No fue una sorpresa que los asientos estuvieran agotados. El morbo dentro de la ciudad del Capitolio generó un consumo masivo de los nuevos tributos. Se trataba de un espectáculo generado poco después de la toma del distrito uno, por lo que muchos estaban deseando ver el castigo empleado sobre una nueva tanda de rebeldes. De niños cuyas vidas podrían salvarse si los terroristas daban un paso al costado.

El escenario se iluminó con un espectáculo de luces llamativo e impactante. Los aplausos se elevaron en el estudio cuando la fabulosa Zirconia ingresó, vestida de puros brillos, al escenario. Solo estaba acompañada por dos sillones individuales de extrema comodidad, ubicados en el centro de la escena.

— ¡Bueno, bueno! — Exclamó de forma estridente. Su voz, amplificada mediante magia, retumbó por encima del público —. ¡Muy buenas noches, NeoPanem! Sabemos que están tan ansiosos como yo esta noche. ¡Tan solo miren la cantidad de público que tenemos! ¡A ver, háganse oír! — El estruendo, tal y como si fuera un recital, hizo vibrar el suelo. Zirconia parecía más que satisfecha —. Hay una enorme variedad de tributos para conocer. Están aquí porque se creen merecedores de su perdón, así que quizá puedan convencerlos. ¿Ustedes qué creen? — Algunos aplausos, algunos abucheos —. ¡Pues veamos qué tienen para darnos!

A pesar de que el tiempo pasaba, Zirconia se notaba chispeante. Despidió a Owen con un apretón de manos rápido y luego fingió estar pispeando detrás de bambalinas — Me han dicho que nuestra siguiente invitada es una ricura — aseguró, tal y como si estuviera contando un secreto a las cámaras —, tanto que está para morirse. ¡Un aplauso para Lydia Ziegler!

Se encontraba en extremo nerviosa. No servía para ese tipo de cosas. no era carismática ni tenía ningún tipo de característica en particular que la ayudara a salvarse en lo más mínimo. Incluso sus estilistas, que la habían enfundado en el vestido más elegante que jamás hubiera usado no podían con su postura ni con sus temblequeos nerviosos.

Las luces del escenario la atontaron, e incluso toda la ayuda que pudiera tener de Zirconia, apenas y había servido para sacarle un par de palabras nerviosas. ¿A quién le importaba su puntuación? No había forma en la que siquiera pudiera responder con sinceridad acerca de su hermana sin parecer una completa desgraciada.

Había tratado de tomarlo como una exposición en clase, como una prueba oral que tenía que dar. El problema con eso era que, al igual que siempre le sucedía, se cohibía cuando no sabía las respuestas de antemano. No tenía idea de las respuestas en ese momento, pero bueno, la entrevistadora lo había dicho: estaba para morirse.

La despedida de Lydia fue entre aplausos estruendosos. Zirconia parecía radiante cuando se puso de pie una vez más — ¿Acaso vieron ese vestido? Lachlan Dunbar debe estar arrepintiéndose de dejar ir a ese bombón — su tono, entre pícaro y elocuente, arrebató las risas de los presentes —. ¡Pero no vamos a seguir hablando de ella! Nuestro siguiente invitado es uno que muchos de ustedes conocen desde antes de la arena. Estoy segura de que hay un grupo de fans en las gradas. ¿No es así? — Los gritos agudos que retumbaron en la sala le dieron la razón —. ¡Si lo coronan ganador, deberá firmarles el pecho a todas! ¡Recibamos a Eli Turner!

La ventaja de trabajar con varios estilistas en el capitolio desde que era pequeño, es que las personas que estaban a cargo de mi aspecto durante los juegos, ya me conocían. Eso me daba cierta ventaja, porque no tenían que andar investigando como potenciar mi aspecto porque ya lo sabían. Excepto, al parecer, cuando se trataba de elegir entre el rojo o el negro, que era el dilema de esa noche.

