The Mighty Fall
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.

Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.

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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Haber sido enviado a patrullar las costas de la isla Ministerial significa dos cosas: que el gobierno tiene miedo de tener un punto débil el cual deban proteger para que este sitio siga siendo seguro y, a su vez, que puedo caminar por una playa desde la última vez que estuve en el distrito cuatro. Sí, son dos sensaciones completamente opuestas, lo sé. No hay “peros” esta vez. Hace calor, he amarrado el cabello en algo similar a un rodete cercano a mi nuca, cosa que no va muy acorde al uniforme que debo soportar a pesar de las altas temperaturas. Acomodo mi arma en la comodidad de mi espalda, se siente pesada y fuera de lugar en un sitio al cual admiro a lo lejos, porque sé que hace meses habría dado lo que sea por estar aquí con tanta facilidad, pero con una misión completamente distinta. Estuve aquí, una vez como adulto, cientos como adolescente. Conozco muy bien esa enorme casona que se alza sobre las otras. Es fría, siempre lo ha sido, pero incluso ahora se ve mucho más oscura que antes. Me pregunto si podría terminar con eso desobedeciendo las órdenes, no lo hago porque sé muy bien lo que sucedería. Yo no sobreviviría, eso no es el problema, pero no puedo hacerle eso a Ava, a quien colgarían y sé bien que los nuestros están trabajando para hacer esto de un modo más limpio.

Suspiro, que lo que me distrae de mis pensamientos y visiones es el grito agudo de lo que parece ser un bebé. Cuando giro la cabeza no veo absolutamente nada, pero algo pequeño y macizo golpea contra mis piernas, cerca de la altura de las rodillas. Lo único que veo desde mi altura es un enorme sombrero, es su manera de rebotar hacia atrás lo que me hace dar cuenta de que estoy en el camino de una niña no demasiado grande. Si vamos al caso, su manera de moverse es tan atropellada que me hace pensar que no lleva mucho tiempo caminando por su cuenta — Hey… — es lo primero que me sale cuando me percato de sus ojos enormes, esos que tienen que retroceder un poco en un intento de adivinar con qué ha chocado. Me pongo de cuclillas y, aún así, sigue siendo demasiado pequeña — Creo que te perdiste. ¿Quién eres? — mis intentos de socializar con una de las pocas personas en este sitio que no me mirarán de mala manera falla cuando me percato de la mujer que viene detrás. Ah, genial, ya sé quien es.

Mi chip instalado de que soy algo así como un soldado es lo que me obliga a ponerme de pie con rapidez, pero mi paso hacia atrás es cauteloso. Vaya, si sé que Lara Scott no podría jamás hacerme daño, pero la última vez que nos vimos no voy a decir que fue precisamente agradable. Aún no comprendo qué es lo que ha hecho esta mujer con su vida, no entiendo cómo alguien puede bailar entre extremos tan opuestos y, no obstante, terminar donde lo ha hecho — La maternidad te sienta bien — es mi saludo, con una sonrisa pequeña y no precisamente amable — Y el escenario también. Es Mathilda, ¿no es así? — le doy un piquecito suave al sombrero que tiene por hija, invitándola a regresar con su madre, que no estoy aquí para buscar problemas.
Benedict D. Franco
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Invitado
Invitado
Presiono el pie de Mathilda en la arena para mostrarle con cuánta fuerza debe pisar para que se haga una huella y aunque la marca le llama ligeramente la atención, no comprende lo importante de esto, así que se lanza a caminar a prisa, en desorden, tropezándose con el aire a veces para caer de panza sobre la arena que le amortigua el golpe, así que en nada está otra vez parada, echándose a caminar. La atrapo en unas pocas zancadas, tomándola de debajo de los brazos y la columpio mientras me pide que la baje haciendo peso. Como todas las cosas que descubre, lo disfruta hasta cansarse, la he visto caminar dentro de su cuna dando vueltas por el simple placer de ir poniéndose un piecito detrás del otro. Es increíble como para ella lo que es banal para mí, se convierte en su propia manera de ir rompiendo los límites de lo permitido, asombrándose al descubrir que ir un poco más lejos que ayer, aunque su mundo siga siendo esta isla y las playas del cuatro hayamos tenido que reemplazar por la de este perímetro que cuentan con una vigilancia estricta.

