The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Julio

Había jurado que no volvería a poner un pie en casa de Phoebe luego de verla en esa casa del distrito nueve donde esperaba un bebé que compensaría al que perdió, con el mismo hombre que no me había esperado que cumpliera con lo que predije en alguna ocasión, no hay ningún tipo de satisfacción en saber que tenía la razón. Nunca la hubo, a decir verdad, no se lo había dicho en su momento porque me regodeara en ella, por querer hacerle un daño intencional, sino para prevenirla de una herida que conocía bien. Y aun tiempo después de saber que Phoebe se había quedado sola con su hijo, seguí con mi mirada retirada de ella porque su presente seguía siendo mejor que el pasado en el que estuvimos atrapadas con nuestras vidas vinculadas. Pero no cierro mis oídos a su nombre, a lo que puedo saber de ella o de ese niño del que espero nunca conocer la cara, lo que bien sabe su madre que debe hacer, es mantenerlo apartado de mi vista.

Es el rumor que me trae un licántropo lo que me tiene frente a su puerta, llamando. Hay ciertos apellidos que antes de ser reportados, algunos miembros de seguridad con buen tino consideran que es conveniente hacérmelo saber a mí y no los desaliento a ello. Había creído que Phoebe estaba recluida en su casa para afrontar la soledad con su hijo, saber que anda merodeando por el norte me preocupa como quizás no le preocuparía a nadie más, muy probablemente porque yo sí la he visto antes mendigando por ahí y no creo que la ausencia de su marido sea algo que pudiera cubrir con tareas domésticas, el cuidado de su hijo y un poco de trabajo. La he visto rota y puede estarlo si quiere, mientras sea en la seguridad de una casa en un distrito como este, pero no rota en el norte. Al chasquido de la cerradura cuando la puerta se abre, estoy con medio cuerpo dentro antes de que pueda cerrarla en mi nariz al reconocer mi cara. Invado el espacio de su casa, mucho más reducido que la casa anterior, casi siento que puedo llenarla con mi presencia. No es un espacio pensado para más de una persona, supongo que fue inteligente de su parte para que ciertas ausencias no se notaran, debe ser horrible una casa donde la otra mitad se vea vacía.

Como me han dicho que se te ha dado por visitar lugares pasados, imagino que no te molestará también cruzarte con una cara de esos tiempos— la saludo así, —otra vez— musito. Coloco mis manos en cada lado de mi cadera y avanzo en zancadas por el recibidor hasta poder pararme desde donde la puedo mirar de pies a cabeza, mis ojos le dicen que está en falta antes de que le diga palabra al respecto. —¿Qué mierdas andas removiendo en el norte, Phoebe? Pensé que no querías volver a nada que tuviera relación con esos distritos, de pronto te han visto por ahí y no con las manos vacías. No creí que volvieras a rebuscar entre la basura que dejamos atrás.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Conseguir el armario evanescente junto con su pareja fue más fácil de lo que pensé que iba a ser en un principio. Digamos que cuando abandoné el norte también dejé atrás a un grupo de personas que no esperaba poder llamarlas conocidas después de eso, especialmente recordando las circunstancias en las que me fui. Pude haber ganado un par de enemigos en el camino, más con la reciente popularidad de mi familia, no necesariamente positiva, pero el regresar una única vez a los lugares por donde me moví durante demasiado tiempo, me sorprendió con que algunas caras seguían siendo aparentemente amigables. Mi voto de confianza, de todas formas, sigo reservándomelo para aquellas pocas que puedo contar con los dedos de una mano, así que pedir favores todavía es algo a lo que le tengo respeto. Por no decir que una vez conseguido el armario, aun necesitaba un sitio donde colocarlo para que comunicara con el que había en casa en el cuatro, y como en el momento no se me ocurrió otro espacio mejor que el viejo lugar que ocupaba en el once, allí quedó.

Con eso resuelto, no quedaba mucho más para hacer. Su uso está limitado a funcionar como vía de salvoconducto, es la única y principal razón por la que me he tomado tantas molestias en conseguirlo, y no pensaba volver a pisar el once. Si no fuera por el pensadero. Ese maldito y dichoso pensadero que creía olvidado, o más bien enterrado en el escondite del que tuve que sacarlo, bajo la madera del suelo que me dio por levantar cuando recordé que también guardaba diarios allí. Si Georgia pudiera hacerse con esos, de seguro que le sacaría mucho más provecho que yo, incluso cuando lo único que tienen escritos son pensamientos decorados con palabras, no ninguna profecía que pueda llamarle a la curiosidad. Los cuadernos dejaron de ser mi foco de atención cuando recuperé de ese hueco la pequeña fuente, escasamente vacía si se compara con la última vez que puse mis ojos sobre ella. Quizá más que sorprenderme por el poco contenido líquido, lo hizo el hecho de que ni siquiera recordaba que lo había dejado allí.

Supongo que no me di cuenta en el momento que podría tener un efecto indeseado para alguien que ya vive de por sí a base de recuerdos de otras personas, como para hacer uso de un objeto diseñado específicamente para revivirlos. El líquido que cubre todo el fondo del pensadero se hace cada vez más llamativo al verter sobre él un recuerdo tras otro, puedo mover el interior con la varita sin necesidad de hundirme en el agua para evocar algo simple, si quiero volver a un momento en concreto me vale con acercar el rostro, que ni siquiera necesito aguantar la respiración para ello, es lo bueno de la magia. Pero nadie te dice que también tiene la parte que perjudica, el sentimiento de vacío cuando regresas al mundo real y te das cuenta de que no son más que momentos, momentos que no van a repetirse y que están lejos de parecerse a la realidad. Y aun así no hay nada que te impida volver las veces que quieras, casi como una droga que te hace dependiente.

