OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
¿Qué ficha moverás?
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Flashback
—Oh, por todos los cielos…— es mi respuesta molesta hacia Kostya cuando lee con su énfasis malicioso esa línea que mi hija me dedica especialmente a mí, haciéndome única y absoluta culpable de que se haya ido de la casa. Me apropio de la carta cuando termina de leer para arrugarlo entre mis dedos y mi marido no me engaña al mostrarse inquebrantable por toda la situación cuando me dice que tengo horas para encontrar a Katerina, lo conozco para saber que está tan angustiado y desesperado como yo, como un nundu dentro de una habitación a oscuras. Si no la encuentro, la buscará él y de hallarla puedo estar segura de que ninguno de los dos volverá a esta casa, así que la cuenta regresiva comienza para impedir que mi familia se rompa a causa del capricho de mi hija rebelde, como tal parece que ha sido su intención todo este tiempo o desde que sabe caminar.
Tengo los nervios crispados, a punto de entrar en el colapso, cuando me escondo en el baño de la casa de Nicholas, mientras él se encarga de ir a ver a Hasselbach y por el bien de nuestra familia, arrastra su orgullo por los suelos para pedir que una comisión de aurores se destine a encontrar a Katerina. Nunca voy a poder perdonarme el saber que mi hermano tuvo que caer tan bajo por mí y una de mis hijos. No consigo que mis manos dejen de temblar desde hace unas horas y tengo que sostenerme al borde del lavabo con fuerza, al tratar de recuperar el control sobre mi cuerpo, los ojos se me llenan de lágrimas y lloro todo lo que no pude llorar cuando encontramos abandonado el uniforme de Kitty. Me echo agua a la cara antes de salir porque me niego a que mi hermano o que la misma Sigrid que aparecerá en cualquier momento, me vean de otra manera que no sea segura de que esto se resolverá pronto y que puedo hallar a mi hija. Pero una noche sin ella en casa, se convierten en dos, en tres. Permanezco en la cocina con las luces apagadas hasta entrada la madrugada al no poder dormir y mis dedos están lastimados en las cutículas por el gesto nervioso de raspar la piel con mis uñas en cada momento que la desesperación me hace pensar que algo podría haberle pasado a Kitty por cada hora que está lejos de casa.
Es poco el tiempo que paso en la casa durante el día, no hay rincón del norte en el que no nos metamos para buscarla y estoy tan pendiente del teléfono, que contesto al primer tono esperando que haya noticias, algo, lo que sea, un lugar, algo que se le haya caído, un nombre, una persona que la haya visto y mi mano se queda inmóvil sosteniendo el teléfono cuando me dicen que la encontraron y la están llevando a casa. No pienso en llamar a nadie más, alguien más del cuartel habrá dado el parte a mi hermano y a mis otros hijos. Me desaparezco a toda prisa para encontrarme parada en la vereda que lleva al pórtico de la casa, donde veo a Katerina –mi Kitty- de pie al lado de Lancaster y corro a toda prisa hacia ellas para tironear a mi hija del brazo. —¡¡¿Qué demonios crees que haces, Katerina?!!— grito al sacudirla. —¡¿Cómo se te ocurre escaparte de casa?! ¿Sabes lo preocupados que estábamos? ¿Lo que tuvimos que recorrer en el norte buscándote? ¡¡Podrías estar muerta en uno de los callejones del norte!! ¡Te has pasado! Tu manía de querer llamar la atención llegó muy lejos, ¡muy lejos! Te meterás dentro de la casa ahora mismo y ¡¡no saldrás de ahí hasta los setenta años!! ¡METETE A LA CASA, KATERINA! ¡AHORA!
—Oh, por todos los cielos…— es mi respuesta molesta hacia Kostya cuando lee con su énfasis malicioso esa línea que mi hija me dedica especialmente a mí, haciéndome única y absoluta culpable de que se haya ido de la casa. Me apropio de la carta cuando termina de leer para arrugarlo entre mis dedos y mi marido no me engaña al mostrarse inquebrantable por toda la situación cuando me dice que tengo horas para encontrar a Katerina, lo conozco para saber que está tan angustiado y desesperado como yo, como un nundu dentro de una habitación a oscuras. Si no la encuentro, la buscará él y de hallarla puedo estar segura de que ninguno de los dos volverá a esta casa, así que la cuenta regresiva comienza para impedir que mi familia se rompa a causa del capricho de mi hija rebelde, como tal parece que ha sido su intención todo este tiempo o desde que sabe caminar.
Tengo los nervios crispados, a punto de entrar en el colapso, cuando me escondo en el baño de la casa de Nicholas, mientras él se encarga de ir a ver a Hasselbach y por el bien de nuestra familia, arrastra su orgullo por los suelos para pedir que una comisión de aurores se destine a encontrar a Katerina. Nunca voy a poder perdonarme el saber que mi hermano tuvo que caer tan bajo por mí y una de mis hijos. No consigo que mis manos dejen de temblar desde hace unas horas y tengo que sostenerme al borde del lavabo con fuerza, al tratar de recuperar el control sobre mi cuerpo, los ojos se me llenan de lágrimas y lloro todo lo que no pude llorar cuando encontramos abandonado el uniforme de Kitty. Me echo agua a la cara antes de salir porque me niego a que mi hermano o que la misma Sigrid que aparecerá en cualquier momento, me vean de otra manera que no sea segura de que esto se resolverá pronto y que puedo hallar a mi hija. Pero una noche sin ella en casa, se convierten en dos, en tres. Permanezco en la cocina con las luces apagadas hasta entrada la madrugada al no poder dormir y mis dedos están lastimados en las cutículas por el gesto nervioso de raspar la piel con mis uñas en cada momento que la desesperación me hace pensar que algo podría haberle pasado a Kitty por cada hora que está lejos de casa.
Es poco el tiempo que paso en la casa durante el día, no hay rincón del norte en el que no nos metamos para buscarla y estoy tan pendiente del teléfono, que contesto al primer tono esperando que haya noticias, algo, lo que sea, un lugar, algo que se le haya caído, un nombre, una persona que la haya visto y mi mano se queda inmóvil sosteniendo el teléfono cuando me dicen que la encontraron y la están llevando a casa. No pienso en llamar a nadie más, alguien más del cuartel habrá dado el parte a mi hermano y a mis otros hijos. Me desaparezco a toda prisa para encontrarme parada en la vereda que lleva al pórtico de la casa, donde veo a Katerina –mi Kitty- de pie al lado de Lancaster y corro a toda prisa hacia ellas para tironear a mi hija del brazo. —¡¡¿Qué demonios crees que haces, Katerina?!!— grito al sacudirla. —¡¿Cómo se te ocurre escaparte de casa?! ¿Sabes lo preocupados que estábamos? ¿Lo que tuvimos que recorrer en el norte buscándote? ¡¡Podrías estar muerta en uno de los callejones del norte!! ¡Te has pasado! Tu manía de querer llamar la atención llegó muy lejos, ¡muy lejos! Te meterás dentro de la casa ahora mismo y ¡¡no saldrás de ahí hasta los setenta años!! ¡METETE A LA CASA, KATERINA! ¡AHORA!
Oh, oh. Es mi primer pensamiento cuando percibo que alguien me está siguiendo unos metros por detrás del camino de piedras por el que voy. Me alejé un poco de los alrededores del distrito nueve para meterme por un recorrido quizá un poco más civilizado, deben de ser rutas que hacían los previos habitantes del distrito antes de que estuviera en propiedad de los rebeldes, porque a pesar de no haber gente, se nota que era un lugar frecuentado por deportistas antes de la invasión. Como iba diciendo, noto que una figura me sigue porque cuando el camino se desvía hacia la izquierda y hacia la derecha y tomo la segunda, la veo de refilón sin ningún problema, lo que me hace acelerar el paso pensando en algún mafioso que pueda estar en mi misma búsqueda. Para mi desgracia no cuento con que pueda desaparecerse y, apenas he dado un par de pasos más, la figura en cuestión pasa a ser la de una mujer vestida de auror que se acerca a mí por delante demasiado confiada. A su ¿Katerina Romanov? solo pienso en contestar un: No, Juliana Hopper o algo así, pero los nervios repentinos me delatan con un balbuceo que no suena muy convincente.
De modo que voy directa a mi sentencia de muerte, ya pensando en las mil maneras en que mi madre va a colocar rejas en mi ventana, pegarme los pies al suelo o esposarme a la cama por las noches al aparecernos en la calle que conozco bien por ser la que recorría todos los días a la vuelta del colegio. ¿Por queeeeeeeeeeeeeeeé? Mis intentos de chantaje a la muchacha que me acompaña, que no se ve tan vieja como para llamarla señora, no sirven de nada, ni aunque le cuente de mis aventuras a las que solo responde con un gesto vago de cabeza, y eso creo que por ser amable. ¡Vamos! Hasta le he narrado como tuve que cazar un pez con un palo que afilé con un cuchillo que me robé de la cocina ante de marchar, para luego terminar atrapándolo con mis manos en el río que me metí, pero me dio tanta pena que acabé devolviéndolo al agua y es la razón por la que ahora mi estómago ruge sin cesar. Creo que también es el pánico que me inunda del inminente encuentro con mi familia. Bueno, no con mi familia, con mamá. A ella sí que le tengo miedo.
No la veo venir hasta que el buena suerte de la auror me sirve como alarma y mis ojos siguen los suyos al ver la figura de mi madre acercarse a un paso tan acelerado que por un momento creo que nos va a pasar de largo si es que no frena ya. — ¡Ayayayayayayyayayaayaya! — suelto cuando me zarandea en su agarre y tengo que agradecer que solo me sacuda y no me golpeé la coronilla de la cabeza con la palma de su mano. Estoy segura de que eso se lo reserva para cuando la mujer que me trajo no esté presente, porque por la forma en que me grita puedo suponer que lo único que me espera cuando atraviese la puerta de casa es una cámara de muerte. — ¡Mamá no te pongas a exagerar! — probablemente no es lo mejor que le puedes decir a tu madre cuándo has desaparecido por unos cuatro días sin dar señal de vida, ¿pero tanto como para suponer mi asesinato? Creo que no es para tanto… — ¡No estaba queriendo llamar la atención! — esto sí que lo digo enfadada, no tan ocurrente como en mis anteriores intervenciones, ¡de esto es de lo que me advirtió Niko!
