OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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3 participantes
La Cosecha: Distrito 07
Sábado 5 de agosto, 2471.
El sol se asomó por un NeoPanem silencioso. Hacía mucho tiempo que habían olvidado la sensación de una cosecha clásica y, no obstante, a algunos se le hacía horriblemente familiar.
Los desayunos fueron servidos, algunos más abundantes que otros. Las mejores ropas fueron escogidas, incluso por aquellos que no tenían mucho de dónde elegir. Los aurores y licántropos llegaron temprano, sus botas se escuchaban en cada rincón de los distritos que estaban por regalar dos niños a su suerte.
Cada Edificio de Justicia había levantado pantallas en sus extremos. Las vallas cerraban el perímetro que sería ocupado por los niños que habían entrado a las urnas. Empleados de seguridad los iban recibiendo, pinchaban sus dedos solo para chequear en sus tabletas que ninguno de los condenados hubiera faltado ese día. Un pequeño registro del orden.
Claro que los distritos más fieles al Capitolio tenían muchos menos niños anotados que los norteños. En el distrito dos había menos de cincuenta. Se podría decir que, en cierto modo, la presión por el cumplimiento de las normas había surtido efecto en una buena parte de los civiles. La mayoría sólo quería volver a sus casas, la guerra no tenía por qué tocarlos si agachaban la cabeza.
El logo de NeoPanem apareció en todas las pantallas a las diez de la mañana en punto. El himno retumbó como un eco en cada rincón del país.
Las imágenes captadas por diferentes cámaras pasaron a una gran velocidad, pero la mayoría las conocía muy bien. Eran fragmentos de cámaras de seguridad, de los estallidos que tiraron abajo el Ministerio de Magia, de los asaltos, de las manifestaciones, de la Isla Ministerial en llamas, de la gente que huía despavorida el día en el cual los rebeldes arrebataron el distrito nueve de sus ciudadanos. Cada uno de los pecados de esos terroristas puestos en evidencia, las memorias de los motivos que los habían colocado en esas urnas por decisión propia.
Una voz masculina desconocida hablaba por encima de ellas. Los que prestaban atención escucharon cómo NeoPanem buscaba restaurar el orden en honor no solo a los magos y brujas del pasado, sino también a quienes habían muerto en servicio tratando de combatir el terrorismo. Cómo debían recordar que el sacrificio de los tributos terminaría cuando los rebeldes dieran un paso atrás...
Por un futuro unido, brillante y mágico.
La voz se silenció. Las cámaras se enfocaron en los niños.
Y los escoltas subieron a escena para darles la bienvenida.
Cosechas
Instrucciones
— Todo personaje perteneciente al Distrito puede participar. No hay un límite de post o espera.
— A lo largo de los días de hoy y mañana habrá dos intervenciones: la presentación del tributo femenino y el tributo masculino. Estén atentos para saber cuándo reaccionar.
— El tema estará abierto hasta el viernes 13 por la noche para que todos lleguen a pasarse. Al finalizar, será abierto el Centro de Entrenamientos y el registro de tributos será cerrado.
— A lo largo de los días de hoy y mañana habrá dos intervenciones: la presentación del tributo femenino y el tributo masculino. Estén atentos para saber cuándo reaccionar.
— El tema estará abierto hasta el viernes 13 por la noche para que todos lleguen a pasarse. Al finalizar, será abierto el Centro de Entrenamientos y el registro de tributos será cerrado.
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Cosecha: Distrito 07
Supo lo que iba a suceder antes siquiera de avanzar en la fila en la que los pocos "convocados" iban uno a uno estirando la mano y recibiendo el pinchazo que los marcaba e inscribía como miembros del sorteo. Referirse como "sorteo" al mecanismo que empleaban los representantes del Capitolio para llevar a cabo la Cosecha le parecía una ofensa contra el azar. Estaba completamente seguro, no había casualidad alguna, aquel sangriento evento no era un entretenimiento aunque lo disfrazasen como tal.
Era un castigo, una advertencia.
Tendió la mano con cierta dureza cuando le llegó el turno y, tras confirmar su identidad, se unió al resto de chicos que, como él, habían sido descubiertos llevando a cabo actividades que el gobierno consideraba ilegales. Muggles, magos y squibs, todos unidos en un mismo lugar, algunos temblorosos, otros fingiendo fortaleza, en su caso estaba demasiado cansado y resignado como para hacer otra cosa que esperar el trágico final. No había podido huir aquella noche y, lo peor de todo, no había sido descubierto solo, al llevárselos siquiera pudieron defenderse, no hubo preguntas, los hechos y el lugar en el que se hallaban, tan al noroeste del Distrito, hablaron por sí solos.