Yo misma me reconozco reacia a querer que Tilly se arriesgue a lugares donde nosotros no tenemos el control y la certeza de que estará segura a cualquier imprevisto que pueda surgir, echo de menos la casa en el distrito cuatro, pero si no podemos ir todos, tampoco quiero que deambulemos por ahí solas. De alguna manera quiero asegurarme de que, así como Meerah, ella también pueda crecer a salvo y sea siendo mayor que decida a donde quiere dirigir sus pasos. Por el momento, prefiero que siga siendo no tan lejos, donde mis ojos puedan verla y lo que ven es que se choca con las rodillas de uno de los guardias de seguridad, no es hasta que reconozco la cara que lleva el uniforme que todos mis músculos se tensan y en dos pasos estoy recuperando a mi hija en brazos. La mirada que le lanzo a Franco lo manda a guardarse sus palabras amables de saludo, ¿en serio? ¿hará los honores de un buen vecino que pasa a saludar? Después de toda la mierda que nos escupimos en la cara la última vez que nos vimos, que se acerque con comentarios inocentes es tan chocante. —No hagas eso, Franco— le contesto, no le estoy gritando, es más, mi tono es bastante medido y sí, la maternidad me ha sentado tan bien que en vez de dar puñetazos como saludo, uso mis brazos para rodear a mi hija. —No seas amable con Mathilda, podría darle ideas equivocadas— le explico, alzo la barbilla para que suponga lo que quiera suponer, y entonces lo aclaro. —Trato de que mi hija no tome confianza fácil con extraños, en estos tiempos que corren, sabemos que es peligroso. Los amigos están cerca, los enemigos aún más cerca.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Nunca me ha gustado la idea de juzgar niños por lo que hicieron sus padres. Siempre lo he sentido como adoptar los modos de los Black de antaño, porque es poner el castigo sobre cabezas inocentes que no tienen absolutamente nada que ver. Los ojos de esa niña, por encima de dos mejillas sonrojadas por el calor y aparentemente suaves, me dicen que mis sospechas son ciertas y que es imposible verla como una amenaza. Tengo que decirlo, me ha hecho una enorme gracia la ironía cuando corrió por todos lados la noticia de que el ministro de justicia había sido padre de nuevo y ¡vaya! la sorpresa de descubrir quién era la madre. Aún recuerdo la última conversación que tuve con Lara Scott, hace lo que parece ser una eternidad, con un montón de personas involucradas que ya no se encuentran entre nosotros o que han seguido caminos que no he podido seguir. El camino que ella ha tomado está claro, tiene forma de bebé rechoncho y colorido en sus brazos. No sé quién se supone que es en realidad, jamás manejamos mucha información el uno sobre el otro, pero el camino que ha tomado me dice mucho más de ella que todas las palabras que cruzamos en alguna ocasión.

No puedo evitarlo, se me escapa una risa breve y sardónica en lo que meneo la cabeza. Tengo que apartar la mirada de ella, relamerme los labios con ansiedad y encogerme de hombros antes de volver los ojos hacia los suyos — ¿Eso somos ahora? ¿Enemigos? — nunca nos coloqué bajo una etiqueta, me hace algo de gracia que ella sí lo haga — No soy quien para decirle a alguien más cómo criar hijos, no tengo propios — Beverly pudo haberse parecido a una hija, pero sé que no es lo mismo — Pero creo que la amabilidad es una virtud y no un defecto. ¿O quieres criarla para que le levante la nariz a las personas que le digan “hola” solo porque no todo el mundo puede ser de fiar o pertenecer a su mundo? — puedo esperarlo de cualquier persona dentro de esta isla, pero la niña no tiene la culpa de ser quién es. ¡Tan solo basta ver esos brazos gordos, la panza redonda y la curiosidad pintada! — Además, si estoy aquí, no es precisamente para hacerles daño — pellizco el escudo que se refleja en mi uniforme. Las ironías de la vida, que siempre nos colocan en sitios completamente impensados.

