El mundo mágico ha sido reducido a cenizas. El ministerio, San Mungo y el Callejón Diagon son sólo tres ejemplos de la masacre perpetuada el 12 de abril. Tal vez pecamos de confiados, tal vez abusamos demasiado de ellos. Querer ser más modernos con las raíces aún en el pasado no fue buena idea. Años de persecución y discriminación han dado su fruto.

Pasado un tiempo y todavía recuperándonos de la ruina, intentamos buscarle sentido a lo ocurrido. Ponemos en tela de juicio nuestras emociones, hábitos, comportamientos e incluso ideologías. Procuramos entender cuál fue el desencadenante, pero nada ni nadie responde.

Por suerte o por desgracia, hemos conseguido replicar algo similar a lo que teníamos. Hogsmeade es el refugio de muchas familias de magos y brujas, aunque otros han preferido huir a otros países. Se ha construido un nuevo San Mungo, Ministerio de Magia, y una sociedad, si cabe más clasista y estirada que antes, pero, ¿y quién puede juzgarnos? Quisimos avanzar, dejar el tufillo a rancio atrás y no nos lo permitieron.

Gracias a la intención de demoler el Estatuto Internacional del Secreto, y la cercanía con los muggles de la anterior ministra, los supervivientes erradicaron esa figura para crear lo conocido como “El Concilio”. El sistema dictatorial y unidireccional no era suficientemente moderno. La democracia pasó a un grupo de familias que se dedican a escuchar los problemas, tomar decisiones y dar órdenes. No tienen mucho más misterio. Nada pasa sin su consentimiento, pero todos están de acuerdo.

Hogwarts sigue igual. No ha cambiado nada. Los hijos de muggles están más apestados que nunca y, por si no fuera poco, sus familias son engañadas, arrebatadas de cualquier recuerdo sobre la magia y manipuladas. Todo esto para hacerles creer que sus hijos son enviados a un internado y protegernos las espaldas.

Entiéndeme, no es más que una tapadera, pero necesaria. Después de todo lo que ha pasado, no podemos permitirnos ser vulnerados.