Lead me out on the moonlit floor
Lift your open hand
Strike up the band and make the fireflies dance
Silver moon's sparkling
So kiss me
Lift your open hand
Strike up the band and make the fireflies dance
Silver moon's sparkling
So kiss me
Cuando Samara llegó a la tierna edad de desear cosas, siempre tuvo claro lo que quería para su futuro: ropa bonita, mucho dinero y una hija que fuera igual que ella. Así que, en cuanto tuvo ocasión, dejó a su primer marido y a su hija para irse con uno mucho mejor posicionado, que pudiera darle ropa bonita, mucho dinero y otra hija que fuera igual que ella. A Samara Alfred nunca le pareció demasiado guapo. Era desgarbado, tenía las manos callosas y apenas medía unos centímetros más que ella; pero, desde siempre, su familia había contado con los medios, la empresa y la fortuna para estar del lado del gobierno. Samara lo conoció cuando ingresó por culpa de una historia que incluye venenos mágicos, alguien que le robó la cartera y una copa que dejó demasiado tiempo sin vigilancia y, al principio, pensó justamente eso: que era demasiado desgarbado, bajito y mediocre. Pero hubo algo que hizo que, aunque estuviera casada, guardara su número en la agenda de su móvil. Meses después, cuando Alfred ascendió a Jefe de Sanadores, supo que había tomado la decisión más acertada para ella.
Pippa, también desde muy pequeña, supo que sus padres no se querían. Lo veía en que apenas se hablaban, buscaban toda oportunidad posible para pasar unos días separados y, por encima de todas las cosas, no se lo decían. Que se amaban. No se decían que se amaban. Pero ella no podía creerlo, no quería creerlo; así que, justo cuando estaba convencida de que jamás se querrían, decidió que era mejor pensar que sí que lo hacían.
Y entonces Pippa empezó a ver amor en todas las partes. En pequeños detalles, casi insignificantes, totalmente mundanos para otros, veía declaraciones, peticiones y actos románticos. Cuando su padre le ponía el plato con las decoraciones más bonitas a su madre, cuando en la radio sonaba una canción y, con movimientos de cabeza al son de la melodía, ambos parecían coincidir en que les gustaba.
Pero un matrimonio mediocre siempre está destinado a terminarse. Pippa, ajena a todo menos al maquillaje, a sus amigas y a los chicos, no lo vio venir. No vio venir la manera tan estúpida, accidentada y casi patética, en la que su madre acabó con su matrimonio, con la reputación de su familia, con su esperanza de vida y con la de Lydia.
Entre los rumores que se escuchan por las calles, todos coinciden en lo mismo: que se veía venir. Que Samara siempre fue una fresca, una libertina; que, si se lo hizo a su primer marido, estaba claro que también se lo haría al segundo. Nadie imaginaba, sin embargo, que cometiera adulterio con un muggle y que, tiempo más tarde, lo protegiera. Samara dice que nunca lo supo, que pensaba simplemente que tenía grandes problemas de dinero y de estilismo.
Pippa, pese a todo, la cree.
Al fin y al cabo, su madre tuvo una hija que siempre fue igual que ella.