— ¡Está bien, está bien! — no, no está bien, pero forcejeo hasta soltarme de sus manos, tirando para llevarme mi mochila al hombro conmigo y directa a la puerta de casa, tan deprisa para que no me alcance en su rabieta. El único que se alegra de verme es Milo, que ladra exaltado ante mi regreso y mueve su rabo de la felicidad de tener a su dueña de nuevo en casa. ¡Pero no será por mucho tiempo, y esta vez me lo llevaré conmigo! — ¡No pienso quedarme en esta casa! — grito al poner un pie en el primer escalón de las escaleras que llevan al piso superior, con intención de escaparme a mi habitación y cerrar la puerta con mil llaves si hace falta. ¡Me tiraré por la ventana antes que quedarme aquí dentro! ¿Después de conocer lo que es la libertad? ¿Creen en serio que puedo volver a estas paredes de prisión bajo la vigilancia de mi madre? ¡Antes me tiro por la ventana! ¡Quiero ser libreeeee!
De modo que voy directa a mi sentencia de muerte, ya pensando en las mil maneras en que mi madre va a colocar rejas en mi ventana, pegarme los pies al suelo o esposarme a la cama por las noches al aparecernos en la calle que conozco bien por ser la que recorría todos los días a la vuelta del colegio. ¿Por queeeeeeeeeeeeeeeé? Mis intentos de chantaje a la muchacha que me acompaña, que no se ve tan vieja como para llamarla señora, no sirven de nada, ni aunque le cuente de mis aventuras a las que solo responde con un gesto vago de cabeza, y eso creo que por ser amable. ¡Vamos! Hasta le he narrado como tuve que cazar un pez con un palo que afilé con un cuchillo que me robé de la cocina ante de marchar, para luego terminar atrapándolo con mis manos en el río que me metí, pero me dio tanta pena que acabé devolviéndolo al agua y es la razón por la que ahora mi estómago ruge sin cesar. Creo que también es el pánico que me inunda del inminente encuentro con mi familia. Bueno, no con mi familia, con mamá. A ella sí que le tengo miedo.
No la veo venir hasta que el buena suerte de la auror me sirve como alarma y mis ojos siguen los suyos al ver la figura de mi madre acercarse a un paso tan acelerado que por un momento creo que nos va a pasar de largo si es que no frena ya. — ¡Ayayayayayayyayayaayaya! — suelto cuando me zarandea en su agarre y tengo que agradecer que solo me sacuda y no me golpeé la coronilla de la cabeza con la palma de su mano. Estoy segura de que eso se lo reserva para cuando la mujer que me trajo no esté presente, porque por la forma en que me grita puedo suponer que lo único que me espera cuando atraviese la puerta de casa es una cámara de muerte. — ¡Mamá no te pongas a exagerar! — probablemente no es lo mejor que le puedes decir a tu madre cuándo has desaparecido por unos cuatro días sin dar señal de vida, ¿pero tanto como para suponer mi asesinato? Creo que no es para tanto… — ¡No estaba queriendo llamar la atención! — esto sí que lo digo enfadada, no tan ocurrente como en mis anteriores intervenciones, ¡de esto es de lo que me advirtió Niko!
— ¡Está bien, está bien! — no, no está bien, pero forcejeo hasta soltarme de sus manos, tirando para llevarme mi mochila al hombro conmigo y directa a la puerta de casa, tan deprisa para que no me alcance en su rabieta. El único que se alegra de verme es Milo, que ladra exaltado ante mi regreso y mueve su rabo de la felicidad de tener a su dueña de nuevo en casa. ¡Pero no será por mucho tiempo, y esta vez me lo llevaré conmigo! — ¡No pienso quedarme en esta casa! — grito al poner un pie en el primer escalón de las escaleras que llevan al piso superior, con intención de escaparme a mi habitación y cerrar la puerta con mil llaves si hace falta. ¡Me tiraré por la ventana antes que quedarme aquí dentro! ¿Después de conocer lo que es la libertad? ¿Creen en serio que puedo volver a estas paredes de prisión bajo la vigilancia de mi madre? ¡Antes me tiro por la ventana! ¡Quiero ser libreeeee!
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Apenas he pegado un ojo y, por una vez en mi vida, puedo decir que no ha sido a causa del trabajo. He hecho llamada tras llamada, le grité a los aurores encargados de los límites del norte que cumplan su trabajo, cuestioné a la mitad de las personas que me crucé durante esas horas angustiantes y grité un poco más. No debería ser muy difícil el encontrar a una niña como Katerina, en primer lugar porque destacaría en cualquier lado al verse como una jovencita bien cuidada y, en segundo lugar, porque mi hija menor es tan escandalosa que es imposible que pase desapercibida ni aunque lo intente. Mi humor tampoco se mantiene estable, incluso cuando me recuerdo que tengo que mantener la cabeza en frío para ser capaz de abordar esta situación sin caer en la cordura. ¿He tratado de ser la persona sensata de la situación? Sí. ¿He culpado más de una vez las manías de mi esposa por este incidente? Sí, también. En momentos como este, sé que todos somos propensos a tratar de encontrar culpables y trato, de veras que trato, el ignorar a las personas que dicen que debo calmarme, porque lo único que consiguen es que acabe inventando mil escenarios diferentes en los cuales pudo haber terminado. Hay psicópatas allá afuera, depravados y maliciosos y mi Kitty, me guste o no, a veces puede ser muy… Kitty.
Mi corazón late como una bomba cuando recibo el llamado de que la señorita Lancaster ha ubicado a mi hija y salgo disparado de la taberna en la cual había estado metiéndole la foto de la niña por la nariz al encargado, cuya doble papada parecía temblar a causa de mi insistencia, la cual obviamente no le agradó ni un poco. Para cuando me aparezco en la puerta de mi casa, los gritos se escuchan tan fuerte que lo único que puedo preguntarme, por un momento, es si los vecinos comenzarán a asomarse para transformarnos en el chisme del barrio. Ingrid amaría eso, eh, ya me lo vi venir — ¡Ingrid!— es el primer reproche que sale de mi boca. Puedo comprender el pánico por el cual ha pasado, pero no hemos visto Kitty por cuatro días y… ¡Hay otros modos! Tengo que detener la puerta con mis manos para entrar detrás de ellas como un terremoto, siguiendo la discusión a grandes zancadas y, sí, aún sujeto mi celular en una de las manos — ¡KATHERINA LYOVA ROMANOV! — paso junto a mi esposa como un rayo y jalo uno de los brazos de la niña para que sea incapaz de que pueda seguir subiendo por las escaleras. Que estén un escalón más arriba hace mucho más fácil el que pueda tomarla por los hombros y sacudirla — ¡¿Dónde demonios te habías metido, Kitty?! ¡¿Cómo te atreves a darnos un susto así?! — mi voz se debate entre el reto, la desesperación y el alivio. Quiero matarla, pero también tengo la urgencia de abrazarla y no dejarla ir hasta que tenga diecisiete años.
Como la primera opción es imposible, hago la segunda. La estrujo tan fuerte que estoy seguro de que puede sentir el olor a mierda que llevo encima de tanto caminar por callejones y ni hablemos de que me he olvidado de ponerme colonia esta mañana; el verano, por sobre todas las cosas, no está siendo amable — Nunca, jamás… — le amenazo con voz temblorosa — Vuelvas a hacer una cosa así. ¿Me escuchaste? ¿Que tenías metido en la cabeza? — me separo, aunque mantengo una mano en su hombro clavada como una garra, en una clara señal de que tiene prohibido el huir a su dormitorio — ¿Te piensas que puedes preocuparnos de esta manera? ¿Tienes idea de todo lo que hicimos para encontrarte? ¿De lo que podía haberte pasado? ¡Y te excusas en una carta! ¡Una bendita carta! — cuando podría habernos hablado de cualquier cosa, al menos conmigo. Hay algunos extremos a los cuales jamás pensé que podríamos llegar.
Mi corazón late como una bomba cuando recibo el llamado de que la señorita Lancaster ha ubicado a mi hija y salgo disparado de la taberna en la cual había estado metiéndole la foto de la niña por la nariz al encargado, cuya doble papada parecía temblar a causa de mi insistencia, la cual obviamente no le agradó ni un poco. Para cuando me aparezco en la puerta de mi casa, los gritos se escuchan tan fuerte que lo único que puedo preguntarme, por un momento, es si los vecinos comenzarán a asomarse para transformarnos en el chisme del barrio. Ingrid amaría eso, eh, ya me lo vi venir — ¡Ingrid!— es el primer reproche que sale de mi boca. Puedo comprender el pánico por el cual ha pasado, pero no hemos visto Kitty por cuatro días y… ¡Hay otros modos! Tengo que detener la puerta con mis manos para entrar detrás de ellas como un terremoto, siguiendo la discusión a grandes zancadas y, sí, aún sujeto mi celular en una de las manos — ¡KATHERINA LYOVA ROMANOV! — paso junto a mi esposa como un rayo y jalo uno de los brazos de la niña para que sea incapaz de que pueda seguir subiendo por las escaleras. Que estén un escalón más arriba hace mucho más fácil el que pueda tomarla por los hombros y sacudirla — ¡¿Dónde demonios te habías metido, Kitty?! ¡¿Cómo te atreves a darnos un susto así?! — mi voz se debate entre el reto, la desesperación y el alivio. Quiero matarla, pero también tengo la urgencia de abrazarla y no dejarla ir hasta que tenga diecisiete años.
Como la primera opción es imposible, hago la segunda. La estrujo tan fuerte que estoy seguro de que puede sentir el olor a mierda que llevo encima de tanto caminar por callejones y ni hablemos de que me he olvidado de ponerme colonia esta mañana; el verano, por sobre todas las cosas, no está siendo amable — Nunca, jamás… — le amenazo con voz temblorosa — Vuelvas a hacer una cosa así. ¿Me escuchaste? ¿Que tenías metido en la cabeza? — me separo, aunque mantengo una mano en su hombro clavada como una garra, en una clara señal de que tiene prohibido el huir a su dormitorio — ¿Te piensas que puedes preocuparnos de esta manera? ¿Tienes idea de todo lo que hicimos para encontrarte? ¿De lo que podía haberte pasado? ¡Y te excusas en una carta! ¡Una bendita carta! — cuando podría habernos hablado de cualquier cosa, al menos conmigo. Hay algunos extremos a los cuales jamás pensé que podríamos llegar.