Me había cambiado tres veces ya. Hacía calor, a pesar del aire acondicionado, y es que la tela de la chaqueta era más gruesa de lo que esperaban, o al menos eso les había escuchado discutir cuando me la cambié la tercera vez. Lo más obvio, debido al verano, era omitir la chaqueta, pero si algo me habían enseñado los años de experiencia en el mundo del espectáculo, era que la vestimenta era más importante que la comodidad. La gente se fijaba mucho en cómo te ves, y juzgaba al respecto, incluso si la intención que tenías no era que se fijaran en tu aspecto. Hoy, ese punto en concreto, era más importante que nunca, porque habían eliminado el desfile (una de las cosas en las que podía haber destacado muchísimo más que el promedio), lo que solo me dejaba la entrevista para ganarme a la mayor cantidad de gente posible en un muy limitado tiempo.

— La roja. Dame la roja. — Al final decidí yo, cuando el tiempo se nos echó encima. Hacía mucho tiempo que un hombre, que ya ni siquiera estaba entre nosotros, me había dicho que si en algún momento me enfrentaba al dilema de los colores, el rojo era el mío. Con el rojo, nunca iba a equivocarme. Y hasta el momento, no me había fallado esa elección.

Caminé a toda prisa para llegar a la parte trasera del plató mientras me terminaba de vestir y acomodaba rápidamente el cuello en un último gesto antes de subir las escaleras para salir frente al público por primera vez, moviendo las manos a modo de saludo. Los gritos de las chicas me calentaron el corazón. Estaba bastante sorprendido de que estuvieran allí, a pesar de lo ocurrido y de que había tenido que mantenerme distante por varios motivos, entre ellos que no quería que vieran, todavía una faceta de mi algo oscura, dispuesta a hacer lo que hiciera falta para volver a casa. El otro motivo era que no me dejaban hacer vídeos en directo en el centro de entrenamiento ni tampoco salir de él.

Iba a sonar raro pero realmente las amaba. Mis fans eran raras, se peleaban muchas veces entre ellas, estaban divididas entre el grupo que había decidido que se repartirían el tiempo conmigo en una especie de relación poliamorosa; y las que me reclamaban solo para ellas; pero cuando se trataba de defenderme por X o Y razón, me ahorraban muchas peleas. Eran furiosas, implacables, y sus diferencias parecían desaparecer cuando se trataba de pelear por mi con alguien ajeno. — Lo haré. Les firmaré lo que quieran. — Dije, respondiendo así a las palabras de la entrevistadora. —  Aunque, recuerden que si me traen actas de matrimonio... — de nuevo — ... solo podré firmar la primera. — Utilizaba una voz traviesa, con la que siempre me había gustado jugar y que sabía que les encantaba, cerrando con broche de oro mis palabras, al lanzar un guiño hacia el grupo más grande de ellas que localicé entre el público.

Tras eso presté mi atención a Zirconia, hice una ligera reverencia, como quien se presenta ante una dama de tan alta alcurnia, que ni siquiera es digno de ella. — Zirconia, estás hermosa esta noche. Me temo que me pones un poco nervioso. — Me llevé la mano al corazón, haciendo la misma expresión de alguien a quien han flechado el corazón y dejando que temblara la voz ligeramente. — Siento que llevo tanto alejado de una cámara que he perdido práctica. Me pongo en tus manos esta noche. — Era imposible discernir que no iba en serio. Nadie, acostumbrado a una cámara desde los seis años, pierde práctica por desaparecer una semana.

Entre aplausos, fogonazos de luces de colores y una animada sintonía de entrada, Eli hizo su aparición en el escenario. Los vítores del público se hicieron oír tanto que Zirconia se llevó una mano al pecho y dio un paso atrás. —¿Todo esto es por mí? ¡Pero si llevo aquí toda la noche! —Las risas, como si formaran parte de un efecto dominó, se fueron contagiando entre todos los miembros del público. Fingiendo que se acababa de dar cuenta de que no estaba sola en el escenario, Zirconia dio un respingo hacia atrás—. ¡Nada que ver, cariño, lo tuyo es natural! —Dejó que tomara su mano, extendiéndola para señalar los dos asientos que había tras ellos en cuanto la soltó.