Llevaba sin ver a Dianthe desde entonces.
Los días, la preocupación y el sentimiento de culpabilidad habían hecho mella en él que, pese a continuar teniendo la misma capacidad física que antaño, estaba sorprendentemente pálido y ojeroso. Lo habían dejado asearse y le habían proporcionado ropa de cambio, una camisa blanca algo desgastada y unos pantalones caquis, como si a él le importase lo más mínimo algo que no fuese asegurarse de que ella no correría su misma suerte.
Tenía la esperanza de que sus padres hubiesen intercedido por ella, él mismo había tratado de explicar lo ocurrido, de indicar que solo quería retenerlo, evitar que cometiese el error de huir del Distrito. Con algo de suerte, su testimonio y la influencia de los Fairhope lograrían eximirla del castigo.
— No estés aquí, no estés aquí —susurró para sí mismo sin prestar atención al vídeo que mostraba el por qué de aquella carnicería, el pago por la actitud de los rebeldes.
Su rostro se desencajó al localizar la familiar figura entre el sector femenino.
Cuando los escoltas subieron al escenario frente al Edificio de Justicia únicamente pudo seguir mirándola, incapaz de moverse o escuchar. Los rezos que no se había molestado en dedicar a su situación comenzaron a emerger en aquel instante.
"Por favor, ella no".
Era un castigo, una advertencia.
Tendió la mano con cierta dureza cuando le llegó el turno y, tras confirmar su identidad, se unió al resto de chicos que, como él, habían sido descubiertos llevando a cabo actividades que el gobierno consideraba ilegales. Muggles, magos y squibs, todos unidos en un mismo lugar, algunos temblorosos, otros fingiendo fortaleza, en su caso estaba demasiado cansado y resignado como para hacer otra cosa que esperar el trágico final. No había podido huir aquella noche y, lo peor de todo, no había sido descubierto solo, al llevárselos siquiera pudieron defenderse, no hubo preguntas, los hechos y el lugar en el que se hallaban, tan al noroeste del Distrito, hablaron por sí solos.
Llevaba sin ver a Dianthe desde entonces.
Los días, la preocupación y el sentimiento de culpabilidad habían hecho mella en él que, pese a continuar teniendo la misma capacidad física que antaño, estaba sorprendentemente pálido y ojeroso. Lo habían dejado asearse y le habían proporcionado ropa de cambio, una camisa blanca algo desgastada y unos pantalones caquis, como si a él le importase lo más mínimo algo que no fuese asegurarse de que ella no correría su misma suerte.
Tenía la esperanza de que sus padres hubiesen intercedido por ella, él mismo había tratado de explicar lo ocurrido, de indicar que solo quería retenerlo, evitar que cometiese el error de huir del Distrito. Con algo de suerte, su testimonio y la influencia de los Fairhope lograrían eximirla del castigo.
— No estés aquí, no estés aquí —susurró para sí mismo sin prestar atención al vídeo que mostraba el por qué de aquella carnicería, el pago por la actitud de los rebeldes.
Su rostro se desencajó al localizar la familiar figura entre el sector femenino.
Cuando los escoltas subieron al escenario frente al Edificio de Justicia únicamente pudo seguir mirándola, incapaz de moverse o escuchar. Los rezos que no se había molestado en dedicar a su situación comenzaron a emerger en aquel instante.
"Por favor, ella no".
Interacción
Interacción: Libre.
Mención: Dianthe Fairhope.
Mención: Dianthe Fairhope.
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Tributo Femenino
Todos sabían por qué estaban ahí: un chico y una chica de cada distrito debían cumplir con el reclamo del Ministerio de Magia y entregarse a cambio de la cantidad de bajas producidas por los rebeldes. La explicación innecesaria de los escoltas retumbó en las plazas, nadie pudo hacer oídos sordos.
Como era costumbre en los tiempos de antaño, las damas fueron primero. Todos vieron cómo los dedos la persona sobre el escenario revoloteaba en la urna de su izquierda, algunas con más papeletas, otras con menos.
El aire era tenso. Un papel se estiró delante de los ojos de todo el distrito. Y un nombre retumbó en el micrófono.