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Si hay algo que nunca esperé tener que hacer en la vida, era el recorrer los prostíbulos del de los distritos del norte con una foto de mi hermana en mano y suplicando que me dijeran si alguien la había traído. Sí, lo sabía. Era pensar lo peor en una situación de la que una quería obtener el mejor resultado posible. Pero ya no sabía qué pensar. El tío Nick tenía cubierto los hospitales y los centros de sanidad, Eloise los colegios y las casas de acogida, mis compañeros habían sido advertidos en las patrullas y hasta el bendito escuadrón de lobos estaba en ello. Los centros de trasladores, las estaciones de trenes, los centros de recreación… Iba a volverme loca. En serio, ¿cómo se le podía ocurrir a Kitty escapar? No se daba cuenta de los peligros que había. Era muy pequeña, no importaba lo valiente y arriesgada que pudiera ser, tan solo era una niña y… y… - No, muchas gracias por su amabilidad, pero no necesito té o cualquier tipo de distracción. Seguiré buscando. - Le aseguro a la señora encargada del antro que, al verme desesperada y al borde del llanto me ofrece de buena voluntad los beneficios de este lugar. ¡Imaginen lo preocupada que estoy que ni siquiera me horrorizo! Simplemente le dejo mi número, le agradezco una vez más y cruzo la calle hasta la cafetería de la esquina para repetir el proceso que llevo haciendo en los últimos dos días.
A decir verdad no me doy cuenta que todavía tengo el teléfono en la mano, así que cuando lo siento vibrar me golpeo los nudillos contrarios cuando Alecto, bendita sea su persona, me informa que la ha encontrado y que la ha llevado a mi casa. - ¡Gracias a Morgana! - El grito de júbilo que se me escapa no es digno de mí, e incluso cuando la mitad del local se gira en mi dirección ni siquiera me disculpo cuando me desaparezco con un estallido, y aparezco delante de la puerta abierta de mi hogar.
No me sorprende en lo absoluto el ver que mis padres han sido los primeros en llegar, ni siquiera me importa que papá la está regañando cuando corro en su dirección y caigo de rodillas delante de ella para abrazarla. La estrujo como jamás estruje a nadie en la vida, y beso sus cabellos una, dos y hasta tres veces antes de soltarla, incorporarme y limpiarme las lágrimas que inevitablemente han caído por mis mejillas. - No voy a decir nada que para eso ya están mamá y papá. ¿Pero estás bien? Alecto dijo que estabas en condiciones pero… ¿Pudiste comer algo? ¿tomar algo? Seguro estás deshidratada, o te falta azúcar en sangre, o… - Miro a mis padres, luego a mi hermana e inspiro para poder calmarme. - Voy a hacer té y unos sándwiches, ¿o deberías tomar agua con minerales? No importa, ya vengo. - La cara de mamá no es difícil de leer, así que le pongo una mano en el hombro y con la otra tomo su mejilla. - Respira, Kitty está bien. ¿Te traigo tu té? ¿Por qué no te sientas un segundo? - Menos mal que la tía Sigrid me había enseñado su secreto, que ya veía que mi madre se desvanecía ahí mismo solo por la mezcla de nervios, estrés y falta de sueño a la que todos nos habíamos visto sometidos esta semana.
A decir verdad no me doy cuenta que todavía tengo el teléfono en la mano, así que cuando lo siento vibrar me golpeo los nudillos contrarios cuando Alecto, bendita sea su persona, me informa que la ha encontrado y que la ha llevado a mi casa. - ¡Gracias a Morgana! - El grito de júbilo que se me escapa no es digno de mí, e incluso cuando la mitad del local se gira en mi dirección ni siquiera me disculpo cuando me desaparezco con un estallido, y aparezco delante de la puerta abierta de mi hogar.
No me sorprende en lo absoluto el ver que mis padres han sido los primeros en llegar, ni siquiera me importa que papá la está regañando cuando corro en su dirección y caigo de rodillas delante de ella para abrazarla. La estrujo como jamás estruje a nadie en la vida, y beso sus cabellos una, dos y hasta tres veces antes de soltarla, incorporarme y limpiarme las lágrimas que inevitablemente han caído por mis mejillas. - No voy a decir nada que para eso ya están mamá y papá. ¿Pero estás bien? Alecto dijo que estabas en condiciones pero… ¿Pudiste comer algo? ¿tomar algo? Seguro estás deshidratada, o te falta azúcar en sangre, o… - Miro a mis padres, luego a mi hermana e inspiro para poder calmarme. - Voy a hacer té y unos sándwiches, ¿o deberías tomar agua con minerales? No importa, ya vengo. - La cara de mamá no es difícil de leer, así que le pongo una mano en el hombro y con la otra tomo su mejilla. - Respira, Kitty está bien. ¿Te traigo tu té? ¿Por qué no te sientas un segundo? - Menos mal que la tía Sigrid me había enseñado su secreto, que ya veía que mi madre se desvanecía ahí mismo solo por la mezcla de nervios, estrés y falta de sueño a la que todos nos habíamos visto sometidos esta semana.
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—¡¡Hasta los ochenta años!! ¡Estás castigada hasta los ochenta años!— grito desde la puerta al verla subir a prisa por la escalera y por poco no la aporreo contra el marco con todo el enfado que me inspira mi hija menor. Me sobresalto por la voz de Kostya a mi espalda que está donde hace unos segundos había visto a Lancaster, quien habrá entendido que sus tareas se terminaron y nos dio la privacidad que merecemos como familia, para que por fin mi marido reprenda a su consentida como supongo que lo hará por la manera que tiene de usar incluso su segundo nombre. ¡POR FIN! No es que quiera echar culpas, pero esta idea de irse de la casa como si nada, no se le hubiera metido en la cabeza a Katerina de no ser porque a cada travesura suya desde que aprendió a pararse en sus pies recibe un mimo por parte de su padre. —¡KONSTANTINE!— lo reprendo yo al verlo abrazarla como si nada de lo que sufrimos estos días hubiera pasado, ¡claro! ¡me toca ser la auror mala de la historia siempre! ¿Cómo nuestra hija va a entender que actuó mal si no se la riñe en el momento que se debe? Los mimos pueden esperar, esta noche le haremos su cena y postre favorito con Lexie, su hermano podrá mirar alguna película con ella, ¡ahora se trata de mostrarnos firmes!
Con Lexie no puedo molestarme porque son hermanas, ella no es quien debe poner reglas a Katerina, solo espero que me apoye para que las cumpla cuando las normas en esta casa cambien y en la ventana de la menor aparezcan unos barrotes que ningún bombarda pueda romper. Los segundos que me quedo parada dejando que sea mi hija mayor quien se encargue de traerle algo de comer a su hermana, me dedico a mirar a Kitty y convencerme de que hemos conseguido traerla a casa otra vez, luego de días de no tener un momento de paz. Froto mi brazo disimuladamente cuando los temblores vuelven, culpa de toda la ansiedad reprimida que finalmente se exterioriza y me pongo a dar órdenes antes de que las lágrimas hallen su oportunidad de aparecer. —Te sentarás en la sala, Katerina— señalo con mi brazo el camino que bien conoce y espero que lo haga con la cabeza gacha. — Tenemos mucho de qué hablar y no te esconderás en tu habitación hasta que me encargue de ponerle rejas a tu ventana— mantengo mi brazo en alto hasta que la veo avanzar, entonces me coloco a su espalda para caminar detrás, así se acostumbra que de ahora en más seré su sombra.
Retengo a mi marido del brazo para susurrarle antes de que nos paremos frente a Kitty y seamos el frente dividido de siempre. —¡Por favor, Kostya! ¡No le puedes dar palmaditas en la cabeza luego de que estuvo días quien sabe dónde! ¡Pensará que todo es un juego!— sofoco mi voz así no nos escucha, aunque conociéndola, habrá aprendido a leer los labios con tal de no perderse ninguna de nuestras discusiones que la tienen de protagonista. —¿Alguien puede estar de acuerdo conmigo en que esto fue grave? ¡Puso su vida en riesgo! Nuestra hija no tiene noción del peligro, ¡los enemigos del gobierno están por todos lados y ella se va de paseo al norte! Si la apañas seguirá yendo y viniendo de un lado al otro— me exaspero, estoy perdiendo los nervios antes de hablarle y espero a que Lexie vuelva pronto con una taza de té y una planta de tilo. Entro a la sala donde espero ver a mi hija sentada y me paro delante de ella con las manos en las caderas. —¿Dónde estabas? ¿Con quién estabas? ¿Qué hiciste estos días? ¿Tienes idea del peligro al que te expusiste? No voy confiar en tu inteligencia para que te advierta de lo que es estúpido y peligroso, así que me encargaré yo misma de que no te corras un centímetro de tu camino de todos los días. Te llevaré a la escuela, te traeré a la casa y no tendrás fiesta de cumpleaños este año.
Con Lexie no puedo molestarme porque son hermanas, ella no es quien debe poner reglas a Katerina, solo espero que me apoye para que las cumpla cuando las normas en esta casa cambien y en la ventana de la menor aparezcan unos barrotes que ningún bombarda pueda romper. Los segundos que me quedo parada dejando que sea mi hija mayor quien se encargue de traerle algo de comer a su hermana, me dedico a mirar a Kitty y convencerme de que hemos conseguido traerla a casa otra vez, luego de días de no tener un momento de paz. Froto mi brazo disimuladamente cuando los temblores vuelven, culpa de toda la ansiedad reprimida que finalmente se exterioriza y me pongo a dar órdenes antes de que las lágrimas hallen su oportunidad de aparecer. —Te sentarás en la sala, Katerina— señalo con mi brazo el camino que bien conoce y espero que lo haga con la cabeza gacha. — Tenemos mucho de qué hablar y no te esconderás en tu habitación hasta que me encargue de ponerle rejas a tu ventana— mantengo mi brazo en alto hasta que la veo avanzar, entonces me coloco a su espalda para caminar detrás, así se acostumbra que de ahora en más seré su sombra.
Retengo a mi marido del brazo para susurrarle antes de que nos paremos frente a Kitty y seamos el frente dividido de siempre. —¡Por favor, Kostya! ¡No le puedes dar palmaditas en la cabeza luego de que estuvo días quien sabe dónde! ¡Pensará que todo es un juego!— sofoco mi voz así no nos escucha, aunque conociéndola, habrá aprendido a leer los labios con tal de no perderse ninguna de nuestras discusiones que la tienen de protagonista. —¿Alguien puede estar de acuerdo conmigo en que esto fue grave? ¡Puso su vida en riesgo! Nuestra hija no tiene noción del peligro, ¡los enemigos del gobierno están por todos lados y ella se va de paseo al norte! Si la apañas seguirá yendo y viniendo de un lado al otro— me exaspero, estoy perdiendo los nervios antes de hablarle y espero a que Lexie vuelva pronto con una taza de té y una planta de tilo. Entro a la sala donde espero ver a mi hija sentada y me paro delante de ella con las manos en las caderas. —¿Dónde estabas? ¿Con quién estabas? ¿Qué hiciste estos días? ¿Tienes idea del peligro al que te expusiste? No voy confiar en tu inteligencia para que te advierta de lo que es estúpido y peligroso, así que me encargaré yo misma de que no te corras un centímetro de tu camino de todos los días. Te llevaré a la escuela, te traeré a la casa y no tendrás fiesta de cumpleaños este año.
