F.
There was nothing in sight but memories left abandoned.
Aprendió demasiado rápido que el miedo se sentía como un latido en la garganta.
Pero no tan rápido. No al principio, cuando una familia decidió que era momento de que alguien lo quisiera, de que saliera del orfanato, tuviera un nombre propio y un sitio donde poder estar solo. Nunca le gustó demasiado estar acompañado, entre multitudes; el orfanato nunca fue lugar para él.
Recuerda a su madre sobre todo. La manera en la que fue paciente, en la que no le importaba que no fuera demasiado rápido aprendiendo; en la que le dejaba su espacio y se hacía a un lado, esperando a que fuera él quien acudiera a ella en caso de necesitarlo.
Finn no acudía demasiado, pero pronto se descubrió dándose cuenta de que aquello no era una cuestión de necesidades, sino de saber que siempre habría alguien ahí. Quizás fuera la edad lo que le hizo pensar que sus padres serían eternos; ¿Siempre había una edad para eso, no? En la que uno llega a un nivel de estabilidad en el que dice: ya está, me quedo aquí.
Le hubiera gustado eso: quedarse ahí. En esa edad, en esa casa, en ese porche del jardín trasero. Pero el tiempo no espera y el reloj empieza girar —siempre estuvo destinado a hacerlo, en realidad—, y su ritmo se vuelve tan frenético que hasta parece que estuviera destinado a explotar. Y entonces tres cosas suceden en un lapso de pocos minutos:
- Los gritos de su hermano, a saber por qué razón.
- Su madre saliendo de la habitación con paso firme pero expresión ensombrecida. En sus manos yacía el hámster al que, meses antes, había apodado de una manera que ya no recuerda.
- Su padre pasando por delante de su habitación, parándose en seco y asegurándole que todo estaba bien antes de cerrarle la puerta con un golpe seco. Después de eso solo escuchó voces en el salón, casi susurros que no se esforzó en entender.
Tardó unos años más en sentirlos —los latidos en la garganta, rítmicos, pausados, permanentes—, pero no hubo vuelta atrás cuando lo hizo. No era solamente por lo que escuchaba en televisión; si acaso, eso solo sirvió para acentuar todo lo que había visto en casa. La magia destruía, consumía. Devoró a su hermano.
Nunca se le dio bien describir sentimientos ni emociones. Siempre resultó apático por eso mismo, quizás incluso frío e impasible, pero Finn encontró su propia forma de entenderse, de entenderlos. Hasta ese entonces, siempre había visto su vida en una gama de grises y colores poco saturados, pero esa noche el color rojo se extendió por su cabeza como si se tratara de una alarma.
Ni siquiera tuvo tiempo de prepararse, de pararse a pensar. Hubo una explosión —no, no la hubo, su hermano la provocó—, y después de eso no hubo nada. O lo hubo todo. No vio los cuerpos de sus padres, más preocupado en escapar de ahí que en asimilarlo, pero fue capaz de imaginárselo. En su mente, en su interior, ha vuelto a la escena mil y una veces, reconstruyéndola de cientos de maneras diferentes.
Y en todas escenas aparece una versión más joven de él, de pie, en medio de todo, mirando a los cuerpos de sus padres y sabiéndolo: Magnar hizo esto.
Nunca se le dio bien mentir, nunca fue un mentiroso ni lo suficientemente encantador. No tuvo una mente brillante, tampoco la frialdad de sentarse, recuperar la respiración y armar un plan. Quizás por eso no duró demasiado en la calle, quizás por eso los aurores lo apresaron antes de que siquiera pudiera pensar en hacer algo.
De la calle del mercado. Del mercado a una casa, luego a otra, a otra, y a otra más. Nunca duraba lo suficiente, siempre se negaba a hacer lo que le encargaban. Y es que quizás nunca fue el más listo, el más mentiroso o encantador, pero tenía la resiliencia suficiente como para aguantar cualquier cosa. Al fin y al cabo, estaba seguro de haberlo visto ya todo.
Fue en la cuarta casa cuando por fin logró escapar. Se marchó al norte sin nada, y en esa ocasión sí que no se dejó capturar. Aprendió allí, en esas calles y, con el tiempo, encontró su lugar.
Los colores de sus emociones volvieron a ser una paleta de grises, pero Finn sabe que hay algo diferente en ellos. Un fogonazo más oscuro, una chispa rojiza un par de tonalidades más claras que la que vio en esa ocasión. Al principio no lograba identificar la razón, pero años y años son suficientes para ser capaz de identificar el color de las ansias de venganza.