El sonido de la puerta me hace golpear suavemente el borde del pensadero para acercarlo a la esquina de la habitación, sin tener el tiempo suficiente para guardarlo en el armario donde he habilitado un espacio para él, dejo que la pieza se sostenga por sí sola en el aire como está acostumbrado a hacer cuando se usa. Antes de bajar por las escaleras, echo un vistazo rápido al interior de la habitación de Hayden al pasar por delante para comprobar que sigue durmiendo, siendo las dos únicas habitaciones además del baño de la planta de arriba, tardo apenas unos segundos en llegar al espacio abierto de la entrada. Apenas dejo una hueco pequeño de la puerta que tengo la figura de Rebecca Hasselbach con medio cuerpo dentro de mi casa antes de que pueda decirle que se largue, pero sus insinuaciones son mucho más provocativas que cualquier intromisión que pueda hacer. — No sabía que tenía que comunicarte de manera exclusiva a donde voy o dejo de ir — digo — Creo que no eres la persona a la que tengo que dar parte de lo que hago con mi vida — ni a ella, ni a nadie para empezar, mucho menos si ha venido aquí para escupirme en la cara que tenía razón. Me analiza con la mirada, así que yo hago lo mismo. — No tuve oportunidad de darte la enhorabuena por tu nuevo puesto de trabajo — comento de paso, aunque no hay rastro de emoción en mi voz cuando lo digo.
Phoebe M. Powell
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Invitado
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No hace falta que me comuniques de nada— se lo aclaro, —por alguna persona me entero— si no es por los miembros de seguridad, basta con que me llegue un rumor y lo confirmo con la gente del norte de la que consigo respuestas con cualquiera de las maneras que no dudo en usar, la necesidad desarrolla el lado recursivo de todo carácter. Pero no me engaño con mi supuesto control, son muchos hilos silenciosos los que cruzan por los distritos del norte, con información de la que nunca llegaré a enterarme, y al final, lo que llama la atención es solo la cara desdichada de una mujer vista en televisión difamando a su padre, las nuevas celebridades que surgen en esta era, rostros que la gente llega a fijar y que más en afán de cotilleo, que en verdadera prestación de labor, me hacen saber que la han visto por ahí. Mi mirada se posa en ella con apatía a la falsa felicitación que modulan sus labios. —Nadie me la dio, nadie lo siente como algo que celebrar, así que no hace falta que gastes palabras en cumplir con la formalidad—. Y la miro a ella, también en una condición distinta a la que nos encontrábamos hace un tiempo. —Todos los caminos, también los que van cuesta arriba, terminan en riscos al vacío, ¿no?— escupo, sigue sin ser una mofa a su suerte, el encuentro amerita el ponernos al tanto de lo que hemos conseguido desde la última vez que hablamos.

Si poder fuera lo que hubiera anhelado desde un principio, esta sería la cumbre sobre la cual abandonar la rabia que me impulsa a pelear, pero no voy detrás de ningún puesto, sino de una última batalla. Creo no equivocarme al suponer que ella tampoco tenía fijado como final del camino una casa, un anillo en su dedo y un hijo, siempre es algo que late por debajo lo que buscamos, con una codicia que en ocasiones nos corroe y nos condena al desasosiego. —Saltaste al vacío— lo digo con mis ojos puestos en los suyos, mis dedos se tensan al ir cerrándose en puños que reprimen la rabia que detesto tener que descargar en ella nada más verla. Mi rostro se voltea hacia la fuente que ha quedado suspendida en un rincón de esta sala, me hierven las entrañas al recordar que ese fue el maldito objeto que robó en traición al trato que teníamos con un cliente y hacia mí también. Ella, que siempre ha sabido quedarse en la orilla de los recuerdos, mirándose en estos. Yo también guardo mis memorias con el celo de recordar qué me hirió, pero nunca haría lo de ella de meterme voluntariamente en recuerdos para que me ahoguen, es suicida.

¿Por qué debería sorprenderme que tu razón de volver al norte tenga que ver con que retomes tus manías? Siempre has sido una persona que vive en el pasado, no lo recuerdas, lo vives. ¿Perdiste a lo único que te sujetaba al presente así que volviste al único lugar que conoces? Sea bueno, sea malo, te escondes en el pasado por no saber lidiar con el presente— me dirá que no soy quien para inmiscuirme en su vida, pero como me tomé el trabajo de venir a su casa, no desaprovecharé la visita para decirle lo mismo que cuando joven, con la autoridad que me doy a mi misma de decirme que lo hago por su bien. —Las personas se van, Mae— uso el nombre con el que la conocí, —¡Se van! ¡Acéptalo!— y aunque te desgarre como si cortaran tu carne, aunque pierdas una parte que nunca recuperarás porque esa persona se la llevó, eres quien se queda y duele. —La que se queda eres tú. Cambian los nombres, cambian las circunstancias, pero si en cada momento de la vida te la pasas reviviendo el abandono de tu padre y tu mecanismo de defensa al verte sola y desorientada es esconderte en recuerdos, puedes considerarlo una enfermedad y no quieres que te la bienvenida también a su mundo.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
No sé qué se supone que debo responder a eso. ¿Me importa de quién haya escuchado que estuve por el norte un par de veces en el último mes? En el momento actual diría que no, pero soy consciente de que no soy la misma cara cubierta que una vez fui cuando vivía en el once. Empezando porque de entonces, ni siquiera utilizaba el nombre que me correspondía por nacimiento, si se tiene en cuenta lo poco usados que son los segundos, Mae es solo una mentira de la persona que fui, que era. Y, aun así, puedo jurar aquí mismo que seguía siendo una versión honesta en comparación con todo en lo que me pude ver envuelta trabajando para alguien como Rebecca. — No lo sé, eres tú quién está en la cima de todo como para decirlo, ¿no es así? No hay otro lugar al que puedas escalar desde donde estás ahora, ¿cómo se siente? ¿Te gusta el reconocimiento? ¿Que la gente sepa quién eres? — se lo pregunto porque así como ella también supo mantenerse al margen durante muchos años, escondida en el norte, llegó su momento de estar donde todos pueden verla, verla triunfar, o errar. Puedo decir que comparto el sentimiento de ser un rostro nuevo entre historias ya conocidas.

Me quedo con mis pies clavados en el suelo, ambas mantenemos una distancia prudente porque al menos yo no quiero tener que recordar las últimas veces que estuvimos paradas en una misma habitación. Sus palabras me llegan, claras como el viento, sé lo que pretende conseguir con tal solo mantener mis ojos sobre los suyos, esos que me juzgan en una mirada que conozco bien, porque la he visto antes. Como siempre, está aquí para decirme lo que he hecho mal, viene hasta mi casa para regodearse de mis decisiones sin la necesidad de exponerlas blanco y en botella. — Escogimos caminos diferentes, eso es todo. ¿No lo hicimos siempre? Teníamos metas distintas, nuestros motivos estaban lejos de parecerse a pesar de camuflarlos bajo una misma necesidad, esa que nos movía a hacer cosas cuestionables con tal de sobrevivir. Pero ahora es diferente, y no tenemos que sobrevivir, no de la misma manera que antes, al menos. Salté al vacío por algo que lo vale — porque dudo poder coincidir en mentalidad cuando se trata de eso, sobrevivir, siento la necesidad de aclararlo. Incluso cuando ella puede venir aquí a reclamar haber tenido razón, me sorprende que no lo haya hecho ya, supongo que viene dicho entre las líneas de lo que va soltando.