Creo que nunca escuché a mi padre utilizar mi segundo nombre, así que cuando lo hace entiendo que no es el único que tiene ganas de reprenderme. Apenas puedo enfocar su rostro al sacudir mis hombros de una manera similar a la de mamá, quizá más suave, y mucho menos puedo hacerlo cuando, para mi propia sorpresa, lo que recibo después de un par de preguntas que no creo que lleven la intención de que conteste, es un abrazo. Bueno, al menos alguien más que el perro se alegra de que haya vuelto, porque todo lo que he recibido hasta ahora son gritos. Y sí, puedo decir que he echado de menos a papá, lo suficiente como para asentir a sus palabras para tranquilizarlo. — Está bien, papá, no volveré a hacerlo — se lo concedo, en el tiempo cercano, claro… De alguna manera tengo que reencontrarme con Jared, ¡que se habrá pensado que lo he dejado tirado! ¡Lo mismo con Niko! Aunque dudo mucho que hubiera apreciado esta bienvenida a casa, si voy a ser honesta. — ¡Pero era una carta muy bien fundamentada! — me quejo, haciendo una mueca después porque más que bendita… yo diría que está más maldita que eso.
Otra figura aparece en la puerta de la casa, Lexie, como si esto fuera un comité de bienvenida para reclusos o algo así. Me siento como una ahora mismo bajo la mirada de mamá. Acaricio la espalda de mi hermana mayor en un gesto que pretende calmarla, ¿y eso que veo son lágrimas? ¿Por qué son todos tan dramáticos en esta casa? — Estoy bien, Lex, no tienes que llorar — murmuro cuando se separa, a su ofrecimiento solo puedo que sonreír en agradecimiento, porque esto de merodear por el mundo da mucha hambre, en especial cuando terminas todas tus provisiones en apenas los primeros días. Unos sándwiches me vendrían de maravilla ahora mismo. Pero ya las órdenes de mamá tienen que cortar con el ambiente y en mi intento de no rodarle los ojos por la exasperación, termino soltando un resoplido, dejando caer la mochila de mi hombro y pasando por delante de ella para ir en dirección a la sala. — ¡Genial! ¡Así esta casa empezará a parecerse a la cárcel que es! Voy a necesitar mi número de presa para ponerlo en el uniforme… — farfullo por lo bajo, aunque más alto de lo que me gustaría, gesticulando con mis brazos, lo que lo hace todavía más evidente. En fin, ¿esto se puede considerar abuso infantil frente a los servicios sociales? No pierdo nada por intentarlo…
Tomo asiento en una de las sillas de la mesa donde solemos cenar, colocando mis antebrazos cruzados uno sobre otro encima de la madera y con el peso un poco hacia delante. Las preguntas no tardan en llegar por parte de mi madre, a lo que solo puedo bajar un poco la mirada — Eso… no te lo puedo decir, mamá, es información confidencial del estado — digo, enfrentándola tras plantearme la respuesta, que no quiero ser la culpable de que mi madre se desmaye al decirle que estuve merodeando las afueras del distrito nueve — ¡No estaba expuesta a ningún peligro, estaba con…! — no, no voy a decirle tampoco que estaba con un fantasma hasta que se lo entregué a un niño con el que me topé cerca de las barreras del distrito rebelde, y que encima le di a Jared su reloj de compromiso con papá, con sus iniciales grabadas y todo. Me apetece estar viva para mañana, a poder ser. — ¡Ya dije lo que iba a hacer! En la carta, expliqué que iba a buscar la piedra filosofal… — por alguna razón lo digo en un tono que va disminuyendo en volumen con cada palabra. — Espera, ¿¡estás insultando mi inteligencia?! — miro a papá, incrédula en las palabras de mi madre, en busca de un apoyo que siempre consigo de su parte. Ni siquiera me sorprenden las restricciones que impone mamá después — Bien — respondo, tan apacible como la expresión de mi rostro al mirarla. Y no, mi calma no es porque no crea que se le vaya a pasar el enfado y olvidarse de esto, sino porque quedan tan pocas semanas para que acabe la escuela que ni siquiera me importa. ¿Y qué es una fiesta de cumpleaños cuando acabo de conocer lo que es la libertad? Puedo hacer ese sacrificio. Cuando se tiene una madre tan controladora y autoritaria como la mía, uno aprende a hacer las cosas detrás de su espalda, así que no es como que vaya a tener problema con salirme con la mía sin que se entere. — ¿Me puedo ir ya o de verdad tengo que esperar a que pongan barrotes en mi ventana? — pregunto, no sé si con intención de bromear, porque el tono sarcástico de mi voz me hace parecer que estoy retando a mi madre.
Otra figura aparece en la puerta de la casa, Lexie, como si esto fuera un comité de bienvenida para reclusos o algo así. Me siento como una ahora mismo bajo la mirada de mamá. Acaricio la espalda de mi hermana mayor en un gesto que pretende calmarla, ¿y eso que veo son lágrimas? ¿Por qué son todos tan dramáticos en esta casa? — Estoy bien, Lex, no tienes que llorar — murmuro cuando se separa, a su ofrecimiento solo puedo que sonreír en agradecimiento, porque esto de merodear por el mundo da mucha hambre, en especial cuando terminas todas tus provisiones en apenas los primeros días. Unos sándwiches me vendrían de maravilla ahora mismo. Pero ya las órdenes de mamá tienen que cortar con el ambiente y en mi intento de no rodarle los ojos por la exasperación, termino soltando un resoplido, dejando caer la mochila de mi hombro y pasando por delante de ella para ir en dirección a la sala. — ¡Genial! ¡Así esta casa empezará a parecerse a la cárcel que es! Voy a necesitar mi número de presa para ponerlo en el uniforme… — farfullo por lo bajo, aunque más alto de lo que me gustaría, gesticulando con mis brazos, lo que lo hace todavía más evidente. En fin, ¿esto se puede considerar abuso infantil frente a los servicios sociales? No pierdo nada por intentarlo…
Tomo asiento en una de las sillas de la mesa donde solemos cenar, colocando mis antebrazos cruzados uno sobre otro encima de la madera y con el peso un poco hacia delante. Las preguntas no tardan en llegar por parte de mi madre, a lo que solo puedo bajar un poco la mirada — Eso… no te lo puedo decir, mamá, es información confidencial del estado — digo, enfrentándola tras plantearme la respuesta, que no quiero ser la culpable de que mi madre se desmaye al decirle que estuve merodeando las afueras del distrito nueve — ¡No estaba expuesta a ningún peligro, estaba con…! — no, no voy a decirle tampoco que estaba con un fantasma hasta que se lo entregué a un niño con el que me topé cerca de las barreras del distrito rebelde, y que encima le di a Jared su reloj de compromiso con papá, con sus iniciales grabadas y todo. Me apetece estar viva para mañana, a poder ser. — ¡Ya dije lo que iba a hacer! En la carta, expliqué que iba a buscar la piedra filosofal… — por alguna razón lo digo en un tono que va disminuyendo en volumen con cada palabra. — Espera, ¿¡estás insultando mi inteligencia?! — miro a papá, incrédula en las palabras de mi madre, en busca de un apoyo que siempre consigo de su parte. Ni siquiera me sorprenden las restricciones que impone mamá después — Bien — respondo, tan apacible como la expresión de mi rostro al mirarla. Y no, mi calma no es porque no crea que se le vaya a pasar el enfado y olvidarse de esto, sino porque quedan tan pocas semanas para que acabe la escuela que ni siquiera me importa. ¿Y qué es una fiesta de cumpleaños cuando acabo de conocer lo que es la libertad? Puedo hacer ese sacrificio. Cuando se tiene una madre tan controladora y autoritaria como la mía, uno aprende a hacer las cosas detrás de su espalda, así que no es como que vaya a tener problema con salirme con la mía sin que se entere. — ¿Me puedo ir ya o de verdad tengo que esperar a que pongan barrotes en mi ventana? — pregunto, no sé si con intención de bromear, porque el tono sarcástico de mi voz me hace parecer que estoy retando a mi madre.
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Ningún consuelo de su parte va a conseguir que pueda sentirme mejor, no cuando los últimos días fueron una pesadilla que podría haber terminado de la peor manera. En lo que Lexa se encarga de abrazar a su hermana, yo me permito el dar un paso hacia atrás y le doy algunas palmadas en la espalda a Ingrid, como si de esa manera pudiera consolarla cuando sé bien que el que necesita calmarse soy yo. ¿Dónde dejé los cigarros, otra vez? No me sorprende en lo absoluto que su agarre me mantenga en mi lugar, ganándose que le preste mi oído con ojos atentos — No confundas las cosas, Didi — farfullo — Que pueda estar enfadado con ella no significa que no me ha vuelto el alma al cuerpo. ¿Cómo puedes ser tan fría con ella cuando no supiste de ella por días? ¡Vaya a saber las cosas que tuvo que pasar! — sí, por elección propia, pero no deja de ser una niña. El norte es el último lugar donde me gustaría ver a cualquiera de mis hijos y sé que Kitty es fuerte, pero una cosa no quita la otra. Si pudiera lavarle los ojos con lavandina, pues bien que lo haría.
El camino hasta la sala lo hago en silencio, me mantengo un paso atrás de mi esposa en lo que la conversación se mantiene entre ambas y, sí, en más de una ocasión miro sobre mi hombro para chequear que mi hija mayor haya regresado con algo que calme a su madre; es imposible el negar que Lexie tiene ese don. Me permito arquear las cejas cuando Kitty se queda con frases inconclusas, pero mi boca no se abre hasta que creo que han terminado y puedo meter bocado — No, no puedes irte — me adelanto, colocando las manos en jarra en lo que trato, por todos los medios, mantener la compostura — La confianza es un privilegio que debes ganarte con trabajo y, lamento decírtelo, pero acabas de romper cualquier tipo de confianza que podríamos haber tenido contigo — ¿Me duele decir estas palabras? Pues claro. ¿Voy a arrepentirme de ellas? No — ¿Tienes siquiera una idea de todo lo que hicimos para encontrarte? ¿De cómo nos preocupaste? ¡Teníamos a la mitad del departamento de defensa tras tu caso! En los tiempos que corren, no deberíamos estar gastando recursos en encontrar a una niña que fue demasiado caprichosa como para creer que no podía solucionar sus problemas hablando — sé que su madre es complicada, creo que lo sé mejor que nadie, pero por todos los cielos… — ¿Tienes siquiera consciencia de las cosas que andan pasando allá afuera? ¿De la suerte que tuviste de que te encontremos entera?
