The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Mara C. Seabridge
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Paying my dues to the dirt
10/08/2471 Terraza PRIVADO

Sabía que probablemente no fuera cierto, pero hasta el cielo del capitolio me parecía distinto que el del cuatro. Las estrellas por lógica debían ser las mismas, pero la polución y las luces de la ciudad hacían que casi no pudieran verse. Al menos la terraza se hallaba iluminada, y aunque el aire también se sentía distinto, me estaba haciendo bien el estar aquí, tirada sobre el suelo mientras trataba que los músculos de mi cuerpo dejasen de gritar por el esfuerzo al que los había sometido.

La semana todavía no terminaba, y yo no tenía la más pálida idea de lo que iba a hacer. Sabía que había tributos que estaban relacionándose, sabía que Marco era todo sonrisas y amabilidad; pero en los juegos no había lugar para esas cosas y si hay algo que también sabía, era que quería vivir. ¿Luego de estos días? No estaba segura de tener las habilidades requeridas para poder lograrlo, pero quería hacerlo.

Hundo las yemas de mis dedos contra el pasto, insegura si en verdad está permitido estar tirada aquí o si van a decirme algo, pero como llevo varios minutos y nadie ha aparecido, decido que… Maldición. — Lo lamento, no había ningún cartel y supuse que... — me incorporo hasta quedar sentada cuando escucho pasos y comienzo a dar la primera excusa que se me viene a la mente hasta notar que no hay ningún guardia que vaya a sacarme. — Oh, eres tú. — Reconozco a la tributo del trece y vuelvo a recostarme sobre el pequeño jardín. — Creí que eras un auror o algo por el estilo.

Trato de acomodarme buscando la posición en la que antes me encontraba, pero todo mi momento de relajación se había esfumado. No sabía cómo actuar ante los demás tributos cuando no había armas o entrenamientos de por medio. Al final, vuelvo a sentarme. — ¿Sabes si dirán algo por estar aquí? Odio lo cerrado de mi habitación y creí que no sería un mal lugar para descansar un rato.


Mara C. Seabridge
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Paige M. Dalisay
Mentor
Paying my dues to the dirt
10/08/2471 Terraza PRIVADO


Había visitado esa terraza todos los días. A veces estaba sola, en otras ocasiones había alguien más allí; algún tributo que había llegado antes que ella, que también parecía buscar un escape de aquellas habitaciones que parecían cárceles enormes y bien decoradas. La terraza también era parte de esa cárcel, pero resultaba fácil ignorarlo por el olor de las flores, el colorido de estas y la manera en la que se veía el cielo.

Como si, al alzar la mano, pudiera tocarlo. Como si las estrellas estuvieran más cerca y no a años luz.

Estaba mirando hacia arriba cuando una voz de pito hizo que bajara la cabeza y la agitara de manera violenta. —Ah, pues no. —Que no era un auror, que solo había acudido allí porque era el único lugar donde se sentía un poco menos angustiada. Miró a la chica y, gracias a la tenue luz que iluminaba la zona, fue capaz de percibir su tez blanquecina, el brillo de su pelo y sus ojos enormes. La primera vez que la había visto, Paige pensó que parecía un dibujo animado—. Los aurores no vienen por aquí, confían en el campo de fuerza que rodea todo esto para que no hagamos ninguna estupidez. —Se encogió de hombros, siendo consciente de que había sonado demasiado dura y antipática. Tras morderse el labio, alargó el brazo para coger una piedra que había en una maceta, adornando la base—. Mira —anunció, envolviendo la piedra con sus dedos y lanzándola con fuerza contra uno de los límites de la terraza. Esta no tardó en volver a ser impulsada contra el suelo sin mucha intensidad, pero la suficiente para hacer que diera unos botes contra el pasto artificial—. ¿Ves? Rebota. Es muy gracioso.

Paige había estado haciendo eso las veces que había acudido allí; cogiendo piedras y lanzándolas contra aquel domo invisible. Recogió la piedra del suelo y volvió a lanzarla contra la maceta. Fue el movimiento del brazo el que hizo que se diera cuenta de las agujetas y el entumecimiento general que sentía en esa y otras partes de su cuerpo. —¿Te preocupa eso? ¿Que te echen la bronca o te castiguen? No es como si pudieran hacer algo peor que mandarte a una arena que probablemente esté llena de trampas mortales. —Se le escapó un sonido extraño; mitad risa ahogada, mitad suspiro—. Perdón, se me dan fatal las bromas. No te van a decir nada, yo he venido más veces.

