Que la unión de sangre pura era más importante que sus propios sentimientos era algo que Benjamin y Clementine tuvieron claro desde que formalizaron su relación. Incluso en aquellos tristes años en los que los magos eran repudiados, las familias Hartley y Gardner querían mantener lo único que les quedaba: su legado y el deseo de un futuro mejor.

No pasó mucho tiempo hasta que Benjamin terminó enamorándose de aquella melena castaña y esos ojos verdes que se clavaban en los suyos y le hacían sentir mariposas revolotear en su estómago. Terminó cayendo, fue el primero de los dos en enamorarse y pensó que, al fin y al cabo, el trato de sus familias para perdurar la pureza de su descendencia tampoco podía ser tan malo.

Tenía la esperanza de que Clementine terminaría enamorándose de él; ella siempre dijo que le tenía un cariño especial, nunca que fuera amor.

Durante los años de guerra por sus derechos siempre fueron tres. Willhem se unió a las filas de Benjamin y Clementine y esta última lo empezó a mirar de la misma forma en la que su entonces prometido la miraba a ella. Manos cogidas bajo la oscuridad, escapadas nocturnas y besos prohibidos en los callejones. Estaba mal, pero se sentía bien.

Después, todo pasó demasiado rápido. Un disparo en el pecho, la figura de Willhem desangrado en el suelo, lágrimas recorriendo las mejillas de ambos. Las de ella porque había perdido al amor de su vida; las de él porque creía haber perdido un amigo.

Ocho meses más tarde nació la niña más afortunada del mundo. Y no se trataba de Primrose, sino de su hermana. El único recuerdo que le quedó a Clementine del que fuera el amor de su vida. Juró protegerla por encima de todo y para ello tuvo que recurrir a la mentira, a hacer creer a Benjamin que era hija suya. Él creyó que aquella hija sería la llave al corazón de su mujer.

Y tras un par de años, en pleno equinoccio de primavera, con las primeras flores abriéndose tras el frío invierno, llegó la segunda hija del matrimonio. Eligieron su primer nombre en honor a la estación que acababa de comenzar.

primrose / prim·rouz

(n.) from the latin 'prima rosa' meaning 'the first rose'

Creció bajo la enorme sombra de su hermana mayor, la primogénita, la que había curado las profundas heridas de su madre, la elegida para dar felicidad a aquel matrimonio aunque en realidad fuera una bastarda. Prim siempre estuvo en segundo plano, llamando a mamá a gritos y acercándose a papá cada vez que tenía una oportunidad. No podía decirse que no la querían, pero la preferencia era evidente y las comparaciones, odiosas.

Por suerte nació en un mundo en el que ya no tenía que luchar, en el que se lo habían dado todo y ella solo tenía que agradecer a los que habían luchado durante años por una causa que desconocía. Sus padres no hablaban sobre sus años de rebeldes, simplemente sobre cómo fueron renegados durante años y que ahora era su tiempo de tomar venganza. Así, Primrose creció creyendo que debía odiar a todos los que no fueran brujos, todos los que consideraban inferiores.

Eclipsada y sin nadie que se molestara en criarla como era debido, decidió convertirse en el polo opuesto de su hermana, dejó que sus sentimientos negativos la absorbieran hasta convertirse en la peor versión de sí misma, en el rencor y el odio que había estado acumulando durante años.

En el Royal se convirtió en la más temida por su personalidad retorcida y su lengua afilada. No hizo amigos y nunca creyó que los necesitara, alejaba a la gente a su paso y eso le gustaba. Hacía sentir terror y eso le provocaba una sonrisa en los labios. Su personalidad no cambiaba en las paredes de casa, sus padres solo estaban demasiado ocupados elogiando a su hermana como para ocuparse de ella.

La primogénita se marchó dejando un beso en las mejillas de todos, incluso en la de la persona que más la detestaba en el mundo. Y Primrose no se apartó porque, en el fondo, ansiaba un poco de cariño. Pero la marcha de su hermana no mejoró las cosas, su madre seguía ignorándola y su padre se mantuvo invadido por el trabajo.

Primrose nunca comprendería que era la viva imagen de todo por lo que Clementine tuvo que resignarse. Pero sigue intentando, a su manera, llamar la atención de sus padres, como un grito ahogado de socorro de una niña que solo necesita un poco de cariño. Por favor, susurra en sueños, solo quiero lo mismo que ella.