Me desarmo, porque la simple idea es suficiente para revolverme el estómago y me froto el rostro con ambas manos, como si de esa manera pudiera limpiarme la impresión — Estoy con tu madre en esto, Kitty. No tendrás un teléfono celular y te pasarás las vacaciones enteras ganándote la confianza que perdiste en cuanto cruzaste esa puerta. Y cuando vuelvas a clases una vez más, ya veremos si haces algo más que ir y volver de la escuela. Y otra cosa… — sé que esto me va a traer problemas más tarde, de seguro acabo durmiendo en el sofá cama — Las dos — señalo primero a mi hija menor, luego a su madre — Creo que necesitan trabajar en su comunicación, aprender a escucharse la una a la otra. Nada de esto hubiera pasado si no fuera porque no saben entenderse — que Kitty no hablará con Ingrid, pero sé muy bien que es porque su madre no la escucha, no realmente.
El camino hasta la sala lo hago en silencio, me mantengo un paso atrás de mi esposa en lo que la conversación se mantiene entre ambas y, sí, en más de una ocasión miro sobre mi hombro para chequear que mi hija mayor haya regresado con algo que calme a su madre; es imposible el negar que Lexie tiene ese don. Me permito arquear las cejas cuando Kitty se queda con frases inconclusas, pero mi boca no se abre hasta que creo que han terminado y puedo meter bocado — No, no puedes irte — me adelanto, colocando las manos en jarra en lo que trato, por todos los medios, mantener la compostura — La confianza es un privilegio que debes ganarte con trabajo y, lamento decírtelo, pero acabas de romper cualquier tipo de confianza que podríamos haber tenido contigo — ¿Me duele decir estas palabras? Pues claro. ¿Voy a arrepentirme de ellas? No — ¿Tienes siquiera una idea de todo lo que hicimos para encontrarte? ¿De cómo nos preocupaste? ¡Teníamos a la mitad del departamento de defensa tras tu caso! En los tiempos que corren, no deberíamos estar gastando recursos en encontrar a una niña que fue demasiado caprichosa como para creer que no podía solucionar sus problemas hablando — sé que su madre es complicada, creo que lo sé mejor que nadie, pero por todos los cielos… — ¿Tienes siquiera consciencia de las cosas que andan pasando allá afuera? ¿De la suerte que tuviste de que te encontremos entera?
Me desarmo, porque la simple idea es suficiente para revolverme el estómago y me froto el rostro con ambas manos, como si de esa manera pudiera limpiarme la impresión — Estoy con tu madre en esto, Kitty. No tendrás un teléfono celular y te pasarás las vacaciones enteras ganándote la confianza que perdiste en cuanto cruzaste esa puerta. Y cuando vuelvas a clases una vez más, ya veremos si haces algo más que ir y volver de la escuela. Y otra cosa… — sé que esto me va a traer problemas más tarde, de seguro acabo durmiendo en el sofá cama — Las dos — señalo primero a mi hija menor, luego a su madre — Creo que necesitan trabajar en su comunicación, aprender a escucharse la una a la otra. Nada de esto hubiera pasado si no fuera porque no saben entenderse — que Kitty no hablará con Ingrid, pero sé muy bien que es porque su madre no la escucha, no realmente.
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Creo que tiemblo todo el tiempo que me toma llegar a la cocina, ya aunque quiero agarrar la pava para calentar algo de agua, no tengo fuerzas para sostener la jarra y tengo que tomarme un minuto para aferrarme a la mesada. Respiro como puedo, me acerco al lavabo y mojo mis muñecas unos segundos para poder relajarme. Funciona, así que trato de pensar en lo bien que se veía Kitty antes de proceder a actuar como un ser humano normal. No aparentaba estar lastimada, no tenía problemas en discutir con mamá, parecía estar entera y sin ninguna preocupación. Bien.
Bajo unas tazas de la alacena, lleno la pava de agua y la pongo en su base para que caliente. Saco una bandeja, acomodo los platos, las cucharas de plata y muevo la varita para empezar a preparar un par de sandwiches. También busco el botiquín que está encima de la heladera, escondido al fondo para evitar accidentes y sacó de ahí un calmante potente para poner en la taza de mamá. Que sí, cada uno tiene su taza y creo que debe ser lo único disparejo en toda la casa. Claro que no las usábamos con invitados, pero en un momento como este parece un capricho necesario.
Es obvio que, incluso aunque estoy más calmada, no tengo el pulso necesario para mover nada sin que termine en el piso, así que hago que la bandeja me siga por el aire en lo que voy a la sala en donde encuentro el perfecto cuadro familiar. Lo que sí no me espero, en verdad no me espero, es que las palabras que pronuncia papá sean esas. En serio. Wow. No es que no esté de acuerdo con él, pero… wow. - Creo que en serio no me corresponde opinar. De verdad prefiero que todos tomen, coman y se dirijan miradas en silencio… - Miro a mamá, apoyo la bandeja sobre la mesa y respiro profundo antes de darle una puñalada que no creo que se merezca, pero casi que es necesario. - Pero papá tiene razón. No sé si nada de esto hubiera pasado, pero lo de la terapia no suena mal. - Claro que no iba a recomendarles mi psicólogo porque no quería traumarlo de por vida. Creo que no le desearía ni a mi peor enemigo el estar en un cuarto con ellas dos gritándose. Pero por mucho amor que le tuviera a mamá y por muy correctos que creyera que fueran sus métodos, estaba claro que no funcionaban con Kitty.
Bajo unas tazas de la alacena, lleno la pava de agua y la pongo en su base para que caliente. Saco una bandeja, acomodo los platos, las cucharas de plata y muevo la varita para empezar a preparar un par de sandwiches. También busco el botiquín que está encima de la heladera, escondido al fondo para evitar accidentes y sacó de ahí un calmante potente para poner en la taza de mamá. Que sí, cada uno tiene su taza y creo que debe ser lo único disparejo en toda la casa. Claro que no las usábamos con invitados, pero en un momento como este parece un capricho necesario.
Es obvio que, incluso aunque estoy más calmada, no tengo el pulso necesario para mover nada sin que termine en el piso, así que hago que la bandeja me siga por el aire en lo que voy a la sala en donde encuentro el perfecto cuadro familiar. Lo que sí no me espero, en verdad no me espero, es que las palabras que pronuncia papá sean esas. En serio. Wow. No es que no esté de acuerdo con él, pero… wow. - Creo que en serio no me corresponde opinar. De verdad prefiero que todos tomen, coman y se dirijan miradas en silencio… - Miro a mamá, apoyo la bandeja sobre la mesa y respiro profundo antes de darle una puñalada que no creo que se merezca, pero casi que es necesario. - Pero papá tiene razón. No sé si nada de esto hubiera pasado, pero lo de la terapia no suena mal. - Claro que no iba a recomendarles mi psicólogo porque no quería traumarlo de por vida. Creo que no le desearía ni a mi peor enemigo el estar en un cuarto con ellas dos gritándose. Pero por mucho amor que le tuviera a mamá y por muy correctos que creyera que fueran sus métodos, estaba claro que no funcionaban con Kitty.
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Realmente había perdida la cabeza por completo. La idiota de la enana había decidido desaparecer de la noche a la mañana dejando tras de sí solo una estúpida carta que seguro tenía más faltas de ortografía de las que podían contar con los dedos de las manos, para ir en busca ¿de qué? ¿La piedra filosofal? Esperaba que aquello solo hubiera sido la excusa a usar para poder deshacerse del control de su madre porque, si no era así, todas las piedras de su habitación desaparecían por completo. Las primeras horas fueron las primeras ya que el rubio decidió quedarse en el apartamento, asomándose de tanto en tanto al pasillo del edificio cuando le parecía escuchar el sonido de algunos pasos o de la puerta del ascensor abriéndose. Esperando a que fuera Kitty la que apareciera con un nuevo saco de dormir y una montaña de provisiones para atrincherarse en su apartamento como protesta contra Ingrid. Pero no fue así, por lo que en cuanto pasaron más de cinco horas sin saber nada se unió al escuadrón de búsqueda. Porque era obvio que las búsquedas de familiares de Ministros, Alcaldes, etc, tenían más prioridad que cualquieras otras. Y mucho más si se trataba de una familia de sangres puras tan respetables como lo era la propia.
El teléfono no llegó a dar apenas dos tonos cuando lo descolgó con la noticia de que su hermana había sido encontrada por Lancaster y que la misma la había llevado a casa. El alivio se dejó ver en el rostro del rubio que poco tardó en tomar el traslador que lo llevaría de regreso a la Academia del distrito dos para, desde allí, parecerse directamente a las puertas para encontrarse de pleno con el drama que esperaba ver. Porque conocía de sobra a su familia como para saber de antemano el papel que todos y cada uno iban a tener en la situación que se abría ante ellos. Su madre gritando como una histérica, Alexa llorando –como siempre-, y su padre tratando de ser conciliador porque se trataba de Kitty y no de cualquiera de sus otros dos hijos. Irónico.
Ver las recriminaciones volar de un lado para otro fue todo lo que necesitó para mantenerse en silencio, observando con cautela que su hermana menor se encontrara bien. Porque era lo que realmente le importaba, la razón por la que estaba allí parado como un pasmarote después de varios días sin poder conciliar sueño ya que no sabían donde demonios se había metido la benjamina de los Romanov. Cruzó los brazos, apoyando la espalda en el marco de la puerta y pasando la mirada hasta su padre cuando fue el que cerró el tema por completo, no dejando que nadie discutiera más sobre el tema; pero, sobre todo, castigando a Kitty de un modo que jamás pensó presenciar. — Creo que mamá necesita esa tila mucho más que Kitty. — le comentó a Alexa cuando acabó por avanzar hasta ella, dejando claro que estaba allí aunque antes se hubiera mantenido al margen. — Un castigo solo hará que se revuelva con más fuerza, puede que se lo tome hasta peor. Ha puesto su vida en riesgo pero si solo le gritáis no va a entender porqué estábamos todos tan preocupados. — siguió hablando como si la enana no estuviera presente pero acabando por colocar la diestra sobre su hombro para hacer que permaneciera sentada en la silla y no tratara de huir. El rubio había tenido que lidiar delante de su padre con aquel tipo de situaciones y podía ‘ayudarla’ un poco a librarse de la misma. Aunque estuviera claro que no iba a apoyarla en sus absurdas ideas de irse donde le diera la gana cuando el país estaba envuelto en mitad de una especie de guerra civil.
