La mañana de verano apenas se podía apreciar desde el interior del Centro de Entrenamientos. Afuera hacía un calor insoportable, pero dentro se mantenían frescos a los aires acondicionados que aumentaban la sensación helada. Los tributos fueron obligados a esperar en una habitación cerrada, en la cual el silencio se movía sobre sus cabezas frente al temor de lo que sucedería a continuación. La idea estaba clara: debían entrar y demostrar, en el menor tiempo posible, lo que eran capaces de hacer. Su puntaje en la tabla de posiciones y las posibilidades de conseguir patrocinadores dependía de ello. Al fin y al cabo, estaban allí para demostrar que merecían el perdón del pueblo y la chance de vivir.

Los fueron llamando uno a uno. Primero a los chicos, luego a las chicas, hasta dejar la sala completamente vacía. Los tributos se encontrarían con la Zona de Entrenamientos dispuesta solo para ellos. Arriba, sobre un palco protegido por una fina capa de hechizos, se encontraban los vigilantes. Magos y brujas expertos en tecnología, dispuestos a evaluar el rendimiento de los tributos que pondrían un pie sobre la arena. A causa de las últimas experiencias con los rebeldes, incluso el ministro Isaac Williams estaba presente. Estaban rodeados de miembros de seguridad, tal y como si estuvieran esperando que algo pudiera salir mal.

Tenían tan solo unos minutos. Era mejor comenzar cuanto antes.

Cada día que pasaba, mi ansiedad y mis miedos se hacían más fuertes. No poder dormir en la noche ya se había vuelto algo normal y el cansancio del entrenamiento comenzaba a notarse en mi cuerpo. Sin embargo, tengo que estar preparado para el día de hoy. Tengo que intentar dar lo mejor para que me vaya bien porque eso significa una gran ayuda si sobrevivo los primeros minutos en la Arena.

No tengo nada preparado, no sé qué es lo que voy a realizar en mi prueba de los vigilantes pero estoy seguro de que algo podré improvisar. Después de todo, es lo único en lo que soy bastante bueno.

Me quedo sentado, esperando que sea mi turno. Y mientras los tributos de los distritos anteriores pasan uno a uno, siento que me pongo más nervioso. Mi cuerpo no se puede quedar quieto y mis manos no dejan de traspirar. Es algo molesto y comienzo a concentrarme en intentar calmarme.

No escucho cuando dicen mi nombre y sólo cuando lo mencionan una segunda vez entiendo que es mi turno. Me levanto de golpe, soltando un —Soy yo— y procedo a seguir al vigilante que me lleva hasta el sector donde realizaré mi prueba.

Al entrar a la sala me doy cuenta que la zona es exactamente como el lugar donde veníamos entrenando casi todos los días antes. Noto que en una mesa, y varios stands, se encuentran todas las armas disponibles para realizar la prueba. Así como tanbién veo todas las dianas y muñecos de entrenamientos alrededor de todo el lugar.

—Mi nombre es Frederick Booth, del distrito 6— es lo único que los nervios me permiten decir. No sé que voy a hacer, así que me acerco a la zonas de las armas y reviso que hay por ahí. Veo los cuchillos y pienso que podría usarlos, pero al ser algo que necesita de mucha habilidad probablemente alguien los intente usar. Luego veo la ballesta, otro arma que pude practicar, pero lo descarto al pensar que no requiere de TANTA habilidad. Es entonces cuando decido no perder más tiempo y tomar el arco y una flecha para posicionarme y comenzar con mi prueba.

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Confío en mi habilidad con el arco y la flecha. En los últimos días había estado practicando mi puntería y todas las habilidades que requieran atacar a distancia. Porque si algo tengo en claro, es que si tengo que hacer un combate cuerpo a cuerpo, voy a terminar muerto en cuestión de segundos.

Una vez que tengo el arco en las manos y la flecha, me doy media vuelta y aprovecho para ver hacia arriba, al sector donde se encuentran los vigilantes. Algunas personas parecen atentas a lo que pueda hacer, otras simplemente están más interesadas en hablar entre ellos.

Estoy nervioso, sigo temblando, pero no puedo dejar que eso me domine. Cierro los ojos, respirando hondo para controlar mis nervios, y sólo los abro cuando noto que puedo dejar de temblar.

Estoy completamente concentrado, así que tenso el arco y pongo la flecha en posición. Busco rápidamente un buen blanco al cual asestar y una vez que encuentro uno bastante lejano, apunto hacia su dirección. Suelto la flecha que sale disparada y da justo en el centro de la diana.

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Contento con el resultado, pero sin la posibilidad de sonreír, me acerco a la zona de las armas mientras observo a los vigilantes. Algunos se encuentran atentos al ver mi habilidad con el arco, pero otros simplemente siguen ignorándome.

Bajo la vista mientras tomo una nueva flecha y empiezo a pensar en una manera de llamar un poco más la atención. Nada se me ocurre, simplemente sospecho que los vigilantes ya vieron la mitad de los tributos y quizás estén cansados de siempre ver lo mismo. Intento que se me ocurra alguna idea pero nada interesante pasa por mi mente, así que decido seguir con lo que estoy haciendo.

Me dirijo nuevamente para colocarme en posición y busco un nuevo blanco. Ésta vez decido intentar con uno de los muñecos. Pienso dónde sería más impresionable que le dé y una vez listo, preparo el arco para disparar.

