosa, no muy segura de a dónde ha querido ir a parar con ese comentario con respecto a mi hija y al curry, y estoy por preguntar cuándo se decide por responder a mi previa formulación y tengo que girar la cabeza hacia él. Chico sincero, me gusta. — Ah, sí, nuestro nuevo y espléndido presidente. — Dejo caer sin más, de la misma manera en que él le ha llamado psicópata, que me da a entender que no está del todo conforme con sus métodos. Suerte que somos nosotras y no otros los que están aquí sentados o acabaríamos en otro lugar mucho menos acogedor que un salón de escuchar nuestra sinceridad. El tema político me aburre, así que decido tirar por otra duda que asalta mi curiosidad. — Dime, Hans, ¿el trabajo será un problema a la hora de criar a mi nieto? — Poso el tenedor, tomándome algo de tiempo en observarle mientras mastico con calma. Nunca me gustaron los padres ausentes y si como dice está tan ocupado con las nuevas reformas… Quizá no sea la mejor conveniencia para él tener un bebé. Por su bien espero que eso no sea un problema o ya me encargaré yo de librarle de sus tareas como venga mi nieto o nieta a quejarse de que su padre pasa demasiado tiempo encerrado en el despacho.
Vuelvo a llevarme algo de comida a la boca, acompañando el sabor con un poco de vino al terminar de tragar, lo que me hace dirigirle una mirada indiscreta a mi hija como si quisiera advertirla de que no tome alcohol en su estado. — ¿Feliz? Reboso más que felicidad, aunque no voy a negar que los términos en los que vais a tener este bebé no son muy… tradicionales. — Me muerdo la lengua, echándole un vistazo a Lara, pero en seguida me arrepiento y elevo un poco las manos a modo de disculpa en su dirección. ¿Demasiado pronto para insinuar una correlación matrimonial? Parece que sí. Sacudo la mano, como para restarle importancia al comentario después de haberlo soltado ya, así que vuelvo a cambiar de tema. — ¿Y tú? ¿También te has hecho a la idea? — Alzo las cejas, no valen los actos de cobardía conmigo. — ¿Tengo entendido que tienes una hija? — Es una pregunta porque no lo he escuchado de su boca, pese a que Lara ya tuvo la amabilidad de rellenarme algunos detalles acerca de su vida. No obstante, prefiero que sea él quien lo diga antes de entrometerme demasiado en asuntos donde no me llaman. Pero que va, es el padre del bebé, es normal que me encuentre curiosa.
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¿Yo? ¿Está seguro de que quiere que me explaye sobre sus gustos? Se me curvan los labios en una sonrisa que mi madre también sabrá interpretar, que me ha visto tantas veces a punto de cometer una picardía que sabe anticiparse a las señales. —Le gusta lo picante, muy picante, y tiene muy buena resistencia— doy fe de ello, mientras cargo en mi plato un poco de la comida que me apartó Mohini y robo una cucharada de otro de las fuentes que tengo cerca. Me la llevo a la boca antes de que mi madre pueda prohibírmelo y siento el sabor ardiente de los condimentos al pasar de prisa el bocado por mi garganta, me queda un rastro de fuego que tengo que apagar con una copa de agua, que también estoy excluida del vino. No es nada a lo que no estemos acostumbrados, tomaré la reserva de tuppers durante el verano como el entrenamiento que no sabíamos que Hans llegaría a necesitar para hacer frente a Mohini. Tendrá su revancha con el curry y esperemos que esta vez le vaya mejor. —Querido, a mí nada me supera— digo con un regodeo tan pomposo y un movimiento al aire con mi mano en un ademán arrogante, para hacer de su batalla con los picantes algo cómico, que tarde me doy cuenta de lo que he dicho y le echo una mirada de refilón a mi madre.
Suerte que toca el tema de sus planes de jubilación. —Creo que nunca se lo dije— hago memoria de si le mencioné ese detalle, y es que más allá de compartirle lo que había en la heladera, lo que pude haber dicho de mi madre habrá girado sobre el dolor de cabeza que soy para ella, es lo que acostumbro a contarle a los demás. Creo que todos más o menos tenemos algo marcado de nuestros padres que es lo que relatamos una y otra vez. —Un restaurante con comida hindú, hombrezuelos y juegos de azar. Yo seré su socia, por supuesto— apunto, mi tenedor queda a medio camino y lo uso para señalar a Hans. —¡Oye! Si te interesa, seré quien esté a cargo de entrevistar a los postulantes. Puedo hacerte un lugar, después arreglamos el pago— cargo mis mejillas de comida y eso me sirve para contener la carcajada. No tengo por qué preocuparme de que algo de lo que podamos decir sea adecuado o indebido, si a Hans se le ocurre llamar psicópata al tipo que está ocupando el sillón de poder en este país, eso nos da licencia para desbocarnos en esta cena. Me alegro de ello, me estaba costando mucho mantener los modales.
Trato de encontrarme con la mirada de mi madre para acordar qué tanto de nuestras opiniones políticas pondremos sobre la mesa, si bien parece ser que hay un punto en común entre nosotros, no sé si quiero profundizar en ello y que se mencionen otras aristas en las que no llegamos a congeniar con mi madre hace unos años y que me ha traído más de una discusión con Hans. Por eso, hago el comentario más superficial que se pueda hacer, tomando parte del sarcasmo de Mohini. —No es tan espléndido, Weynart y Hans siguen siendo los más espléndidos— muerdo mis labios que ya se están curvando hacia arriba y le echo un vistazo de «¿Ves cómo me pongo de tu lado?», aunque esté haciendo un chiste de algo tan serio como una política de despidos, acecho a los mestizos y dementores respirándote en la nuca. Se me tensa la sonrisa al tocar el tema de las reformas constituciones y mi tenedor choca con el plato con un ruido metálico, que pasa desapercibido porque Mohini saca una nueva pregunta que compite en ardiente con cualquiera de sus platos. Será una larga cena…
—Los dos trabajamos, Mo— me interpongo, tomando la parte que corresponde de un ataque que ha caído con todo su peso sobre él. —Y en vistas de que yo seguiré haciéndolo, ya encontraremos la manera de criar a nuestro hijo de una manera en la que no le falte lo necesario, por algo decidimos hacer esto juntos, ¿no?— señalo, y es que no hacía falta que Hans estuviera esta noche aquí, bien podría haberme dicho que tampoco quería este bebé, quedarme absolutamente sola con la decisión y sorprenderme a mí misma con la idea de tenerlo a pesar de ello, pero estamos aquí. No, ciertamente no somos los mejores candidatos a padres del año y tendremos más errores que aciertos, y sin embargo, lo intentaremos. Creo poder leer entre líneas la insinuación sobre esos dichosos términos tradicionales que Mo menciona al pasar. —No necesito de ningún contrato… tradicional— aclaro, elevando un poco de mi voz en un tema que bien podría eludir y que prefiero responder de frente. —Siempre me han valido más los hechos, que las palabras—. Es algo que ambos saben bien, no quiero que alguien me diga que se quedará a mi lado, sino que lo haga. Y espero poder hacerlo también.
Me mantienen al margen de las preguntas que se devuelven entre sí, y como no puedo con mi genio, acabo por responder también. —Meerah es también su hija…— digo y hago dar vueltas a mi tenedor en el aire, porque es un enredo tener que explicarlo. —Meerah, la hija de Audrey. Audrey, mi… amiga— evito tener que mirar a Hans, confío en que no haga falta patearlo debajo de la mesa tampoco. —La chica rubia del distrito ocho que tenía una hija pequeña a la que solía visitar, ¿te acuerdas? Y que ahora no es tan pequeña. Te comenté de ella, te dije que el día que quieras readecuar las alfombras viejas que te quedaron de los abuelos, ella puede ayudarte con el diseño. Tiene un talento especial para eso…— parloteo sin parar, —Esa chica es la hija de Hans— así cierro el círculo, que se parece más bien a un par de cabos atados con desorden.
Suerte que toca el tema de sus planes de jubilación. —Creo que nunca se lo dije— hago memoria de si le mencioné ese detalle, y es que más allá de compartirle lo que había en la heladera, lo que pude haber dicho de mi madre habrá girado sobre el dolor de cabeza que soy para ella, es lo que acostumbro a contarle a los demás. Creo que todos más o menos tenemos algo marcado de nuestros padres que es lo que relatamos una y otra vez. —Un restaurante con comida hindú, hombrezuelos y juegos de azar. Yo seré su socia, por supuesto— apunto, mi tenedor queda a medio camino y lo uso para señalar a Hans. —¡Oye! Si te interesa, seré quien esté a cargo de entrevistar a los postulantes. Puedo hacerte un lugar, después arreglamos el pago— cargo mis mejillas de comida y eso me sirve para contener la carcajada. No tengo por qué preocuparme de que algo de lo que podamos decir sea adecuado o indebido, si a Hans se le ocurre llamar psicópata al tipo que está ocupando el sillón de poder en este país, eso nos da licencia para desbocarnos en esta cena. Me alegro de ello, me estaba costando mucho mantener los modales.
Trato de encontrarme con la mirada de mi madre para acordar qué tanto de nuestras opiniones políticas pondremos sobre la mesa, si bien parece ser que hay un punto en común entre nosotros, no sé si quiero profundizar en ello y que se mencionen otras aristas en las que no llegamos a congeniar con mi madre hace unos años y que me ha traído más de una discusión con Hans. Por eso, hago el comentario más superficial que se pueda hacer, tomando parte del sarcasmo de Mohini. —No es tan espléndido, Weynart y Hans siguen siendo los más espléndidos— muerdo mis labios que ya se están curvando hacia arriba y le echo un vistazo de «¿Ves cómo me pongo de tu lado?», aunque esté haciendo un chiste de algo tan serio como una política de despidos, acecho a los mestizos y dementores respirándote en la nuca. Se me tensa la sonrisa al tocar el tema de las reformas constituciones y mi tenedor choca con el plato con un ruido metálico, que pasa desapercibido porque Mohini saca una nueva pregunta que compite en ardiente con cualquiera de sus platos. Será una larga cena…
—Los dos trabajamos, Mo— me interpongo, tomando la parte que corresponde de un ataque que ha caído con todo su peso sobre él. —Y en vistas de que yo seguiré haciéndolo, ya encontraremos la manera de criar a nuestro hijo de una manera en la que no le falte lo necesario, por algo decidimos hacer esto juntos, ¿no?— señalo, y es que no hacía falta que Hans estuviera esta noche aquí, bien podría haberme dicho que tampoco quería este bebé, quedarme absolutamente sola con la decisión y sorprenderme a mí misma con la idea de tenerlo a pesar de ello, pero estamos aquí. No, ciertamente no somos los mejores candidatos a padres del año y tendremos más errores que aciertos, y sin embargo, lo intentaremos. Creo poder leer entre líneas la insinuación sobre esos dichosos términos tradicionales que Mo menciona al pasar. —No necesito de ningún contrato… tradicional— aclaro, elevando un poco de mi voz en un tema que bien podría eludir y que prefiero responder de frente. —Siempre me han valido más los hechos, que las palabras—. Es algo que ambos saben bien, no quiero que alguien me diga que se quedará a mi lado, sino que lo haga. Y espero poder hacerlo también.
Me mantienen al margen de las preguntas que se devuelven entre sí, y como no puedo con mi genio, acabo por responder también. —Meerah es también su hija…— digo y hago dar vueltas a mi tenedor en el aire, porque es un enredo tener que explicarlo. —Meerah, la hija de Audrey. Audrey, mi… amiga— evito tener que mirar a Hans, confío en que no haga falta patearlo debajo de la mesa tampoco. —La chica rubia del distrito ocho que tenía una hija pequeña a la que solía visitar, ¿te acuerdas? Y que ahora no es tan pequeña. Te comenté de ella, te dije que el día que quieras readecuar las alfombras viejas que te quedaron de los abuelos, ella puede ayudarte con el diseño. Tiene un talento especial para eso…— parloteo sin parar, —Esa chica es la hija de Hans— así cierro el círculo, que se parece más bien a un par de cabos atados con desorden.
Soy incapaz de hacer algún comentario al respecto en presencia ajena, así que me conformo con observar a Scott con una expresión significativa y una sonrisa ladina en el rostro que debería funcionar como simple respuesta. Mejor para mí, Mohini decide compartir sus planes de jubilación y, para qué negarlo, me sorprende bastante; bueno, estoy acostumbrado a que su hija cocine incluso menos que yo y eso ya es decir demasiado — Eso es genial. ¿Ya tiene un sitio pensado o será algo que se vea con el tiempo? — me relamo los labios, aún tengo el sabor de su comida en lo que me hago con un nuevo bocado — Cuando era mucho más joven tenía la idea de ponerme un bar en mis años de retiro, pero las cosas se torcieron demasiado... — ni hace falta aclararlo. El tenedor acusador de Lara hace que mastique más lento e ignore el picante, muevo mis cejas en su dirección — ¿Piensas utilizarme para tus beneficios? Muy cruel de tu parte, Scott...