Cruzó las piernas, sintiendo cómo la tela de lentejuelas de su traje le hacía cosquillas en la piel. —Como todos sabemos, llevas años moviéndote en este mundo. ¡A ti no hay cámara ni foco que te asuste! —Se acordó de la tributo femenina del distrito tres, tan tímida que casi se había quedado paralizada al poner uno de sus delicados zapatos en el plató. No hizo falta ninguna imagen para que el público pensara en la misma persona—. ¿Crees que eso te da ventajas sobre tus compañeros? ¿Piensas que tienes más facilidades para conseguir patrocinadores? ¡Otras ediciones nos han dejado bien en claro lo importante que es estar bien abastecido!

Tomé la mano de Zirconia cuando me la ofreció y la besé, por supuesto, como todo un caballero. Tal vez mi distrito no era especialmente grande, o especialmente rico, pero toda la vida me había movido por círculos más cercanos al capitolio que al distrito ocho y mi situación económica estaba más alta que la media del lugar de donde venía. Estaba bastante puesto en los modales, y no había sido un aprendizaje fácil. Muchas de las cosas que parecían naturales en mí ahora, me habían costado mucho al principio. Incontables gritos y castigos, prácticas de horas, moretones de golpes de los que nunca nadie habló. — Me halagas. — Solté una ligera risa que amortiguó un poco mis palabras mientras la acompañaba hacia los asientos, esperando, por supuesto, a que ella tomara asiento primero.

Asentí a sus palabras, copiando algunos de sus gestos a fin de crear una aparente familiaridad entre ambos. A veces se me iba la mirada hacia las cámaras que veía entre el público y en distintos puntos del plató, sobre todo las más cercanas a donde a estábamos. Era algo que hacía de forma inconsciente, porque cuando me tomaban fotos, a mí, como persona especialmente dedicada al mundo de la moda, la expresión y posturas, solían serlo todo. Años y años de trabajar en ese mundo, habían grabado ciertos comportamientos a fuego en mi cerebro, tanto como para ni siquiera tener que pensar en ejecutarlos: una sonrisa, relamerme los labios, una mirada hacia ninguna parte, la casualidad de una expresión aparentemente natural. — Por supuesto que me asusta. Siempre tengo la presión de querer hacer bien mi trabajo. Me gusta entregar cosas de calidad a la gente que me sigue, porque es gracias a ellos que he llegado tan lejos. — Mi voz era suave, cargada de cariño. ¿Lo sentía? Sí. Mucho. Era consciente de que la razón de que mi popularidad creciera tanto de repente hacía algunos años, no era más que la manta de perfección con la que envolvía mi personalidad. Mamá siempre decía que los modelos no solo vendían su cuerpo. No era su aspecto realmente lo que cautivaba a la gente. Era su forma de ser. Y sí, muchas veces había tenido ventajas sobre otros en mi misma profesión solo por ser fácil de llevar, fácil de complacer, fácil de querer, y con cero problemas o escándalos a las espaldas. Había construido esa perfección para ellas; para las chicas que no paraban de gritar mi nombre por turnos entre el público, queriendo captar mi atención; atención con la que les recompensaba cuando reconocía de donde venían, que no eran suficientes veces por el ruido que nos rodeaba. — Y hoy siento esa presión más que nunca, porque será la última vez que los vea antes de entrar a la arena y no quiero que se queden preocupadas