— ¡Dianthe Fairhope!
Icono :
Cosecha: Distrito 07
Los días que precedieron a la cosecha habían sido los peores de su vida, y sabía que, durase esta lo que durase, lo serían hasta el final. El terror de aquella noche, unido al miedo de no saber qué pasaría con ella, la preocupación por sus padres y... También por Hyperion.
Guardar silencio no había ayudado a su situación, pero más allá de repetir que no estaba intentando huir, que no estaba haciendo nada malo, ¿qué podía decir? Cualquier cosa que pudiese exonerarla a ella también podía condenar al moreno, y no podía arriesgarse a empeorar su situación. Así que optó por guardar silencio, y allí parecía que imperaba la ley del "quien calla, otorga". Era culpable sin juicio.
De todos modos, se lo merecía. Se merecía cualquier cosa que le pasase. Porque era su culpa que estuviesen en esa situación, de su estupidez y su egoísmo. Si hubiese aceptado que Hyperion no quería esa vida, que necesitaba más, que ella no era suficiente... Si no hubiese estado tan cegada por el miedo de perderle se habría dado cuenta de que seguirlo era peligroso para ambos. Y ahora, por su maldita culpa, era seguro que no se verían más. Y quizá era lo mejor, puesto que él debía de odiarla, y con razón.
Había pasado días sola, hecha un ovillo en una esquina de la celda que le habían asignado y quizá al cuarto día, o al quinto, le sorprendió la visita de sus padres. A saber cuántos hilos habían tenido que mover, cuántos favores que pedir y que cobrarse solo para entrar a abrazarla y quedarse unos míseros diez minutos. Lo suficiente para que Dianthe supiese lo que la esperaba.
Los Fairhope pudieron visitarla también esa mañana de la Cosecha, y su madre la ayudó a asearse y le llevó uno de sus vestidos. La peinó y la vistió, y Dianthe se dejó porque ¿cómo iba a negarle eso, si seguramente fuese la última vez que pudiera ejercer su rol de madre? La lista de culpas de la squib aumentó al añadir arrebatarles a sus padres su única hija.
Cuando salió de la celda lo hizo como en un sueño, sus pies no parecían sus pies y todo era un borrón mientras se acercaba a la zona de registro. El pinchazo le sacó un poco de esa irrealidad, devolviendo sus pies a suelo firme. Caminó hasta reunirse con las demás participantes en la cosecha, captando ahora que su mente estaba allí las miradas hostiles a su alrededor. Para las que no era una maldita squib, era la ricachona demasiado bien vestida para el momento. De cualquier manera, el enemigo.
Se abrazó a sí misma y se atrevió a buscar otra mirada, que esperaba igual de hostil. Los ojos chocolate recorrieron la sección masculina, encontrándole enseguida, pero cuando se topó con los de él, apartó los propios con demasiada culpa como para aguantarle la mirada.
Apretó el agarre en sus costillas mientras de fondo el mensaje tronaba, calando, pareciendo que iba dirigido a ella en particular y cuando el silencio se hizo, ella siguió oyendo su corazón, contando los instantes que le quedaban. ¿Sería mejor o peor que saliese su nombre en ese papel? Si no iba a los juegos, ¿qué sería de ella? No la iban a dejar volver a su casa y a su vida, eso seguro. En los juegos al menos tendría una oportunidad, ¿no? Pero estaría obligando a sus padres a verla morir... ¿Qué sería lo mejor?
Aquello dejó de importar, porque el caso es que el nombre pronunciado fue el suyo, y la adolescente tardó un segundo en asimilarlo. Alzó la mirada a la paltalla, donde aparecía, gigante y en una caligrafía elegante, su sentencia. Cerró los ojos con fuerza un segundo y tomó aire, para después abrirlo y cuadrar los hombros mientras salía del grupo y avanzaba hacia el escenario, intentando mantener un paso firme, más por los Fairhope que por no dar una imagen débil.
Sí, estaba bien — pensaba, mientras subía cada escalón —, era lo correcto, lo que merecía.
Guardar silencio no había ayudado a su situación, pero más allá de repetir que no estaba intentando huir, que no estaba haciendo nada malo, ¿qué podía decir? Cualquier cosa que pudiese exonerarla a ella también podía condenar al moreno, y no podía arriesgarse a empeorar su situación. Así que optó por guardar silencio, y allí parecía que imperaba la ley del "quien calla, otorga". Era culpable sin juicio.
