OTOÑO de 247521 de Septiembre — 20 de Diciembre
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Tras años de represión y batallas libradas, hoy son los magos los que caminan en las calles más pulcras del Capitolio. Bajo un régimen que condena a los muggles y a los traidores a la persecución, una nueva era se agita a la vuelta de la esquina. La igualdad es un mito, los gritos de justicia se ven asfixiados.
Existen aquellos que quieren dar vuelta el tablero, otros que buscan sembrar la paz entre razas y magos dispuestos a lo que sea para conservar el poder que por mucho tiempo se les ha negado. La guerra ha llegado a cada uno de los distritos.
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Sigue de Complicated
Mayo, flashback.
Mayo, flashback.
Rompo la cubierta de chocolate con la cuchara cuando trato de cargar con un poco de este y también del granizado que está debajo. —Ya que vinimos teníamos que aprovechar, ¿no? Solo no le contemos a Mor— digo al llevarme la cucharada de helado a la boca, creo que el perro podría sentirse traicionado si se entera que se está perdiendo de estar corriendo de un lado al otro de la orilla, ensuciándose de arena y metiéndose en el agua hasta quedar convertido en un enchastre que lo obliga a primero darse un baño que lo deje decente, si pretende que Alecto le permita volver a echarse en el sillón. De todas maneras, no creo que traerlo sea algo que ella puede ver sin acordarse de lo que le pasó al perro que tuvo de niño, por eso mismo al salir de la casa de Phoebe tomé el camino hacia el paseo de tiendas que se aleja de la orilla, pero con una extensa terraza desde la que se puede seguir viendo el paisaje y algunos restaurantes lo aprovechan, también el hombre que vende los helados. —¿Te da miedo verlo desde aquí?— pregunto al apuntar con mi cuchara hacia el mar, hay quienes considera que no hace falta a esperar a las vacaciones de junio y en mayo ya están montando un campamento con sombrillas, padres gritando a sus hijos que no se alejen demasiado y obvio que lo hacen, así que más gritos. No los escuchamos desde aquí, pero puedo imaginar la escena por tener una hermana que podría descubrir Atlantis si se lo propone.
Sigo raspando mi helado dando de esos espacios en los que no pregunto para que sea ella quien hable cuando así lo quiera, como desconozco hace cuánto sabe lo de su padre y quizá esta técnica no sea tan buena como creo, no le doy más vueltas. —¿Qué pasó en la casa de Phoebe?— pregunto, si me pongo a pensar por mi lado, esto puede ser un drama mayor en mi cabeza de lo que podría ser en verdad, si de alguna manera consigo incluir al padre de Alecto en toda esta cuestión como la gran incógnita que es. Sus padres la tuvieron en el norte, eso lo sabemos, sé que Phoebe también estuvo por ahí… por lo determinada que se mostró en su momento al decir que no quería saber nada de su padre, ni continuar removiendo lo de su madre, dudo que le interese ir al norte para seguir huellas ajenas y lo que me extraña, es como todo eso la termina encontrando donde está. No tiene ninguna lógica. Yo le había dicho que no era sano esconderse dentro de muros, pero puedo considerarme entre los primeros problemas que la hallaron de todos modos. Su madre es otra cuestión, no solo es un problema, es su superior. Y yo que me quejo a veces de mi jefe… —La única cosa coherente que se me ocurre es que moviendo cosas, viste un boggart, relacionaste algo con tu padre y te asustaste. El resto de las cosas que se me ocurren son incoherentes— le aclaro, por eso ni las menciono. —Pero siempre di por hecho que no eres de las que se van cuando se asustan, así que tampoco suena muy coherente…
Desde que salimos de la casa de Phoebe noto que puedo respirar con normalidad, sin sentir que cada movimiento que hago es un paso en falso que me delata, delata que sé algo que ni ella ni su sobrina tienen idea. Es un olor conocido, el aire sabe a mar y de tantas veces que me quejé en mi adolescencia de la humedad en el ambiente, ahora no se puede sentir más cómodo tras salir de esas paredes. Ni siquiera sé a dónde vamos, ni me importa, con tal de no regresar, sigo los pasos de Dave y me sorprende que se mueva tan bien por las calles del distrito cuatro, mejor que yo que voy con la mirada en algún punto del suelo, mientras mi mente vaga en cualquier otra parte. Cualquiera diría que es originario de este distrito, lo asocio a las numerosas visitas que ha debido hacerle a Powell en los últimos meses desde que tuvo el bebé. No puedo decir lo mismo de mí, que no piso estos caminos hace ya más de medio año, en lo que parecía una decisión sin remordimientos, el estar aquí me golpea con que no es así.
Venir al cuatro es una burla de lo que fue mi vida y lo que es ahora. Puedo jurar que me he sentado en esta misma terraza muchas veces, en mi infancia, menos en mi adolescencia. El helado que se derrite en la tarrina de cartón apoyada sobre la mesa donde estamos sentados me recuerda a que alguna vez la propia Georgia me llevó a tomar granizado aquí, demasiado elegante como para sentarse entre los que calificaría como vulgares hijos de pescadores, terminábamos por dar un paseo entre lo que yo saciaba mi estómago antes que sentarnos a ver el mar como estamos haciendo Dave y yo en ese instante. — No — respondo, sin haber empezado el helado apenas y con la vista fija en la marea que va y viene sin pararse en ningún momento. También lo hubiera admirado de ser más pequeña, desde la arena lo más alejada posible y con terror, probablemente terminé siendo tan blanca porque llegó una época en la que no regresé a la playa para encerrarme en mi habitación. Pero no, de eso se encargó la genética heredada de mis padres, más bien de mi madre, en la cual no quiero ni siquiera pensar.
Qué paso en la casa de Phoebe, cómo explicarlo sin sonar una paranoica, sin montar un drama de todo esto como diría David que es lo que he hecho al rechazar la compañía de las Powell. Con la cuchara de plástico remuevo lo que se va derritiendo del helado, no con intención de tomarlo, sino más bien como estrategia para ganar tiempo. — No vi ningún boggart, ni estaba asustada de nada — es cierto, por mucho que lo haya interpretado en base a mis expresiones faciales, no era susto lo que estaba sintiendo. — Aunque sí que me hubiera gustado que me hubieras dicho a quién íbamos a visitar desde un principio, nos hubiéramos ahorrado un buen espectáculo y estoy segura de que ahora ambas piensan que soy un bicho raro o algo así — ¿me importa? No sabría decir, probablemente no, son completamente ajenas a mi vida por mucho que compartamos parte de genética. Nuestras vidas siguen caminos tan distintos que no creo que en ningún momento se vuelvan a juntar.
El aire vuelve a sentirse pesado ahora que nos hemos sentado, como lo hizo en su momento, de modo que tomo aire para soltarlo seguidamente en un suspiro. — Ahora es el momento en el que me reprochas por qué no te dije que Rebecca me había dicho quién es mi padre — le dedico una mirada, me sorprende que no lo haya hecho ya — No te lo dije porque la trascendencia que pueda tener en mi vida es completamente irrelevante, ¿de acuerdo? Es importante que tengas eso en cuenta para lo que estoy a punto de decirte— mis ojos se fijan un poco más sobre los suyos, no tanto como para que pueda notar que lo que digo es basura, vamos, que ni yo me lo creo — Sabes que mi madre se movió por el norte durante mucho tiempo, lo que yo supuse de que se quedó embarazada de algún vagabundo repudiado, pues bueno... no estaba muy equivocada. Lo que no esperaba era que me dijera que ese hombre es el mismo terrorista que supone una amenaza para el país entero, que coincide que es el padre de Phoebe y su hermano — lo suelto de a una, como arrancar una tirita, nunca se hace despacio porque es más doloroso, mejor sacársela del tirón. — ¿Ahora entiendes por qué actué como actué en su casa? Esto no puede salir de aquí, Dave, de entre nosotros, no resulta en beneficio de nadie, tienes que prometerme que no vas a decir nada, que te lo guardarás — que el silencio me libre de tener que soportar lo que aguantan los Powell solo por ser hijos de quienes son, no necesito la misma cruz para mí misma, suficiente tengo con mi madre.
Venir al cuatro es una burla de lo que fue mi vida y lo que es ahora. Puedo jurar que me he sentado en esta misma terraza muchas veces, en mi infancia, menos en mi adolescencia. El helado que se derrite en la tarrina de cartón apoyada sobre la mesa donde estamos sentados me recuerda a que alguna vez la propia Georgia me llevó a tomar granizado aquí, demasiado elegante como para sentarse entre los que calificaría como vulgares hijos de pescadores, terminábamos por dar un paseo entre lo que yo saciaba mi estómago antes que sentarnos a ver el mar como estamos haciendo Dave y yo en ese instante. — No — respondo, sin haber empezado el helado apenas y con la vista fija en la marea que va y viene sin pararse en ningún momento. También lo hubiera admirado de ser más pequeña, desde la arena lo más alejada posible y con terror, probablemente terminé siendo tan blanca porque llegó una época en la que no regresé a la playa para encerrarme en mi habitación. Pero no, de eso se encargó la genética heredada de mis padres, más bien de mi madre, en la cual no quiero ni siquiera pensar.
Qué paso en la casa de Phoebe, cómo explicarlo sin sonar una paranoica, sin montar un drama de todo esto como diría David que es lo que he hecho al rechazar la compañía de las Powell. Con la cuchara de plástico remuevo lo que se va derritiendo del helado, no con intención de tomarlo, sino más bien como estrategia para ganar tiempo. — No vi ningún boggart, ni estaba asustada de nada — es cierto, por mucho que lo haya interpretado en base a mis expresiones faciales, no era susto lo que estaba sintiendo. — Aunque sí que me hubiera gustado que me hubieras dicho a quién íbamos a visitar desde un principio, nos hubiéramos ahorrado un buen espectáculo y estoy segura de que ahora ambas piensan que soy un bicho raro o algo así — ¿me importa? No sabría decir, probablemente no, son completamente ajenas a mi vida por mucho que compartamos parte de genética. Nuestras vidas siguen caminos tan distintos que no creo que en ningún momento se vuelvan a juntar.
El aire vuelve a sentirse pesado ahora que nos hemos sentado, como lo hizo en su momento, de modo que tomo aire para soltarlo seguidamente en un suspiro. — Ahora es el momento en el que me reprochas por qué no te dije que Rebecca me había dicho quién es mi padre — le dedico una mirada, me sorprende que no lo haya hecho ya — No te lo dije porque la trascendencia que pueda tener en mi vida es completamente irrelevante, ¿de acuerdo? Es importante que tengas eso en cuenta para lo que estoy a punto de decirte— mis ojos se fijan un poco más sobre los suyos, no tanto como para que pueda notar que lo que digo es basura, vamos, que ni yo me lo creo — Sabes que mi madre se movió por el norte durante mucho tiempo, lo que yo supuse de que se quedó embarazada de algún vagabundo repudiado, pues bueno... no estaba muy equivocada. Lo que no esperaba era que me dijera que ese hombre es el mismo terrorista que supone una amenaza para el país entero, que coincide que es el padre de Phoebe y su hermano — lo suelto de a una, como arrancar una tirita, nunca se hace despacio porque es más doloroso, mejor sacársela del tirón. — ¿Ahora entiendes por qué actué como actué en su casa? Esto no puede salir de aquí, Dave, de entre nosotros, no resulta en beneficio de nadie, tienes que prometerme que no vas a decir nada, que te lo guardarás — que el silencio me libre de tener que soportar lo que aguantan los Powell solo por ser hijos de quienes son, no necesito la misma cruz para mí misma, suficiente tengo con mi madre.
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Su helado derritiéndose no es una buena señal, quizá prefería volver al departamento y eso era lo que yo no quería. Hay una cierta paz conquistada en el espacio que compartimos, que tendemos a dejar ciertas cosas en la puerta para que no entren a perturbarla. Podemos hablar en un lugar que esté limpio de nuestras reglas, donde podamos dejar lo dicho si luego no queremos volver sobre ello o donde pueda mirarla a los ojos sin que todo lo cotidiano me haga creer que todo sigue igual que siempre. No cuando lo que se guarda bajo la superficie tiene maneras repentinas de resurgir, en casas de amigos ante los cuales debemos explicarnos y por lo bien que conozco a Phoebe, las explicaciones que me pediré serán mínimos, así que Alecto es y sigue siendo quien se lleva toda mi preocupación en esto que llama un espectáculo. —Phoebe es la última persona que pensaría algo así, ha pasado por tantas cosas en su vida, que no tiene por hábito juzgar el comportamiento de nadie— suena a que la estoy defendiendo, si bien no hace falta. —Meerah tampoco lo haría…— digo en un tono más bajo, conozco el carácter de su tía así que puedo dar palabra de ello, pero no creo haber entendido aun todos los matices en el carácter de Meerah. —Y si algo así ocurre, de todas formas, nunca me pondré a pensar en lo que opinan el resto de las personas, sino qué ha hecho que te pongas así— continuo. Lo que ella llama un espectáculo tampoco ha sido tal cosa, se pueden montar situaciones mucho más incómodas, desopilantes o vergonzosas, pero entiendo que haya sido mucho para ella que tiende a medir sus acciones.
Escarbo en mi helado para cargar mi cuchara al decir: —No, no iba a reprochártelo, si no me lo dijiste por alguna razón será o porque no era importante para ti...—. No puedo sentirme ofendido con ella por «ocultarme» cosas, cuando hay algunas que yo sigo sin poder compartirle y mi intención de ser honesto pasa por no mentirle a la cara, eso es lo que no quiero, porque necesito poder mirar a alguien a los ojos sin tantas barreras de por medio y es lo que hago cuando me habla de su padre, ese hombre que dimos por hecho que no tenía la importancia para ser mencionado, porque no creímos que pudiera igualarse a su madre en el peso que le supone a Alecto, lo diga o no, de compartir su sangre. Se me cae la cuchara al oír que ese hombre es Hermann Richter. —Ah… maldita sea— mi voz se escucha varios tonos por debajo de lo normal, esto es una mierda.
