OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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— Siempre he tenido la sensación de que eres la madre más afortunada del mundo — dejo caer el comentario al pasar en lo que acomodo a mi sobrino en un brazo que aún le queda grande a pesar de los meses. Él ni se inmuta, sigue mirándome con los ojos entornados como si estuviera sospechando que soy la persona que le ha robado dinero al banco nacional — Nunca he visto un bebé tan callado como Denny. No es como si tuviera una enorme experiencia con niños, pero si tomamos que mis ejemplos más cercanos son Rory y Tilly… — ni siquiera recuerdo mucho de lo que era ella cuando era una cría, así que no hay manera de averiguar si esto es genética o pura suerte aleatoria de su parte. Tampoco es que vaya a ir a preguntarle a la única persona que podría solucionar esta duda.
Los primeros días de octubre se han llevado el calor sofocante del pasado verano, pero el sol aún continúa en lo alto y eso nos permite pasear por las playas privadas de la Isla Ministerial sin la necesidad de recibir una fuerte ventisca. Sé que siempre tenemos la opción de reunirnos en el cuatro pero, de mala gana, hay que admitir que estamos mucho más seguros en el sitio más monitoreado de todo el país en caso de que mi padre o algún otro se crea demasiado listo como para interrumpir nuestra juntada. Obviemos de que el muy cobarde es incapaz de aparecer cuando estoy cerca, pero eso tampoco me sorprende. Si hay alguien que se mueve como una rata de alcantarilla, es Hermann Powell.
Mathilda encabeza la marcha, correteando entre la arena a algunos metros de distancia con su balde amarillo, ese que no deja de cargar de piedras y caracolas que va encontrando a su paso y, de vez en cuando, me grita con una bien en lo alto para enseñarme su tesoro cuya emoción le durará unos segundos — ¿Cómo has estado? — aunque mis ojos están puestos en la figura pequeña y rechoncha de unos metros más adelante, está claro que mi atención se encuentra centrada en mi hermana. Prenso los labios — Ya te he dicho que si no te sientes a salvo, siempre puedes quedarte con nosotros aunque sea solo unos días. O puedo prestarte alguno de los elfos domésticos para que te saquen de la casa en caso de una emergencia — me gustaría ver a nuestro padre tratando de luchar contra un elfo, sería todo un espectáculo.
Meto las manos en los bolsillos del fino abrigo sastre que me cubre el cuerpo entero hasta casi mis rodillas, no importa que el sol siga alzándose en lo alto del cielo, porque la potencia de calor no es parecida a la de hace unos meses, y llevo acumulando algo más de frío estos últimos días como para no depender de una chaqueta, por delgada que sea. Tengo la mirada posada sobre la marea que se revuelve con algo más de entusiasmo tras el cambio de estación, aunque sigue sin ser suficiente para que mi sobrina se preocupe por mojarse sus zapatos cuando se la ve más entretenida con el cubo de arena que rellena con lo que sea que le llame la atención. Al intento de conversación de mi hermano respondo girando el cuello en su dirección, le miro a él para llevar después mis ojos hacia mi hijo. —Es observador— contesto como explicación, nada extensa al regresar la vista sobre el azul de las olas. Observador como su padre, no como su madre, que no tengo el recuerdo de haber sido jamás fácil de lidiar cuando era un bebé, mis problemas siempre vinieron de hablar de más, no de lo contrario.
—Ocupada— soy consciente del tono neutro en mis palabras, casi que en singular, cuando no creo poder encontrar otra que exprese de la manera que quiero cómo han transcurrido estas semanas. —El trabajo me mantiene ocupada— vuelvo a hacer el intento. Es cierto que volver a empezar con las clases en el Royal ha ayudado a apartar mi mente de las cosas importantes que me preocupan, por las noches procuro quedarme escribiendo lo que acepté para Georgia para sumar ganancias a final de mes, y el resto del día es exclusivo para cuidar de Hayden. Pese a todo sigue sobrando espacio para los pensamientos que Hans no duda en sacar a colación. La sonrisa que brota en mis labios es sarcástica cuando me veo reflejada en los ojos de mi hermano, no tiene nada que ver con el sentimiento en mi interior y saca todo el contraste de la situación cuando aparto la mirada para volver a endurecer mis facciones. —¿Qué diferencia haría?— es una pregunta sincera —Aunque estuviera aquí, o en el distrito cuatro, vendría siendo lo mismo para personas como Hermann— me rehuso de llamarlo padre como he hecho en otras ocasiones, la sugerencia de los elfos domésticos me cae como una patada en el estómago. —Suena un poco patético que elfos domésticos tengan que hacer el trabajo que yo no puedo hacer.— utilizo palabras que he escuchado en bocas de otros, incluso cuando no es mi intención sonar ofensiva hacia los elfos, sino más bien hacia mí misma. —¿Pongo el que se supone que es mi trabajo, proteger a mi hijo, en las manos de otros?— chasco la lengua, con evidente molestia por cómo se dieron las cosas.
Reanudo la marcha con pasos lentos, mi ceño fruncido por tener que soportar la pequeña brisa fresca que me golpea el rostro y mueve mi cabello en las direcciones que le da la gana. —¿Y tú?— espero que entienda que también estoy preguntando por su bienestar a pesar de que me toma unos minutos el volver a alzar la voz. —¿La vida de casado te está tratando bien?— es una pregunta de la que me interesa saber la respuesta, por eso me fuerzo a sonreír en su dirección unos segundos antes de perderla en el abismo de los acantilados que podemos ver desde aquí.
—Ocupada— soy consciente del tono neutro en mis palabras, casi que en singular, cuando no creo poder encontrar otra que exprese de la manera que quiero cómo han transcurrido estas semanas. —El trabajo me mantiene ocupada— vuelvo a hacer el intento. Es cierto que volver a empezar con las clases en el Royal ha ayudado a apartar mi mente de las cosas importantes que me preocupan, por las noches procuro quedarme escribiendo lo que acepté para Georgia para sumar ganancias a final de mes, y el resto del día es exclusivo para cuidar de Hayden. Pese a todo sigue sobrando espacio para los pensamientos que Hans no duda en sacar a colación. La sonrisa que brota en mis labios es sarcástica cuando me veo reflejada en los ojos de mi hermano, no tiene nada que ver con el sentimiento en mi interior y saca todo el contraste de la situación cuando aparto la mirada para volver a endurecer mis facciones. —¿Qué diferencia haría?— es una pregunta sincera —Aunque estuviera aquí, o en el distrito cuatro, vendría siendo lo mismo para personas como Hermann— me rehuso de llamarlo padre como he hecho en otras ocasiones, la sugerencia de los elfos domésticos me cae como una patada en el estómago. —Suena un poco patético que elfos domésticos tengan que hacer el trabajo que yo no puedo hacer.— utilizo palabras que he escuchado en bocas de otros, incluso cuando no es mi intención sonar ofensiva hacia los elfos, sino más bien hacia mí misma. —¿Pongo el que se supone que es mi trabajo, proteger a mi hijo, en las manos de otros?— chasco la lengua, con evidente molestia por cómo se dieron las cosas.
Reanudo la marcha con pasos lentos, mi ceño fruncido por tener que soportar la pequeña brisa fresca que me golpea el rostro y mueve mi cabello en las direcciones que le da la gana. —¿Y tú?— espero que entienda que también estoy preguntando por su bienestar a pesar de que me toma unos minutos el volver a alzar la voz. —¿La vida de casado te está tratando bien?— es una pregunta de la que me interesa saber la respuesta, por eso me fuerzo a sonreír en su dirección unos segundos antes de perderla en el abismo de los acantilados que podemos ver desde aquí.
— Eso es bueno — tal vez es una tontería el aprobar algo como esto, pero creo que es mejor que tenga la cabeza centrada en algo tan simple como su empleo en lugar de estar dejando que vague por vaya a saber qué esquina. Sé mejor que otras personas lo traicionera que puede ser la mente humana como para dejarle todo el poder de nuestro estado mental, así que no le veo lo malo a su decisión de mantenerse con actividades que le quiten espacio a los malos pensamientos. Lo que no me espero es que sea tan drástica con su opinión y, a pesar de que le permito el hablar, la mirada que le lanzo deja bien en claro que estoy en desacuerdo a pesar de la vaga sonrisa que se asoma por mis labios — La diferencia es que ya sabemos que no tiene las bolas para venir cuando no estás sola y aquí no podría colarse sin que le corten la cabeza primero — tal vez estoy siendo un poco brusco si contamos que estamos hablando de nuestro padre, pero tampoco pienso arrepentirme de mi uso de palabras — No te castigues por no haber podido hacer nada para evitarlo, Phoebs. La mayoría de las personas habríamos actuado de la misma manera. Solo estoy tratando de encontrar alternativas para que no vuelvas a toparte en la misma situación — como si fuera poca cosa, me encojo de hombros — Jamás te sientas mal por pedir ayuda.