De todos modos, se lo merecía. Se merecía cualquier cosa que le pasase. Porque era su culpa que estuviesen en esa situación, de su estupidez y su egoísmo. Si hubiese aceptado que Hyperion no quería esa vida, que necesitaba más, que ella no era suficiente... Si no hubiese estado tan cegada por el miedo de perderle se habría dado cuenta de que seguirlo era peligroso para ambos. Y ahora, por su maldita culpa, era seguro que no se verían más. Y quizá era lo mejor, puesto que él debía de odiarla, y con razón.
Había pasado días sola, hecha un ovillo en una esquina de la celda que le habían asignado y quizá al cuarto día, o al quinto, le sorprendió la visita de sus padres. A saber cuántos hilos habían tenido que mover, cuántos favores que pedir y que cobrarse solo para entrar a abrazarla y quedarse unos míseros diez minutos. Lo suficiente para que Dianthe supiese lo que la esperaba.
Los Fairhope pudieron visitarla también esa mañana de la Cosecha, y su madre la ayudó a asearse y le llevó uno de sus vestidos. La peinó y la vistió, y Dianthe se dejó porque ¿cómo iba a negarle eso, si seguramente fuese la última vez que pudiera ejercer su rol de madre? La lista de culpas de la squib aumentó al añadir arrebatarles a sus padres su única hija.
Cuando salió de la celda lo hizo como en un sueño, sus pies no parecían sus pies y todo era un borrón mientras se acercaba a la zona de registro. El pinchazo le sacó un poco de esa irrealidad, devolviendo sus pies a suelo firme. Caminó hasta reunirse con las demás participantes en la cosecha, captando ahora que su mente estaba allí las miradas hostiles a su alrededor. Para las que no era una maldita squib, era la ricachona demasiado bien vestida para el momento. De cualquier manera, el enemigo.
Se abrazó a sí misma y se atrevió a buscar otra mirada, que esperaba igual de hostil. Los ojos chocolate recorrieron la sección masculina, encontrándole enseguida, pero cuando se topó con los de él, apartó los propios con demasiada culpa como para aguantarle la mirada.
Apretó el agarre en sus costillas mientras de fondo el mensaje tronaba, calando, pareciendo que iba dirigido a ella en particular y cuando el silencio se hizo, ella siguió oyendo su corazón, contando los instantes que le quedaban. ¿Sería mejor o peor que saliese su nombre en ese papel? Si no iba a los juegos, ¿qué sería de ella? No la iban a dejar volver a su casa y a su vida, eso seguro. En los juegos al menos tendría una oportunidad, ¿no? Pero estaría obligando a sus padres a verla morir... ¿Qué sería lo mejor?
Aquello dejó de importar, porque el caso es que el nombre pronunciado fue el suyo, y la adolescente tardó un segundo en asimilarlo. Alzó la mirada a la paltalla, donde aparecía, gigante y en una caligrafía elegante, su sentencia. Cerró los ojos con fuerza un segundo y tomó aire, para después abrirlo y cuadrar los hombros mientras salía del grupo y avanzaba hacia el escenario, intentando mantener un paso firme, más por los Fairhope que por no dar una imagen débil.
Sí, estaba bien — pensaba, mientras subía cada escalón —, era lo correcto, lo que merecía.
Interacción
Interacción: Libre.
Mención: Hyperion O'Riley.
Mención: Hyperion O'Riley.
Icono :
Tributo Masculino
Las chicas se movieron, ocuparon sus puestos sin que nadie aplauda demasiado. La señorita Fairhope no puso resistencia. No parecía que habría problemas.
Para cuando anunciaron que era el turno de los varones el silencio se había instalado con pesadez. La mano volvió a hurgar entre las papeletas, esta vez a su derecha, hasta dar con el nombre del pobre susodicho que sería el acompañante de la jovencita que acababa de subir al escenario.
Un nuevo nombre retumbó para que el mundo sepa su condena.
— ¡Hyperion O'Riley !
Icono :
Cosecha: Distrito 07
Su madre solía decir que el destino es caprichoso.
"Las damas primero".
Dianthe alzó la vista un instante.
Nunca llegó a comprender a qué se refería, ¿podía ser caprichoso algo que siquiera era tangible?
