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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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ESTHER MAGNOLIA HARTFIELD
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Si se imaginara el viejo estereotipo de ilustre familia que enfatiza la superioridad, posee una cortesía escalofriante y nunca toma una posición concisa, siempre estando del lado correcto de la historia, entonces se tendría una imagen justa de la familia Hartfield.
Sangre puras y orgullosos de serlo, pero sabiendo cuándo demostrarlo, vivieron acoplados al gobierno de los Black, rodeados de más lujos de los que la mayoría de familias en NeoPanem podían acceder.
El matrimonio tuvo dos hijas a quienes educaron para mantener su magia a raya y no poner en riesgo lo que habían construido por años. La mayor, de las dos, fue a quien no tuvieron que presionar para seguir órdenes y normas pero también vivió enfermiza desde algún punto de su adolescencia hasta su pronta muerte en la adultez.
La menor de las hermanas, los sorprendió con la gran (y terrible) noticia de su embarazo. No presentó al padre y se negó a hablar de él, haciéndoles creer que se debía a un muggle y no un mago, lo que significaba que, no solo había manchado la pureza que habían mantenido en la familia, sino que además con los recientes cambios en el gobierno, las consecuencias podrían ser graves.
¿La solución? Un matrimonio arreglado para asegurar que su hija no dañase su reputación o fuese señalada. Ernest había vivido con lo justo toda su vida, y la oportunidad de arreglar su situación parecía idílica. El matrimonio se llevó a cabo en silencio, en una ceremonia íntima debido al estado de su madre. Nadie lo cuestionó demasiado, la situación política que el país estaba viviendo por entonces parecía ser una excelente distracción y aunque los Hartfield habían esperado más de su hija menor, su imagen continuaba intachable y eso era lo mejor que podían pedir a esas alturas.
Esther llegó en septiembre de 2457, luchando entre la vergüenza y el alivio de sus abuelos maternos, quienes se encargaron de presentarla como una Hartfield antes que portase un apellido inferior. Dos años después, llegó su hermana, una segunda hija que tampoco compartía sangre con Ernest.
Esther y su hermana fueron educadas con los valores tradicionales que se esperaban de ellas y conocieron de la magia desde muy temprana edad. A diferencia de su madre o sus abuelos, no tuvieron que ocultarla.
Había lecciones y había etiqueta y habían cosas que todos se suponía que debían saber en la familia. La importancia de su estatus. La importancia de su sangre. Y, lo más importante, la importancia de mantener puro el linaje— O al menos lo más puro que se pueda —oyó murmurar a su abuela en diminutas voces siempre que podía.
Sin embargo, todo aquello parecía una contradicción. Toda su vida le dijeron que la familia era lo más importante. Lealtad a la familia por encima de todo. Entonces, ¿por qué sus padres discutían tanto, por qué parecían odiarse?
No se ayudó a sí misma. Les preguntó las razones pero no quedó satisfecha con las respuestas que obtuvo. Hasta que hubo verdades cuando fue lo suficientemente mayor para entender.
El conocimiento que el esposo de su madre, no era su padre y que el verdadero era como un fantasma del que no se podía hablar en público, un secreto que no podía salir de un casi exclusivo grupo que solo incluía a los Hartfield. Todos fuera de la familia debían creer que el hombre era el padre de la niña, que no hubiese dudas al respecto, que la perfección de la familia continuara.
Y si alguna vez quiso ser algo menos que perfecta, contarle a alguien la verdad (al menos la verdad a medias que conocía), el deseo se le pasó y quedó solo el miedo al ver los juegos y lo que sucedía con los traidores, con los muggles, la abuela susurrando en su oído mientras los rostros llorosos de muchos parecían suplicar— ¿Ves? No podemos ser como ellos.
Su madre le enseñó la perfección: cómo mantener la cabeza en alto, cómo sonreír con recato, cómo asentir con la cabeza y jugar con palabras y girar el mundo alrededor de sus dedos, y mientras los años pasaban, fue forjando su personalidad entorno a ello.