Al menos, en lo superficial parece que nadie aquí va a discutir de política, pero también soy consciente de que estamos demasiado cerca de un terreno que es mejor no tocar. El comentario de Lara me sirve para aferrarme a eso y me acomodo en la silla, echándome hacia atrás para verla mejor mientras me limpio los dientes con la lengua — Sabes que Riorden está casado... ¿No? — suena a un ligero reclamo, pero acabo sonriendo. Es una expresión que se me apaga un poco y sé que titubeo al buscar una respuesta al reclamo de Mo, uno del que su hija se hace cargo. Excuso mi silencio con comida, observo el vino como si meditase que tanto puedo tomar sin quedar como un borracho — Como dice Lara, no será un problema. Siempre todo se puede moderar mientras no tenga una emergencia — o sea, siempre y cuando la guerra no me reclame. Los tres sabemos bien que estamos en una línea fina y complicada. No tanto como cuando salta con términos tradicionales, porque ahí sí que casi me atraganto, relleno la copa y me la bebo de un solo saque — Bueno, nadie se casa hoy en día. Aunque entre nos, estoy tramitando nuevas leyes para poder volver a aplicar el divorcio. ¡No estoy sugiriendo nada! — aclaro, alzando ambas manos con divertida inocencia y sosteniendo aún la copa vacía en una de ellas. Mejor prevenir que curar.
¿Me he hecho la idea? A veces me cuesta procesarlo, pero me doy cuenta de que he abrazado la idea, con todo lo que eso conlleva, la madre del bebé incluida. A veces, cuando veo mocosos en la calle, no puedo evitar preguntarme cómo diablos voy a hacerlo; sé muy bien que no soy el ideal de padre — Depende. Me sigue pareciendo extraño, pero me gusta. Quiero decir... ya saben... — no es algo que pensaba decir frente a Scott y mucho menos a su madre. Hago un ruido con la lengua y me acomodo un poco el cuello de la camisa para evitar sentir incomodidad — Me gusta lo que tengo ahora. Es más de lo que hubiera esperado — porque el mundo está descontrolado, pero dentro de casa hay una extraña estabilidad que no sabía que necesitaba. Eso sí me lo guardo.
Tener que hablar de Meerah sí es algo que hace que deje los cubiertos y medite un segundo cómo explicarle a la abuela de uno de mis hijos que he abandonado a la otra por doce años. Siento un extraño calor y todo, no estoy seguro de que sea por el picante. Lara es quien da las primeras explicaciones, pero levanto un dedo para llamar la atención — Audrey y yo salimos hace años. Meerah nació cuando yo tenía veintiuno y es una larga historia. Pero estoy bastante orgulloso de ella — de eso no tengo que avergonzarme. Tomo una servilleta y aprovecho el limpiarme para pensar un momento — No me considero un padre ejemplar, pero supongo que eso nos sucede a todos. Si puedo dar lo que pueda de mí con ella, estoy seguro de que voy a poder con dos. Además, está bastante emocionada con esto de tener un hermano o hermana y eso me parece de lo más importante. Quizá no somos una pareja tradicional, lo sé, pero... — y por todos los medios, evito el contacto visual. Ni siquiera sé qué es la comida que pincho con algo de fuerza — ... estoy decidido a hacer de esto una familia.
Al menos, en lo superficial parece que nadie aquí va a discutir de política, pero también soy consciente de que estamos demasiado cerca de un terreno que es mejor no tocar. El comentario de Lara me sirve para aferrarme a eso y me acomodo en la silla, echándome hacia atrás para verla mejor mientras me limpio los dientes con la lengua — Sabes que Riorden está casado... ¿No? — suena a un ligero reclamo, pero acabo sonriendo. Es una expresión que se me apaga un poco y sé que titubeo al buscar una respuesta al reclamo de Mo, uno del que su hija se hace cargo. Excuso mi silencio con comida, observo el vino como si meditase que tanto puedo tomar sin quedar como un borracho — Como dice Lara, no será un problema. Siempre todo se puede moderar mientras no tenga una emergencia — o sea, siempre y cuando la guerra no me reclame. Los tres sabemos bien que estamos en una línea fina y complicada. No tanto como cuando salta con términos tradicionales, porque ahí sí que casi me atraganto, relleno la copa y me la bebo de un solo saque — Bueno, nadie se casa hoy en día. Aunque entre nos, estoy tramitando nuevas leyes para poder volver a aplicar el divorcio. ¡No estoy sugiriendo nada! — aclaro, alzando ambas manos con divertida inocencia y sosteniendo aún la copa vacía en una de ellas. Mejor prevenir que curar.
¿Me he hecho la idea? A veces me cuesta procesarlo, pero me doy cuenta de que he abrazado la idea, con todo lo que eso conlleva, la madre del bebé incluida. A veces, cuando veo mocosos en la calle, no puedo evitar preguntarme cómo diablos voy a hacerlo; sé muy bien que no soy el ideal de padre — Depende. Me sigue pareciendo extraño, pero me gusta. Quiero decir... ya saben... — no es algo que pensaba decir frente a Scott y mucho menos a su madre. Hago un ruido con la lengua y me acomodo un poco el cuello de la camisa para evitar sentir incomodidad — Me gusta lo que tengo ahora. Es más de lo que hubiera esperado — porque el mundo está descontrolado, pero dentro de casa hay una extraña estabilidad que no sabía que necesitaba. Eso sí me lo guardo.
Tener que hablar de Meerah sí es algo que hace que deje los cubiertos y medite un segundo cómo explicarle a la abuela de uno de mis hijos que he abandonado a la otra por doce años. Siento un extraño calor y todo, no estoy seguro de que sea por el picante. Lara es quien da las primeras explicaciones, pero levanto un dedo para llamar la atención — Audrey y yo salimos hace años. Meerah nació cuando yo tenía veintiuno y es una larga historia. Pero estoy bastante orgulloso de ella — de eso no tengo que avergonzarme. Tomo una servilleta y aprovecho el limpiarme para pensar un momento — No me considero un padre ejemplar, pero supongo que eso nos sucede a todos. Si puedo dar lo que pueda de mí con ella, estoy seguro de que voy a poder con dos. Además, está bastante emocionada con esto de tener un hermano o hermana y eso me parece de lo más importante. Quizá no somos una pareja tradicional, lo sé, pero... — y por todos los medios, evito el contacto visual. Ni siquiera sé qué es la comida que pincho con algo de fuerza — ... estoy decidido a hacer de esto una familia.
Carraspeo un poco con mi garganta, no por culpa del picante al que llevo acostumbrada desde que nací, prácticamente, sino del comentario de Lara sobre la resistencia al mismo de su enamorado, que siento que la conversación no hace referencia a la cocina, precisamente. — ¿Huh? ¿Seguimos hablando de mi comida o…? — Me interrumpo llevándome la copa a los labios y observándolos a ambos desde mi posición en lo que doy un trago silencioso. Ya hablamos de que no estoy por hacerme imágenes mentales de nada, mucho menos de la resistencia de este muchacho a la picardía de mi hija. Lo que sea que signifique eso. Por suerte para mí, no nos demoramos mucho en cambiar de tema cuando Hans se muestra interesado en mis planes de futuro, que Lara misma se encarga de acompañar con detalles. — Correcto, yo me encargo de la comida y Lara de que no entre ningún incompetente a mi cocina, todo un negocio familiar. — Quién sabe, quizás cuando el bebé crezca, que por entonces ya llevaré unos cuantos años de retiro, pueda encargarse de atender las mesas. Sé que mi idea triunfará solo por la dedicación que le estoy poniendo. — Tengo el sitio perfecto, pero ese detalle me lo voy a guardar para mí, no voy a desvelar todos mis secretos, una madre también tiene de esos. — Respondo ante la interrogante, que parece que no me lo estoy tomando en serio cuando la verdad es que sí lo tengo todo pensado. Que soy una mujer organizada. — Mm.. Nunca es tarde para hacer esas cosas si pones la mente y el corazón a ello. En la vida hay que disfrutar de lo que a uno le gusta, lo verás con el tiempo, Hans, te lo dice alguien que ya ha pasado por muchos veranos. Hay cosas más importantes que el trabajo. — No lo conozco lo suficiente para saber si lo del bar es una confesión vaga de un sueño adolescente, pero mi comentario va más allá de ideas frustradas. Solo espero que entienda mi punto.
Mis ojos se mueven de uno a otro, buscando analizar sus respuestas incluso antes de que salgan a la luz, de mi hija puedo hacerlo, de Hans no tanto. Por fortuna, el tema de la política pronto pasa a ser enterrado y me encuentro ligeramente divertida en la conversación que está teniendo lugar cuando Lara menciona a otro ministro. — Hija mía, ¿desde cuándo tanto interés en los ministros? — Creo que la última vez que me enteré de que a mi angelito le gustaba alguien era ese tipo de la piscina con el pelo rizado, que a saber donde se quedaría. — Ya sé, ya sé que tú trabajas, Lara, como debe ser, pero comprende que tus obligaciones no son las mismas que las de un ministro. Solo estoy interesada en saber si va a poder compaginar ambas cosas, eso es todo. Un bebé no es algo que se pueda dejar a medias. — Espero que no haga falta que se lo recuerde, pero por si acaso les doy el aviso. Estiro un brazo para atrapar con mis dedos un trozo de pan naan y acompañar el arroz con el mismo, con el regusto del picante todavía en mi garganta. Lo siguiente en lo que coinciden ambos, no obstante, produce que suelte un suspiro dramático poniendo los ojos un segundo en blanco. — ¡Jóvenes de hoy en día! Tan poco sentido del compromiso… — Sé que las cosas son un poco más complicadas ahora que se le añade el juramento inquebrantable, pero, ¡por favor! Si se aman de verdad no entiendo a qué viene tanta cobardía, no tendrían este bebé juntos si no fuera el caso, ¿cierto? — Así que Lara está viviendo contigo, ahora Hans… — Comento de pasada, buscando con el tenedor algo de comida en el plato antes de elevar la mirada. — ¿Puedo preguntar hace cuánto os conocéis? — No es que pueda, es que no voy a apartar la vista hasta que obtenga una respuesta congruente. Aun así, sonrío para no delatar mis intenciones con una curva natural de mis labios. Lo cierto es que sí me interesa averiguar cómo se conocieron siendo que son personas tan dispares.
Frunzo los labios, pensativa al desmantelar los recuerdos de una conversación que mantuvimos hace tiempo acerca de quién es Meerah. Sí, ahora que lo dice la recuerdo, lo que me coge por sorpresa es la conexión que tiene con el único hombre que hay sentado en la mesa. Me tomo la libertad de apoyar el antebrazo en el borde de la mesa para acariciarme la barbilla al unir cabos. — Oh, sí, ya me acuerdo. — Es lo que dice de las alfombras de mis padres lo que me ha llevado a la asociación de esta niña con su persona, y ahora que tengo los pensamientos en orden puedo volver a coger los cubiertos con calma. Me siento intrigada por conocer la historia que lo llevó a tener un bebé con la mujer rubia, aunque me contengo de hacer más preguntas de las debidas. — ¡pero por supuesto, hombre! ¿o realmente crees que pude criar a semejante personaje sin cometer errores? — Me río de mí misma, señalando con la cabeza a mi propia hija, a quien lanzo un besito gracioso al aire con mis labios por la descripción utilizada. — Me alegra escuchar eso, de veras, hay que tener las prioridades en orden, y la familia es una muy importante, es la que siempre va a estar ahí, ocurra lo que ocurra. — Miro a mi hija primero, sonriendo con calidez, para después mostrar el mismo efecto con mi yerno. Qué más da que no estén casados, este hombre ya es familia mía y voy a ser igual de cariñosa con él que con mi hija. Bueno, eso si se mantiene a raya y no toma ninguna decisión estúpida de última hora. — ¿Tienes más familia, Hans? — Sé que el padre es tema prohibido que ni debo mencionar por la mirada que me gané por parte de Lara cuando pregunté, pero del resto… Soy curiosa por naturaleza. — Nosotras somos una muy pequeña, solo nos tenemos la una a la otra, entiendes que quiera proteger a mi bebé, ¿verdad? Como tú quieres cuidar al tuyo. — ¿Es el picante lo que está haciendo que quiera llorar? ¡Mo, contrólate!