No supo qué fue lo que hizo que, después de balancearse un rato sobre sus pies, se acercara para sentarse en el suelo junto a ella.  Tal vez fuera porque no había abierto la boca en todo el día, quizás porque necesitaba distraerse de todo lo que estaba pasando. —A mí tampoco me gusta mi habitación. La cama es muy cómoda —comenzó, moviéndose sobre el pasto de manera torpe—, pero echo de menos cosas de la mía. Como el ordenador, la consola, mis posters… ¿Y tú? —Al final, tras cambiar de posición cincuenta veces, acabó irguiendo la espalda mientras mantenía las piernas cruzadas.

Paige M. Dalisay
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Mara C. Seabridge
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Paying my dues to the dirt
10/08/2471 Terraza PRIVADO

De forma distraída comienzo a pellizcar pequeños pedacitos de pasto que arranco y arrojo a una corta distancia, sin prestar atención en lo que hago en verdad, concentrada como estoy en lo que la muchacha parece querer mostrarme. — Entonces, si alguna fuera a querer saltar, ¿simplemente rebotaríamos dentro? Suena como a un trampolín de pared. — Y si no fuera porque no tenía ganas de hacer una estupidez delante suyo, probablemente hubiera probado dejarme caer con cuidado para ver qué tanto podía rebotar.

No lo sé. ¿Tal vez podrían poner más trampas mortales? — Dudaba que les hiciera gracia que rompiéramos las reglas o algo así. Mucho menos que desafiáramos a la autoridad en caso de que nos dieran alguna indicación. Sí, en verdad lo peor ya lo habrían hecho, pero no quería pensar en lo inventivos que podían ponerse si les dábamos motivos para hacerlo. — También es la costumbre. En cierta forma se siente como si estuviera en el colegio por algún motivo. Teniendo que practicar actividad física y tratando de no faltarle el respeto a los maestros. — Lo que era una comparación de lo más ridícula, pero era lo que mejor ejemplificaba el cómo me sentía.

Nunca creí que la excusa de que la cama fuera muy cómoda sirviera como sinónimo para no poder dormir, pero en cierta forma lo entendía. No era algo propio y tener algo grande y mullido… Era raro. — Echo de menos mi teléfono. Siento todo el tiempo que tengo algo que hacer con las manos y me incomoda. Además de que siempre leo antes de dormir. No lo sé. — Me encojo de hombros y me posiciono de una forma en la que mi espalda no grite a causa de la incomodidad. — También extraño el aire del cuatro. ¿Fuiste alguna vez al mar? Cuando sientes las olas todas las noches es difícil dormirte en un lugar como este.


Mara C. Seabridge
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Paige M. Dalisay
Mentor
Paying my dues to the dirt
10/08/2471 Terraza PRIVADO

Si no estuviera segura de que lo fueran a usar en su contra, habría tratado de probar si el domo que rodeaba aquella terraza era realmente un trampolín de pared. Si no funcionaba y acababa cayendo, tampoco es que tuviera nada que perder más allá de un par de días más de vida; pero, ¿arriesgarse a que la estuvieran grabando y la tacharan de suicida? Eso era algo a lo que no los pensaba incitar, sobre todo cuando cada vez quedaba menos para la entrevista.

La comparación de aquello con el colegio hizo que asintiera, soltara una risa por lo bajo y deslizara sus palmas por el pasto. —Y nos hacen pasar por momentos incómodos. ¿La prueba de los vigilantes y la entrevista? Si ya odio salir a hacer exposiciones, imagínate eso. —Rodó los ojos, asumiendo que su vida se iba a resumir en estar en el colegio constantemente. Siempre había odiado que los adultos dijeran que esa era la mejor época de su vida: sin trabajo, preocupaciones u obligaciones. La última vez que su padre le dijo algo parecido, ella había dejado de escribir, girado la cabeza y le había preguntado: “¿eso significa que la vida de adulto es aún peor?” No lo creía: había pocas cosas peores que el instituto.

Aunque estar en un concurso retorcido y mortal era un claro competidor. Bufó sonoramente hasta que la mención de la lectura hizo que girara la cabeza en su dirección. —¿Qué libros sueles leer? Espero que no digas que te gustan esos con triángulos amorosos. Odio la basura juvenil. —Aunque fuera verdad, sonrió un poco al decirlo, recordando que Sam y ella habían empezado a hablar gracias a un cartel que anunciaba esa clase de libros. Borró la sonrisa de inmediato—. He ido al cuatro algunos veranos, un primo de mi padre vive ahí. Me gusta nadar, aunque seguro que no lo hago tan bien como tú. —De nuevo admitiendo debilidades, pero qué iba a hacerle—. Seguro que aquí tienen alguna tecnología que imite el sonido de las olas del mar y ayude a que duermas. No hay nada que no tengan en el Capitolio y, al mismo tiempo, siento que me falta todo. —Sus labios vibraron cuando elevó la cabeza, clavando sus ojos en el cielo—. Ojalá nos hubieran dejado conservar el móvil. Creo que puedo hacer cualquier cosa con mi teléfono.

Paige M. Dalisay
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