Tengo que parpadear para no perder el rostro de Alecto como mi punto de referencia con la realidad, porque estoy tratando de imaginar en qué mundo es posible que la jefa de los licántropos haya tenido una hija con el hombre que está liderando a un par de terroristas que le hacen temblar el suelo a Magnar. Y que esa hija sea Alec, quien creció en sus muros seguros, convencida de lo que hace. —Esto es una mierda— tengo que ponerlo en voz alta. Recupero mi cuchara solo para dejarla a un costado, así como a lo poco que queda del helado. —No diré nada, lo prometo. Nunca le contaría a nadie, si algo como esto puede ponerte en aprietos— digo, ambos debemos tener muy presente lo que fue esa entrevista que publicaron sobre la infancia de Phoebe y su hermano. Si llega a correr el rumor de que ese hombre tuvo otra hija, vaya a saberse para qué podrían rastrearla la prensa y los del ministerio, la verían como otro instrumento más que usar porque así se manejan y ninguno de los dos lo quiere, de alguna manera seguimos siendo caras poco conocidas en esta gran guerra que se desenvuelve fuera, lo que nos da libertades mínimas como estar sentados aquí en este momento. —Alec— la llamo para que sepa que le hablaré en serio, que espero una respuesta seria, —dime la verdad, ¿no me lo contaste porque es irrelevante o porque es tan relevante que te daba miedo sacarlo fuera?— pregunto.
Escarbo en mi helado para cargar mi cuchara al decir: —No, no iba a reprochártelo, si no me lo dijiste por alguna razón será o porque no era importante para ti...—. No puedo sentirme ofendido con ella por «ocultarme» cosas, cuando hay algunas que yo sigo sin poder compartirle y mi intención de ser honesto pasa por no mentirle a la cara, eso es lo que no quiero, porque necesito poder mirar a alguien a los ojos sin tantas barreras de por medio y es lo que hago cuando me habla de su padre, ese hombre que dimos por hecho que no tenía la importancia para ser mencionado, porque no creímos que pudiera igualarse a su madre en el peso que le supone a Alecto, lo diga o no, de compartir su sangre. Se me cae la cuchara al oír que ese hombre es Hermann Richter. —Ah… maldita sea— mi voz se escucha varios tonos por debajo de lo normal, esto es una mierda.
Tengo que parpadear para no perder el rostro de Alecto como mi punto de referencia con la realidad, porque estoy tratando de imaginar en qué mundo es posible que la jefa de los licántropos haya tenido una hija con el hombre que está liderando a un par de terroristas que le hacen temblar el suelo a Magnar. Y que esa hija sea Alec, quien creció en sus muros seguros, convencida de lo que hace. —Esto es una mierda— tengo que ponerlo en voz alta. Recupero mi cuchara solo para dejarla a un costado, así como a lo poco que queda del helado. —No diré nada, lo prometo. Nunca le contaría a nadie, si algo como esto puede ponerte en aprietos— digo, ambos debemos tener muy presente lo que fue esa entrevista que publicaron sobre la infancia de Phoebe y su hermano. Si llega a correr el rumor de que ese hombre tuvo otra hija, vaya a saberse para qué podrían rastrearla la prensa y los del ministerio, la verían como otro instrumento más que usar porque así se manejan y ninguno de los dos lo quiere, de alguna manera seguimos siendo caras poco conocidas en esta gran guerra que se desenvuelve fuera, lo que nos da libertades mínimas como estar sentados aquí en este momento. —Alec— la llamo para que sepa que le hablaré en serio, que espero una respuesta seria, —dime la verdad, ¿no me lo contaste porque es irrelevante o porque es tan relevante que te daba miedo sacarlo fuera?— pregunto.
—Puedo hacerme a la idea, solo hay que ver como salió mi madre— murmuro, aunque no me ha dado precisamente la impresión de que Rebecca y Phoebe sean parecidas, todo el que termina en el norte tiene sus propias historias qué contar. No me hace falta hacer mucha memoria para recordar la entrevista de los Powell y deducir de ahí que no le siguió un camino placentero, pero estoy lejos de ponerme a comparar experiencias. —Aun así, me sabe mal que nos hayamos tenido que ir así, no pretendía sonar descortés— si se lo reconozco es para que se lo remarque la próxima vez las vea, no dudo que se demore de todas formas en hacer esa visita después de esto como aclaración de que no era mi intención tratarlas de ese modo. Puedo ser muchas cosas, pero no tiendo a ser una basura con las personas que acabo de conocer, me toma un par de encuentros más para llegar a esas condiciones en las que sí medito si es alguien de mi agrado o no.
Suelto un bufido por lo bajo a la par que alzo las cejas, como si todo lo que pienso pudiera resumirse en ese gesto y no hace falta, ya lo hace el propio Dave con su respuesta. — Exacto, maldita sea — ¿hay otra forma en que se pueda expresar mejor? Lo dudo, no esperaba una reacción diferente a la que tiene y si acaso le tengo que agradecer que no me devuelva una expresión de sorpresa en el rostro, sino que lo resumamos a esto, a unas cuántas palabrotas y un silencio al que nos acompaña el sonido del mar al moverse la marea y el de los niños a no muchos metros de aquí jugando en la arena, también de los que se ponen en cola para hacer sus pedidos de helado. Yo bajo la vista hacia el mío, se me ha hecho trizas el estómago como para desear llevármelo a la boca, a estas alturas en las que ya el propio calor lo ha derretido lo considero una pérdida de dinero, ni sé por qué dije que sí, creo que no lo hice.
Ponerlo como que es una mierda es una forma de decirlo. No puedo hacer otra cosa que pasear la mirada del contenedor del helado al paisaje que tenemos frente a nosotros, con mis antebrazos puestos sobre la mesa puedo apoyarme sobre una de mis manos al sostenerme la barbilla, y el ligero viento me hace un favor removiéndome parte del cabello de mi rostro. —No quiero que nadie lo sepa, tampoco quiero que se sepa que Rebecca es mi madre, creo que puedes entender las razones.— trabaja en el ministerio, mucho más de cerca que yo, se la pasa viendo archivos de civiles, como para saber que cualquier cosa hoy en día sirve para inculpar a alguien. No digo que eso vaya a ocurrir, pero tenemos el mismo ejemplo cercano de los Powell para saber lo que hace el gobierno con esta clase de informaciones. —¿No te parece irónico? Toda mi vida he crecido teniendo clara una cosa, que quiero que la gente me cuente la verdad y nada más que eso, me agrada la honestidad en las personas, y ahora que la tengo, todo lo que deseo es que forme parte de una mentira— murmuro, como pensamiento o como reflexión, se puede tomar como las dos cosas si tenemos en cuenta el tiempo que llevo queriendo que todo esto se disipe, desaparezca.
Murmuro algo parecido a un insulto por lo bajo que no llega a percibir, pasando mis manos por mi rostro hasta apartarme el pelo de la cara, me quedo a medio camino cuando murmura mi nombre y tengo que elevar la cabeza en su dirección para captar sus palabras. Mentiría si dijera que no me quedo un momento pensando qué responder, hoy en día no tengo nada claro como para reaccionar con una respuesta directa como solía hacer. —Es una jodida mierda, Dave, no hay otra forma de ponerlo, claro que es relevante, porque siento que todos están jugando conmigo, mi madre, mi abuela... jugando todo el tiempo, y yo recién me estoy enterando de las normas— no engaño a nadie diciendo que nada tiene importancia, que lo que importa es quién sea yo y nada más, pero hasta un estúpido sabe admitir que eso no es cierto, que hay un factor que todos tenemos y que no es algo de lo que podamos librarnos tan fácilmente. —He descubierto que soy más parecida a mi madre de lo que creo, toda mi actitud... asumía que era porque tenía carácter, ahora la veo y solo puedo pensar que solo es una cosa de las otras tantas que he podido heredar de ella.— no hace falta darle mucho contexto a mis palabras para distinguir la rabia que esto me da, para lo siguiente solo puedo que suspirar con mucha pesadez —¿Pero Richter? Obvio que me asusta descubrir lo que tenga de él— es algo que no puede negarme, la genética es fuerte, lo queramos o no. También nos define.
Suelto un bufido por lo bajo a la par que alzo las cejas, como si todo lo que pienso pudiera resumirse en ese gesto y no hace falta, ya lo hace el propio Dave con su respuesta. — Exacto, maldita sea — ¿hay otra forma en que se pueda expresar mejor? Lo dudo, no esperaba una reacción diferente a la que tiene y si acaso le tengo que agradecer que no me devuelva una expresión de sorpresa en el rostro, sino que lo resumamos a esto, a unas cuántas palabrotas y un silencio al que nos acompaña el sonido del mar al moverse la marea y el de los niños a no muchos metros de aquí jugando en la arena, también de los que se ponen en cola para hacer sus pedidos de helado. Yo bajo la vista hacia el mío, se me ha hecho trizas el estómago como para desear llevármelo a la boca, a estas alturas en las que ya el propio calor lo ha derretido lo considero una pérdida de dinero, ni sé por qué dije que sí, creo que no lo hice.
Ponerlo como que es una mierda es una forma de decirlo. No puedo hacer otra cosa que pasear la mirada del contenedor del helado al paisaje que tenemos frente a nosotros, con mis antebrazos puestos sobre la mesa puedo apoyarme sobre una de mis manos al sostenerme la barbilla, y el ligero viento me hace un favor removiéndome parte del cabello de mi rostro. —No quiero que nadie lo sepa, tampoco quiero que se sepa que Rebecca es mi madre, creo que puedes entender las razones.— trabaja en el ministerio, mucho más de cerca que yo, se la pasa viendo archivos de civiles, como para saber que cualquier cosa hoy en día sirve para inculpar a alguien. No digo que eso vaya a ocurrir, pero tenemos el mismo ejemplo cercano de los Powell para saber lo que hace el gobierno con esta clase de informaciones. —¿No te parece irónico? Toda mi vida he crecido teniendo clara una cosa, que quiero que la gente me cuente la verdad y nada más que eso, me agrada la honestidad en las personas, y ahora que la tengo, todo lo que deseo es que forme parte de una mentira— murmuro, como pensamiento o como reflexión, se puede tomar como las dos cosas si tenemos en cuenta el tiempo que llevo queriendo que todo esto se disipe, desaparezca.
Murmuro algo parecido a un insulto por lo bajo que no llega a percibir, pasando mis manos por mi rostro hasta apartarme el pelo de la cara, me quedo a medio camino cuando murmura mi nombre y tengo que elevar la cabeza en su dirección para captar sus palabras. Mentiría si dijera que no me quedo un momento pensando qué responder, hoy en día no tengo nada claro como para reaccionar con una respuesta directa como solía hacer. —Es una jodida mierda, Dave, no hay otra forma de ponerlo, claro que es relevante, porque siento que todos están jugando conmigo, mi madre, mi abuela... jugando todo el tiempo, y yo recién me estoy enterando de las normas— no engaño a nadie diciendo que nada tiene importancia, que lo que importa es quién sea yo y nada más, pero hasta un estúpido sabe admitir que eso no es cierto, que hay un factor que todos tenemos y que no es algo de lo que podamos librarnos tan fácilmente. —He descubierto que soy más parecida a mi madre de lo que creo, toda mi actitud... asumía que era porque tenía carácter, ahora la veo y solo puedo pensar que solo es una cosa de las otras tantas que he podido heredar de ella.— no hace falta darle mucho contexto a mis palabras para distinguir la rabia que esto me da, para lo siguiente solo puedo que suspirar con mucha pesadez —¿Pero Richter? Obvio que me asusta descubrir lo que tenga de él— es algo que no puede negarme, la genética es fuerte, lo queramos o no. También nos define.
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No se me ocurren dos mujeres en puntos más opuestos para comparar que Phoebe que está cuidando sola a su hijo y la mujer que Magnar Aminoff trajo del norte para su guerra con los rebeldes, en lo que coincido es que todo aquello que les haya pasado en esos distritos solo ellas sabrán, ninguna estuvo ahí de paso, ni unos pocos años, sino que hicieron y se vieron obligadas a tener una vida allí. —Pero al final es lo que cada uno elige hacer con todo lo que tuvo que pasar…— susurro, decirlo un poco más alto sería arrogante, dudo que a la misma Phoebe le guste escuchar un comentario así aunque sea en halago a ella y crítica a la otra mujer. Siempre que lo diga alguien que ha tenido ciertas comodidades en la vida suena hipócrita, y con todos los claros y oscuros que pueda tener mi familia, más de una vez me echaron en cara que soy de los que crecieron en una casa con patio y cercas blancas. Pruebo con una sonrisa cuando el haber sido descortés parece preocuparle en serio. —Puedes comprarle un regalo a Denny y le diré a Phoebe que en serio no querías irte así…—. No, no tiendo a creer que todo se arregla desde lo material, pero es un buen gesto para tener con quien es sin dudas lo más importante para ella y si acaso está enfadada, lo que dudo, se conmoverá.
Incluso esa sugerencia cae como un guijarro arrojado a un mar inmenso que no vi venir, porque en las muchas relaciones que se empiezan a formar en mi cabeza, decirle que le compre un regalo a Denny, es decirle que le compre un obsequio a un niño que en cierto sentido es su sobrino. Es la relación aislada que puedo hacer, porque algo que me cuesta mucho y me va a llevar mucho esfuerzo lograr ver en mi mente, es a Alec como hermana de Phoebe y el ministro Powell. Hay una grieta ahí en medio de algo que se rompió antes de que pudiera ser una misma cosa. Porque no veo, ni creo que ella pueda verse a sí misma, como hija de alguien como Hermann Ritcher. Estamos hablando de… Alec. Ese hombre va en sentido izquierdo, ella en el sentido derecho, en todo lo que implica decir que una persona opta por esas direcciones. Remuevo lo poco que queda de mi helado con culpa por ser de los que contribuyeron con un par de mentiras a su vida cuando no era lo que admitía en un principio. Pese a su deseo de que todo sea una mentira, quienes ponen tan por delante la verdad, siempre la terminan encontrando, quieran o no, les guste o no. Para vivir en mentiras y que estas se sostengan, uno tiene que ser parte de eso, dejarse engañar.