Mis ojos se mueven de uno a otro, buscando analizar sus respuestas incluso antes de que salgan a la luz, de mi hija puedo hacerlo, de Hans no tanto. Por fortuna, el tema de la política pronto pasa a ser enterrado y me encuentro ligeramente divertida en la conversación que está teniendo lugar cuando Lara menciona a otro ministro. — Hija mía, ¿desde cuándo tanto interés en los ministros? — Creo que la última vez que me enteré de que a mi angelito le gustaba alguien era ese tipo de la piscina con el pelo rizado, que a saber donde se quedaría. — Ya sé, ya sé que tú trabajas, Lara, como debe ser, pero comprende que tus obligaciones no son las mismas que las de un ministro. Solo estoy interesada en saber si va a poder compaginar ambas cosas, eso es todo. Un bebé no es algo que se pueda dejar a medias. — Espero que no haga falta que se lo recuerde, pero por si acaso les doy el aviso. Estiro un brazo para atrapar con mis dedos un trozo de pan naan y acompañar el arroz con el mismo, con el regusto del picante todavía en mi garganta. Lo siguiente en lo que coinciden ambos, no obstante, produce que suelte un suspiro dramático poniendo los ojos un segundo en blanco. — ¡Jóvenes de hoy en día! Tan poco sentido del compromiso… — Sé que las cosas son un poco más complicadas ahora que se le añade el juramento inquebrantable, pero, ¡por favor! Si se aman de verdad no entiendo a qué viene tanta cobardía, no tendrían este bebé juntos si no fuera el caso, ¿cierto? — Así que Lara está viviendo contigo, ahora Hans… — Comento de pasada, buscando con el tenedor algo de comida en el plato antes de elevar la mirada. — ¿Puedo preguntar hace cuánto os conocéis? — No es que pueda, es que no voy a apartar la vista hasta que obtenga una respuesta congruente. Aun así, sonrío para no delatar mis intenciones con una curva natural de mis labios. Lo cierto es que sí me interesa averiguar cómo se conocieron siendo que son personas tan dispares.
Frunzo los labios, pensativa al desmantelar los recuerdos de una conversación que mantuvimos hace tiempo acerca de quién es Meerah. Sí, ahora que lo dice la recuerdo, lo que me coge por sorpresa es la conexión que tiene con el único hombre que hay sentado en la mesa. Me tomo la libertad de apoyar el antebrazo en el borde de la mesa para acariciarme la barbilla al unir cabos. — Oh, sí, ya me acuerdo. — Es lo que dice de las alfombras de mis padres lo que me ha llevado a la asociación de esta niña con su persona, y ahora que tengo los pensamientos en orden puedo volver a coger los cubiertos con calma. Me siento intrigada por conocer la historia que lo llevó a tener un bebé con la mujer rubia, aunque me contengo de hacer más preguntas de las debidas. — ¡pero por supuesto, hombre! ¿o realmente crees que pude criar a semejante personaje sin cometer errores? — Me río de mí misma, señalando con la cabeza a mi propia hija, a quien lanzo un besito gracioso al aire con mis labios por la descripción utilizada. — Me alegra escuchar eso, de veras, hay que tener las prioridades en orden, y la familia es una muy importante, es la que siempre va a estar ahí, ocurra lo que ocurra. — Miro a mi hija primero, sonriendo con calidez, para después mostrar el mismo efecto con mi yerno. Qué más da que no estén casados, este hombre ya es familia mía y voy a ser igual de cariñosa con él que con mi hija. Bueno, eso si se mantiene a raya y no toma ninguna decisión estúpida de última hora. — ¿Tienes más familia, Hans? — Sé que el padre es tema prohibido que ni debo mencionar por la mirada que me gané por parte de Lara cuando pregunté, pero del resto… Soy curiosa por naturaleza. — Nosotras somos una muy pequeña, solo nos tenemos la una a la otra, entiendes que quiera proteger a mi bebé, ¿verdad? Como tú quieres cuidar al tuyo. — ¿Es el picante lo que está haciendo que quiera llorar? ¡Mo, contrólate!
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¿Qué es esto? ¿Ahora mi madre y Hans comparten sueños de retiro? ¿Qué falta? ¿Qué monten sus negocios en la misma acera? Salto con mi mirada del uno al otro, creo percibir por donde va Hans tan sutilmente, aunque no dudo de que su plan de tener un bar sea cierto, que las primeras veces que quedamos siempre una botella de alcohol de por medio, como si nos faltara para el coraje y luego esas botellas quedaban olvidadas. —Entonces, ¿mi trabajo en tu restaurante sería no entrar en tu cocina?— me río de mi madre, que me ha desplazado a ese puesto. —Suena un poco aburrido, la verdad…— digo, y me inclino un poco por encima de mi plato cargado de arroz, cambiando mi postura al cruzar mis piernas debajo del mantel. — Tal vez deba esperar que abran cierto bar e ir a probar suerte ahí— revuelvo el arroz con mi tenedor y una sonrisa de soslayo se curva en dirección a Hans. —¿En tu bar también tendrán esas tediosas normas de que el jefe no puede tener una relación con alguien del personal?— bromeo, que sabemos que ese tipo de reglas en cualquier lugar donde se deben cumplir son las primeras que se rompen, y no hace falta ilustrar con ejemplos cercanos. Sólo espero que no sea justo delante de mi madre que hable de sus clichés, no le va a ayudar en su campaña. Y si Mohini ha llegado al punto de los consejos maternales sobre que hay cosas más importantes en la vida que el trabajo, es porque le está yendo bien en esta cena.
Tan bien que puedo notar eso que tiene perspectiva de ser futuras alianzas con Mo para meterse conmigo por un comentario tan inocente. Muestro mis palmas sobre la mesa, me encojo de hombros, como si no entendiera a qué viene ese recordatorio de que Weynart está casado o ahora se me acuse de poner mis preferencias en ministros. —Pues, si no lo saben, tengo un par de ojos que ven bien— contesto, y echándole un vistazo de lado a Hans, sigo: —Y a diferencia de nuestras manos que podemos elegir dónde ponerlas y dónde no, los ojos se van solos. ¿O me dirán que ustedes se cubren los ojos cuando salen a la calle?—. Dejo la pregunta sobre la mesa, y si mi madre vuelve a decir que desde mi padre no ha mirado a otro hombre, insistiré en que se queda prendada del televisor cuando aparece el nuevo ministro de salud y ¡no son imaginaciones mías! Tal vez sí, un poco. Pero es la carta que uso para molestarla, también la del tipo que le vende los condimentos, no me importa que tenga diez años menos.
—Los hijos se crían de una manera u otra, si hace falta lo llevaré conmigo, ¿acaso papá no hacía eso conmigo? Y por supuesto, también tiene que dedicarse a la mecánica. ¿Qué mejor que crecer en el ambiente?— sugiero, ya que es algo que daba por sentado, tan natural como haber pasado toda mi vida en el distrito seis. Sé que habrá una multitud de problemas que enfrentar durante la crianza, que mis propuestas por sencillas que sean, tendrán que probarse a ver si funcionan, y se siente como retroceder un poco, porque con Hans nos saltamos un par de etapas en unos pocos meses, al tocar el tema de algo así como una relación más tradicional y es que me niego a pensar tan explícita en lo que mi madre está insinuando, hasta que alguien lo dice con todas las letras. Y es la resignación tan fácil de mi madre la que quiere dejar el tema atrás, pero me quedé con las últimas palabras de Hans y no puedo soltarlas. Me reacomodo en mi silla, hinco los codos en la mesa y con Mohini en medio, y conteniendo las ganas de reírme a carcajadas, pregunto: —¿Esa es una propuesta formal de divorcio, Hans Powell? ¿Una manera extraña de pedirme matrimonio con una alternativa por si no funciona?—. Espero que mi madre no me dé un sermón por bromear a costa de sus intenciones de hacer las cosas siguiendo las normas y tradiciones. —¿Puedes verlo, Mo? Ese es el romanticismo con el que conquistó a tu hija escapista.
Mi tenedor queda suspendido en el aire ante la pregunta temida, no soy tan disimulada como me gustaría cuando busco la complicidad de Hans por encima de la mesa, que el humor está dando paso al terror. ¿Quién contesta? Tengo miedo de que nos pisemos en respuestas y surja una contradicción, así que hablo sin pensarlo demasiado. —Hace unos años, nos vimos un par de veces y…— ¿Dijimos de dejar todo lo complicado fuera, no? Vamos por los detalles banales, entonces. —No hubiera dado ni dos galeones por ese niño rubio en traje de abogado, al que le gustaba mandonear. Tenías el cabello más claro— digo, usando otra vez el tenedor como puntero. —Y las mejillas más redondas. ¡Ay, Mo! ¡Si lo hubieras visto! ¡Era un muñeco!— exclamo entre risas, con mis ojos cargados de diversión por tratar de congeniar esa vieja imagen que no sabía que conservaba con la del hombre que se hizo cargo de un ministerio que le cambió totalmente el semblante. —De esos muñecos con los que chicas como yo no jugamos, para no manchar esas camisas impecables— le echo un vistazo desde mi lado de la mesa y dejo que cuente su propia versión, que tal vez difiera bastante de la mía.
El cómo llegamos a este punto tras una serie de cosas que escaparon de nuestro control, de ese enredo de personas en común que no sabíamos que teníamos, de los años que pasamos viéndonos a una distancia casi despectiva, a pesar de todas las veces que nos convencimos a nosotros mismos de que no era algo que pudiera durar en el tiempo porque estábamos demasiado acostumbrados a nuestros hábitos, que podamos decir que queremos esto como no sabíamos que era posible querer, no tiene una única explicación con la que estemos conformes. Y solo escucho a medias lo que dice mi madre, a quien le bastó una cena para caer por este tonto que tiene todas las palabras justas para emocionarla a ella y que a mí me hace esconder la mirada en mi plato de arroz. No quiero que se vea cómo mis pestañas tiemblan, y todos esos pensamientos supuestamente racionales que pondrían en entredicho si es sincero su deseo de que seamos una familia, son arrasados por esas emociones que están en revolución desde que me enteré que estaba embarazada y unos días antes. Me cubro la cara con las manos al caer las primeras lágrimas y al darme cuenta que no es algo que pueda detener, me pongo de pie de repente y la silla hace un ruido molesto al correrla con descuido. —Mis hormonas, idiota— digo con la voz atorada en mi garganta por culpa de un sollozo que no puedo contener, con la cara toda roja. Y mi madre tampoco ayuda, que somos una familia chiquita y rota, que se está volviendo más grande de a poco. Murmuro algo que suena a un «ya vuelvo» cuando los dejo solos para ir a encerrarme cinco minutos en el baño.
Tan bien que puedo notar eso que tiene perspectiva de ser futuras alianzas con Mo para meterse conmigo por un comentario tan inocente. Muestro mis palmas sobre la mesa, me encojo de hombros, como si no entendiera a qué viene ese recordatorio de que Weynart está casado o ahora se me acuse de poner mis preferencias en ministros. —Pues, si no lo saben, tengo un par de ojos que ven bien— contesto, y echándole un vistazo de lado a Hans, sigo: —Y a diferencia de nuestras manos que podemos elegir dónde ponerlas y dónde no, los ojos se van solos. ¿O me dirán que ustedes se cubren los ojos cuando salen a la calle?—. Dejo la pregunta sobre la mesa, y si mi madre vuelve a decir que desde mi padre no ha mirado a otro hombre, insistiré en que se queda prendada del televisor cuando aparece el nuevo ministro de salud y ¡no son imaginaciones mías! Tal vez sí, un poco. Pero es la carta que uso para molestarla, también la del tipo que le vende los condimentos, no me importa que tenga diez años menos.
—Los hijos se crían de una manera u otra, si hace falta lo llevaré conmigo, ¿acaso papá no hacía eso conmigo? Y por supuesto, también tiene que dedicarse a la mecánica. ¿Qué mejor que crecer en el ambiente?— sugiero, ya que es algo que daba por sentado, tan natural como haber pasado toda mi vida en el distrito seis. Sé que habrá una multitud de problemas que enfrentar durante la crianza, que mis propuestas por sencillas que sean, tendrán que probarse a ver si funcionan, y se siente como retroceder un poco, porque con Hans nos saltamos un par de etapas en unos pocos meses, al tocar el tema de algo así como una relación más tradicional y es que me niego a pensar tan explícita en lo que mi madre está insinuando, hasta que alguien lo dice con todas las letras. Y es la resignación tan fácil de mi madre la que quiere dejar el tema atrás, pero me quedé con las últimas palabras de Hans y no puedo soltarlas. Me reacomodo en mi silla, hinco los codos en la mesa y con Mohini en medio, y conteniendo las ganas de reírme a carcajadas, pregunto: —¿Esa es una propuesta formal de divorcio, Hans Powell? ¿Una manera extraña de pedirme matrimonio con una alternativa por si no funciona?—. Espero que mi madre no me dé un sermón por bromear a costa de sus intenciones de hacer las cosas siguiendo las normas y tradiciones. —¿Puedes verlo, Mo? Ese es el romanticismo con el que conquistó a tu hija escapista.
Mi tenedor queda suspendido en el aire ante la pregunta temida, no soy tan disimulada como me gustaría cuando busco la complicidad de Hans por encima de la mesa, que el humor está dando paso al terror. ¿Quién contesta? Tengo miedo de que nos pisemos en respuestas y surja una contradicción, así que hablo sin pensarlo demasiado. —Hace unos años, nos vimos un par de veces y…— ¿Dijimos de dejar todo lo complicado fuera, no? Vamos por los detalles banales, entonces. —No hubiera dado ni dos galeones por ese niño rubio en traje de abogado, al que le gustaba mandonear. Tenías el cabello más claro— digo, usando otra vez el tenedor como puntero. —Y las mejillas más redondas. ¡Ay, Mo! ¡Si lo hubieras visto! ¡Era un muñeco!— exclamo entre risas, con mis ojos cargados de diversión por tratar de congeniar esa vieja imagen que no sabía que conservaba con la del hombre que se hizo cargo de un ministerio que le cambió totalmente el semblante. —De esos muñecos con los que chicas como yo no jugamos, para no manchar esas camisas impecables— le echo un vistazo desde mi lado de la mesa y dejo que cuente su propia versión, que tal vez difiera bastante de la mía.