Mi mirada se va con la suya al reparar en el objeto que pudo haberme costado su confianza, no hubiera esperado que lo recordara después de tanto tiempo, pero es evidente que ha sido mi error el pensar que Rebecca pasaría algo como eso por alto. Lo siento como un ataque personal, el que salte a conclusiones que ella misma se imagina en su cabeza, solo por haber caído en que el pensadero sigue teniendo un dueño. — ¿Mis manías? Vete a la mierda, Rebecca, no sabes de lo que estás hablando — resoplo, ni siquiera por lo bajo, transformando por completo la expresión de mi cuerpo al pasar a adoptar una actitud de carácter defensivo. — ¿Por qué todo el mundo asume cosas de mí sin saber lo que hay detrás de mis decisiones? ¿Por qué todo el mundo se cree con la autoridad de decirme cómo debo afrontar absolutamente todo? — le pregunto a ella, pero es una cuestión que me gustaría tirar a más de una persona — ¡No me conoces! Me conociste en el norte, pero la persona que soy ahora no tiene nada que ver con quién pude ser cuando estaba contigo. No vivo en el pasado, ¡vivo aquí! Aquí, con mi hijo, tengo suficiente con resolver los asuntos que me atan al presente, como para desperdiciar ese tiempo lamentándome por lo que no puedo cambiar — escupo, no solo a ella, a todos los que se creen con el valor de gritarme a la cara todo lo que hago mal. — No eres quién para decirme cómo debo lidiar con el presente, ni tú, ni nadie, porque solo yo sé con lo que estoy lidiando. No estás en mis pies, mucho menos en mi cabeza, como para creerte con el poder de decirme cómo debo vivir.

Me doy la vuelta, busco alejarme de ella incluso cuando el espacio de la casa no me lo permite en lo absoluto, porque no quiero escuchar sus palabras. — ¡Cállate! ¿Qué sabes tú? — exijo al momento de que alce su voz por encima de la mía, pero hasta yo tengo que reducir el volumen por miedo a despertar al bebé. — No entiendes nada, Rebecca. No tengo que darte explicaciones de ningún tipo, no vendrás a mi casa a decirme que estoy enferma cuando desconoces qué motivos hay detrás de usar el pensadero. — el enojo empieza a hacerse cómplice de mi discurso, más cuando paso a enfrentarla con la mirada. — No me escondo en mis recuerdos, somos recuerdos, si nos los quitan no somos nada, puras siluetas vacías a las que solo atraviesa el viento, huecos sin alma. ¿Crees que revivo el abandono de mi padre? Suficiente tuve con vivirlo una vez, suficiente tuve con querer olvidarlo, para darme cuenta de que no puedo hacerlo. No es la persona a la que me dirijo en mis recuerdos, si tanto te preocupa lo que pueda buscar, pero no seas déspota al cuestionar mis intereses, están lejos de ser lo que piensas — porque al parecer, todo el mundo tiene una obsesión con querer hacerme sentir que ser vulnerable a ciertas cosas, es lo peor que puedo hacer.
Phoebe M. Powell
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Es satisfactorio, no voy a mentirte— digo con la barbilla en alto, porque ella usó una palabra distinta a la que usan otros, no habló del poder que pueda darme este puesto, de la autoridad que me confiere sobre ciertas cosas que eran impensables que pudieran estar bajo mi control, ella habla de reconocimiento y ha dado justo en el blanco. —Es satisfactorio pasar de ser un nombre olvidado y a estar escondida en el norte como mucho menos que una sombra, para que la gente pueda darme reconocimiento con un nombre y una placa. ¿No te pasó a ti cuando volviste a ser Phoebe Powell? ¿No te pasó sentir que volvías a la vida?— pregunto, en el norte éramos despojos de una vieja identidad arrebatada, nos arrastrábamos en esas calles tratando de que no nos diera la luz, nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad y nos movimos en ella, robar era una de nuestras habilidades, y no creo en el refrán de que ladrón roba a ladrón tiene cien años de perdón, no le perdono que haya rota mi confianza en ella por un maldito pensadero al que en su momento no pude sostener en mis manos por el vértigo que me causaba.

Los demonios que nos atormentan toman extrañas formas para materializarse ante nosotros, y en el momento en que Phoebe responde a mis palabras, los escucho también hablándome desde su boca. Revivo el momento en que salté a mi propio vacío por confiar en la mano que me sujetaba, me molesta la presencia tan cercana del pensadero que estremece mi piel, y sí, yo también creí que lo valía. Pero no es lo mismo, Phoebe se sostiene a una promesa que fue real cada vez que salta al vacío. Sigue sin ser lo que hubiera deseado para ella, después de todo… que estemos atrapadas en nuestros vicios eternos demuestra que nada fue suficiente, el norte no era infierno de nuestros males, lo llevamos nosotras.  O lo llevo yo. Solo yo. Porque ella ha sido de las pocas que ha tenido siempre la cara para enfrentarme, no lo hace desde los prejuicios irracionales y sin sentido que me arroja la gente, marcándome los límites para que mi infierno no la consuma a ella y hace mucho que había perdido esta sensación que me atormentaba siendo más joven, la de mirar a mis manos, para ver que tanto había quemado a otra persona, las mismas manos que al convertirse en garras y manchar mi piel de sangre, me volvieron insensible al daño que puedo causar.    

¿Buscas a tu marido? ¿Es eso, no?— inquiero. Él tampoco está ahí. Trago, con mucha dificultad, el comentario amargo que si lo dijera, no sería ella quien debe escucharlo, es solo otra manera de lastimarme a mí misma usándola a ella como espejo, y este pensamiento me trae las palabras de alguien que dijo que tratara de recomponerme yo antes de hurgar en las heridas de otros. —No puedo creer que recorrimos tanto para volver a estar en estos lugares— e incluso discutiendo por un objeto cuya existencia había dejado de importarme, no olvidarlo, porque no olvido. Mis pasos me llevan hasta quedar de pie frente a ella, atrapo su rostro con mis manos aunque le enfade el contacto, busco en el color de sus ojos llegar a donde se encuentra el carácter del que hace acopio para tratar con alguien como yo, cuando otros se escudan detrás de la indiferencia o el esnobismo para no tener que encontrarse con mi mirada, y lo busco porque hay quienes insisten en verla de una manera que en realidad no la ven.