Me pregunto cuál de todas estas casas es la suya. Cuando yo merodeaba por esta isla, Hans Powell aún era un mocoso y había otras personas encargándose de lo que él hace ahora. Mi última visita fue un poco más particular, no estuve ni por asomo cerca de la calle y lo único que vi por dos semanas fue el sótano de la mansión principal. Se me hincha el pecho al tomar aire y lo largo con un suspiro suave pero extenso — ¿Valió la pena? — es una pregunta de verdad. Sin veneno, sin piques, solo curiosidad — Seguir el camino que elegiste, a pesar de todo. El ser vecina del sujeto que mandó a Jeff a una arena a morir… — regreso la mirada a ella, esta vez con las cejas alzadas — ¿Lo valió de veras?
Benedict D. Franco
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Invitado
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¿Qué somos entonces? ¿Amigos?— le devuelvo el mismo tono incrédulo. Me han dicho que él fue quien asesinó a Jack, así como me han dicho que la mujer que atraparon en la alcaldía fue quien mató a Rose. Demasiado hipócrita sería de mi parte mostrarle desprecio en crudo, cuando nunca tuve afinidad a la ideología que debían defender los aurores, reconozco mis faltas y mis contradicciones como para erguirme en mi poca estatura como alguien que tiene la autoridad para escupirle a la cara lo aborrecible de sus actos. Por eso mismo me gusta mantenerme en un margen en el que nadie va a venir a sacudir mis propios actos callados, no me gusta tenerlo a él merodeando por ese margen, en el que se acerca a mi hija que tiene la facilidad de sociabilizar con una piedra. —Es amable por naturaleza, de eso mismo no quiero que alguien venga a aprovecharse—  explico con cierta mordacidad, más allá de sus gestos bruscos por la falta de saber controlar sus movimientos, se muestra bien predispuesta a ir hacia quien le abre los brazos y es la primera en mostrar una sonrisa, como también lo ha hecho con Franco.

Y hay demasiadas personas en este mundo que se aprovecharían, así que prefiero que mi hija sea de las que pasan de largo al ver a alguien pidiendo ayuda con una excusa o que le ofrezca más que caramelos, si eso la salva de que la arrastren a lugares donde le harán daño, solo por hacerle daño a su padre— con eso le recuerdo bien, aunque no creo que lo olvide cuando la mira a los ojos, que su padre es uno de los ministros de esta isla. No creo que los hijos tengan que responder por las decisiones de sus padres, pero es algo que tuvimos presente cuando nació, que nos tocaría protegerla de un mundo que sí la vería en todo momento como una manera de llegar a Hans, así como también lo es Meerah, por eso las mantenemos dentro de la seguridad que podemos ofrecerle. —Franco, no entiendes el punto. No se trata de que una persona vaya a hacerle daño o no, sino de que no desarrolle confianza con alguien que acaba de conocer. Poner por delante que esa persona sí podría hacerle daño, porque esta realidad en la que estamos viviendo, lo normal es que te hagan daño— y sigo contando muertos como para que me diga que no es así.

No dudo de cuál será mi respuesta cuando me hace su pregunta, la tengo tan clara en mi mente aunque estos últimos meses ya no son pensamientos alrededor de los que gire, ni siquiera lo que intenta ser el golpe bajo de mencionar a Jeff me desestabiliza en algo que puedo estar segura. Sostengo a Tilly con su mejilla contra mi pecho, tratando de abarcar todo su cuerpo con mis brazos para esconderla de su vista, y lo miro, no pestañeo, lo miro fijamente al contestar: —Lo valió, valió toda la pena— aseguro con un convencimiento casi vehemente, si ese es el tono que necesita escuchar para que sepa que estoy hablando en serio. —Porque Jeff tomó sus decisiones, yo tomé las mías. Todos tomaron sus malditas decisiones. Así que pueden cagarse sobre todo este país, todo este jodido mundo, quizás al destruirlo le hagan un favor— saco afuera mi impotencia y mi frustración por ver lo que me costó tanto de entender cuando era más joven, que ciertas cosas se habían jodido tanto que no había manera de que pudieran arreglarse, que nada tenían que ver conmigo así que no había nada que yo pudiera hacer para que fuera diferente. —Yo encontré mi propio mundo y la mantendrá segura hasta que todos ustedes terminen con su guerra, porque ella se merece más confianza de la que nunca se merecerán ninguna de las falsas razones por las cuales la gente pelea. Que se jodan sobre el mundo, algún día eso acabará, ella será parte de algo nuevo y habrá valido toda la pena.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Conocidos — creo que ni hace falta aclararlo — Pero si tú quieres colocarme bajo el título de “enemigo”, allá tú — no creo que ella se lo haya ganado, no para mí. Una cosa es no confiar en alguien, otra muy diferente es el catalogarla como una persona de riesgo y la verdad es que tengo a unas cuantas antes que a ella dentro de esa categoría. Puedo decir que yo no soy una persona que le haría daño a un niño para lastimar a un padre, pero si vamos al caso, sé muy bien que es cosa mía y que no todo el mundo piensa de esa manera. Si vamos al caso, Hans Powell no tuvo problemas en torturar a un niño solo porque era hijo de alguien a quienes ellos consideran una amenaza. Las bellas ironías de la vida — Es una manera muy pesimista y despiadada de ver el mundo, pero como digas — tengo que desviar la mirada de los ojos negros de la persona más joven en esta conversación y llevarla hacia los de su madre — No te creas, soy el primero en caer en el pesimismo. Pero también creo que el cambio viene desde la educación y con esas líneas de pensamiento, el cambio estará cada vez más lejos.