El cómo llegamos a este punto tras una serie de cosas que escaparon de nuestro control, de ese enredo de personas en común que no sabíamos que teníamos, de los años que pasamos viéndonos a una distancia casi despectiva, a pesar de todas las veces que nos convencimos a nosotros mismos de que no era algo que pudiera durar en el tiempo porque estábamos demasiado acostumbrados a nuestros hábitos, que podamos decir que queremos esto como no sabíamos que era posible querer, no tiene una única explicación con la que estemos conformes. Y solo escucho a medias lo que dice mi madre, a quien le bastó una cena para caer por este tonto que tiene todas las palabras justas para emocionarla a ella y que a mí me hace esconder la mirada en mi plato de arroz. No quiero que se vea cómo mis pestañas tiemblan, y todos esos pensamientos supuestamente racionales que pondrían en entredicho si es sincero su deseo de que seamos una familia, son arrasados por esas emociones que están en revolución desde que me enteré que estaba embarazada y unos días antes. Me cubro la cara con las manos al caer las primeras lágrimas y al darme cuenta que no es algo que pueda detener, me pongo de pie de repente y la silla hace un ruido molesto al correrla con descuido. —Mis hormonas, idiota— digo con la voz atorada en mi garganta por culpa de un sollozo que no puedo contener, con la cara toda roja. Y mi madre tampoco ayuda, que somos una familia chiquita y rota, que se está volviendo más grande de a poco. Murmuro algo que suena a un «ya vuelvo» cuando los dejo solos para ir a encerrarme cinco minutos en el baño.
No tengo por qué mentir, Scott me conoce lo suficiente como para caer en ese juego en estas alturas del partido. Solamente me encojo de hombros sin mucho interés y contengo algún que otro comentario que jamás haría al estar su madre presente — No me cubro los ojos, pero hay cosas que me guardo para mí — murmuro con cierta gracia, ahorrándome algunos grados de picardía en la oración. Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra, eso dicen por ahí — Solo no me pidas una cita doble con ellos porque sería un poco desagradable — tengo que recordarme que estamos en su casa para no caer en las bromas sobre intercambios, pero estoy seguro de que ella comprenderá por donde va mi comentario; ya hablaremos de ello cuando lleguemos a casa. Ahora, el tema de la crianza del bebé es otro tema. Entiendo a dónde va Mohini con sus preocupaciones y me niego a ser de la clase de padre que busca que los abuelos se hagan cargo de sus hijos, aunque el futuro que Lara pinta me hace preguntarme que tan imposible es tener a un bebé en la oficina. Algo conseguiré solucionar, estoy seguro — Se pueden dividir los tiempos, el problema es que muchas veces las responsabilidades son más de las que deseamos. Ya se encontrará una solución — hay aún como siete meses para ello. Para mi falta de romanticismo, solo puedo responder con una risa y una ceja bien alzada — Ya quisieras tú que te pidiera matrimonio, Scott. — es una burla inocente, sé muy bien que ella no necesita de un anillo y un montón de papeles para estar conmigo. Si fuese alguien con otra ideología, probablemente no hubiéramos congeniado.
Pero entonces, llega la pregunta complicada y siento que mastico mucho más lento. Mi silencio le cede la palabra a Lara, permito que sea ella quien coloque los límites de nuestra anécdota y percibo que nos seguimos aferrando a lo simple. Recuerdo al sujeto que ella describe, demasiado correcto y obsesionado con el orden con tal de escalar rápido de posición hasta tocar el cielo con las manos a una edad envidiable. Ella aún tenía cara de niña, era tan menuda que podría haber pasado por una adolescente. — Creo que todos lucimos un poco como muñecos cuando estamos en los veintis — me defiendo, pronto me giro en dirección a su madre con toda la dignidad que me queda — La ayudé con algunos asuntos legales del ministerio en alguna que otra ocasión, nada serio. Ya sabe, inventos, permisos y esas cosas, cuando recién ingresé al Wizengamot. ¿No es así? — considerando que esa es la versión que conoce Meerah, es mejor mantenernos apegados a ella.
Creo que es la primera vez en la noche en la cual la sonrisa que le muestro a Mohini es tan sincera, demostrando las ganas que tengo de reírme al tener que controlar el impulso de bromear sobre la personalidad de su única hija. Solo atino a un asentimiento porque, al fin de cuentas, mi vida adulta se ha basado en encontrar a mi hermana, en recuperar a la familia que había perdido. En ironías, no pensé que se volvería tan grande. Los meses me pasaron factura y me encuentro con la idea de dos hijos bajo un mismo techo y Phoebe cerca, sin contar la compañía que Scott agrega como un condimento extra. No, no sé aún qué clase de pareja somos, pero decidimos criar a un hijo juntos y creo que eso es suficiente por ahora — Una hermana menor, eso es todo. Phoebe trabaja en el Royal, es profesora de adivinación — una respuesta escueta, no hablaré de mis padres o de la familia muggle que sigue dando vueltas por el mundo. Son intimidades que quedarán para otro momento.
Lo que no me espero es el momento sentimental que asalta la mesa y no llego a responder a Mohini, porque Lara ya se está poniendo de pie presa del llanto y la veo encerrarse en lo que creo que es el baño. Debo tener la cara de idiota plasmada, porque soy consciente de que parpadeo más de lo normal cuando vuelvo a mi compañera de mesa — ¿He dicho algo malo? — como no tengo idea de cómo manejar cosas como esta, tomo con cuidado la servilleta y se la tiendo para que limpie sus lágrimas — Sobre su bebé, no le diga nada, pero he estado tratando de cuidarla más de lo que ella lo hace. Es un pequeño peligro para sí misma, tiene que verla tratando de usar la tostadora — suavizo la confesión con cosas banales, no puedo decir que he estado manteniendo un orden que Lara trataba de descontrolar — Así que estoy seguro de que todo esto va a funcionar, de alguna manera. Su nieto estará más que bien, eso lo prometo, así que no se preocupe por eso — algo de lo que estoy orgulloso es que siempre aprendo de mis errores, para bien o para mal.
Con una palmadita en sus nudillos, me pongo de pie y cruzo la habitación hasta darle un golpecito a la puerta por donde Lara ha decidido desaparecer. Pego la oreja en busca de señales de vida y creo que el único motivo por el cual no entro es porque me da pánico encontrarla hundida en llanto y no saber que hacer — Scott... ¿Está todo bien o volviste a vomitar sobre ti misma?
Pero entonces, llega la pregunta complicada y siento que mastico mucho más lento. Mi silencio le cede la palabra a Lara, permito que sea ella quien coloque los límites de nuestra anécdota y percibo que nos seguimos aferrando a lo simple. Recuerdo al sujeto que ella describe, demasiado correcto y obsesionado con el orden con tal de escalar rápido de posición hasta tocar el cielo con las manos a una edad envidiable. Ella aún tenía cara de niña, era tan menuda que podría haber pasado por una adolescente. — Creo que todos lucimos un poco como muñecos cuando estamos en los veintis — me defiendo, pronto me giro en dirección a su madre con toda la dignidad que me queda — La ayudé con algunos asuntos legales del ministerio en alguna que otra ocasión, nada serio. Ya sabe, inventos, permisos y esas cosas, cuando recién ingresé al Wizengamot. ¿No es así? — considerando que esa es la versión que conoce Meerah, es mejor mantenernos apegados a ella.
Creo que es la primera vez en la noche en la cual la sonrisa que le muestro a Mohini es tan sincera, demostrando las ganas que tengo de reírme al tener que controlar el impulso de bromear sobre la personalidad de su única hija. Solo atino a un asentimiento porque, al fin de cuentas, mi vida adulta se ha basado en encontrar a mi hermana, en recuperar a la familia que había perdido. En ironías, no pensé que se volvería tan grande. Los meses me pasaron factura y me encuentro con la idea de dos hijos bajo un mismo techo y Phoebe cerca, sin contar la compañía que Scott agrega como un condimento extra. No, no sé aún qué clase de pareja somos, pero decidimos criar a un hijo juntos y creo que eso es suficiente por ahora — Una hermana menor, eso es todo. Phoebe trabaja en el Royal, es profesora de adivinación — una respuesta escueta, no hablaré de mis padres o de la familia muggle que sigue dando vueltas por el mundo. Son intimidades que quedarán para otro momento.
Lo que no me espero es el momento sentimental que asalta la mesa y no llego a responder a Mohini, porque Lara ya se está poniendo de pie presa del llanto y la veo encerrarse en lo que creo que es el baño. Debo tener la cara de idiota plasmada, porque soy consciente de que parpadeo más de lo normal cuando vuelvo a mi compañera de mesa — ¿He dicho algo malo? — como no tengo idea de cómo manejar cosas como esta, tomo con cuidado la servilleta y se la tiendo para que limpie sus lágrimas — Sobre su bebé, no le diga nada, pero he estado tratando de cuidarla más de lo que ella lo hace. Es un pequeño peligro para sí misma, tiene que verla tratando de usar la tostadora — suavizo la confesión con cosas banales, no puedo decir que he estado manteniendo un orden que Lara trataba de descontrolar — Así que estoy seguro de que todo esto va a funcionar, de alguna manera. Su nieto estará más que bien, eso lo prometo, así que no se preocupe por eso — algo de lo que estoy orgulloso es que siempre aprendo de mis errores, para bien o para mal.
Con una palmadita en sus nudillos, me pongo de pie y cruzo la habitación hasta darle un golpecito a la puerta por donde Lara ha decidido desaparecer. Pego la oreja en busca de señales de vida y creo que el único motivo por el cual no entro es porque me da pánico encontrarla hundida en llanto y no saber que hacer — Scott... ¿Está todo bien o volviste a vomitar sobre ti misma?
Mi cabeza gira de un lado a otro en cuanto ellos dos continuan tirándose comentarios que me mantienen con la boca cerrada, ocupándola con comida, pero sin llegar a masticar demasiado rápido por miedo a perderme algo de lo que están diciendo. Mi cara debe de ser lo más graciosa porque creo que me pierdo varias veces a lo largo de la conversación y de un momento a otro solo se me queda una cosa en la cabeza que no dudo en sacar a relucir. — ¿Entonces va a haber una boda o no? — Interrumpo con sorna en medio del silencio cuando ninguno parece ponerse de acuerdo entre si van a pedirse matrimonio o saltar directamente al divorcio. Sea lo que sea, no lo digo en serio, creo que eso es evidente por la expresión de mi rostro, y ahora soy yo la que se encuentra moviendo las cejas y los labios como si estuviera aguantándome las palabras de reproche por un tema que comenzó siendo serio y que terminó por ser el rompehielos de la cena. Suelto un suspiro desganado, que deja a entender que no voy a meterme en sus asuntos de pareja cuando ni ellos mismos tienen claro lo que son. Supongo que hoy en día es así como se comportan los jóvenes, porque sí, para mí siguen siendo unos niños, no necesitan de ninguna etiqueta formal para poner en marcha un plan a futuro. A mis ojos extraño, para ellos resulta la comodidad necesaria para que esto funcione, y con eso me basta, espero.
Me muestro muy interesada en quién comienza a narrar la historia que nos ha llevado a estar aquí reunidos hoy, encontrándome con los ojos de mi hija en el camino mientras me llevo un trozo de pan a los dientes y mastico en silencio. No me da muchos detalles acerca de su encuentro, aunque se explaya enormemente en la descripción de un joven Powell que me llama la atención lo suficiente para rodar los ojos. Mi hija siempre será mi hija, después de todo. Hans, por otra parte, sí me da algo de información con la que puedo hacerme una idea de los hechos, pese a que me relamo los labios con interés por saber más. — No te meterías en ningún lío, ¿verdad, Lara? — No es más que una broma, que me hace soltar una risita entre dientes, pero no me sorprendería que anduviera metiendo el hocico en asuntos que no le competen. Solo hay que ver como le fue eso a su padre, por lo que mi expresión cambia al instante y vuelvo a dirigir la mirada hacia Hans, quien parece más a favor de que le tire de la lengua. — Así que… ¿mantuvisteis el contacto después de aquello? — Una parte de mí está interesada en saber qué les hizo seguir viéndose si como dice estos trámites resultaron de cuando ingresó al bufete de abogados.