Me quedo en silencio al no saber qué decir y acabo mi helado con un vistazo al suyo que se echó a perder, recojo ambos para tirarlos al contenedor que está convenientemente cerca de la mesa, así la terraza puede permanecer limpia ante la cantidad de gente que debe pasar por aquí todos los días. La miro por encima de la mesa que me concede una distancia peligrosa, puedo verla todo lo que afectada que debe sentirse por las mentiras y las verdades que tiran de ella de un lado y del otro, y también sentirme muy alejado, con un peso en el estómago por la impotencia de no saber qué hacer o decir. No sé a dónde se han ido todas las frases hechas, las palabras de aliento, tengo la mente en blanco al querer decir algo que sea lo correcto, lo indicado en este momento, porque se trata de Alecto y me encuentro sin saber qué decirle cuando el panorama coloca a un terrorista como la pieza que faltaba en el puzzle de su vida. Todos los consejos de mierda sobre que siempre hay algo bueno al final, cuando ves el cuadro completo, no se estaría aplicando a la vida de Alec. —No, escúchame, hay cosas que puedes decirme que crees ver en tu madre… pero ustedes son personas distintas. Tú, ella, ese hombre. Son personas que han atravesado por cosas distintas, eligieron una cosa sobre otra, tomaron decisiones distintas…— trato de convencerla, —quienes son nuestros padres solo dice una pequeña parte de nosotros, el resto es la vida que vivimos y las elecciones que tomamos—. Tenemos la misma edad, no puede creer que todo lo que tiene que ver con ella está dicho por quiénes son sus padres, yo al menos no tengo idea de quien seré mañana, pero sé hacia donde me gustaría ir y creo que eso va marcando un camino. Rodeo la mesa para ocupar un espacio a su lado y la rodeo con mis brazos antes de que pueda quejarse. —El mundo es una mierda, la vida es una mierda, tocará dar un par de puñetazos para que mejore, pero estaremos bien y por encima de todas las cosas, te pararás siendo tú. No la hija de alguien, solo tú.
Incluso esa sugerencia cae como un guijarro arrojado a un mar inmenso que no vi venir, porque en las muchas relaciones que se empiezan a formar en mi cabeza, decirle que le compre un regalo a Denny, es decirle que le compre un obsequio a un niño que en cierto sentido es su sobrino. Es la relación aislada que puedo hacer, porque algo que me cuesta mucho y me va a llevar mucho esfuerzo lograr ver en mi mente, es a Alec como hermana de Phoebe y el ministro Powell. Hay una grieta ahí en medio de algo que se rompió antes de que pudiera ser una misma cosa. Porque no veo, ni creo que ella pueda verse a sí misma, como hija de alguien como Hermann Ritcher. Estamos hablando de… Alec. Ese hombre va en sentido izquierdo, ella en el sentido derecho, en todo lo que implica decir que una persona opta por esas direcciones. Remuevo lo poco que queda de mi helado con culpa por ser de los que contribuyeron con un par de mentiras a su vida cuando no era lo que admitía en un principio. Pese a su deseo de que todo sea una mentira, quienes ponen tan por delante la verdad, siempre la terminan encontrando, quieran o no, les guste o no. Para vivir en mentiras y que estas se sostengan, uno tiene que ser parte de eso, dejarse engañar.
Me quedo en silencio al no saber qué decir y acabo mi helado con un vistazo al suyo que se echó a perder, recojo ambos para tirarlos al contenedor que está convenientemente cerca de la mesa, así la terraza puede permanecer limpia ante la cantidad de gente que debe pasar por aquí todos los días. La miro por encima de la mesa que me concede una distancia peligrosa, puedo verla todo lo que afectada que debe sentirse por las mentiras y las verdades que tiran de ella de un lado y del otro, y también sentirme muy alejado, con un peso en el estómago por la impotencia de no saber qué hacer o decir. No sé a dónde se han ido todas las frases hechas, las palabras de aliento, tengo la mente en blanco al querer decir algo que sea lo correcto, lo indicado en este momento, porque se trata de Alecto y me encuentro sin saber qué decirle cuando el panorama coloca a un terrorista como la pieza que faltaba en el puzzle de su vida. Todos los consejos de mierda sobre que siempre hay algo bueno al final, cuando ves el cuadro completo, no se estaría aplicando a la vida de Alec. —No, escúchame, hay cosas que puedes decirme que crees ver en tu madre… pero ustedes son personas distintas. Tú, ella, ese hombre. Son personas que han atravesado por cosas distintas, eligieron una cosa sobre otra, tomaron decisiones distintas…— trato de convencerla, —quienes son nuestros padres solo dice una pequeña parte de nosotros, el resto es la vida que vivimos y las elecciones que tomamos—. Tenemos la misma edad, no puede creer que todo lo que tiene que ver con ella está dicho por quiénes son sus padres, yo al menos no tengo idea de quien seré mañana, pero sé hacia donde me gustaría ir y creo que eso va marcando un camino. Rodeo la mesa para ocupar un espacio a su lado y la rodeo con mis brazos antes de que pueda quejarse. —El mundo es una mierda, la vida es una mierda, tocará dar un par de puñetazos para que mejore, pero estaremos bien y por encima de todas las cosas, te pararás siendo tú. No la hija de alguien, solo tú.
Ni siquiera deseo preguntar qué es lo que ocurrió con esta mujer, aparentemente casada, ni de lo que fue su vida en el norte, porque tampoco es algo que haya querido hacer con mi madre, así que al final solamente asiento con la cabeza, coincidiendo con lo que dice a pesar de no plantearme mucho más allá de lo que uno mismo se puede imaginar. Sí tomo su propuesta con un poco más de interés, echándole un vistazo de lado. — ¿Qué se le compra a un bebé? — espero que no suene tan estúpido como yo lo escucho salir de mis labios. Para una persona que se sabe inteligente, como yo, lo cierto es que no puedo ser más ajena a las cosas que pasan de forma natural en la vida. Es un reflejo mismo de lo poco familiar que siento mi relación con cada uno de los que son mis padres, biológicos o no, cada uno de ellos tuvo su manera de ejercer una presión lejana, y aun así resistente, sobre mi propia vida. Es la resolución que saco al no haber sabido cómo dejar ciertos vínculos, y saberlos también tan rotos que resulta increíble que todavía pueda decir que existen.
No hubiera puntualizado esto hace unos meses, muchos, en realidad, que lo que me gusta de Dave es que siempre tiene algo bueno para decir, porque yo soy lo opuesto en cuestiones que me dejan decir todo lo que puede estar mal en algo. No soy de las personas que se rigen por ese “si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada”, lo considero una tontería absurda de aquella gente que prefiere no verle la negativa a las cosas. Todo tiene su parte mala, solo los optimistas extremistas podrían discutírmelo, suerte que David no es uno de estos, él simplemente se dedica a reservarse los detalles que podrían resultar dolorosos, centrarse en lo bueno, y hay una diferencia muy grande. — Como sea… — suelto resignada, tomando sus palabras como un consejo más que una lectura, que sé de sobra que como abogado tiene una tendencia a hacer de todo un discurso. — Ven, vamos a dar una vuelta… — me separo de su abrazo para tomar su mano y alejarnos de la terraza de la heladería para no hacer de todo esto un momento que exceda en sentimientos, eso sí me define, puedo contar con los dedos de una mano las personas que me importan en el día presente e irónicamente, entierro esos dedos en los suyos mientras tiro de su cuerpo.
— Siempre vi el cuatro como un distrito demasiado familiar, me hubiera gustado apreciarlo siendo más niña, pero mis padres no solían bajar al puerto, ni ir a la playa, o cosas como esas, estaban más ocupados en sus reuniones de empresa y organizando cócteles. — porque creo que nunca le hablé de mi familia mucho más allá de lo obvio, aprovecho la visita al distrito que supuse de nacimiento para contárselo. — No espero que te sorprenda que por esos motivos solía ser una cría un poco solitaria, además de porque me creía más inteligente que el resto, eso también — intento bromear, dedicándole una sonrisa, quizá demasiado forzada para mi gusto. Por eso no me gustan las bromas, ni siquiera sé como se hacen. Camino hasta el final de la calle, al otro lado del paso sigue el paseo marítimo y se extiende hasta donde se comienzan a ver los barcos zarpar, pero tomo un giro inesperado al seguir un camino de piedras que pronto se mezcla con la hierba, nada más que una cuesta pequeña para dejar a la vista un parque para niños, no demasiado grande, pero se puede ver que eso no es un inconveniente para los padres que traen a sus hijos aquí. Intento tragarme la cara de espantada al ver a un niño meterle el dedo en el agujero de la nariz a otro. — No me gustaba el mar, pero tenía una niñera que solía traerme aquí, y pasábamos muchas horas, estar en mi casa se me hacía un poco agobiante, a pesar de lo grande que era, lo cual es irónico porque años después lo que me parecía agobiante era estar fuera — llevo la mirada hacia las casas del fondo, muy al fondo, allí donde se pavonean los ricos de tener las mejores casas del cuatro, entre esas está la de mis padres. Bajo la mirada para descubrir a uno de los padres separando a los niños que estaban en proceso de matarse mutuamente. — Supongo que es lo que ocurre cuando empiezas a entender como funciona el mundo — que es una mierda ya lo ha dicho él, yo solo lo reafirmo con ese comentario. Y por sobre todas las ironías que se pueden escribir, todas las casas tienen muros.
No hubiera puntualizado esto hace unos meses, muchos, en realidad, que lo que me gusta de Dave es que siempre tiene algo bueno para decir, porque yo soy lo opuesto en cuestiones que me dejan decir todo lo que puede estar mal en algo. No soy de las personas que se rigen por ese “si no tienes nada bueno que decir, mejor no digas nada”, lo considero una tontería absurda de aquella gente que prefiere no verle la negativa a las cosas. Todo tiene su parte mala, solo los optimistas extremistas podrían discutírmelo, suerte que David no es uno de estos, él simplemente se dedica a reservarse los detalles que podrían resultar dolorosos, centrarse en lo bueno, y hay una diferencia muy grande. — Como sea… — suelto resignada, tomando sus palabras como un consejo más que una lectura, que sé de sobra que como abogado tiene una tendencia a hacer de todo un discurso. — Ven, vamos a dar una vuelta… — me separo de su abrazo para tomar su mano y alejarnos de la terraza de la heladería para no hacer de todo esto un momento que exceda en sentimientos, eso sí me define, puedo contar con los dedos de una mano las personas que me importan en el día presente e irónicamente, entierro esos dedos en los suyos mientras tiro de su cuerpo.
— Siempre vi el cuatro como un distrito demasiado familiar, me hubiera gustado apreciarlo siendo más niña, pero mis padres no solían bajar al puerto, ni ir a la playa, o cosas como esas, estaban más ocupados en sus reuniones de empresa y organizando cócteles. — porque creo que nunca le hablé de mi familia mucho más allá de lo obvio, aprovecho la visita al distrito que supuse de nacimiento para contárselo. — No espero que te sorprenda que por esos motivos solía ser una cría un poco solitaria, además de porque me creía más inteligente que el resto, eso también — intento bromear, dedicándole una sonrisa, quizá demasiado forzada para mi gusto. Por eso no me gustan las bromas, ni siquiera sé como se hacen. Camino hasta el final de la calle, al otro lado del paso sigue el paseo marítimo y se extiende hasta donde se comienzan a ver los barcos zarpar, pero tomo un giro inesperado al seguir un camino de piedras que pronto se mezcla con la hierba, nada más que una cuesta pequeña para dejar a la vista un parque para niños, no demasiado grande, pero se puede ver que eso no es un inconveniente para los padres que traen a sus hijos aquí. Intento tragarme la cara de espantada al ver a un niño meterle el dedo en el agujero de la nariz a otro. — No me gustaba el mar, pero tenía una niñera que solía traerme aquí, y pasábamos muchas horas, estar en mi casa se me hacía un poco agobiante, a pesar de lo grande que era, lo cual es irónico porque años después lo que me parecía agobiante era estar fuera — llevo la mirada hacia las casas del fondo, muy al fondo, allí donde se pavonean los ricos de tener las mejores casas del cuatro, entre esas está la de mis padres. Bajo la mirada para descubrir a uno de los padres separando a los niños que estaban en proceso de matarse mutuamente. — Supongo que es lo que ocurre cuando empiezas a entender como funciona el mundo — que es una mierda ya lo ha dicho él, yo solo lo reafirmo con ese comentario. Y por sobre todas las ironías que se pueden escribir, todas las casas tienen muros.
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—Pues…— murmuro, es más fuerte que yo el deseo de bromear sobre su ignorancia en cuanto a regalos para bebes, —con una tablet o un robot de bolsillo basta para que cuente como regalo de disculpa para su madre, si es posible, que sea de esos robot de bolsillo que le limpian la baba…— lo digo lo más serio que puedo y como no quiero que me abandone en esta playa de la nada al darse cuenta de lo ridículo de mi comentario, me retracto de inmediato. —Con un sonajero o un peluche bastará—. Está implícito que puedo acompañarla a elegir si quiere, cuando lo más probable es que resolvamos esta cuestión mirando un catálogo en línea mientras cenamos, no hace falta pasar por el momento violento de ir a una tienda abarrotada de juguetes y niños, puede ser mucho para ella en un solo día.
