Haber crecido en un mundo donde la magia corría por las calles no hizo que Laurence Dickens no supiera de la guerra, esa que pareció terminar unos años antes de que él naciera.

Su padre, Conan Dickens, nació y creció en las ruinas de Londres como un mago que siempre se las arregló para mantenerse con vida a pesar de las pésimas condiciones. Laurie escucharía durante toda su infancia sobre aquel familiar que murió a manos de los bombardeos que los Black lanzaron sobre la ciudad inglesa hace muchos años. ¿Siendo honestos? Al ser cuentos viejos, el muchacho jamás le dio una verdadera importancia. Su familia habrá estado marcada por un evento traumático pero, en su opinión, sería muy hipócrita de su parte el lamentarse por alguien a quien jamás llegó a conocer y con el cual siempre acabaron por comparar. Por eso mismo vamos a enfocarnos en su vida personal y no en la de alguien más.

Como ya dijimos, la juventud de Conan fue un poco complicada. Tras sobrevivir al bombardeo que mató a su sobrino y enloqueció a su hermano mayor, decidió instalarse con los magos rebeldes que tomaron el Distrito 11 de NeoPanem en el año 2451. Por ese entonces ya era un hombre de mediana edad que se enamoró de una bruja hija de muggles, Phillipa, con quien se mudó al Distrito 01 tras la caída de los Black y la subida de los Niniadis al poder. Allí fue donde comenzaron su vida juntos. Fueron parte de la sociedad que se comprometió a trabajar en las bases del Ministerio de Magia y de ese modo consiguieron un estilo de vida cómodo y estable. Consiguieron una casona agradable, se casaron y pocos años después tuvieron a quien sería su único hijo y, en definitiva, la persona a la cual se dedicaron a malcriar desde el instante en el cual dejó salir su primer llanto. Si vamos a ponernos sinceros, era la clase de bebé que en cuanto tuvo consciencia de sus acciones no hacía más que llorar para obtener hasta la temperatura de biberón deseada.

No, no eran malos padres, pero nadie puede negar que a veces necesitaban aprender a serlo.

Laurence Beau Dickens nació en pleno julio y eso significaba que su cumpleaños era la excusa perfecta para festejos relacionados a acampadas de verano o partidos emocionantes de Quidditch. Su primera muestra de magia la dio a los cuatro años tras, obviamente, una rabieta que le hizo explotar la copa de vidrio que su madre no le estaba permitiendo agarrar. Empezó a asistir al Royal a los seis años y, después de clases, solía dividir su tiempo entre la oficina de su padre y el estudio de su madre. Una infancia tranquila para un hechicero promedio en la cual las historias de la guerra eran solo eso, cuentos. Creció con una idea aproximada del pasado que decidió dejar atrás en vista de que su familia se veía estable. No preguntaba demasiado, no cuando parecía ser un tema delicado y su vida no tenía por qué cambiar con eventos que no le pertenecían.

Fue criado en una vida de cristal que se rompió cuando tenía trece años. Estaba cerca de la plaza principal ese 9 de septiembre, cuando las bombas empezaron a estallar y el Ministerio de Magia fue destruido frente a los ojos de todo NeoPanem. La distancia hizo que fuera de los que pudieron salir sin ningún daño, pero ahí comenzaron las preguntas que sus padres jamás se dignaron a responder. Laurie los oía discutir, claro está, pero no tuvo otra opción que fingir que todo estaba igual cuando de puertas para adentro todo parecía desmoronarse.

La guerra no tardó en llegar a NeoPanem y su madre fue la primera en decirle rotundamente que debía mantenerse alejado de los problemas. Se centró en la escuela, en los entrenamientos de Quidditch y en llevar una vida normal, incluso cuando las nuevas demandas del gobierno no hacen más que terminar de contaminar el mundo que ha conocido toda su vida.