Supongo que para ella habrá valido la pena y creo que hasta puedo entenderlo, más no compartirlo. Es verdad que todos tomamos decisiones, de esas que nos dejan plantados en el lugar donde nos encontramos y me puedo arrepentir de muchas, pero no de todas. Hay solo una de las cosas que dice que me hacen algo de ruido y me doy cuenta de que no es lo que sale de su boca, sino el modo que tiene de expresarlo — Sé que cuesta verlo de esta manera, pero en mi opinión esta no es “nuestra” guerra. No te excluye — con mi mano, la apunto de arriba a abajo para darle un ejemplo — Vives en la isla ministerial, Lara. Te sientas en el palco del presidente cuando hay un coliseo y tomas la mano que firma sentencias de muerte casi todos los días. Puede que creas que esta guerra te excluye, pero estás metida hasta el fondo y sí, fue tú decisión, lo cual te hace aún más partícipe. No necesitamos tomar armas u ostentar un título como para ser parte de esto — todos tenemos voz, todos podemos ser oídos y plantarnos en una postura, sea cual sea, siempre nos mete en el juego. Incluso cuando nos creemos neutrales, cuando todo el ambiente en el cual se mueve grita lo contrario.

No voy a sacar el tema que nos llevó a esa última conversación, es algo que quedó en el pasado y que me dijo bastante de ella sin que diga nada. Yo cuido a los míos y Lara a los suyos, como se supone que debe ser. No es como que vayamos a estar de acuerdo alguna vez. Acabo por cruzarme de brazos, que si ella se protege detrás de la bebé, yo tengo que hacerlo por mi cuenta — Sé que es irónico, pero estoy aquí para ser parte de la seguridad y estoy seguro de que nos veremos más de una vez de ahora en adelante — he sido ubicado como miembro del escuadrón hace meses, pero es mi primera vez dentro de la isla y en el ministerio no suelo mirar a las personas; es fastidioso cuando lo haces y ves cómo te andaban juzgando antes de que pudieras darte cuenta — ¿Quieres que no le hable a tu hija? Pues bien, no lo haré. No me meto con niños, tal y como hacen otros — ah, sí, no pude contener el palo — Pero yo no soy la persona por la cual tendrías que preocuparte. No solo hablo de rebeldes, sino de que se me hace que Magnar Aminoff es algo más peligroso que su madre — Jamie estaba pirada, puedes prever lo que una persona chiflada va a hacer dentro de sus parámetros de crueldad. Su hijo se me hace más listo, con la mente más fría y es obvio, después de los cambios ministeriales, que está jugando su propio juego.
Benedict D. Franco
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Prefiero colocarte ese nombre— contesto, libre de toda emoción, no está dicho desde el resentimiento, ni el desprecio. —Prefiero verte como un enemigo y que no me lastimes ni a mí ni a mis hijas sea algo de lo que sorprenderme, en vez de hacerlo a la inversa y seguir llevándome decepciones en esta vida— de lo que estoy cansada, en este escenario de apariencias donde la isla ministerial es el palco principal para admirar el despliegue de manipulaciones y engaños, simplemente quiere mantenerme a un lado de todo eso, desde una esquina en la que cuido de lo que a mí me importa. —Si para ti es pesimista y despiadado que vea al mundo tan brutal como es, en el que la niña a la que parí podría ser una víctima colateral más sumándose a la lista de nuestros muertos, allá tú. No tengo que justificar mis miedos y mis respuestas a esos miedos ante ti, porque aunque lleves el uniforme de seguridad del ministerio— lo repaso desde las botas hasta los botones de la chaqueta, —nunca he confiado que puedan cuidar de lo que aprecio como lo haría yo— es la única certeza que tengo, que debo abrazarme a Mathilda con todas mis fuerzas porque si la dejo librada al juego caprichoso de otros, podría perderla, ojalá pudiera hacer lo mismo con Meerah, pero ejerce su propia voluntad.