De nada le sirvió.
Un hombre llegó un día a su puerta, ella no lo vio, pero se llevó a su madre, o ella se fue por su cuenta con él, el punto fue que de repente los Hartfield se encontraron en las noticias, en el murmullo en el aire producido por todos a su alrededor, en el ojo del huracán. Se llevaron a su padre (al esposo devoto), también a sus abuelos, por último a ellas, buscando conexiones sobre los actos rebeldes de la mujer que le había dado la vida y que acababa de perecer.
Sangre puras y orgullosos de serlo, pero sabiendo cuándo demostrarlo, vivieron acoplados al gobierno de los Black, rodeados de más lujos de los que la mayoría de familias en NeoPanem podían acceder.
El matrimonio tuvo dos hijas a quienes educaron para mantener su magia a raya y no poner en riesgo lo que habían construido por años. La mayor, de las dos, fue a quien no tuvieron que presionar para seguir órdenes y normas pero también vivió enfermiza desde algún punto de su adolescencia hasta su pronta muerte en la adultez.
La menor de las hermanas, los sorprendió con la gran (y terrible) noticia de su embarazo. No presentó al padre y se negó a hablar de él, haciéndoles creer que se debía a un muggle y no un mago, lo que significaba que, no solo había manchado la pureza que habían mantenido en la familia, sino que además con los recientes cambios en el gobierno, las consecuencias podrían ser graves.
¿La solución? Un matrimonio arreglado para asegurar que su hija no dañase su reputación o fuese señalada. Ernest había vivido con lo justo toda su vida, y la oportunidad de arreglar su situación parecía idílica. El matrimonio se llevó a cabo en silencio, en una ceremonia íntima debido al estado de su madre. Nadie lo cuestionó demasiado, la situación política que el país estaba viviendo por entonces parecía ser una excelente distracción y aunque los Hartfield habían esperado más de su hija menor, su imagen continuaba intachable y eso era lo mejor que podían pedir a esas alturas.
Esther llegó en septiembre de 2457, luchando entre la vergüenza y el alivio de sus abuelos maternos, quienes se encargaron de presentarla como una Hartfield antes que portase un apellido inferior. Dos años después, llegó su hermana, una segunda hija que tampoco compartía sangre con Ernest.
Esther y su hermana fueron educadas con los valores tradicionales que se esperaban de ellas y conocieron de la magia desde muy temprana edad. A diferencia de su madre o sus abuelos, no tuvieron que ocultarla.
Había lecciones y había etiqueta y habían cosas que todos se suponía que debían saber en la familia. La importancia de su estatus. La importancia de su sangre. Y, lo más importante, la importancia de mantener puro el linaje— O al menos lo más puro que se pueda —oyó murmurar a su abuela en diminutas voces siempre que podía.
Sin embargo, todo aquello parecía una contradicción. Toda su vida le dijeron que la familia era lo más importante. Lealtad a la familia por encima de todo. Entonces, ¿por qué sus padres discutían tanto, por qué parecían odiarse?
No se ayudó a sí misma. Les preguntó las razones pero no quedó satisfecha con las respuestas que obtuvo. Hasta que hubo verdades cuando fue lo suficientemente mayor para entender.
El conocimiento que el esposo de su madre, no era su padre y que el verdadero era como un fantasma del que no se podía hablar en público, un secreto que no podía salir de un casi exclusivo grupo que solo incluía a los Hartfield. Todos fuera de la familia debían creer que el hombre era el padre de la niña, que no hubiese dudas al respecto, que la perfección de la familia continuara.
Y si alguna vez quiso ser algo menos que perfecta, contarle a alguien la verdad (al menos la verdad a medias que conocía), el deseo se le pasó y quedó solo el miedo al ver los juegos y lo que sucedía con los traidores, con los muggles, la abuela susurrando en su oído mientras los rostros llorosos de muchos parecían suplicar— ¿Ves? No podemos ser como ellos.
