Malloy Juni Marshall nació en el distrito 6, siendo la segunda mujer menos esperada por la cabeza de la familia. Resulta que en una familia de mecánicos, lo que siempre se espera es tener son hijos varones, para que colaboren en el taller y demás, pero aquello no estaba dictado dentro del destino del patriarca de la casa. Primero vino Dorcas, y en segundo lugar, nuestra protagonista.

El infortunio de ser bendecido con dos mujeres no significó el fin del mundo para la joven pareja, al contrario, representó un desafío. Malloy se crió rodeada de vehículos y máquinas a medio terminar, hombres bañados en aceite de motor, y una crisis política que a temprana edad logró alcanzarla. Cuando la caída de los Black fue anunciada en todos los medios de comunicación; la familia Marshall cogió sus cosas en medio de la noche, e intentó salir del distrito. Pero agentes de la paz consiguieron interceptarlos a mitad de camino, y acabaron siendo separados dentro del mercado de esclavos.

La muchacha fue vendida y trasladada hasta el distrito tres, pero en lugar de dedicarse a servir a alguna familia mágica de la zona, acabó en un laboratorio. La marca M fundida en su piel, ahora se veía opacada por los números 07. A partir de allí, este sería su nuevo nombre. Ya nadie la llamaba Mal, Mally, o pequeña Juni, como su padre solía hacer, ahora estaba calificada como un número más dentro de la corporación al igual que muchos otros muggles que sufrieron el mismo destino.

¿Qué hacían con ellos allí dentro? Al igual que en una novela de Mary Shelley; experimentaban con ellos. El jefe a cargo del departamento estaba obsesionado con encontrar una cura y comprender más a fondo el funcionamiento de la licantropia, pero iba en contra de sus ideales practicar con aquellos con los que compartía un don mágico, y como los muggles representaban la peor escoria y la inutilidad en su máxima expresión, pues así acabó... Siendo una de las primeras víctimas de sus tétricos juegos, pero su mejor rata de laboratorio.

Mallory sobrevivió a la infección, y participó en continuos experimentos en contra de su voluntad. Con el paso de los años dejó de preguntarse donde estaban sus padres, o su hermana, incluso también el resto de sus amigos, poco a poco también fue olvidando sus nombres, también sus rostros, y el aroma que caracterizaba a cada uno. Acabó con el autoestima tan baja que el transcurso del tiempo pasó desapercibido, no sabe a ciencia cierta cuantos años pasó encerrada allí, la única cuenta que comenzó a ser importante para ella era cuantos días faltaban para que la luna se encontrase en su máximo esplendor, y con ello, una serie de torturas que la echaban aún más al fondo de su propio foso.

Hace dos años, los magos del departamento se estaban preparando para trasladar a Mallory a otro laboratorio, por lo que iban a sacarla de su propia celda, e iban a subirla a una camioneta. Todavía recuerda cómo se sintieron los primeros rayos de sol golpeando su rostro, y con el; su último atisbo de voluntad que le dieron la fuerza suficiente para escapar. Quienes estaban a su cuidado no se vieron venir el repentino cambio de actitud de la joven, al fin y al cabo era de las pacientes más dóciles del edificio. La secuencia fue tan fugaz, que incluso antes de que la propia Marshall pudiera darse cuenta, ya se encontraba en los límites de la frontera del distrito.

A partir de allí solo corrió, día y noche. Interceptando a otros esclavos durante el camino para robarles su permiso de traslado y así poder adoptar identificaciones ajenas a fin de viajar por los trenes de las otras localidades. Así fue como acabó refugiada en su hogar actual; el distrito 12. Lugar donde conoció al desgraciado más grande que haya pisado la tierra; Hermann Richter. ¿Lo odia? No, pero conoce en base a su propia experiencia su peculiar temperamento. Incluso con todos sus defectos ha conseguido tenerle cierto cariño y respeto, en primer lugar por darle asilo entre su gente, y en segundo lugar por representar, de una manera bastante tétrica y deformada, su única figura paterna actualmente.