Franco— repito su apellido, pidiéndole que me escuche, que lo haga de verdad, en lo más simple y vacío de emoción en mi voz, le digo la verdad: —yo no soy parte de esta guerra— no tengo bandos, no tengo estandartes que seguir, ni adhiero a ninguno de los discursos de ideas que se alzan en voz. No pertenezco a este presente en conflicto, todas las esperanzas que a lo largo de mi vida fui depositando en los sitios y las personas equivocadas, las coloco en las personas que están creciendo bajo mis ojos. Y no espero que lo entienda, porque no puede saber quién soy yo cuando no me ha visto más que un par de veces, ni yo sé quién demonios es él aunque lo hayan colocado entre los primeros de una lista de criminales desde hace bastante tiempo. La única que ha preguntado y a la que he respondido con sinceridad sobre mis pensamientos fue Meerah, con ella y con su hermana compartiré todo lo que pueda decirles sobre cómo creo que debería ser el mundo. Pero, ¿con un extraño? Ni siquiera conocido, ni amigo, ni enemigo. Solo un extraño. —Nos veremos, pero veo muchas personas todos los días, en todos lados, vernos no hace una diferencia en nuestras rutinas— digo, porque no sé a qué apunta con señalarlo. No me he hecho amiga de los vecinos por más que los vea incluso en bata en sus jardines los domingos. Siempre he sabido mantener mi distancia con las personas, incluso en estos dos últimos años en que me abrí a la que ahora es mi familia, fue porque una parte de mí se aisló completamente.

Te lo agradezco— lo digo tan apática como he tratado de mantener el tono de esta conversación, pero es un agradecimiento honesto a su manifestación de no meterse con mi hija tratando de remarcar una diferencia con otros, si es que llega a cumplir. —Está bien que mires por tus propias acciones, aunque que las compares con otros te puede llevar a trampas de tu ego—, me he cansado del discurso del «bueno». Nunca tuve real simpatía por quienes lo llevan a viva voz, he preferido y se nota por mis elecciones, que mi lugar está con quienes tienen sus defectos, pecados y errores a la vista. Pero, ¿un hombre que se acerca a mí y a mi hija criticándome por recelar cuando sus armas siempre han apuntado a las personas que viven en esta isla? ¿Por qué confiaría? ¿Por qué dejaría que mi hija fije su cara? Todo lo que hago es suspirar con su consejo. —Y gracias también por la recomendación, lo he sabido desde que Magnar Aminoff asumió— lo miro como diciendo «¿qué más?». ¿Qué cree que tiene que venir a decirme de cómo son las cosas que yo no lo sepa? Coloco mis manos en lo bajo de la espalda de Mathilda y el sombrero no logra tapar del todo su curiosidad por el rostro del hombre pelirrojo. —No tengo una causa para pelear, Franco. Lo que tengo es algo que quiero proteger de una guerra en la que no tengo intención de participar, porque nada de lo haga marcará una diferencia y lo único… que conseguiré serán arrepentimientos — muevo mis hombros con desgano, más nombres en una lista de muertos, si no están en esa lo están en la de víctimas. —Están los que pelean, están los que protegen y elijo estar entre los segundos. Me basta con que me digas que no lastimarás a mi hija, gracias. Algún día el haberla mantenido a salvo, me permitirá que sea ella misma un poco de paz para el futuro— se lo digo, aunque no me crea, aunque no tenga manera de saber qué es lo que sostuve siempre, que hace mucho perdí la fe en todos nosotros, pero no en los que vendrían después y que ellos merecen una oportunidad a salvo de nuestras heridas.
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Benedict D. Franco
Consejo 9 ¾
Me decido a que lo único que puedo hacer es mirarla como si no pudiese creer nada de lo que estoy escuchando y tengo que hacer un esfuerzo monumental por no reírme en su cara, lo cual creo que se me nota por la manera que tengo de fruncir los labios y hundir las mejillas. Personas como Lara Scott son aquellas que se ponen una aureola en la cabeza, aluden a su inocencia basándose en que no se quieren manchar las manos, cuando sus excusas de querer proteger a su familia son las mismas que oigo de la boca de mis amigos, porque aquí nadie es completamente santo ni pecador. No creo que haga falta recordarle cómo nos encontramos, no cuando ella vive en la isla rodeada de las personas que son víctimas potenciales de cualquier enfrentamiento con los rebeldes, aquellos que cada día son más. No puede decir que no es parte de esta guerra, cuando todos lo somos en mayor o menor medida. Mi silencio le da tregua, como el darle la razón a los chiflados y a los niños que se han puesto una venda delante de los ojos y, espero de verdad, que la negación no sea tan grande como para explotarle en la cara. Si todo sale bien, como espero que lo haga y si mis amigos han seguido las indicaciones, acabará sucediendo. Solo espero que la niña no lo pague.