Afirmo con la cabeza una vez, más o menos satisfecha con la respuesta que obtengo, no queriendo ser una metomentodo cuando yo misma comprendo que no es fácil hablar de la familia. Hace tiempo que ya he dejado de tratar de no mencionar a mi esposo siendo que me hacía más daño el hecho de no recordarlo que el ser capaz de nombrarlo sabiendo que no se encontraba entre nosotros. No obstante, reconozco en su voz una indirecta a no preguntar más de lo debido. Decido creer en sus palabras sobre querer formar una familia, poner mi voto de confianza en una persona que me ha caído del cielo de repente, cuando en ningún momento debería hacerlo sin asegurarme de que está aquí para quedarse con mi hija. Pero supongo que lo hago por una razón, y es que el hecho de que se encuentre sentado en la mesa de mi salón, dispuesto a aguantar una madre que ni yo misma considero que sea fácil de lidiar, si no pregúntenselo a Lara, dice mucho de lo que pretende hacer con ello. Quien me diría hace unas semanas que mi hija acabaría formando una familia, una algo disfuncional, sí, nadie va a negar eso, pero una familia, al fin y al cabo.
Sí, efectivamente se me escapa una lagrimita, y no puedo culpar al picante esta vez porque sería mentirme a mí misma sobre mis propias emociones en el acto. Apenas tengo tiempo de levantar la cabeza que mi hija se levanta veloz de la mesa con las manos escondiendo su rostro. Suelto algo parecido a un suspiro en lo que agarro la servilleta que me tiende Hans para secarme delicadamente el agua que no he podido controlar y sale por mis ojos. — Para nada, hijo mío, sólo te fuiste a juntar con una familia de sensibleras, aunque no lo parezca. — Digo dramáticamente, apañándomelas para limpiar con la punta del suave papel cualquier resto de lágrimas bajo mis pestañas. Las palabras que suelta a continuación, sin embargo, no ayudan a que intente contener la emoción, pero me obligo a mirarlo con una sonrisa de lo más honesta. — Tiene una cubierta de acero, mi niña, pero eso tú ya lo sabes, y ahora se enfrenta a no poder sostener esa armadura, no sólo por las hormonas. — Espero que comprenda lo que estoy tratando de decirle, que no había visto a mi hija actuar de esta manera con nadie, y no es solo un efecto secundario del embarazo, es mucho más que eso.
Tomo una gran bocanada de aire al ver que se levanta, respirando por unos segundos en soledad antes de volver a expulsar el mismo por la nariz y levantarme arrastrando un poco la silla de malas maneras. Me reúno con Hans en el pasillo a la espera de que salga del baño, apoyándome sobre el marco con la cabeza un poco pegada a la madera. — Lara, tesoro mío… dime qué es lo que necesitas, cualquier cosa… ¿Es porque te puse en ridículo otra vez delante de un chico que te gusta? — Intento bromear al final, porque esta escena me recuerda demasiado a épocas donde la que se metía en el lavabo era una Lara mucho más pequeña, mucho más inocente con la vida, esa que sé que sigue ahí dentro por mucho que se esfuerce por aparentar lo contrario. Con una mueca en mis labios miro a Hans desde abajo, bastante más alto ahora que de estar sentados.
Me muestro muy interesada en quién comienza a narrar la historia que nos ha llevado a estar aquí reunidos hoy, encontrándome con los ojos de mi hija en el camino mientras me llevo un trozo de pan a los dientes y mastico en silencio. No me da muchos detalles acerca de su encuentro, aunque se explaya enormemente en la descripción de un joven Powell que me llama la atención lo suficiente para rodar los ojos. Mi hija siempre será mi hija, después de todo. Hans, por otra parte, sí me da algo de información con la que puedo hacerme una idea de los hechos, pese a que me relamo los labios con interés por saber más. — No te meterías en ningún lío, ¿verdad, Lara? — No es más que una broma, que me hace soltar una risita entre dientes, pero no me sorprendería que anduviera metiendo el hocico en asuntos que no le competen. Solo hay que ver como le fue eso a su padre, por lo que mi expresión cambia al instante y vuelvo a dirigir la mirada hacia Hans, quien parece más a favor de que le tire de la lengua. — Así que… ¿mantuvisteis el contacto después de aquello? — Una parte de mí está interesada en saber qué les hizo seguir viéndose si como dice estos trámites resultaron de cuando ingresó al bufete de abogados.
Afirmo con la cabeza una vez, más o menos satisfecha con la respuesta que obtengo, no queriendo ser una metomentodo cuando yo misma comprendo que no es fácil hablar de la familia. Hace tiempo que ya he dejado de tratar de no mencionar a mi esposo siendo que me hacía más daño el hecho de no recordarlo que el ser capaz de nombrarlo sabiendo que no se encontraba entre nosotros. No obstante, reconozco en su voz una indirecta a no preguntar más de lo debido. Decido creer en sus palabras sobre querer formar una familia, poner mi voto de confianza en una persona que me ha caído del cielo de repente, cuando en ningún momento debería hacerlo sin asegurarme de que está aquí para quedarse con mi hija. Pero supongo que lo hago por una razón, y es que el hecho de que se encuentre sentado en la mesa de mi salón, dispuesto a aguantar una madre que ni yo misma considero que sea fácil de lidiar, si no pregúntenselo a Lara, dice mucho de lo que pretende hacer con ello. Quien me diría hace unas semanas que mi hija acabaría formando una familia, una algo disfuncional, sí, nadie va a negar eso, pero una familia, al fin y al cabo.
Sí, efectivamente se me escapa una lagrimita, y no puedo culpar al picante esta vez porque sería mentirme a mí misma sobre mis propias emociones en el acto. Apenas tengo tiempo de levantar la cabeza que mi hija se levanta veloz de la mesa con las manos escondiendo su rostro. Suelto algo parecido a un suspiro en lo que agarro la servilleta que me tiende Hans para secarme delicadamente el agua que no he podido controlar y sale por mis ojos. — Para nada, hijo mío, sólo te fuiste a juntar con una familia de sensibleras, aunque no lo parezca. — Digo dramáticamente, apañándomelas para limpiar con la punta del suave papel cualquier resto de lágrimas bajo mis pestañas. Las palabras que suelta a continuación, sin embargo, no ayudan a que intente contener la emoción, pero me obligo a mirarlo con una sonrisa de lo más honesta. — Tiene una cubierta de acero, mi niña, pero eso tú ya lo sabes, y ahora se enfrenta a no poder sostener esa armadura, no sólo por las hormonas. — Espero que comprenda lo que estoy tratando de decirle, que no había visto a mi hija actuar de esta manera con nadie, y no es solo un efecto secundario del embarazo, es mucho más que eso.
Tomo una gran bocanada de aire al ver que se levanta, respirando por unos segundos en soledad antes de volver a expulsar el mismo por la nariz y levantarme arrastrando un poco la silla de malas maneras. Me reúno con Hans en el pasillo a la espera de que salga del baño, apoyándome sobre el marco con la cabeza un poco pegada a la madera. — Lara, tesoro mío… dime qué es lo que necesitas, cualquier cosa… ¿Es porque te puse en ridículo otra vez delante de un chico que te gusta? — Intento bromear al final, porque esta escena me recuerda demasiado a épocas donde la que se metía en el lavabo era una Lara mucho más pequeña, mucho más inocente con la vida, esa que sé que sigue ahí dentro por mucho que se esfuerce por aparentar lo contrario. Con una mueca en mis labios miro a Hans desde abajo, bastante más alto ahora que de estar sentados.
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Podríamos seguir sacando cosas que no dicen nada sobre un comentario que no esperaba que tuviera tal trascendencia, pero con mi madre sentada a la cabecera de esta mesa, no puedo hacer chistes sobre lo que sería una salida de cuatro y si acaso al acabar con esta, no se irían los ministros por un lado y las mujeres nos iríamos por otro. Muerdo la sonrisa en mis labios y le echo una mirada a Hans para acordar una tregua de paz. —Solo dije que eran espléndidos, no sé cómo llegamos a lo de una cita doble— me hago la desentendida, con toda la inocencia que puedo demostrar y el asomo de picardía que se queda a veces en una de las comisuras de mi boca. No creo que se pueda seguir dando largas a ese tema, y otros más de los que bien podría retirarme, si no fuera porque hay algo en la manera en que me contesta Hans, a lo que sigue la pregunta de mi madre sobre si habrá una boda, todo dicho en un tono de broma del que también hago uso. —Supongo que solo habrá si yo soy quien lo pide y el hombre en cuestión acepta— digo, regresando mi atención al plato. —Pero no será hoy, que son demasiadas emociones para una noche.
En el relato de cómo nos conocimos, Hans se encarga de las explicaciones formales cuando pasa el bocado que lo mantiene ocupado mientras soy quien comienza con la ilustración de quiénes éramos hace siete años, demasiado jóvenes como para mirar más allá de nosotros mismos y siquiera echar una segunda ojeada al otro. —Eso mismo— secundo su testimonio, cuidando lo que pueda decir mi expresión a la pregunta de Mohini que abre un abismo bajo mis pies. Improviso una broma rápida para salir de esa situación de peligro. —Nada que un buen abogado no pueda resolver y tuve uno muy bueno, con cara de muñeco, pero excelente. Tan bueno que llegó a ministro— lanzo un vistazo a Hans por encima de las fuentes de comida, que puede parecer que mi retahíla de halagos son puro chiste, y sin embargo, me siento agradecida de que no haya dicho nada. Ni antes, ni ahora. Bien podría haberme descubierto delante de mi madre en cualquier ocasión, delante de cualquiera, y no lo hizo, sé que no lo hará. Y sé, también, que hay ciertas cosas en las que puedo apoyarme en él con la confianza ciega de que no voy a caer.
De trámites judiciales a formar una familia hay marcadas diferencias en cuanto a la confianza que se necesita tener en la otra persona, y pese a las veces en que lo juzgué como un charlatán y me dejó en claro que era honesto en sus palabras, todo lo que podamos decir sobre criar un hijo juntos me exige confiar de una manera en la que me siento más vulnerable de lo que he estado por años, que al resquebrajarse mi entereza por culpa de las hormonas, tomo esa tendencia a escapar y en esta ocasión al baño, donde cierro la puerta con el pestillo porque el llanto no me permite siquiera pensar en un hechizo. Bajo la tapa del retrete que uso como taburete en el cual subir mis rodillas y me permito cinco minutos para llorar con toda la buena acústica que hay en este sitio. No creo que hayan pasado más de tres minutos, que los tengo a ambos llamando para saber cómo estoy. —¡Estoy bien!— grito, aunque suena contradictorio por el enfado en mi voz. —¿Es que ya no se puede llorar en paz? ¿Dónde ha quedado la libre expresión en este país?—. Mal chiste, con el presidente que tenemos ahora, los residuos de libertad se han ido por las cañerías. —¡Quiero chocolate! ¡Con avellanas! ¡Y atún!— chillo con mi tono de pena que hace que se me escuche como una niña. No contesto a la pregunta de mi madre, sino que abro la puerta de un tirón y la cierro a mi espalda, con mi cara todavía sonrojada y mojada por las lágrimas. —No, todavía no lo hiciste. Y me acordé del peligro de dejarlos a solas con las fotos que tienes guardadas, así que mejor no lo hago— digo, sobreponiéndome al balbuceo del llanto. Limpio con torpeza mi cara, con mi nariz como un pompón rojo que me pongo en ridículo a mí misma, tanto que no necesito de los aportes coloridos que pueda hacer mi madre. —Yo comeré mi chocolate, ustedes pueden volver con sus picantes—. Espero que tenga un poco en la heladera o no sé cómo, con dementores en la calle o como sea, ese chocolate tiene que aparecer en quince minutos. —Y es a ti a quien le gusta Hans— digo a mi madre, como si fuera una amiga de la escuela a quien puedo tomarle el pelo. —Ya vi como lo miras, te brillan los ojitos— la acuso conteniendo la risa, que sale ahogada por no se me va del todo el temblor del llanto.
En el relato de cómo nos conocimos, Hans se encarga de las explicaciones formales cuando pasa el bocado que lo mantiene ocupado mientras soy quien comienza con la ilustración de quiénes éramos hace siete años, demasiado jóvenes como para mirar más allá de nosotros mismos y siquiera echar una segunda ojeada al otro. —Eso mismo— secundo su testimonio, cuidando lo que pueda decir mi expresión a la pregunta de Mohini que abre un abismo bajo mis pies. Improviso una broma rápida para salir de esa situación de peligro. —Nada que un buen abogado no pueda resolver y tuve uno muy bueno, con cara de muñeco, pero excelente. Tan bueno que llegó a ministro— lanzo un vistazo a Hans por encima de las fuentes de comida, que puede parecer que mi retahíla de halagos son puro chiste, y sin embargo, me siento agradecida de que no haya dicho nada. Ni antes, ni ahora. Bien podría haberme descubierto delante de mi madre en cualquier ocasión, delante de cualquiera, y no lo hizo, sé que no lo hará. Y sé, también, que hay ciertas cosas en las que puedo apoyarme en él con la confianza ciega de que no voy a caer.