Uso la mano que tengo libre para darle una palmada cariñosa en la espalda. La pregunta me hace reír entre dientes y meneo un poco la cabeza — Bien — respondo sin pensarlo demasiado — No ha cambiado demasiado la dinámica, si consideramos que empezamos a vivir juntos porque ella estaba embarazada — Siempre haciendo las cosas en el orden adecuado, claro — Y ha sido difícil volver a la rutina después de dos semanas lejos de todo el mundo, pero nos vamos adaptando. Aún me parece extraño el saberme con una sortija en el dedo, pero me gusta. Es como darle cierre a una etapa de mi vida de forma oficial, listo para una completamente nueva. No sé si me entiendes… — su relación con Charles fue diferente, así que quizá no compartimos emoción con respecto a lo mismo.
La vocecita de Tilly hace que vuelva a mirarla en lo que me percato de que está corriendo hacia nosotros con un montón de balbuceos sin sentido, dispuesta a darle una enorme caracola a su tía. En cuanto cumple su cometido, sus piernas regordetas vuelven a alejarse a la carrera, sacudiendo el balde de un lado al otro — Quizá no todo sucedió como esperábamos, pero creo que ha valido la pena — admito en un murmullo cómplice. Acomodo a su hijo en mi brazo, el cual ya comienza a cansarse, para colocarlo con su mejilla contra mi hombro — Nuestras vidas jamás fueron un cuento de hadas, Phoebs. Tenemos que aprender a surfear las olas y nos merecemos el ser bondadosos con nosotros mismos por intentarlo. Mi matrimonio no será convencional, tu situación ahora tampoco… Pero no estamos solos.
Uso la mano que tengo libre para darle una palmada cariñosa en la espalda. La pregunta me hace reír entre dientes y meneo un poco la cabeza — Bien — respondo sin pensarlo demasiado — No ha cambiado demasiado la dinámica, si consideramos que empezamos a vivir juntos porque ella estaba embarazada — Siempre haciendo las cosas en el orden adecuado, claro — Y ha sido difícil volver a la rutina después de dos semanas lejos de todo el mundo, pero nos vamos adaptando. Aún me parece extraño el saberme con una sortija en el dedo, pero me gusta. Es como darle cierre a una etapa de mi vida de forma oficial, listo para una completamente nueva. No sé si me entiendes… — su relación con Charles fue diferente, así que quizá no compartimos emoción con respecto a lo mismo.
La vocecita de Tilly hace que vuelva a mirarla en lo que me percato de que está corriendo hacia nosotros con un montón de balbuceos sin sentido, dispuesta a darle una enorme caracola a su tía. En cuanto cumple su cometido, sus piernas regordetas vuelven a alejarse a la carrera, sacudiendo el balde de un lado al otro — Quizá no todo sucedió como esperábamos, pero creo que ha valido la pena — admito en un murmullo cómplice. Acomodo a su hijo en mi brazo, el cual ya comienza a cansarse, para colocarlo con su mejilla contra mi hombro — Nuestras vidas jamás fueron un cuento de hadas, Phoebs. Tenemos que aprender a surfear las olas y nos merecemos el ser bondadosos con nosotros mismos por intentarlo. Mi matrimonio no será convencional, tu situación ahora tampoco… Pero no estamos solos.
—Sí, es un alivio.— contesto, la ironía es palpable al reconocer que mi padre sería incapaz de acercarse a la isla ministerial solo por antojo como ocurrió en el cuatro, con Hans cerca es un riesgo fácil que no quisiera tomar, lo cual deja en claro que la visión que tiene de mí es que soy el blanco fácil por el que apostar. Ser consiente de eso no es lo que yo consideraría un alivio, por mucho que mi hermano se encuentre de vuelta y ofrezca su casa como refugio, sé de sobra que Hermann encontraría otros momentos para cumplir con sus cometidos. —Pero lo hago, Hans— giro mi rostro hacia él, cortándole en medio de excusas que aceptaría si no fuera porque estamos hablando de la vida de Hayden —, es mi hijo y como su madre es mi tarea protegerlo de quienes pueden hacerle daño, ponerlo a salvo de esas cosas, y cuando no puedo hacerlo... No hay ninguna excusa que valga para justificarlo, es mi responsabilidad, y fallé a eso— digo sin ninguna gana de sentir lástima hacia mí misma, firmo mi propia sentencia porque estoy en derecho de ser culpable. Sigue diciendo lo que quiero escuchar, que no es lo real y continua siendo una forma de suavizar lo que ocurrió. —No, tú no hubieras actuado de la misma manera— le corrijo —, fui débil, me mostré vulnerable y él se aprovechó de eso. En mi lugar no le hubieras dado ese poder— y si quiere contradecirme, solo estará engañándose a sí mismo. No es secreto que reaccionamos de maneras distintas cuando se escucha el nombre de nuestro padre, los dos sabemos que nos afecta de maneras diferentes.
Me quedo en silencio al observar su encogimiento de hombros, gesto que hace parecer todo esto como algo menor, cuando todavía tengo una marca en mi cuello que dudo que desaparezca cuando la quemadura de alrededor que siguió los días después al golpe de mi padre sí desapareció con el tiempo. Y no es el hecho de que haya abrasado mi piel con un arma eléctrica, es el verlo reflejado todos los días en el espejo y recordar que podría haber sido mi hijo. —La vuelta a la realidad siempre es dura cuando pasas un tiempo dentro de tu propia burbuja de felicidad— coincido, aprovechando el cambio de tema para tratar de ponerle un poco más de vida a mis palabras y emoción en mis ojos, aunque el comentario no suena nada como lo que intentaba expresar. —Pero estás bien, tienes a tus hijas, quienes estoy segura de que tenían tremendas ganas de verte. No es un golpe tan fuerte cuando tienes a dónde regresar— aseguro, no me parece poca cosa volver a casa para ser recibido por el cariño y calor de los brazos de una familia. —Me alegro por ti, Hans, de verdad— porque puede que no lo denote con demasía al haber perdido parte del brillo en mi mirada, es más honesta que frágil la sonrisa que le dedico unos segundos, segura de que mis palabras también lo son.
Tengo que doblar mis rodillas para acuclillarme y así poder quedar a la altura de mi sobrina cuando me tiende una caracola que se siente demasiado grande para su pequeña mano, pero que cuando paso a tomarla puedo envolverla perfectamente con mis dedos después de sonreírle al tiempo que murmuro un agradecimiento que dudo vaya a recordar en el futuro, que murmuro igual porque lo considero un gesto amable. —No, no lo fueron— reconozco, pasando mi pulgar por la textura del objeto de mar al levantarme. Aprendí joven que los cuentos de hadas no son más que eso, cuentos, historias fantasiosas que nada tienen que ver con la realidad que nos rodea al alzar la vista de las páginas. —Tienes a Meerah y a Mathilda, una mujer que te ama esperándote en casa y, por si eso fuera poco, también tienes perros, si no consideras eso un matrimonio convencional, lejos de las vueltas que dieron antes de casarse, no sé entonces cuál es la definición apropiada de matrimonio— intento bromear, la sonrisa que pretendo que se transforme en risa lo delata, a pesar de que no termina por salir. Para mí, su vida en este preciso instante es el cuadro familiar que muchos desearían tener.
Me quedo en silencio al observar su encogimiento de hombros, gesto que hace parecer todo esto como algo menor, cuando todavía tengo una marca en mi cuello que dudo que desaparezca cuando la quemadura de alrededor que siguió los días después al golpe de mi padre sí desapareció con el tiempo. Y no es el hecho de que haya abrasado mi piel con un arma eléctrica, es el verlo reflejado todos los días en el espejo y recordar que podría haber sido mi hijo. —La vuelta a la realidad siempre es dura cuando pasas un tiempo dentro de tu propia burbuja de felicidad— coincido, aprovechando el cambio de tema para tratar de ponerle un poco más de vida a mis palabras y emoción en mis ojos, aunque el comentario no suena nada como lo que intentaba expresar. —Pero estás bien, tienes a tus hijas, quienes estoy segura de que tenían tremendas ganas de verte. No es un golpe tan fuerte cuando tienes a dónde regresar— aseguro, no me parece poca cosa volver a casa para ser recibido por el cariño y calor de los brazos de una familia. —Me alegro por ti, Hans, de verdad— porque puede que no lo denote con demasía al haber perdido parte del brillo en mi mirada, es más honesta que frágil la sonrisa que le dedico unos segundos, segura de que mis palabras también lo son.