Pocas personas sabrán reconocer lo que significa que alguien diga que vive el presente y acepta los recuerdos como parte de lo que somos, y no lo hace porque su presente esté lleno de cosas que compensan los vacíos de lo perdido, sino que puede hacerlo incluso sobre una nueva perdida. Phoebe— modulo su nombre, el real, —he visto en estos distritos demasiada gente que no puede decir que vive el presente, se arrastran por el presente con su espíritu en el pasado— sobra decir que me veo a mi misma en cada reflejo de cristal. —Pensé que te destrozaría, debe ser que estoy demasiado acostumbrada a que todo se destruya, saber que habías estado en el norte me hizo pensar que volvías a estar destrozada. Pero lo conseguiste…— susurro al soltarla lentamente. Pudo sostenerse en pie, siguió andando, no la detuvo, aun doliéndole, siguió y encontró su voz para gritar, para gritarme a mí, haciendo que pueda despedir de una buena vez por todas a Mae, aunque tengo que hacerlo desde una oscuridad propia en la que sigo cubriéndome. —Ganaste una batalla que muchos aun la tienen pendiente.
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Phoebe M. Powell
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Hasta cierto punto — respondo, me tardo unos segundos en contestar de todas formas, no es algo que pueda decir sale de forma directa de mis labios, no como ha podido hacerlo ella. — La gente tiene esa manía de creer conocerme mejor que yo misma, que no les cuesta opinar sobre mí como si supieran qué es precisamente lo que me está pasando por la cabeza — es un comentario tan crítico como el hecho de que personas como ella mismamente llaman a mi puerta con la idea ciega de que tienen el poder como para conocer cada uno de mis pensamientos, y por esa misma razón se creen con el derecho a juzgarme cuando no actúo de la manera en que esperan, o porque actúo tal y como se imaginaban, por eso también. Las críticas no es algo que escaseen cuando se trata de tener tu cara al público — Pero sí, supongo que tiene su atractivo — concluyo, aunque no hay mucha emoción en mi voz cuando lo digo. Si mi reconocimiento se va a basar en ser la hija de alguien o la hermana de alguien, no sé hasta qué punto es preferible tenerlo de no tenerlo.

Trato que no se refleje en mi rostro la respuesta a su insinuación como sé bien que pueden hacer mis facciones cuando las dejo liderar y en su lugar sostengo una mirada que, más que fría, podría considerarse vacía. — Lo que busque o deje de buscar sigue siendo asunto mío… — me hubiera gustado decir más, pero siento que de hacerlo le habría dado la respuesta en bandeja, y me niego a que sea ella otra de las personas que deciden decirme qué es lo mejor para mí, cuando ya se encargó por cuenta propia de hacerlo cada vez que tuvo oportunidad. Las dos sabemos que no estuvo falta de esas, las aprovechó bien como para creerse con la autoridad suficiente como para presentarse de nuevo en mi casa. — ¿Cuáles son esos lugares a los que te refieres? — si quiere decirlo, que lo haga, pero que no lo deje como un comentario que puede llegar a malinterpretaste escuchado por oídos ajenos a los míos. Quiero que lo diga, incluso cuando conozco la respuesta a la perfección por ser quién recorrió caminos a su mismo lado, quiero que se pare aquí ahora y diga todo lo que ha querido decirme por este último tiempo como la voz de la razón que siempre se jactó de ser en mi presencia. Quiero sus palabras porque si no me harán más fuerte, sé que no me harán más vulnerable.

Me veo reflejada en sus ojos, también azules, ante ese contacto inesperado del que no rehuso a pesar de que la experiencia me ha enseñado que la mujer que tengo delante tomó mi mano muchas veces, para después soltarla haciéndome creer que todavía la seguía sosteniendo. — No gané ninguna batalla — me aparto, hago lo mismo con la mirada al alejarme de su rostro, recogiendo los brazos sobre mi pecho para acercarme a la esquina donde se encuentra el pensadero. Este será otro momento que después podré arrojar dentro de él para analizar si se me antoja, pero por el momento decido hundir tan solo las yemas de los dedos de mi mano, rozando el agua en un gesto que apenas la mueve. — Sigo luchando cada día, contra todo lo que me tuvo destrozada y amenaza con querer destruirme todavía, porque decido estar entera, tengo una razón para estarlo y es lo que escojo por encima de todas esas cosas, porque podría estar destrozada, si quisiera — las dos conocemos el sentimiento, en ocasiones puede resultar tremendamente atractivo, adictivo incluso — Cómo me las apaño para no estarlo ya es cuestión aparte, en la que no debería entrar la opinión de nadie más salvo la mía, porque al final del día soy yo quien tiene que pasarlo sola — ella puede comprenderlo, también está sola a su manera, la diferencia es que yo no me meto en la forma con la que lidia con ello — Si mis recuerdos son lo único que me pertenecen y que no van a quitarme, junto con mi hijo, no dudaré en usarlos para mi propio favor —sentencio, apartando los dedos mojados del objeto. A fin de cuentas, no estoy haciéndole ningún mal a nadie.
Phoebe M. Powell
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Eso es lo que se hace con los caracteres débiles, se les dice quienes ser y qué hacer, lo hicieron conmigo, lo hice yo también con los que reconocí más vulnerables al mío, enseñanza de la vida que me permitió hacerme fuerte en base a golpear a otros a partir del propio abuso que pude haber pasado, circunstancias que nos lleven a creer que todos deben pasarlas para encontrar esa misma fuerza y suponernos con la autoridad de considerar a otros débiles, instándolos a sufrirlas. Phoebe es quien mejor me recuerda lo dañina que he sido toda la vida, incluso cuando mis actos derivaban de intenciones que consideraba buenas, es lo que al final de cuentas definió que peleara desde el lugar que peleo, que lo único que sé hacer sea lo que hago. Y a que, por mi parte, haya renunciado a buscar lo que nunca se lo compartí a ella, ella no tiene por qué hacerlo conmigo. Porque basta muy poco, unas pocas palabras de alguien con sentido de la realidad, para que también en las contadas ocasiones que este engaño del presente en el que vivo me llevó a creer que podía recuperar lo perdido, me hicieran desistir. —Estos lugares que son recordatorios de perdidas, estemos donde estamos, tengamos lo que tengamos, seguimos siendo personas que lloran una perdida— susurro, por secas que tenga mis mejillas y el vacío de lágrimas en mis ojos, aunque mi primera imposición por orgullo fue decir que no quería lo perdido, no hay día en que no me vea donde estoy sin recordarme que hay victorias tras un dolor que nos hace desear haber perdido de entrada en este juego.