Aspiró profundamente y soltó el aire de forma sonora a través de los dientes, tal vez habría sido mejor que no llegase a verla antes de que anunciasen a la desafortunada Tributo del Distrito porque, en el momento en que sus ojos se cruzaron y ella desvió la mirada de inmediato, sintió como todas sus esperanzas se transformaban en una pesada cadena que amenazaba con asfixiarlo. Tal vez fuese una mera representación, trató de convencerse a sí mismo mientras estudiaba su aspecto. Tal vez su nombre no se encontrase entre los del resto pero la hubiesen hecho asistir al acto como aviso, una forma de advertirla, de llamarle la atención.
No podría haber estado más equivocado.
Él, que siempre se había considerado a sí mismo valiente, siquiera fue capaz de alzar la mirada para ver el nombre que reflejaron las pantallas. Su mente había perdido la capacidad de procesar voces e imágenes que no fuesen las de la squib, no había nadie alrededor, solo ella, de pie, abrazándose a sí misma, rodeando sus costillas mientras la Cosecha seguía su rumbo. Estudió la forma de sus labios, el arco redondeado de su barbilla, el corte perfecto de sus ojos cuando éstos se abrieron levemente al reconocer el nombre que él se negaba a mirar.
Tensó la mandíbula al verla moverse, separarse del grupo y dirigirse decidida hacia la escalinata del escenario.
— ¡No! —jadeó.
Hizo ademán de dirigirse hacia ella sin tener una idea clara de qué haría a continuación, ¿armar jaleo suficiente como para que tuviese tiempo a escapar? ¿Subir al escenario e intentar herir a alguno de los escoltas? Hiciese lo que hiciese sabía que no saldría bien, pero no contempló aquellos escenarios hasta que el chico que tenía al lado —otro hijo de muggles que se había criado con él en el orfanato— lo enganchó del brazo y, con una fuerza sobrehumana, lo mantuvo en el sitio. Si entorpecía la emisión lo único que conseguiría sería emborronar la imagen de la joven frente a los televidentes del Capitolio y ella, que provenía de una buena familia, tenía más oportunidades de conseguir convertirse en favorita que cualquiera de los esclavos, rebeldes o hijos de muggles poseedores de magia que pudiesen ir.
Era inocente, si lo demostraba tal vez pudiese salvarse.
Debía odiarlo.
Apretó los puños con fuerza esperando a que finalmente desviase la vista hacia él, a que le dirigiese una mirada iracunda, que lo fulminase, cualquier cosa. Pero no lo hizo, así que no le quedó más remedio que atender al evento esperando que el siguiente nombre que emergiese de los labios del escolta fuese el suyo. Aunque no lo fuese, decidió, alzaría su mano proclamándose voluntario. Teniendo en cuenta que moriría de todos modos, se negaba a hacerlo allí en el Distrito donde no sería de ninguna ayuda, dentro de una celda oscura y húmeda.
"¡Hyperion O'Riley!".
La voz de su madre se superpuso al anuncio de su nombre en aquel instante.
"El destino es caprichoso, hijo mío", había dicho antes de abrazarlo apenas se vieron por primera vez, "cuando algo se tuerce no duda en volver a enderezarlo". Comprendió al ver su nombre reflejado en la pantalla que la vida de Dianthe se había torcido al conocerlo. Si no hubiese sido tan terco la noche que trató de escapar tal vez ambos estarían a salvo o lo habrían atrapado únicamente a él, podría haberla llevado a casa, haberla dormido y haberse marchado. Pero no, se había negado a dejarla ir pese a pedírselo, la había retenido con tal de estar más cerca, de permitirse las licencias que tantas veces se había negado.
No mostró cambio alguno en el rostro cuando, finalmente, se apartó del resto y, erguido en toda su estatura, cuadró los hombros. Recorrió el estrecho camino como si en lugar del patíbulo fuese una alfombra roja, con pasos firmes y el mentón alzado, desafiante.
Al subir al escenario evitó mirar a Dianthe más de lo debido, los Juegos eran juegos, después de todo.
Clavó sus ojos oscuros en el frente, había asumido que moriría hacía ya una semana tras confesar que realmente estaba tratando de escapar así que podría decirse que, dejando a un lado la situación de la persona que había a su lado, estaba bastante tranquilo respecto a su propio futuro.
Mataría y moriría por ella, ¿no era eso lo que quería el destino?
Los mandaba juntos para que el mago pudiese enderezar lo que él mismo había torcido.
"Las damas primero".
Dianthe alzó la vista un instante.