Cuando suelto la flecha, veo como ésta describe una curva y termina golpeando al muñeco de entrenamiento justo en el centro de la cabeza.

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Estoy muy satisfecho, pero cuando observo en dirección hacia los vigilantes y veo que sólo puedo hacer que unos pocos se interesen en mi prueba, comprendo que algo más tengo que hacer para llamar su atención.

Vuelvo a acercarme a la mesa de las armas, pero ésta vez no agarro una flecha enseguida, sólo observo las cosas que se encuentran ahí. Ninguna idea para por mi mente, nada que pueda resultar interesante.

Mi vista se pasea por unos segundos en la sala; por los muñecos; por las dianas; por las demás mesas donde hay algunas hiervas y materiales para hacer refugio. Entonces es cuando se me ocurre algo interesante.

Suelto el arco por un segundo y busco en la mesa algunas plantas que puedan servir como pintura. Una vez que encuentro unas rojas, las trituro y me las llevo lo más cerca que puedo a los muñecos. Con la mano libre, tomo a uno de los muñecos y lo coloco justo frente a un blanco, para escribirte la palabra "REBELDE" en el pecho.

Si de algo estaba seguro es del odio que había en el capitolio hacia los rebeldes, después de todo ese odio es lo que me había puesto en esa situación. Si mi padre no los hubiera ayudado, no estaría peleando por tener algunos minutos más de vida.

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Vuelvo donde está el arco, mirando a la zona de vigilantes y notando cómo algunos de los que estaban distraídos ahora comienzan a prestarme atención. Dejo la pintura armada por mí, tomo el arco entre mis manos y agarro una nueva flecha. Me dirijo en dirección a la zona donde tengo que realizar el lanzamiento; tenso el arco; coloco la flecha; y cuando estoy listo disparo.

Veo como la flecha disparada, va en dirección hacia el muñeco que nombré "REBELDE" y le da directamente en el corazón. Es un buen tiro y empiezo a sentirme confiado en mi prueba. Sin embargo, pienso ir más lejos.

Vuelvo a dejar un segundo el arco, para armar rápidamente una bolsita de pintura usando algunos maneriales para hacer refugios y la mezcla que usé anteriormente para escribir en el muñeco. Me dirijo hacia el maniquí y le cuelgo la bolsa en la cabeza, esperando poder realizar lo que tengo en mente.

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Sé que pierdo demasiado tiempo en esas cosas, pero mi idea es crear un impacto y llamar la atención de los vigilantes que estaban sin prestarme ni siquiera una mirada.

Dejo todo bien colocado y voy nuevamente hacia la zona de armas. Agarro el arco entre mis manos otra vez y tomo una de las flechas que quedan. Con ambos objetos me posiciono en el lugar correcto y me dispongo a apuntar.

Ésta vez tengo que darle a la cabeza, no tengo demasiado margen de error. Después de todo la zona es más reducida, porque tengo que intentar que la flecha le de justo en la pequeña bolsa que armé.

Cuando estoy listo, suelto la flecha, viendo como ésta termina clavándose en la cabeza, pero sin darle a la pequeña bolsa que tenía preparada. Chasqueo la lengua en señal de disgusto y me dirijo a buscar una nueva flecha.

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Los nervios me están ganando, lo reconozco. Las manos vuelven a traspirarme y temblarme un poco. Se que tengo que hacerlo bien, pero eso es mucha presión. Así que cuando me posiciono para lanzar de nuevo, vuelvo a respirar hondo. Esperando que de esa manera pueda calmarme lo suficiente como para lograr lo que quiero.

Tenso el arco, coloco la flecha para realizar mi nuevo tiro y sólo suelto cuando creo estar listo. Sin embargo, mis manos comienzan a temblar lo suficiente como para hacer que el tiro se desvié y en vez de darle en la cabeza termine dándole en el cuello.

Muestro enseguida un gesto de dolor. Después de todo, aquello parecía lo bastante doloroso como para que me terminara dando un fuerte disgusto.

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El tiro no había sido lo planeado, pero no importaba tanto. Por suerte había terminado dándole al muñeco, sólo que lo estaba logrando el efecto que había esperado.

Decido no observar a los vigilantes para no generarme más presión y sólo concentrarme en el blanco. Tengo que darle a la pequeña bolsa, pero lo único que puedo pensar es en el porqué no la había hecho más grande.

Tengo que concentrarme. Así que cierro los ojos un segundo, sabiendo que tengo que mantenerme tranquilo por lo menos mientras lanzo. Tenso el arco una vez más y coloco la flecha en posición. Es sólo, cuando abro los ojos, que apunto y suelto la flecha con la esperanza de que ésta vez sí de justo en la bolsita para lograr el efecto correcto.

Es entonces, cuando la flecha le da justo a la bolsita, el muñeco tambalea hasta golpearse con la diana y casi caerse al suelo. Mientras tanto, la pintura dentro de la bolsa empieza a chorrear. El contenido va pintando poco a poco al muñeco, casi pareciéndo que el muñeco se está desangrando, dejándo una vista muy tétrica de lo que puede llegar a ser mi futuro en la arena.

Suena la alarma que indica que mi prueba concluye y, con una ligera reverencia, me despido para salir de la sala, esperando haber causado una buena impresión.

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