Aquella mañana se había mirado fijamente al espejo y repetido mil veces que era el mejor, palabras que tendría que creer por muy complicado que fuera hacerlo al escucharlas de sus propios labios. Cuando llegó a la sala de espera, hizo su mejor esfuerzo en parar el temblor de sus piernas con sus manos, pero sus nervios le traicionaban. Las cruzó de una forma, de otra, apretó los cuádriceps y los gemelos hasta que no puedo soportar más y, aun así, temblaba.

Observó a todos entrar en la habitación y no volver hasta que solo quedaron Miranda y él. Había pasado tanto tiempo que, si bien los nervios seguían ahí, su cuerpo estaba tan cansado que se había relajado por completo. O lo había hecho, hasta que escuchó su nombre y se sobresaltó. Entró a la sala con la cabeza en alto, el show estaba a punto de comenzar.

Lo primero que hizo fue mirar hacia arriba, donde se encontraban todas las personas importantes a las que debía impresionar. Sonrió de lado, se acercó a la mesa y tomó un par de cuchillos. —Prepárense para el espectáculo de sus vidas —solo había elegido el lanzamiento de cuchillos porque era lo único que le resultaba sencillo y ligero. Para que aquello terminara lo antes posible. Chasqueó los dedos y unas dianas bajaron de lo alto de la habitación, las cuales estaban lo suficientemente lejos de él para ser un reto. Llenó de aire sus pulmones y, con los cuchillos tomados por el mango, los lanzó a ambas direcciones.

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Sonrió al levantar la cabeza y ver que ambos cuchillos habían dado en el blanco. Se sintió bien consigo mismo y sus habilidades por primera vez en mucho tiempo. Su puntería y habilidad con los cuchillos era lo que más había practicado los días previos a la prueba, pues sabía perfectamente lo que quería hacer. Quería desafiarse cada vez un poco más.

Echó la cabeza hacia atrás para quitarse el flequillo de los ojos y, al estar al lado de la mesa con el resto de cuchillos, no tardó en tomar otro par. Nuevas dianas bajaron desde el techo, cuatro para ser exactos. Ashton se sentía eufórico, pero quizás había sido demasiado ambicioso con lo que quería hacer. Giró sobre sí mismo para colocarse en posición perpendicular a las nuevas dianas, pero éstas comenzaron a girar, añadiendo un toque de dificultad al asunto. Ashton recordó todo lo que había aprendido sobre los ángulos, la importancia del movimiento y de contrarrestarlo él mismo con el suyo propio. Tenía que adelantarse a sus objetivos porque todos estaban en movimiento, tanto allí como en la arena.

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La luz de la estancia brillaba sobre el metal de las hojas de los cuchillos, haciendo de aquello no solo un espectáculo de puntería, destreza y superación, sino también algo visual. El sonido de las dos armas clavándose a la vez sobre la madera se amplificó con el eco de aquella enorme sala, junto con el de las hojas de los nuevos cuchillos que ya había tomado y cortaban el aire. Los afiló uno contra el otro, el sonido de acero contra acero acompañó al de la bajada de unos títeres con forma humana. Aunque no se había molestado en tallarles rostros ni ponerse demasiado concreto, todos tenían encima un cartel en el que se veía claramente la palabra traidor.

La representación perfecta de sus enemigos en la arena. De los traidores a su patria, de todos de los que Ashton, como el héroe que había terminado encerrado en los juegos, tendría que librarse. Cuatro títeres aparecieron a la vez y Ashton no tardó en lanzar los cuchillos hasta los cuellos de éstos, primero de los dos primeros y después, con un ligero movimiento de manos para tomar otros dos cuchillos, fue contra los otros dos.

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El próximo sonido que se escuchó en la estancia fue el del acero atravesando el cuello de los maniquís y el que hicieron dos cabezas al caer por su propio peso casi al mismo tiempo. Echó una simple ojeada para confirmar que todo había salido como esperaba y, aunque dos maniquíes seguían en pie, los cuchillos se habían clavado en el centro del pecho de uno y en el hombro del otro. No quiso mirar durante mucho más tiempo, pues la intención de aquel acto era mostrar que no tendría compasión ni allí ni en la arena.

Nuevos títeres cayeron desde arriba, esta vez en grupo y con movimiento incluido, al igual que las dianas. En este caso todo era más difícil pues, a pesar de que los objetivos eran más grandes, también se movían más rápido, lo cual hacía más complicados sus cálculos. Además, la gracia estaba en que acertara en puntos vitales e importantes, demostrar que no haría rasguños, sino daño de verdad. Que derramaría sangre sobre la arena.

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Había acertado ese último lanzamiento, aunque no como le hubiera gustado. Dos cuchillos en un brazo, otro en una pierna y el último había caído directamente en el ojo de uno de ellos sin haberlo planeado. Se mordió la lengua y una respiración más fuerte de la cuenta salió de sus fosas nasales. Borró la sonrisa que había mantenido en su rostro, haciendo saber que aquello ya no era un juego, que se había convertido en algo serio. Se había preparado para ello durante días porque necesitaba aquella aceptación, el sentimiento de ser el favorito, de tener una oportunidad. Toda la ayuda que pudieran darle dentro de la arena sería poca y por eso tenía que dar sus mayores esfuerzos. Y su rasgo que más lo caracterizaba del resto de tributos era que, a pesar de estar allí encerrado como uno más, él sabía que estaba allí para acabar con traidores y no para que éstos acabaran con él.

Se acercó corriendo a los maniquíes, que seguirían en movimiento hasta que Ashton terminara de acertarles a todos en el cuello o el corazón. Arrancó los cuchillos de éstos, moviéndose con rapidez y sutileza de uno hacia otro y arrancando las hojas de sus cuerpos sin miramientos. Se colocó en el centro, giró el cuchillo derecho sobre su muñeca y lo lanzó rápidamente. Hizo lo mismo con el izquierdo y con los otros dos que se había guardado en la cintura.

Uno de los cuchillos tuvo tal fuerza que se llevó la cabeza del maniquí hasta clavarla en la pared más cercana. Los demás, cayeron por su propia gravedad. Ashton levantó la cabeza y no sonrió. Fue directo hacia la cabeza de uno de los títeres y la cogió con una de sus manos. —Confíen en mí, Ashton Pearson, y así terminarán todos sus enemigos —tenía la respiración agitada, no solo por las carreras, los lanzamientos y los giros de muñeca, sino porque aquellas palabras le deshumanizaban por completo. Pero estaba claro que ellos no querían humanos, sino monstruos. Y si para sobrevivir tenía que convertirse en uno, madre mía si sería capaz de hacerlo.

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