Jugué con las manos cuando ella hizo aquella pregunta, y respiré profundamente, con un ápice de estar pensando una respuesta que solo estaba maquetando correctamente en mi cabeza. Sabía que habían como diez vías distintas para contestar esa pregunta, quedar como un egocéntrico no iba a ayudarme, quedar como un patán mucho menos, así que necesitaba dos cosas, una neutralidad lo bastante clara para no ponerme por encima de nadie y una seguridad lo bastante notable, para que supieran que tenía intenciones de ser quien sobreviviera. Encontrar ese equilibrio era más difícil de lo que piensas. — No creo que nadie tenga una ventaja real en una arena por muchos regalos que posea y mucha gente que la apoye. Todos queremos volver a casa. Todos queremos ser dignos de la segunda oportunidad, pero no todos podremos volver. Eso puede llegar a desesperar a algunos, y si te confías, eso podría costarte la vida. No importa lo bueno que seas, no puedes subestimar a alguien que queda acorralado. Su instinto de supervivencia podría ser implacable. — Murmuré seriamente, con un tono de quien expone las cosas como son, sin maquillaje. — Pero no pienso confiarme. Incluso si mis patrocinadores se compran todo el país y me lo envían. — Reí. Me habían comprado estrellas en el cielo, sabía que no iban a faltarme regalos en la arena. El punto es si sabrían lo que necesitaría, y si llegaría suficientemente a tiempo. — Sé que cuidarán de mí, y yo también lo haré. Porque quiero regresar aquí, con todas esas personas que me quieren, y que me acompañan esta noche, y también con todas las que no han podido venir, pero sé que me miran desde casa — De nuevo, puse la mano en el pecho, transmitiendo solemnidad y agradecimiento, primero con una rápida mirada hacia el público y luego otra hacia una cámara. — Y quiero volver para limpiar mi nombre, no me gusta que la gente crea que soy una amenaza para este hermoso país. Me rompe el corazón.

Asintió con parsimonia, manteniendo una expresión seria que terminó rompiendo con una sonrisa. —¡Pero qué chico tan listo y humilde! No sabes lo mucho que nos alegra comprobar que no eres solo una cara bonita. —En el público, aquellos que seguían al joven y los que no se unieron en un aplauso sarcástico para unos y sincero para otros—. Son muchos factores los que entran en juego en la Arena, pero si ya tienes el apoyo del público y una posición alta en los rankings… ¡Imagino que muchos creerán que ya lo tienes todo hecho! —Se llevó la mano al oído, apretando un dispositivo invisible—, pero me comentan por el pinganillo que los vigilantes se están esforzando más este año. ¡Nos espera una edición cargada de sorpresas! Se ve que necesitan un aumento de sueldo, ¿eh?

Las risas llenaron el lugar. En algún momento, la cámara enfocó a un vigilante que, muy serio, tratando de contener una sonrisa furtiva, asentía con convicción. —Ah, sí, ¡la redención! El objetivo de cualquiera que participe en los juegos. —Obtener el perdón por sus pecados, una nueva oportunidad de seguir viviendo—. No nos cabe duda de que lucharás por la tuya. ¿Qué es lo que detestarías encontrarte en la Arena? ¡El año pasado vimos tantas cosas! Desde un entorno gélido hasta gusanos que emergían de la arena del desierto. —Zirconia sabía que tenían un nombre técnico, pero se negaba a intentar pronunciar aquel término que se leía en la pantalla—. Pero, querido, ¿cuál es tu mayor miedo?

Sonreí como si el cumplido hacia mi cara bonita me diera vergüenza, como si fuera algo que realmente no supiera. Me llevé la mano hacia la oreja para acomodar aquel gesto y volví a levantar la mirada hacia Zirconia. La mención a la posición del ranking me hizo relamerme el labio. No esperaba una nota tan alta. No se diferenciaba mucho de la media general así que no era para sentirme tan a salvo como lo hacían querer parecer por estar en el top 3, pero realmente estaba convencido de que los fallos me costarían cualquier ventaja que hubiera podido ganar, demostrando lo rápido que me adaptaba a las circunstancias, por muy nuevas que fueran. — No creo que haya alguien en el Ranking que lo tenga todo hecho — Y no hablaba solo por mí, sino también por las personas que estaban encima. Pippa me había sorprendido bastante, debo admitirlo, porque siempre la vi muy suave y esponjocita. No sabía como sentirme pensando en que era una persona de la que tendría que cuidarme y a la que había apreciado más que nunca durante el verano en el que ambos nos habíamos hecho compañía cuando todos los demás se habían marchado.