El teléfono no llegó a dar apenas dos tonos cuando lo descolgó con la noticia de que su hermana había sido encontrada por Lancaster y que la misma la había llevado a casa. El alivio se dejó ver en el rostro del rubio que poco tardó en tomar el traslador que lo llevaría de regreso a la Academia del distrito dos para, desde allí, parecerse directamente a las puertas para encontrarse de pleno con el drama que esperaba ver. Porque conocía de sobra a su familia como para saber de antemano el papel que todos y cada uno iban a tener en la situación que se abría ante ellos. Su madre gritando como una histérica, Alexa llorando –como siempre-, y su padre tratando de ser conciliador porque se trataba de Kitty y no de cualquiera de sus otros dos hijos. Irónico.
Ver las recriminaciones volar de un lado para otro fue todo lo que necesitó para mantenerse en silencio, observando con cautela que su hermana menor se encontrara bien. Porque era lo que realmente le importaba, la razón por la que estaba allí parado como un pasmarote después de varios días sin poder conciliar sueño ya que no sabían donde demonios se había metido la benjamina de los Romanov. Cruzó los brazos, apoyando la espalda en el marco de la puerta y pasando la mirada hasta su padre cuando fue el que cerró el tema por completo, no dejando que nadie discutiera más sobre el tema; pero, sobre todo, castigando a Kitty de un modo que jamás pensó presenciar. — Creo que mamá necesita esa tila mucho más que Kitty. — le comentó a Alexa cuando acabó por avanzar hasta ella, dejando claro que estaba allí aunque antes se hubiera mantenido al margen. — Un castigo solo hará que se revuelva con más fuerza, puede que se lo tome hasta peor. Ha puesto su vida en riesgo pero si solo le gritáis no va a entender porqué estábamos todos tan preocupados. — siguió hablando como si la enana no estuviera presente pero acabando por colocar la diestra sobre su hombro para hacer que permaneciera sentada en la silla y no tratara de huir. El rubio había tenido que lidiar delante de su padre con aquel tipo de situaciones y podía ‘ayudarla’ un poco a librarse de la misma. Aunque estuviera claro que no iba a apoyarla en sus absurdas ideas de irse donde le diera la gana cuando el país estaba envuelto en mitad de una especie de guerra civil.
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—¡Te conseguiré el número y el uniforme de presa! ¡Gris! ¡Será gris!— contesto a la impertinencia de mi hija que a todo lo que digo tiene una réplica, pero si una de las dos se tiene que cansar de responderle a la otra, esa será ella, que es la hija y yo soy la madre. Si tan solo su padre me apoyara a mí en vez de consentirla a ella, no habría ánimos de discusiones de su parte, en vistas de que siempre tendrá a Kostya pidiéndome que baje un poco el tono, se aprovecha de ser ella la que trate de imponer su voz, ¡por favor! No puedo contradecirle cuando me acusa de ser fría, porque creo que es la crítica que más veces me echan en cara, ah, no, esa es la de ser supuestamente excesivamente controladora de cada respiración en esta casa. —Uno de los dos debe dejarle en claro que lo que hizo está mal, que no recibirá ningún tipo de premio o consuelo por eso— sostengo, con la dureza que me caracteriza, alguien tiene que mostrarse firme cuando hay una adolescente de trece años que cree que puede involucrarnos a todos en sus juegos, obligarnos a dejarlo todo para poner el mundo de cabeza y dar con ella. Si mi hija quiere llamar a esto autoritarismo, pues todos los padres tenemos derecho al autoritarismo cuando es necesario. —Yo soy el Estado en esta casa, Katerina— le recuerdo alzando mi voz por encima de sus pobres respuestas que pretenden evadir mi interrogatorio.
Casi, por un momento casi lo creo, que tengo a su padre de mi lado cuando la retiene en su silla para marcarle las pautas que deberá seguir para recuperar nuestra confianza y aunque en un par de ocasiones temo que está a punto de flaquear, me sorprende para bien que pueda llegar hasta el final sin prometerle que le comprara chocolates por haber vuelto. Pero me indigno con lo que dice, que en vez de mantener mi mirada reprobadora sobre mi hija menor, me giro con cierta violencia hacia Kostya al colocar una mano sobre mi pecho con mi mejor cara de «disculpa, ¿qué?». —El único problema de comunicación que tenemos entre nosotras— se lo dejo en claro con mi dedo índice en alto, —es que ella no me escucha… ¡y a ti te hace falta hablarme con menos mimo!—. Si vamos a empezar a señalar culpas, lo tengo cerca y no metido en su oficina de alcalde para aprovechar la oportunidad. Me sobresalto aún más, moviéndome para quedar más cerca de la silla de Katerina al ser ambas las acusadas, con el comentario que hace ¡Lexie! ¡Mi Lexie! —¿Quién habló de terapia? Kostya, ¿estás sugiriendo que Kitty y yo necesitamos terapia?—. ¡Y Luka diciendo que necesito de un te! ¿Qué les pasa a todos en esta casa que se han puesto en mi contra?
Me desplomo en otra de las sillas de sala, negándome a ver a cualquiera de ellos, no puedo creer que vayan contra mí y se olviden que quien está en falta es Katerina. —Ella sabe bien por qué estábamos preocupados, porque era quien quería que lo estemos al irse así como si nada. Nunca, ninguno de tus hermanos, hizo algo como eso— le hablo directamente a mi hija menor, —¿por qué te cuesta tanto hacer las cosas como deben hacerse si tienes el ejemplo de tus hermanos? Nada malo le has pasado, ni han puesto a toda la familia en crisis por un berrinche, ¿cómo puedes ser tan egoísta y no pensar en las consecuencias de tus actos? ¿La piedra filosofal, Kitty? ¿Esa fue tu excusa? Tu padre y yo estábamos aterrados de que algo pudiera pasarte, tus hermanos trabajaron más de lo que les corresponde por buscarte, tu tío Nicholas tuvo que pedir favores, ¿pensaste en tu tía Sigrid? ¿En Brian?— así como Oliver y Jenna, todos, quienes no creo que se tarden en venir a verla. Porque en esta familia nos preocupamos y cuidamos entre nosotros, menos ella que no se preocupa por nadie. —No quiero volver a escuchar que en esta casa que se mencione a esa dichosa piedra filosofal en lo que me resta de la vida.
Casi, por un momento casi lo creo, que tengo a su padre de mi lado cuando la retiene en su silla para marcarle las pautas que deberá seguir para recuperar nuestra confianza y aunque en un par de ocasiones temo que está a punto de flaquear, me sorprende para bien que pueda llegar hasta el final sin prometerle que le comprara chocolates por haber vuelto. Pero me indigno con lo que dice, que en vez de mantener mi mirada reprobadora sobre mi hija menor, me giro con cierta violencia hacia Kostya al colocar una mano sobre mi pecho con mi mejor cara de «disculpa, ¿qué?». —El único problema de comunicación que tenemos entre nosotras— se lo dejo en claro con mi dedo índice en alto, —es que ella no me escucha… ¡y a ti te hace falta hablarme con menos mimo!—. Si vamos a empezar a señalar culpas, lo tengo cerca y no metido en su oficina de alcalde para aprovechar la oportunidad. Me sobresalto aún más, moviéndome para quedar más cerca de la silla de Katerina al ser ambas las acusadas, con el comentario que hace ¡Lexie! ¡Mi Lexie! —¿Quién habló de terapia? Kostya, ¿estás sugiriendo que Kitty y yo necesitamos terapia?—. ¡Y Luka diciendo que necesito de un te! ¿Qué les pasa a todos en esta casa que se han puesto en mi contra?
Me desplomo en otra de las sillas de sala, negándome a ver a cualquiera de ellos, no puedo creer que vayan contra mí y se olviden que quien está en falta es Katerina. —Ella sabe bien por qué estábamos preocupados, porque era quien quería que lo estemos al irse así como si nada. Nunca, ninguno de tus hermanos, hizo algo como eso— le hablo directamente a mi hija menor, —¿por qué te cuesta tanto hacer las cosas como deben hacerse si tienes el ejemplo de tus hermanos? Nada malo le has pasado, ni han puesto a toda la familia en crisis por un berrinche, ¿cómo puedes ser tan egoísta y no pensar en las consecuencias de tus actos? ¿La piedra filosofal, Kitty? ¿Esa fue tu excusa? Tu padre y yo estábamos aterrados de que algo pudiera pasarte, tus hermanos trabajaron más de lo que les corresponde por buscarte, tu tío Nicholas tuvo que pedir favores, ¿pensaste en tu tía Sigrid? ¿En Brian?— así como Oliver y Jenna, todos, quienes no creo que se tarden en venir a verla. Porque en esta familia nos preocupamos y cuidamos entre nosotros, menos ella que no se preocupa por nadie. —No quiero volver a escuchar que en esta casa que se mencione a esa dichosa piedra filosofal en lo que me resta de la vida.
— Por supuesto que lo eres… — farfullo por lo bajo con la mirada puesta en el mantel de la mesa para que no me dé por rodarle los ojos por esa expresión que utiliza. ¡Pobre papá! ¡Él que es el alcalde del distrito, y todavía mamá se cree ser la reina del mambo! Ni siquiera me sorprende, solo espero que el comentario no se haya escuchado tan alto. Afortunadamente no creo que se le preste demasiada atención cuando papá toma la palabra para empezar con uno de sus discursos sobre la confianza, el cual me tiene mirándolo como si no pudiera creer que se ha puesto de lado de mi madre cuando es obvio quién lleva la razón en este asunto. Mi cara de indignación puede con todo — ¡Pero yo no pedí que me buscaran, es más, no quería que lo hicieran! — me excuso, porque si algo puse en la carta, fue que tenía que hacer esto sola, es evidente que ninguno de los dos lo entendió. — ¡Con mamá es imposible hablar, todo lo lleva a su terreno! No soy ninguna caprichosa — me quejo, que me duele escuchar esa palabra salir de la boca de mi padre cuando él sabe perfectamente como es mamá. — Yo no pedí que me encontraran — bufo una segunda vez, la suerte es que no lo hicieran antes, no que lo hayan hecho.