No juego con mi ego, Scott — imito su actitud de llamarme por el apellido, que si quiere que vayamos por ahí, yo no tengo ningún problema — Solo conozco mis límites, he jugado con ellos por mucho tiempo — más del que me gustaría contar, porque aún no comprendo cómo es que han pasado casi veinte años. Puedo ver todo lo que me dice como la opinión de una madre que se encuentra preocupada por la seguridad de su familia, pero hay algo en su discurso que me hace mover la cabeza con un meneo suave — Nadie puede proteger a nadie sin levantar un arma, ni siquiera cuando no tiene intenciones de pelear. La guerra solo toma, Lara y no te pide permiso. ¿O vas a decirme que tú elegiste estar en medio de un enfrentamiento cuando ocurrió el atentado al ministerio? ¿Te harías a un lado y serías solo un escudo de carne si alguien viene ahora a atacar a los tuyos? — sé muy bien cual es la respuesta, ni hace falta que la aclare. Veo en sus ojos que jamás dejaría que nadie toque a la bebé que tiene en brazos y puedo comprenderlo, de verdad lo hago. Todos lo hacemos y por eso mismo esto es interminable.

No me tomes a mal ni me malinterpretes. Yo sé que tengo las manos manchadas. Sé que no cargo con una medalla y muchas de las cosas que he hecho son cuestionables — le aseguro, que sería muy hipócrita de mi parte el decir que no. He temido por mucho tiempo a ser un monstruo como para acabar abrazando la idea — Pero todo lo que está ocurriendo es una pelea en la cual todo el mundo adjudica que el otro simplemente le pegó primero y es una completa estupidez. Si nos atacan, defendemos. Si nos privan de nuestra libertad, peleamos. Y es la excusa que todos los bandos han estado usando por años. ¿La diferencia? — le lanzó una rápida mirada a la isla, la cual me hace suspirar con pesadez — Yo vivía en este lugar, antes de ser la Isla Ministerial. En ese entonces era la Isla de los Vencedores y… ¿Adivina qué? — arqueo mis cejas — Todos murieron dos días después de que masacraran a todos los que nos pusieron aquí. Y clamaron paz con una bandera que en vez de blanca, debería ser roja por la cantidad de sangre que han derramado durante años. Muchos aquí se visten de santos y bailan en trajes pulcros mientras la mitad del país se muere de hambre. Tú lo sabes y al decidir dónde te paras, ya estás en medio de un juego político. Pero ya qué… Cree lo que quieras, porque es obvio que jamás lo veremos de la misma manera. Una lástima.
Benedict D. Franco
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He dicho que no participaré de una guerra, no quise decir que no fuera capaz de levantar un arma si la guerra toca a los que quiero y disparar, no dudaré en disparar— lo corrijo, mi mayor miedo al ser madre era traer a una persona a un mundo como este y entregarlo a sus vaivenes, aun sabiendo que el nombre de su padre la expone al peligro, también confíe en que él pondría un esfuerzo similar al mío para que nada la lastimara y que lo prima en nosotros es el instinto de supervivencia, por mucho que se ciegue a veces con este dilema político de bandos. Tal como veo que le ocurre a Franco, haciendo un recuento bien conocido de cómo se ve desde vida desde que cada lugar, lo escucho en silencio porque no me dice nada que no conozca o haya experimentado, cuando la guerra nos invita a participar a todos y en algún momento caemos en la tentación de creer que estamos obligados a ser parte.