Tengo que doblar mis rodillas para acuclillarme y así poder quedar a la altura de mi sobrina cuando me tiende una caracola que se siente demasiado grande para su pequeña mano, pero que cuando paso a tomarla puedo envolverla perfectamente con mis dedos después de sonreírle al tiempo que murmuro un agradecimiento que dudo vaya a recordar en el futuro, que murmuro igual porque lo considero un gesto amable. —No, no lo fueron— reconozco, pasando mi pulgar por la textura del objeto de mar al levantarme. Aprendí joven que los cuentos de hadas no son más que eso, cuentos, historias fantasiosas que nada tienen que ver con la realidad que nos rodea al alzar la vista de las páginas. —Tienes a Meerah y a Mathilda, una mujer que te ama esperándote en casa y, por si eso fuera poco, también tienes perros, si no consideras eso un matrimonio convencional, lejos de las vueltas que dieron antes de casarse, no sé entonces cuál es la definición apropiada de matrimonio— intento bromear, la sonrisa que pretendo que se transforme en risa lo delata, a pesar de que no termina por salir. Para mí, su vida en este preciso instante es el cuadro familiar que muchos desearían tener.
— Oh, sí, lo había olvidado — a pesar del obvio sarcasmo dentro de mi voz, mi expresión se torna pensativa — Es verdad que antes de volverme padre realicé un curso exhaustivo de cómo defender a mi hija contra un posible terrorista psicópata. No me fue muy bien, hay padres que tuvieron una mejor calificación…. — lo dejo en el aire con el chasquido de mi lengua que recalca la ironía antes de menear la cabeza en su dirección — Ya deja de castigarte por todo, Phoebs. Nuestro padre es un sujeto contra el cual nadie sabe cómo pelear, ni siquiera las personas más entrenadas dentro del Ministerio pueden dar con él y, para colmo, encontró la manera de ponerte en desventaja. Hermann roba el poder, no espera a que nadie se lo otorgue por cuenta propia. Eso no te transforma en una mala madre — no tengo idea, siendo honesto, de cómo me sentiría yo en su lugar pero tampoco la quiero lamentándose durante veinte años por algo que se le escapaba de las manos.
Solo puedo sonreírle en respuesta a sus palabras amables y buenos deseos. Sé que en contra de todo pronóstico he acabado con una vida de postal, la casa blanca de jardines con mascotas, la esposa perfecta y las hijas pulcras. Me centro en su hijo en lo que me percato de que se remueve sobre mí, las palmadas que le doy en la espalda de seguro no funcionan demasiado pero al menos le dejo bien en claro que no voy a dejar que se agite sin preocuparme por su estado — Y un escarbato — añado con gracia a su lista — Pasé años saliendo con diferentes mujeres y jamás pensé que acabaría casándome con una. Quiero decir… Siempre intentaban presentarme figuras de élite, personas que me pintaban el cuadro de la esposa correcta que podría darme una casa muy similar a la que tengo ahora. Y siempre me escapé de la idea. Estaba seguro de que sería un terrible padre, un pésimo esposo. Eso me llevó a escapar de Meerah, para variar — con la nariz arrugada, creo que queda claro que no me enorgullezco de eso — Acabar siendo como Hermann jamás fue algo que me pareció tentador y he aprendido que, al final, lo que importa en nuestra vida es lo que nosotros decidamos, no lo que nosotros eligieron hacer con su participación en ella. Quizá fue un pésimo padre, pero me enseñó la lección más valiosa de todas, la de no ser una mierda con las personas que siempre están para ti, el valorar lo que nos permitimos tener. Creo que algunas cosas simplemente valen la pena.
Solo puedo sonreírle en respuesta a sus palabras amables y buenos deseos. Sé que en contra de todo pronóstico he acabado con una vida de postal, la casa blanca de jardines con mascotas, la esposa perfecta y las hijas pulcras. Me centro en su hijo en lo que me percato de que se remueve sobre mí, las palmadas que le doy en la espalda de seguro no funcionan demasiado pero al menos le dejo bien en claro que no voy a dejar que se agite sin preocuparme por su estado — Y un escarbato — añado con gracia a su lista — Pasé años saliendo con diferentes mujeres y jamás pensé que acabaría casándome con una. Quiero decir… Siempre intentaban presentarme figuras de élite, personas que me pintaban el cuadro de la esposa correcta que podría darme una casa muy similar a la que tengo ahora. Y siempre me escapé de la idea. Estaba seguro de que sería un terrible padre, un pésimo esposo. Eso me llevó a escapar de Meerah, para variar — con la nariz arrugada, creo que queda claro que no me enorgullezco de eso — Acabar siendo como Hermann jamás fue algo que me pareció tentador y he aprendido que, al final, lo que importa en nuestra vida es lo que nosotros decidamos, no lo que nosotros eligieron hacer con su participación en ella. Quizá fue un pésimo padre, pero me enseñó la lección más valiosa de todas, la de no ser una mierda con las personas que siempre están para ti, el valorar lo que nos permitimos tener. Creo que algunas cosas simplemente valen la pena.
Le fulmino con una mirada que deja en claro que yo no lo encuentro tan gracioso como él que se permite ser sarcástico con preocupaciones reales que le he compartido, como si no fueran más que imaginaciones mías y solo lo esté exagerando por diversión. No es agradable que se tome lo que dices como recurso para bromear, menos cuando se trata de tu propio hermano. —No estás ayudando— respondo a su sarcasmo, por no decir algo más hiriente, creo que queda suficientemente explicado al retirar la vista de su rostro su falta de tacto. —No me estoy castigando por todo, esto no es lo mismo que el que tu hijo se golpee en la cabeza cuando no estás mirando, o que se trague algo que no debería— cosas por las que cualquier padre se sentiría culpable en esa posición —, se trata de Hermann. Me importa bastante poco que el ministerio no sepa cómo pelear contra él, o dónde buscarlo, eso no son cosas que yo pueda controlar, pero sí espero poder tener control de lo que ocurre dentro de mi propia casa— como estoy segura de que él se sentiría igual si hubiera ocurrido en la suya —Tú de entre todas las personas pensé que lo entenderías, no es cuestión de que me crea mala madre o no, ni siquiera se trata de mí, sino de la seguridad de Hayden. Lo tuvo en brazos, Hans— regreso mis ojos a los suyos, sin una pizca de diversión en ellos, símbolo de que no aprecio la postura que decide tomar.
Tomo aire por la nariz, metiendo mis manos en los bolsillos al bajar la mirada hacia mis zapatos, siguiendo la línea de la playa. Son los chillidos alegres de Mathilda los que vuelcan mi atención sobre ella, a poca distancia de donde estamos rellenando su cubo de arena con la pala. —Y un escarbato— repito tras de él, al caer en el error de olvidarme del otro miembro de su familia. Le escucho explayarse en su propia versión de las cosas, de cómo se veía a sí mismo dentro de un par de años y de lo que no hubiera esperado recibir. —No creo que hubieras sido un pésimo esposo, si las cosas se hubieran dado de otra manera, no lo creo. Sí hubieras sido diferente, porque tus experiencias habrían sido distintas, pero no creo que pudieras ser un padre terrible jamás, no después de la crianza que tuvimos, tampoco viendo cómo el matrimonio de nuestros padres se fue resquebrajando de a poco.— por decirlo de alguna manera, la más suave que encuentro —Son cosas que nunca sabrás, y siempre te quedarás con la duda, pero mientras tengas la oportunidad de vivirlas ahora, qué importa lo que hubieras podido ser, si lo que quieres ser lo estás poniendo en práctica ahora, con tu mujer, tus hijas— contesto, aunque me quedo pensando en su última reflexión, sobre lo de valorar lo que nos permitimos tener. No es difícil caer en la envidia cuando tienes un panorama cercano de la vida de Hans.
Sin quererlo me he quedado analizando su perfil con ese pensamiento, me valen los balbuceos de Denny para sacarme de ese embobamiento que me dura unos segundos y agito suavemente mi cabeza. —Quiere bajar— le digo cuando veo cómo se remueve agitando sus manos sobre su pecho. Me volteo hacia mi hermano para tomarlo de entre sus brazos, con sus ojos azules curiosos posados sobre la arena ni siquiera me presta atención, así que lo siento sobre la misma para que se mueva a su antojo ahora que empieza a hacer uso de sus piernas para moverse. Por unos segundos solo hace que observar la arena, apuesto que no sabe distinguir si nos encontramos en la playa del cuatro o en otro lugar, pero luego pasa a apoyar sus manos justo en el momento en el que Tilly se acerca como una bala al divisar a su primo y le tiende una concha que no duda en tomar y llevársela a la boca. —Hey, eso no se come— el tono de mi voz es más dulce cuando me dirijo a los niños, acuclillándome para apartarle la concha de la boca y entretenerla con el chupete que lleva enganchado a la ropa. Eso es suficiente para que la atención vuelva a llevársela su prima morena, con más tesoros en sus manos que quiere alcanzar por curiosidad con las suyas.