La veo rondar ese objeto que desprecio, del que retiro mi mirada por no soportar verlo, el agua que moja las puntas de los dedos de Phoebe son un maldito susurro que inquieta a mi mente, en el que los recuerdos se arremolinan dentro de una celda que supe construir para ellos y en la que me escondo cuando necesito rearmar mi armadura de pelea, hábito en el que me encontré mi razón de ser, y es mejor, mucho mejor que solo huir. Porque huir me ha llevado a demasiado callejones sin salida, a recovecos en los que no podía ver nada, ni siquiera mi propia imagen en un espejo y al no poder encontrarme, era nada. Sigo sin poder estar en paz con mis recuerdos como para poder aceptarlos siendo parte de mí y no querer despezarlos como la bestia en la que me convertí, así que estoy demasiado lejos de mostrar una actitud similar a la de Phoebe, mi mano que se había posado sobre su mejilla queda inerte a un lado de mi cuerpo mientras la escucho decir que no ha ganado nada.

Presiono mis párpados para cerrarlos en negación a querer aceptar que Phoebe será siempre de esas personas que al ser lastimadas, toman el daño hacia dentro, nunca lo devuelven hacia afuera, pero eso también sería volver a señalarlo como es, cuando ella insiste en que ninguno lo sabemos. —Estoy segura de que sabes que hay una diferencia entre acudir a los recuerdos de tu mente, a hundirte en los de un pensadero— musito con una calma que me cuesta sostener, —es diferente evocar un rostro a volver a verlo, tan cerca, tan real— y que siga siendo sordo a tus llamados, ciego a tu presencia, a que sus ojos que aun buscándote en ese recuerdo, no alcancen a verte parada enfrente. Y que sea alguien más, un maldito yo del pasado al que se llega a aborrecer por ser quien esa persona busca, una y otra vez, como no lo hace en el presente. Paso el nudo que me atraganta al seguir hablando. —¿Qué tan segura puedes estar del control sobre tu voluntad en esos paseos por los recuerdos? Tienes a un bebé contigo, Phoebe, introducirte a esos recuerdos te lleva al pasado, te hacen abandonarlo a él en el presente. ¿Y qué si un recuerdo te cautiva lo suficiente como para retenerte? Si crees que sabes controlar esto, comparte este pensadero conmigo como fue en un principio— porque no cambiará de opinión, no precisamente conmigo, no sé si puedo confiar en la fortaleza que emerge de lo herida que está, aunque quiera hacerlo y creer que no hace falta que mis ojos sigan puestos sobre ella, y prefiero sacar de su alcance ese placebo que le puede hacer tanto mal como bien.
Anonymous
Phoebe M. Powell
Director del Servicio Social
Vuelvo mis párpados hacia el suelo, pasando la palma de mi mano por uno de mis brazos en una caricia que busca resguardarme de todo lo que pueda decir, cuando está más que demostrado que Rebecca siempre conseguirá una reacción diferente de mí, distinta de la que reciben otros. Supongo que tiene que ver con el tiempo que compartimos juntas, que es ella quién me ha visto en mis momentos más vulnerables, porque me sacó de ellos, me pesa decirlo, pero así como se encargó de llevarme a otros puntos débiles, de creármelos, también se encargó de sanar otros. Que estemos hablando sobre pérdidas, cuando nosotras mismas no fuimos mucho más que eso en su momento, solo le da más razón a su punto. — Solo porque estemos en otro lugar, rodeadas de otras personas, no significa que no vayamos a sufrir por lo que se nos arrebata, solo porque tenemos otras cosas con las que compensar esa pérdida. No se compensan — murmuro, sin apenas mover mis labios porque ni siquiera yo misma deseo escucharlo. La gente puede decir lo que quiera de mí, que tengo problemas eso está claro, no necesito que nadie me lo grite a la cara para saberlo, como si no fuera consciente.  También soy consciente de lo mucho que una persona puede llegar a perder, de lo mucho que le pueden quitar, porque me lo han quitado, me lo han arrebatado. Y evidentemente voy a basar mi presente en las experiencias que he vivido, es lo que conozco, no miraré al día siguiente como si no fuera a demostrarme lo que me dio en el pasado. No proyecto sobre mi pasado, como a muchos les gustaría decir, ni vivo en él, como mismamente Rebecca está diciendo, lo uso para no engañarme a mí misma y creer que solo porque esté en un lugar diferente, la vida va a regalarme lo que no me dio antes.

Pues claro que conozco la diferencia — respondo al instante de que esas palabras salgan de su boca, mi cuerpo se gira bruscamente hacia el pensadero de nuevo para posar mis manos sobre los bordes de la fuente, mi cabeza inclinada hacia delante al observar el agua cristalina en lo que mis dedos casi se tornan blancos por la presión que ejercen contra el mármol. — No uses esa palabra — es firme mi voz al exigirle que no vuelva a utilizar el término abandono tan a la ligera, como si no supiera lo trascendente que puede llegar a ser. — No estoy abandonando a mi hijo en el presente, no lo estoy abandonando en ningún lado, no te atrevas a decir algo parecido. Soy yo la que está, tú misma lo has dicho, siempre soy yo la que se queda — remarco con fuerza el que ella lo haya usado antes, lo hace más real el que lo diga otra persona, porque mis palabras nunca tienen el efecto que quiero, hago de mi defensa el discurso que utilizó nada más poner un pie en esta casa. — Soy la que está cuando llora y no puede dormir, soy quien pasa el día cuidando de él y las noches procurando que descanse lo que yo no puedo. Soy la que se queda porque como tú bien dices todos se van, por una razón o por otra, todos terminan marchándose — me entran ganas de golpear el agua con mi mano, si no lo hago es porque tendría que ser yo la que termine pintando la pared si la golpea, fregando el suelo si cae.