No sé, ni me interesa, cómo el destino de Franco lo marcó para que no pueda desligarse de la guerra, pero yo sí tengo otra elección posible y la tomo. No me llama la conciencia para actos vanos de supuesto heroísmo, que el traje de revolucionarios se lo coloquen otros, a quienes les quede, porque no me arrepiento y sé bien por qué estoy en el lugar donde estoy. Yo que puedo elegir, lo hago. —Si ya estuviste aquí, Franco— pongo un alto a todo lo que dice, a su repaso personal de cómo son las masacres, el fuego y la sangre de víctimas. —Encárgate de que no se repita la historia dos veces en un mismo lugar, si ya estuviste aquí y peleando no eres capaz de cambiarlo, ¿de qué sirve que hayas pasado lo que pasaste?— me acerco a él con una determinación distinta a la que mostré en la cueva donde hablamos la última vez, lo miro con curiosidad al preguntar. —Más allá de los bandos, ¿por qué peleas, Franco? ¿Por el pasado? ¿O por el futuro?— pregunto. —Para mí eso es lo que determina por qué hacemos lo que hacemos.
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Benedict D. Franco
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Mis ojos van primero de reojo a ella, luego ladeo toda la cabeza. No tengo una respuesta a lo que me dice, al menos no una exacta, porque creo que todo lo que he pasado no tiene ningún sentido en especial, salvo el de darme cuenta de lo que me gusta y lo que no para un futuro que, a decir verdad, no estoy seguro de poder ver alguna vez. No por falta de fe en mis compañeros, sino porque cuando vine aquí no esperaba, en realidad, el sobrevivir. Después de tantos años, uno acaba por pedirle a quien sea que lo deje descansar, que estuve tantas veces cerca de la muerte que a veces creo que la que me anda esquivando es ella, no yo, en una danza bastante mediocre. Mantengo el silencio un momento, porque tengo que pensar cómo poner en palabras todo lo que podría decir y que se entienda mi punto, que ella me pinta como una persona con estandarte y la verdad es que estoy muy lejos de serlo. Tuve suerte de seguir respirando, pero eso es todo. Cumplí órdenes y ayudé a mi familia, aprendí a usar armas y solamente expresé opiniones. Jamás tuve el peso que tienen otros, nunca fui un Hermann Richter, Stephanie o Kendrick Black. Nunca le pedí a nadie que me siga, solo escapé de los que demandaban un estilo de vida que yo no creía correcto. No soy un héroe ni un samaritano. Tuve la mala suerte de ganar unos juegos hace veinte años que me tacharon de asesino de magos y nadie me lo ha perdonado desde entonces.

Creo que es por ambas cosas — respondo con mucha lentitud, lo que evidencia que estoy analizándolo a la par de lo que lo expreso — El pasado es lo que me ha llevado a donde estoy ahora, como un montón de fichas de dominó que fueron cayendo en una hilera de causa y consecuencia. Por ese pasado, yo sé lo que no quiero en el futuro. ¿Y no es lo que nos sucede a todos? — los magos reclamaron lo que les fue privado, como si de esa manera pudiesen vengarse o borrar lo que los llevó a estar parados donde se encuentran hoy — Mira, Lara. He visto lo peor de los Black y lo peor de los Niniadis y es por ellos que puedo decidir que no miraré en su dirección cuando pueda elegir a dónde quiero caminar. Pero, aún así, mi mejor amigo es el hijo de la mujer que me esclavizó y torturó. He ayudado a criar al nieto del presidente cuya política destruyó a mi familia. Creo que eso es suficiente para aprender que no podemos crucificar a las personas en base a su origen, pero sí en base a su destino. Yo solo quiero ser… Mejor de lo que ellos creyeron que era — porque me tacharon de muchas cosas, pero ninguna me ha identificado como tal. Me encojo de hombros, que está claro que no hay ánimos de discutir sobre puntos en los cuales jamás estaremos de acuerdo, no mientras ella siga pintándose en un cuadro del cual afirma que no es parte — Supongo que lo único que me queda ahora es hacer bien mi trabajo y ver todo desde afuera — me pellizco la insignia del escuadrón, que mientras no me manden a pelear con mi propia gente, no tendré problemas.
Benedict D. Franco
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Invitado
No contesto a su pregunta, porque no es una pregunta a la que crea que estemos obligados a responder cada vez que alguien la hace, puesta en su boca se escucha como una reflexión y podemos dejarlo así, mis pensamientos a resguardo dentro de mi mente como aprendí a tenerlos. Sé bastante sobre los tiempos, tuve mis desvelos a causa del pasado, mucho especulé sobre el futuro, relegué el presente como lo menos importante, quitándole todo su auténtico valor. Hay un punto en que todos los tiempos llegan a coincidir, ayuda a que todo se coloque en perspectiva. También una misma. Pude entender qué sitio ocupaba cada cosa, para entender también cuál era el mío y tomar esto como algo que no pasa de ser un encuentro casual, en lo disperso de los destinos individuales, son coincidencias que al menos para él y para mí no supondrá una diferencia en nada. Para nosotros dos no.