Tomo aire por la nariz, metiendo mis manos en los bolsillos al bajar la mirada hacia mis zapatos, siguiendo la línea de la playa. Son los chillidos alegres de Mathilda los que vuelcan mi atención sobre ella, a poca distancia de donde estamos rellenando su cubo de arena con la pala. —Y un escarbato— repito tras de él, al caer en el error de olvidarme del otro miembro de su familia. Le escucho explayarse en su propia versión de las cosas, de cómo se veía a sí mismo dentro de un par de años y de lo que no hubiera esperado recibir. —No creo que hubieras sido un pésimo esposo, si las cosas se hubieran dado de otra manera, no lo creo. Sí hubieras sido diferente, porque tus experiencias habrían sido distintas, pero no creo que pudieras ser un padre terrible jamás, no después de la crianza que tuvimos, tampoco viendo cómo el matrimonio de nuestros padres se fue resquebrajando de a poco.— por decirlo de alguna manera, la más suave que encuentro —Son cosas que nunca sabrás, y siempre te quedarás con la duda, pero mientras tengas la oportunidad de vivirlas ahora, qué importa lo que hubieras podido ser, si lo que quieres ser lo estás poniendo en práctica ahora, con tu mujer, tus hijas— contesto, aunque me quedo pensando en su última reflexión, sobre lo de valorar lo que nos permitimos tener. No es difícil caer en la envidia cuando tienes un panorama cercano de la vida de Hans.
Sin quererlo me he quedado analizando su perfil con ese pensamiento, me valen los balbuceos de Denny para sacarme de ese embobamiento que me dura unos segundos y agito suavemente mi cabeza. —Quiere bajar— le digo cuando veo cómo se remueve agitando sus manos sobre su pecho. Me volteo hacia mi hermano para tomarlo de entre sus brazos, con sus ojos azules curiosos posados sobre la arena ni siquiera me presta atención, así que lo siento sobre la misma para que se mueva a su antojo ahora que empieza a hacer uso de sus piernas para moverse. Por unos segundos solo hace que observar la arena, apuesto que no sabe distinguir si nos encontramos en la playa del cuatro o en otro lugar, pero luego pasa a apoyar sus manos justo en el momento en el que Tilly se acerca como una bala al divisar a su primo y le tiende una concha que no duda en tomar y llevársela a la boca. —Hey, eso no se come— el tono de mi voz es más dulce cuando me dirijo a los niños, acuclillándome para apartarle la concha de la boca y entretenerla con el chupete que lleva enganchado a la ropa. Eso es suficiente para que la atención vuelva a llevársela su prima morena, con más tesoros en sus manos que quiere alcanzar por curiosidad con las suyas.
A pesar de las palabras de Phoebe y de que puedo entender el dolor que le ha causado, no puedo evitar pensar que estamos viendo el mundo desde perspectivas diferentes. Mi cabeza se mueve a un lado al otro en un claro gesto de completa incomodidad, a veces no comprendo muy bien cómo es que mi hermana y yo hacemos para mantener una relación como lo hacemos cuando está claro que no vemos el mundo con los mismos ojos — Sé que es Hermann y sé de lo que es capaz — le recuerdo con calma — Pero no eres todopoderosa, Phoebs y tampoco hubieras podido prevenir algo como lo que ha ocurrido. Actuaste como pudiste en un intento de proteger a tu hijo, en especial estando en desventaja. Sé lo que es que toquen a tu familia en contra de tu voluntad y por eso mismo no voy a retirar mi oferta. Puedes tomarla cuando quieras — si ella prefiere quedarse sola en el cuatro en lugar de venir aquí, no hay más nada que pueda hacer. Salvo contratar seguridad privada, cosa que dudo mucho. ¿Y si lo hago a sus espaldas…?
Viéndolo de esa manera tiene un poco de sentido. He pasado mi vida adulta y casi toda mi adolescencia creyendo que el matrimonio es sinónimo de tortura. De que nada es para siempre, de que las personas acaban por irse y que no hay necesidad de volcar tu futuro en las manos de otra persona, porque no hay nada que alguien más pueda darte más allá de uno mismo. Cuando Audrey quedó embarazada yo tenía veinte años y la idea fija de hacia dónde quería llevar mi carrera, más no estaba preparado para la idea de caer en el pozo que me transformaría en alguien que podía ser como Hermann. Años más tarde, cuando Mathilda entró en un panorama completamente diferente, pude decir que mi existencia tiene poco que ver con la de mi padre. Le tengo miedo de lo que puede hacer como hombre, no como fantasma — Supongo que tienes razón — es lo único que puedo decirle. Al fin y al cabo, Phoebe siempre fue mucho más lista a nivel emocional que yo.
Le tiendo a su hijo y me quedo rezagado. Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón en lo que ella se hace cargo de los niños, esos que se llevan mi atención visual en lo que tiene que cuidar que Hayden no se intoxique con un montón de mugre de playa — ¿Alguna vez pensaste que tendríamos esto? — es una pregunta salida de la nada, lo sé, por lo que le sonrío casi que a modo de disculpa — Cuando éramos niños. ¿Pensaste que nos juntaríamos a ver a nuestros hijos jugar? Porque yo no. Por muchos años no lo tomé como opción dentro del panorama. Supongo que no dejo de sorprenderme a mí mismo — Ni hablemos de que llegó un punto donde pensé que ella tampoco estaría aquí. La vida da muchas vueltas.
Viéndolo de esa manera tiene un poco de sentido. He pasado mi vida adulta y casi toda mi adolescencia creyendo que el matrimonio es sinónimo de tortura. De que nada es para siempre, de que las personas acaban por irse y que no hay necesidad de volcar tu futuro en las manos de otra persona, porque no hay nada que alguien más pueda darte más allá de uno mismo. Cuando Audrey quedó embarazada yo tenía veinte años y la idea fija de hacia dónde quería llevar mi carrera, más no estaba preparado para la idea de caer en el pozo que me transformaría en alguien que podía ser como Hermann. Años más tarde, cuando Mathilda entró en un panorama completamente diferente, pude decir que mi existencia tiene poco que ver con la de mi padre. Le tengo miedo de lo que puede hacer como hombre, no como fantasma — Supongo que tienes razón — es lo único que puedo decirle. Al fin y al cabo, Phoebe siempre fue mucho más lista a nivel emocional que yo.
Le tiendo a su hijo y me quedo rezagado. Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón en lo que ella se hace cargo de los niños, esos que se llevan mi atención visual en lo que tiene que cuidar que Hayden no se intoxique con un montón de mugre de playa — ¿Alguna vez pensaste que tendríamos esto? — es una pregunta salida de la nada, lo sé, por lo que le sonrío casi que a modo de disculpa — Cuando éramos niños. ¿Pensaste que nos juntaríamos a ver a nuestros hijos jugar? Porque yo no. Por muchos años no lo tomé como opción dentro del panorama. Supongo que no dejo de sorprenderme a mí mismo — Ni hablemos de que llegó un punto donde pensé que ella tampoco estaría aquí. La vida da muchas vueltas.
Alzo las cejas hacia arriba en un movimiento que aparta mi mirada de su rostro, un gesto que señala la ironía de sus palabras sin que yo necesite murmurar siquiera una al respecto. Aun así, lo hago. —Estoy lejos de creerme todopoderosa, si todo lo que ha quedado demostrado con esto es que no tengo ninguna clase de poder en mis manos, no si alguien como nuestro padre puede pasearse a sus anchas como si nada y salir ileso en el proceso— y se supone que es así como tenemos que vivir, puedo verlo como algo inviable que a la larga se volverá un problema más entre tantos. Eso es lo que es Hermann Powell, un problema. Doy un chasquido con mi lengua al menear mi cabeza en negativa, con mis ojos clavados en la arena de la playa por no enfrentarlo. —No lo entiendes— digo, mi voz se queda unos segundos atrapada en esa frase, tentada a repetirla si no fuera porque me obligo a seguir para que le llegue una explicación por mi parte — Esto es exactamente lo mismo que con el dinero, cuando dices cosas como si necesito que me lo prestes, o dejar que nos quedemos en tu casa, eso te vuelve a ti la persona a la que recurrirá Hayden cuando crezca, no a mí. Claro que quiero que te tenga como referencia, eres su tío, no esperaría menos, pero no… no sobre todo, Hans. Soy su madre, ¿crees que no me gustaría que en el futuro pudiera recurrir a mi si tiene un problema? Pero no, tú eres quien tiene el dinero, que lo ofreces como si nada, con tu casa, más de lo mismo — apunto, sin dejarle mucho espacio a que hable — Y no, no tiene nada que ver con no ser agradecida con lo que puedas hacer por nosotros, tampoco de querer estar sola, sabes que estoy agradecida por eso, siempre, se trata de… de poder hacer algo sin que mi hijo piense que hay quiénes lo pueden hacer mejor por él, quien pueda darle la seguridad que su madre no, quien pueda comprarle un castillo de oro si se le antoja — termino, con un resoplido cansado. Porque incluso con toda su buena intención, que sé que la tiene cuando lo ofrece, me hace quedar como la pobre que depende de lo que puedan hacer los demás por ella y por su hijo, porque sola no puede hacerlo.