Nunca llegó a comprender a qué se refería, ¿podía ser caprichoso algo que siquiera era tangible?
Aspiró profundamente y soltó el aire de forma sonora a través de los dientes, tal vez habría sido mejor que no llegase a verla antes de que anunciasen a la desafortunada Tributo del Distrito porque, en el momento en que sus ojos se cruzaron y ella desvió la mirada de inmediato, sintió como todas sus esperanzas se transformaban en una pesada cadena que amenazaba con asfixiarlo. Tal vez fuese una mera representación, trató de convencerse a sí mismo mientras estudiaba su aspecto. Tal vez su nombre no se encontrase entre los del resto pero la hubiesen hecho asistir al acto como aviso, una forma de advertirla, de llamarle la atención.
No podría haber estado más equivocado.
Él, que siempre se había considerado a sí mismo valiente, siquiera fue capaz de alzar la mirada para ver el nombre que reflejaron las pantallas. Su mente había perdido la capacidad de procesar voces e imágenes que no fuesen las de la squib, no había nadie alrededor, solo ella, de pie, abrazándose a sí misma, rodeando sus costillas mientras la Cosecha seguía su rumbo. Estudió la forma de sus labios, el arco redondeado de su barbilla, el corte perfecto de sus ojos cuando éstos se abrieron levemente al reconocer el nombre que él se negaba a mirar.
Tensó la mandíbula al verla moverse, separarse del grupo y dirigirse decidida hacia la escalinata del escenario.
— ¡No! —jadeó.
Hizo ademán de dirigirse hacia ella sin tener una idea clara de qué haría a continuación, ¿armar jaleo suficiente como para que tuviese tiempo a escapar? ¿Subir al escenario e intentar herir a alguno de los escoltas? Hiciese lo que hiciese sabía que no saldría bien, pero no contempló aquellos escenarios hasta que el chico que tenía al lado —otro hijo de muggles que se había criado con él en el orfanato— lo enganchó del brazo y, con una fuerza sobrehumana, lo mantuvo en el sitio. Si entorpecía la emisión lo único que conseguiría sería emborronar la imagen de la joven frente a los televidentes del Capitolio y ella, que provenía de una buena familia, tenía más oportunidades de conseguir convertirse en favorita que cualquiera de los esclavos, rebeldes o hijos de muggles poseedores de magia que pudiesen ir.
Era inocente, si lo demostraba tal vez pudiese salvarse.
Debía odiarlo.
Apretó los puños con fuerza esperando a que finalmente desviase la vista hacia él, a que le dirigiese una mirada iracunda, que lo fulminase, cualquier cosa. Pero no lo hizo, así que no le quedó más remedio que atender al evento esperando que el siguiente nombre que emergiese de los labios del escolta fuese el suyo. Aunque no lo fuese, decidió, alzaría su mano proclamándose voluntario. Teniendo en cuenta que moriría de todos modos, se negaba a hacerlo allí en el Distrito donde no sería de ninguna ayuda, dentro de una celda oscura y húmeda.
"¡Hyperion O'Riley!".
La voz de su madre se superpuso al anuncio de su nombre en aquel instante.
"El destino es caprichoso, hijo mío", había dicho antes de abrazarlo apenas se vieron por primera vez, "cuando algo se tuerce no duda en volver a enderezarlo". Comprendió al ver su nombre reflejado en la pantalla que la vida de Dianthe se había torcido al conocerlo. Si no hubiese sido tan terco la noche que trató de escapar tal vez ambos estarían a salvo o lo habrían atrapado únicamente a él, podría haberla llevado a casa, haberla dormido y haberse marchado. Pero no, se había negado a dejarla ir pese a pedírselo, la había retenido con tal de estar más cerca, de permitirse las licencias que tantas veces se había negado.
No mostró cambio alguno en el rostro cuando, finalmente, se apartó del resto y, erguido en toda su estatura, cuadró los hombros. Recorrió el estrecho camino como si en lugar del patíbulo fuese una alfombra roja, con pasos firmes y el mentón alzado, desafiante.
Al subir al escenario evitó mirar a Dianthe más de lo debido, los Juegos eran juegos, después de todo.
Clavó sus ojos oscuros en el frente, había asumido que moriría hacía ya una semana tras confesar que realmente estaba tratando de escapar así que podría decirse que, dejando a un lado la situación de la persona que había a su lado, estaba bastante tranquilo respecto a su propio futuro.
Mataría y moriría por ella, ¿no era eso lo que quería el destino?