Luego de todo lo que me cuenta, lo que creo que puede ser mucho para ella es nada. Me reservo todas las dudas de cómo pudo haber guardado por tanto tiempo la identidad de su padre biológico, y no porque crea que estuviera obligada de alguna forma a contarlo, sino a la necesidad de gritar que puede surgir de callar verdades como estas. Pararnos en la terraza del edificio para gritarle al universo que es una mierda a mí me suena como una buena idea. Sea o no su intención darle trascendencia al nombre de su padre, por dentro es un proceso que no puede detener, lo atravesará aun en silencio y pese al intento de hacerle saber con un abrazo que puedo estar para ella, no estoy seguro de que el gesto sea suficiente para llegar a ella y al lugar donde protege todo lo que no dice, que no hace falta que me lo diga tampoco si no quiere o son de esas cosas que hacen más daño al decirlas en voz alta. Puedo quedarme yo solo maldiciendo al mundo, que ella lo deja en un «como sea» y, por eso mismo, entre los «que mierda es el mundo» y los «como sea», me agarro a su mano.
Procuro ver la playa a la distancia con sus ojos, como si fuera un paisaje visto tantas veces por haber nacido en el distrito, en el que la arena no es tan brillante, ni el mar de un tono tan vivo, como si fuera una fotografía analógica que la hace ver como una imagen más desgastada, con su propio tinte que oscurece algunas zonas. Trato de verla a ella como la niña solitaria que describe, si busco en mi memoria lo que recuerdo de cuando fuimos a la escuela, puedo hacerme una idea bastante cercana. —Eras más inteligente que el resto— lo digo como una certeza con un marcado énfasis, es muy probable que no esté colaborando con la humanidad al incentivar a su yo niña del pasado, pero tenía que decirlo. Tengo la impresión equivocada de que nos estamos alejando de todo, cuando bajamos a un parque escondido en el que varios niños están pasando el rato, lo que se me hace extraño porque venimos de escapar de una casa con bebés y por unos segundos también había pensado que era una locura llevarla a una juguetería. Bordeamos el problema, para meternos de lleno en él y tengo que alzar la mano para detener un balón que venía hacia nuestras caras. No sé qué tan normal sea que pueda verla a ella sola en este parque, con siete u ocho años, y que el resto de los niños simplemente desaparezcan. —Sí, eso suele pasar cuando vas entendiendo el mundo, también te vas dando cuenta que no se trata de lo que haces… sino con quien o quienes lo haces. El mundo se hace más llevadero cuando no lo cargamos solos sobre nuestros hombros— algún día haré un catálogo de frases hechas. —Entonces… ¿soy tu primer amigo en este parque?— sonrío al mirarla. Suavizo la curva en mis labios al preguntar con cuidado: —¿Se siente agobiante ahora?
Luego de todo lo que me cuenta, lo que creo que puede ser mucho para ella es nada. Me reservo todas las dudas de cómo pudo haber guardado por tanto tiempo la identidad de su padre biológico, y no porque crea que estuviera obligada de alguna forma a contarlo, sino a la necesidad de gritar que puede surgir de callar verdades como estas. Pararnos en la terraza del edificio para gritarle al universo que es una mierda a mí me suena como una buena idea. Sea o no su intención darle trascendencia al nombre de su padre, por dentro es un proceso que no puede detener, lo atravesará aun en silencio y pese al intento de hacerle saber con un abrazo que puedo estar para ella, no estoy seguro de que el gesto sea suficiente para llegar a ella y al lugar donde protege todo lo que no dice, que no hace falta que me lo diga tampoco si no quiere o son de esas cosas que hacen más daño al decirlas en voz alta. Puedo quedarme yo solo maldiciendo al mundo, que ella lo deja en un «como sea» y, por eso mismo, entre los «que mierda es el mundo» y los «como sea», me agarro a su mano.
Procuro ver la playa a la distancia con sus ojos, como si fuera un paisaje visto tantas veces por haber nacido en el distrito, en el que la arena no es tan brillante, ni el mar de un tono tan vivo, como si fuera una fotografía analógica que la hace ver como una imagen más desgastada, con su propio tinte que oscurece algunas zonas. Trato de verla a ella como la niña solitaria que describe, si busco en mi memoria lo que recuerdo de cuando fuimos a la escuela, puedo hacerme una idea bastante cercana. —Eras más inteligente que el resto— lo digo como una certeza con un marcado énfasis, es muy probable que no esté colaborando con la humanidad al incentivar a su yo niña del pasado, pero tenía que decirlo. Tengo la impresión equivocada de que nos estamos alejando de todo, cuando bajamos a un parque escondido en el que varios niños están pasando el rato, lo que se me hace extraño porque venimos de escapar de una casa con bebés y por unos segundos también había pensado que era una locura llevarla a una juguetería. Bordeamos el problema, para meternos de lleno en él y tengo que alzar la mano para detener un balón que venía hacia nuestras caras. No sé qué tan normal sea que pueda verla a ella sola en este parque, con siete u ocho años, y que el resto de los niños simplemente desaparezcan. —Sí, eso suele pasar cuando vas entendiendo el mundo, también te vas dando cuenta que no se trata de lo que haces… sino con quien o quienes lo haces. El mundo se hace más llevadero cuando no lo cargamos solos sobre nuestros hombros— algún día haré un catálogo de frases hechas. —Entonces… ¿soy tu primer amigo en este parque?— sonrío al mirarla. Suavizo la curva en mis labios al preguntar con cuidado: —¿Se siente agobiante ahora?
Apenas se nota que no capto la ironía en sus palabras, el que frunza el ceño se debe a que no hubiera esperado que esas cosas se regalen a bebés, no cuando todavía son tan pequeños al menos. ¿Cómo va sostener una tablet, si apenas y parece que puede tomar un biberón? El ruedo de mis ojos cuando descubro que solo me está vacilando se hace bastante evidente, y si no resoplo es porque todavía estoy pensando en dónde encontrar algo de ese tipo, que no es como si frecuente tiendas para bebés. — Se lo llevarás tú, ¿de acuerdo? — que ya prometió que volvería y no estoy como para aparecerme en esa casa de nuevo en un tiempo cercano, o siquiera alguna vez del futuro. Aparentemente Powell y Dave son buenos amigos así que me aprovecho de esa amistad para que sea él quién vaya a pedir disculpas, por mi comportamiento, sí, ¿no que para eso también están los amigos? Siento que se lo tomará mejor viniendo de alguien que conoce, y no de una completa extraña.
Mi respuesta a esa afirmación que no esperaba recibir de su parte es una sonrisa sardónica, antes de regresar la mirada hacia el parque, ahí donde unas niñas se balancean en los columpios. También se lleva un codazo que corre por mi cuenta por ese comentario atrevido. — Sí, pero no serías el primero al que golpeo con un puñetazo — le aseguro, volviendo sobre esa sonrisa que dejé a medias. No miento al decirlo tampoco, que eso de ser solitaria también me lo gané a pulso, cuando alguien se me acercaba para tratar de jugar conmigo, lo que hacía era volcar su cubo de arena o meterle el dedo en la nariz, mismamente como ese niño al que acabo de ver siendo separado por su padre. Casi como ahora, en las dos versiones de mí misma me merezco estar sola y, aun así, estoy sosteniendo la mano de a quien estoy segura insulté alguna vez en el colegio por lo bajo.
— No, se siente irreal — respondo, sin una pizca de temblor en mi voz, sin que apenas me cambie la expresión en el rostro. — Lo cual tiene sentido, ¿no? No dejó de ser una farsa sobre lo que era de verdad — no pretendo que suene a que estoy sintiendo lástima por mí misma, sino decirlo al frente por lo que es, se siente adecuado hacerlo cuando la última vez que pisé este distrito fue para discutir con estos padres. — Pero hay una cosa que no entiendo, que no llego a comprender del todo… Si todo esto no era más que un engaño, y la primera que lo empezó fue la propia Georgia, ¿qué ganaba con contarlo, tantos años después? Hasta mis padres se vieron sorprendidos con que lo supiera, ¿qué esperaba mi abuela que ocurriera? Uno no dice la verdad si no espera recibir algo a cambio, o sacar algo de provecho, conozco a Georgia, no lo escupiría si no supiera que gana algo con ello — o al menos esa es la visión que tengo de ella, una no muy errada a juzgar por su vida misma. Sacudo la cabeza en negativa, aunque de manera muy lenta — No me hizo ningún favor ese día, hubiera preferido seguir viviendo en una mentira — después de todo, de esa manera nadie hubiera salido herido, y no es como si Rebecca tuviera intención de retomar su papel como madre. Me hubiera ahorrado muchas comeduras de cabeza si simplemente hubiera mantenido la boca cerrada.
Mi respuesta a esa afirmación que no esperaba recibir de su parte es una sonrisa sardónica, antes de regresar la mirada hacia el parque, ahí donde unas niñas se balancean en los columpios. También se lleva un codazo que corre por mi cuenta por ese comentario atrevido. — Sí, pero no serías el primero al que golpeo con un puñetazo — le aseguro, volviendo sobre esa sonrisa que dejé a medias. No miento al decirlo tampoco, que eso de ser solitaria también me lo gané a pulso, cuando alguien se me acercaba para tratar de jugar conmigo, lo que hacía era volcar su cubo de arena o meterle el dedo en la nariz, mismamente como ese niño al que acabo de ver siendo separado por su padre. Casi como ahora, en las dos versiones de mí misma me merezco estar sola y, aun así, estoy sosteniendo la mano de a quien estoy segura insulté alguna vez en el colegio por lo bajo.
— No, se siente irreal — respondo, sin una pizca de temblor en mi voz, sin que apenas me cambie la expresión en el rostro. — Lo cual tiene sentido, ¿no? No dejó de ser una farsa sobre lo que era de verdad — no pretendo que suene a que estoy sintiendo lástima por mí misma, sino decirlo al frente por lo que es, se siente adecuado hacerlo cuando la última vez que pisé este distrito fue para discutir con estos padres. — Pero hay una cosa que no entiendo, que no llego a comprender del todo… Si todo esto no era más que un engaño, y la primera que lo empezó fue la propia Georgia, ¿qué ganaba con contarlo, tantos años después? Hasta mis padres se vieron sorprendidos con que lo supiera, ¿qué esperaba mi abuela que ocurriera? Uno no dice la verdad si no espera recibir algo a cambio, o sacar algo de provecho, conozco a Georgia, no lo escupiría si no supiera que gana algo con ello — o al menos esa es la visión que tengo de ella, una no muy errada a juzgar por su vida misma. Sacudo la cabeza en negativa, aunque de manera muy lenta — No me hizo ningún favor ese día, hubiera preferido seguir viviendo en una mentira — después de todo, de esa manera nadie hubiera salido herido, y no es como si Rebecca tuviera intención de retomar su papel como madre. Me hubiera ahorrado muchas comeduras de cabeza si simplemente hubiera mantenido la boca cerrada.
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Tengo muchos recuerdos, demasiados, que tienen que ver con plazas de juego, con parques de diversiones, si fuera por mis padres hubieran montado su propia feria de juegos con una montaña rusa en el sótano… la tienen pero sin la montaña rusa. Disfruté de esas cosas en el tiempo que tenía que ser, pero a diferencia de ellos decidí crecer cuando sentí que era el momento de hacerlo y si se me dan los niños debe ser porque sigo tratando con tres en casa. Pero consigo poner mi distancia entre lo que soy y los niños que veo trepándose, comiéndose los mocos, empujando a otros en las hamacas, creo que aquella niña le está rompiendo el dedo a aquel niño -¿es qué nadie los está mirando?- por haberse adueñado del arco para escalar. Procuro no ser de las personas que vuelven sobre los niños que fueron y sienten que algo les faltó, personas que tratan de recuperarlo con una demora de años, pero la nostalgia está permitida, el repaso de esos recuerdos, poder hacerlo con la distancia que se debe quiere decir que avanzamos desde entonces.
—Fuiste real, cada cosa que viviste fue real, todo lo que tuvo que ver contigo, lo que hiciste y quien fuiste… no fue una farsa— digo lentamente, porque si todo fuera una mentira, sería nada, no me gusta que mire hacia atrás y no vea nada. —Hay muchas cosas de nuestras vidas, cuando vamos creciendo, que no dependen de nosotros. El mundo en el que habitamos lo van construyendo las personas que nos rodean con las cosas que dicen y que hacen, heredamos y se nos imponen verdades que creemos irrevocables. Siempre es así al principio, nunca es un mundo que nos pertenece— esta plaza, los niños, el mar a lo lejos, son paisajes que están ahí y pueden quedar estáticos en imágenes; cómo los vemos, los experimentamos, son interpretaciones que corren a cuenta de cómo nos enseñaron a mirar el mundo. —¿Conoces el mito de la caverna? ¿Qué somos criaturas mirando a una pared en la que se proyectan sombras hasta que un día logramos salir de la cueva y el sol nos ciega?— pregunto, sí, bien, quizás ese es un comentario innecesariamente complejo para lo que quiero decir.
—Y luego están las certezas que encontramos y construimos por nuestra parte. Si nuestro entorno son mentiras…—, muevo mi dedo para dibujar un arco en el aire que nos envuelve, —aunque estemos seguros de nuestra verdad, no lo será. Y algo que necesitaremos al crecer será formar y creer en nuestras propias verdades— digo, paso mi brazo sobre sus hombros para acercarla en un abrazo breve. —¿En serio lo hubieras preferido?— susurro contra los mechones oscuros de su cabello. —No sé por qué lo hizo tu abuela, suelo pensar que es porque las mentiras tienden a saberse tarde o temprano, una vez que son dichas, se sabe que algún día tendrán que ser reveladas. Los mentirosos lo sabemos, es cuestión de tiempo— digo al apartarme para que recupere su espacio. —Las mentiras se hacen con palabras y las palabras son efímeras, pero la verdad suele estar en las cosas que no se dicen y por eso es imperecedera, puede durar en el tiempo, cuando te das cuenta siempre estuvo ahí.