No me doy la vuelta para enfrentarla, necesito de la firmeza de la pared que tengo delante para clavar mis ojos en ella al elevar la barbilla y decir: — No — rechazo lo que ella viene diciendo que es un asunto de antaño, que para cerrarse el objeto debería pasar a su pertenencia como era el plan inicial, para que luego ella pudiera venderlo a un cliente del que no recordaría su nombre horas después. — ¿Qué puedes tú necesitar del pensadero? — cualquiera podría hacerme la misma pregunta a mí, pero siendo que me he explicado apenas unos minutos antes, no creo que me salga con esas, y en su lugar, soy yo la que se da la vuelta de una vez por todas, la fuente de agua detrás de mi espalda. — Cualquier asunto que pudiéramos haber contratado en el pasado, quedó en el pasado, Rebecca, ni tú ni yo queremos remover nada de aquello — no nos beneficia a ninguna, por ponerlo de alguna manera — ¿Quieres acusarme de haberlo robado en su día? Lo hice, lo robé, no sería la primera cosa que robo, pero esto es diferente. Puedes llamarme ladrona, no es de los peores insultos que me han dicho, tampoco tú, pero no soy una ladrona de recuerdos, mucho menos de los míos propios, me pertenecen. Y eso es todo lo que esto es— como quiera usar el pensadero no es nada más que mi propio asunto, mi voluntad no es algo que tenga que discutir con nadie.
Phoebe M. Powell
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Retiro mi mirada para esconderla, no quiero dejar que la quemazón en mi garganta suba hasta mis ojos y este semblante imperturbable que tallé como mi máscara, demuestre una tristeza vieja que ni siquiera es mía, sino la de alguien que agotó todas sus lágrimas siendo tan joven. —Será que algunos tenemos un destino de perdidas, porque no veo que ocurra con todos, hay quienes pueden abandonar sus vacíos para tener algo bueno, nosotras solo los reemplazamos por nuevos vacíos— murmuro, que al hacer soportables las primeras pérdidas, luego se suceden otras que en sus mentiras de compensar vacíos, invaden estos, ocupan más espacios de los que debían y se requieren de muchos años para que un vacío que arrebató más de medio espíritu, también se vuelva soportable. Me ha costado mucho tiempo, demasiado, que este vacío ya no me duela con cada paso que doy, poder hacer de los pedazos de espíritu que me quedaron algo con lo que vestirme, como para que charlas con Phoebe me lleven a ahogarme con ella en esta maldita melancolía que seduce, se muestra como un refugio seguro y mientras cierra grilletes alrededor de nuestras muñecas.  

Pero no es lo mismo, las diferencias son muchas, no solo en cuanto a cómo vivimos y sufrimos recuerdos, sino a los vacíos que habitamos. Miro las paredes de esta casa, se alzan alrededor de ella que se aferra con sus dedos a un pensadero que no la inquieta, que no la perturba como a mí, hay muchas maneras de interpretar la imagen que tengo ante mis ojos y su voz que me dice que no ha abandonado a su hijo, que me grita esta verdad. Nunca he sabido qué hacer cuando se me da la oportunidad de algo bueno, lo deseo como todos, en su momento llegué a desearlo con una codicia ansiosa, pero lo peor que me ha pasado ha sido también conseguirlo. Me veo a mí misma en una mansión mucho más grande que esta casa en la que Phoebe ha decidido esconderse y a diferencia de ella, no hay nada ni en el pasado, ni en el presente, a lo que pueda sujetarme. Ella tiene un hijo, que eventualmente se marchará como todos, lo verá crecer solo para que un día también se marche, quizá por eso yo mismo decidí que conocer a mi hija sea un momento de despedida, si al final de todo también se iría por una única razón, la que una vez nos vuelve semejantes en nuestros contrastes.

Es culpa nuestra, Phoebe— susurro, por baja que se escuche mi voz, sigue teniendo su firmeza. —Todos se marchan porque a nadie le gusta dormir con alguien que tiene pesadillas, ni sujetar una mano que está surcada de cicatrices, mucho menos bajar a nuestro infierno personal y querer ser amigo de todas las criaturas que allí viven— y creo que esto último, esto, es lo que nadie consigue. —Es culpa nuestra por ser quienes somos, sosteniendo que somos incapaces de recomponernos, que esto es todo lo que se puede esperar de nosotras…— reconozco lo que estoy haciendo, tengo que cerrar mis ojos para detenerme, así no sigo proyectándome en ella. —Pero te confieso que por un momento creí que sería diferente para ti, te vi entera de lejos así que mantuve mi distancia, te sigo viendo diferente porque te sostienes estando destrozada otra vez, y aun así todos se marchan, debe ser culpa nuestra, hay algo en nosotras que sigue haciéndonos un lugar en el que nadie se queda— y la persona entre todas que sí deseaba con todas mis fuerzas que se quedara, fue a la única que no le rogué, ni expulsé, ni obligué a quedarse como si lo hice con otros, lo dejé a su elección y eligió marcharse, puedo entenderlo, era un salto al vacío. Pero todos los juramentos se ponen a prueba con saltos como ese, ni siquiera hace falta saltar, muchas veces la caída no se da, bastaba con cerrar los ojos y confiar en el otro. Y yo tampoco sé qué bien me haría un pensadero, si por mi cuenta he mirado los mismos recuerdos desde todos los sitios posibles para poder entender circunstancias, razones, revisar qué podría haber sido diferente si hubiera dicho o hecho tal cual, sino no hubiera aceptado cosas que siguen siendo lo único bueno que conocí. —Préstamelo, Phoebe— es un ruego calmo, —compártelo conmigo en consideración a que tendría que haber sido un negocio compartido en primer lugar, dejaré de lado los reclamos y el pasado se quedará dónde debe si muestras esa mínima amabilidad hacia mí— debe saber que si recurro a una persuasión dulce es porque nada de lo que salga luego de mi boca puede ser bueno, con un tono más frecuente en mi voz que es el de la exigencia, —no me hagas ordenar a un par de aurores a que requisen tu casa por un objeto robado y lo confisquen, porque lo haré. Diré que no armen un escándalo porque eres la hermana de un ministro, pero que por eso mismo no permitiré que ese objeto siga aquí— y lo peor de todo esto, es que vuelve a mí el pensamiento de que solo le estoy haciendo un favor.
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Phoebe M. Powell
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Tengo que apretar mis labios al no poder hacerlo con mis párpados, que si cierro los ojos es mucho más fácil sentir el vacío que se acumula en esta casa y lo conozco bien por ser la sensación que me rodea por las noches, cuando mi hijo duerme y nada más que mis lágrimas podrían despertarlo al saberse un lugar que acostumbra al silencio. He dejado de hacerlo, hace tiempo que no derrocho una gota de agua porque solo personas como Rebecca vendrían a esta casa a decirme lo que mi cabeza utiliza para atormentarme sin necesidad de que ella se aparezca. He apaciguado esos sentimientos solo para darme cuenta de que lo único que he conseguido es mejorar la forma que tengo de ocultar que sigue doliendo. Nunca se ha tratado de sanar, las personas como Becca y como yo lo sabemos, que esa palabra dejó de tener su significado cuando pasaste más de media vida acumulando desprecio debajo de la piel, no hacia otro, hacia ti misma. Sentirme cómoda con quien soy nunca ha estado entre mis tareas pendientes, porque bien podría tenerla entre las imposibles y dejarlo hecho, sanar es saber que alguien te ama y poder poner sobre esa persona todo el amor que nunca pudiste darte a ti mismo. Mi hijo todavía no sabe lo que es el amor, no tiene consciencia de ello, por mucho que lo ame me ve a mí misma como una forma de calmar su necesidad, y no pretendo recibir nada a cambio por ello, vuelco el cariño y amor que poseo sobre él cada día, cada minuto y cada segundo con los que cuenta. El amor propio no tiene por qué venir primero, ni segundo, a veces nunca. Es el vacío de no tener a alguien a mi lado al despertar que me recuerde que no importa lo mortífera que puedo llegar a ser.

