Mentiría si dijera que no había pensado en este día con temor. El problema era que, mientras que otras personas en las urnas llevaban tiempo contemplando la idea, para ella todo había sido tan repentino que la mañana casi la había tomado por sorpresa.  Las pocas semanas desde el suceso no le habían sido suficientes para procesar el giro que había dado su vida.

El camino hacia la plaza se le hizo insoportable y al llegar Summer tardó en darse cuenta que el frío que le calaba los huesos no era debido a una pobre elección de vestimanta. Las figuras encapuchadas parecían afectarla ahora mucho más que antes.

Apenas sintió el pinchazo en el dedo y, mientras el resto se dedicaba a decir adiós a sus familiares, Summer avanzó abrazada a sí misma. Llegó primera al grupo de chicas de su edad, después de todo no tenía a nadie de quién despedirse.

Las notas del himno iban aumentando una ansiedad que no sabía que sentía. Las imágenes de la pantalla no ayudaban en lo más mínimo y la voz del presidente Aminoff le erizaba el vello del los brazos. ¿O acaso eran los dementores? Una muchacha a su lado la tomó del codo y no supo distinguier si era porque ella misma no tenía la fuerza para quedarse de pie, o porque Summer estaba blanca como un papel.

Se trataba de convencer a sí misma que no pasaría nada. Que solo tendría que repetir la experiencia otras tres veces y que todo resultaría bien. Todavía estaba tiempo de abogar por su hermano, o de procurar que su sobrina encontrara un buen hogar. No tenía que preocuparse por nada... Hasta que la escolta pronunció un discurso insípido y su nombre salió de sus labios. "Summer Jackson". Al parecer su vida ahora se encargaría de asfaltar la nación.

Consideró por un momento no avanzar. O más bien dudó de su capacidad de hacerlo cuando sus pies parecían pegados al suelo. A su alrededor las chicas parecían mirar hacia los lados buscando a pobre condenada. Cuando la mano de la muchacha se despegó de su codo como si este estuviera quemando supo que tuvo que moverse. Derecho a formar parte del pavimento.

Aquel sería su último año. Tanto si salía su nombre como si no. La última vez que estaría allí presente, esperando un veredicto, con los dedos arañándose las palmas de las manos. Si volvía a salir impune, podría empezar a pensar sobre su futuro. Su mente hizo el ademán de marcharse hacia allí, hacia todos los proyectos de futuro que hasta entonces había aplazado; tardó poco en obligarse a poner los pies en el suelo. Podía ser su último año de agonía y lanzarse a la libertad, o su último año conociendo la vida como la conocía. Podía salir su nombre y ganar, o podía salir su nombre y morir.

Salió el primer nombre y tragó saliva. Siempre había sido la misma sensación: notarse tembloroso, con un nudo en el estómago, debatiéndose entre el “seguro que no” y el “¿y si sí?”, pero aquella vez... se sintió distinto. El “seguro que no” se abría paso a zancadas: si no había sido durante todos estos años... ¿por qué tenía que ser diferente?

Intentó respirar hondo, pero se le cortó. De pronto, se le nubló la vista y su nombre en la boca de la escolta se repitió en eco. Sintió náuseas y las piernas le temblaron. Todo se hizo oscuro, como si de una broma del destino se tratase. No reaccionó. Alguien le dio un pequeño empujón, invitándole a subir, condenándole el futuro.  

Con la cabeza gacha, se hizo paso hacia el escenario, ajeno a todo a su alrededor. Pensó en su hermano y en la probabilidad de que saliera su nombre (este año o el siguiente) también. Se le encogió el estómago. Cerró los ojos con fuerza y levantó la cabeza, encontrándose con la mirada de Summer. La mano le temblaba de manera evidente, pero se la tendió para estrechársela.