—Fuiste real, cada cosa que viviste fue real, todo lo que tuvo que ver contigo, lo que hiciste y quien fuiste… no fue una farsa— digo lentamente, porque si todo fuera una mentira, sería nada, no me gusta que mire hacia atrás y no vea nada. —Hay muchas cosas de nuestras vidas, cuando vamos creciendo, que no dependen de nosotros. El mundo en el que habitamos lo van construyendo las personas que nos rodean con las cosas que dicen y que hacen, heredamos y se nos imponen verdades que creemos irrevocables. Siempre es así al principio, nunca es un mundo que nos pertenece— esta plaza, los niños, el mar a lo lejos, son paisajes que están ahí y pueden quedar estáticos en imágenes; cómo los vemos, los experimentamos, son interpretaciones que corren a cuenta de cómo nos enseñaron a mirar el mundo. —¿Conoces el mito de la caverna? ¿Qué somos criaturas mirando a una pared en la que se proyectan sombras hasta que un día logramos salir de la cueva y el sol nos ciega?— pregunto, sí, bien, quizás ese es un comentario innecesariamente complejo para lo que quiero decir.
—Y luego están las certezas que encontramos y construimos por nuestra parte. Si nuestro entorno son mentiras…—, muevo mi dedo para dibujar un arco en el aire que nos envuelve, —aunque estemos seguros de nuestra verdad, no lo será. Y algo que necesitaremos al crecer será formar y creer en nuestras propias verdades— digo, paso mi brazo sobre sus hombros para acercarla en un abrazo breve. —¿En serio lo hubieras preferido?— susurro contra los mechones oscuros de su cabello. —No sé por qué lo hizo tu abuela, suelo pensar que es porque las mentiras tienden a saberse tarde o temprano, una vez que son dichas, se sabe que algún día tendrán que ser reveladas. Los mentirosos lo sabemos, es cuestión de tiempo— digo al apartarme para que recupere su espacio. —Las mentiras se hacen con palabras y las palabras son efímeras, pero la verdad suele estar en las cosas que no se dicen y por eso es imperecedera, puede durar en el tiempo, cuando te das cuenta siempre estuvo ahí.
— No es real cuando te dirigen hacia un barranco, deja de serlo en el momento en el que te golpean de seco con la realidad de los hechos — no espero que lo entienda, ahí donde yo puedo tener la familia más desestructurada del planeta, no he visto familia que funcione más como una que los Meyer. Sí, todas las familias tienes sus cosas, sus subidas y bajadas, problemas internos, nadie se libra de eso, pero puedo decir que le envidio hasta lo más bizarro que pueda haber detrás de su aparentemente cómodo bienestar con sus padres. — Esto no es lo mismo que decir que Papá Noel no existe o que el hada de los dientes son realmente los padres, juegas con la identidad de una persona, que de acuerdo, reconozco que no soy la amiga de mejor humor con la que te cruzaste en tu vida, pero creo que todo el mundo tiene derecho a formar su propia imagen — con sus defectos y virtudes, con sus puntos débiles y los fuertes, sus propios gustos y aficiones, lo que sea. Esto es como un juego en el que empiezas a apilar piezas una encima de otra, cada una con su propia forma y características, que de alguna manera nos van construyendo como personas. No dejas que alguien se levante en base a unos principios, inseguridades, con todos los golpes que ya de por sí nos va arrojando la vida en un intento de desequilibrarnos, para luego golpear todos esos cimientos abajo, lo dejas para que se reconstruya de nuevo, ¿en base a qué? Si todo lo que conoce le resulta una farsa, y lo nuevo no vale, porque eso es lo que es, nuevo. A todo el mundo le asusta lo desconocido, no me engaña nadie que diga que es lo que le mueve a poner un pie por delante.
Asiento con la cabeza cuando me pregunta si conozco sobre ese mito filosófico del que todos tuvimos que aprender una vez, es uno de esos ejemplos que se pueden aplicar a toda la raza humana, si hasta yo tengo que reconocerlo. — Lo que nadie te dice en esa historia es que algunos la tienen más fácil para salir de la cueva, parece que todos estamos en misma igualdad de condiciones cuando se trata de ver sombras y no, no es así. Ni siquiera la exposición al sol es la misma — replico, aunque sé de dónde viene su intención de hacerlo apropiado para esta situación. En estos momentos debe odiarme en mi manía de cuestionar todo lo que dice, que siempre quiero tener la última palabra incluso cuando puedo no llevar la razón. Me molesta tanto como debería el descubrir que es otra de las cualidades que comparto con mi madre. No me quejo del abrazo a pesar de que en otro momento le hubiera pedido al segundo de rozarme que retomara su espacio personal para dejar el mío en paz, me limito a retener la mirada al frente, sobre algún crío que pase cerca. — Puede — contesto a la pregunta que hace para reafirmar mis palabras, esas que yo mismo discuto con la respuesta que doy ahora. Y es que estas cosas hay que pensárselas más de una vez, mañana probablemente tendré una opinión diferente, me levantaré pensando que es mejor esto que vivir engañada el resto de mi existencia, solo para decir al día siguiente que nada mereció la pena. Es un contraste desagradable cuando lo colocas al lado de la persona que solía ser, que si mi respuesta era un sí sería un sí hasta el día en que pasara a mejor vida. Lo estático es lo que me da seguridad, de eso no hay ninguna duda. — Las cosas irían mucho mejor si la gente se limitara a decir como funcionan de verdad desde el principio, pero, supongo, no estaríamos teniendo los problemas que tenemos si todos fuéramos honestos. Lo sé, Dave, sé que las mentiras son inevitables tanto como que la tierra es redonda, pero hasta los que creían que era plana tuvieron luego problemas para ver la realidad como era. — sigo, tratando de explicar mi punto. Ajustarse a lo nuevo es un proceso, no puede culparme por tener momentos de duda.
Asiento con la cabeza cuando me pregunta si conozco sobre ese mito filosófico del que todos tuvimos que aprender una vez, es uno de esos ejemplos que se pueden aplicar a toda la raza humana, si hasta yo tengo que reconocerlo. — Lo que nadie te dice en esa historia es que algunos la tienen más fácil para salir de la cueva, parece que todos estamos en misma igualdad de condiciones cuando se trata de ver sombras y no, no es así. Ni siquiera la exposición al sol es la misma — replico, aunque sé de dónde viene su intención de hacerlo apropiado para esta situación. En estos momentos debe odiarme en mi manía de cuestionar todo lo que dice, que siempre quiero tener la última palabra incluso cuando puedo no llevar la razón. Me molesta tanto como debería el descubrir que es otra de las cualidades que comparto con mi madre. No me quejo del abrazo a pesar de que en otro momento le hubiera pedido al segundo de rozarme que retomara su espacio personal para dejar el mío en paz, me limito a retener la mirada al frente, sobre algún crío que pase cerca. — Puede — contesto a la pregunta que hace para reafirmar mis palabras, esas que yo mismo discuto con la respuesta que doy ahora. Y es que estas cosas hay que pensárselas más de una vez, mañana probablemente tendré una opinión diferente, me levantaré pensando que es mejor esto que vivir engañada el resto de mi existencia, solo para decir al día siguiente que nada mereció la pena. Es un contraste desagradable cuando lo colocas al lado de la persona que solía ser, que si mi respuesta era un sí sería un sí hasta el día en que pasara a mejor vida. Lo estático es lo que me da seguridad, de eso no hay ninguna duda. — Las cosas irían mucho mejor si la gente se limitara a decir como funcionan de verdad desde el principio, pero, supongo, no estaríamos teniendo los problemas que tenemos si todos fuéramos honestos. Lo sé, Dave, sé que las mentiras son inevitables tanto como que la tierra es redonda, pero hasta los que creían que era plana tuvieron luego problemas para ver la realidad como era. — sigo, tratando de explicar mi punto. Ajustarse a lo nuevo es un proceso, no puede culparme por tener momentos de duda.
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No, no es lo mismo que las mentiras blancas que nos contaban siendo niños, lo que no quiero es que una mentira le haga perderse en un mar de incertidumbres y que todo lo que fue su propia infancia, su adolescencia, la vida que lleva vivida, se vaya diluyendo en sus dedos y carezca de algo real a lo que pueda sujetarse en este momento en que no logro entender cómo está parada a mi lado, con todo ese derrumbe de creencias dentro. Lo había hablado con ella una vez, tendía a escuchar los problemas que cualquier persona necesitara hablar, porque creía que de eso se trataba ser un buen amigo y en los momentos en que yo me ahogaba, no me salía la voz para hablar con nadie, no encontraba a nadie. A excepción de la mujer que un día hallé mientras buscaba a mi tía ausente -ha hecho un mejor trabajo guiándome de lo que podría haber conseguido siguiendo las huellas de Samantha Meyer-, y la chica que jamás diría que algo le duele aunque esté rompiéndose por dentro, toda su vida, así que como el entrometido que soy desde el primer día, escalo sus muros para tratar de ver qué sucede en su interior. —Eres la amiga que necesito en mi vida, cualquiera sea tu humor— no pierdo nada con remarcarle esto, tal vez la incómoda, pero necesito que lo sepa. No hablemos de lo cambiantes que son mis humores. He llegado con ella a un punto en que por debajo de estos humores, de las diferencias que bien conocemos que tenemos, nos paramos uno al lado del otro y es la cara que espero ver siempre que me giro, que no quiero dejar de ver, ni dejarla tampoco.
Entre todas las mentiras que nos cuentan y nos contamos todos los días, ella bien podría contar como una verdad, porque sé que es lo que siempre podré esperar de ella, aunque en este momento sea vea como si todo lo que la hizo quién es fue un engaño. Los mentirosos valoramos la verdad después de la primera mentira y con cada mentira que le sigue, porque al ir mintiendo te das cuenta de lo bien que mienten los otros, alguien con tanta franqueza en su carácter, hace que sus defectos por ser honestos sean algo para admirar. Me contradice, no se queda con lo que pueda decirle, y está bien porque son palabras, las uso en redundancia en vez de alargar el abrazo frente a otros aunque sean niños de un parque, porque trato de mantenernos en nuestros lugares cómodos. —Tendemos a hacerlo todo complicado— es mi manera de decir que estoy de acuerdo con ella, —si fuéramos de frente y con franqueza, no habría tantos problemas en el mundo de gente tratando de entenderse. Debe haber algo con el hecho de exponerse, si fuéramos con la verdad por delante aunque fuera un acuerdo entre todos, estaría a la vista más de lo que querríamos mostrar quizás…— musito. —No estoy justificando a ninguna de las personas que te mintieron, pero habrá alguna razón por la que hicieron lo que hicieron, que creyeron que una mentira era necesaria para no exponer algo. ¿No te… gustaría preguntarles?— dudo al preguntar, muevo mi mentón en dirección hacia donde están las residencias del distrito, que estamos a un paso de que pueda exigir las respuestas que se merece para ir dándole un nuevo sentido a las cosas que otros se encargaron de quitarle. —Luego quedará en ti si te parece una razón válida o no—. Espío a los niños que están cerca armando montañas en el arenero para comprobar qué tan concentrados están en su misión de construir un castillo, y alzo mi mano para pasar un mechón de su cabello detrás de su oreja en una caricia que detiene mis dedos en su nuca. —No puedo hablar en nombre de la tierra redonda con sus mentiras, pero al menos de mi parte, en todo lo que tiene que ver contigo puedes estar segura que soy honesto— esto también necesito que lo sepa y que no dude de ello, entre las mentiras que debo contar todos los días en el ministerio, de lo que nunca podría contarle a ella, ni a mi familia, porque son cosas que ni siquiera me digo a mí mismo dos veces.
Entre todas las mentiras que nos cuentan y nos contamos todos los días, ella bien podría contar como una verdad, porque sé que es lo que siempre podré esperar de ella, aunque en este momento sea vea como si todo lo que la hizo quién es fue un engaño. Los mentirosos valoramos la verdad después de la primera mentira y con cada mentira que le sigue, porque al ir mintiendo te das cuenta de lo bien que mienten los otros, alguien con tanta franqueza en su carácter, hace que sus defectos por ser honestos sean algo para admirar. Me contradice, no se queda con lo que pueda decirle, y está bien porque son palabras, las uso en redundancia en vez de alargar el abrazo frente a otros aunque sean niños de un parque, porque trato de mantenernos en nuestros lugares cómodos. —Tendemos a hacerlo todo complicado— es mi manera de decir que estoy de acuerdo con ella, —si fuéramos de frente y con franqueza, no habría tantos problemas en el mundo de gente tratando de entenderse. Debe haber algo con el hecho de exponerse, si fuéramos con la verdad por delante aunque fuera un acuerdo entre todos, estaría a la vista más de lo que querríamos mostrar quizás…— musito. —No estoy justificando a ninguna de las personas que te mintieron, pero habrá alguna razón por la que hicieron lo que hicieron, que creyeron que una mentira era necesaria para no exponer algo. ¿No te… gustaría preguntarles?— dudo al preguntar, muevo mi mentón en dirección hacia donde están las residencias del distrito, que estamos a un paso de que pueda exigir las respuestas que se merece para ir dándole un nuevo sentido a las cosas que otros se encargaron de quitarle. —Luego quedará en ti si te parece una razón válida o no—. Espío a los niños que están cerca armando montañas en el arenero para comprobar qué tan concentrados están en su misión de construir un castillo, y alzo mi mano para pasar un mechón de su cabello detrás de su oreja en una caricia que detiene mis dedos en su nuca. —No puedo hablar en nombre de la tierra redonda con sus mentiras, pero al menos de mi parte, en todo lo que tiene que ver contigo puedes estar segura que soy honesto— esto también necesito que lo sepa y que no dude de ello, entre las mentiras que debo contar todos los días en el ministerio, de lo que nunca podría contarle a ella, ni a mi familia, porque son cosas que ni siquiera me digo a mí mismo dos veces.