Recupero un poco la compostura al centrarme en los niños, soy consciente de que tengo una debilidad por ellos que siempre consiguen sacarme una sonrisa aunque tenga el peor de los días, y después de la conversación honesta y con cierto carácter amargo, ver que Tilly le sigue ofreciendo conchas que Hayden no consigue atrapar con sus dedos torpes a la primera me hace curvar los labios con ternura. Solo Hans con sus preguntas bien formuladas, no como los balbuceos de un bebé y sonidos más maduros de mi sobrina, es capaz de re dirigir mi atención hacia él, aunque no llego a apartar la vista de nuestros hijos. —Supongo que depende a qué época te refieras— porque dice niños, pero no se da cuenta que fuimos niños en etapas muy distintas de nuestras vidas —Con seis años sí, supongo que sí lo pensé a veces, pero creo que venía dado de la mano de ver a mamá en sus fotografías de boda y embarazada, no porque de verdad le hubiera dedicado tiempo al pensamiento.— reconozco, como tengo que admitir que la Phoebe de entonces era mucho más inocente para estas cosas que cualquier otra Phoebe que haya podido conocer mi hermano — ¿Luego? No — creo que no es necesario explicar a qué tiempos me refiero con ese luego —No pensaba en el futuro, no aquel que incluyera mucho más del día siguiente, a lo sumo una semana, y fantasear sobre posibles hijos imaginarios nunca estuvo en mi mente, menos si tendrían una relación con los tuyos porque por ese entonces creía que me odiabas como lo hacía nuestro padre— no encontré otra explicación a los días vacíos que siguieron después del abandono, asumí después de cierto tiempo que Hans tenía los mismos ideales que Hermann, que ni siquiera era verdad que era mago —Supongo que la única vez que me planteé tener un hijo fue cuando se dio el momento por sí solo—.
Recupero un poco la compostura al centrarme en los niños, soy consciente de que tengo una debilidad por ellos que siempre consiguen sacarme una sonrisa aunque tenga el peor de los días, y después de la conversación honesta y con cierto carácter amargo, ver que Tilly le sigue ofreciendo conchas que Hayden no consigue atrapar con sus dedos torpes a la primera me hace curvar los labios con ternura. Solo Hans con sus preguntas bien formuladas, no como los balbuceos de un bebé y sonidos más maduros de mi sobrina, es capaz de re dirigir mi atención hacia él, aunque no llego a apartar la vista de nuestros hijos. —Supongo que depende a qué época te refieras— porque dice niños, pero no se da cuenta que fuimos niños en etapas muy distintas de nuestras vidas —Con seis años sí, supongo que sí lo pensé a veces, pero creo que venía dado de la mano de ver a mamá en sus fotografías de boda y embarazada, no porque de verdad le hubiera dedicado tiempo al pensamiento.— reconozco, como tengo que admitir que la Phoebe de entonces era mucho más inocente para estas cosas que cualquier otra Phoebe que haya podido conocer mi hermano — ¿Luego? No — creo que no es necesario explicar a qué tiempos me refiero con ese luego —No pensaba en el futuro, no aquel que incluyera mucho más del día siguiente, a lo sumo una semana, y fantasear sobre posibles hijos imaginarios nunca estuvo en mi mente, menos si tendrían una relación con los tuyos porque por ese entonces creía que me odiabas como lo hacía nuestro padre— no encontré otra explicación a los días vacíos que siguieron después del abandono, asumí después de cierto tiempo que Hans tenía los mismos ideales que Hermann, que ni siquiera era verdad que era mago —Supongo que la única vez que me planteé tener un hijo fue cuando se dio el momento por sí solo—.
— ¿Qué te hace pensar que no te verá como su protectora? — es imposible el guardarme las palabras cuando sospecho que está siendo un poco extremista y sí, puede que no entienda lo que está queriendo decirme cuando está claro que lo vemos desde veredas opuestas — Dices que quiere proteger a tu hijo por tus propios medios pero hay que ser realistas: nuestro padre es un jodido psicópata y sabemos que puede ser impredecible. Al menos que me digas que te vas a poner a practicar defensa y plantar todo un sistema de seguridad dentro de tu casa, lo que te estoy diciendo es lógico. Solo quiero darte una solución a tu problema, Phoebs. No hagas que el orgullo te meta en mayores problemas — no será un consejo que quiera escuchar, pero es el mejor que tengo para darle. Suficiente con que no me ofendo cuando me llama derrochador en toda la cara, básicamente.
Supongo que la época que menciona de nuestra niñez hace que todo este cuadro tenga mucho más sentido, cuando no había cicatrices que ocultar no existía la posibilidad de vernos como todo lo contrario a lo que nuestros padres nos contaban. Creo que nadie hubiera sospechado que las cosas terminarían como lo hicieron cuando nos mostrábamos como una familia tipo ejemplar. Con un suspiro que no sé de dónde sale con exactitud, me acerco a Tilly para tomar sus manos llenas de arena mojada y las limpio con un movimiento de la varita que me saco del bolsillo; mejor ir quitando cantidades de mugre que pueda llevarse a la boca por mera exploración — Nunca hubiera imaginado que pensabas que te odiaba. Quiero decir… era un niño, Phoebs. No tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo — lo hablamos mil veces, eso está claro, pero sé que me sigo sintiendo en falta por no haber hecho nada hace ya una eternidad.
A pesar de que la impaciencia es algo que se delata muy fácilmente en el cuerpo de mi hija, se queda quieta hasta que suelto su mano y vuelve a hurgar entre sus tesoros sucios a ver qué es lo que va a compartir con su primo menor. Con resignación, jugueteo con la varita entre mis dedos — Estuve pensando en el futuro y no estoy seguro de querer mantenerme en la política el resto de mi vida — confieso de la nada — Sé que ahora es imposible dar un paso hacia atrás, el país está en una situación muy delicada en la cual quiero y necesito ayudar. Pero cuando sea un poco más viejo e impaciente me gustaría quedarme como miembro del Wizengamot y tomarme unas vacaciones de todos los problemas. ¿Tú que crees? — son pensamientos al pasar, ni siquiera se lo he dicho a Lara, pero el mundo está cambiando muy rápido y no siempre podré mantener este ritmo.
Supongo que la época que menciona de nuestra niñez hace que todo este cuadro tenga mucho más sentido, cuando no había cicatrices que ocultar no existía la posibilidad de vernos como todo lo contrario a lo que nuestros padres nos contaban. Creo que nadie hubiera sospechado que las cosas terminarían como lo hicieron cuando nos mostrábamos como una familia tipo ejemplar. Con un suspiro que no sé de dónde sale con exactitud, me acerco a Tilly para tomar sus manos llenas de arena mojada y las limpio con un movimiento de la varita que me saco del bolsillo; mejor ir quitando cantidades de mugre que pueda llevarse a la boca por mera exploración — Nunca hubiera imaginado que pensabas que te odiaba. Quiero decir… era un niño, Phoebs. No tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo — lo hablamos mil veces, eso está claro, pero sé que me sigo sintiendo en falta por no haber hecho nada hace ya una eternidad.
A pesar de que la impaciencia es algo que se delata muy fácilmente en el cuerpo de mi hija, se queda quieta hasta que suelto su mano y vuelve a hurgar entre sus tesoros sucios a ver qué es lo que va a compartir con su primo menor. Con resignación, jugueteo con la varita entre mis dedos — Estuve pensando en el futuro y no estoy seguro de querer mantenerme en la política el resto de mi vida — confieso de la nada — Sé que ahora es imposible dar un paso hacia atrás, el país está en una situación muy delicada en la cual quiero y necesito ayudar. Pero cuando sea un poco más viejo e impaciente me gustaría quedarme como miembro del Wizengamot y tomarme unas vacaciones de todos los problemas. ¿Tú que crees? — son pensamientos al pasar, ni siquiera se lo he dicho a Lara, pero el mundo está cambiando muy rápido y no siempre podré mantener este ritmo.
—Muchas cosas, Hans— de las cuales dudo que pueda comprender la mitad, porque aun siendo padre no nos encontramos en la misma situación, nuestras preocupaciones con respecto a nuestros hijos son distintas y, aunque nos apoyemos los unos en los otros porque somos familia, hay sentimientos y motivaciones personales de los que solo podemos hacernos cargo nosotros. Puede que sí sea orgullo, acostumbrada a que mi dignidad fuera pisoteada por años y que el término fuera inexistente para mí hasta hace relativamente poco, no creo que haga tan mal en querer mantenerlo intacto por el tiempo que me dure, incluso cuando él lo tacha de un mal mayor que en el futuro se volverá un problema. —No quiero vivir con miedo, Hans, y temo que lo haré hasta que nuestro padre se encuentre detrás de unos barrotes o, aun peor, muerto. ¿Crees que unos días en tu casa hará que me sienta mejor sobre volver a vivir sola a cargo de mi hijo? No, si acepto ir con vosotros solo me alejará de esa idea durante el tiempo que estemos allí, no resolverá nada, solo me hará más dependiente y a la larga no soportaré ni estar en mi propia casa— me conozco, por mucho que me las haya apañado de manera individual prácticamente toda la vida, no existe otra cosa peor para mí que la dependencia emocional.