Los mandaba juntos para que el mago pudiese enderezar lo que él mismo había torcido.
Interacción
Mención: Dianthe Fairhope.
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Cosecha: Distrito 07
No, aquello ya no estaba bien. El nombre pronunciado después de el suyo propio tenía que estar equivocado. Dianthe estaba recién haciendo las paces con la idea de no volver a ver al moreno, y ahora el destino se reía en su cara con su carcajada más cruel, reuniéndolos de nuevo.
Debía ser cierto eso de que la esperanza es lo último que se pierde, puesto que incluso entonces ella esperó que ocurriese el milagro y alguien se ofreciese voluntario en el lugar de Hyperion. Pero, por supuesto, no pasó; no solo era bastante improbable que allí nadie diese la vida por otra persona, es que además la suerte estaba decidida a no estar de su parte.
Así que, ahora sí, los ojos chocolate de la squib siguieron cada paso de la figura del tributo masculino, desde que dejó el grupo atrás hasta que estuvo a su lado en el escenario. No podía apartarlos, como hechizada, de su andar seguro, de su mirada de acero y esquiva, y pensó que, tal vez, igual que le ocurría a ella, tal vez a la audiencia le pasase igual. Y si él tenía esa oportunidad, sí que quedaba esperanza.
Tal vez pudiese vivir, pensó mientras se volvía hacia él para estrechar su mano, como les habían indicado. Y aunque ella no creía poder ayudarle a ganar, sí que podía no volver a cruzarse en su camino, no estropearle esta nueva oportunidad con su simple existencia. No aferrarse a él.
Debía, esta vez sí, dejarle ir.
Debía ser cierto eso de que la esperanza es lo último que se pierde, puesto que incluso entonces ella esperó que ocurriese el milagro y alguien se ofreciese voluntario en el lugar de Hyperion. Pero, por supuesto, no pasó; no solo era bastante improbable que allí nadie diese la vida por otra persona, es que además la suerte estaba decidida a no estar de su parte.
Así que, ahora sí, los ojos chocolate de la squib siguieron cada paso de la figura del tributo masculino, desde que dejó el grupo atrás hasta que estuvo a su lado en el escenario. No podía apartarlos, como hechizada, de su andar seguro, de su mirada de acero y esquiva, y pensó que, tal vez, igual que le ocurría a ella, tal vez a la audiencia le pasase igual. Y si él tenía esa oportunidad, sí que quedaba esperanza.
Tal vez pudiese vivir, pensó mientras se volvía hacia él para estrechar su mano, como les habían indicado. Y aunque ella no creía poder ayudarle a ganar, sí que podía no volver a cruzarse en su camino, no estropearle esta nueva oportunidad con su simple existencia. No aferrarse a él.
Debía, esta vez sí, dejarle ir.
Interacción
Interacción: Libre.
Mención: Hyperion O'Riley.
Mención: Hyperion O'Riley.
Icono :
Salida
Los tributos habían sido escogidos. Sus rostros iban a recorrer el país entero y sus nombres serían los que ocuparían las bocas de todos los habitantes en las semanas siguientes. El reloj había comenzado a correr.
Las escoltas pidieron que estrechen sus manos. Una imagen de breve unidad que se rompería con el correr de los días, al menos en la mayoría de los casos. Después de todo, en esta ocasión habría sólo un vencedor.
Las cámaras captaron cómo los tributos, las escoltas y los mentores se metían dentro del Edificio de Justicia de cada uno de sus distritos. Las plazas empezaron a vaciarse, repletas de rostros que cargaban con el alivio de no haber sido elegidos a costa del sufrimiento de alguien más.
Solo quedaba despedirse.
Luego llegaría el Capitolio.
— A partir de este momento no se aceptan más tributos en los registros.
— Quienes deseen abrir temas de despedida con sus seres queridos en el Edificio de Justicia de su distrito son libres de hacerlo. Claro que esto es un tema individual y no corre dentro de las recompensas de participación en los juegos.
— Tras las despedidas, los tributos han sido enviados con transportadores mágicos al Capitolio junto con sus mentores y escoltas. Fueron recibidos en la Plaza Principal frente al Ministerio de Magia, en una zona vallada y rodeada de cámaras y público curioso. Tras eso han sido enviados al centro de estética para ser preparados para el desfile de esa misma noche.
— Cualquier duda o consulta, comunicarse con el Staff.
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