ella
And the songbirds are singing,
Like they know the score
Like they know the score
El jardín trasero de su modesta propiedad se extendía desde los últimos bordes de los escalones de piedra hasta más allá del acantilado, de tal manera que casi parecía que el océano fuera también parte de la casa Vanderbilt. De pequeña, a Ella le gustaba pensar eso: que el océano era suyo. Sus padres, sin embargo, dieron un paso adelante y no tardaron en pararle los pies. Nada era suyo. No en ese mundo. Si habían logrado mantener un buen estatus era por su condición como comerciantes, pero no por otra cosa.
Ella siempre quiso ser bailarina. Un dato igual de irrelevante que el anterior si tenemos en cuenta que las niñas siempre quieren tener cosas: un océano, un futuro rodeada de tutús con pedrería, una vida subida en los escenarios, pero los planes para ella jamás fueron esos. Había otros que importaban más.
Así que Donatella se crio en una familia donde primaba el esfuerzo por encima de cualquier cosa. Siempre volvía a casa antes que nadie, siempre se quedaba estudiando hasta tarde. Acataba las normas de sus padres, los estrictos horarios. Apenas tenía amigos, apenas salía, solo estudiaba, estudiaba, estudiaba, leía, se iba a la cama temprano y volvía a hacer lo mismo. Sus padres le dijeron que, al final, la vida se lo compensaría.
Sigue sin estar segura de eso.
Le quedaba un año para convertirse en medimaga cuando las súplicas y la insistencia de una compañera de clase la arrastraron al norte. Fue su necesidad de hacer las cosas bien lo que hizo que ayudara a unos heridos, su constancia lo que la obligó a regresar al día siguiente,
y al siguiente,
y al siguiente,
y así hasta que dejó de volver a casa antes que nadie, hasta que priorizó otros asuntos a quedarse estudiando hasta tarde, hasta que dejó de acatar las normas, siempre en silencio, para dividir su vida entre el tiempo que pasaba en su casa y el que pasaba en el norte. Empezó a tener amigos, a cuestionarse su lealtad. Se prometió mil veces que lo dejaría estar, pero su sentido de la responsabilidad con aquella gente siempre fue mayor. Volvía, volvía, volvía, hasta que al final esa gente se convirtió en la suya.
Y todo empezó por querer ayudar.
Cuando conoció a Sebastian Johnson, Ella estaba saliendo con otra persona. A sus veinte años tenía la mala costumbre de pensar que cada hombre que conocía era el amor de su vida, pero con él fue diferente. Tardó más en pensarlo, pero acabó siéndolo de manera casi inmediata. Se convirtió en su persona y, cuando se quedó embarazada, realmente creyó que podía construir una familia.
También tenía la mala costumbre de pensar que podía hacerlo todo: estar en dos lugares a la vez, tener dos familias separadas, ejercer como medimaga, ser una traidora. Lo intentó, creyó conseguirlo. Lo logró de manera parcial hasta que dejó de hacerlo.
Todo se volvió demasiado complicado. Sus padres adoraban a Hazel incluso aunque nunca llegaron a conocer el nombre de su padre. Ella siempre tuvo que morderse la lengua cuando su subconsciente la traicionaba; siempre quiso hablar de él, de cómo hacía que se sintiera, de cómo era con Hazel y lo fácil y maravilloso que parecía todo cuando los tres estaban juntos.
Y estuvieron juntos hasta el final.
Donatella fue asesinada el mismo día que arrestaron a Sebastian y que Hazel tuvo que esconderse en un sótano oscuro.
Nadie se preocupaba por los que morían en el norte. Miles de cuerpos caían al día, descomponiéndose más y más hasta que alguien tenía la necesidad de moverlos de ahí. Ella despertó después de dos días, apenas pudiendo pensar en algo más allá que en buscar a su familia. Encontró a Hazel en el mismo lugar en el que la dejó, a Sebastian solo lo volvieron a ver en televisión cuando lo ejecutaron.
Ocultaron su muerte diciendo que había tenido un accidente. Lo ocultaron todo. Donatella era incapaz de creer que todo pudiera quedar reducido a la nada: a unos recuerdos a los que se podía aferrar pero que jamás podría gritar. Tuvo que levantar cabeza, aceptar su nueva condición, ignorar las miradas, los comentarios, los escepticismos, seguir hacia delante. Pensó que si dejaba de nombrar a Sebastian, Hazel finalmente lo olvidaría. Que sería difícil, pero más fácil a la larga. Se había equivocado: había querido ayudar y había terminado en un pozo del que jamás podría librarse. No se arrepentía, pero siempre se preguntó:
¿qué hubiera pasado si lo hubiera hecho mejor?
Magnar Aminoff facilitó la respuesta a aquella pregunta. Llegó con nuevas oportunidades y, aunque nadie era capaz de saber cómo hubiera sido su pasado de haber actuado de otra forma, podía asegurarse un buen presente. Un buen futuro para Hazel. Nunca quiso otra cosa. Así que se tragó los secretos de la misma manera en la que todo el mundo pareció tragarse su desconfianza y repugnancia hacia las veelas y juró mantenerlos siempre ocultos. Nadie podía saber lo que pasó, quién fue ella, quiénes fueron los tres mientras la vida les permitió permanecer unidos.
Hazel nunca se quejó cuando ascendió al puesto de Ministra de Salud y tuvieron que mudarse a la Isla Ministerial. Le prometió que ellas siempre serían las mismas, pero que tenía que esforzarse. Sonreír. Callarse. Ser encantadora. No hacer ni una sola pregunta más.
Pero Ella ve cómo crece, cómo en ocasiones mira más allá, cómo se preocupa de mantener una luz encendida por las noches. Donatella ve cómo se acuerda. Cada vez está menos segura de tenerlo todo de su lado para mantener la verdad a salvo, pero siempre ha tenido la mala costumbre de pensar que podía hacerlo todo,
que podía hacer las cosas bien.