— Tampoco lo quiero — respondo orgullosa cuando lo del teléfono, para eso tengo mi walkie talkie con el que me comunico con Brian y no necesito de nada más. Si ese me lo quitan, entonces tendré que buscar por internet como se comunica uno por señales de humo, opciones no me faltan. Se me quita todo el hambre de un momento a otro por todas las acusaciones que se arrojan hacia mi persona, hasta le dedico una mirada a Lexie, empezando por una disculpa y a la que le sigue una de incredulidad por no creer posible que esté defiendo la idea de mi padre. Claro que mamá necesita de la tila mucho más que yo, ¡gracias Luka! — ¡La que necesitaría de terapia en esta casa es mamá, no yo! ¡Es la única que no sabe escuchar! — le devuelvo la acusación a mi madre, me da igual que se vea como un berrinche, porque es ella la que siempre parece que anda con tapones en los oídos. Su preocupación me sabe vacía, estoy segura de que la única razón por la que siquiera llamó a interferir al tío Nicholas es porque estaba preocupada de la imagen que iba a dar al vecindario, nada nuevo tampoco.
Creo que me empiezo a poner roja, no de la vergüenza sino del enfado acumulándose bajo mi piel, mis ojos están tan centrados en la figura de mi madre que por un momento parece que se me van a salir de las órbitas. — ¡Porque no quiero ser como mis hermanos! — les dedico una rápida mirada similar a un “sin ofender” antes de volver a centrar la atención en mamá. — ¿Cuándo vas a empezar a entenderlo? ¡Estoy harta! Harta de que siempre escojas a uno para compararme. ¡Luka hizo esto, y Lexie es tan correcta! ¿Por qué no puedes ser un poco más como tu hermana, Kitty? ¡Tendrías que empezar a seguir un poco los pasos de tus hermanos! ¿Por qué no haces las mismas cosas que ellos? — imito su voz mientras hablo, quizá un poco más aguda de lo que es en realidad, hasta que regreso a mi tono normal — ¡Pues no me da la gana! ¡En esta casa solo se premia lo que a ti te parezca bien! Porque siempre se trata de ti, mamá, de lo que tú quieres, ¡nunca de lo que yo quiero! ¿Quieres que me pase encerrada el resto de mi vida en mi cuarto? ¡Pues muy bien! ¡Ni siquiera tendrás que poner barrotes, lo haré! ¡No tendrás que verme jamás, porque ni siquiera voy a salir de ahí!— me levanto como un rayo de la silla y antes de que a alguien le de tiempo a reaccionar, salgo por la puerta del salón dirección al pasillo, pero antes de cruzar el marco me aseguro de gritar: — ¡Si tanto querías que fuera como Luka y Lexie, debiste haberte quedado con ellos y no haberme tenido a mí! — cierro de un golpe la puerta de mi habitación al llegar a piso superior y murmuro un hechizo con mi varita para cerrar la puerta para que nadie pueda entrar si no es con un anti hechizo, ese que espero que respeten. ¡Haré una huelga de hambre si hace falta! De un movimiento brusco fruto del enfado, empiezo a volcar el contenido de la estantería, dejando que todos los libros caigan al suelo sin preocupación, y después de hacerlo, arranco los papeles de mis paredes de mala gana, tan enojada que cuando me doy cuenta de lo que he hecho, lo único que puedo atinar a hacer es dejarme caer sobre las rodillas para empezar a apilar un libro tras otro sobre mi regazo, casi al borde de las lágrimas.
— Tampoco lo quiero — respondo orgullosa cuando lo del teléfono, para eso tengo mi walkie talkie con el que me comunico con Brian y no necesito de nada más. Si ese me lo quitan, entonces tendré que buscar por internet como se comunica uno por señales de humo, opciones no me faltan. Se me quita todo el hambre de un momento a otro por todas las acusaciones que se arrojan hacia mi persona, hasta le dedico una mirada a Lexie, empezando por una disculpa y a la que le sigue una de incredulidad por no creer posible que esté defiendo la idea de mi padre. Claro que mamá necesita de la tila mucho más que yo, ¡gracias Luka! — ¡La que necesitaría de terapia en esta casa es mamá, no yo! ¡Es la única que no sabe escuchar! — le devuelvo la acusación a mi madre, me da igual que se vea como un berrinche, porque es ella la que siempre parece que anda con tapones en los oídos. Su preocupación me sabe vacía, estoy segura de que la única razón por la que siquiera llamó a interferir al tío Nicholas es porque estaba preocupada de la imagen que iba a dar al vecindario, nada nuevo tampoco.
Creo que me empiezo a poner roja, no de la vergüenza sino del enfado acumulándose bajo mi piel, mis ojos están tan centrados en la figura de mi madre que por un momento parece que se me van a salir de las órbitas. — ¡Porque no quiero ser como mis hermanos! — les dedico una rápida mirada similar a un “sin ofender” antes de volver a centrar la atención en mamá. — ¿Cuándo vas a empezar a entenderlo? ¡Estoy harta! Harta de que siempre escojas a uno para compararme. ¡Luka hizo esto, y Lexie es tan correcta! ¿Por qué no puedes ser un poco más como tu hermana, Kitty? ¡Tendrías que empezar a seguir un poco los pasos de tus hermanos! ¿Por qué no haces las mismas cosas que ellos? — imito su voz mientras hablo, quizá un poco más aguda de lo que es en realidad, hasta que regreso a mi tono normal — ¡Pues no me da la gana! ¡En esta casa solo se premia lo que a ti te parezca bien! Porque siempre se trata de ti, mamá, de lo que tú quieres, ¡nunca de lo que yo quiero! ¿Quieres que me pase encerrada el resto de mi vida en mi cuarto? ¡Pues muy bien! ¡Ni siquiera tendrás que poner barrotes, lo haré! ¡No tendrás que verme jamás, porque ni siquiera voy a salir de ahí!— me levanto como un rayo de la silla y antes de que a alguien le de tiempo a reaccionar, salgo por la puerta del salón dirección al pasillo, pero antes de cruzar el marco me aseguro de gritar: — ¡Si tanto querías que fuera como Luka y Lexie, debiste haberte quedado con ellos y no haberme tenido a mí! — cierro de un golpe la puerta de mi habitación al llegar a piso superior y murmuro un hechizo con mi varita para cerrar la puerta para que nadie pueda entrar si no es con un anti hechizo, ese que espero que respeten. ¡Haré una huelga de hambre si hace falta! De un movimiento brusco fruto del enfado, empiezo a volcar el contenido de la estantería, dejando que todos los libros caigan al suelo sin preocupación, y después de hacerlo, arranco los papeles de mis paredes de mala gana, tan enojada que cuando me doy cuenta de lo que he hecho, lo único que puedo atinar a hacer es dejarme caer sobre las rodillas para empezar a apilar un libro tras otro sobre mi regazo, casi al borde de las lágrimas.
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He aprendido a que existen dos clases de personas en este mundo: aquellas que pueden moldearse al sistema de perfección de Ingrid y las que necesitan ir a su bola para remarcar que tienen una personalidad tan opuesta que por momentos me asusta; está claro a qué grupo pertenece Katerina — Oh, sí, claro. Porque somos padres tan incompetentes que le haremos caso a nuestra hija de trece años ante sus órdenes de no buscarla porque se pensó que podía comerse el mundo exterior — por si no se nota mi sarcasmo, hasta me doy un golpecito en la frente con los ojos abiertos de par en par — ¿Por qué no lo pensé antes? Ah, ya sé por qué. ¡Porque es una locura, Katerina! — la adoro, de verdad que lo hago, pero es increíble que tenga que estar explicándole algo tan simple. ¡Que ya tiene trece años! No le pido que sea una luz, pero le guste o no tiene que empezar a madurar, a ver el mundo con otros ojos. No es algo que me agrade, creo que todo padre debe desear que sus hijos se aferren a la inocencia y la ilusión por toda la eternidad, pero necesito que sea coherente y la vida no va a esperarla.
A pesar de que Lexie parece ponerse de mi lado, la mirada que le dedico a Luka no es precisamente la mejor. ¿Qué quiere, que le dé unas palmadas en la cabeza y ya? — Ella necesita aprender a valorar lo que tiene y a ver el mundo tal cual es, Luka. Tiene que ser responsable y considerada, así que no voy a dejarle pasar algo como esto — por mucho que me duela, que parece que la niña cree que disfrutamos de hacer algo así. ¡Y ahí va Ingrid! Y la enana, obvio — ¡Eso es justamente de lo que hablo! ¡Ninguna se está escuchando ni da el brazo a torcer! — señalo, agitando los brazos con obvia impaciencia e irritación. Yo jamás hablé de terapia propiamente dicha, pero ahora que lo miro, la idea no es para nada descabellada. Mucho menos cuando mi hija menor responde a los reclamos de su madre de una forma que no me sorprende en lo absoluto. Y no, no tiene edad para decirle que no estábamos planeando tener más hijos y tampoco es el momento, así que me aparto del camino cuando la veo moverse porque temo que me lleve puesto — ¡Katerina! — le llamo, con esa voz de alcalde que le servía de señal cuando había cometido una travesura cuando era más pequeña y que ahora no tiene el efecto deseado. Bien, portazo. Ya empezamos. Odio a los adolescentes.
Ni siquiera lo pienso cuando me giro hacia mi esposa — ¡Tenías que hacerlo de nuevo! — le reprocho y sí, me hago con la taza que era para ella para darle un breve trago antes de tendérsela — Nada de esto pasaría si al menos tuvieras la intención de conocer a tu hija, Ingrid. ¿Por qué tienes que compararla con los demás, cuando todavía está tratando de saber quién es? ¡Y si es con la bendita piedra filosofal, que sea la bendita piedra filosofal! Algún día se le pasará y, si no se le pasa, al menos tiene algo que le apasiona. ¿Siquiera conoces a tu hija? — que es algo mucho más sano de lo que tienen otros chicos de su edad. Me revuelvo el cabello, pasando la mano hasta frotarme la nuca — Nadie la moleste ahora. Le dejaremos su espacio hasta que se calme y hablaremos de esto cuando nadie quiera sacarle la cabeza a nadie. ¿Entendido? Se supone que somos una familia — aclaro, paso la mirada de mis dos hijos mayores hasta llegar a su madre — Y no voy a permitir que los lazos se rompan por dentro solo porque tenemos formas diferentes de ver el mundo de afuera. Katerina no se hubiera ido si al menos se sintiera apoyada en algo tan simple como un hobbie — me voy a comer toda la bronca, lo sé. Si no es ahora, será en el dormitorio, da igual. Me recompongo con un suspiro y doy unos pasos en dirección a la cocina, aunque me detengo junto a Lexa — ¿Puedes controlar que no inicie una nueva guerra mundial bajo este techo mientras me preparo algo para beber? — le murmuro, que sé que es mucho pedir, pero confío en ella. Al menos, es la única en esta habitación que tiene una idea de cómo calmar a su madre.
