Orion Areus Black nació en una familia acomodada; y no cualquiera de ellas, la familia que dirigió el país durante 87 años enteros. Los Black y los Herondale eran dos familias de sangre pura, que gobernaban el país haciéndole creer a los humanos que estaban de su parte, cuando su único objetivo era reprimir a los magos para asegurarse de que nadie, jamás, tenía poder suficiente para derrocarlos. Y les funcionó bastante bien. Para asegurar la pureza de la sangre, los Black casaban a sus hijos con otros magos sangre pura y a veces, a falta de sangre nueva, con miembros de su propia familia. Así fue durante generaciones, lo cual aseguró el traspaso de poderes dentro de los Black durante casi un siglo entero.

Orion fue el mayor de los mellizos, mientras que Stephanie, su hermana, nació a los pocos minutos de hacerlo él. Nunca idolatró tanto a una persona como lo hizo, durante la mayor parte de su vida, con su hermana. Gesto que levantaba las sospechas e incluso el rumor continuo sobre lo que fuera que se traían ambos mellizos entre manos. Porque si de algo estaba seguro todo Neopanem era de que los hermanos, juntos, eran prácticamente imparables. Retorcidos y soberanos no sólo de los juegos, sino de todo lo que les rodeaba, siempre generaron una atmósfera de crispación allí por donde pasaban. Sin embargo, por más que Orion siempre hubiese sido el heredero de todo el continente, la que verdaderamente tejía los hilos en la familia era Stephanie. Sólo que, como machistas y patriarcales que fueron durante toda la vida, la figura principal siempre debía recaer en un varón. Quizás eso fue así hasta su muerte.

Porque Orion no fue más que un germen dentro de su propia familia. Bebido y creyente de que la magia realmente sí podría ser algo que todos debían usar, ayudó y participó activamente -aunque desde las sombras- en los primeros intentos de los rebeldes por derrocar el propio dominio de su familia y, por consecuente, de su hermana. La misma que siempre buscó hacerse un hueco, y la misma que lo consiguió convirtiéndose en el verdadero referente. Pues para Orion el caos fue el mejor partido, aunque todo se volteó en su contra cuando se descubrió que, en efecto, él era el causante de la mayor parte de las filtraciones. Filtraciones que ayudaron a ese derrocamiento y que, posteriormente, le quitaron la vida.

Una vida que él hubiese querido vivir, aunque nunca reconocieran abiertamente, junto a Coco. La única que supo controlarle y no caer a las insinuaciones durante tantos años cuando aún los juegos se regentaban por ambos hermanos. La única que no buscó acercarse a él y, por ello, la única que se terminó ganando todo su interés finalmente. La única que, junto a su hermana, aún recuerda fervientemente. Y la única que fue capaz de darle un hijo, ese que ha estado en boca de tanta gente y que ansía conocer por el único hecho de saber que está bien. Porque él nunca llegó a morir del todo, su esencia quedó atada en alguna parte del continente.

La mansión de los Black no se ha vuelto a visitar desde el incidente de una boda que bien pudo asimilarse al carmesí del vino que todos los invitados bebieron. Ese vino que envenenó las gargantas de todos los allí presentes, y que lo sacó del mapa al poco de saber que esperaban un hijo. ¿O realmente nunca lo llegó a conocer? No está seguro de ello, pues tampoco es consciente de todo lo que está pasando y mucho menos presta verdadera atención al entorno que le rodea. Vive aferrado a la esencia de ese objeto que Coco dejó con él y que le acompañó durante toda la velada del casamiento de su hermana hasta su muerte. Un pequeño relicario, envuelto en una fina capa de oro blanco, que guarda el recuerdo de lo que Coco fue en su infancia y en su adultez. Un símbolo que, nunca supo si forzada o no, quiso darle.

Sigue a solas, envuelto en ese aire de crudeza, y enterándose de todas y cada una de las cosas que pasan por el mundo tanto mágico como muggle. Pero no llega a conseguir entenderse con todo, pues no se atreve a abandonar sus raíces por miedo a perder aquel objeto que sirvió en vida a su prometida. Espera, con paciencia, el momento en el que alguien se atreva a descubrir qué es lo que guarda la mansión Black después de tantos años del fatídico desenlace. O afortunado, según la persona a que se lo preguntes.