Agarro su mentón con mi mano para obligarlo a mantener la mirada gacha y que el sombrero gigante que cubre la cabeza de Mathilda ocupe todo su campo de visión, entonces ella levanta la cara al sentir su cercanía y lo puede observar con sus ojos grandes. Lo retengo con la fuerza que puedo encontrar en mi cuerpo, que es mínima si la tengo que comparar con la suya, con nada podría hacerse a un lado y soltarse. —Mantén tus ojos abiertos al mirarla, Franco— susurro, —si es cierto que todo lo que pasaste te permitió abrir los ojos para ver a las personas, no vuelvas a colocarte la venda, no regreses con los ciegos— digo tan bajo que lo obligo a tener que inclinarse para escucharme, —un mundo distinto solo pueden verlo ojos que se abren más allá de lo aparente— no lo entenderá, desconoce las cosas que yo veo o trato de ver todos los días, lo que supone el ejercicio de extrañarse de todo lo que se daba por sentado. Se pueden hablar de muchas cosas en las cenas, quizás muchos puedan compartir lo que sus trabajos le dejan, en mi caso encontré el silencio con demora en mi vida y guardé ahí lo que en vano querría explicar a otros.

Lo libero de mi sujeción para que continúe con lo que dice que está haciendo, trabajar, lo miro con una expresión vacía en la cara. Se siente muy lejano el día en que me lo crucé en el norte, en ese entonces mi realidad se había entrecruzado con la de tantas otras personas, y que pocos significativos pueden ser esos encuentros, tantos rostros, tantos nombres, tantas historias, todo el tiempo estuve caminando en paralelo y nunca llegue a cruzar la frontera invisible que me hubiera hecho parte de sitios en los que alguna vez dije querer estar, a la par de personas que creí que eran afines a mí. Fue un espejismo, nunca fue real, en realidad nunca pertenecí a esos lugares, incluso cuando ponía mis pies en ellos, nunca estuve ahí. Estaba parada en uno de esos puntos que te permiten creer que estás en varios lugares a la vez, y en realidad, estás al margen, viendo como todas las líneas se cruzan. Ni siquiera estoy entre las personas sobre las que podría hacer el ejercicio de mirarlas por lo que son, solo un rostro para olvidar. Mi boca se dobla por su último comentario, pero no llega a ser una sonrisa. —Haz tu trabajo y mantén tus ojos abiertos— me despido de él al colocar mis manos debajo de Tilly para llevármela con sus piernas alrededor de mi cintura y solo sacude su manito en un adiós, cuando le doy la espalda al hombre para ir alejándome con pasos que me hunden en la arena. —No me sigas, no me hables, no mires hacia mí— recito, me doy la vuelta donde todavía puede escucharme sin necesidad de que grite. —No verás nada— le aclaro, nos pondría en la incomodidad de seguir sosteniendo etiquetas haciendo que sean encuentros que nada nos significan, no todos los aleteos de mariposa se convierten en huracanes, algunos solo se pierden, y ciertas personas aunque se vean, siguen perteneciendo a caminos paralelos que nunca coinciden.
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