A pesar de que Lexie parece ponerse de mi lado, la mirada que le dedico a Luka no es precisamente la mejor. ¿Qué quiere, que le dé unas palmadas en la cabeza y ya? — Ella necesita aprender a valorar lo que tiene y a ver el mundo tal cual es, Luka. Tiene que ser responsable y considerada, así que no voy a dejarle pasar algo como esto — por mucho que me duela, que parece que la niña cree que disfrutamos de hacer algo así. ¡Y ahí va Ingrid! Y la enana, obvio — ¡Eso es justamente de lo que hablo! ¡Ninguna se está escuchando ni da el brazo a torcer! — señalo, agitando los brazos con obvia impaciencia e irritación. Yo jamás hablé de terapia propiamente dicha, pero ahora que lo miro, la idea no es para nada descabellada. Mucho menos cuando mi hija menor responde a los reclamos de su madre de una forma que no me sorprende en lo absoluto. Y no, no tiene edad para decirle que no estábamos planeando tener más hijos y tampoco es el momento, así que me aparto del camino cuando la veo moverse porque temo que me lleve puesto — ¡Katerina! — le llamo, con esa voz de alcalde que le servía de señal cuando había cometido una travesura cuando era más pequeña y que ahora no tiene el efecto deseado. Bien, portazo. Ya empezamos. Odio a los adolescentes.
Ni siquiera lo pienso cuando me giro hacia mi esposa — ¡Tenías que hacerlo de nuevo! — le reprocho y sí, me hago con la taza que era para ella para darle un breve trago antes de tendérsela — Nada de esto pasaría si al menos tuvieras la intención de conocer a tu hija, Ingrid. ¿Por qué tienes que compararla con los demás, cuando todavía está tratando de saber quién es? ¡Y si es con la bendita piedra filosofal, que sea la bendita piedra filosofal! Algún día se le pasará y, si no se le pasa, al menos tiene algo que le apasiona. ¿Siquiera conoces a tu hija? — que es algo mucho más sano de lo que tienen otros chicos de su edad. Me revuelvo el cabello, pasando la mano hasta frotarme la nuca — Nadie la moleste ahora. Le dejaremos su espacio hasta que se calme y hablaremos de esto cuando nadie quiera sacarle la cabeza a nadie. ¿Entendido? Se supone que somos una familia — aclaro, paso la mirada de mis dos hijos mayores hasta llegar a su madre — Y no voy a permitir que los lazos se rompan por dentro solo porque tenemos formas diferentes de ver el mundo de afuera. Katerina no se hubiera ido si al menos se sintiera apoyada en algo tan simple como un hobbie — me voy a comer toda la bronca, lo sé. Si no es ahora, será en el dormitorio, da igual. Me recompongo con un suspiro y doy unos pasos en dirección a la cocina, aunque me detengo junto a Lexa — ¿Puedes controlar que no inicie una nueva guerra mundial bajo este techo mientras me preparo algo para beber? — le murmuro, que sé que es mucho pedir, pero confío en ella. Al menos, es la única en esta habitación que tiene una idea de cómo calmar a su madre.
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Sabía desde hace años que era cuestión de tiempo para que todo dentro de esta casa explote. No había que ser ningún genio para saber que, con las personalidades que teníamos… Bueno. Lo que no podía preveer es que todo hubiese necesitado llegar a estos extremos, o que, de todas las personas dentro de esta habitación, con quien más concordara fuera con mi hermano. Kitty tiene su propia manera de ver el mundo, una que jamás pude entender, pero que tampoco me permití hacerlo. La culpa no estaba solo sobre sus hombros, era pequeña, tenía poca idea del exterior, y una determinación demasiado grande para acompañar ese combo.
Al final el único sentimiento que tengo es el de impotencia, porque no tengo idea de qué hacer, cómo actuar o qué decir, porque todos sienten que nos estamos atacando los unos a los otros. Además, ¿qué papel debía cumplir ahora? Porque Kitty en su enojo y su huída habiá dejado claro que de momento no me necesitaba como hermana, ¿y como hija? nop. No me iba a meter ahí. No me correspondía a mí el decirle a mis padres cómo debían o no hacerse cargo de la menor de sus hijas, y tampoco sabría cómo.
Al final acabo por acerle caso a papá y me acerco hasta la silla en la que se ha dejado caer mi madre, sentándome a su lado y tomando una de sus manos entre las mías. - Estamos todos alterados, han sido días terriblemente largos y sí, sabemos que lo que hizo Katerina está mal, pero acaba de volver y creo que todos nos alegramos de que esté sana y salva. - Miro de soslayo el té, con miedo de ofrecérselo y que acabe tirándolo. Si no digo nada será ella misma la que acabe tomándolo. - Perdona por decir lo de la terapia, tal vez no era mi lugar, pero a mi me está yendo de maravillas con eso y creo que no es una locura tener a alguien más con quien hablar. Kitty es chica, y si bien nosotros no actuamos de la misma forma a su edad, los tiempos eran otros; o cuando menos no había adolescentes queriendo reclamar el país. En comparación, ir a buscar una piedra no es más que un paseo tranquilo. - Suelto su mano y me estiro a buscar yo misma mi casa de té. - Piensa que Luka se ha mudado, yo estoy por hacer lo mismo otra vez, y la pobre debe sentirse totalmente sola he incomprendida con todo esto. Luka tiene razón, y si solo le gritamos jamás va a entender qué es lo erróneo en su accionar.
Al final el único sentimiento que tengo es el de impotencia, porque no tengo idea de qué hacer, cómo actuar o qué decir, porque todos sienten que nos estamos atacando los unos a los otros. Además, ¿qué papel debía cumplir ahora? Porque Kitty en su enojo y su huída habiá dejado claro que de momento no me necesitaba como hermana, ¿y como hija? nop. No me iba a meter ahí. No me correspondía a mí el decirle a mis padres cómo debían o no hacerse cargo de la menor de sus hijas, y tampoco sabría cómo.
Al final acabo por acerle caso a papá y me acerco hasta la silla en la que se ha dejado caer mi madre, sentándome a su lado y tomando una de sus manos entre las mías. - Estamos todos alterados, han sido días terriblemente largos y sí, sabemos que lo que hizo Katerina está mal, pero acaba de volver y creo que todos nos alegramos de que esté sana y salva. - Miro de soslayo el té, con miedo de ofrecérselo y que acabe tirándolo. Si no digo nada será ella misma la que acabe tomándolo. - Perdona por decir lo de la terapia, tal vez no era mi lugar, pero a mi me está yendo de maravillas con eso y creo que no es una locura tener a alguien más con quien hablar. Kitty es chica, y si bien nosotros no actuamos de la misma forma a su edad, los tiempos eran otros; o cuando menos no había adolescentes queriendo reclamar el país. En comparación, ir a buscar una piedra no es más que un paseo tranquilo. - Suelto su mano y me estiro a buscar yo misma mi casa de té. - Piensa que Luka se ha mudado, yo estoy por hacer lo mismo otra vez, y la pobre debe sentirse totalmente sola he incomprendida con todo esto. Luka tiene razón, y si solo le gritamos jamás va a entender qué es lo erróneo en su accionar.
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— No creo que con gritos y amenazas esté interesada en valorar lo que tiene. — remarcó las palabras de Kostya, alejándose entonces de todos ellos y dejándose caer en uno de los sillones. No perdiendo de vista en ningún momento la situación, mucho menos las palabras que madre e hija se dedicaban. Se sentía ‘orgulloso’ de Kitty por decir lo que pensaba, por tener las narices de enfrentarse a su madre sin miedo a las repercusiones de todas las palabras que estaba pronunciando; ya que, quizás la enana no lo sabía, pero la memoria de su madre era como la de un elefante, así que se arrepentiría de un par de ellas. Siguió con la mirada a la menor, inclinándose hacia delante para verla desaparecer por las escaleras y el riguroso portazo que ponía la guinda del pastel. Luego hablaría con ella, la invitaría a pasar un par de días en su apartamento hasta que se le bajaran los humos; podría convencer a su madre de ello, a Kostya… no le interesaba demasiado su opinión. — ¿Ahora quién la está excusando? — masculló el rubio entre dientes en lo que tomaba uno de los sándwiches que Alexa había servido en la mesa como una especie de ofrenda que paz que nadie parecía querer comer. Pues él sí.
Masticó un par de bocados, alargando la diestra para tomar otra de las tazas y no poder esconder una mueca de asco cuando tomó un sorbo que le pareció demasiado amargo para su opinión. Aprovechando que Kostya abandonó la sala se levantó y acercó a las dos mujeres. — No debería haberse ido de casa, y mucho menos dejar ese tipo de nota, pero tampoco deberías castigarla sino explicarle porqué está mal y los peligros que hay ahí fuera. Kitty no es tonta. — defendió a la enana con calma, terminando el trozo de sándwich y limpiándose los restos en el pantalón de trabajo. — Sé que no es el momento pero podría venirse un fin de semana al apartamento y hablar conmigo. Nos entendemos… algo. —. Y porque los dos eran los que mas evidentemente se saltaban las normas y trataban de vivir como a ellos les gustara; aunque quizás Kitty se había liberado mucho más que el rubio. O al menos había sido más directa a la hora de hacerlo… por el buen camino.
Apuró el té y dejó a un lado la taza. — No le gritéis demasiado o la próxima vez no habrá una nota y tendremos que recorrer el país de un extremo al otro. — comentó metiendo la diestra en el bolsillo de su pantalón, encaminándose en dirección a la salida y despidiéndose con apenas un movimiento de mano de las dos mujeres.
Masticó un par de bocados, alargando la diestra para tomar otra de las tazas y no poder esconder una mueca de asco cuando tomó un sorbo que le pareció demasiado amargo para su opinión. Aprovechando que Kostya abandonó la sala se levantó y acercó a las dos mujeres. — No debería haberse ido de casa, y mucho menos dejar ese tipo de nota, pero tampoco deberías castigarla sino explicarle porqué está mal y los peligros que hay ahí fuera. Kitty no es tonta. — defendió a la enana con calma, terminando el trozo de sándwich y limpiándose los restos en el pantalón de trabajo. — Sé que no es el momento pero podría venirse un fin de semana al apartamento y hablar conmigo. Nos entendemos… algo. —. Y porque los dos eran los que mas evidentemente se saltaban las normas y trataban de vivir como a ellos les gustara; aunque quizás Kitty se había liberado mucho más que el rubio. O al menos había sido más directa a la hora de hacerlo… por el buen camino.
Apuró el té y dejó a un lado la taza. — No le gritéis demasiado o la próxima vez no habrá una nota y tendremos que recorrer el país de un extremo al otro. — comentó metiendo la diestra en el bolsillo de su pantalón, encaminándose en dirección a la salida y despidiéndose con apenas un movimiento de mano de las dos mujeres.
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