Si algo he aprendido de todo esto, es que la verdad nunca es sencilla, y rara vez pura. Debe de ser eso lo que hace de las mentiras más atractivas, como para que la gente las escoja por encima de la honestidad. Quizá por eso nunca tuve demasiadas amistades, sigo sin tenerlas, las personas no están acostumbradas a que se les digan las cosas tal y como son, prefieren estar cegados por su propio conformismo con la vida, prefieren vivir en su propio mundo de fantasía, incluso cuando después de un tiempo, esa fantasía termina siendo mucho más dolorosa que la verdad. — El verdadero problema, Dave… es que si uno escucha las suficientes mentiras, empieza a tener dificultad para reconocer la verdad. Ese es el precio del engaño, no el no saber qué creer, si la mentira o la verdad — suspiro al llegar a esa conclusión, como no mucha gente, por eso prefieren contentarse con historias. No necesito remarcar el peligro de que un mentiroso empiece a aceptar sus propias mentiras, es el reflejo de la sociedad en que vivimos, así que solo hace falta que nos demos la vuelta para admirar el resultado.
Le dedico una media sonrisa mordaz al escuchar su propuesta, suerte que no está mirando hacia este lado y en su lugar se encuentra observando las casas que bordean los límites del distrito, ahí donde se pierden en contraste con el cielo azul que nos brinda el día de hoy. Por mi parte regreso la vista hacia el parque, presionando mis labios antes de dignarme a contestar. — No — queda claro lo honesta que estoy siendo al remarcar ese monosílabo, a pesar de no tardar demasiado en explicarme. — Con la única con quién quisiera hablar sería mi abuela, pero no la he llamado desde hace meses y no me sorprendería que su orgullo le haya llevado a cambiar de teléfono — suelto un tsk con la lengua, como si yo no tuviera orgullo. — Es la clase de persona que no reconoce que ha cometido un error, influye la edad que tiene y que, según ella, no tiene años como para aguantar las tonterías de nadie — como si fuera una tontería, repito — Pero escogió la persona equivocada para competir en orgullo —si no fuera porque soy, de nuevo, demasiado orgullosa como para admitirlo, diría que lo aprendí de ella. Pero de vuelta, no creo que haga falta explicar los motivos de Georgia, el propio Dave tuvo que hacerse una idea de cómo es su persona después de conocerla apenas unos minutos.
Hay muchas cosas que no soy, podría empezar por mentirosa, pero en este caso en particular el adjetivo que busco es cariñosa. No necesito que lo remarquen para saberlo, me conozco bien como para reconocer que en ocasiones supone un problema en mi pésima interacción social, pero tiendo a hacer excepciones alguna vez en la vida, así de recta como me pueden ver desde el exterior, también tengo mis debilidades. Así que, a pesar de no serlo, de saberme fría como el hielo, admitir que la sangre caliente la tenemos todos no es algo con lo que pueda discutir. Le miro un segundo, solo para posar mis labios sobre su hombro apenas un instante antes de volcar la cabeza sobre el mismo y suspirar. — Lo sé — murmuro en apenas un susurro que cerca de las voces gritonas de los niños, puede que ni siquiera se escuche. Pero el gesto es sincero, y si todo lo que soy es un libro cerrado de hechos empíricamente auténticos, puedo decir que se lleva todo lo real que pueda sentir en este momento de mi vida.
Le dedico una media sonrisa mordaz al escuchar su propuesta, suerte que no está mirando hacia este lado y en su lugar se encuentra observando las casas que bordean los límites del distrito, ahí donde se pierden en contraste con el cielo azul que nos brinda el día de hoy. Por mi parte regreso la vista hacia el parque, presionando mis labios antes de dignarme a contestar. — No — queda claro lo honesta que estoy siendo al remarcar ese monosílabo, a pesar de no tardar demasiado en explicarme. — Con la única con quién quisiera hablar sería mi abuela, pero no la he llamado desde hace meses y no me sorprendería que su orgullo le haya llevado a cambiar de teléfono — suelto un tsk con la lengua, como si yo no tuviera orgullo. — Es la clase de persona que no reconoce que ha cometido un error, influye la edad que tiene y que, según ella, no tiene años como para aguantar las tonterías de nadie — como si fuera una tontería, repito — Pero escogió la persona equivocada para competir en orgullo —si no fuera porque soy, de nuevo, demasiado orgullosa como para admitirlo, diría que lo aprendí de ella. Pero de vuelta, no creo que haga falta explicar los motivos de Georgia, el propio Dave tuvo que hacerse una idea de cómo es su persona después de conocerla apenas unos minutos.
Hay muchas cosas que no soy, podría empezar por mentirosa, pero en este caso en particular el adjetivo que busco es cariñosa. No necesito que lo remarquen para saberlo, me conozco bien como para reconocer que en ocasiones supone un problema en mi pésima interacción social, pero tiendo a hacer excepciones alguna vez en la vida, así de recta como me pueden ver desde el exterior, también tengo mis debilidades. Así que, a pesar de no serlo, de saberme fría como el hielo, admitir que la sangre caliente la tenemos todos no es algo con lo que pueda discutir. Le miro un segundo, solo para posar mis labios sobre su hombro apenas un instante antes de volcar la cabeza sobre el mismo y suspirar. — Lo sé — murmuro en apenas un susurro que cerca de las voces gritonas de los niños, puede que ni siquiera se escuche. Pero el gesto es sincero, y si todo lo que soy es un libro cerrado de hechos empíricamente auténticos, puedo decir que se lleva todo lo real que pueda sentir en este momento de mi vida.
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—Es cierto— le doy la razón, por supuesto que le doy la razón, la trampa de los mentirosos es no poder salir de las mentiras, la realidad se vuelve un terrorífico cuarto de espejos, en el que a la mentira que dice uno, se reflejan otras mil. —Pero la verdad siempre encuentra la manera de hacerse camino entre las mentiras y de golpearte en la cara si hace falta— lo digo con mi mirada hacia ella. Pese a lo mucho que me cuesta entenderla en ocasiones, nunca dudé de que lo que dejaba ver era lo auténtico en ella, así debe ser la verdad y es atractiva a su manera. Hay un peso real en cada palabra que dice, que no cuestiono ese «no» que sale de sus labios, lo tomo como algo inamovible porque así se escucha, y que mencione a su abuela es lo que me da la pauta de que simplemente está poniendo a las personas en un orden en su vida, la familia no está exenta de esto.
Pienso en ello como algo propio de crecer, cuando descubrimos que el mundo que nos contaron de niños no es una maqueta armada, no es el cuento perfecto, sino que debajo de cada una de las líneas de ese cuento había que raspar un poco y se encontraban otras historias. Es violento, sin que haga falta relacionarlo con la guerra de bandos que hay en el país, ni con las pérdidas personales que vamos atravesando, lo que es violento es ese choque que desestabiliza todo lo que creíamos conocer. Me veo a mí mismo recogiendo con mis dedos las fotografías viejas de rostros que escondían una historia más compleja, con sus luces y sombras, y de ahí mi convencimiento de las personas no son solo caras, nombres, sino que actúan de acuerdo a la historia que los hace quienes son. Así que me conformo con que su abuela sea con quien quiere hablar, no por lo que su abuela en sí pueda decirle, sino por estar dispuesta a escuchar. —Entonces es cuestión de tiempo— opino, — las competencias de orgullo pueden durar años, pero no son eternos. Por fuertes que sean, siempre hay algo que llega a tirar de las personas para se vuelvan a acercar— digo.
También tengo el mío, no lo hago tan explícito, nunca tomo revancha en su nombre, pero hago carne de los agravios y hay cambios en mi comportamiento. Por eso también sé que, por debajo del orgullo, habrá otras cosas que terminarán tirando de nosotros para ir hacia otra persona si así debe ser. —Pero, teniendo en cuenta la edad de tu abuela, aunque no digo que le falten energías para ser el alma de la fiesta, si algún día te surge ir a verla no te prives de hacerlo— mi consejo se lo doy con un tono medido. No quiero plantear el hecho de que quizás nosotros estemos más expuestos que su abuela, a circunstancias que nos hagan ver que es un error postergar el acercarnos a una persona. Y a ser honestos con esa misma persona, esa es la parte más difícil de acercarse, complicado en el caso de que las palabras no sean las requeridas para expresar una verdad, porque se dice de otra manera y que pueda susurrar que lo sabe me basta para que puedan sentir que el suelo es real bajo mis pies. Cubro su mejilla con mi mano al acomodarse sobre mi hombro, trazo su pómulo con mi pulgar y me acerco para acariciar sus labios en un beso breve, que interrumpo al notar que las niñas de los columpios que tenemos cerca saltan de estos para ir corriendo hacia la mujer que las llama. —Si ya venimos hasta aquí, deberíamos aprovechar— susurro hacia las hamacas que quedaron meciéndose en el aire. No es que quiera caer en lo infantil, se siente bien poder tomar la mano de alguien siendo quienes somos y también en una plaza de juegos compartirle un columpio más allá de la edad que tenemos, que sea otro lugar más donde ya no estamos solos.
Pienso en ello como algo propio de crecer, cuando descubrimos que el mundo que nos contaron de niños no es una maqueta armada, no es el cuento perfecto, sino que debajo de cada una de las líneas de ese cuento había que raspar un poco y se encontraban otras historias. Es violento, sin que haga falta relacionarlo con la guerra de bandos que hay en el país, ni con las pérdidas personales que vamos atravesando, lo que es violento es ese choque que desestabiliza todo lo que creíamos conocer. Me veo a mí mismo recogiendo con mis dedos las fotografías viejas de rostros que escondían una historia más compleja, con sus luces y sombras, y de ahí mi convencimiento de las personas no son solo caras, nombres, sino que actúan de acuerdo a la historia que los hace quienes son. Así que me conformo con que su abuela sea con quien quiere hablar, no por lo que su abuela en sí pueda decirle, sino por estar dispuesta a escuchar. —Entonces es cuestión de tiempo— opino, — las competencias de orgullo pueden durar años, pero no son eternos. Por fuertes que sean, siempre hay algo que llega a tirar de las personas para se vuelvan a acercar— digo.
También tengo el mío, no lo hago tan explícito, nunca tomo revancha en su nombre, pero hago carne de los agravios y hay cambios en mi comportamiento. Por eso también sé que, por debajo del orgullo, habrá otras cosas que terminarán tirando de nosotros para ir hacia otra persona si así debe ser. —Pero, teniendo en cuenta la edad de tu abuela, aunque no digo que le falten energías para ser el alma de la fiesta, si algún día te surge ir a verla no te prives de hacerlo— mi consejo se lo doy con un tono medido. No quiero plantear el hecho de que quizás nosotros estemos más expuestos que su abuela, a circunstancias que nos hagan ver que es un error postergar el acercarnos a una persona. Y a ser honestos con esa misma persona, esa es la parte más difícil de acercarse, complicado en el caso de que las palabras no sean las requeridas para expresar una verdad, porque se dice de otra manera y que pueda susurrar que lo sabe me basta para que puedan sentir que el suelo es real bajo mis pies. Cubro su mejilla con mi mano al acomodarse sobre mi hombro, trazo su pómulo con mi pulgar y me acerco para acariciar sus labios en un beso breve, que interrumpo al notar que las niñas de los columpios que tenemos cerca saltan de estos para ir corriendo hacia la mujer que las llama. —Si ya venimos hasta aquí, deberíamos aprovechar— susurro hacia las hamacas que quedaron meciéndose en el aire. No es que quiera caer en lo infantil, se siente bien poder tomar la mano de alguien siendo quienes somos y también en una plaza de juegos compartirle un columpio más allá de la edad que tenemos, que sea otro lugar más donde ya no estamos solos.
Suelto un suspiro cansado al meditar sus palabras, sé de sobra que siempre hay alguien que tira de la soga un poco más de la cuenta, y en cuanto a cuestiones familiares, estoy un poco harta de ser quien termine con las manos lesionadas. Pero no soy tan necia como para negar que mi abuela es una persona que ya tiene una edad, y que si no la mata el orgullo lo harán los años. — Odio cuando llevas la razón — aunque ruedo los ojos en su dirección, no es más que un comentario amistoso que no lleva de mucha privación. Tendré que resignarme a hacerle una visita a Georgia antes de que sea demasiado tarde y, a pesar de no ser alguien de arrepentimientos, esperar a que me cueste uno. Después de todo, no puedo culparla por ser como es, porque entonces me estaría llamando hipócrita a mí misma. La mentira empezó con ella cuando me compró a mi madre, al menos merezco saber cuál fue la razón que la llevó a arrepentirse de su propia decisión y confesar después de años, demasiados.
Sonrío con cierta gracia plasmada tras el contacto con sus labios, pero por la propuesta que hace cómo si no tuviéramos más de veinte años y estamos lejos de ser niños de nuevo, más cerca de tenerlos que de serlo, así de triste que suena. No me veo a mí misma como alguien que tenga siquiera instinto maternal, debo de haberlo heredado de mi madre y debo sincerarme al decir que tampoco lo había pensado. — Tú solo quieres tener la experiencia de que te arroje arena, admítelo — bromeo, sí, pero también tomo su mano para adentrarnos en la parte arenosa del parque, esa que se va vaciando por acerarse la hora del almuerzo. Luego soy yo la que se queja de que la entrada a nuestro apartamento está llena de arena por culpa de las patas de Morty, pero no tengo problema en meternos hasta donde están los columpios. Me desenredo de sus dedos para atrapar el metal de uno de ellos y sentarme, sorprendida por como mis rodillas están a la misma altura que mis caderas en contraste con la imagen que tengo siendo niña, en ese momento mis piernas colgaban como espaguetis, no como ahora que mi figura parece no encajar. No lo hace, pero no solo porque he crecido en altura, también en anchura, sino por todo lo que mencioné desde fuera. — ¿Cambiarías algo de tu infancia? Si pudieras — le pregunto con un nuevo interés, inclinándome hacia delante con mi torso para apoyarme con los codos sobre mis piernas en un balanceo que apenas y se siente.