Pero me siento incapaz de resistirlo cuando ella misma utiliza las palabras de mis pensamientos para darles otro significado. — ¡Cállate! ¿¡Por qué siempre tienes que...!? — me llevo una mano al pecho, masajeo con mi palma la zona hasta casi subirla hacia mi cuello y me es muy fácil marcar mi clavícula con mis dedos. — ¿Por qué siempre tienes que venir aquí y hacerme sentir una jodida mierda? — hablo más suave que la primera vez, lo que no quiere decir que mis palabras tengan menos fuerza — ¿Por qué dices eso? ¿Acaso sabes de qué va todo esto? ¡No tienes idea! ¡Ni idea! De por qué estoy parada donde estoy — tanto como me cuesta tragar mi propia saliva, me cuesta modular un sonido con sentido desde mi garganta — Te presentas en mi casa, asumes que he llegado a esta situación porque soy incapaz de tener algo bueno, y luego intentas suavizarlo diciendo que pensabas que para mí sería diferente — paso a moverme por la sala, alejándome del pensadero de manera que puedo pasear de un lado a otro, con pausas inconscientes en algunos de mis pasos que me sirven para pensar lo que decir a pesar de no estar conectando ninguna de las frases que suelto — ¿Te hace sentir mejor contigo misma? ¿Auto convencerte que todos tus insultos hacia mí serían certeros cuando los dijiste en su momento? — que soy demasiado ingenua, estúpida como para creer que las cosas pueden salir bien, ciega en la fe de que no todo se derrumba, ni se destruye. — No sabes nada — repito, con todo el veneno que guardo dentro y que es el mismo que actúa en mi contra.

De mi garganta sale una risa hueca, es tan vacía como frágil, delata que podría ponerme a sollozar en cualquier momento, pero lo único que consigue es que me pase una mano por la frente hasta perderse en mi pelo y enfrentarla de nuevo. — ¿Eso vas a hacer? — la insto a que lo repita, la sonrisa que ha dejado la risa desaparece al pasar el contenido de saliva de mi boca para afinar una línea tensa en mis labios — Tú también vienes a quitarme cosas, entonces, se ve que es una práctica común entre miembros del ministerio — escupo sin siquiera pensármelo dos veces, crítica dirigida hacia quien lidera este país por ser quien me arrebató al padre de mi hijo. — Te digo que hago uso de un pensadero porque me hace bien y tu primera reacción es utilizar tu poder para quitármelo. Esto no tiene nada que ver con una disputa del pasado, esto eres tú queriendo hacerme sentir igual de miserable que tú — la ataco en vista de lo que desea hacer, puedo sentir una punzada en el pecho por ser tan brusca, pero ni siquiera me detiene — ¡No! — mi negativa a su petición es suficiente para que escuche después un llanto repentino, mi mirada se va de manera inmediata hacia el techo de donde procede el sonido, y la rabia en mis ojos desaparece para dar paso a la preocupación que me produce el haber despertado a Hayden. Cruzo la sala a zancadas sin apenas murmurar una palabra al dirigirme hacia la habitación donde encuentro al bebé llorando por haber interrumpido su sueño. Lo tomo entre mis brazos para calmarlo en un balanceo de los mismos y beso su frente, apartando con mi mano parte del cabello que le cubre la misma, pero para cuando bajo a la sala con el niño para volver a enfrentar a la figura de ojos tan azules como los de mi hijo, solo queda del llanto un par de ojos rojos que miran a la desconocida con una curiosidad que me gustaría poder quitarle.
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Porque es lo que hago— endurezco mi voz al decirlo, es lo que toda mi vida he provocado en otros, indiferentemente de mis intenciones, todas las palabras que salen de mis labios caen sobre otros con un filo que no siempre fue mi intención usar, golpeo sobre heridas pasadas de las personas, las puntas de mis dedos siempre terminan sacando sangre de cortes que vuelven a abrirse, es lo que provoco en otros y me convierte en este pozo negro en el que nadie quiere entrar. El mismo que a veces puedo ver en ella cuando pierde toda esperanza, porque las oportunidades que habría tenido de que las cosas fueran diferentes, le fueron quitadas y cada espíritu solo hasta cierto punto puede resistir por su cuenta. No consigue permanecer inquebrantable cuando está la intemperie de vientos que lo azotan y lo arrastran en distintas direcciones. No quiero ver esto que estoy presenciando de primera mano, todas mis advertencias sobre su suerte dichas hace unos años, vuelven como un eco atormentador que se cumplen en ella, gritándome, desquiciándose. Porque esto es lo que siempre conseguimos en la otra, mis demonios dormidos se despiertan con su voz, así como yo debo alentar a los suyos, y en esta espiral caigo para que la angustia haga que las heridas vuelvan a recordarme quién soy, qué es lo que siempre consigo y qué he aprendido a hacer con ello, resignada a que nunca será distinto. —Lamento que se hayan vuelto una verdad con la que debes vivir— y aun diciendo que lo lamento, lo que hago es darle la razón, estuve en lo cierto al decirle en ese entonces que este era el único final posible.