Su confesión no me toma tan por sorpresa como podría esperar, me encojo de hombros de manera poco explicativa, porque no creía que fuera necesaria una explicación después de todo. —Éramos niños, Hans, los niños no tienen un gran panorama de cómo funcionan los pensamientos emocionales más allá del amor, el enfado, la alegría y el odio. Uno asocia reacciones a dichos sentimientos y el que nuestro padre hiciera aquello, lo consideré un gesto de odio profundo hacia mí, uno que con el tiempo creí que compartías porque nada me hizo pensar distinto, ¿entiendes?— no sé si me he explicado. Teniendo ocho años, no hay mucho más de donde pueda rascar acerca de cómo me sentí en el momento, más que abandonada, traicionada y miserable. —Tú no tenías la menor idea de lo que estaba sucediendo, pero yo menos, Hermann regresó a casa ese día, pudo darte una explicación de por qué había hecho lo que hizo, pero yo jamás recibí una, Hans. Con una explicación de lo que se está haciendo mal uno puede tratar de corregir esos errores, sin ella acabas recurriendo a lo que buenamente puedes pensar en el momento. En mi lugar, la única explicación que encontré es que me odiaba y que tu silencio también te hacía cómplice de ese sentimiento— obvio que su silencio fue porque no podía hacer nada para evitarlo, pero eso con ocho años no lo entiendes, ahora sé cómo fueron las cosas.
Lo que no esperaba oír son sus siguientes palabras, me hacen apartar la vista de mi hijo para centrarla en él con las cejas alzadas. —Me parece una decisión sensata— respondo con honestidad —No es mi intención criticar tu puesto de trabajo, sé lo mucho que has trabajado para estar donde estás ahora, pero... de alguna manera, creo que también es algo a lo que has llegado tratando de demostrar un punto, que no eres como Hermann, por el rencor que le tenías y que le sigues teniendo, cuando no te hace falta nada de eso para demostrarlo. Te convertiste en político por él, sigue siendo algo a lo que te aferras en el fondo, no es bueno guardar ese resentimiento en tu vida personal. Corrígeme si me equivoco— digo, tampoco soy quién para hablar de sus pensamientos como si fueran propios, cuando lo único que entiendo es lo que puedo asumir por lo que me ha dicho.
Su confesión no me toma tan por sorpresa como podría esperar, me encojo de hombros de manera poco explicativa, porque no creía que fuera necesaria una explicación después de todo. —Éramos niños, Hans, los niños no tienen un gran panorama de cómo funcionan los pensamientos emocionales más allá del amor, el enfado, la alegría y el odio. Uno asocia reacciones a dichos sentimientos y el que nuestro padre hiciera aquello, lo consideré un gesto de odio profundo hacia mí, uno que con el tiempo creí que compartías porque nada me hizo pensar distinto, ¿entiendes?— no sé si me he explicado. Teniendo ocho años, no hay mucho más de donde pueda rascar acerca de cómo me sentí en el momento, más que abandonada, traicionada y miserable. —Tú no tenías la menor idea de lo que estaba sucediendo, pero yo menos, Hermann regresó a casa ese día, pudo darte una explicación de por qué había hecho lo que hizo, pero yo jamás recibí una, Hans. Con una explicación de lo que se está haciendo mal uno puede tratar de corregir esos errores, sin ella acabas recurriendo a lo que buenamente puedes pensar en el momento. En mi lugar, la única explicación que encontré es que me odiaba y que tu silencio también te hacía cómplice de ese sentimiento— obvio que su silencio fue porque no podía hacer nada para evitarlo, pero eso con ocho años no lo entiendes, ahora sé cómo fueron las cosas.
Lo que no esperaba oír son sus siguientes palabras, me hacen apartar la vista de mi hijo para centrarla en él con las cejas alzadas. —Me parece una decisión sensata— respondo con honestidad —No es mi intención criticar tu puesto de trabajo, sé lo mucho que has trabajado para estar donde estás ahora, pero... de alguna manera, creo que también es algo a lo que has llegado tratando de demostrar un punto, que no eres como Hermann, por el rencor que le tenías y que le sigues teniendo, cuando no te hace falta nada de eso para demostrarlo. Te convertiste en político por él, sigue siendo algo a lo que te aferras en el fondo, no es bueno guardar ese resentimiento en tu vida personal. Corrígeme si me equivoco— digo, tampoco soy quién para hablar de sus pensamientos como si fueran propios, cuando lo único que entiendo es lo que puedo asumir por lo que me ha dicho.
He aprendido con el tiempo que con Phoebe es mejor no discutir cuando se le mete una idea en la cabeza, de esas que no puedes quitarle ni con un hechizo succionador. Si ella cree que para poder proteger a su hijo puede hacerlo por sí sola en vez de barajar opciones, pues que lo crea; solo espero que no llegue el día en el cual tenga que decirle un enorme “te lo dije”. Ya sabemos cómo terminan esas conversaciones y no, nunca lo hacen bien. Como el rememorar viejas épocas, por ejemplo — Yo no obtuve una explicación, Phoebe — es un recordatorio que tengo que dejarle con un tono ligeramente seco — No fuiste la única que pagó las consecuencias — no, no tengo ánimos de discutir sobre algo tan ridículo como quien la tuvo peor pero ahora, luego de tanto tiempo conversando sobre el mismo tema, tengo la sensación de que sigue manteniendo una imagen muy cerrada de los hechos. Allá ella, creo que mi voz delata el punto final.
El análisis que hace sobre mi resolución me deja en silencio por un momento, moviendo mis labios de un lado al otro en un gesto pensativo hasta que sacudo la cabeza — Me hice juez porque quería evitar que nuestra historia se repita, para impartir un poco de justicia sobre un mundo que nos había hecho daño — en cierto modo, ahí sí puedo coincidir con ella — Pero no me hice político por nuestro padre. Me ofrecieron el puesto y fue más que tentador aceptarlo. Verás, he pasado mi juventud trabajando por un Neopanem en el que creo y, en ese entonces, era muy fácil decidir cuando estaba solo. Pero la política trae consecuencias y enemigos y después de tener a Magnar Aminoff metido en mi sala, no estoy seguro de querer mantener a mi familia bajo la lupa de la guerra por el simple hecho de estar ligadas a mí — es una injusticia y, al mismo tiempo, sé que no puedo dar marcha atrás. Ya me hecho un nombre que no todos respetan y aquí tengo el medio para defenderlo — Cuando ganemos la guerra… Porque sí, vamos a ganarla — me niego a creer lo opuesto — Podré dar un paso hacia atrás en la política y así evitar disgustos familiares. Gracias… — añado de inmediato, buscando sus ojos con la primera sonrisa realmente sincera de los últimos minutos — Por el apoyo. Sé que tenemos nuestras diferencias pero creo que, a pesar de todo, mientras nos tengamos el uno al otro no tenemos de qué preocuparnos.
El análisis que hace sobre mi resolución me deja en silencio por un momento, moviendo mis labios de un lado al otro en un gesto pensativo hasta que sacudo la cabeza — Me hice juez porque quería evitar que nuestra historia se repita, para impartir un poco de justicia sobre un mundo que nos había hecho daño — en cierto modo, ahí sí puedo coincidir con ella — Pero no me hice político por nuestro padre. Me ofrecieron el puesto y fue más que tentador aceptarlo. Verás, he pasado mi juventud trabajando por un Neopanem en el que creo y, en ese entonces, era muy fácil decidir cuando estaba solo. Pero la política trae consecuencias y enemigos y después de tener a Magnar Aminoff metido en mi sala, no estoy seguro de querer mantener a mi familia bajo la lupa de la guerra por el simple hecho de estar ligadas a mí — es una injusticia y, al mismo tiempo, sé que no puedo dar marcha atrás. Ya me hecho un nombre que no todos respetan y aquí tengo el medio para defenderlo — Cuando ganemos la guerra… Porque sí, vamos a ganarla — me niego a creer lo opuesto — Podré dar un paso hacia atrás en la política y así evitar disgustos familiares. Gracias… — añado de inmediato, buscando sus ojos con la primera sonrisa realmente sincera de los últimos minutos — Por el apoyo. Sé que tenemos nuestras diferencias pero creo que, a pesar de todo, mientras nos tengamos el uno al otro no tenemos de qué preocuparnos.