Su madre le enseñó la perfección: cómo mantener la cabeza en alto, cómo sonreír con recato, cómo asentir con la cabeza y jugar con palabras y girar el mundo alrededor de sus dedos, y mientras los años pasaban, fue forjando su personalidad entorno a ello.
De nada le sirvió.
Un hombre llegó un día a su puerta, ella no lo vio, pero se llevó a su madre, o ella se fue por su cuenta con él, el punto fue que de repente los Hartfield se encontraron en las noticias, en el murmullo en el aire producido por todos a su alrededor, en el ojo del huracán. Se llevaron a su padre (al esposo devoto), también a sus abuelos, por último a ellas, buscando conexiones sobre los actos rebeldes de la mujer que le había dado la vida y que acababa de perecer.
No solía entender mucho de política, no se preocupó nunca en preguntarse a sí misma cuál era su posición real en todo el conflicto del país, pero sí que había seguido el ejemplo de su familia al apoyar al gobierno de Aminoff. La educación que había recibido en casa la hicieron confiar plenamente en que los magos eran superiores y aunque no tenía nada personalmente en contra de quienes no poseían magia, estaba consciente de su posición. No obstante, ahora no está muy segura de esto, se siente tan traicionada por su familia como por el gobierno que ha decidido atacarla a ella.
Descubrió que su madre huyó con su padre biológico, un hijo de muggles que se encontraba participando con los rebeldes del gobierno. Aunque no sabe con exactitud (o mejor dicho, no quiere creerlo) lo que su madre hizo, ahora ella y su hermana son parte de los traidores.
No fue una sorpresa cuando su nombre fue llamado, pero esperaba tener algo más de suerte. Solo espera que su pequeña hermana pueda hacerlo sola desde que Ernest fue ejecutado por supuesta complicidad.
Superficial y un poco remilgada cuando quiere. Verla desaliñada no es algo que se espera.
Se le dan muy bien las plantas. Su familia tenía un pequeño invernadero en casa.
Tiene muy buen carácter la mayoría de las veces y no se suele enfadar con facilidad. Sin embargo, no controla su magia cuando tiene crisis de ansiedad, algo que no suele ser frecuente pero sí latente.
Antes de conocer la verdad sobre su padre, el esposo de su madre se había posicionado como la figura paterna que necesitaba. Después, las cosas cambiaron pero en el fondo, Esther sigue sintiéndolo mucho más cercano de lo que alguna vez podría ser su verdadero padre.
Descubrió que su madre huyó con su padre biológico, un hijo de muggles que se encontraba participando con los rebeldes del gobierno. Aunque no sabe con exactitud (o mejor dicho, no quiere creerlo) lo que su madre hizo, ahora ella y su hermana son parte de los traidores.
No fue una sorpresa cuando su nombre fue llamado, pero esperaba tener algo más de suerte. Solo espera que su pequeña hermana pueda hacerlo sola desde que Ernest fue ejecutado por supuesta complicidad.
Superficial y un poco remilgada cuando quiere. Verla desaliñada no es algo que se espera.
Se le dan muy bien las plantas. Su familia tenía un pequeño invernadero en casa.
Tiene muy buen carácter la mayoría de las veces y no se suele enfadar con facilidad. Sin embargo, no controla su magia cuando tiene crisis de ansiedad, algo que no suele ser frecuente pero sí latente.
Antes de conocer la verdad sobre su padre, el esposo de su madre se había posicionado como la figura paterna que necesitaba. Después, las cosas cambiaron pero en el fondo, Esther sigue sintiéndolo mucho más cercano de lo que alguna vez podría ser su verdadero padre.
04
06
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Esther M. Hartfield
12 de agosto, 2457
Distrito 2
Tributo
Bruja mestiza
Kiana Davis
12 de agosto, 2457
Distrito 2
Tributo
Bruja mestiza
Kiana Davis
Esther
Magnolia Hatfield
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