Porque si hubiera una vaga posibilidad de que algo en esto fuera distinto, me marcharía de su casa dejándola con sus recuerdos en un rincón y su hijo llorando en el piso de arriba por escucharla gritar, aceptaría su «no». —No es el ministerio el que quita, ni siquiera soy yo— aclaro, no fue el ministerio el que le quitó a su marido, ni su padre quien le quitó un hogar, ni los bastardos del norte lo que fueron sirviéndose de cada pedazo de su inocencia hasta dejarle solo migajas de esta, que un nuevo viento está encargándose de arrastrarlas por el suelo para que se vayan lejos. —Nunca tendría que haber sido, solo fue crueldad de la vida dándote una probada de algo que ibas a perder— habrá quienes digan que basta un poco para conservarlo durante toda la vida, esas personas no saben nada sobre lo largo que se hacen los años. —Y fuiste tan ingenua para caer en eso— quizás ella también lo creyó, no la culpo, que un poco amor luego de tan ausencia de este sentimiento, sería suficiente para continuar. Ni siquiera soy yo quien le quita, aunque sea quien mueve su varita para hacerse con el pensadero, robándoselo en su cara, en su casa, así cuando regresa a la sala con un niño de ojos tan lastimados como los suyos por el llanto, hago lo que me toca hacer, siempre ha sido así, ella misma consigue que vuelva mirarme en mis espejos más rotos y me lleve a estas decisiones. —Los recuerdos que necesitas los tienes en tu mente— murmuro, mis ojos se posan en el rostro de ese bebé rubio que me hacen pensar en Hermann Powell de una manera en que no lo consiguieron ni sus otras nietas, ni la hija que tuvimos, quizás porque el vínculo entre Hermann y Phoebe es de esos nudos del destino que nunca llegarán a soltarse. —No puedes tenerlo a los dos— apunto a su hijo con mi barbilla mientras el pensadero se desvanece, — y cómo último consejo que puedo darte, esta vez quédate con tu hijo. Solo tienes dos manos, Phoebe. Piensa bien en qué las usarás para aferrarte de ahora más, que no sigan siendo vacíos.
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Phoebe M. Powell
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Protejo la cara de mi hijo contra mi cuello al colocar una mano sobre su cabeza, a pesar de que él mismo insiste en apartarse porque le produce mucho más interés la presencia de Rebecca que el hecho de dejarme a mí refugiarlo de las palabras que salen de la boca de la misma mujer, incluso cuando no tiene edad para comprender nada de lo que está diciendo, la forma en que modula sus palabras me es suficiente para creer que pueden llegar a sus oídos de la misma manera desagradable que atraviesan los míos. Recibo su acusación como cuchillos afilados al decir que todo lo que ha ocurrido no se debe a más que a una fuerza mayor que lidera sobre mi vida, lo que me hace sentir como si hubiera algo mal conmigo que no me permite tener las cosas que a otros les caen bien aventuradas. Pese a que quiero gritarle que está equivocada, que sí puedo tener cosas buenas y cuidarlas, la crueldad que utiliza para referirse a las decisiones que he tomado en mi vida, tiene ese efecto deseado y hasta me hace sentir que sostener a mi propio hijo en brazos es algo que puede llegar a dañarlo. Me noto débil cuando abro la boca solo para volver a cerrarla segundos después, tengo miedo de que la fuerza que mantiene a Hayden en mis brazos se desvanezca de la misma forma que lo hace la fuente de recuerdos frente a mis ojos.

Vete — por el tono que utilizo en mi voz, vaciando mi mirada de cualquier sentimiento que no sea la dureza con que me dirijo hacia ella, no hace falta aclarar que se trata de una orden y no de una petición que puede tomar a su antojo. — Te quiero fuera de esta casa, no tienes nada que hacer aquí, lárgate y haz como la última vez. No vuelvas a acercarte, te quiero lejos de mi hijo — sentencio, que no es quien para decirme a qué me debo aferrar cuando ella misma se desprendió de su hija, y lo sé porque así como ahora deseo mantener la máxima distancia que pueda con ella, hubo un tiempo en el que busqué su cercanía por ser lo que conocía seguro, tanto como para frecuentar las mismas personas y en el proceso encontrar en ellas un vínculo necesario para poder sobrevivir. Georgia no se cortó al desmentir lo que ella me había dicho, que jamás estuvo embarazada, que nunca tuvo un hijo, es a lo que se aferraba cuando me quitó al mío y a lo que se sigue aferrando cuando me grita que no me sostenga al vacío. Me entran ganas de maldecirla y devolverle los insultos que grabó en mi piel para que queden también marcados en la suya, que sean invisible para el resto no significa que lo sean para nosotras y si no lo hago es porque estoy segura de que yo no veo las que son más profundas para ella, como para hundir el dedo en la herida.

A pesar de mi advertencia, doy un paso en su dirección, no me deshago de la sensación fría que ha dejado en mi cuerpo cuando elevo la voz. — Siempre tienes que quedarte con la última palabra, ¿no es así? — no digo más, mientras le dedico una mirada de arriba abajo, que saque ella misma sus propias conclusiones, que yo haré lo mismo con las mías. — Largo — repito, no por miedo a que no haya quedado claro una primera vez, sino solo por el simple hecho de hacerlo. No le digo que si robé el pensadero una vez, puedo hacerlo una segunda, el poco tiempo que he vivido en sociedad civilizada no me ha hecho olvidar lo que en su día fue mi pan de cada día, mi única forma de asegurar tener algo al día siguiente. Puedo sentir la incomodidad de Hayden en mis brazos al no estar acostumbrado a escucharme hablar de este modo, a pesar de haber sido apenas unas palabras cortas, de manera que se puede percibir el contraste en mi forma de mirarle y relajar el endurecimiento de mis facciones al bajar a posar mis ojos sobre él. Me doy la vuelta con intención de no ver la figura de Rebecca, no volver a verla ni aunque me gire porque espero que haya aprovechado el momento para desaparecer de mi vista, así como ha hecho con el pensadero que deja una sensación opresora en mi pecho que no se va.
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