Retengo el suspiro que viene de tener que repetir esta conversación, como si fuera yo la culpable de haberlo sacado a relucir, cuando la única razón por la que me he sincerado con él ha sido porque él mismo ha preguntado sobre ello. Le miro antes de elevar la voz, delatando con la misma que no pienso dejar el tema ahí para que llegue a un malentendido por su parte. —No dije que te diera una explicación, dije que pudo haberlo hecho, no pongas palabras en mi boca como si estuviera insinuando que yo fui la única que salió mal parada, porque no fue así, créeme que eso lo sé bien. — nuestra madre, para empezar, fue la primera que recibió los golpes — Pero no puedes preguntarme sobre lo que hubiera imaginado o pensado de nosotros en otra época, y esperar que te mienta solo para hacerte sentir mejor, cuando ni siquiera deberías sentirte ofendido por lo que digo, no cuando nada de lo que pueda decir es un ataque hacia ti. No voy a mentir sobre mi historia, Hans, no voy a ponerle una capa de azúcar por encima con el fin de que las personas no se sientan incómodas con mis respuestas. Si no quieres escucharlas, simplemente no hagas preguntas que sabes pueden resultar en esto, cuando crees que pueden sentarte mal, por el motivo que sea.— que sigo sin entender por qué cada vez que hablo sobre mi pasado, se enciende una chispa en él, como si lo hiciera partícipe de ello o algo por el estilo — Siempre que hablo sobre mi verdad, te lo tomas como una ofensa, como si creyera que fui la única que pagó las consecuencias, cuando solo estoy narrando desde mi experiencia, porque es la que conozco y por la que has preguntado. — estoy cansada de ser siempre quien tiene que colocarse en esta postura, de sentirme responsable de que la gente tenga esta clase de reacciones, como si fuera mi objetivo adjudicarme el papel de víctima, cuando solo estoy tratando de dar una respuesta a sus preguntas, ni más, ni menos. —No estoy discutiendo, solo... te lo digo, antes de que pienses que busco dar lástima o algo por el estilo, mi única intención ha sido siempre la de ser honesta contigo, si no quieres escucharlo, la próxima vez solo no preguntes— concluyo. Sé de sobra que no fui la única víctima de Hermann, que a él le tocó convivir con nuestro padre durante mucho tiempo, pero la diferencia entre Hans y yo es que yo no me lo tomo como un ataque personal cuando habla de ello, simplemente le escucho y trato de mostrar una actitud comprensiva.
Muevo la barbilla hacia arriba para bajarla en un movimiento ascendente que indica que estoy entendiendo lo que dice, aunque la mueca que sigue después delata que no estoy de acuerdo al completo con ello. —Creo que... independientemente de que ganemos la guerra o no, Hans, lo que hagas con tu tiempo como ministro va a dictaminar tu futuro casi de manera irrevocable, quieras dejar el puesto después o mantenerlo, van a ser decisiones que te persigan por el resto de tu vida— así como lo digo, parece que estoy aconsejándole de algo que desconozco en cierta parte, porque no considero que tenga mucha experiencia política, nula, para ser exactos, pero no hace falta serlo tampoco para saber cómo funciona el mundo. —De modo que... lo único que puedo decirte, desde donde yo lo veo, es que seas consciente de lo que estás dispuesto a sacrificar por lo que crees, como estoy segura de que ya sabrás, pero... nunca está de más que te lo recuerden— me agacho para tomar a Hayden entre mis brazos, sacudiendo su ropa de la arena que ha quedado adherida a la misma con la mano. —No tienes que agradecerme nada, para eso estoy— respondo, de mis labios sale una sonrisa un poco más profunda que las demás esta tarde, porque si algo he aprendido en este tiempo, es que estoy lejos de ser la persona que ponga una crítica a las acciones de los demás. —Siempre vas a tener mi apoyo, Hans, eres mi hermano y te quiero, independientemente de lo que pueda ocurrir— eso sí puede darlo por seguro.
Muevo la barbilla hacia arriba para bajarla en un movimiento ascendente que indica que estoy entendiendo lo que dice, aunque la mueca que sigue después delata que no estoy de acuerdo al completo con ello. —Creo que... independientemente de que ganemos la guerra o no, Hans, lo que hagas con tu tiempo como ministro va a dictaminar tu futuro casi de manera irrevocable, quieras dejar el puesto después o mantenerlo, van a ser decisiones que te persigan por el resto de tu vida— así como lo digo, parece que estoy aconsejándole de algo que desconozco en cierta parte, porque no considero que tenga mucha experiencia política, nula, para ser exactos, pero no hace falta serlo tampoco para saber cómo funciona el mundo. —De modo que... lo único que puedo decirte, desde donde yo lo veo, es que seas consciente de lo que estás dispuesto a sacrificar por lo que crees, como estoy segura de que ya sabrás, pero... nunca está de más que te lo recuerden— me agacho para tomar a Hayden entre mis brazos, sacudiendo su ropa de la arena que ha quedado adherida a la misma con la mano. —No tienes que agradecerme nada, para eso estoy— respondo, de mis labios sale una sonrisa un poco más profunda que las demás esta tarde, porque si algo he aprendido en este tiempo, es que estoy lejos de ser la persona que ponga una crítica a las acciones de los demás. —Siempre vas a tener mi apoyo, Hans, eres mi hermano y te quiero, independientemente de lo que pueda ocurrir— eso sí puede darlo por seguro.
No sé por qué me sorprendo, si Phoebe tiene la habilidad de hacerse un monólogo cuando hace segundos le dejé en claro que no tengo ganas de seguir hurgando en el tema. Mi pecho se infla con una paciencia que no tengo y que me estoy obligando a cargar, recordándome que no puedo responderle de la misma manera en la cual lo hago con mis empleados del ministerio — No te diré que no cuentes tu versión de los hechos, tampoco pongas tú palabras en mi boca — la respuesta viene con una calma que poco tiene que ver con la arruga que se me arma en la frente y que intento borrar pasando mis dedos por encima de ella — Mi duda fue más bien inocente, pero como digas, Phoebs. Si crees que lo único que hago es atacarte por las cosas que pasaron, creo que tienes una imagen muy errada de mi persona. Soy tu hermano y podría haber juzgado muchas cosas de ti desde mi posición dentro de esta nación y, aún así, prioricé siempre nuestra relación. Así que no sé qué es lo que te hace pensar que no te dejaré hablar de lo que crees… Mientras no tengas tú una idea muy diferente de la realidad — Ya le he dicho en otra ocasión que ella la pasó para la mierda solo porque ella quiso. De niña no habrá tenido opción pero, como adulta, podría haber vuelto. Cada quien se cava su propio pozo.
Tampoco me sorprende su consejo siguiente y una de mis cejas se levanta en su dirección, acompañada de la curvatura de mi boca — Lo sé. He caminado mucho para llegar a donde estoy y tengo bien en claro que muchas personas me han considerado demasiado joven para mis tareas — confieso sin un ápice de vergüenza. Jamás fui una persona que tuviese miedo de las opiniones de los demás sobre mi trabajo, más siempre supe que muchos hablaron a mis espaldas de lo que puedo o no puedo lograr — Confío en ser capaz de poner las cosas en orden para tener una sociedad respetable antes de retirarme. No he hecho todo lo que hice para salirme del juego antes de ver el resultado — sé que he tomado decisiones cuestionables pero cada una de ellas ha sido necesaria.
La palmada que le doy en el hombro es cariñosa. Puede que tengamos nuestras diferencias, pero hay cosas que jamás cambian — Lo sé — le aseguro — Aún no he renunciado a las enseñanzas de la academia para hermanos mayores, eso tenlo por seguro. Hay cosas que nunca cambian.
Tampoco me sorprende su consejo siguiente y una de mis cejas se levanta en su dirección, acompañada de la curvatura de mi boca — Lo sé. He caminado mucho para llegar a donde estoy y tengo bien en claro que muchas personas me han considerado demasiado joven para mis tareas — confieso sin un ápice de vergüenza. Jamás fui una persona que tuviese miedo de las opiniones de los demás sobre mi trabajo, más siempre supe que muchos hablaron a mis espaldas de lo que puedo o no puedo lograr — Confío en ser capaz de poner las cosas en orden para tener una sociedad respetable antes de retirarme. No he hecho todo lo que hice para salirme del juego antes de ver el resultado — sé que he tomado decisiones cuestionables pero cada una de ellas ha sido necesaria.
La palmada que le doy en el hombro es cariñosa. Puede que tengamos nuestras diferencias, pero hay cosas que jamás cambian — Lo sé — le aseguro — Aún no he renunciado a las enseñanzas de la academia para hermanos mayores, eso tenlo por seguro. Hay cosas que nunca cambian.
—Hans, escúchame, no me estás escuchando.— digo, cuando a fin de evitar que malinterprete mis palabras, lo hace igualmente —Justamente estoy diciendo que no eres tú el que me ataca, que soy yo la que parece que con mis respuestas te estoy lanzando un ataque a ti. Porque siempre llegamos a lo mismo, Hans, soy yo hablándote de algo sobre mí, sobre sentimientos pasados, y tú lo vuelves una oportunidad para decir que no solo fui yo quien pagó consecuencias, cuando eso lo sé. — trato por segunda vez de que lo vea desde mi punto de vista, cuando en ningún momento he dicho que sea él quién me está atacando, sino todo lo contrario. No es la primera vez que Hans se hace responsable de las acciones de Hermann, se culpa a sí mismo por no haber hecho nada cuando tampoco estaba en posición de hacerlo y creo que, para eximirse de esa culpa que se auto impone él solo, toma mis declaraciones como si fueran exclusivas, como si no supiera que él también tuvo su parte con la que lidiar. Nunca hice de mi sufrimiento algo exclusivo, ni tampoco lo volví una discusión sobre quién la pasó peor.