Sonrío con cierta gracia plasmada tras el contacto con sus labios, pero por la propuesta que hace cómo si no tuviéramos más de veinte años y estamos lejos de ser niños de nuevo, más cerca de tenerlos que de serlo, así de triste que suena. No me veo a mí misma como alguien que tenga siquiera instinto maternal, debo de haberlo heredado de mi madre y debo sincerarme al decir que tampoco lo había pensado. — Tú solo quieres tener la experiencia de que te arroje arena, admítelo — bromeo, sí, pero también tomo su mano para adentrarnos en la parte arenosa del parque, esa que se va vaciando por acerarse la hora del almuerzo. Luego soy yo la que se queja de que la entrada a nuestro apartamento está llena de arena por culpa de las patas de Morty, pero no tengo problema en meternos hasta donde están los columpios. Me desenredo de sus dedos para atrapar el metal de uno de ellos y sentarme, sorprendida por como mis rodillas están a la misma altura que mis caderas en contraste con la imagen que tengo siendo niña, en ese momento mis piernas colgaban como espaguetis, no como ahora que mi figura parece no encajar. No lo hace, pero no solo porque he crecido en altura, también en anchura, sino por todo lo que mencioné desde fuera. — ¿Cambiarías algo de tu infancia? Si pudieras — le pregunto con un nuevo interés, inclinándome hacia delante con mi torso para apoyarme con los codos sobre mis piernas en un balanceo que apenas y se siente.
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—No puedes odiarme por eso— me quejo en un tono de broma, pese a lo serio que sea todo esto, —son pocas las veces que tengo la razón—, el que reparta consejos a la gente se debe a mi ingenuo convencimiento de que puedo brindarles otra mirada sobre las cosas, no a que lleve la razón, generalmente eso no pasa, —déjame disfrutarlo—. Si algo en ella le dice que tengo la razón sobre acercarse a su abuela, lo único que me queda es esperar que la mujer no eche a perder el poco vínculo que resta entre Alecto y la familia que creyó suya toda la vida. Y a partir de todo lo nuevo que vaya encontrando, todo lo viejo que vaya reafirmando, pueda decidir qué hacer y quien ser, sin que en medio de tantas mentiras y nada real, se pierda. Pese a estar sosteniendo su mano, entendí hace mucho que ese gesto no logra salvar a nadie de irse cuando necesita hacerlo, dejando el cuerpo presente y llevando la mente a otro lugar, pero al volver y abrir los ojos, quisiera poder ser la persona que siguió estando allí como ella lo estuvo para mí.
—No seas bravucona conmigo o no te prestaré mi balde y palita— contesto con una sonrisa a medias al tener que esquivar una de esas palitas, enterrada en la arena que vamos barriendo con nuestros pasos. Sigue siendo un parque para niños, no es como la arena de la playa, este es un terreno de minas donde un dinosaurio sepultado puede hacer saltar a más de un par de pies descalzos, y ante la partida de las familias, supongo que quedarán nuevos muñecos olvidados. Nos movemos a contracorriente de estos niños que se van y el trompo de rizos negros que viene hacia nosotros se desvía al vernos con las manos unidas, ser un frente unido sirve para llegar hasta las hamacas. Pruebo con un tirón suave que tan resistente son las cadenas antes de sentarme y estirar mis piernas todo lo largas que son, es la única manera en la que puedo mecerme, sin que mis propios pies como un freno me lo impidan. Hago girar la hamaca así puedo verla y las cadenas se enredan por encima de mi cabeza, hay un chirrido molesto por lo viejo de la estructura supongo. No, no debe ser porque estamos demasiado grandes para meternos en columpios para niños.
—No lo sé. Había muchas cosas que quise que fueran diferente, pero no podría decir una en este momento— contesto, hago un esfuerzo en evocar todo aquello que reproché a mis padres alguna vez, y aun así, nunca diría que son algo que cambiaría. —El mundo quizás— es un deseo demasiado ambicioso, poco realista, cuando ella misma se enfrenta a cuestiones más personales. —Las familias de por sí son complicadas en sus relaciones, el mundo en el que vivimos no hace más que colocarnos en distintos puntos y se hace difícil coincidir— sueno ambiguo, quizás así sea más sencillo que lo entienda, ¿quién de todos nosotros puede decir que no hay ausencias y desencuentros en su cuadro familiar? —Sí, sería el mundo, me pasaba mucho tiempo siendo niño preocupándome por lo mal que estaba el mundo—, mis padres se desayunaban mis preocupaciones con sus huevos revueltos. De más está decir que el pequeño David tenía prohibido mirar los noticieros. —¿Qué cambiarías tú? Aparte de todo lo que hablamos de las mentiras, también es una respuesta válida, pero si se pudieran cumplir imposibles… ten en cuenta que yo dije el mundo, así que puedes pedir lo que sea. Todo lo imposible que se te ocurra.
—No seas bravucona conmigo o no te prestaré mi balde y palita— contesto con una sonrisa a medias al tener que esquivar una de esas palitas, enterrada en la arena que vamos barriendo con nuestros pasos. Sigue siendo un parque para niños, no es como la arena de la playa, este es un terreno de minas donde un dinosaurio sepultado puede hacer saltar a más de un par de pies descalzos, y ante la partida de las familias, supongo que quedarán nuevos muñecos olvidados. Nos movemos a contracorriente de estos niños que se van y el trompo de rizos negros que viene hacia nosotros se desvía al vernos con las manos unidas, ser un frente unido sirve para llegar hasta las hamacas. Pruebo con un tirón suave que tan resistente son las cadenas antes de sentarme y estirar mis piernas todo lo largas que son, es la única manera en la que puedo mecerme, sin que mis propios pies como un freno me lo impidan. Hago girar la hamaca así puedo verla y las cadenas se enredan por encima de mi cabeza, hay un chirrido molesto por lo viejo de la estructura supongo. No, no debe ser porque estamos demasiado grandes para meternos en columpios para niños.
—No lo sé. Había muchas cosas que quise que fueran diferente, pero no podría decir una en este momento— contesto, hago un esfuerzo en evocar todo aquello que reproché a mis padres alguna vez, y aun así, nunca diría que son algo que cambiaría. —El mundo quizás— es un deseo demasiado ambicioso, poco realista, cuando ella misma se enfrenta a cuestiones más personales. —Las familias de por sí son complicadas en sus relaciones, el mundo en el que vivimos no hace más que colocarnos en distintos puntos y se hace difícil coincidir— sueno ambiguo, quizás así sea más sencillo que lo entienda, ¿quién de todos nosotros puede decir que no hay ausencias y desencuentros en su cuadro familiar? —Sí, sería el mundo, me pasaba mucho tiempo siendo niño preocupándome por lo mal que estaba el mundo—, mis padres se desayunaban mis preocupaciones con sus huevos revueltos. De más está decir que el pequeño David tenía prohibido mirar los noticieros. —¿Qué cambiarías tú? Aparte de todo lo que hablamos de las mentiras, también es una respuesta válida, pero si se pudieran cumplir imposibles… ten en cuenta que yo dije el mundo, así que puedes pedir lo que sea. Todo lo imposible que se te ocurra.
— Es una suerte que no estés ejerciendo como abogado, entonces — espero que capte el tono de broma en mi voz, porque si no creo que hasta podría sonar como un comentario que peca de malicioso. No lo es, para nada, no soy de las personas que se escondan de decir lo que se tiene que decir a la cara, como demostración de nuestras tantas discusiones por ser directa con mis opiniones, quizá demasiado para lo que pueden soportar los sentimientos ajenos. Pero en esta ocasión me aprovecho de que estemos bromeando sobre las pocas veces que asume tener razón, que siendo que vivimos en un mundo donde todos se esfuerzan y ponen empeño en querer llevarla siempre, que reconozca que no la tiene es de lo más honesto que escuché en la vida. En la vida, sí, porque si volvemos a ella y le damos un repaso, ni dándole toda la razón del mundo a Rebecca podría disculparse de todas las mentiras sobre las que se paró.
Transformo mis labios en un puchero lastimoso al escuchar que no me prestará sus herramientas para jugar en la arena, en este juego en el que podemos refugiarnos de tener que ser adultos, podemos ser niños por el tiempo que estemos dentro de este cuadrado que repasa los bordes donde se mantiene la arena, ya cuando volvamos a pisar la hierba podré quejarme de tener los zapatos llenos de tierra y culparé a Dave por haber tenido la idea de meternos aquí dentro. Por el momento me permito escucharle, llevando la mirada hacia su figura que no concuerda con la que debería balancearse en un columpio, así que me esfuerzo por recordar al niño vestido de árbol en las funciones escolares para hacer que encaje, en el fondo sigue siendo ese niño. — Ni siquiera me sorprende que hasta siendo un mocoso fueras tan altruista, ¿querer cambiar el mundo? Muchos críos hubieran escogido que el conejo de pascua fuera real, pero tú no — es un cumplido que deseo que tome, porque aunque él pueda verlo como algo iluso, el que pueda pensar así de grande siendo apenas él poco más de un metro de altura, dice mucho de su persona. Todo lo que no puedo decir de la mía, la verdad.
Sonrío cuando re dirige la pregunta hacia mí y en la búsqueda de una respuesta llevo la cabeza hacia un lado de manera que puedo depositarla suavemente sobre una de las cadenas. — ¿De qué sirve fantasear sobre cosas que no puedes cambiar? Nadie en el mundo tiene ese poder. Al final del día lo único que nos queda por hacer es lamentarnos por las decisiones que tomamos esperando un resultado diferente, nos replanteamos las que decidieron otros por nosotros, pero no podemos hacer nada al respecto — sueno resignada al decirlo, probablemente porque es el tinte que le doy con el suspiro que lanzo de manera inmediata — Me encantaría poder decir una sola cosa que hubiera cambiado, pero hacerlo no haría que me sienta mejor, sino todo lo contrario. Así que supongo que mi respuesta es que nada, no cambiaría nada porque odio los y si que podrían haberlo cambiado todo, cuando vivimos en el presente ahora y no hay manera de modificar nada de lo que quedó atrás — a pesar de que mi respuesta es mucho más simple que la suya, desde luego no me ha tomado ni la mitad de lo que hubiera sido de pensar una como la suya, le miro para pasar a sonreír después, una curvatura vaga de mis labios. — Te hice esa pregunta porque sabía que dirías algo concreto, solo quería saber el qué — porque si le hubiera dado mi resolución primero, probablemente le hubiera coaccionado a responder otra cosa.
Transformo mis labios en un puchero lastimoso al escuchar que no me prestará sus herramientas para jugar en la arena, en este juego en el que podemos refugiarnos de tener que ser adultos, podemos ser niños por el tiempo que estemos dentro de este cuadrado que repasa los bordes donde se mantiene la arena, ya cuando volvamos a pisar la hierba podré quejarme de tener los zapatos llenos de tierra y culparé a Dave por haber tenido la idea de meternos aquí dentro. Por el momento me permito escucharle, llevando la mirada hacia su figura que no concuerda con la que debería balancearse en un columpio, así que me esfuerzo por recordar al niño vestido de árbol en las funciones escolares para hacer que encaje, en el fondo sigue siendo ese niño. — Ni siquiera me sorprende que hasta siendo un mocoso fueras tan altruista, ¿querer cambiar el mundo? Muchos críos hubieran escogido que el conejo de pascua fuera real, pero tú no — es un cumplido que deseo que tome, porque aunque él pueda verlo como algo iluso, el que pueda pensar así de grande siendo apenas él poco más de un metro de altura, dice mucho de su persona. Todo lo que no puedo decir de la mía, la verdad.
Sonrío cuando re dirige la pregunta hacia mí y en la búsqueda de una respuesta llevo la cabeza hacia un lado de manera que puedo depositarla suavemente sobre una de las cadenas. — ¿De qué sirve fantasear sobre cosas que no puedes cambiar? Nadie en el mundo tiene ese poder. Al final del día lo único que nos queda por hacer es lamentarnos por las decisiones que tomamos esperando un resultado diferente, nos replanteamos las que decidieron otros por nosotros, pero no podemos hacer nada al respecto — sueno resignada al decirlo, probablemente porque es el tinte que le doy con el suspiro que lanzo de manera inmediata — Me encantaría poder decir una sola cosa que hubiera cambiado, pero hacerlo no haría que me sienta mejor, sino todo lo contrario. Así que supongo que mi respuesta es que nada, no cambiaría nada porque odio los y si que podrían haberlo cambiado todo, cuando vivimos en el presente ahora y no hay manera de modificar nada de lo que quedó atrás — a pesar de que mi respuesta es mucho más simple que la suya, desde luego no me ha tomado ni la mitad de lo que hubiera sido de pensar una como la suya, le miro para pasar a sonreír después, una curvatura vaga de mis labios. — Te hice esa pregunta porque sabía que dirías algo concreto, solo quería saber el qué — porque si le hubiera dado mi resolución primero, probablemente le hubiera coaccionado a responder otra cosa.
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—Los abogados no siempre tienen la razón— aclaro, —solo debe encargarse de convencer a otros que la tienen—, lo veré si me toca pararme en tribunales. Por el momento, no me cuesta nada reconocer que otra persona está en lo cierto, que me equivoco muchas veces y que muchas personas no ven las cosas de la misma manera que yo. Empujo el borde de su hamaca con mi zapatilla al bromear sobre mi altruismo de niño, no lo había pensado así, ahí donde mis padres veían el vaso medio lleno como si estuviera a punto de rebosar, con un buen humor que nunca abandonaban, yo tenía que señalarles la mitad vacía como mi primera responsabilidad de haber nacido como su hijo. Puede que el altruismo sea consecuencia, no razón, de las cosas que alcanzamos a ver, también cuando nadie más que uno mismo parece capaz de verlas y allí donde la mayoría decide apartar la mirada. No puedo disculparme de serlo cuando es un rasgo que sigo conservando, quiero creer que otras cosas están cambiando para que no sea algo que solo me llene de frustraciones, un par serán inevitables así como necesarias para no perder de vista que la realidad tiene una manera de ser. —Te digo que puedes elegir lo imposible y decides no cambiar nada— suspiro, pero estoy sonriendo al desenredar las cadenas del columpio para impulsarme.