De trámites judiciales a formar una familia hay marcadas diferencias en cuanto a la confianza que se necesita tener en la otra persona, y pese a las veces en que lo juzgué como un charlatán y me dejó en claro que era honesto en sus palabras, todo lo que podamos decir sobre criar un hijo juntos me exige confiar de una manera en la que me siento más vulnerable de lo que he estado por años, que al resquebrajarse mi entereza por culpa de las hormonas, tomo esa tendencia a escapar y en esta ocasión al baño, donde cierro la puerta con el pestillo porque el llanto no me permite siquiera pensar en un hechizo. Bajo la tapa del retrete que uso como taburete en el cual subir mis rodillas y me permito cinco minutos para llorar con toda la buena acústica que hay en este sitio. No creo que hayan pasado más de tres minutos, que los tengo a ambos llamando para saber cómo estoy. —¡Estoy bien!— grito, aunque suena contradictorio por el enfado en mi voz. —¿Es que ya no se puede llorar en paz? ¿Dónde ha quedado la libre expresión en este país?—. Mal chiste, con el presidente que tenemos ahora, los residuos de libertad se han ido por las cañerías. —¡Quiero chocolate! ¡Con avellanas! ¡Y atún!— chillo con mi tono de pena que hace que se me escuche como una niña. No contesto a la pregunta de mi madre, sino que abro la puerta de un tirón y la cierro a mi espalda, con mi cara todavía sonrojada y mojada por las lágrimas. —No, todavía no lo hiciste. Y me acordé del peligro de dejarlos a solas con las fotos que tienes guardadas, así que mejor no lo hago— digo, sobreponiéndome al balbuceo del llanto. Limpio con torpeza mi cara, con mi nariz como un pompón rojo que me pongo en ridículo a mí misma, tanto que no necesito de los aportes coloridos que pueda hacer mi madre. —Yo comeré mi chocolate, ustedes pueden volver con sus picantes—. Espero que tenga un poco en la heladera o no sé cómo, con dementores en la calle o como sea, ese chocolate tiene que aparecer en quince minutos. —Y es a ti a quien le gusta Hans— digo a mi madre, como si fuera una amiga de la escuela a quien puedo tomarle el pelo. —Ya vi como lo miras, te brillan los ojitos— la acuso conteniendo la risa, que sale ahogada por no se me va del todo el temblor del llanto.
No entrar en pánico ante el planteo, por muy bromista que sea, de una boda es un trabajo muy fino de mi parte. Ayuda la respuesta de Scott, esa que me permite reírme con excusa y no pronunciar palabras al respecto. No puedo siquiera concebir la imagen de un matrimonio llevado a cabo por nosotros, incluso cuando ya hay un proyecto de bebé entre ambos. Sé que estamos haciendo todo fuera del orden natural, pero desde el día uno estuvimos marcando nuestro propio ritmo. Sacudo una mano con falsa y exagerada modestia, ignoro que ha vuelto a llamarme un muñeco de torta y dejo esos detalles para molestarla en la seguridad del dormitorio que estamos compartiendo en mi casa — De vez en cuando. Contacto meramente profesional, las cosas solo se torcieron hace unos meses — los detalles no son para Mohini, no cuando todo esto comenzó en un juego íntimo que culminó en esta cena. No hay detalles públicos como en toda relación amorosa, no hubo citas o pasos pequeños. Tuvimos nuestro pequeño terremoto.
De entre todas las salidas que podrían haber surgido esta noche, encontrarme como único sostén de un pequeño llanto en la madre de Scott jamás se me habría pasado por la mente. Es bueno saber que al menos en estos detalles no hay que mantener secretos, mi cabeza se menea porque creo saber a qué se refiere con todo esto de las armaduras que hemos estado echando abajo — Es demasiado testaruda como para dejar el traje de metal por más de cinco minutos — murmuro simplemente, intento mover mis hombros como si fuese un comentario al pasar. Es su madre, debe conocerla mejor que nadie y nada de lo que yo le diga de su personalidad no va a causar ningún asombro. Poco a poco, me estoy acostumbrando a esto.
A pesar de que las palabras de Mohini a la puerta me hacen sonreír con gracia, es el llanto del otro lado lo que me tiene ligeramente preocupado. ¿Debería entrar, incluso aunque ella diga que está bien? Tengo intenciones de preguntar que clase de combinación es la del chocolate y el atún, pero Scott abre la puerta y tengo que despegarme de ésta para no irme hacia delante. Mi boca se abre como la de un pez y chasco los dedos en el aire — Sabía que estaba dejando pasar algo. ¿No hay fotos ridículas que pueda ver? — lo mejor de todo es que hay pocas fotografías de mi infancia con las cuales Lara pudiese buscar venganza, así que estoy a salvo. La burla me dura poco, porque su cara enrojecida me provoca el querer limpiarle una mejilla, justo a tiempo para que mi estómago cruja en respuesta — Quizá pueda hacer una pausa, porque si sigo llenándome voy a tener que pedir mi turno en el baño... — de todos modos, creo que no se me escucha porque la acusación a su madre me pinta una vaga sonrisa. Al menos, esto significa que la cena pudo haber sido peor. Por alguna razón desconocida, sacudo la cabeza con diversión y tomo su rostro entre mis manos para obligarla a verme en un intento de seguir barriendo sus lágrimas con los pulgares — No sé ella, pero sé que tú lo haces. Siempre la agarro cuando cree que no la estoy mirando — le comento a Mo con parsimonia. Robo un beso de los labios de Lara antes de que pueda acusarme y bajo una mano para darle una palmada en su espalda baja, rodeandola con un brazo — Ahora... ¿Puedo ver esas fotografías o quieres que me ponga cariñoso frente a tu madre? — es obvio que mis dos opciones son porque sé cuál va a escoger. Una manera tonta de salir ganando.
De entre todas las salidas que podrían haber surgido esta noche, encontrarme como único sostén de un pequeño llanto en la madre de Scott jamás se me habría pasado por la mente. Es bueno saber que al menos en estos detalles no hay que mantener secretos, mi cabeza se menea porque creo saber a qué se refiere con todo esto de las armaduras que hemos estado echando abajo — Es demasiado testaruda como para dejar el traje de metal por más de cinco minutos — murmuro simplemente, intento mover mis hombros como si fuese un comentario al pasar. Es su madre, debe conocerla mejor que nadie y nada de lo que yo le diga de su personalidad no va a causar ningún asombro. Poco a poco, me estoy acostumbrando a esto.
A pesar de que las palabras de Mohini a la puerta me hacen sonreír con gracia, es el llanto del otro lado lo que me tiene ligeramente preocupado. ¿Debería entrar, incluso aunque ella diga que está bien? Tengo intenciones de preguntar que clase de combinación es la del chocolate y el atún, pero Scott abre la puerta y tengo que despegarme de ésta para no irme hacia delante. Mi boca se abre como la de un pez y chasco los dedos en el aire — Sabía que estaba dejando pasar algo. ¿No hay fotos ridículas que pueda ver? — lo mejor de todo es que hay pocas fotografías de mi infancia con las cuales Lara pudiese buscar venganza, así que estoy a salvo. La burla me dura poco, porque su cara enrojecida me provoca el querer limpiarle una mejilla, justo a tiempo para que mi estómago cruja en respuesta — Quizá pueda hacer una pausa, porque si sigo llenándome voy a tener que pedir mi turno en el baño... — de todos modos, creo que no se me escucha porque la acusación a su madre me pinta una vaga sonrisa. Al menos, esto significa que la cena pudo haber sido peor. Por alguna razón desconocida, sacudo la cabeza con diversión y tomo su rostro entre mis manos para obligarla a verme en un intento de seguir barriendo sus lágrimas con los pulgares — No sé ella, pero sé que tú lo haces. Siempre la agarro cuando cree que no la estoy mirando — le comento a Mo con parsimonia. Robo un beso de los labios de Lara antes de que pueda acusarme y bajo una mano para darle una palmada en su espalda baja, rodeandola con un brazo — Ahora... ¿Puedo ver esas fotografías o quieres que me ponga cariñoso frente a tu madre? — es obvio que mis dos opciones son porque sé cuál va a escoger. Una manera tonta de salir ganando.
Sí, mi niña es demasiado testaruda como para hacer algo así, lo sé bien, pero ahora la realidad se muestra como una mujer encerrada en el baño porque se encuentra en una situación a la que no le ha tenido que hacer frente en su vida. Hago lo que siempre, y cuando digo siempre es nunca porque si esto fuera como hace más de quince años, hubiera pegado un portazo para comprobar en qué narices se había metido esta vez para ir a esconderse al lavabo. Esta vez no, por esta ocasión me controlo lo suficiente como para permanecer serena a la espera de que ella misma sea la que se decida por salir, mordiéndome el labio inferior con mis dientes superiores y mirando a Hans con la cara de alguien que no sabe lo que es la paciencia. Cuando la puerta por fin se abre, y aparece en escena una Lara que dista mucho de estar bien, suelto un suspiro de alivio. — Pero cómo le gusta dramatizar, ¿eh? — Digo, más para mi acompañante que para mi hija en sí, riéndome entre dientes pese a que no es momento para hacerlo. Antes de que se enfade por ese mismo motivo, atrapo su cara con mis manos y le planto un beso en la mejilla al tiempo que empieza a hacer sus peticiones. — ¡Pues claro que sí, tesoro mío! — Y me ahorro el decir que no voy a ser partícipe de semejante mezcla porque no quiero que termine en el retrete de nuevo. — ¡No sabes lo que te tengo preparado! ¡Un pastel de chocolate! Como el que se te antojó cuando me hablaste de Hans, ¿recuerdas? Cuando dijiste eso de que él era un muy buen pas… — Ah, sí, aquí viene lo de dejarla en ridículo.
Ruedo los ojos hasta dejar los mismo en blanco cuando ambos pasan por completo de mi comida, siendo que los dos están llenos, aunque me apresuro de confirmarlo una segunda vez como buena futura abuela que voy a ser. — ¿Seguro que no os habéis quedado con hambre? ¡Si no habéis comido nada! — Tendré que meter los restos en tuppers, pues… — Está bien, está bien. — Alzo las manos para gesticular que voy a tirar la toalla, aunque me reservo algún que otro suspirito para luego. Pongo cara de ajam cuando el hombre me explica sus métodos de conquista hacia mi hija, plantándome en el suelo con los pies sin ser capaz de moverme del sitio cuando besa a Lara. ¿Acaba de besar a mi hija delante de mí? ¡La acaba de besar! AAAAAH. Mi bebé. — Eeeeeeh, sí, venga vamOS A VER FOTOGRAFÍAS. — Soy la primera en darme la vuelta para emprender el camino de nuevo hacia el salón, elevando un dedo en el aire para hacer que me sigan con un simple gesto del mismo. Que todavía se me ponen a hacer manitas en el pasillo. — ¿Quieres ir a por el postre, ratita? ¡Está en la nevera! — Mucho mejor, manos controladas, nada que temer.
Entre las estanterías del salón me pongo a rebuscar los álbumes de fotos que he ido acumulando con el paso de los años, optando por sacar los más antiguos pese a que algunos de ellos son tan viejos que los bordes están resquebrajados. Algún día voy a dedicarme a reorganizarlos en otros nuevos, estas reliquias no pueden pasar al olvido. — Ay, ya vas a ver Hans, era un bebé tan gracioso que casi merecían la pena todos los dolores de cabeza que tuve por sus rabietas. — Comento con gracia y a la vez con un suspiro mientras me aposento en el mismo sofá que él para mostrarle de cerca. Empiezo por pasar yo misma las hojas, demorándome en algunas que me parecen dignas de recordar con palabras. — ¡Mira que dientitos tenía! Ay, y aquí…. Por alguna razón le pareció divertido estampar la cara en su tarta de cumpleaños, ¡ni seis años tenía! — Me es imposible no reírme, alzando la mirada únicamente de las fotografías cuando veo a Lara aparecer de refilón. — ¡Y esta, Lara! ¿Te acuerdas? Tan mona con su faldita hawaiiana… ¡si la vieras moviendo esas caderas! Con ese salero… — Ay, que voy a volver a llorar de la nostalgia.
Ruedo los ojos hasta dejar los mismo en blanco cuando ambos pasan por completo de mi comida, siendo que los dos están llenos, aunque me apresuro de confirmarlo una segunda vez como buena futura abuela que voy a ser. — ¿Seguro que no os habéis quedado con hambre? ¡Si no habéis comido nada! — Tendré que meter los restos en tuppers, pues… — Está bien, está bien. — Alzo las manos para gesticular que voy a tirar la toalla, aunque me reservo algún que otro suspirito para luego. Pongo cara de ajam cuando el hombre me explica sus métodos de conquista hacia mi hija, plantándome en el suelo con los pies sin ser capaz de moverme del sitio cuando besa a Lara. ¿Acaba de besar a mi hija delante de mí? ¡La acaba de besar! AAAAAH. Mi bebé. — Eeeeeeh, sí, venga vamOS A VER FOTOGRAFÍAS. — Soy la primera en darme la vuelta para emprender el camino de nuevo hacia el salón, elevando un dedo en el aire para hacer que me sigan con un simple gesto del mismo. Que todavía se me ponen a hacer manitas en el pasillo. — ¿Quieres ir a por el postre, ratita? ¡Está en la nevera! — Mucho mejor, manos controladas, nada que temer.