Lo que dice a continuación sí choca un poco con otras cosas que he podido apreciar en él, y es por eso que me muestro un poco confundida, con toda una incógnita dibujada en el rostro cuando le miro. —¿Por cuál de las cosas que he hecho me juzgarías?— pregunto, dejando a un lado lo que ocurrió con Andrew, sobre lo que ya creo que se me juzgó. Medito mi propia pregunta unos segundos en silencio, esos en los cuales aprovecho para acomodar el peso de Hayden entre mis brazos mientras se entretiene con la tela del cuello de mi chaqueta y encuentro que, efectivamente, hay una serie numerosa de actos por las cuales podría acusarme con el dedo, pero desconozco a cuáles de ellas se refiere. —Júzgame, Hans. Sé honesto conmigo como yo lo he sido ahora, de nada sirve que me digas estas cosas, pero luego termines pensándolo de igual forma. Si quieres juzgarme, hazlo, no te quedes con el pensamiento solo porque soy tu hermana. —ahora, delante de mí y de mi hijo, donde no pueda ir después a desahogarse con alguien más porque conmigo no puede hacerlo, porque soy su hermana. Precisamente porque lo soy es que debería tener la confianza para decirme lo que fuera sin miedo a lo que pueda ser mi reacción. No es como si yo le hubiera criticado en ocasiones anteriores, como no le juzgué cuando me echó de su casa porque él pensaba que estaba haciendo lo correcto y yo lo respeté; tampoco le juzgo en las decisiones que toma a diario porque sé las razones que hay detrás de ellas, esas que incluyen primariamente a su familia. Yo perdí la oportunidad para criticar de tantas veces que las personas volcaron sus opiniones sobre mí, como para permitirme decir que yo también podría juzgarle, porque no lo hago.
— ¿Cuál es mi idea muy diferente de la realidad?— eso también quiero saberlo, ya que él parece conocer mi situación mucho mejor que yo misma, que soy quién la ha vivido y sigue haciéndolo a día de hoy. Pero si él siente que tengo una imagen errada de ello, primero que me lo explique antes de seguir cayendo en el error de vivir en una fantasía. Por otro lado, no discuto el que haya sido demasiado joven para su trabajo, cuando sus motivaciones siempre estuvieron claras desde el principio y no considero que tenga la experiencia profesional como para decirle cómo desenvolverse en un ámbito de trabajo que conoce demasiado bien. Me limito a compartir su sonrisa, un poco más tirante al decir esto último y me tomo su palmada como un gesto que resume lo que estaba pensando y que él no tarda en poner en palabras. —Espero que nunca cambien de verdad, Hans, hay demasiadas cosas últimamente que podemos decir no son seguras, no entres dentro de esa categoría, sigue siendo mi hermano mayor.— pido, suena casi como un ruego, estos días en los que nada es certero. Puedo dar fe de ello.
Lo que dice a continuación sí choca un poco con otras cosas que he podido apreciar en él, y es por eso que me muestro un poco confundida, con toda una incógnita dibujada en el rostro cuando le miro. —¿Por cuál de las cosas que he hecho me juzgarías?— pregunto, dejando a un lado lo que ocurrió con Andrew, sobre lo que ya creo que se me juzgó. Medito mi propia pregunta unos segundos en silencio, esos en los cuales aprovecho para acomodar el peso de Hayden entre mis brazos mientras se entretiene con la tela del cuello de mi chaqueta y encuentro que, efectivamente, hay una serie numerosa de actos por las cuales podría acusarme con el dedo, pero desconozco a cuáles de ellas se refiere. —Júzgame, Hans. Sé honesto conmigo como yo lo he sido ahora, de nada sirve que me digas estas cosas, pero luego termines pensándolo de igual forma. Si quieres juzgarme, hazlo, no te quedes con el pensamiento solo porque soy tu hermana. —ahora, delante de mí y de mi hijo, donde no pueda ir después a desahogarse con alguien más porque conmigo no puede hacerlo, porque soy su hermana. Precisamente porque lo soy es que debería tener la confianza para decirme lo que fuera sin miedo a lo que pueda ser mi reacción. No es como si yo le hubiera criticado en ocasiones anteriores, como no le juzgué cuando me echó de su casa porque él pensaba que estaba haciendo lo correcto y yo lo respeté; tampoco le juzgo en las decisiones que toma a diario porque sé las razones que hay detrás de ellas, esas que incluyen primariamente a su familia. Yo perdí la oportunidad para criticar de tantas veces que las personas volcaron sus opiniones sobre mí, como para permitirme decir que yo también podría juzgarle, porque no lo hago.
— ¿Cuál es mi idea muy diferente de la realidad?— eso también quiero saberlo, ya que él parece conocer mi situación mucho mejor que yo misma, que soy quién la ha vivido y sigue haciéndolo a día de hoy. Pero si él siente que tengo una imagen errada de ello, primero que me lo explique antes de seguir cayendo en el error de vivir en una fantasía. Por otro lado, no discuto el que haya sido demasiado joven para su trabajo, cuando sus motivaciones siempre estuvieron claras desde el principio y no considero que tenga la experiencia profesional como para decirle cómo desenvolverse en un ámbito de trabajo que conoce demasiado bien. Me limito a compartir su sonrisa, un poco más tirante al decir esto último y me tomo su palmada como un gesto que resume lo que estaba pensando y que él no tarda en poner en palabras. —Espero que nunca cambien de verdad, Hans, hay demasiadas cosas últimamente que podemos decir no son seguras, no entres dentro de esa categoría, sigue siendo mi hermano mayor.— pido, suena casi como un ruego, estos días en los que nada es certero. Puedo dar fe de ello.
— No voy a juzgarte, Phoebe — sueno incluso escandalizado, mis ojos se abren como si en verdad mi hermana fuese incapaz de ver lo que yo veo y tampoco puedo comprender cómo es capaz de pedirme algo así — Cuando estuvimos en desacuerdo te lo he dicho, pero no soy un tabloide como para ir detrás de ti diciéndote lo que debes o no debes hacer con respecto a tu vida privada — solo puse el grito en el cielo cuando metió a un esclavo fanático de muggles en mi casa sin siquiera saberlo, pero siempre he creído que ya aprendió esa parte de la lección — Hablo de que la gente en el Capitolio no ve con buenos ojos a aquellos que vivieron en el norte y algunas amistades son cuestionables, ya sabes cómo son. Nuestra familia tiene peso en este país y no nos dejarán pasar ninguna decisión, sea acertada o no. Podría haberme aferrado a esa parte de la historia y no lo he hecho — que me diga que no la recibí en mi casa, que no le ofrecí ayuda, que no me puse entre ella y Road cuando quisieron exponer todos nuestros secretos frente a la prensa. Hay diferencias claras, pero no tienen peso cuando llega el momento de la verdad.
— El llegar a creer que no estoy de tu lado — es una respuesta simple, la acompaño de un movimiento de mis hombros como si lo diera por sentado. Tal y como hemos dicho mil veces, se supone que somos una familia y tenemos que comportarnos como una. A veces creo que Phoebe y Scott se parecen más de lo que me gustaría, ambas tienen la manía de entrever cosas que no están entre mis palabras y sospecho que dejar los tantos claros con personas como ellas se ha ido vuelto un poco complicado con el paso del tiempo. No tengo intenciones de que ninguna aquí me vea como un enemigo amargo, no cuando yo siento que tiene que ser todo lo opuesto. No cuando puedo sentir su petición como algo que me lleva de inmediato a esos tiempos en los cuales éramos pequeños y utilizaba el mismo tono de voz para que le permita usar mis juguetes. Lo máximo que puedo hacer ahora, mucho más alto y con una voz que se ha endurecido, es asentir con firmeza — Siempre.
Que no tenga duda de ello.
— El llegar a creer que no estoy de tu lado — es una respuesta simple, la acompaño de un movimiento de mis hombros como si lo diera por sentado. Tal y como hemos dicho mil veces, se supone que somos una familia y tenemos que comportarnos como una. A veces creo que Phoebe y Scott se parecen más de lo que me gustaría, ambas tienen la manía de entrever cosas que no están entre mis palabras y sospecho que dejar los tantos claros con personas como ellas se ha ido vuelto un poco complicado con el paso del tiempo. No tengo intenciones de que ninguna aquí me vea como un enemigo amargo, no cuando yo siento que tiene que ser todo lo opuesto. No cuando puedo sentir su petición como algo que me lleva de inmediato a esos tiempos en los cuales éramos pequeños y utilizaba el mismo tono de voz para que le permita usar mis juguetes. Lo máximo que puedo hacer ahora, mucho más alto y con una voz que se ha endurecido, es asentir con firmeza — Siempre.
Que no tenga duda de ello.
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