—Convertiste tu propio juego en un acertijo— señalo, no me lo había visto venir, como si me hubieran hecho cruzar una puerta y apagaran las luces de pronto, para decirme que es un laberinto de pasillos con puertas que debo explorar sosteniéndome a una mano en la oscuridad. Muy adecuado teniendo en cuenta mi costumbre de chocarme de lleno con sus paredes. —Esa ha sido una conclusión muy— la miro en su hamaca al decirlo, —adulta— mi sonrisa se percibe también en mi voz, —todo lo que tenga que ver con que las cosas son como son. Y yo diciéndote «uy, quiero cambiar el mundo, ¿sabes si mi capa se lavó en la última colada?»— cambio el tono de mi voz al decir esto, con los ojos en blanco porque no deja de ser ridículo que esa cosa concreta que terminé por decir, fuera algo tan inabarcable, que tampoco creo haber cumplido con la pregunta. —Pues yo creí que ibas a contestar que si pudieras cambiar algo — lo digo porque no tiene trascendencia, —lo único que pedirías, ya que al fin y al cabo no cambia lo que todos sabemos que no podremos cambiar, es que te hubiera gustado encontrar en esta plaza cuando eras niña a un niño que supiera darte una lista de especies en peligro de extinción. Y yo te diría que gracias, que es un gran halago, pero con que estemos aquí ahora, algo ya está cambiando, ¿no?— detengo mi hamaca al plantar mis pies en el suelo.
—Convertiste tu propio juego en un acertijo— señalo, no me lo había visto venir, como si me hubieran hecho cruzar una puerta y apagaran las luces de pronto, para decirme que es un laberinto de pasillos con puertas que debo explorar sosteniéndome a una mano en la oscuridad. Muy adecuado teniendo en cuenta mi costumbre de chocarme de lleno con sus paredes. —Esa ha sido una conclusión muy— la miro en su hamaca al decirlo, —adulta— mi sonrisa se percibe también en mi voz, —todo lo que tenga que ver con que las cosas son como son. Y yo diciéndote «uy, quiero cambiar el mundo, ¿sabes si mi capa se lavó en la última colada?»— cambio el tono de mi voz al decir esto, con los ojos en blanco porque no deja de ser ridículo que esa cosa concreta que terminé por decir, fuera algo tan inabarcable, que tampoco creo haber cumplido con la pregunta. —Pues yo creí que ibas a contestar que si pudieras cambiar algo — lo digo porque no tiene trascendencia, —lo único que pedirías, ya que al fin y al cabo no cambia lo que todos sabemos que no podremos cambiar, es que te hubiera gustado encontrar en esta plaza cuando eras niña a un niño que supiera darte una lista de especies en peligro de extinción. Y yo te diría que gracias, que es un gran halago, pero con que estemos aquí ahora, algo ya está cambiando, ¿no?— detengo mi hamaca al plantar mis pies en el suelo.
Irónico que de su respuesta, lo que entiendo es que de alguna manera, en ese convencimiento en que se basa su trabajo, muchas de esas veces de lo que se convence es de una mentira, siendo que lo que interesa es ganar el caso, no importa los medios ni las palabras que se hayan utilizado para conseguirlo. Me hago cómplice del silencio con esa conclusión final, no merece la pena seguir molestando sobre cosas que ya hemos dejado estipuladas hace ya tiempo, probablemente desde que nos conocemos. Lo único que puedo hacer con cierta amplitud es sonreír ante su queja, moviendo las cadenas de forma que quedan un poco enredadas para poder enfrentarle. — ¿Vas a decirme que esperabas una respuesta diferente a la que te he dado? — le reto a que me conteste, cuando puedo tener muros muy gruesos y altos, pero en lo que a características se refieren, también pueden ser transparentes. A diferencia de muchos, hay aspectos en mi personalidad que sí dejo bien marcados al exterior, el raciocinio sobre cosas que son inamovibles por naturaleza no es algo que trate de ocultar a propósito, el mundo es como es, no es algo que se pueda moldear a nuestro antojo.
— Es porque de los dos soy yo quien tiene que mantener una mentalidad adulta, ¿por qué te crees que tenemos solo un perro? Si fuera por ti ya hubieras convertido la casa en el refugio de animales abandonados por excelencia — me mofo de su persona, pero no con la maldad que podría utilizar para referirme a otras personas. Deshago el lío de las cadenas al dejar de aplicar fuerza para que se sostengan así, soltando una risotada por el comentario, que no me sorprendería de encontrar una capa de esas en la colada. — Todas las respuestas son válidas — digo para que no se sienta avergonzado por su resolución, que no es como si pretendiera que me diera una solución a la hambruna o la política de este país, que de eso los dos sabemos que solo hay una contestación adecuada según las reglas estipuladas por la sociedad. — Por supuesto que sí, también hubiera pedido que le cambiaran el pobre papel de árbol a ese niño en la función escolar de fin de año y le dieran algo con un poco más de líneas... — bromeo al rodar los ojos, dispuesta a dejar atrás la incomodidad del columpio que le queda pequeño a mi cuerpo para levantarme y estirar mi mano en su dirección. — ¿Nos vamos o de verdad quieres que me consiga un giratiempo para que juguemos en la arena?
— Es porque de los dos soy yo quien tiene que mantener una mentalidad adulta, ¿por qué te crees que tenemos solo un perro? Si fuera por ti ya hubieras convertido la casa en el refugio de animales abandonados por excelencia — me mofo de su persona, pero no con la maldad que podría utilizar para referirme a otras personas. Deshago el lío de las cadenas al dejar de aplicar fuerza para que se sostengan así, soltando una risotada por el comentario, que no me sorprendería de encontrar una capa de esas en la colada. — Todas las respuestas son válidas — digo para que no se sienta avergonzado por su resolución, que no es como si pretendiera que me diera una solución a la hambruna o la política de este país, que de eso los dos sabemos que solo hay una contestación adecuada según las reglas estipuladas por la sociedad. — Por supuesto que sí, también hubiera pedido que le cambiaran el pobre papel de árbol a ese niño en la función escolar de fin de año y le dieran algo con un poco más de líneas... — bromeo al rodar los ojos, dispuesta a dejar atrás la incomodidad del columpio que le queda pequeño a mi cuerpo para levantarme y estirar mi mano en su dirección. — ¿Nos vamos o de verdad quieres que me consiga un giratiempo para que juguemos en la arena?
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Me tomo un momento para pensarlo, lo hago frunciendo un poco mi entrecejo, tratando de ver más allá de lo que yo pude proponer y lo que ella acabó por responder, de todo lo que pueda decir yo después sobre qué esperaba. —Sí, había un montón de posibilidades—, pero nunca me han ido bien con las apuestas al azar y aunque sigo barajando por la costumbre de hacerlo, como juegos de mi inconsciente, si hay alguien que puede sacar un trece al arrojar dos dados y dejarme haciendo cálculos imposibles con las soluciones más simples, esa es Alecto. Eso de aceptar, no resignarnos, que las cosas han sido de una manera y no podrán ser de otra, ¿no es la conclusión más sana a la que podemos llegar? Tal vez lo de querer que el mundo haya sido distinto es otra manera de entender que solo algo así de rotundo, podría haber logrado que el pasado pudiera contarse de un modo distinto.
—¡Eso no es cierto! Soy consciente de que no hay suficiente espacio y no te pediría de albergar perros en la bañera— me defiendo, lo bueno de que Mor no sepa hablar es que no puede contar de las dos veces que tuvo que convivir con un par de cachorros y los mantuvimos escondidos en mi habitación por unas horas, buscando alguien más que los cuidara antes de que Alecto llegara. Bendito sea ese perro que me guarda los secretos, con sus ojos inteligentes que no se pierden nada y luego me miran en reproche. Pero no, va en serio, no traería más animales a un departamento de pocos ambientes a menos que fuera, no sé, un caso extremadamente urgente. Hay otras cosas que cargo conmigo y hago parte de la convivencia que por sí solas bastan para hacerlo complicado, como las cucharadas de drama en el café negro en vez de azúcar. —Tuve una línea muy corta porque lo importante era el sentimiento que pudiera transmitir como árbol y yo considero que lo hice muy bien cuando vino el leñador, ¡mis padres dijeron que lloraron!— no, no son una opinión confiable como críticos.
Me agarro a su mano al impulsarme fuera de la hamaca que libre de mi peso se queda meciéndose, no veo más que unos pocos padres recogiendo de la arena a sus niños y como uno de estos se niega a obedecer a su madre desde lo alto de un tobogán, atrincherándose ahí como si a la madre no le bastara sacar su varita para hacerlo levitar al suelo. Enredo mis dedos con los suyos para que las líneas de nuestras palmas encajen y la sigo fuera del perímetro del arenero. No me olvido que le dije a Phoebe que volvería, perooooo no dije cuándo, también prefiero hacerlo cuando esté sola. Como muchas de las cosas que he hablado con ella siempre han quedado exclusivamente entre los dos, por bien que me lleve con sus sobrinas y ahora también su hijo es incluido en cada situación, sigo inclinándome por las ocasiones en que podamos seguir siendo los dos, en lo irónico que es estar como entrometido en el cuadro de los Powell ahora que sé del vínculo que tienen con Alecto. —Yo creo que mejor nos vamos, lo del giratiempo podemos dejárselo a alguien más— que entre no querer cambiar nada que es la postura de ella y la mía de querer poner de cabeza el mundo, ¿en serio le daríamos un uso?
»Me pasa algo raro con el pasado estos días y me doy cuenta ahora que dices que no cambiarías nada porque lo que hubiera pasado sí no alteran nada. El pasado no cambia, eso está claro, aunque a veces por la manera en que lo cuenta una persona parece que sí. Entonces eso que ocupaba un gran espacio en nuestro relato o los nombres que parecían importantes, van dejando lugar a cosas nuevas. Como la vida continua, surgen cosas nuevas, y el pasado mismo con cada día que pasa, va llenándose de estas cosas. Y, ya paro, lo juro— tomo aire, que yo mismo cuando hablo tanto y de súbito, necesito recordarme de respirar, —y todos esos lugares vacíos o que habían quedado vacíos en mi porque alguien se fue, lugares con nombres específicos, fueron ocupados por otras personas que no eran las que esperaba o que incluso construyeron sus propios lugares— avanzo por la arena hasta que nuestras zapatillas se ven libres de estas y tenemos que iniciar el ascenso por las mismas piedras que bajamos. —Lo que quiero decir es que el pasado nunca se cambia con un giratiempo, sino con un presente— y ese sí, a ese sí creo que podemos darle un uso para que el mundo gire 180º y quien tenga que hacer algo, lo haga, para que no surjan nuevos «qué hubiera pasado sí».
—¡Eso no es cierto! Soy consciente de que no hay suficiente espacio y no te pediría de albergar perros en la bañera— me defiendo, lo bueno de que Mor no sepa hablar es que no puede contar de las dos veces que tuvo que convivir con un par de cachorros y los mantuvimos escondidos en mi habitación por unas horas, buscando alguien más que los cuidara antes de que Alecto llegara. Bendito sea ese perro que me guarda los secretos, con sus ojos inteligentes que no se pierden nada y luego me miran en reproche. Pero no, va en serio, no traería más animales a un departamento de pocos ambientes a menos que fuera, no sé, un caso extremadamente urgente. Hay otras cosas que cargo conmigo y hago parte de la convivencia que por sí solas bastan para hacerlo complicado, como las cucharadas de drama en el café negro en vez de azúcar. —Tuve una línea muy corta porque lo importante era el sentimiento que pudiera transmitir como árbol y yo considero que lo hice muy bien cuando vino el leñador, ¡mis padres dijeron que lloraron!— no, no son una opinión confiable como críticos.
Me agarro a su mano al impulsarme fuera de la hamaca que libre de mi peso se queda meciéndose, no veo más que unos pocos padres recogiendo de la arena a sus niños y como uno de estos se niega a obedecer a su madre desde lo alto de un tobogán, atrincherándose ahí como si a la madre no le bastara sacar su varita para hacerlo levitar al suelo. Enredo mis dedos con los suyos para que las líneas de nuestras palmas encajen y la sigo fuera del perímetro del arenero. No me olvido que le dije a Phoebe que volvería, perooooo no dije cuándo, también prefiero hacerlo cuando esté sola. Como muchas de las cosas que he hablado con ella siempre han quedado exclusivamente entre los dos, por bien que me lleve con sus sobrinas y ahora también su hijo es incluido en cada situación, sigo inclinándome por las ocasiones en que podamos seguir siendo los dos, en lo irónico que es estar como entrometido en el cuadro de los Powell ahora que sé del vínculo que tienen con Alecto. —Yo creo que mejor nos vamos, lo del giratiempo podemos dejárselo a alguien más— que entre no querer cambiar nada que es la postura de ella y la mía de querer poner de cabeza el mundo, ¿en serio le daríamos un uso?
»Me pasa algo raro con el pasado estos días y me doy cuenta ahora que dices que no cambiarías nada porque lo que hubiera pasado sí no alteran nada. El pasado no cambia, eso está claro, aunque a veces por la manera en que lo cuenta una persona parece que sí. Entonces eso que ocupaba un gran espacio en nuestro relato o los nombres que parecían importantes, van dejando lugar a cosas nuevas. Como la vida continua, surgen cosas nuevas, y el pasado mismo con cada día que pasa, va llenándose de estas cosas. Y, ya paro, lo juro— tomo aire, que yo mismo cuando hablo tanto y de súbito, necesito recordarme de respirar, —y todos esos lugares vacíos o que habían quedado vacíos en mi porque alguien se fue, lugares con nombres específicos, fueron ocupados por otras personas que no eran las que esperaba o que incluso construyeron sus propios lugares— avanzo por la arena hasta que nuestras zapatillas se ven libres de estas y tenemos que iniciar el ascenso por las mismas piedras que bajamos. —Lo que quiero decir es que el pasado nunca se cambia con un giratiempo, sino con un presente— y ese sí, a ese sí creo que podemos darle un uso para que el mundo gire 180º y quien tenga que hacer algo, lo haga, para que no surjan nuevos «qué hubiera pasado sí».
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