Giré la cabeza hacia la pantalla que enfocó al vigilante y mantuve la sonrisa divertida en la cara. Recordaba haberlo visto entre el grupo de evaluadores durante las pruebas. — ¿Mi mayor miedo? — La pregunta me pilló desprevenido, pero el tono que usé para repetirla y así darme algo de tiempo para barajarla, lejos de estar confundido, fue muy neutro. Miré hacia varias partes en el plató y vi todo tipo de personas. Demasiado mayores con miradas de aburrimiento, otras con interés, otras con adoración; vi las manos de mis fans moverse en cuanto mi mirada cayó sobre ellas, buscando un saludo de mi parte de regreso. Si tenía que decir una cosa, que fuera sincera por completo, esa sería convertirme en nadie. Nadie se acuerda de los muertos para siempre. Tal vez, al principio, cuando el dolor todavía te corroe. Pero si perdía mi vida en los juegos, en tres meses habría otro ocupando mi lugar en el corazón de todas las personas que ya conquisté, y eso no me gustaba.

¿Posesivo? Puede. Especialmente con la atención. — La humedad. — Me decanté por bromear. Rompí el silencio de forma repentina tras un rato, que si bien me dio tiempo de analizar muchas cosas, no fue tanto para los demás. — ¿Sabes lo que la humedad le hace al pelo? Es horrible. — Sonaba como si me creyera mis propias palabras, pero también, con un exagerado todo que dejaba claro que bromeaba. — Y para la piel es un espanto. La irrita un montón. — Me eché hacia atrás en el sofá mientras la gente reía, bien por lo estúpido que sonaba, tan estúpido que no podían evitar reír, o bien por que de verdad les había hecho gracia. Dudaba que hubieran muchas personas en el segundo grupo. — Hablando en serio, la única cosa a la que realmente le tengo miedo, es que toda esta situación le haga daño a mamá. — Bajé la mirada. Sabía que la cámara me estaba enfocando, pero cuando hablas de cosas con sentimientos tan fuertes de por medio, lo normal es no enfrentarte directamente a nadie en concreto. La cámara representa millones de personas a la vez, cuya mirada esquivo por vergüenza. A esas alturas de mi vida, muchos de mis gestos parecían escritos y memorizados de un guion extremadamente cuidado.

Puse mi índice en una de las costuras del sofá, y jugueteé con eso. — Ella perdió un hijo antes de encontrarme a mí en la basura. Siempre me dijo que fui su destino. Cuando era pequeño no me contó la verdad de dónde me encontró porque no quería que yo pensara que era alguien al que ni siquiera habían querido las personas que le trajeron al mundo. Creó para mi una familia biológica ficticia que me amó hasta el último suspiro y que habían muerto en un accidente de tráfico; también dijo que eran viejos amigos suyos y le habían pedido que me cuidara. Pero la verdad es que ella tampoco sabía quienes eran hasta que... bueno, todos lo descubrimos hace unos meses. Me enteré casi al mismo tiempo que lo hicieron todos ustedes. Me sorprendió bastante. No conocía a esa gente, no me identifico con esa gente y gracias a Merlín no voy a tener que hacerlo nunca porque fueron castigados por lo que hicieron. Eran desconocidos para mí. Pero mi madre, la mujer que me crio, probablemente esté llorando ahora mismo, pensando en que tal vez, si hubiera investigado suficiente, podría haberme preparado para lo peor. ¿Pero sabes qué, mamá? Lo hiciste. Educaste a una gran persona, algo obstinada, pero decidida y capaz. Déjame demostrártelo. Volveré a casa, es una promesa. No llores por favor. No tengas miedo, porque no tengo ninguna intención de convertirme en el segundo hijo que pierdes. — La dulzura de mi voz desapareció en la última frase, para convertirse en un tono seco y cargado de seguridad. No estaba hablando por hablar. Tenía la intención de volver a casa, y estaba dejándolo claro no solo para ella, sino también para todos los demás.

—¡Claro que lo sé! Este pelo y esta tez no se mantienen por falta de cuidado. —Ah, ¡la rutina de belleza de Zirconia era uno de los secretos mejor guardados de la nación! No quería desvelar nada, pero solía mantenerse lejos de los distritos sureños y beber unas pociones que un proveedor secreto le proporcionaba.

