La presencia de su madre siempre fue inexistente. Desde pequeño, el único que estuvo a su lado fue su padre por motivos que Danny desconocería hasta muchos años más tarde, pero comencemos por el principio.

Daniel Buckler nació en el Distrito 12 en una familia bastante pobre, como era de esperar, con un padre que trabajaba en las minas de carbón y que debía criar y educar a su hijo en soledad. Por suerte, la magia que era parte de él le permitía cumplir con sus obligaciones pertinentes.

A los pocos años, Danny dio muestras de que la magia también se residía en su genética, haciendo estallar un pequeño patito de juguete que su padre le había regalado en mitad de una pataleta. Por un lado, la tristeza lo consumió, pero la alegría que le provocó al padre se la contagió en cuestión de segundos. Sabía que se sentía orgulloso de él, lo percibía.

Sus años como estudiante no fueron demasiado destacables, siendo que a nivel mágico, pese a su muestra de magia temprana, no destacaba en demasía. Sus habilidades se basaban más en los puños. Tampoco destacaba entre las mejores notas. El prefería mantenerse en un aprobado y hacer deporte y socializar a obtener las mayores puntuaciones. Sabía que su destino no estaba entre la élite de los distritos.

Pero todo se truncó cuando tenía 16 años.

Ajeno a todo lo que ocurría con su padre, Danny no podía creer lo que estaba viendo. Varios Aurores tomaron las riendas de la situación y engrilletaron al hombre en presencia de su hijo, llevándoselo bajo los cargos de ser cómplice y esconder muggles en una pequeña excavación que el mismo hombre había abierto bajo la casa. Danny estaba anonadado por lo que presenciaba, aunque solo encendió más esa mecha que aguardaba paciente en su interior, contraria al bobierno de Neopanem.

Es consciente de lo que las acciones de su padre supusieron, estando tan cerca de alejarse de lo que siempre había ansiado: no formar parte de las urnas. Ahora solo le queda una cosa, apechugar con lo que llegara.