Entre las estanterías del salón me pongo a rebuscar los álbumes de fotos que he ido acumulando con el paso de los años, optando por sacar los más antiguos pese a que algunos de ellos son tan viejos que los bordes están resquebrajados. Algún día voy a dedicarme a reorganizarlos en otros nuevos, estas reliquias no pueden pasar al olvido. — Ay, ya vas a ver Hans, era un bebé tan gracioso que casi merecían la pena todos los dolores de cabeza que tuve por sus rabietas. — Comento con gracia y a la vez con un suspiro mientras me aposento en el mismo sofá que él para mostrarle de cerca. Empiezo por pasar yo misma las hojas, demorándome en algunas que me parecen dignas de recordar con palabras. — ¡Mira que dientitos tenía! Ay, y aquí…. Por alguna razón le pareció divertido estampar la cara en su tarta de cumpleaños, ¡ni seis años tenía! — Me es imposible no reírme, alzando la mirada únicamente de las fotografías cuando veo a Lara aparecer de refilón. — ¡Y esta, Lara! ¿Te acuerdas? Tan mona con su faldita hawaiiana… ¡si la vieras moviendo esas caderas! Con ese salero… — Ay, que voy a volver a llorar de la nostalgia.
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¡Ya esta hecho! ¡Ahora también conspiran en mi contra! No sé para qué menciono las fotografías que me dan pena, el recordatorio le vale a Hans para pedirlas y librarse de los platos picantes, y como a Mohini le gusta más tomarme a chiste que atormentar al hombre, acepta la sugerencia. ¡Tengo que llegar a la sala antes que ellos! Pero me detiene el agarre de Hans que se encarga de limpiarme la cara llorosa con sus manos y lo beso en respuesta, sujetándome a su nuca, que si no fuera por el parloteo cercano de mi madre, yo cumplía mi amenaza de meterlo al baño. Claro que Mohini, por muy abierta de mente que se diga ser, en el fondo es una mujer de modales, e insiste con las fotografías para impedir que nos propasemos bajo su techo. Que si es por mí... -No lo haría delante de mi madre, pero si quieres subimos a mi habitación de adolescente y te muestro la tarea de matemáticas, tenía puras notas altas- bromeo, peinando un mechón con los dedos, uno al que le queda poco del rubio que se le veía cuando era más joven, todo un muñeco. ¡Necesito sus fotos de escuela! Tengo que ir a visitar a Phoebe otra vez para hablar de sus tiradas de cartas, el té y pedirle material de anécdotas para reírme de él. Porque esta noche no creo que pueda dormirme a su lado por las carcajadas que me esperan.
Es un peligro real dejarlos a solas, y odio a mis hormonas que conspiran para convencerme que el chocolate vale toda la humillación que deba pasar, que rebano un pedazo para mí apenas lo saco de la heladera. Tengo la boca llena y se me escapan un par de migas cuando al volver a la sala veo que Mo le ha mostrado la del baile hawaiiano. Una sonriente Lara de medio metro, menudita y con unos bracitos como varillas, se mueve en la imagen al ritmo de un baile que me gustaría decir que olvidé, pero sería mentira. Coloco la bandeja con el pastel sobre la mesa ratona y arrodillándome cerca de mi madre, le quito los álbumes para revisar la amplia colección de momentos que este par de padres primerizos sacaron a su única hija. ¡Que si hasta hay fotos de mis piecitos! Soy puro pie, ¿para qué lo quieren? Me apuro en retirar una foto de su vista apenas pasa la hoja. ¡Que soy yo a los dos años con una cacerola en la cabeza y nada de ropa! ¿Dónde están las de corte hongo? -Ay, ¡mira esta!- le paso otra a Hans donde se me ve con unos ricitos negros, sujeta al respaldo de una silla, y mis dientitos delanteros llevándose toda la atención. -¿Verdad que era la niña más bonita de todo el distrito?- pregunto a punto de reírme, ensayando esa pose mía tan presumida. -¿Verdad que lo era, Mo?- busco el apoyo de mi madre, que debería secundarme, que estoy tratando de impresionarlo. -Ya te puedes hacer una idea de cómo sería si tuvieramos una niña- lo digo sin pensar, -Porque, ¿adivina quien tiene los genes dominantes entre los dos?- pregunto con un movimiento insinuador de mis cejas y paso una mano por delante de mí, abarcándome toda. -¡Ajá! Soy la dominante aquí- cierro uno de los álbumes solo para dar impacto a mis palabras. Recupero mi trozo de pastel y muy satisfecha, cargo a llenar una cucharada.
Es un peligro real dejarlos a solas, y odio a mis hormonas que conspiran para convencerme que el chocolate vale toda la humillación que deba pasar, que rebano un pedazo para mí apenas lo saco de la heladera. Tengo la boca llena y se me escapan un par de migas cuando al volver a la sala veo que Mo le ha mostrado la del baile hawaiiano. Una sonriente Lara de medio metro, menudita y con unos bracitos como varillas, se mueve en la imagen al ritmo de un baile que me gustaría decir que olvidé, pero sería mentira. Coloco la bandeja con el pastel sobre la mesa ratona y arrodillándome cerca de mi madre, le quito los álbumes para revisar la amplia colección de momentos que este par de padres primerizos sacaron a su única hija. ¡Que si hasta hay fotos de mis piecitos! Soy puro pie, ¿para qué lo quieren? Me apuro en retirar una foto de su vista apenas pasa la hoja. ¡Que soy yo a los dos años con una cacerola en la cabeza y nada de ropa! ¿Dónde están las de corte hongo? -Ay, ¡mira esta!- le paso otra a Hans donde se me ve con unos ricitos negros, sujeta al respaldo de una silla, y mis dientitos delanteros llevándose toda la atención. -¿Verdad que era la niña más bonita de todo el distrito?- pregunto a punto de reírme, ensayando esa pose mía tan presumida. -¿Verdad que lo era, Mo?- busco el apoyo de mi madre, que debería secundarme, que estoy tratando de impresionarlo. -Ya te puedes hacer una idea de cómo sería si tuvieramos una niña- lo digo sin pensar, -Porque, ¿adivina quien tiene los genes dominantes entre los dos?- pregunto con un movimiento insinuador de mis cejas y paso una mano por delante de mí, abarcándome toda. -¡Ajá! Soy la dominante aquí- cierro uno de los álbumes solo para dar impacto a mis palabras. Recupero mi trozo de pastel y muy satisfecha, cargo a llenar una cucharada.
— ¿Que soy muy buen qué? — intento burlarme con las cejas en alto, pero no dura demasiado si considero que mi atención se la llevan momentáneamente sus labios. No voy a admitir que me da curiosidad el conocer su antiguo dormitorio, sería colarme en su pasado de una manera un poco diferente a la que vengo haciendo hasta el momento y así recorrer los rincones que, quizás, podrían ayudarme a comprenderla un poco mejor. Pero no se lo pido, sé que no sería adecuado en la casa de su madre, incluso cuando no hay intención de sobrepasarnos; de igual modo sabemos que no hay manera de que mantengamos las manos quietas en algunas ocasiones. La idea de las fotografías parece ser la distracción perfecta para no irnos por las ramas, que Mohini nos separe para que ella se vaya a buscar el postre me permite guiñarle un ojo a Lara en modo divertido, por el paso me robo un bocadillo de no-sé-que de la mesa y me lo llevo a la boca. Nada mal, a decir verdad. Suficiente como para mantenerme callado en lo que dura el camino hasta el sofá.
Me acomodo entre los cojines en lo que Mo se hace con lo que parece ser un álbum de fotos. Aún estoy chupando mi pulgar cuando las imágenes empiezan a quedar al descubierto, soy incapaz de contener la curiosidad y me adelanto un poco, apenas fijándome en que Lara ha regresado porque no tengo idea de cómo la imaginaba cuando me hablaba de su infancia. Debo decir que no ha cambiado mucho, lo que quizá me hace más gracia de lo normal — ¿Era muy caprichosa? Por qué no me sorprende — me mofo con malicia y me estiro para tomar una de las fotografías, chequeando los dientes que me señalan — Sigues teniendo los mismos dientes, Scott — me ahorro el decir algo al respecto sobre el "salero", porque no son cosas que se comenten frente que su madre.
El ataque de ego de Lara hace que la mire por encima de la imagen y hago el esfuerzo de imaginar lo que me está queriendo decir. Hasta el momento no he podido identificar al bebé bajo ningún genero, pero hago un esfuerzo en crear una identidad femenina como la que describe. No tenemos rasgos similares, siento que la mezcla sería muy extraña y no consigo visualizarla — Quizá tienes el lado dominante en la pigmentación, pero hablando de rasgos... Audrey es metamorfomaga e igual así Meerah se parece más a mi que a ella — le recuerdo, señalando los pómulos que mi hija ha heredado a pesar de que la genética de su madre debería haber sido más fuerte — Lamento informarte que tendrás un hijo que lucirá como yo, pero más moreno. Porque será un niño — no sé de dónde saco confianza, pero repentinamente tengo una corazonada. Ya tengo una hija, un hijo tendría lógica por poco que me importe su género. Paso a una foto nueva y la señalo con gracia, burlándome con una sonrisa al toparme con la clásica foto infantil del baño — ¿Tú que opinas, Mo? ¿Será un niño o una niña? ¿Y a quién se parecerá más? — como si quisiera ejemplificar, coloco la foto junto a mi cara y tuerzo los labios en un puchero.
Me acomodo entre los cojines en lo que Mo se hace con lo que parece ser un álbum de fotos. Aún estoy chupando mi pulgar cuando las imágenes empiezan a quedar al descubierto, soy incapaz de contener la curiosidad y me adelanto un poco, apenas fijándome en que Lara ha regresado porque no tengo idea de cómo la imaginaba cuando me hablaba de su infancia. Debo decir que no ha cambiado mucho, lo que quizá me hace más gracia de lo normal — ¿Era muy caprichosa? Por qué no me sorprende — me mofo con malicia y me estiro para tomar una de las fotografías, chequeando los dientes que me señalan — Sigues teniendo los mismos dientes, Scott — me ahorro el decir algo al respecto sobre el "salero", porque no son cosas que se comenten frente que su madre.
El ataque de ego de Lara hace que la mire por encima de la imagen y hago el esfuerzo de imaginar lo que me está queriendo decir. Hasta el momento no he podido identificar al bebé bajo ningún genero, pero hago un esfuerzo en crear una identidad femenina como la que describe. No tenemos rasgos similares, siento que la mezcla sería muy extraña y no consigo visualizarla — Quizá tienes el lado dominante en la pigmentación, pero hablando de rasgos... Audrey es metamorfomaga e igual así Meerah se parece más a mi que a ella — le recuerdo, señalando los pómulos que mi hija ha heredado a pesar de que la genética de su madre debería haber sido más fuerte — Lamento informarte que tendrás un hijo que lucirá como yo, pero más moreno. Porque será un niño — no sé de dónde saco confianza, pero repentinamente tengo una corazonada. Ya tengo una hija, un hijo tendría lógica por poco que me importe su género. Paso a una foto nueva y la señalo con gracia, burlándome con una sonrisa al toparme con la clásica foto infantil del baño — ¿Tú que opinas, Mo? ¿Será un niño o una niña? ¿Y a quién se parecerá más? — como si quisiera ejemplificar, coloco la foto junto a mi cara y tuerzo los labios en un puchero.
Las fotografías que van pasando de Lara cuando no era más que un moco andante me producen una nostalgia en el pecho que me deja mirando las mismas con un mohín en los labios, como si no pudiera creer que la mujer que tengo delante es la misma niña que ríe de las imágenes. — ¿Caprichosa? Prffffffffff, no sabes que berrinches pegaba cuando no conseguía lo que quería. — Que solo por los lloriqueos su padre estaba dispuesto a darle hasta la luna, porque siempre ha sido la niña de papá, y que de no ser por mí y mi semblante serio y maduro creo nos habría salido una chica de lo más mimada. Si es que no hay más que verla en la foto que marco con mis dedos, con esos ojos enormes y dientes de ratón que podían conseguirle lo que quisiera con tan solo mirar a mi marido. — ¿De todo el distrito? ¡De todo el universo! — Exclamo cuando alega ser el bebé más bonito, a lo que solo puedo asentir con la cabeza para darle la razón y señalar alguna que otra imagen como prueba para que el mismo Hans coincida con nuestra posición. Nunca voy a dejar de alardear sobre mi hija, nun-ca. Incluso cuando haga más cosas que me hacen querer estamparle un libro en la cabeza que sentirme orgullosa de ella.