Zirconia no se consideraba una persona sensible o de lágrima fácil; solo cuando veía películas dejaba que su interior más cursi aflorara. Sin embargo, no podía negarlo: prefería un tributo que contara esa clase de historias dramáticas que uno que vendiera propaganda rebelde. El mismo paquete de pañuelos que había usado con la niña del cinco voló hacia ella. Zirconia arrancó un pañuelo y se lo pasó por la zona de la ojera; en el papel, blanco y fino, quedó una mancha oscura de maquillaje. —¿Lo habéis escuchado, no? ¡Es una promesa! Para su madre y para la nación entera. —Dio el pañuelo a un asistente y llevó sus dedos decorados con uñas largas y serpenteantes a la zona de su corazón—. ¿Qué es lo que harás para regresar? Tienes que cumplir con tu promesa: esta carta de amor a tu madre no puede quedar en nada. ¿Cómo vencerás a los otros tributos?

Sabía que las historias tristes vendían, y no era estúpido, iba a provecharlo. El ambiente cambió bastante de repente, y las lágrimas de la presentadora me dieron una sensación de victoria. Alcé la mirada hacia ella, con una ligera calidez y la cabeza ladeada, esbozando una media sonrisa en mis  labios que gradualmente se convirtió en una risa. — ¡No te puedo contar mi estrategia! — Mi voz adquirió un tono juguetón. — Perdería el factor sorpresa. — Admití. — Pero... — Me deslicé por el sofá lentamente, hasta que estuve en el borde. Bajé mucho la voz. Acerqué mi cuerpo a Zirconia y le hice un gesto para que se acercara también, como si hubiera una posibilidad, aunque fuera mínima, de que pudiera contarle un secreto que solo quedara entre los dos.

Por supuesto, no era el caso, ya que tenía un micrófono colgando justo frente a mis labios, que transmitía esa información a todos los demás. Pero no importaba, porque el juego, era la intensión. — Haría cualquier cosa. — Susurré las palabras, pero se oyeron a la perfección entre el bullicio. Luego, me retiré. Parecía un secreto no muy jugoso, al menos, hasta que decidí seguir hablando. — Me gusta ser amable, porque creo en la bondad de las personas. — Hable, ya de forma normal y de nuevo, prestando atención al público. — Pero estamos hablando de que son delincuentes. — Por supuesto, no me incluí en ese grupo. Yo no era uno de ellos. Y tampoco pensaba que todos fueran criminales, pero eso era lo de menos. Intentaba mantener lejos de la mente a las personas con las que había interactuado por culpa del colegio, a mis viejos amigos, a la chica que se había convertido en mi lugar seguro; habría sido más fácil todo si solo fueran una panda de gente desconocida. — No se ganaron mi piedad, y no se la voy a dar. Ellos no van a tenerla conmigo, y no me voy a molestar en conseguirla. — Era la verdad. Habíamos ido a matarnos a aquel lugar. Solo uno de nosotros regresaría a casa. Intentar vender la idea de que todo somos amigos, o nos ganamos los unos a los otros por compartir las comidas durante la última semana, era absurdo.

Arreglé mi ropa, la manga de la chaqueta y la estiré hacia abajo, pensando en como terminar bien mi entrevista ahora que notaba al siguiente tributo preparándose en el backstage. Mi tiempo había terminado. — Estos próximos días van a ver una faceta de mi que tal vez no les guste mucho, o las asuste un poco. Pero, prometo que cuando todo eso termine, no volverán a verla. — Alcé la vista para mirar, de nuevo, hacia el grupo de fans. — Esa persona no seré yo realmente, pero es la que me traerá de vuelta. Así que espérenme ¿sí? Porque si las pierdo a todas ustedes, eso sí que me mataría. — Los gritos se alzaron de inmediato y durante unos segundos, ni siquiera conseguí oír mis propios pensamientos.

Los gritos fueron la compañia de una sonrisa satisfecha en los labios de Zirconia. Una figura pública que sabía qué decir y cómo decirlo. Pocos tributos contaban con eso a su favor.

— ¡Supongo que no seré la única que te estará esperando! — Aseguró la mujer. Algunos aplausos corroboraron sus palabras —. Ha sido un gusto y un placer hablar contigo, Eli. ¡No habíamos tenido la oportunidad! ¡Te mereces un fuerte aplauso y toda la suerte del mundo!