Cuando se ponen a discutir sobre quién llevaría los rasgos dominantes, mis ojos vuelan de uno a otro como para confirmar yo misma quién es el que tiene razón. Con una mueca en mis labios, miro a Hans y hasta le cojo del mentón para observar con detalles sus facciones cuando se coloca al lado de la fotografía. — Una mezcla curiosa, desde luego, pero me parece que vas a tener que aguantarte, esta genética nuestra es demasiado fuerte, y esos ojitos tuyos que tanto le gustan a mi hija me temo que son recesivos. ¡Pero nunca se sabe! — Suelto su barbilla, no sin antes darle unas palmaditas en la mejilla como los niños que son a mis ojos. La verdad es que no puedo imaginarme el resultado de un apareamiento de genes como los de estos dos, porque bastante tengo con pensarme la personalidad explosiva que va a llevar ese crío en las venas, como para estar también preocupándonos del físico. — Yo digo que será una niña, sí, sí, que son mucho más espabiladas. — Le guiño un ojo a Hans para que sepa que estoy bromeando, pero en el fondo sí espero que sea una niña. — Aunque si sale como Lara… casi prefiero que sea un niño. — Pongo cara de ups cuando dirijo la mirada hacia ella, a sabiendas de que no lo digo completamente en serio. Si a mí con que nazca sano me es más que suficiente.
Cuando se ponen a discutir sobre quién llevaría los rasgos dominantes, mis ojos vuelan de uno a otro como para confirmar yo misma quién es el que tiene razón. Con una mueca en mis labios, miro a Hans y hasta le cojo del mentón para observar con detalles sus facciones cuando se coloca al lado de la fotografía. — Una mezcla curiosa, desde luego, pero me parece que vas a tener que aguantarte, esta genética nuestra es demasiado fuerte, y esos ojitos tuyos que tanto le gustan a mi hija me temo que son recesivos. ¡Pero nunca se sabe! — Suelto su barbilla, no sin antes darle unas palmaditas en la mejilla como los niños que son a mis ojos. La verdad es que no puedo imaginarme el resultado de un apareamiento de genes como los de estos dos, porque bastante tengo con pensarme la personalidad explosiva que va a llevar ese crío en las venas, como para estar también preocupándonos del físico. — Yo digo que será una niña, sí, sí, que son mucho más espabiladas. — Le guiño un ojo a Hans para que sepa que estoy bromeando, pero en el fondo sí espero que sea una niña. — Aunque si sale como Lara… casi prefiero que sea un niño. — Pongo cara de ups cuando dirijo la mirada hacia ella, a sabiendas de que no lo digo completamente en serio. Si a mí con que nazca sano me es más que suficiente.
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-¿Caprichosa, yo? ¡Por favor?- simulo una fuerte indignación por lo fácil que se le hace a Hans imaginarme como una niña de berrinches y que se lo refuerce mi madre, y si en el fondo no me ofendo es porque algo le conté sobre mis mañas de la infancia. Y es que soy una persona que va con sus defectos por delante, no quiero virtudes que no me corresponden y lo lleven a esperar cosas que no podré cumplir. No se lo voy a decir, pero esa vieja lista que tiene guardada son las notas que le conviene tener siempre a mano. Para halagos no merecidos a mi persona tengo a mi madre, que sólo ella puede echarme la bronca del siglo y luego también decir que fui el bebé más bonito del universo, así como yo puedo quejarme de tener a la madre más dramática y después llorarle por un postre. Muerdo mi labio con esos dientes que me dicen que no han cambiado en estos años (¿y es que acaso los dientes cambian?), para esconder mi sonrisa divertida al mirar de costado como toquetea la cara de Hans para inspeccionar sus rasgos. -Ya lo dijo mi madre, eres el recesivo- me burlo de él.
-Si Meerah sacó tus rasgos es porque recesivo o no, te gusta salirte con la tuya- bufo como si no me entretuviera llevarle la contraria cada vez que tengo la oportunidad. -¡Quién sabe! Podría ser entonces un niño moreno con tu nariz- casi que parece que por primera vez le doy la razón, así tan sencillo, con la cuchara atrapada entre mis labios al pensar en esa combinación posible de rasgos, con la vista vuelta al techo. Saco la cucharita de mi boca y la uso para moverla al aire, asi como meneo mi cabeza. Se me hace difícil ver a Hans con un niño así. ¡Con cualquier niño! ¿Y yo? ¿Me veo con un niño llamándome en medio de un berrinche? ¡Morgana! Suerte que tengo nueve meses para hacer una idea y deberia buscar de esos programas de pruebas faciales para que barajemos opciones. ¿Acaso no sería lindo un niño con sus mechones y ojos castaños? Que Mohini ya descartó que pueda heredar el azul, una lástima. ¡Ah! ¡Como si nosotros pudieramos elegirlo a catálogo! Que mal que pese, el sexo del bebé sí que lo define él, que es el padre. -Es que en esta casa todas somos mujeres, el peso de la tradición también cuenta- me reafirmo en lo que dice mi madre, que lo hago más que nada para contradecirlo. Le echo una mirada de falso reproche a Mo por lo último que dice, aunque también lo prefiero. No lo diré en voz alta, claro. -¡O pueden ser dos!- exclamo, con ese tono de cuento de terror, con mi mirada puesta en la cara de Hans para ver cómo se pone pálido. -Que sean un niño y una niña, yo llevo a la niña al taller y tú te llevas al niño al ministerio. Y que Meerah le haga la ropita a juego, azul por supuesto.
-Si Meerah sacó tus rasgos es porque recesivo o no, te gusta salirte con la tuya- bufo como si no me entretuviera llevarle la contraria cada vez que tengo la oportunidad. -¡Quién sabe! Podría ser entonces un niño moreno con tu nariz- casi que parece que por primera vez le doy la razón, así tan sencillo, con la cuchara atrapada entre mis labios al pensar en esa combinación posible de rasgos, con la vista vuelta al techo. Saco la cucharita de mi boca y la uso para moverla al aire, asi como meneo mi cabeza. Se me hace difícil ver a Hans con un niño así. ¡Con cualquier niño! ¿Y yo? ¿Me veo con un niño llamándome en medio de un berrinche? ¡Morgana! Suerte que tengo nueve meses para hacer una idea y deberia buscar de esos programas de pruebas faciales para que barajemos opciones. ¿Acaso no sería lindo un niño con sus mechones y ojos castaños? Que Mohini ya descartó que pueda heredar el azul, una lástima. ¡Ah! ¡Como si nosotros pudieramos elegirlo a catálogo! Que mal que pese, el sexo del bebé sí que lo define él, que es el padre. -Es que en esta casa todas somos mujeres, el peso de la tradición también cuenta- me reafirmo en lo que dice mi madre, que lo hago más que nada para contradecirlo. Le echo una mirada de falso reproche a Mo por lo último que dice, aunque también lo prefiero. No lo diré en voz alta, claro. -¡O pueden ser dos!- exclamo, con ese tono de cuento de terror, con mi mirada puesta en la cara de Hans para ver cómo se pone pálido. -Que sean un niño y una niña, yo llevo a la niña al taller y tú te llevas al niño al ministerio. Y que Meerah le haga la ropita a juego, azul por supuesto.
No esperaba que Mohini tome la confianza para sostenerme la barbilla, pero me quedo quieto en lo que ella me inspecciona e intento no mirar en dirección a su hija, aunque sea de refilón. Pequeños detalles, como comentarios anteriores o que señale que a Lara le gusten mis ojos, son los que hacen que sienta cierta curiosidad por preguntar qué es lo que han hablado sobre mí, pero soy lo suficientemente adulto como para morderme la lengua y hacerme el desentendido — También dijo que nunca se sabe. La genética puede ser una lotería — defiendo mi adn con lo que puedo, aunque tampoco sé que tanto quiero que mi hijo se parezca a mí. Hay partes de mi familia que no me interesa que herede, pero la única mueca de disgusto que produzco es a causa del comentario de mi nariz — Me saldré con la mía una vez más y tomará lo mejor de mí, ya verás. Nada de narices anchas. Prefiero la tuya, parece un botón — solo para fastidiar, le hago un pique en la puntita respingona que tiene.
Tengo que dejar la fotografía a un lado para ser libre de tomar una cuchara y pinchar el pastel, que se ve demasiado bien como para ignorarlo a pesar de haberme llenado el estómago comiendo lo que tenía a mano durante nuestra rápida cena. La idea de una niña no me molesta, aunque si lo pienso demasiado siento que entraría en pánico al tener que oír discusiones entre dos hermanas cada dos por tres — Solo esperemos. Ya van a ver que sera un mini mí — solo lo digo para llevar la contraria, chupando con algo de efusión la cuchara; sí, estaba delicioso. Estoy haciéndome con un poco más de pastel cuando a Scott se le mete una idea que hace que me atragante, puedo sentir los trozos de comida raspando en mi garganta y la tos me obliga a darme algunas palmadas en el pecho — ¿Estás hablando de mellizos? — mi voz es apenas un hilo de lo que suele ser, algo que combina a la perfección con los ojos llorosos cuando consigo calmar un poco el ataque — No serán dos. Con nuestra tecnología, habríamos descubierto si hay dos latidos en lugar de uno — o eso espero. No creo que soporte ese tipo de sorpresas en la sala de parto, una idea que hasta el momento tampoco he barajado. Porque tendré que estar ahí… ¿No? — Podemos conseguir el perro que quieres, si tanto anhelas el tener dos vidas a cargo.
Suerte para mí, mi atención se la lleva una fotografía que, considero, se trataba de un acto escolar. No logro reconocer la clase de disfraz, pero por el rostro de la pequeña Lara, no le gustaba lo que llevaba puesto. La tomo con cuidado de no arrugarle ningún costado y la acerco a mi rostro, levantándola lo suficiente como para ponerla a la altura de mis ojos. Es extraño como todos en algún momento fuimos personas con preocupaciones tan tontas como un traje incómodo en el jardín de infantes — Estamos buscando una casa lejos de la isla para criar al bebé. ¿Lara te dijo eso? — pregunto amablemente a la par que le tiendo la foto a Mohini para que me dé una explicación de la escena — Posiblemente el cuatro. Tenemos amigos allí, mi hermana también vive cerca de las playas. Será algo privado, obvio. La idea es tener paz y normalidad a pesar de todo — mi vida es un circo ahora mismo, dudo que la de Scott sea mucho más tranquila. Me acomodo en el borde del sofá y le hago un gesto a la embarazada de la sala para que tome asiento entre nosotros, así evita mantenerse en una posición incómoda por mucho tiempo — Podremos hacer que baile hawaiano como Lara. Ya saben, como una familia normal — me burlo, aunque creo que eso es lo que todos deseamos. Nada de dramas, nada de complicaciones. Un poquito de calma a pesar de tenerlo todo al revés.
Tengo que dejar la fotografía a un lado para ser libre de tomar una cuchara y pinchar el pastel, que se ve demasiado bien como para ignorarlo a pesar de haberme llenado el estómago comiendo lo que tenía a mano durante nuestra rápida cena. La idea de una niña no me molesta, aunque si lo pienso demasiado siento que entraría en pánico al tener que oír discusiones entre dos hermanas cada dos por tres — Solo esperemos. Ya van a ver que sera un mini mí — solo lo digo para llevar la contraria, chupando con algo de efusión la cuchara; sí, estaba delicioso. Estoy haciéndome con un poco más de pastel cuando a Scott se le mete una idea que hace que me atragante, puedo sentir los trozos de comida raspando en mi garganta y la tos me obliga a darme algunas palmadas en el pecho — ¿Estás hablando de mellizos? — mi voz es apenas un hilo de lo que suele ser, algo que combina a la perfección con los ojos llorosos cuando consigo calmar un poco el ataque — No serán dos. Con nuestra tecnología, habríamos descubierto si hay dos latidos en lugar de uno — o eso espero. No creo que soporte ese tipo de sorpresas en la sala de parto, una idea que hasta el momento tampoco he barajado. Porque tendré que estar ahí… ¿No? — Podemos conseguir el perro que quieres, si tanto anhelas el tener dos vidas a cargo.
Suerte para mí, mi atención se la lleva una fotografía que, considero, se trataba de un acto escolar. No logro reconocer la clase de disfraz, pero por el rostro de la pequeña Lara, no le gustaba lo que llevaba puesto. La tomo con cuidado de no arrugarle ningún costado y la acerco a mi rostro, levantándola lo suficiente como para ponerla a la altura de mis ojos. Es extraño como todos en algún momento fuimos personas con preocupaciones tan tontas como un traje incómodo en el jardín de infantes — Estamos buscando una casa lejos de la isla para criar al bebé. ¿Lara te dijo eso? — pregunto amablemente a la par que le tiendo la foto a Mohini para que me dé una explicación de la escena — Posiblemente el cuatro. Tenemos amigos allí, mi hermana también vive cerca de las playas. Será algo privado, obvio. La idea es tener paz y normalidad a pesar de todo — mi vida es un circo ahora mismo, dudo que la de Scott sea mucho más tranquila. Me acomodo en el borde del sofá y le hago un gesto a la embarazada de la sala para que tome asiento entre nosotros, así evita mantenerse en una posición incómoda por mucho tiempo — Podremos hacer que baile hawaiano como Lara. Ya saben, como una familia normal — me burlo, aunque creo que eso es lo que todos deseamos. Nada de dramas, nada de complicaciones. Un poquito de calma a pesar de tenerlo todo al revés.
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